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Liberalismo y fascismo, cara y cruz de

la misma moneda: el capitalismo


Exposición sobre el fascismo basado en el primer capítulo del libro de
Michael Parenti Blackshirts and Reds: Rational Fascism and the
Overthrow of Communism
Los historiadores, politólogos y periodistas que tratan el tema del fascismo
normalmente lo discuten desde una perspectiva ideológica de centro. Eso significa que
estos autores ignoran el vínculo que existe entre el capitalismo y el fascismo y, por
ende, el vínculo entre el liberalismo y el fascismo. En su lugar, contemplan los aspectos
más fantasmagóricos de la ideología fascista: el culto al líder y al Estado, el chovinismo,
el belicismo y el antisemitismo. No niego que el fascismo no sea eso, pero junto con sus
apelaciones irracionales, el fascismo lleva a cabo también funciones racionales. Fue un
instrumento racional utilizado para oprimir a la clase trabajadora y para la preservación
del sistema capitalista imperante.
Nuestra historia comienza al término de la Primera Guerra Mundial. Italia en ese
momento tenía un gobierno parlamentario que fue incapaz de enfrentarse a una recesión
de posguerra. Hubo un hundimiento de la inversión privada, se produjeron quiebras
bancarias y los beneficios empresariales y las exportaciones agrarias disminuyeron. Para
mantener los márgenes de beneficios, los grandes propietarios agrícolas y el
empresariado industrial tendrían que recortar significativamente los salarios y subir los
precios. Luego, el Estado tendría que proveer a los grandes empresarios protecciones
arancelarias además de subsidios masivos y exenciones fiscales. Para financiar esto, se
tendrían que subir considerablemente los impuestos al pueblo, y, los servicios públicos
y los gastos en protección social tendrían que ser recortados también― si esto os
recuerda a las recetas de austeridad de Bruselas, es porque lo son, pero aún más
extremadamente.
Pero, lo que pasaba por aquel entonces era que el gobierno no se encontraba en
plena libertad para aplicar estas duras medidas. En primer lugar, los obreros y
campesinos italianos tenían sus propios sindicatos y organizaciones políticas, tenían
cooperativas y sus propios periódicos y por medio de manifestaciones, huelgas y
forzosas ocupaciones de fincas agrícolas obtuvieron auténticas concesiones tales como
subidas salariales, mejoras en las condiciones de trabajo, prestaciones de desempleo y el
derecho de sindicación. Y, aun encontrándose el país en plena crisis económica, la clase
trabajadora italiana mantuvieron una ardua defensa de su nivel de vida frente a los
propietarios de la tierra, el trabajo, el capital y las fábricas. Para los capitalistas
industriales y los grandes propietarios agrícolas la solución residiría en aplastar e
ilegalizar las organizaciones y sindicatos obreros y del campesinado, en suprimir el
derecho de sindicación, manifestación y el derecho a propagandizar y, por último, en
ligar al Estado a los intereses de la gran empresa y el capital.
El hombre encargado para esta tarea sería Benito Mussolini que ya llevaba
varios años junto a sus Camisas negras intimidando y atacando a sindicalistas,
socialistas, comunistas y cooperativas agrarias con el beneplácito y financiación de los
grandes terratenientes y banqueros. En 1922, Mussolini se reunió con la Confederazione
generale dell'industria italiana (la organización patronal de los industriales italianos) y
también con otros representantes de las asociaciones de la banca y el agronegocio para
planificar “La Marcha sobre Roma”, contribuyendo ellos unas 20 millones de liras para
realizar el cometido. En palabras del senador, aristócrata e industrialista italiano Ettore
Conti: “Mussolini era el candidato de la plutocracia, de los intereses de la clase
adinerada y de las organizaciones patronales”. Y, dicho sea de paso, que esto último
nunca es mencionado en la narrativa convencional de la Marcha sobre Roma. Dos años
después de haberse apropiado del poder del Estado, Mussolini suprimió la prensa,
ilegalizó todos los partidos políticos del arco parlamentario. Dirigentes sindicales y
campesinos, políticos y otros críticos del nuevo régimen fueron apaleados, exiliados o
asesinados por escuadrones fascistas. El Partido Comunista Italiano padeció la represión
más severa. Una historia con un desenlace similar se repetiría una década después en
Alemania.
Tanto Hitler como Mussolini demostraron su gratitud y lealtad hacia sus
patronos capitalistas con la abolición del salario mínimo, el pago de horas extras y las
regulaciones en materia de seguridad laboral. Los obreros trabajarían más horas por
menos dinero. Los ya modestos salarios fueron severamente recortados en Alemania en
un 25 a 40 por ciento, y en Italia en un 50 por ciento. El trabajo infantil sería
reintroducido por Mussolini también. La palabra privatización, que se reconoce hoy en
día como una política estrictamente liberal, fue acuñada en esta época para describir el
proceso de empresas públicas a manos privadas como, por ejemplo: plantas
siderúrgicas, centrales eléctricas, bancos y empresas de construcción naval. Los dos
regímenes para reflotar y subsidiar a la industria pesada recurrieron a las arcas de la
Hacienda pública. El agronegocio fue expandido y subsidiado significativamente.
Ambos estados garantizaron un retorno sobre el capital invertido por las grandes
empresas asumiendo la mayoría de los riesgos y pérdidas en inversiones. Como suele
ocurrir con los regímenes reaccionarios, el capital público fue asaltado por el capital
privado.
Al mismo tiempo, los impuestos subieron para la mayoría de la población
mientras que fueron bajados o eliminados para los ricos y grandes empresas. Los
impuestos de sucesiones fueron o drásticamente reducidos o abolidos totalmente.
Y entonces, ¿las consecuencias de todo esto? En Italia durante los años treinta la
economía se encontraba en recesión, la deuda pública se había disparado por los aires y
la corrupción era generalizada. En Alemania, consiguieron recortar el desempleo a la
mitad debido al incremento de los puestos de trabajo en la industria armamentística
pero, en general, la pobreza incrementó debido a la contundente reducción salarial
impuesta. Y, de 1935 a 1943 los beneficios de los industriales incrementaron
sustancialmente mientras que los ingresos netos de los dirigentes corporativos subieron
un 46 por ciento. Durante los duros años treinta, en los Estados Unidos, Gran Bretaña y
Escandinavia, las grandes fortunas experimentaron una modesta pérdida en su porción
de la renta nacional; pero en Alemania el top 5 por ciento gozó de una ganancia del 15
por ciento.
Para concluir, hemos podido comprobar en esta exposición como el fascismo no
es tan desemejante al liberalismo como en un principio nos puede parecer si no
indagamos en la evidencia histórica que existente que se nos oculta por el mero hecho
que el conocimiento es poder, y que sabiendo lo que se ha expuesto hoy desmitifica esa
idea tan comúnmente implantada en las cabezas de muchas personas que el fascismo
tiene más que ver con el socialismo que con el liberalismo.

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