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Prólogo

La muerte llegaría, siempre estuve consciente de eso, la busqué cuando


Darla murió, pero ella me eludió. La hija de puta sabía en qué momento
vendría, cuando menos la esperaba se presentó, cuando mi vida volvió
a tener sentido veía como todo se resquebrajaba ante mí.

Consecuencias, supe que habría consecuencias, pero me aferré a la


esperanza que Alexa me brindó. Tomé una decisión e incluso al estar
en esta posición, no me arrepentía. Tuve el deseo de vivir otra vez,
experimenté nuevamente el anhelo y la ilusión; hoy perdería, pero a la
vez, gané. Viví hasta donde debía, y si perdí, fue por mi terquedad.

Sentí el apretón de su mano, la sangre deslizándose espesa entre nuestros


dedos, la herida en su brazo era preocupante, pero lo era más el tumulto de
sicarios delante de nosotros a la espera de una orden para asesinarnos. Y
milagrosamente el miedo se desvanecía, solo había dolor por no poder
concretar mis planes, por fallar en mi promesa de protegerla y darnos la
oportunidad que tanto gritó entre los dos.

—Perdóname —susurró. La frente en alto, el miedo no existía en sus rasgos.


Ella era

fuerte, la joven más fuerte que yo haya conocido.

—No es tu culpa, no es culpa de nadie. —Las lágrimas se


acumularon en sus orbes oscuros—. Mírame, Alexa.

Despacio obedeció, manchas rojizas adornaban su cara. Un golpe en su


pómulo y la ceniza adherida a su cabello.

—Me cegué, perdí tiempo contigo, tiempo valioso, Lexi —esbozó media sonrisa
—,
lamento haber desperdiciado tanto y…

—Te amo, Russo —interrumpió. El miedo se hizo más nítido en mí.


—No te atrevas —supliqué—, no lo digas, no hoy, no ahora.

Su dedo en mis labios me silenció.


—Si muero yo…
—Morimos los dos —sentencié.
Acortó la distancia y me besó en los labios. Su sabor inundó mis sentidos, su
olor prevaleció por encima de la sangre y la pólvora que se dispersó deprisa
cuando las armas fueron accionadas.

—Te amo.

Fue lo último que pude decir.

Capítulo 1
Alexa
Siempre me gustó el poder, ser admirada y respetada.

A diferencia de quienes hacían todo por huir del narco, yo me esforzaba


por escalar dentro de él. Ser hija del jefe no me otorgaba un cargo alto,
mi padre dejó en claro que, si quería pertenecer a su cartel, tendría que
empezar desde abajo, como todos, lo hizo como una forma para
obligarme a desistir sobre mi elección a ser parte del mundo ilícito.

Pero como la aferrada que era, no desistí y acepté. Acepté sus gritos,
no había diferencia entre un sicario y yo, los tratos eran los mismos, sin
favoritismos. Me tragué sus regaños y me esforcé por no fallarle y hasta
ahora no lo había hecho.
Yo era la encargada de entregar la mercancía y cobrar a los vendedores de los
alrededores, aun había tres cargos más por encima de mí, contando el de mi
padre. Uno era el encargado de la plaza, otro el dirigente de ella y mi padre el
jefe del cartel, delegaba, entre sicarios, vigías y dirigentes. Yo me hallaba por
debajo de los dirigentes, pero por encima de los sicarios y vigías. Entre ellos me
respetaban y cuidaban, a pesar de tener el mismo trato que todos, tenían como
orden estricta de mi padre el protegerme de cualquier cosa, si algo me sucedía,
pagarían con su vida y por ello contaba con distintos vigías siguiéndome
veinticuatro siete.
Volví a la realidad al momento en que una de las escoltas abrió la puerta de la
camioneta para mí. Acomodé mis gafas y bajé, llevaba un arma oculta en la
espalda, eché un vistazo a mi alrededor, la brecha se encontraba desierta, pero
los vigías andaban cerca, cuidándome y avisando de cualquier novedad.
—Atentos, García —murmuré por lo bajo. Él era mi escolta y hombre confianza.
Se postró a mi espalda, la gente con las armas largas mientras Héctor
Aguirre se acercaba a mí a paso lento. Su estatura era intimidante, mas
nada que pudiera amedrentarme. Esbozó media sonrisa, el blanco
impoluto de sus dientes relució.

El tipo era bastante atractivo, uno noventa de musculatura y buen


porte, pero por alguna razón no me atraía de ninguna forma. Yo tenía
algo que no sabía cómo explicar, mi gusto por los hombres siempre
salía a relucir, podrían decir que con la mayoría de ellos, sin embargo,
había otros, como Aguirre, que no despertaban nada.

Tal vez se debía a su egocentrismo, a la desconfianza que me


transmitía, la misma que remarqué muchas veces con mi padre, la
misma que fue ignorada. Nunca pasaba por alto las advertencias de
mis instintos, mis sentidos no se equivocaban y tenía el

presentimiento de que este cabrón nos jugaría chueco en un futuro no muy


lejano.

Esperaba ansiosa que cometiera un error, así yo misma pondría una


bala entre sus cejas, o entre las piernas, si bien le iba al infeliz.

—Mini Robledo —rio—, ¿qué tal estás?

—Bien —respondí cortante, un movimiento de mano y la droga


comenzó a ser descargada por mi gente—, ahí tienes la merca, la
próxima entrega será en el kilometro 70.

—¿Cambios en los puntos de reunión? —Alcé los hombros.


—Seguridad, Aguirre.

Me llevé una goma de mascar a la boca, hice bombas con ella,


esperaba que terminaran de subir la mercancía a las camionetas.
—¿Qué tal está tu padre? —Preguntó, encendió un cigarrillo. Sus ojos en mí.

—Bien.
—Vamos, Mini Robledo, ¿seguirás ofendida por el beso?

—Mejor ni lo menciones, cabrón, donde mi padre sepa que me


robaste un beso, te corta los huevos. —Soltó una risa.
—¿Por qué no se lo dijiste? —Tensé la mandíbula y seguí masticando.
—Que te valgan madre mis motivos.
—¡Ya quedó, señorita! —Informó Azua, otro de mis escoltas.

—No olvides lo que te dije —recordé antes de volver a subir a la camioneta.

Me deshice de las gafas, enseguida marqué el numero de mi papá, él


atendió al primer tono.
—Ya se hizo —dije.

—¿Le dijiste sobre el cambio? —Preguntó.

—Sí.

—Perfecto. Enzo te espera en la miscelánea, de ahí te vienes para acá, vendrá


contigo.

—Sí, papá.

—¿Todo bien?

—Todo bien.

Me colgó y solo quise acelerar el tiempo para ver a Enzo, él es quien


más me ha durado como novio gracias a que mi padre no sospecha
nada de nosotros o al menos en eso estaba creída.

Una hora más tarde la camioneta se detuvo frente a la miscelánea, Enzo


salió de inmediato y antes de que alguien pudiera verlo, subió y cerró la
puerta. El chofer arrancó y se dirigió rumbo a la hacienda. Mi novio se
quitó las gafas y vi mi reflejo en sus ojos color aceituna. Sonreí y trepé a
su regazo, me cogió de los muslos y trasero, apretó y me atrajo a él.
—Hola, muñeca —lamí sus labios—,
te extrañé. —Tenemos veinte
minutos.
—Tu chofer —susurró.

—Pete no dice nada —lo calmé.


Estrellé mi boca con la suya, necesitada de sentirlo, mi lengua se abrió
paso entre sus labios, balanceé las caderas encima de su erección, la
fricción en mi sexo me hacia mojar. Era una chica sexosa, ansiosa de
siempre coger, tenía un apetito sexual bastante intenso, herencia de
mi padre.

—Alexa, vas a hacer que te coja aquí —susurró entre


intervalos de besos. —Pues hazlo, mi vida —lo reté.

Me quité el chaleco y enseguida alzó la tela de mi blusa, bajó las


copas del sostén y sostuvo mis senos con las manos antes de
chupármelas con intensidad. Gemí y seguí balanceándome sobre su
erección, luego deslizó los dedos entre los vaqueros y mis bragas,
dio con mi sexo y frotó en mi clítoris.
—Qué húmeda estás —siseó.

—Así me pones.

Lo miré desde arriba, deleitándome de los movimientos de su lengua en


mis pezones y sus dedos estimulando mi clítoris.
—Qué rico te mojas —mordisqueó mi pezón—, en cuanto pueda, volveré a
estar dentro

de ti.

Lo ignoré y cerré los ojos, cegada por el placer, el corazón me latía desbocado,
la adrenalina me hacía excitar aun más. Una mordida, sus dedos penetrando mi
vagina, el calor de su lengua, ¡puta madre! No demoré en venirme, él recibió mi
orgasmo en su mano, mi sonrisa se ensanchó y la sensación placentera me
recorrió con celeridad y acabó por elevarme y llevarme a un éxtasis inigualable.

—Justo a tiempo —dijo. Mordí mi labio y bajé de su regazo. Lo vi chuparse los


dedos con
deleite.

—No te salvas esta noche —plantó un beso en mi mejilla—, te amo.


Le devolví una sonrisa y le guiñé un ojo. De mi boca jamás habían salido
esas palabras, eran muy fuertes y no había conocido a un hombre que
fuera capaz de hacérmelas decir. Quizás algún día llegaría, pero siendo
franca no lo buscaba, me gustaba tener sexo, ser libre, un alma libre.
Además, mi padre jamás me permitiría estar con nadie, nadie era digno
a sus ojos y si se enteraba de mis pretendientes o amantes, los mataba.
Mi papá era así, no podía quejarme, él no conocía otra forma.
Seguramente me iría muy mal si se enteraba que dejé de ser virgen
hace poco.
—Te veo más tarde —murmuró antes de bajar.

Puse todo en su sitio y me dirigí al interior de la hacienda con Enzo a mi lado.


Todo rodeado de gente armada, mujeres se veían muy pocas, pero las había,
aunque de ninguna podía hacerme amiga, siempre me hallaba más con los
hombres. La única amiga que tenía era Dasha y ella se hallaba muy lejos de
aquí, tal vez un día de estos la visitaría.

—¿Aun no llega mamá? —Pregunté hacia papá apenas entré y lo vi.


—No demora, ya viene en camino —respondió, miró a Enzo y sin decir nada
este lo siguió

a su despacho.

Los dejé en paz y subí las escaleras, tomaría una ducha rápida y saldría
hacia las bodegas para supervisar la mercancía, ya que nos quedamos
sin el encargado de ello, me tocaba hacerlo al menos mientras su
reemplazo arribaba.

Sin perder el tiempo me bañé y vestí en tiempo récord. Frente al


espejo recogí mi cabello húmedo y lo tomé en una coleta alta. Mi cara
quedaba al descubierto y las facciones idénticas a las de mi padre, se
hacían notar aún más.

Pinté mis labios de un rojo potente y dejé mi escote a la vista solo por
hacer enojar a papá. Ya lista, salí de mi habitación y enseguida
escuché voces, era la de mi madre. Inevitablemente corrí hacia ella,
tenía bastantes días que no la veía, así que la abracé sin preámbulos
en cuanto la tuve cerca.
—¡Mamá! —Saludé emocionada. Ella rio.

—Vaya que me extrañaste —dijo y plantó un beso en mi mejilla.


Me aparté de ella y me sentí tranquila de tenerla de vuelta. Entonces
mi atención se posó en el hombre que la acompañaba y por Dios que
mi boca casi se desencaja mientras mis hormonas se alteraban de
inmediato. Lo que veía era un adonis.
—Oh, ¿y este pedazo de macho? ¿De dónde lo sacaste? —Pregunté sin
controlar mi gusto
por él, me caracterizaba por ser directa.
—¡Alexa! Por favor, no comiences, mide tus palabras y respeta, niña
—reprendió mamá,

consciente de lo que mi padre podría decir o hacer si me escuchaba hablar de


este modo.
—Ay pues, ¿acaso no lo ves? Mira esos ojos —eliminé la distancia entre
nosotros y escruté su bonita cara, era dueño de unos ojos azulas
preciosos, enseguida Dasha fue evocada por mi mente—, tan azules, me
recuerdan a los de una amiga, ¿eres ruso?

—Ruso italiano —respondió cortante, su acento oscilaba más en el italiano,


pero con la

fuerza del ruso, la tonada era la misma, lo que lo volvía más sexi.

—Pero qué voz, tan potente, tan ronca —podía imaginarlo gimiendo en mi oído
—, ¿tienes

novia?

—¡Alexa! —Riñó mamá por segunda ocasión— Disculpa, Dexter, mi hija es…
incontrolable.
Dexter. Uhm… qué nombre tan inusual.

—Lo que quiso decir, es que no puedo evitar mirar a los hombres atractivos, la

promiscuidad la heredé de papá, o eso dice mamá.


—Ya basta, sabes cómo es tu padre, así que para y ve a hacer lo que se te
encargó.

—Bien, pues, en esta casa no me dejan ser —alcé los hombros y los dejé caer
de golpe—,
hasta luego, Dexter, y bienvenido.

Él asintió y sin que lo viniera venir y siendo atrevido de mi parte, le di


un beso en la mejilla que lo dejó estupefacto a la vez que mi madre
volvía a reñirme y yo salía corriendo para evitarla. Reí a carcajadas,
curiosa por ese nuevo sujeto, olía tan bien, se veía tan lindo, pero tan…
triste.
—Señorita Alexa —me abordó uno de los muchachos—, tiene que revisar esto.

Me tendió un paquete de cocaína envuelto en cinta canela.

—¿Qué pasa? —Inquirí curiosa.

—Es la que han enviado desde Ciudad Juárez, el nuevo Cartel, la calidad es
mala.

—¿Revisaron todo?
—Uno a uno, como nos ordena el patrón. —Asentí y volví hacia la casa, esto era
grave.

Papá se pondría furioso, contaba con esta mercancía.

Justo al ingresar me topé con Enzo, tomándome desprevenida, tal cual lo hice
con Dexter, me atrajo a su cuerpo, sus manos en mi trasero y sus labios en mi
boca. Apenas le respondí, vislumbré la figura de Dexter a varios metros, nos
observaba curioso y desinteresado. Empujé a Enzo y negué despacio.

—No hagas eso, carajo —espeté—, no aquí dentro, Enzo.

—Alexa…
Negué y lo dejé ahí, un tanto nerviosa me acerqué a Dexter. No lo
conocía y no podía saber si se quedaría callado o se lo diría a papá,
debía asegurarme de que no lo hiciera o me iría mal.

—Confiaré en que no dirás nada —dije como no queriendo, ocultando mi


nerviosismo.
—Tu vida no es mi problema, niña —espetó brusco, ni siquiera me miraba.

—Para que lo sepas, ya soy legal —informé, ofendida por ese niña tan
despectivo.
—Bien por ti, tu edad y lo que hagas no es algo que me importe —masculló
entre dientes.
Tenía el ceño fruncido, descubrí al verlo de cerca, un par de pecas muy bien
ocultas.
—Qué grosero —controlé el impulso de tocarle las mejillas y estirarlas—,
sonríe, te
saldrán arrugas.

Esta vez sí me miró. Su ceño se frunció más y mi sonrisa se ensanchó.


Parecía perdido y yo tuve el impulso de querer hacerlo sonreír siempre.

—¿Disculpa?
—Disculpado —dije, robándole otro beso cerca de la comisura de su boca.

Sin más me dirigí hacia al despacho de papá, con el cosquilleo en mis


labios debido al roce de su piel con ellos. Los toqué sin borrar mi
sonrisa y luego un suspiro escapó sin permiso alguno. Me volví sobre mi
hombro y él seguía mirándome.

Sin saberlo, quedé atrapada en el azul de sus ojos, mientras yo me metía bajo
su piel.

Capítulo 2
Dexter
El municipio al que llegamos me pareció de lo más tranquilo.

El verde se apreciaba en cualquier dirección a la que miraras. La gente


se veía andar por las calles con suma tranquilidad, había un sinfín de
cosas que llamaron mi atención, cosas mundanas y simples:
vendedores, negocios, lugares. Es como si estuviera en otro tiempo,
como si yo fuera otro, aunque al final de cuentas terminé perdiéndome
y aun no lograba encontrarme.

Sin Darla esto no tenía sentido.


Sin embargo, se me impulsó a seguir. Dixon no me permitiría hundirme
y lo agradecía, pese a que, no nos lleváramos bien, ambos nos
queríamos a nuestra manera. Poco a poco acepté que él no fue
culpable de nada, que yo no lo fui, mas eso no evitaba que el dolor
siguiera dentro de mi pecho.
La soñaba, la escuchaba llamarme, veía a nuestro bebé y luego nada.
Esas pesadillas fueron constantes mientras me encontré en el presidio.
Ese sitio que era como el mismo infierno, aun no asimilaba que mi
padre haya enviado a Dixon allí siendo tan joven. La cantidad de
hombres que había era impresionante, más lo podrido que algunos se
hallaban, sin el menor escrúpulo, dispuestos a quebrarte los huesos y
romperte la voluntad si no te defendías.

Mi hermano tuvo razón. Logré enfocar mi ira en otras actividades,


como defenderme y sobrevivir en ese sitio.
Viví cosas obscenas, escenas crudas que se quedaron grabadas en mi memoria
y envenenaron lo poco bueno que quedaba en mí. Hoy solo quería matar, tener
poder, matar, hacer dinero, y matar otra vez. No había más motivación, no
había más incentivos que esos, ademas de seguir manteniendo a Darla viva en
mi memoria, cerca de mí.

Si moría, no la vería otra vez, ella no estaría esperándome en el


infierno y me negaba a soltarla, no podía decirle adiós para siempre.
La amaba y la amaría cada puto día que siguiera en la tierra.
Se lo prometí antes de verla partir, le prometí que después de ella no
habría nadie, que solo sería ella y siempre ella. Al menos esa promesa
me encargaría de cumplir. Aún me recriminaba por no poder salvarla,
la perdí y la frustración que me atenazaba al pensarlo cada segundo
del día, se volvía una maldita tortura con la que quería terminar ya.

Desde afuera seguían juzgándome y trataban de incentivarme a no


rendirme, no obstante, nadie sabía lo que yo guardaba, el dolor que me
embargaba cada vez que abría los ojos y era consciente de la realidad.
Darla ya no estaba y no volvería, su ausencia se sentía en cada parte de
mí, porque por ella fui todo y ahora solo me quedé en la nada.

La camioneta en la que viajaba se detuvo dentro de una hacienda


grande y extensa a la que no le veía fin, con una gran cantidad de
hombres armados paseándose por cada rincón al que mis ojos
miraran. Ellos se dispersaban sin ningún problema, sin esconderse,
atentos y con los ojos puestos en cada movimiento, en mis
movimientos. Entendía la desconfianza, Medina tenía cerca solo a
personas de confianza, la seguridad de los suyos le era primordial,
como todos.

—Te voy a presentar a mi esposo —anunció Maia, ambos bajamos de la


camioneta—,
luego iremos a las bodegas donde tenemos la mercancía.
Asentí sin mencionar palabra. La acompañé hacia el interior de la
hacienda, la cual era bella, lujosa a su manera, pero con un toque de
calidez hogareño que por mucho tiempo encontré en la mansión de
mis padres, no obstante, al pensar en mi niñez feliz, no dejaba de
sentirme culpable por la niñez tan atroz que ambos le dieron a Dixon.

Mi hermano también se merecía un hogar, él no se merecía haber


sido corrompido. Lo juzgué mucho tiempo sin entender de donde
provenían los crueles instintos que lo caracterizaban y que me hacían
detestarlo. Ojalá me hubiera dicho lo que sucedía, ojalá hubiera
podido hacer algo para ayudarlo.
—¡Mamá!

Una voz alegre resonó por toda la amplia estancia. Mis ojos enfocaron a
la figura femenina que bajaba deprisa los escalones, su cabello negro se
oscilaba de un lado a otro mientras se aproximaba a ¿Maia? ¿De verdad
era su madre? Ni siquiera lo parecían, habría pensado que eran
hermanas.

—Vaya que me extrañaste —saludó Maia, besándole la mejilla.

Entonces la joven posó sus ojos chispeantes y llenos de vida en mí.


Sonrió amable y con cierta coquetería. Había mucha luz en su mirada,
irradiaba felicidad por doquier, como si tuviera una chispa, una que no
se encuentra en cualquier persona.

—Oh, ¿y este pedazo de macho? ¿De dónde lo sacaste? —Preguntó sin


controlar su gusto

por mí.
—¡Alexa! Por favor, no comiences, mide tus palabras y respeta, niña —la
reprendió.

Sonreí por dentro.


—Ay pues, ¿acaso no lo ves? Mira esos ojos —se acercó sin pena y escrutó mi
cara—, tan

azules, me recuerdan a los de una amiga, ¿eres ruso?


—Ruso italiano —respondí.
—Pero qué voz, tan potente, tan ronca —se mordió el labio inferior—, ¿tienes
novia?
—¡Alexa! —La riñó nuevamente su madre— Disculpa, Dexter, mi hija es...
incontrolable.

—Lo que quiso decir, es que no puedo evitar mirar a los hombres atractivos, la

promiscuidad la heredé de papá, o eso dice mamá.


—Ya basta, sabes cómo es tu padre, así que para y ve a hacer lo que se te
encargó.
—Bien, pues, en esta casa no me dejan ser —elevó los hombros y los dejó caer
—, hasta

luego, Dexter, y bienvenido.

Plantó un beso en mi mejilla y se echó a correr como cual niña que


acababa de hacer una travesura mientras su madre le gritaba molesta
y avergonzada. Entretanto, yo seguía pasmado, desconcertado por su
atrevimiento, mas no molesto, me parecía cómica su actitud
desinhibida e infantil, siendo ella misma sin importarle nada. Vaya
niña.

—Discúlpame.
—No hay problema, Maia.

Asintió y retomamos el camino hacia la oficina de su esposo. Maia


entró sin tocar, dentro me encontré con un hombre bastante mal
encarado y otro más vestido de policía.
—Aquí traigo tu encargo —anunció Maia—, Russo nos envió a su hermano.
—Adelante —se acercó y me ofreció la mano—, Alejandro Medina. —Dexter
Russo —dije, devolviéndole el saludo.

—Me complace que seas tú quien haya venido, ¿sabes sobre


los cargamentos? —Absolutamente todo —contesté serio.

—Perfecto. Mi esposa te dará un recorrido, no hay nadie mejor que ella para
ese trabajo.
La miró un momento con dulzura, un simple instante bastó para
hacerme ver lo mucho que la amaba. Y fugazmente me cuestioné
sobre si, de haber sido Darla parte de mi mundo por completo, las
cosas hubieran sido diferentes.
—Y, por cierto, trabajamos con la policía —señaló al hombre que se
había mantenido al margen—, él es el jefe de ella. Ya se te explicará
cómo trabajamos.

—Enzo —se presentó.


—Un gusto.

—Bien. Sé que eres de confiar, de otro modo mi esposa no te hubiera traído,


pero ambos

sabemos que en este negocio la desconfianza siempre prevalecerá.

—Estoy consciente de ello.

—Puedes quedarte en mi hacienda si deseas, eso nos facilitará el trabajo, la


mercancía

llega a cualquier hora del día, así que te necesito disponible.

—No tengo problema, no es como si tuviera algo más que hacer —mascullé.
Me vendría

bien mantenerme ocupado el mayor tiempo posible, no quería pensar más en


lo perdido.

—Perfecto. Entonces, bienvenido.

Sin más que decir abandoné la oficina en compañía de Enzo,


Maia me pidió que la esperara en la sala, así que me dirigí hacia
allá.
—¿De dónde eres? —Averiguó Enzo. Me miraba con cierto
recelo, me dio igual. —Eso está de más —murmuré despectivo.
No insistió y al llegar a la sala, Alexa ingresó con un paquete de
cocaína en las manos, al vernos, posó sus ojos en mí y luego en Enzo,
quien sigiloso se acercó a ella y le susurró algo que no me interesó
oír. Aparté la mirada cuando la besó en los labios sin la menor
preocupación. Vagamente me inquirí sobre si su padre estaba
enterado que andaba de novia de un hombre mayor que ella. Negué.
Ese no era mi asunto.
—Confiaré en que no dirás nada —musitó apena Enzo se fue.
—Tu vida no es mi problema, niña —espeté sin mirarla.

—Para que lo sepas, ya soy legal —informó sonando ofendida, no me quitaba la


mirada de

encima.
—Bien por ti, tu edad y lo que hagas, no es algo que me importe.

—Qué grosero —se quejó—, sonríe, te saldrán arrugas.

Esta vez sí la miré. Su cara bonita no dejaba de asombrarme, como


tampoco la sonrisa que no quitaba de sus labios.

—¿Disculpa?

—Disculpado —dijo, robándome otro beso.

Luego salió huyendo de nuevo, me quedé en mi sitio, escuchando su risa en mis


oídos;

tuve la sensación de que aquí todo cambiaría para mí y no de buena manera .

Capítulo 3
Dexter
Permanecía de pie, observaba a Medina revisar la mercancía con detenimiento.
Era demasiada droga junta, aun más de la que nosotros traficábamos, ¿y cómo
no sería así? El tipo traficaba en todo México y Estados Unidos, era un pez
gordo al que nunca habían podido capturar. Se hizo de mucho territorio y hoy
me daba cuenta de lo importante y poderoso que era.

—Este cabrón creyó que podría verme la cara de pendejo —siseó. Arrojó el
paquete de
cocaína al suelo y esta se dispersó.
—Usted ordene, patrón —intervino un sujeto—, y nosotros nos hacemos cargo.
—Tengo a los italianos encima —masculló, posó sus ojos en mí—, necesito
recuperar esta
mercancía ya, ¿tu hermano puede conseguirla?

—¿Cuánta necesitas? —Inquirí.

—Cinco toneladas. —Asentí.


—Lo llamaré.

Me aparté de ellos con el móvil en mano, no me pasaba desapercibida


la mirada curiosa de Alexa sobre mí, tampoco la de Enzo, este último
no me generaba la menor de las confianzas, no cuando hacia lo que
hacia a espaldas de su jefe.

Llevé el móvil a mi oído y enseguida Dixon atendió.

—¿Qué pasa? —Preguntó apenas respondió.


—Medina necesita cinco toneladas para mañana, ¿puedes conseguirla?

—¿Cinco? Uhm… haré unas llamadas, pero lo más probable es que sí,
¿hubo problemas? —Rio— Apenas llegas, hermanito.

—Cierra la boca. Espero tu confirmación.


—Bien.

Regresé con Medina, el enojo era visible en sus rasgos, aunque no


expresara demasiado, este no pasaba por alto, en cambio su hija no
podía disimular nada en lo absoluto y eso me sorprendía, ¿cómo es que
había podido mantener oculta su relación con el policía ese?
Negué en mi interior. No se trataba de mi problema.

—La conseguirá —dije. Asintió satisfecho.


—Alexa, me llevaré a tu madre, así que ocúpate de revisar la mercancía
e irás con Dexter a recibir la que enviará su hermano —anunció sin más.
A la chica le brillaron los ojos y no paré de maldecir por dentro.
¿De verdad tendría que compartir mi espacio con ella? Joder.
—Sí, papá —murmuró seria, pero la emoción detonaba en su mirada, así como
su
noviecito que no parecía nada contento con los planes.

—Y cuidado —advirtió—, sabes por qué te lo digo.

Rodó los ojos y asintió de malas. No pasó mucho para que solo
quedáramos ella y yo en la bodega, además de la gente que seguía
empacando y acomodando la droga.
—Este cabrón puso paquetes de droga pura por encima y por debajo
la que adulteró — comentó mientras se movía delante de mí—, pero
nosotros revisamos todo antes de enviarlo… lo hacemos por motivos
como este, así es con todos los socios, confiar es bueno…

—Pero no confiar es mejor —finalicé por ella. Sonrió de lado.

—El que termines frases por mí quiere decir que seremos buenos amigos,
muchachote —
dijo, palmeó mi pecho con la mano.

—Tú y yo no seremos nada, niña, no quiero


problemas con tu papá. —¿Le tienes miedo?
—Bufoneó.

—Sé de respeto, algo que tú novio desconoce y por lo cual probablemente


termine con la

boca llena de moscas.

Se postró delante de mí: decidida, retadora, bonita.


—El que seamos amigos no es una falta de respeto, ¿acaso no sabes
que la amistad entre hombres y mujeres existe? —Inquirió, arqueando
una ceja. Instintivamente pensé en Holly.

—Por supuesto, pero eso es algo que no habrá entre tú y yo, niña. —Me retas
—susurró, acercándose más de lo estrictamente necesario.

—Solo te pongo las cosas claras desde ahora. Mantén tus hormonas
controladas cuando estés conmigo. —Soltó una carcajada.
—Uy, muchachote, contigo no las puedo controlar, así que te toca
aguantarme, ¿cómo la ves? —Espetó, con las manos aferrándose a su
pequeña cintura.
Eliminé la nula distancia que existía entre ambos y agarré un mechón
de su cabello acomodándolo detrás de su oreja sin que ella hiciera
algún movimiento, el mío la tomó desprevenida.

—Te recomiendo traigas una silla si es que esperas obtener algo de mí, porque
tú no me
provocas nada, me eres totalmente indiferente, niña.

—¿Quieres jugar? —Tentó.


—¿Quieres perder? —Repliqué serio. Curvó los labios en una sonrisa.

—Yo ya gané —afirmó, guiñándome un ojo.

[***]

Por la madruga mi hermano envió la mercancía, la traíamos con


nosotros mientras recorríamos la soledad de las brechas rumbo a la
hacienda. Alexa iba a mi lado, vestida de negro y con un radio en la
mano por el que no paraba de recibir información de los puntos que
debíamos recorrer para llegar. Los vigías se encargaban de anunciarnos
cualquier novedad para evitar ser tomados desprevenidos por el cartel
contrario o la policía.
Los mexicanos tenían una forma de trabajar muy diferente a la nuestra, se
cuidaban más y sin duda podía aprenderles. Pese a que, Medina era el dueño
de estos lados, no se confiaba en lo más mínimo y su gente cuidaba que no
hubiera intervención de los contrarios dentro de sus territorios.

—¿Cuántos años tienes, muchachote? —Se atrevió a romper el hielo por


enésima vez. No
se trataba de la primera pregunta que me hacia desde que salimos.

—No vengo contigo para socializar, ya te lo dije. —Se llevó una goma de mascar
a la boca,

hizo una bomba y la explotó casi en mi cara.


—No estoy socializando, recaudo información del desconocido que papá metió
a nuestra
casa.
—Ese no es tu trabajo —simplifiqué.

—Bueno, es un tema de importancia para todos —se excusó.

—Eres demasiado… metida —mascullé.

—Confirmo —rio—, cuidado y termino metida en tu cama, mira que yo nunca


me quedo

con las ganas.


Pellizqué el puente de mi nariz, exasperado por su
comportamiento infantil que me metería en problemas. Pero ¿qué
podía esperar de una niña?

—Eres una niña.

—Sí, sí, soy todo pues. —Se carcajeó.

—Señorita, García reportó dos rápidas por el boulevard con dirección al centro.
—Su risa

se detuvo de forma abrupta.

—Enzo no me ha reportado nada —sacó una glock del interior de


su chaqueta y la preparó—, sigue por la misma ruta, pendiente.

El chofer asintió y continuó conduciendo en la misma dirección, no


había autos, nada más que no fueran las camionetas en las que nos
movíamos.
—Las rápidas es la policía —informó—, no tienen nada que hacer en
la calle, no cuando llevamos mercancía, se les ordena guardarse, así
que dudo mucho que sean de nuestra gente.

—¿Problemas? —Estiró los labios hacia atrás.


—Es probable. —Me miró—. ¿Has matado?

—Muchas veces —contesté neutro, aun recordaba como corté las cabezas de
los Caruso y
lo que hice con Adam.
—Yo también —susurró.
—Señorita, hay reten a dos kilómetros —dijo otro de los hombres. Alexa
suspiró

profundo.

—Vamos a atorarle pues, no podemos perder la mercancía —me


miró con el radio a centímetros de su boca—, preparados, vamos a
responder, la mercancía se salva sí o sí.

Me hice de mi arma, un calibre 45 regalo de Dixon. Nuestro apellido


grabado en la cacha; la cuidaba, era mi favorita, aunque muy pocas
veces la utilicé.

—Muy bonita —señaló Alexa con la vista fija en mi arma.

—Un regalo.
—Por lo regular lo son.

Minutos después las camionetas fueron detenidas por el retén,


hablaban con uno de los choferes, nosotros nos manteníamos en el
medio de ellos, a la espera de cualquier movimiento.

—Espero nos dejen pasar, no quiero matar a nadie, tengo sueño.

No respondí, no pude porque el rechinido de llantas llamó mi atención.


No me quedó más que bajar de la camioneta deprisa, visualicé a tres
autos rodeándonos y en cuanto tuve los pies abajo, gente armada de
me dio la bienvenida.
Dispararon contra nosotros, respondí tratando de cubrirme con la
puerta, pensando en sí este sería un buen momento para abrirle los
brazos a la muerte e irme a encontrar con Darla. Joder. Como la
extrañaba.
—¡Abajo! —Alzó la voz Alexa.

Apenas vislumbré su esbelta figura abrirse paso antes de arrojar una


granada contra dos de los autos. Los sicarios huyeron para
resguardarse antes de que estallaran. El estruendo me desubicó un
segundo, el calor del fuego me apretó la piel.
—¡Vámonos!
Alexa cogió mi mano entre la suya, tiró de mí y la seguí sin tener la menor
intención de soltarla. En menos de un segundo estuvimos dentro de otra de las
camionetas, esquivamos balas, fuimos cubiertos por la gente para que nadie
siquiera pudiera tener un acercamiento con nosotros; se desvivían por proteger
a la hija de su jefe y era probable que yo hiciera lo mismo en su momento. Al
estar arriba los estruendos seguían, pero nosotros ya nos movíamos
alejándonos de todo el alboroto.
—Primer día de adrenalina —dijo agitada. Me volví a verla y fui consciente de
que
nuestras manos seguían entrelazadas.

Sus dedos se aferraban a los míos que respondían de la misma


manera. Su mano era pequeña, cálida y a la vez, fuerte.
Desconcertado me aparté de golpe, ella siseó por lo bajo.

—No tengo ningún tipo de enfermedad


—comentó con sorna. —Solo mantén tu distancia
—murmuré.

—Hace poco no parecías muy desesperado por querer soltarme, ¿acaso


no te gustan las mujeres? ¿O por qué ese miedo? —Averiguó. Su móvil
no dejaba de timbrar, acabábamos de escapar de una trampa y ella
solo pensaba en hacerme preguntas incomodas.

—Vengo aquí a hacer un trabajo, no a socializar contigo, ni con nadie,


grábate bien eso en la cabeza y para de joderme con tu terquedad
—espeté exasperado. Mi tono de voz demasiado filoso y molesto.

—Ah cabrón —rio con coquetería—, enojado te ves más chulo.


Cerré los ojos y quise darme de golpes contra lo primero que
encontrara. A esta niña no podía ganarle una, jamás se enojaba,
siempre sonreía, ¿qué carajos le pasaba?
—Eres un maldito dolor de cabeza. —Se carajeó, como solía hacerlo a menudo
desde que

llegué.
—Un grano en el culo, como mi papá —corrigió, encogiéndose de
hombros—. Dilo sin miedo, muchachote, que yo no me ofendo por
la verdad.
Sacó el móvil y chasqueó la lengua.

—Mi papi —sonrió—, siempre preocupándose.

Colocó el altavoz y se puso otra goma de mascar en la boca, vaya


que le gustaba estar masticando.
—¿Ya vienes para acá? —Preguntó Medina.

—Afirma, señor padre —respondió risueña.


—Alexa, deja de ver esto como un juego, ¿pudiste sacar la mercancía?
Hernández está

esperando en el entronque, los acompañará.

—Está bien pues. ¿Sabes algo de Enzo?


—No era su gente, fue orden de arriba, ya me haré cargo, sé de
donde viene eso. —¿Cortaremos cabezas? —Inquirió con cierta
emoción.

—Tú no harás ni madres —la detuvo—, te veo en quince.

Colgó y su sonrisa no se iba, era como si le gustara la mala vida.

—¿Cómo ves a mi papi? —Sacudió despacio su cabeza— Me lanza a los narcos y


luego

quiere dejarme encerrada en una burbuja.


—Nadie quiere para sus hijos esta vida, niña, cuando los tengas entenderás.
—Esta vez no

hubo una sonrisa en su cara, solo un vacío inmenso en su expresión que me


desubicó.
—Eso no sucederá, yo no puedo tener hijos —suspiró—, me quitaron la matriz
hace unos
años.
Su respuesta no me la esperaba, no pude sentir más que
incomodidad. Cosas como esas no se dicen de esta forma, menos a un
desconocido.
—Lo siento —fue lo único que salió de mi boca. Ignoraba el contexto, así que no
pude

decir más.

Milagrosamente ella se quedó callada. Volvió el rostro hacia el paisaje oscuro y


nos mantuvimos en un silencio tenso hasta que llegamos a la hacienda. En
cuanto la camioneta se detuvo, Maia se acercó. Como cualquier madre, revisó
cada facción en la cara de su hija, le transmitía esa preocupación y cariño
incondicional que jamás visualicé en mis padres, al menos no por Dixon. Ellos
nunca se preocuparon por él de este modo, siendo todo lo contrario conmigo. A
mí jamás me faltó amor, ni siquiera el de mi hermano.

—¿Has viajado a Ciudad Juárez? —Me abordó Medina. No lo vi llegar por seguir
absortó

en la escena que Maia y Alexa me daban.

—No, no conozco —lo enfrenté. Su semblante serio y molesto.

—Tengo gente que puede ir, pero me gusta para que vayas tú —dijo sin más—.
Con tu

complexión solo pareces un turista más.

—Puedo ser su guía, papá —se ofreció Alexa—, García tiene familia allá, son
como Dexter:

blanquitos de ojo azul.


—Será mejor no arriesgar a su hija, puedo hacerme cargo y traerle a
quien nos hizo esto —hablé rápidamente. Ni loco viajaría con esta
niña, acabaría por matarme.

—Hablaremos de esto más tarde —miró a su hija y luego a mí—, vayan a


descansar.

Asentí y sin mirar por un segundo más a Alexa, me dirigí hacia el


interior de la hacienda. Mi habitación se hallaba en la tercera planta,
una de las últimas; entré y me deshice de la ropa mientras caminaba
en dirección al baño. Estaba lleno de polvo, pero cansado como para
tomar una ducha larga, así que solo me tomó diez minutos el
limpiarme y salir con una toalla envuelta en mi cintura.
Abrí mi equipaje, cogí un bóxer y me lo coloqué. Entre mis cosas se
hallaba una foto de Darla, una foto del día de nuestro compromiso; la
melancolía y el odio me inundaron completamente. Ella estaba feliz,
ambos estábamos felices. Su sonrisa jamás la olvidaría, la felicidad que
desbordó al decirme que seriamos papás fue un momento que me
marcó, al igual que ver su cuerpo en la morgue… sin vida.
La ira y el resentimiento seguían viviendo dentro de mí cada vez que la
recordaba. A pesar de haber vengado su muerte, no encontraba paz
alguna. Había paz en mi mente, pero mi corazón se volvió un filo que
hería mi alma con cada latido. Sangraba y envenenaba todo dentro de
mí. Estaba cansado de vivir con esto, de ser un jodido robot. Nada
ayudaba, nada servía, la mafia, las muertes, las distracciones, todo
resultaba monótono y sin sentido.

Quería a Darla de vuelta. Quería a mi mujer a mi lado.

Unos golpes en la puerta y distrajeron, detuvieron de forma abrupta el


desvío doloroso de mis pensamientos. Confiado abrí la puerta y estuve
a punto y volver a cerrarla si no fuera porque la morena retadora
ingresó a mi habitación antes de que pudiera hacerlo.

—¿Qué demonios haces aquí? —Asomé mi cara por el pasillo sin


ver a nadie— Me meterás en problemas, Alexa —agregué
enfadado.

Sin embargo, ella no decía nada, estaba muy concentrada mirándome


la entrepierna sin ningún tipo de vergüenza. Reparé entonces en mi
semi desnudes.

—Qué bonito.
—¿Qué quieres? —Ignoré su comentario. Sin saber por qué, me intimidaba su
constante

coqueteo. No me parecía de lo más lindo, nunca una mujer se me acercó de ese


modo.

—Preguntarte si querías cenar, mamá me mandó.


—No, solo quiero descansar. Dale las gracias de mi parte.
Se mordió el labio inferior y asintió; su mirada viajó a mi equipaje, más
concretamente a la fotografía de Darla conmigo. La tomó sin pedir
permiso.
—Ya entiendo por qué me rechazas —me miró—, me hubieras dicho que tenías
novia.

—Prometida —corregí, su expresión fue neutra—, era mi prometida.

—¿Era? —Inquirió.
—La mataron —simplifiqué. El nudo en mi garganta asfixiaba.

—A mi tía también la mataron, ella solo tenía dieciocho —susurró—,


mi tío se enfocó en su trabajo, pero no hay día que no la eche de
menos —suspiró—, lamento tu perdida.

—Gracias.

Colocó la fotografía en su lugar y la chispa enérgica que la


caracterizaba se esfumó como si jamás la hubiera traído consigo.

—No hay mejor manera de honrar a nuestros muertos, que viviendo por ellos.
Mantente

de pie y ella seguirá con vida, porque en tus recuerdos siempre permanecerá.

Se inclinó hacia mí y depositó un beso en mi mejilla.

—Buenas noches, muchachote.

Capítulo 4
Alexa
Su mano apretaba mi boca mientras me embestía desde atrás.
No podía controlarme y quedarme callada cuando me hacia sentirte
tanto. Su mano libre estimulaba entre mis piernas, su boca succionaba
en mi clavícula y se deslizaba hacia el cuello, lamía, mordía y repetía el
proceso. No era la primera vez que lo hacíamos en uno de los pasillos
de la hacienda, me gustaba la adrenalina, tenía un gran sentido de la
aventura que había mandado a la tumba a varios de mis pretendientes,
Enzo caminaba la misma delgada línea, esperaba que no corriera el
mismo destino, de verdad me divertía con él.

—Como odio no escucharte gemir —jadeó en mi oído—, pero me excita tanto


cogerte

aquí, justo aquí.


Cerré los ojos, la mejilla contra la pared, lo sentía llegar más
profundo, mi orgasmo se aproximaba y no podía asegurar que me
quedaría callada. Carajo.

Metió dos de sus dedos a mi boca, los chupé y sus embestidas se intensificaron,
los movimientos de sus dedos en mi clítoris fueron en aumento, estaba absorta
en sus caricias, en lo que me hacia sentir, me volvía loca, era tan bueno y tenía
un pene que hacía maravillas.

—Ya voy a llegar —anunció entre gemidos.

Me mordí los labios y llegué junto con él, viniéndome deliciosamente


entorno a su pene que palpitó con fuerza dentro de mí, sin embargo,
todo su semen se dispersó dentro del preservativo. Enzo no sabía que
yo no podía tener hijos, era algo que solo mi familia sabía, y ahora
Dexter. Luego de decírselo, me cuestioné en el por qué lo hice, jamás
hablaba sobre mí, mucho menos sobre ese tema. Con él tuve la
confianza de soltarlo sin más, ni siquiera lo conocía, ni siquiera confiaba
en él y a pesar de eso, no sentía que haya cometido un error al
contárselo.

Con Enzo era muy diferente, lo veía como un pasatiempo, aunque él


ya sintiera amor. Mi problema no se lo confiaría, además, si se lo
decía, no dejaría de usar protección, no me gustaba hacerlo sin
preservativo, vaya a saber uno si él me era fiel.

—Me encantó —besó mi nuca—, tú me encantas.


Acomodé mi ropa, ya me iría duchar en un momento. Me volví hacia Enzo.

—No te quiero ver pegada del güero ese —espetó de malas. Rodé los ojos.
—A mí no me vas a estar ordenando —le golpeé el pecho con mi mano—, no te
equivoques conmigo.
—Hablo en serio, Alexa, eres mi novia y veo como se te van los ojos con ese.
—Se me van los ojos con todos, no te proyectes tanto, corazón —mascullé
cansina.

Agarró mi brazo con firmeza y me atrajo a él de forma brusca, su


mirada retadora me hacia saber cuan enojado estaba.
—Te lo estoy advirtiendo, Alexa, a mí no me gustan esas chingaderas y te lo
dejé en claro

desde el principio.

Me solté bruscamente, cansada de su actitud, no es como si estuviera


cogiendo con todos los hombres que hallaba en mi camino. Mirar no
me quitaba nada.

—Pues así soy yo, ¿o qué? ¿Me vas a decir que tú no volteas a ver a ninguna
mujer? ¡Por

favor!

—Solo estoy contigo, te amo, puta madre —continuó con su letanía.

—Te dije que no te enamoraras —recordé—, lo de nosotros es sexo, Enzo.


—Eres mi novia.

—El que lo sea no me obliga a amarte, no puedes exigirme algo


que no puedo darte. —¿Y qué putas significa eso? —Increpó.

—¿Sabes qué? Cuando estés tranquilo, hablamos.


Di la vuelta, pero más tardé en hacerlo que en lo que él volvía a
tomarme de ambos brazos, presionándome a su cuerpo con
violencia, vuelto loco de celos.
—A mí no me vas a dejar con la palabra en la boca,
¡¿entendiste!? —¡Suéltame! ¿Qué putas madres
está mal contigo, pendejo?
Forcejeé con él y antes de poder patearle sus partes, de un jalón
alguien me lo sacó de encima; retrocedí y casi caigo. Ahora sí me
hallaba enojada.
—¡Que sea la última vez que me tratas así! —Advertí enardecida— ¡Yo no soy
cualquier

pendeja!

Dexter se interpuso entre nosotros, me daba la espalda mientras Enzo


se ponía rojo por el coraje.
—No hemos terminado, Alexa. Y tú deja de entrometerte, esto no es tu asunto
—se dirigió

a Dexter.

—Tienes razón, es asunto de Medina, creo que debería de ir por él


para decirle como es que te vi tratando a su hija y en su propia casa
—siseó por lo bajo, totalmente serio, sin que le temblara un segundo
la voz para amenazar.

La expresión de Enzo cambió de inmediato. Tensó la mandíbula y


asintió despacio. Me dedicó una mirada antes de dar la vuelta y
perderse por el pasillo. Entonces solté el aire que retenía a la vez que
sacaba un cigarrillo de marihuana. Necesitaba relajarme.

—¿Qué crees que haces?

Dexter me arrebató el cigarro de marihuana de inmediato. Apreté el ceño.

—Oye, consigue la tuya.


—Esto no se consume, Alexa —espetó.

—¿Para qué crees que la vendemos? ¿Para que la tengan de


adorno? ¡Dame eso, chingada madre! —Exigí. Quería fumar un
poco.

—No. Nosotros la vendemos, solo la vendemos, niña.


Se guardó el cigarrillo dentro de la chaqueta. Resoplé y me crucé de
brazos. Bien, por ahí tenía más hierba oculta, ya la fumaría después.
No le veía nada de malo, el alcohol hacia más daño, ¿y lo prohibían?
Pues no.
—¿Tan confiada estás de que tu padre no descubrirá que follas aquí?
—Inquirió, dio un
recorrido con sus ojos al pasillo.
—Tengo sentido de la aventura —encogí mis hombros—, además, ¿qué
hacías viéndonos? —Entorné los ojos— Pervertido.

Soltó un bufido y negó despacio, parecía aburrido.

—No es mi culpa que ese tipo no tenga el valor suficiente para pedirle permiso
a tu padre

de estar contigo. Las cosas no se hacen así.


—¿Estás oyendo lo que dices? ¿Pedirle permiso a mi padre? —Me
carcajeé— ¿Sabes lo que le hizo al último chico que se atrevió a
decirle sus intenciones conmigo? —Calló, esperando mi respuesta—
Pasó su muerte como un asalto, lo mandó matar al día siguiente de
haber venido a verlo.

Mi voz tembló al decir esto, aun recordaba el dolor que esa acción me
causó. Mi padre no se tentaba el corazón para matar, a él no le
importaban mis sentimientos, nadie era digno a sus ojos.

—El valor de aquel chico, mi padre lo tomó como una burla hacia él
—susurré—, no puedo tener amigos, no puedo tener pretendientes… ni
que decir de novios, él nunca me dejará estar con nadie.
—No está bien lo que hace, tú no eres suya. —Suspiré.

—Díselo a él, mamá lo ha intentado, pero no cede, quien me mira, le


arranca los ojos… literal —me dejé caer sobre el suelo, deprimida al
recordar en donde nací y quien era mi padre—, por eso todo lo hago a
escondidas, todo.
Dexter se sentó a mi lado, lo cual no esperaba. Sacó un cigarrillo
normal, lo encendió y luego me lo ofreció.

—Esto da cáncer —señalé.


—A largo plazo —bromeó, mas no hubo un atisbo de
sonrisa en sus labios. —Nunca sonríes —puntualicé.
—No tengo motivos —simplificó de inmediato.
—¿Te cuento un chiste? No soy buena, pero por eso doy risa, digo cada
pendejada.
Curvó la comisura de sus labios hacía un lado. Es como si quisiera
sonreírme de verdad y hubiera una barrera que le impidiera hacerlo.
Con la confesión de la muerte de su prometida, podía entender por
que había tanta tristeza en sus ojos y una nula sonrisa en sus labios.

—Irás conmigo a Ciudad Juárez —dijo de pronto, en un cambio de tema radical


—, tu
madre también nos acompañará.

—Ya decía yo —di una calada larga—, no me gusta cuando ella va.

Solté el humo y le devolví el cigarrillo, él lo terminó. Aquí nadie podía


vernos, era un área cercana a mi habitación y mi padre prohibía el
acceso a cualquiera, lo cual me beneficiaba y a la vez, perjudicaba.

—Tu madre tiene muchos pantalones.


—Más huevos que cualquier cabrón —coincidí—, es la única que ha hecho ver
su suerte a

mi padre.

—No podía ser de otra forma.


—¿Y tú tienes familia? —Pregunté, curiosa por conocerlo. La expresión en sus
ojos cambió
de inmediato a una más… alegre.

—Sí, la tengo —respondió.


—¿Hermanos? —Esta vez sí pude ver una sonrisa.

—Dixon —susurró.
—Bonitos nombres, ¿ustedes son gemelos? —Rio.

—Somos de todo, menos parecidos.


—Te llevas bien con él, ¿verdad? Apenas lo nombras y la expresión te cambia.
—Suspiró y
agachó la cabeza.
—Él es la persona que más amo en esta vida, mi hermano lo es todo para mí.
—Oírlo

hablar así me apretujó el corazón.

—Ojalá yo hubiera tenido hermanos —murmuré cabizbaja—, ni siquiera podré


tener hijos.
—Siempre puedes adoptar —sugirió. Sonreí.

—Solo si lo adoptas conmigo, un güerito chulo ojiazul —bromeé. Me miró, esta


vez

sonreía de verdad.

—Qué raro hablas.

—Si quieres me callo y te beso —tenté.

Sacudió la cabeza y se incorporó del suelo, me tendió la mano y solo


por molestar, apreté mi pecho al suyo con bastante fuerza. Se sentía
duro, era puro musculo que no me cansaría de manosear cuando él
decidiera decirme que sí.

—No pierdes oportunidad —dijo, mirándome


desde arriba. —No me puedes culpar.

Me soltó y juntos regresamos al interior de la casa, al entrar, escuché


la voz de mi papá, gritaba bastante alto, lo cual muy pocas veces hacia
cuando se hallaba aquí. Apresuré mi paso y en la sala me encontré con
mi tío Roberto y mi papá, este caminaba de un lado a otro con el
teléfono pegado al oído.
—¿Qué pasó? —Averigüé hacia mi tío. Besó mi mejilla y le dedicó una mirada
de
desconfianza a Dexter.

—El cabrón que nos mandó la droga —respondió—, tu padre le está mandando
un
ultimátum.
—¿Se la va a dejar pasar? —Inquirí estupefacta.
—Eso parece.

Miré a mi papá, su cara estaba roja del coraje, apretaba el teléfono con
demasiada fuerza, sus pasos no cedían.

—Tienes una puta semana, me vale madre de dónde vas a sacar mi


mercancía, pero me la entregas —advirtió en tono filoso—, y cuidado
me falles, porque te saco de donde te escondas, hijo de puta, a mí
nadie me ve la cara de pendejo, ¡¿oíste?!

Dicho esto, acabó la llamada. Respiró hondo y posó sus ojos en nosotros tres.

—Maia no irá con ustedes, mi cuñado lo hará en su lugar —explicó aun


iracundo—, van a vigilarme a ese pendejo, que cumpla con lo que
prometió y cuando lo haga, lo matan. No me importa quien, ni como,
lo quiero muerto.

—Sí, papá. ¿Cuándo salimos?

Estiró su brazo hacia mí, enseguida tomé su mano. Él nuca era de


abrazarme, así que me tomó desprevenida que su brazo descansara
en mis hombros mientras me daba un beso en la frente. Lo único que
hice fue rodearle la cintura con mi brazo.

—Es la primera vez que dejo que mi hija salga a otro estado, son
territorios peligrosos, así que confiaré en ustedes, a ti, por ser ella la
hija de tu hermana y a ti —miró a Dexter—, por la lealtad que has
demostrado tener.

¿Lealtad? ¿De qué lealtad hablaba? Apenas había estado aquí muy
poco. ¿De dónde lo conocía? ¿Por qué confiaba tanto en él? Quería
saber todo, estar al tanto de cada detalle y seguía sin comprender por
qué Dexter Russo me intrigaba tanto.

—Llevarán una fuerte cantidad de gente, ellos los contactarán allá. Ciudad
Juárez no es mi
territorio, hay peligro con los carteles, así que atentos, los necesito despiertos.

—Sabes que no te fallaré, cuidaré de mi sobrina —dijo mi tío.


—Daré mi vida por ella de ser necesario —agregó Dexter, sus ojos en mí
mientras un
escalofrío crepitaba por mi espina dorsal.
Sí, Dexter Russo, si mueres tú, morimos los dos.

Capítulo 5
Dexter
Intentaba mirar el cielo estrellado, pero la contaminación no me lo permitía.

El humo de mi cigarrillo danzaba con el sereno blanquecino, fundiéndose con


él, se mezclaba con el vacío que se extendía eternamente; resultaba cansino
pasar por lo mismo, día tras día, noche tras noche. Cuando mi mente se hallaba
ocupada no había espacio para pensar en lo perdido, pero en momentos como
este, donde el silencio vasto y la soledad agridulce hacia acto de presencia más
fuerte que nunca, el dolor por su ausencia y lo perdido, se manifestaban y
lastimaban.

Había llorado demasiado y quería sonreír, lo más que pude sonreír fue
el día anterior con Alexa. Ella y Holly eran capaces de sacarme una
sonrisa sincera, a esta última la echaba de menos, aunque me sentía
avergonzado por lo que le hice, fui un completo imbécil con ella.
Agarré mi móvil cuando una llamada entró. El nombre de Dixon relucía
una y otra vez, sin más respondí.
—¿Qué pasa? —Atendí.

—Estás en ciudad Juárez.


—Deduje que lo sabrías.

—Tengo gente cuidándote. No es una ciudad segura, menos para ti.


¿Cuántos días estarán ahí? —Preguntó, preocupándose como siempre.
Antes no me daba cuenta de lo mucho que él se esforzaba por
mantenerme a salvo, me arrepentía de todo lo que le reproché
cuando lo único que hacia era dar todo por mí.
—No lo sé, debemos matar a alguien.
—No me gusta que te den ordenes —espetó. Negué y di una calada, seguí el
recorrido del
humo.
—Me da igual, francamente no me molesta, Medina siempre tiene algo para
mí, así

mantengo mi mente ocupada.

El silencio se extendió entre los dos. Sabía que él tenía algo para decirme.
—Entonces, ¿estás bien? —Se aclaró la garganta. Sonreí levemente. Se le
dificultaba
mostrar su preocupación de una forma tan directa.

—Estoy bien, ¿nuestros padres…? —Suspiró.

—Hubo problemas, pero nada de que preocuparse. Ya me estoy haciendo


cargo.
—¿Seguro? Si me necesitas…

—Tengo a Holly, con ella todo está bien.

—Dale mis saludos, si me necesitas no dudes en hacérmelo saber,


ustedes son primero — reiteré. No era de hacer muchas
demostraciones de afecto, pero la vida era muy corta como para seguir
guardándome lo que sentía.

—Estamos en contacto, mi gente te cuida. Procura no morir, tengo


suficientes problemas ya. —Reí.

—Todo en balance, hermanito.


—Idiota.

Dicho esto, terminó la llamada y solté una risa. De alguna manera


siempre teníamos que dejar todo de lado para ofendernos.
—¿Tu hermano? —Inquirió su voz cantarina. De un momento a otro la tuve
sentada a mi
lado. Nuestras piernas oscilaban en el vacío.
—¿No deberías estar dormida? Más tarde tenemos que ir por el objetivo.
—Encogió los
hombros, reparé en que se trataba de su gesto favorito.

—Solo es vigilancia, papá le dio una semana —me arrebató el


cigarrillo y dio una calada, enseguida advertí el olor a marihuana en
ella—, así que nos queda ese tiempo aquí, solo tú y yo, muchachote.

—Fumaste hierba —acusé. Se mordió el labio.


—No soy adicta, me gusta y lo controlo.

—No lo hagas cuando estés conmigo.

—Me estás pidiendo que la deje —se quejó—, estaré todo el tiempo pegada de
ti. —Me

dio un empujón con su hombro.

—Vaya que eres terca.

—¡Alexa!

Ambos nos volvimos hacia Roberto, se dirigió a paso decidido con nosotros.
Lucía molesto.

—¿Qué haces aquí? Vete a tu cuarto, ¡ya! —Ordenó enojado,


como si nos hubiera encontrado haciendo algo malo. La forma en
que la trataban me parecía de lo más exagerado.
—Solo estamos platicando, tío —se incorporó—, no es un pecado hacerlo.

—Tu papá fue muy claro con sus órdenes, así que metete, ahora.
Ella me dedicó una mirada de disculpa y obedeció sin replicar
otra vez. En cuanto estuvimos solos, Roberto se acercó conmigo.

—No tengo nada contra ti, ni lo tendré mientras te mantengas alejado


de mi sobrina, de la manera que sea, Russo —comenzó a decir—, ella
no tiene permitido tener amigos, ni mucho menos novios.

—¿Puedo saber por qué? Es ridículo, ¿qué piensa Medina? Alexa tiene
que vivir su vida, él le permite rodearse de mafiosos y matones, pero no
un noviazgo, ¿dónde mierda está la congruencia?
—Yo no soy su padre, él va a criarle como mejor le plazca y no puedo
inmiscuirme, nadie
puede. Así que, para evitar problemas, procura hablarle solo cuando sea
necesario.

—Está equivocado, solo va a lograr que ella se largue en cuanto tenga la


oportunidad —
espeté. Roberto rio.

—Alexa es la joya de Medina, él nunca va a dejar a su hija sola, ni en manos de


ningún

cabrón.

No insistí más, Roberto tenía razón, nadie podía inmiscuirse, pero el


que fuera así, no significaba que estaba bien. Mi lado racional me
sugería mantenerme alejado de los problemas, tal y como lo pensé
cuando llegué: la vida de Alexa no era mi problema. Sin embargo, mi
lado estúpido se rebelaba y me impulsaba a llevarle la contraria a
Medina solo por joderlo y por darle un poco de alegría a Alexa. La chica
era solitaria, quizá por ello siempre buscaba el modo de hacer amigos
con todo el mundo.

Entré al edificio, dejando a Roberto en la terraza. Alexa se quedaba en


el último piso en compañía de su tío, yo, por el contrario, me instalé en
el primero, acompañado de la gente de Medina, la cual se situaba
dispersa por toda la manzana; pasaban desapercibidos ante los demás,
todos como civiles, cuidándonos las espaldas.

Eché un vistazo a mi espalda y no vi por ningún lado a Roberto.


Decidido golpeé la puerta de Alexa, ella no demoró en abrir, la sorpresa
detonó en sus rasgos. Antes de que pudiera decir algo, entré a su
habitación y cerré deprisa.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Averiguó, se cruzó de brazos,


llevaba un top negro que alzaba sus senos, mas intenté no prestarle
atención a eso y sí a los residuos de lagrimas que tenía en los ojos.

—Llevándole la contraria a Medina —contesté.


Enarcó una ceja. —Creí que lo respetabas y bla bla
bla —se mofó.
—Si quieres me voy —sugerí.
—Oh cállate —rio y me tomó de la mano—, ¿te gusta la música en español?
—Preguntó.

Me senté con ella en la cama, la habitación era de lo más normal,


contaba con todo lo necesario, pero sin lujos extravagantes. Alexa se
cruzó de piernas mientras buscaba música en su móvil.

—Esta canción es muy bonita —la puso y la voz de una mujer con
matices melancólicos comenzó a oírse—, la acabo de encontrar por
casualidad.

Se recostó a mi lado, sin dudarlo la imité. Ambos con la mirada al cielo,


el silencio llenado por la música; la letra era buena, muy… romántica.
No era mi tipo de música, mejor dicho, no tenía un tipo de música, no
solía escucharla, no cuando me encontraba enojado con todo el
mundo. Hacia bastante que no oía canciones.

—Me gustas para mejor amigo gay —dijo


de pronto. —Da la casualidad de que yo
no soy gay.

—No quieres estar con nadie, así que, gay o no, cuál es la
diferencia —bromeó. —Te es imposible quedarte callada,
¿verdad?

—Me callo solo cuando me besan —susurró, mirándome.

Volví el rostro hacia ella, estábamos a centímetros. La incomodidad


que pude haber sentido, desapareció como si nunca hubiese estado
ahí. Era la segunda chica con la que tenía un acercamiento de
amistad luego de Holly.
—Si voy a ser tu mejor amigo gay, comienza a dejar de coquetearme.
—Se mordió el labio inferior, ambos eran gruesos, carnosos y muy
rojos, incluso sin llevar una sola gota de labial sobre ellos.

—No voy a dejar de coquetearte —agarró mi mano y no efectué ningún


movimiento—,

morderás el cebo… te haré reír hasta que se te olvide de quien soy hija.
Inevitablemente reí. Ella decía cada cosa que, sin poder controlarlo, yo sonreía.
—Déjame oír la canción, Alexa.
—Te la dedico, muchachote —suspiró profundo—, gracias.
[***]

Alexa

Amaba las donas de chocolate. Las comía cuando hacia vigilancias.


García se hallaba conmigo en una calle repleta de autos, pero carente de gente,
vigilábamos a Arturo Ramírez, dueño del cartel de Juárez. El mismo idiota que le
quedó mal a mi padre con la mercancía. Disimuladamente seguíamos sus
movimientos, uno a uno. Dexter se encontraba en otro punto de la ciudad, mi
tío en otro, nos separamos para poder vigilarlo sin levantar sospechas, el tipo
no era ningún pendejo, por algo estaba donde estaba, sin embargo, no se
esperaba que mi padre enviara a alguien a matarlo.

—Estas son unas de las mejores —dije con la boca medio llena.

—¿Quiere otras, niña Alexa? —Preguntó atento. García me cuidaba mucho, era
como mi

nana versión sicario.

—No, con estas agarré pila —bebí de mi coca cola y casi suspiro—, ¿tú tienes
hambre?
—No.

Asentí y respondí la llamada entrante de mi tío.

—¿Alguna novedad? —Cuestionó apenas descolgué.


—El tipo anda en el banco, trae cinco escoltas y dos camionetas Ford
modelo noventa. —No lo sigas, avísame cuando salga, lo vamos a
estar esperando.

—Enterada —murmuré. Di otro mordisco a mi dona y terminé la


llamada. Miré a García—. Los tipos de la camioneta gris no nos quitan
los ojos de encima —informé, a pesar de traer los vidrios polarizados,
los rayos del sol me permitían ver a través del parabrisas—, voy a
bajarme a la tienda.
—Déjeme hacerlo yo —pidió. Negué y envié un texto a mi tío. Si estos se las
olían que
íbamos detrás de ellos, todo se arruinaría.
—No pueden saber que estamos aquí, espérame, no hagas nada.

Bajé del auto, acomodé mis gafas, eché una mirada disimulada a la
camioneta gris, enseguida dos sujetos bajaron de ella y se dirigieron a
mí. Desabotoné mi camiseta para mostrar algo de mi escote, nunca
estaba de más. Entonces entré a la tienda.
—Buenas —saludé—, me da dos donas, de esas de chocolate. Por el reflejo
frente a mí, vi a los sujetos entrar. Se situaron a cada uno de mis costados.
—Dos cigarros —dijo uno. Lo observé, no era feo.

—Como que vas manteniendo tu distancia, compañero —murmuré.

—¿O qué? —Provocó, mirándome de frente mientras me mostraba el arma que


traía en la

cintura.

—¡Qué bonita arma! —Alcé la voz.

Él rápidamente ocultó el arma, la gente detrás de nosotros se volvió a


vernos, curiosos por mi expresión.

—A ver, quiero verla, no sabía que aquí podían traer armas, uy no, allá en mi
pueblo no

nos dejan, a menos que seamos de la gente mala, de esa que dice mi abuelita
que…

—Mira, niña impertinente, mejor lárgate de aquí si no quieres tener problemas



masculló enojado.

—¿Por qué? Si tú me enseñaste tu pistola, ¿o era la otra la que


querías mostrarme? — Inquirí— Porque eso es acoso, eh, mira que
estás muy cerca de mí. Como que te vas haciendo para allá.

—¡Oiga! Deje a la muchacha tranquila —intercedió una señora—.


Vente, niña —me cogió del brazo—, ¿dónde vives? Te acompaño a tu
casa, y ustedes dejen de andar acosando jovencitas.
Tiró de mí y me sacó de la tienda, no sin antes llevarme mis donas y
pagar por ellas. Los matones me miraron de arriba abajo y se fueron
deprisa. En cuanto salí, la camioneta gris arrancó, a la vez que seguían
la blindada de Ramírez.

Rápidamente me monté en el vehículo, agradeciéndole a la señora por su


ayuda.

—Tío, Ramírez acaba de irse —anuncié con el celular pegado a la oreja.


—Enterado.

Cortó la llamada y me entró otra, esta vez de mi papá. Suspiré y atendí.

—Mande —dije.

—¿Se dieron cuenta? —Preguntó. No me asombraba que supiera, él seguía


todos mis

pasos, todos.

—Estás hablando conmigo —murmuré—, claro que no. Me los saqué de


encima, no

sospecharon.

—Perfecto. ¿Todo
bien? —Todo bien
—respondí.
—Me dijo Roberto sobre Dexter, no es necesario que te diga lo que va
a pasar, ¿verdad? —Efectué una mueca. Sabía también que su
llamada era para esto. Típico de Alejandro Medina.
—Dexter solo estaba hablando conmigo sobre su prometida muerta —espeté
brusca—,

¿hasta cuándo vas a seguir tratándome como si fuera de tu propiedad?


—Hasta que se me dé la gana, entiende, Alexa, cabrón que te mire, cabrón que
mato. A mí
nadie me ve la cara, eres mi hija, eres prohibida.
—También quiero enamorarme, papá —susurré enojada y triste—, también
quiero vivir
mi vida.

—Todo a su tiempo, aún eres una escuincla.

—Eso no pensabas de mi madre cuando la metiste a tu cama —reclamé.

—Mucho cuidado con lo que dices. Concéntrate en el trabajo y deja


tus platicadas, no te mandé allá para eso —callé—, ¿entendido?
—Apreté los labios— ¿Entendido? —Repitió.

—Sí, papá. Entendido.

Colgué y los ojos se me llenaron de lágrimas. Me causaba mucho


sentimiento cuando me trataba así, cuando me recordaba que no me
dejaría estar con nadie por según él, yo ser muy joven. Dolía mucho
llevar una vida así… tan triste. Mas nunca nadie se percataba de lo
vacía que me sentía, me desvivía regalándole sonrisas a las personas y
tratando de robarles una, hacía lo que me gustaría hicieran conmigo,
pero no, tenían una idea equivocada de mi persona. Creían que, por
verme feliz, realmente lo era.

—No llore, niña.

—Solo veo mi vida pasar, García, a veces quisiera salir con mis
amigos, aunque primero tendría que hacerlos —sorbí mi nariz—, él
nunca me dejará.

—Lamento mucho que el patrón la cuide tanto.

—No me cuida, mira donde me manda.


—En el trabajo uno nunca se desconcentra, pero el amor, el amor nos
apendeja.

—Pendeja ya estoy —susurré, limpiándome las lagrimas de la cara.


—Animo, todo a su tiempo, niña, todo a su tiempo.

Capítulo 6
Dexter
Sostuve el arma con firmeza, los escoltas apenas me lanzaron una mirada antes
de que me perdiera dentro del baño. Cerré la puerta detrás de mí y encontré a
Ramírez frente al espejo; sus ojos se posaron en mi figura por breves segundos,
atisbé el fugaz reconocimiento, no de mi persona, sino de lo que iba a pasar.
Como si él supiera por qué yo estaba aquí y estuviera consciente de lo que
sucedería y cómo terminaría.

Mostré el arma a través del espejo. Ramírez no se inmutó, no efectuó


movimiento alguno, permaneció quieto, petrificado por voluntad
propia.
—Las deudas se pagan —dijo.

No respondí y disparé. Un suave silbido fue causado por el silenciador,


la bala salió deprisa y atravesó su cráneo, abandonando su cabeza
exactamente por entre sus cejas. El espejo se manchó de sangre, el
cuerpo se desvaneció sobre el lavabo y al final acabó en el suelo
envuelto en un charco de liquido espeso y carmesí. Saqué mi móvil y
tomé la fotografía que se me pidió, luego salí de ahí como si no hubiera
pasado nada.

Abandoné el restaurante, crucé la acera y me monté en la camioneta.


El chofer aceleró y nos perdimos entre el trafico, saqué el móvil y
envié la fotografía. Medina tenía la costumbre de pedir evidencia de
sus muertos, vaya a saber uno por qué.

—Fuiste rápido —comentó Alexa. Llevaba la típica goma de mascar en la boca.


—Quiero volver —simplifiqué.

No demoré en tener una llamada entrante de Medina.


—Medina —atendí.

—¿Hubo problemas?
—Ninguno. Apenas se percataron de mi presencia —expliqué serio. El chofer
iba rumbo al

aeropuerto.
—Perfecto. El Jet los está esperando, Roberto se quedará a encargarse de unas
propiedades, así que estás a cargo de mi hija —su tono de voz cambió a uno
serio y hasta cierto punto, amenazante—, mucho cuidado.
—No te preocupes, la llevaré con bien.
—No es eso lo que me preocupa —masculló—, mi gente irá por ustedes en
cuanto

aterricen. Lo hicieron bien.

Asentí, pese a que, sabía que no podía verme. Terminé la


llamada y miré a Alexa. Viajábamos solo ella, el chofer, García y
yo.

—¿Qué dijo? —Averiguó, la sonrisa en sus labios, pero la preocupación en sus


ojos.

—Que te cuidara —respondí.


Rodó los ojos. —Como si
necesitara que cuidaran de mí.

No dije más, no tenía caso seguir hablando con ella sobre eso. Ambos
nos quedamos callados mientras hacíamos el recorrido al aeropuerto. Al
arribar entramos por otra puerta y sin más abordamos uno de los tantos
Jet de los que Medina era dueño. El tipo al igual que Dixon, estaba
podrido en dinero. Yo también podría ser jefe, pero prefería hacerme
cargo de cosas como estas, que quedarme en una mansión resguardada
de matones a dar ordenes. De alguna forma, quizá consciente, aun
seguía buscando la muerte.

—¿Has pensado en enamorarte otra vez? —Inquirió Alexa. Tomó asiento frente
a mí,

García se sentó al fondo, así que prácticamente estábamos solos.


—No, no está en mis planes.
—Pero ¿eres consciente de que enamorarse no es algo que se planea? —La
miré.
—Absolutamente.

Suspiró y miró por la ventanilla un momento, solo el momento en el


que el Jet despegaba. Advertí cierto cosquilleo en mi estomago, aun no
me acostumbraba del todo a viajar.
—Enzo dice amarme —comentó de pronto—, a veces no sé si me ama a mí, lo
que
represento o la adrenalina que experimenta al estar conmigo.

—¿Se lo has preguntado?

—No me interesa saberlo, solo lo pienso —me observó—, soy más


de coger, que de enamorarme —se sinceró—, papá en algún
momento se enterará y me los matará, las ganas me las puedo
quitar con cualquiera, pero el corazón roto es punto y aparte.

—¿Tanto miedo le tienes? —Cuestioné.


—No es miedo, no lo conoces, Dex —dijo seria—, mi papá es un mafioso de los
de antes,

de sangre fría, machista, no se tienta el corazón, a veces dudo de si en verdad


tiene uno.

Me incliné hacia al frente, deshaciéndome del cinturón. Mis codos


en los muslos, mi mirada sobre ella.

—Hasta ahora solo he escuchado cosas negativas de tu padre, entonces, ¿por


qué tu

madre se casó con él? Algo bueno debe de haber.


Su mirada se perdió un instante a la vez que una pequeña sonrisa era
esbozada por sus labios rojos.
—Es verdad, no todo es malo —aceptó—, conmigo no suele ser
cariñoso, pero con mamá —sonrió—, se derrite en sus brazos, ¿sabes?
A pesar de que soy su hija, solo con ella es capaz de mostrarse como
realmente es.
—Sucede cuando encuentras a la persona indicada. Mi hermano era
un caso —reí un poco—, pero Holly sacó lo mejor de él, tanto que le
dice bebé y él parece un gatito en busca de cariño.
Alexa soltó una carcajada, se quitó el cinturón y tomó asiento a mi lado.
No paraba de reír, reía de forma natural, sus ojos se achicaban y un par
de hoyuelos aparecían en sus mejillas que se volvían regordetas. Su risa
no era forzada, ni fingida; incluso al conocerla tan poco, descubría
detalles de ella, por ejemplo, que cuando reía, no lo hacía de verdad, lo
usaba como una simple mascara para ocultar la tristeza que llevaba
encima, la cual no sabía por qué sentía.
—¿En serio le dice bebé?

—No te burles, si sabe de esto, me encerrará de nuevo —comenté con una leve
sonrisa.

—¿Encerrarte? —Repitió— ¿Cómo?


—Larga historia.

—Largo viaje. ¿O prefieres que siga coqueteándote? —Rodé los ojos.


—No pierdes oportunidad, ¿cierto?

—¿Contigo? Nunca —se mordió el labio inferior—, me gustas mucho.

—Recuerda lo que dijimos.

—¡Ja! Si solo estaba mirándote los brazos y esas manos tan bonitas que tienes.
—Bajé la

mirada a mis manos. No encontraba motivo por el cual ella estuviera


mirándolas.

—¿Mis manos? —Inquirí incrédulo.


—Tus manos se van a ver muy bonitas como accesorio.

—¿Accesorio para qué?

Cogió mi mano sin permiso y la acomodó en su garganta.


—Para mi cuello.
Resoplé. Alexa salía con cada cosa, nunca dejaba de sorprenderme.

—Estás loca.
Volvió a reír, mi mano seguía en su cuello y ella no tenía planes de soltarme. Se
reclinó sobre mi pecho, no detenía su risa y yo sin más la estreché en mis
brazos. Alexa se acomodó y de a poco su risa se desvaneció. Me rodeó el
abdomen con su brazo y cerró los ojos.
Ninguno habló. Alexa se mantuvo reclinada contra mí, la sostuve o
quizás ella me sostuvo a mí. Cerré los ojos y por primera vez en días
pude dormir sin tener pesadillas.
[***]

Alexa

Terminé de guardar en mi bolso el dinero del último cobro que hacia


para mi papá. Salí del establecimiento y eché un vistazo a la calle de
extremo a extremo. Tenía a los vigías cerca, uno en cada esquina, jamás
me dejaban sola, podía ser un pueblo pequeño, pero el peligro siempre
acechaba y venía de las personas que menos te lo esperabas. Confiar no
era lo mío, nunca lo sería.

—Alexa, súbete —ordenó Enzo, apenas abrió la puerta de la camioneta. Ni


siquiera sabía

que vendría.

Suspiré resignada. Me trepé a la camioneta y cerré de golpe la


puerta, mi vista en la ventanilla, francamente no tenía ánimos de
pelear y mis deseos por arreglar las cosas tampoco se encontraban
muy presentes. Detestaba cuando intentaban controlarme,
suficiente tenía con mi papá, no estaba buscando a un sujeto igual
que él.

—Sigues molesta —afirmó.

—Desinteresada, creo que es peor —espeté.


—Nunca habíamos peleado, ¿lo haces apropósito para ir y cogerte a ese
cabrón? —
Increpó tosco. García me lanzó una mirada por el retrovisor. Negué despacio.
—No necesito pelearme contigo para meter a quien yo quiera a mi cama —lo
enfrenté—,
no soy de tu propiedad.

—Eres mi novia.
—No soy tu novia, Enzo. Solo soy a quien te coges.
—No eres eso para mí y bien lo sabes —me sujetó del brazo con
firmeza—, te amo, Alexa, y si no he hablado con tu padre es porque tú
no lo has querido. —Resoplé.
—¿Cuánto tiempo crees que dures con vida después de decírselo? Tú lo sabes y
yo lo sé,

por eso no hablas, Enzo, tu intensión no es esa, ¿cierto?

—Estás equivocada.
—¿Lo estoy?

Saqué mi celular y marqué el número de mi padre. Él respondió


enseguida. Coloqué el altavoz y casi golpeó a Enzo con el aparato en
la cara.

—Papá —miré a Enzo—, aquí tengo conmigo al oficial, quiere decirte algo.

—¿Enzo? —Masculló— ¿Qué sucede?


—Anda —susurré—, díselo, ¿qué esperas?

Solo había molestia en sus ojos, así como miedo. No lo culpaba,


cualquiera en su sano juicio le temería a mi papá.

—¿A qué carajos están jugando? —Espetó papá.


—Los azules van a llegar por la madrugada —sacudí la cabeza—, mantén a tu
gente
guardada.

—¿Cuántos son?
—Entre cuarenta y cincuenta gentes.

—Bien.
Finalizó la llamada y reí.

—Las cosas no se hacen así —se excusó.


—Ya cállate, Enzo.
No insistió y en la primera oportunidad que tuvo, bajó de la camioneta
y al fin pude sentir cierta tranquilidad. Definitivamente ya iba siendo
hora de terminar mi aventura con él, había durado más de lo esperado.
—Tenga cuidado —miré a García—, los tipos como el oficial no se quedan
tranquilos ante

cualquier desprecio.

—Lo sé —murmuré—, pero más le vale que entienda las cosas por las buenas,
yo no tengo

nada que perder, él sí.


—¿De verdad lo creé? El error del patrón, es que lo ha metido demasiado a la
hacienda,

no se espera que usted tenga algo con él.

—Debería de controlar mis calenturas, ¿verdad?


—Los hombres que actúan por despecho son peores que los que
actúan por negocios. —Ya me dejaste pensando —dije seria.

—De eso se trata, niña Alexa.

Asentí e hice en silencio lo que quedaba del recorrido a la hacienda,


dándole vueltas a las palabras de García, sin duda, no podía echarme a
Enzo de enemigo. Yo lo metí a mi cama, debía resolver las cosas por las
buenas.
Uno de los escoltas abrió la puerta para mí en cuanto llegamos.
Bajé y le entregué el dinero para que lo contaran y guardaran.
—¿Dónde está mi mamá? —Pregunté.
—En las bodegas, con el ruso.

En cuanto me dijo esto, me dirigí hacia allá. La hacienda de mis padres


era un lugar extenso, hectáreas y hectáreas de campo, había una presa
en la que me gustaba ir a nadar y un riachuelo que atravesaba parte de
la propiedad, pero ahí no era muy seguro, ya que había partes que no
se podían vigilar del todo por la vegetación, lo cual daba parte a que los
contrarios pudieran entrar. Pese a que, se trataba de una baja
probabilidad, mi padre prefería no arriesgarme.
Atravesé la bodega y el olor de la droga prevalecía en el ambiente.
Visualicé a mi madre con Dexter, hablaban mientras ella le señalaba la
mercancía. Entonces corrí hacia ella y la abracé desde atrás.

—¡Mami! —Chillé. Le besé la mejilla y ella sonreía. Era tan joven y bonita, ni
siquiera

parecía mi mamá.
—Hola, Ali —sonreí, me gustaba cuando me llamaba así—, ¿todo bien con los
cobros?

—Todo bien, mami —observé a Dex—, hola, muchachote, ¿me extrañaste? Yo


sé que sí.

—Alexa, no molestes a Dexter —riñó mamá.

—Somos amigos, ¿verdad?

—Es mejor darte por tu lado, siempre estás llevando la contraria.

—Ah, me quieres dar… —Provoqué. Él se puso rojo y negó débilmente con la


cabeza.

—¡Alexa Medina! —Regañó mamá, dándome un manotazo en mi dorso.

—Es broma, pero si tú quieres no es broma. —Me carcajeé.

—Dios…
—Lo acabo de ver en un meme en Facebook, mamá —continué riéndome—,
perdón.
—Alexa —mi risa se borró de golpe—, deja de quitarles el tiempo.
Me volvía al escuchar a papá, su cara de pocos amigos me hizo
saber que estaba en problemas.
—Sabes que esas confianzas y ese tipo de comentarios…

—Ya sé —espeté.
—No me interrumpas.
—Ya conozco tu letanía, papá —proseguí, molesta por sus regaños.
—No es letanía, parece que debo estarte recordando lo que espero de ti.
—¿Qué sea infeliz? ¡Eso ya lo soy, papá! Te esfuerzas todos los días para
hacerme sentir

así.

Mi madre me tomó del brazo, papá dio un paso al frente. No le


temía, ¿qué podía hacerme? ¿Abofetearme? Ya lo había sentido
y no fue para tanto.

—Vete a la casa —ordenó.

—¿A dónde más podría ir? Pinche encierro en el que me tienes.

Los trabajadores estaban escuchando, pero yo ya estaba entrada en


rencor y drama. Sabía que estas peleas nunca llegaban a nada y, sin
embargo, no paraba de provocarlas, quien sabe, a lo mejor un día
funcionaban y lo harían entender que su forma de educarme, no estaba
bien.

—Fíjate como me hablas, Alexa


Medina. —Recibes lo que das
—mascullé.

Pasé por su lado, me cogió del brazo, mas me solté bruscamente y los
dejé ahí. Estas discusiones eran a menudo, siempre, no faltaban, por
una u por otra razón no parábamos de discutir. Ninguno daba su brazo
a torcer. A veces deseaba tener un padre normal, uno cariñoso, no un
sicario frío y sin corazón, incapaz de sentir empatía por los demás.

Entré a mi habitación y la debilidad de mi mente me pedía ceder en


lo que jamás caí y muchas veces rechacé: drogas.
¿Qué se podía esperar? Estaba metida hasta el cuello en este negocio, se me
podían
olvidar los consejos de mi abuelo, podía simplemente meterme cristal y
sentirme al fin…

feliz.
—¿Quieres ir a montar? —Me volví hacia la puerta, Dexter se encontraba de pie
ahí. Cerré
deprisa el cajón, manteniendo oculta mi tentación.
—¿A montar? ¿Qué? ¿A ti? Claro.

—Déjate de juegos, vamos, Lexi —dijo. Fruncí el ceño.

—¿Cómo me llamaste?
—Lexi. Tú me pones cientos de apodos.

—Sí, bueno, yo no quería que me pusieras apodos, quería que me pusieras de


rodillas… o

en cuatro también.

Se golpeó la frente con la palma, ocultaba una leve sonrisa.

—Vamos, tu padre te dio permiso.


—¿Cómo lo convenciste? —Se encogió de hombros— Ese es mi gesto.

—Me lo contagiaste.

—A ver si también te contagio las ganas que tengo de que me…

—Cállate —puso su índice en mis labios, mi corazón se aceleró de improviso—,


vámonos.

—Vámonos —susurré desorientada mientras lo tomaba de la mano.

Capítulo 7
Dexter
El campo era lo mejor que podía haber.
Había cabalgado un par de veces, aprendí, por supuesto, pero hoy
podía hacerlo de una forma más libre y por el tiempo que se me diera
la gana. A mi lado, Alexa cabalgaba con bastante entusiasmo, la
sonrisa le llegaba a los ojos, el cabello le oscilaba hacia atrás mientras
la veía libre y contenta.
No me gustó para nada la pelea que tuvo con Medina hacia un rato, la forma en
la que él la controlaba no estaba bien, sin embargo, tal y como lo dijo Roberto,
nadie podía entrometerse, ella era su hija y solo a él le concernía poner las
reglas en su vida. Esperaba que Alexa no terminara huyendo de su lado, la
presión llegaría a orillarla a irse para encontrar la vida que le prohíben vivir.

—Todo esto es de mi papá —comentó. Bajamos el ritmo, paseando


por la orilla de un rio—, más allá no puedo ir, son puntos ciegos.
Señalaba el tumulto de árboles frondosos y maleza que parecía no tener fin.

—Tu padre tiene seguridad.


—Claro, pero no falta el pelado que pueda madrugarnos —murmuró.
Negué despacio. Hablaba muy golpeado y utilizaba todas esas palabras
que aun no me acostumbraba a oir.

Se detuvo y bajó del caballo, un pura sangre de color blanco, precioso y


bien cuidado, ella lo llamó Ángel, regalo de su abuelo Humberto
Robledo, otro mafioso de la vieja escuela. El mío era del mismo linaje,
pero en color negro, bastante manso.

—Este sitio es muy relajante ——se sentó en el pasto con los


brazos estirados hacia atrás—, ven, siéntate.

No dudé en hacerle compañía, tomé asiento a su lado, estaba


atardeciendo, el viento soplaba con suavidad, fue tranquilizante
encontrarme entre la naturaleza. Nada que ver con los bares, clubes o
las drogas.
—¿Cuánto tiempo llevas siendo novia de Enzo? —Pregunté. Me miró de soslayo
con una
sonrisa ladeada.
—Pensé que mi vida no era asunto tuyo.

—Estoy tratando de hacerte platica, Lexi —comenté.


—Ya estás cayendo por mí. —Rodé los ojos. Solía realizar este gesto a
menudo, siempre cuando estaba con ella—. Llevamos un poco más
del año, la hemos pasado bien.
El tono de su voz se fue apagando un poco. La enfrenté.
—No me gusta pertenecer a un solo hombre —explicó con calma—, si lo hago,
me
enamoro, si me enamoro, sufriré.

—Solo sexo —simplifiqué.

—Solo sexo. —Lanzó un suspiro, la mirada al cielo—. Enzo no comprende eso,


es celoso a
un extremo que no me resulta lindo, pero me folla bien.

—Follar —repetí.

—Se me pegan algunas palabras de mi papá, tiene descendencia


española —comentó risueña. Volvió el rostro hacia mí, la cabeza
ladeada, los ojos curiosos—. ¿Me contarías sobre tu prometida?

La sola mención de Darla revolvía todos los malos recuerdos, las


espinas alrededor de mi corazón se hundían con más ímpetu al
recordarla.

—Se llamaba Darla —el nudo estrujó mi garganta—, ella estaba embarazada
cuando nos

atacaron.
Cerré los ojos y la película de aquel fatídico día pasó deprisa en la
oscuridad. Todo sucedió en un parpadeó. Darla me sonreía mientras
hablaba sobre el nombre que llevaría nuestro bebé, recuerdo mirarla y
pensar lo afortunado que era por haber encontrado en una persona
todo lo que buscaba. Solo bastó un segundo para echar mis sueños
abajo. Cuando volví la vista al frente, estaba rodeado, ellos no
titubearon, llenaron la camioneta de balas, traté de protegerla, intenté
dar mi vida por la suya, pero no sirvió de nada.

Las balas me hirieron y a ella le quitaron la vida.


Lo último que recuerdo de Darla, era su sonrisa cubierta de carmesí y un
te amo susurrado con su último aliento. Luego solo hubo oscuridad.

—Yo morí con ella —proseguí, Alexa se mantenía callada—, esto que soy es un
simple
caparazón sin vida, si sigo aquí es por mi hermano.
Sin verlo venir, como era su costumbre, me tomó de la mano. Un
apretón cálido que se desplazó por mis venas y brindó alivio a mi
corazón. La enfrenté nuevamente, nadé en lo negro de sus orbes
cristalinos.

—Haz que valga la pena, Dex —dijo—, por tu bebé y por Darla.

—Que valga la pena, ¿qué? —Inquirí. Su mano acunó mi mejilla.


—Vivir.

[***]

Alexa

Avanzaba por el mercado. Era uno de los lugares a los que me


gustaba venir. Siempre acompañaba a hacer las compras a Paula, la
cocinera de la casa, era como un ritual de Paula y yo, uno al que
papá no se podía negar, digamos que se trataba de mi salida de
“amigos”. Vaya vida jodida.

—¿Me harías los chiles rellenos, Pau? —Pregunté emocionada. Yo


llevaba algunas de las bolsas en la mano, había varios matones
acompañándonos a una distancia prudente, papá nunca me dejaba sola.

—Sí, niña Alexa, lo que usted me pida —respondió con una cálida
sonrisa. Besé su mejilla. —Recuerda que me como cinco —susurré. Rio
y negó.
—No sé donde le cabe tanto —murmuró entre risas.

—Si vieras todo lo que me cabe, Pau.


—¡Cristo bendito! —Se cubrió la boca con la mano— Usted no se mide
—agregó, entendía

perfectamente a que me refería.


Todos sabían lo que yo hacia en la hacienda, que a veces creía que
papá se hacia de la vista de gorda o de verdad estaba muy confiado de
que no lo retaría o nadie llegaría a ser tan estúpido para desafiarlo en
sus narices. Esperaba jamás tener un enfrentamiento con él sobre esto.
Las cosas no terminaban bien cuando tocábamos temas de novios o
pretendientes.
—Llevaré unas fresas, Pau —comenté, dirigiéndome al puesto de más adelante.
Ella

asintió a la vez que elegía la verdura.

De pronto, sentí el metal clavarse en mi costilla derecha y otro


más en mi costilla izquierda. Quise volverme, pero un chistido y
la presión en mi cuerpo me obligó a detenerme.
—Caminarás hacia la salida sin gritar —ordenó una voz
cerca de mi oído. —¡Ja! ¿Y tu nieve de qué la quieres,
cabrón? —Increpé.

—Mira, escuincla pendeja, o haces lo que te decimos, o te carga la


chingada en estos momentos —amenazó tajante.

Reí y lo empujé, enfrentándolos sin miedo al tiempo que veía a los


hombres de mi papá dejarse venir hacia nosotros.
—¡Jálale, cabrón! —Lo reté— Porque de aquí solo me sacas muerta.

El sujeto no se esperaba en lo absoluto que lo fuera a retar. Al oír el


primer disparo, me agaché, solté las bolsas y saqué el arma detrás de
mi espalda, mas no la usé, ya que los tipos ya habían sido sometidos
por mis guardaespaldas en segundos. Uno muerto, el otro herido en la
mano y ambas piernas. La gente corría despavorida, Paula resguardada
por uno de los sicarios, enseguida fui rodeada por más de ellos.

—¡Saquen a la hija del patrón de aquí! —Ordenó Pérez. García no se hallaba


conmigo.

A empujones salí del mercado, sin embargo, cuando subí a la


camioneta, descubrí sangre en mi costado izquierdo.
—¡No mames! —Alcé la voz.

Me levanté la blusa negra y reparé en el agujero que me habían hecho


y el cual ni siquiera me dolía, no lo sentía para nada, es como si no
estuviera ahí. Ignoraba si se trataba de la adrenalina, del miedo o mi
mente poderosa que bloqueó el dolor, pero no sentía. Veía la sangre
precipitarse hacia afuera, mis manos temblaban, más de nervios que de
otra cosa, nunca me habían herido y hoy no vi venir esa bala. No sabía
si fue de mi gente o de los contrarios, estuve en medio del fuego
cruzado que adivinarlo era complicado en estos instantes.
—¡Hirieron a la hija del patrón! —Escuché que uno de los hombres comunicó
por el radio.

—¡Cállate, cabrón! —Reñí.

Mi teléfono no demoró en timbrar, los radios no paraban de


sonar, mi nombre se mencionaba una y otra vez. En la pantalla el
nombre de mi papá.
—Papá…

—¡Alexa! ¿Cómo que te hirieron? ¡¿Qué putas madres pasó?! ¡Coño!

—No sé, esos tipos —el aire me faltaba—, tengo un disparo en el


costado —efectué una mueca, mi mano intentaba cubrir el orificio, la
camioneta iba a toda prisa—, estoy bien.

—¡Esos hijos de su puta madre! —Bramó enardecido— Los voy a


colgar de las bolas. — Reí—. No me cuelgues —el tono de su voz
cambió al no obtener respuesta de mi boca—, quédate conmigo al
teléfono, Ali.

Al llamarme así, se me llenaron los ojos de lágrimas. Él nunca, nunca


me había llamado de ese modo, menos con tanto cariño.

—Aquí estoy, papá —susurré.

—El medico ya está esperándote, vas a estar bien, cariño.


—Yo no me voy a morir ahorita —afirmé. Ya casi llegábamos a la hacienda.

Papá no me colgó, mi teléfono cayó de mi mano cuando perdí


fuerzas. La camioneta se detuvo de golpe, un segundo y la puerta era
abierta por mi papá. En cuanto me vio, vislumbré algo en sus ojos
que jamás vi: miedo.

Papá jamás dejaba entrever nada, solo dureza y frialdad. Con tristeza
me percaté de que debía encontrarme al borde de la muerte para
obtener un poco de su amor.

—Déjame ver —susurró preocupado.


Retiró mi mano y revisó la herida, luego me tomó entre sus brazos.
—Te van a curar, tú vas a estar bien.
Sonreí y me le quedé mirando mientras entrabamos a la casa. Sus
manos se aferraban a mi cuerpo con solidez, me estrechaba firme,
con miedo.

—¡Alexa! —Esa era mamá— Alejandro, ¿qué tiene? ¡¿Qué pasó?!

—Ahorita no me pidas explicaciones.


Comenzaba a marearme, mis ojos se cerraban. No quería cerrarlos.

—No te duermas, Ali —mi papá sacudió mi cuerpo—, Ey, no, no, no cierres los
ojos.

—Estoy cansada.

—¡Que no los cierres, carajo! —La desesperación explicita en su voz.

—Hija, hija, por favor no te duermas.

—Mamá.

Me tomó de la mano, enseguida sentí una superficie plana bajo


mi cuerpo. El frio entumeció cada centímetro de mí. Una luz
blanca daba contra mi cara, las voces comenzaron a ser simples
susurros ininteligibles.

Más presión en mi costado, el dolor fue haciendo presencia. El oxígeno


me faltaba. Movías las manos en busca de asirme a algo para no caer,
pero no había nada. La oscuridad me atrapó, la paz que experimenté al
caer se volvió inexplicable. Cientos de luces de colores, alucinaciones, sí,
estaba alucinando.
Dexter.

Vi a una mujer rubia, pequeña, vestida de negro, me daba la espalda,


sus manos parecían desplazarse sobre su abdomen. Quería mover mis
piernas y avanzar hacia ella, pero solo fui una espectadora incapaz de
dar un paso. Cuando la mujer dio la vuelta, ya no era rubia, era morena,
hermosa, parecía un hada, había un dije en su cuello del cual colgaba
una corona con diamantes pequeños y brillantes.
¿Quién eres?
Bajé la mirada a su abdomen, este se hallaba abultado. Ella sonrió y de
la nada el vestido se volvió rojo y no solo eso, sino que su abdomen se
fue aplastando hasta quedar plano mientras las piernas se le cubrían de
carmesí. Aquella sangre avanzó hacia mí como un rio, no podía ver mi
cuerpo, pero la sentía adherirse a mi piel.

Y de nuevo el dolor se hacia presente, la respiración se me entrecortó. Tuve


miedo.
—Cuídalos —pidió en un susurro.

—¿A quiénes?
—Te necesitan.

Abrí los ojos y me senté de golpe sobre la camilla. Un jadeo brotó de


mi boca, una punzada me atravesó el costado y la debilidad me
obligó a recostarme en la cama otra vez. Todo me daba vueltas.

—Lexi —deprisa clavé mis ojos en Dexter—, hola.

Parpadeé un par de veces, tallé mis parpados y volví a mirarlo.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté anonadada y confundida. Estaba en mi


habitación y mi

padre no permitía que ningún hombre se acercara ni diez metros antes de


llegar a ella.

—Cuidándote, esperando que despiertes.

—¿Por qué tú?


—Tu papá confía en mí. —Puso su mano en mi frente y me sentí
rara, vulnerable, sin ánimos de bromear, solo de verlo y seguir
sintiendo su piel contra la mía—. ¿Cómo te sientes?

—Bien, ¿cuánto tiempo pasó?


—Un par de horas, te desmayaste por la perdida de sangre, necesitaste algunas
unidades.
Tu papá se movió para conseguirlas.
—¿Dónde está?
—Haciendo lo suyo con el tipo que te disparó. —Apreté el ceño.
—Mi papá ya no es de los que se ensucian las manos. Lo creería de mamá.

—Eres su hija, Alexa, hirieron a su única hija, yo también haría lo mismo


—determinó

serio.
—Ni siquiera lo vi venir, nunca se habían metido a la ciudad —murmuré
soñolienta. No
coordinaba del todo, seguro me drogaron.

—Para todo hay una primera vez.

Mis ojos no paraban de enfocar su cara, su expresión preocupada, pero


el frio ardiendo en su mirada azulada.
—¿Qué tanto me miras? —Cuestionó.

—Es fácil perderse en tus ojos, son como trozos de cielo —susurré aun absorta
en ellos—,

y a mí me gusta mucho mirar el cielo.


—Los tuyos son dos pozos oscuros que se iluminan cuando sonríes. Luz en la
oscuridad —
dijo sin sonreír. Él no sonreía y yo quería que volviera a hacerlo.

—Sonríe, muchachote —bromeé—, me gusta el cielo despejado, no nublado.


—Agachó la
mirada y negó con la cabeza.

—Descansa, Lexi —lo tomé firme de la mano—, vas a estar en


cama muchos días. —Me quedo solo si tú eres mi enfermero.

—Voy a conseguir la bata —me siguió el juego. Reí con los ojos
cerrados, la debilidad podía mucho conmigo y detestaba sentirme
así. El enojo estaba menguado, pero aparecería tarde o temprano.
—Los enfermeros no usan bata.
—Pues este sí. —Lo miré con los ojos entrecerrados por el cansancio.
—¿Por qué bromeas conmigo?

Depositó un beso en mi frente que nunca hubiera esperado. Se sintió


natural y nada forzado, rebosante de cariño sincero, como si
lleváramos siendo amigos mucho tiempo.
—Porque quiero que sonrías.

—Siempre sonrío.
—Pero nunca de verdad.

Me regaló una caricia en la mejilla. Mi corazón se apachurró con esas simples


palabras.

—Sabes ver —dije—, ¿qué ves en mí?


—Solo te veo a ti, Lexi, solo a ti.

Capítulo 8
Dexter
Había visto cosas a lo largo de mi vida, cosas desagradables, las mismas
que yo realicé, sin embargo, Medina resultó ser más sanguinario y
sádico.
Sin que le temblara el pulso cortó la mitad de los dedos del tipo que le
disparó a Alexa, para después continuar mutilándolo hasta dejarlo sin
ellos. Posteriormente seguiría con las manos, trozo por trozo lo
descuartizaba vivo.
Éramos pocos los que nos encontrábamos observando la escena, entre
ellos se hallaba el abuelo y madre de Alexa. Nadie mencionaba
palabra, nadie se inmutaba ante los gritos agónicos que el tipo emitía.
Suplicaba y luego despotricaba a diestra y siniestra, mas de nada le
servía, Medina no descansaría hasta verlo derramar lágrimas de
sangre.
—¡¿Quién te envió?! —Demandó saber.
Con la navaja en mano comenzó a cortar lo que quedaba del dedo
pulgar, todo se volvió un reguero de sangre, el olor apretaba mi nariz.
No me molestaba, no cuando estuve familiarizado con él.

—¡No diré nada, cabrón!

—Vas a hablar, lo vas a decir, imbécil de mierda, ¡tocaste a mi hija! ¡Mi hija,
pendejo!
Podía palpar la ira que desprendía Medina, estaba cegado por ella.
Totalmente sediento de sangre y muerte, de venganza y tortura, él
quería cobrarse lo que le hicieron a Alexa y podía entender
perfectamente esa sensación.

Con saña le arrancó los siguientes dedos, el sujeto chilló, la sangre se


precipitó con más fuerza, tanta fue su ira que, rebanó la mano del
sujeto y no de un tajo, lo hizo de forma lenta, como si estuviera
cortando un trozo de filete. Me sorprendió la asiduidad que utilizó, su
rostro no reflejó más que satisfacción, todo lo contrario a la víctima.
Medina lo soltó, estaba cubierto de sangre; le propinó una
cachetada al hombre y lo agarró del cuello.

—Ahorita me vas a decir todo lo que


quiero escuchar. —No lo haré —afirmó.

—Prepárenlo —ordenó hacia nadie en especifico.

Los hombres que había a nuestro alrededor, se movilizaron, uno de


ellos le bajó los pantalones con todo y bóxer. Esta vez sí vislumbré el
miedo en la cara del tipo. Estaba atado de pies y manos, no podía
hacer nada; por un momento creí que lo violarían, o peor, que lo
castrarían, pero en su lugar, tomaron una máquina que jamás había
visto y sin preguntar o esperar, comenzaron a darle choques
eléctricos desde los testículos.

Efectué una mueca, estremeciéndome por el dolor que él debía estar sintiendo.
—Paren —masculló Medina luego de unos interminables segundos—. Estoy
esperando tu

cantar, hijo de puta.


La víctima apenas podía respirar, temblaba, los espasmos seguían
atenazándole el cuerpo. A este paso, no duraría mucho con vida.
—El cartel… —Tosió.
—¡¿Cuál cartel, cabrón?! —Demandó, le soltó un puñetazo que le rompió un
poco más la

cara.

Con una seña les ordenó que volvieran a darle choques. Los alaridos
llenaron el vacío, su cuerpo convulsionaba, el olor que desprendió se
volvió insoportable; al final cuando la segunda ronda terminó, el
sujeto se hizo encima, él excremento y la orina cubrieron el suelo.
—¡Del Río! —Bramó casi con lo último que le quedaba del aliento— Fueron los
del cartel

del Río.

—¿Por qué a mi hija? —Averiguó. Apretaba la navaja en la mano, supe lo que


sucedería a

continuación.

—Quieren quebrarte antes… antes de matarte —articuló con dificultad.

—¿Quiénes?
—Alonzo… Alonzo Letrán.

Mencionado el nombre, Medina hundió la hoja de la navaja en la


yugular del hombre y posteriormente cortó el contorno de su cuello
mientras la garganta le burbujeaba en busca de oxígeno una y otra vez.
La escena fue cruda y fría, espeluznante para quienes no están
acostumbrados a presenciarlas.
Al final quedó un cuerpo desangrado y una cabeza oscilando
hacia atrás, apenas sosteniéndose del tronco, solo un corte más
y se despegaría de su lugar.
—Limpien este mierdero —espetó. Las manos cubiertas de sangre como si las
hubiera
sumergido dentro del cuerpo.
Miró a su esposa y después a mí.
—Ven conmigo —susurró al pasar por mi lado.
Lo seguí sin más, se detuvo fuera de la bodega, sacó un cigarrillo y me
ofreció uno, lo acepté y en silencio ambos los encendimos. Era de
madrugada y el viento soplaba fuerte, el frío se sentía llegar y lo
disfrutaba.

—Quiero que estés al pendiente de Alexa —soltó sin más—, tú no eres como
los demás.

Volví la vista hacia él, Medina miraba al frente, la mandíbula tensa


mientras continuaba fumando.

—No la miras con lasciva, ni maldad, eres la primera persona que no posa los
ojos en mi

hija.

—Tienes buen ojo para darte cuenta —murmuré. Me tomaba desprevenido.

—Yo me doy cuenta de todo, Russo —suspiró profundo—, Enzo creé que puede
verme la

cara, pero lo estoy dejando.

—Lo sabes —susurré. Esto le traería problemas a Alexa.

—Mi gente es leal, a quienes ves a mi alrededor están porque dan su vida por
mi familia y por mí, sin dudarlo —su tono de voz fue severo—, Alexa piensa que
puede encontrar tapaderas, pero a mí todo me dicen.

—No te diré cómo criar a tu hija —expulsé el humo—, pero estás haciendo las
cosas mal,
la atas y presionas…

—Lo sé, pero todo es a su tiempo, Russo, ella aún es una niña, no ha visto lo
que los

hombres somos capaces de hacer.


—¿Puedo saber por qué me dices esto? —Inquirí.
—Porque vas a ser mis ojos y mis oídos con ella.
—No pienso venir como un chismoso contigo cuando
Alexa confía en mí… —Trabajas para mí, no para mi hija
—sentenció.

—Mi lealtad no es algo que puedas comprar, sé dónde, cómo y con quién.

Sonrió de lado y me enfrentó sin más.


—Eso espero, Russo. De ahora en adelante tienes permitido ir y venir adonde
sea con mi

hija, solo tú.

Dicho esto se retiró en compañía de Maia, quien se mantuvo a la


distancia sin escuchar nuestra conversación, una de lo más extraña. No
entendía del todo qué era lo que Medina quería.

Sin tener más nada que hacer me dirigí al interior de la Hacienda,


atisbé al matrimonio entrar a su habitación, así que confiado fui hacia
la de Alexa. Cuando entré, ella seguía dormida, la estaban
manteniendo sedada por órdenes de Medina, conocía a su hija y no se
quedaría quieta, Alexa era un tornado, hiperactiva, incapaz de seguir
órdenes médicas o de cualquier otro tipo.

Tomé asiento sobre la cama, justo a su lado. Estaba un poco pálida y


tenía los labios resecos, pero eso no marchitaba su belleza. Era un niña
preciosa y con un corazón noble y vulnerable donde podía haber
espacio para muchas personas.
—Pareces un acosador —susurró muy muy bajo.

—¿No deberías estar sedada? —Chasqueó la lengua y abrió un solo ojo.


—A mí no me van a poner esas chingaderas —farfulló—, las enfermeras
piensan que soy

una pendeja, bueno, a veces lo soy, pero no tanto.


Negué despacio y como era mi costumbre, deslicé la mano por encima
de su frente. Ya no tenía fiebre.
—Sigo caliente —detalló.
—No, en lo absoluto.
—Que sí, pero no te he dicho de dónde. —Rodé los ojos.
—Debes descansar.

—Acuéstate conmigo —pidió.

—No es prudente.
—Tampoco el que estés aquí —señaló.

—Tengo el permiso de tu papá.


—¿Qué? ¿Acaso le urge que me folles? Sabe que tienes buen linaje, ruso
italiano. —Rio

divertida.

—Yo nunca te voy a follar, Lexi.


—Uhm… del plato a la boca se cae la sopa —murmuró sonriente.

—Ya te sientes mejor, por lo que veo.

—Una bala no me hace ni madres —espetó—. ¿Ya saben quienes fueron?


—Averiguó,
cambió su tono de voz a uno más serio.

—Cartel del Río, no los conozco.

—Ya —intentó enderezarse, pero bastó un movimiento mío para que


se quedara en su lugar—, argh, mandón.
—No debes hacer esfuerzos.

—No haré mucho, solo déjame ir a romperles la cara a esos pendejos, ¿quiénes
se creen?
No saben el alacrán que se echaron encima.

—Puedo imaginarlo, tu padre es de temer. —Puso los ojos en blanco.


—¿Tú también le tienes miedo?
—Es respeto, Alexa.
Bostezó y se acomodó hacia un costado de la cama, palmeó el lado
vacío, haciéndome una invitación. Transformó sus facciones a pura
ternura.

—No me engañas —dije serio. Se mordió el labio inferior para ocultar una
sonrisa.
Resignado, me desprendí de la chaqueta que llevaba encima, también
de las botas. Al final me recosté a su lado y ella no demoró en
acomodarse encima de mi pecho, poniéndome tenso y muy rígido.
—Qué rico hueles… —Suspiró profundo—, ¿qué loción usas?

—No uso loción.

—Mucho mejor, te regalaré una.

—Ya duérmete.

—No tengo sueño, quiero seguir hablando contigo, he pasado todo el


día encerrada y sola, las enfermeras no me dirigen la palabra y mis
padres solo entran, me ven y se van, eres el único que se queda a
hacerme plática y no sabes lo frustrante que es no poder hablar con
nadie. Tengo todo un palabrerío atorado en mi garganta y…
—¡Ya cállate, Alexa! —Exclamé exasperado— Joder, al menos respira, niña.

—Si respiro me duele, insensible —susurró. Exhalé profundo.

—Lo siento…
Alzó el rostro y examinó el mío.
—Cuéntame un cuento —murmuró en tono dulce.

Carajo. ¿Qué demonios estaba haciendo con esta niña? No era un jodido
niñero.

—Llegará el día en que vas a sonreír cuando me mires y yo sabré que esa
sonrisa es real.
—Eso no es un cuento —musitó trémula.
—No, es una promesa.
[***]

Alexa continuaba dormida, yo no logré conciliar el sueño. Pasé lo que


quedó de la noche pensando en todo y nada.

Predominaba mi situación, las palabras de Medina, el estado de Alexa,


mi familia y como siempre, Darla.
No había día que no despertara extrañándola, y aunque hoy desperté
con alguien entre mis brazos, no era lo mismo, no se sentía igual, Alexa
no era ella y por ende, el vacío no se llenaba. Necesitaba a mi Darla,
nuestra vida, nuestro futuro.

Tallé mi cara con las manos y me puse de pie. Me coloqué las botas y
me colgué la chaqueta sobre el hombro. Le dediqué una última mirada
a la chiquilla y luego abandoné su habitación.

Tomaría una ducha y después vería que se tenía que hacer el día de
hoy, suponía que Medina no se quedaría tranquilo con la información
que ese sujeto dio, era de suponerse que acabaría con todos los
involucrados en el atentado contra su hija. Eso podía jurarlo.

—¿Estabas con Alexa? —Increpó Enzo.

Lo ubiqué a unos metros de mí, no lucía nada contento y no es


como si me importara mucho. Él era un cadáver andante, su tumba
ya estaba hecha.
—Te hice una pregunta —aseveró. Me tomó del brazo cuando pasé por su lado;
me solté
de golpe.
—No tengo que responderte, ni tampoco darte explicaciones.

—Sí tienes, porque Alexa es mi…


—¿Tu qué? —Lo reté. No tragaba a este tipo.

—Mi novia. —Reí.


—Es un título muy grande, policía —espeté con desprecio—, deja de tratarla
como si fuera
tuya.
—Lo es y tú no tienes nada que hacer en su habitación, si Medina se entera…

—Yo le di la orden, Enzo —intervino Medina a su espalda. Sonreí por dentro—.


¿Tienes

algún problema con eso? No entiendo qué coño haces aquí.


Tensó la mandíbula y enseguida se volvió hacia Medina. Maia
venía con él, pero ella siempre se quedaba callada, no intervenía
cuando no le parecía oportuno.

—Sabes que siempre me he preocupado por tu hija, creí que no querías a


hombres cerca

de ella…

—Entre hombres e hijos de puta, hay mucha diferencia —puntualizó,


acercándose de a poco—, Russo tiene mi confianza, porque a
diferencia de ti, no mira a mi hija como un puto trozo de carne.

La palidez le cubrió las facciones. Se quedó callado durante varios


segundos. Era obvio que no esperaba eso.

—Jamás le faltaría el respeto —dijo serio, había tal credibilidad en sus ojos, que
si no lo

hubiera visto con Alexa, le habría creído.

—Por supuesto —siseó.


Siguieron de largo hacia la habitación de Alexa. Entretanto,
Enzo se acercó a mí nuevamente.

—No vas a quitármela.


—¿Eres idiota? —Espeté— En lugar de estar lanzando estas advertencias tan
absurdas,

mejor encárgate de encontrar a los que le hicieron esto a quien dices amar.
Entornó los ojos y no replicó. Continué con mi camino y en segundos entré a mi
habitación. Me senté en el borde de la cama y abrí el cajón de la mesita de
noche. Cogí la fotografía de Darla y enseguida mis labios se estiraron en una
sonrisa.
—Solo me siento completo cuando te contemplo. Te extraño, Darla, te amaré
por

siempre.

Deposité un beso en su bello rostro y me recosté en la cama con los


ojos cerrados y de improviso con la belleza de una morena ocupando
cada pensamiento.

Capítulo 9
Alexa
La palma cálida de mamá me rozaba la mejilla, distinguí fácilmente que
se trataba de ella por su olor y su tacto, no podría olvidarlo. Ella olía a
rosas y sus caricias eran gentiles cuando se trataba de mí.

Sin abrir los ojos, supe que Dexter ya no se encontraba en la habitación.

—¿Qué vamos a hacer, Alejandro? —Cuestionó mamá. No me acostumbraba a


que lo

llamara así, solo ella pronunciaba su nombre.


—Sabes la respuesta, Bonita. Tocaron a nuestra hija, solo hay una alternativa.

—Matar —simplificó.
—A tus enemigos solo les das dos cosas: la cara y una bala en la cabeza.

—Eso jamás lo he olvidado, tú te harás cargo —susurró.


—No puede ser de otra manera. Vivimos fuera de la ley, pero no por
ello deja de haber reglas —su tono era filoso—, la familia no se toca.

—Ellos no lo ven así, no todos son como nosotros.


—No les va a quedar más que hacerse a mi modo, como yo digo, mi negocio,
mis reglas, y
quien se oponga… lo mataré.
El toque en mi cara se detuvo, mamá se puso de pie y curiosa divisé
entre mis ojos medio abiertos, ambas figuras encontrándose frente a la
luz de la ventana.

—¿Y qué hay de lo otro? —Inquirió mamá. Las facciones en el rostro de mi


padre
reflejaron incredulidad.

—¿De qué hablas?


—De cómo te sientes respecto a Alexa —comentó seria—, vi tu miedo, aunque
ahora

trates de ocultarlo.

—Sería estúpido no sentirme asustado, Maia, hirieron a mi hija —me


miró y enseguida cerré los ojos—, mi niña.

—Ojalá siempre le demostraras lo que sientes.

—Sabes como soy, Bonita, me cuesta… más con ella que es todo… felicidad. Es
muy

diferente a mí.

—En eso te equivocas —lo besó brevemente en los labios—, ella es como tú.
Dicho esto, la vi dirigirse a la puerta, salió dejándome a solas con papá,
quien no demoró en recostarse a mi lado sobre la cama, ocupó el
mismo lugar que Dexter.
—Qué mal finges —señaló. Esta vez abrí los ojos
por completo. —Eso debe ser bueno, ¿no?

—No sabes fingir, pero eres muy astuta.


Sonreí y sin verlo venir, tuve su mano en mi mejilla. Me sentí rara,
nerviosa y hasta un poco incómoda. No sabía que hacer, esquivé su
mirada y comencé a morderme el labio inferior mientras contraía los
dedos de mis pies.
—Sé que a veces me odias, no comprendes el porqué de mis decisiones, te
mantengo en
constante peligro al enviarte allá afuera, pero te prohíbo el tener novio…

—Una bala duele menos que un corazón roto, ¿eh?

—No solo te rompen el corazón, Alexa, te rompen el alma.

Agarró mi mano entre la suya y depositó un beso en el dorso.


—Quiero que encuentres a un buen hombre, alguien que te ame y no te dañe
como yo
dañé a tu madre. Quiero que seas una cabrona que no necesite de ningún
pendejo.

—¿Ahí no dirás que como tú? —Bromeé.

—Deseo que no te encuentres a un hombre como yo en tu vida, hija. Mereces


más que un

sicario que es incapaz de demostrar cuánto te ama.

Se me llenaron los ojos de lagrimas y dubitativa, lo abracé, él lo permitió y me


sentí pequeña, con el corazón emocionado. Escucharlo decir que me ama fue
un beso de calidez para mi alma necesitada de ese amor paternal que él rara
vez me brindaba, mas no de la forma que yo quería y esperaba. Y no, no lo
culpaba, después de todo así lo criaron y así mi madre lo amó, ¿por qué yo no
habría de hacer lo mismo?
—Te amo, papá —susurré, mi cara escondida en su pecho, sus brazos firmes a
mi cuerpo.
—No más de lo que yo te amo, Alexa.
Besó mi frente y posó los dedos bajo mi mentón. Mis ojos viajaron al
encuentro de los suyos.
—Sé obediente, quédate en cama y recupérate, ¿puedes hacer eso por mí?
—Lancé un

largo suspiro.
—Sí, papá.
—Esa es mi niña.
Sonreí y se incorporó. La herida dolía, mas no era algo de lo
cual me detendría a quejarme. Podía lidiar con el dolor de
cualquier forma, o al menos eso creía.

—Cuando estés mejor hablaremos sobre la caza a los del Cartel del
rio —detalló con evidente rabia—, tú y yo iremos detrás de ellos.
—Jamás sales —musité sorprendida.

—Lo hice por tu madre, lo haré por ti. Tocaron lo más sagrado que yo poseo,
van a

conocer quien es Alejandro Medina.

Asentí, emocionada por la forma en que lo dijo y la espera de una cacería que
iba a satisfacer mi deseo de venganza. Haría que se corriera la voz, que todo
mundo supiera de mí no por ser la hija de Alejandro Medina, sino por ser yo
misma: Alexa Medina. Me esforzaría y les demostraría que con o sin mi padre,
los pantalones no me faltaban.

Papá me dejó sola momentos después. Permanecí sobre la cama a la espera de


la enfermera para que me ayudara a ducharme, llevaba un día sin meterme
bajo la regadera y me sentía incomoda. Sin embargo, los minutos transcurrían y
nadie venía. Cansada, me incorporé de la cama como pude, tambaleándome en
el proceso a causa de los medicamentos en mi torrente sanguíneo.

—Pinche madre —espeté, mareada y con las punzadas en mi costado siendo


más molestas que antes. Me habían suturado y los puntos me jodían bastante
cada vez que la piel se estiraba.

Entré al baño con bastante dificultad, molesta y frustrada, batallaba para poder
desvestirme y darme un maldito baño, necesitaba ayuda, pero por mis pinches
ovarios, no la pediría. Yo podía, yo debía.

—¿Qué demonios haces levantada? —Increpó una conocida voz a mi espalda


mientras
terminaba de quitarme el short.

Dexter ingresó en la habitación con el desayuno. Lo dejó en la cama y


se dirigió al baño. Me sorprendió que no me mirara con deseo o algún
mínimo tipo de perversidad, que sé yo, algo que me hiciera saber que
me deseaba. En sus orbes no había absolutamente nada. Me sentí
ofendida. Aunque al final de cuentas, nunca seremos del gusto de
todos.
—Quiero bañarme —señalé lo obvio.

—Debiste esperar.

Se adelantó hacia mí cuando un mareo me sobrevino de improviso y mi


cuerpo trastabilló. El calor de sus manos vigorosas se ciñó a mi cintura,
sostuvo cuidadoso, estaba muy cerca de mí y olía delicioso.

—Cuidado, joder.
—Cuidado tú, tan cerquita te me pones y mis hormonas tantito
quieren para alborotarse. —Rodó los ojos y me ayudó a sentarme en el
sofá que adornaba el baño.

—Eres tan desesperante —se quejó. Abrió el grifo y comenzó a llenar la tina.

Hoy iba vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca
ceñida a su magro cuerpo musculoso. Enseguida divisé el arma corta
que guardaba en su espalda.

—Puedes caer y lastimarte más, si no obedeces no vas a recuperarte pronto.

—Ya, ya, ya, pareces mi papá —mascullé.


—Me alegro que me veas así.

Entorné los ojos y me dio la espalda, echaba las sales al agua,


entretanto, me deshice del sujetador y posteriormente de las bragas.
Cuando Dexter se volvió, yo estaba desnuda, toda desnuda. Miró mi
cara y luego mis senos, para volver otra vez a mi cara, se mostró
inexpresivo, ni siquiera una pequeña erección, ¡nada!
—Eres imposible.

—No te gusto nadita, ¿verdad? —Inquirí. Se aproximó y me ayudó a


incorporarme y

meterme a la tina.
—No eres mi tipo, sí, estás muy bonita, niña, pero
no me atraes. —Auch —susurré—, un golpe dolía
menos. —Negó despacio. —¿Quieres que te ayude
a ducharte? —Cambió el tema.
—Por favor, ya que no te gusto, al menos me conformo con que me manosees
el cuerpo,

no tendré otra oportunidad como esta.

—Espero que no, mientras estés conmigo no permitiré


que te disparen. —Dudo que te interpongas entre una
bala y yo.

No dijo nada por unos minutos, minutos en los que continuaba


lavándome el cuerpo con la esponja, incapaz de propasarse, medía
minuciosamente los límites, no atravesó ninguno.

—Ni siquiera te agrado.

—El que no me atraigas, no quiere decir que no me agrades. Tú me ayudas.

—¿Yo te ayudo? ¿A qué? —Mostró un atisbo de sonrisa.

—A sonreír.

Mi corazón se sintió chiquito, significaba mucho para mí el que de


verdad haya logrado sacarle una sonrisa al muchachote serio e
inexpresivo.
—Es que tienes una sonrisa bonita —expliqué.

—No tan bonita como tú.

Lo miré por encima de mi hombro. Me guiñó un ojo y le lancé un


poco de agua con la mano.
—Oh, deja de joderme, Russo. —Rio.

Ninguno de los dos dijo más, terminé el baño y Dexter me sostuvo


mientras yo secaba mi cuerpo. No se vio afectado de ninguna manera
ante mi desnudez. Me hizo sentir… insuficiente, pero luego me miré en
el espejo y recordé lo Diosa que era y lo mucho que valía. Que un
hombre no me viera atractiva, no significaba nada… al menos no
ahora.
—¿Necesitas algo más? —Preguntó.
Recosté el cuerpo en la cama con la bandeja en las piernas. El baño me
hizo sentir mejor, de verdad lo necesitaba.
—Un novio, quizá.

—Alexa —reprendió. Suspiré.

—No, nada, gracias —murmuré malhumorada.


—Bien, entonces te dejo, debo trabajar. —Asentí y lo vi
dirigirse a la puerta. —Dex —lo detuvo antes de salir—,
¿Enzo ha preguntado por mí?
Si anteriormente no demostró ninguna emoción, al oír el nombre de Enzo, esto
cambió. Su

expresión se tornó molesta, tensó la mandíbula y una mueca de


desprecio le acarició la cara.

—Te recomiendo que te alejes de él, Alexa —dijo serio—, solo te causará
problemas. —

Apreté el ceño.

—¿Por qué lo dices? ¿Sucedió algo?

—No, pero sucederá si sigues viéndote con él —decretó seguro. Deprisa supe
por qué me

lo decía.

—Papá lo sabe —pasó saliva—, ¿cierto?


No respondió, se me quedó mirando, bastó solo esa mirada para
obtener una respuesta y temer por la vida de Enzo. Tendría que
advertirle, lo quería y lo que menos deseaba era verlo muerto. Papá lo
mataría, lo haría, mas no entendía por qué demoraba, ¿qué planeaba?
A estas alturas ya debería estarme jodiendo con ello.
—Solo… aléjate de él, Alexa.

—Lo sabe. —Sacudió la cabeza en gesto negativo.


—Independientemente de eso, él es alguien que no te conviene.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Hay cosas que tú ignoras, aunque estén delante de tu cara —respondió seco.

—¿Me estás diciendo pendeja? —Rodó los ojos por enésima ocasión.

—No pongas palabras en mi boca, niña —aseveró—, solo cuestiónate


una cosa —me miró con intensidad—: ¿le confiarías tu vida y la de tu
familia a él?
Callé, incapaz de responder de inmediato. Enzo no me
provocaba la más mínima sensación de seguridad y confianza,
no al menos hasta ese punto.

—Ahí tienes la respuesta, Lexi.

[***]

Dexter
Me tomó mucho de mi autocontrol para no demostrarle a Alexa cuanto me
gustaba.

Sí, no lo ocultaba, ni me lo negaba a mí mismo. Alexa me gustaba, lo cual era


normal, la joven poseía un atractivo difícil de pasar desapercibido, pero nunca
la miraría con ganas de follármela. Solo era un gusto… normal. Un gusto del
cual ella debía mantenerse ignorante, el darle señales sería dar pie a que
continuara con su coquetería y lo que menos quería ahora era verme
involucrado con la única hija de un narcotraficante mexicano. Vamos, que sí,
continuaba buscando la muerte, mas no una donde me descuartizaran antes de
poder morir.

—Me das confianza —comentó Maia de la nada—, lo que no cualquiera


provoca en mí.
Continuamos caminando por la bodega, atentos a la gente que empaquetaba la
mercancía, era más de medio día, unos minutos más y tomaríamos un descanso
para la comida.
—No sé qué debo decir respecto a eso —murmuré. No la miraba, su pequeña
figura me
acompañaba haciendo un contraste extraño.
—Nada, Dexter —simplificó—, me alegra que hayas llegado a esta casa, mi
esposo parece
sentirse igual que yo con respecto a ti.

—Me quedó claro ayer —coincidí. Detuvo sus pasos


y me encaró. —Espero no equivocarme contigo.

—Créeme, Maia, no lo harás. La traición es algo que no conocerán de mi parte.


Asintió satisfecha con mi respuesta. Enseguida nos retiramos hacia el
interior de la hacienda, al llegar al comedor, la mesa ya se encontraba
servida. No se veía a Alejandro por ningún lado.
Mi móvil vibró dentro de mis pantalones, podía hacerme una idea de
quien era, lo saqué del bolsillo y vi el nombre de mi hermano. Exhalé
hondo.

—¿Qué sucede, Dixon? —Se escuchaba agitado.

—¿Cómo debo pedirle que se case conmigo? —Preguntó deprisa— No tengo ni


puta idea

de cómo hacerlo especial, carajo.

—¿De qué demonios me hablas? ¿Vas a pedirle matrimonio a Holly?

—¡¿A quién más, idiota?! —Exclamó exasperado— Pero no puede ser


una propuesta sosa, tú eres un ñoño romántico, debes tener una idea.
—Pellizqué el puente de mi nariz.
—Dixon, no es tan difícil, amas a Holly, sabes lo que le gusta.

—Follar y hacer pasteles de chocolate para mí —murmuró. Me golpeé la frente.


—Eres un idiota.

—Sí, sí, eso ya lo sé, dame una puta idea, algo que me sirva.
—Puedes hacerlo en su lugar favorito, con las cosas que ella ame y no, imbécil,
no me

refiero a ti.
—No necesitabas especificar.
—Contigo ya no se sabe —espeté. Vi a Medina entrar al comedor—. Debo
colgar, confío
en que podrás arreglártelas.

—Sí, como sea. Por cierto, ¿cuándo podrás venir?

—No lo sé, bien podrías hacerlo tú y traer a Holly. —Chasqueó la lengua.


—Los mexicanos no me generan confianza, es duelo de machos y hembras si
nos

encontramos Medina, Robledo y yo.

—No necesariamente debe ser así.

—En fin, me lo pensaré. Hablamos luego.

—De nada —mascullé.


—No me jodas. —Sin decir más, colgó.

Negué y tomé asiento en el comedor.

—¿Tu hermano? —Inquirió Medina.

—Sí, está próximo a casarse. —Sonrió y miró a su esposa.

—Otro más que busca ponerse una soga al cuello —bufoneó. Maia lo observó y
Medina

solo le guiñó un ojo.


De pronto, uno de sus hombres ingresó al comedor, arma en
mano y con el rostro desesperado. Alejandro no dudó en
levantarse al verlo.

—Patrón, vimos a la gente del rio en los limites de la hacienda —comunicó—,


los

seguimos, pero no los alcanzamos, reportamos a los vigías para que estén al
pendiente.
—¿En qué parte estaban?
—Pasando el rio —respondió.
Medina cogió el arma que yacía a un lado de su plato, Maia hizo lo
mismo. Cuando estuve a punto de levantarme, Medina me miró.

—Quédate aquí, pendiente, Russo, te confío la vida de mi hija.

No me permitió responderle, ambos salieron y estuve solo en aquella


estancia con una mesa repleta de comida.
—Señor, ¿quiere que le sirva? —Me abordó una de
las empleadas. —¿La señorita Alexa ya ha comido?
—No, apenas le llevarán su comida.

—Entonces sube mi comida también, comeré con ella.

Se retiró y me dirigí a la habitación de Alexa, por las ventanas a la vista pude


distinguir el movimiento de los sicarios, corrían de un lado a otro. Llegaba a
preocuparme, mas no tenía miedo, cuando aprendes a aceptar que la muerte
va a encontrarte tarde o temprano, dejas de temerle y comienzas a respetarla.

No golpeé la puerta antes de entrar y al abrirla encontré a Enzo comiéndole la


boca a Alexa sin la menor vergüenza. Se separaron de inmediato al verme, fui
incapaz de disimular mi mala cara. Enzo no me agradaba en lo absoluto, pero
eso ya estaba de más el mencionarlo.
—¿No te enseñaron a tocar? —Increpó el policía idiota.

—Lárgate de aquí, tienes trabajo que hacer —espeté en tono filoso.

—Tú no eres nadie para darme ordenes, güerito —masculló en tono


despectivo.
—Tienes razón, creo que debería decírselo a Medina, veamos qué piensa de
que tú estés en la habitación de su hija, besándola —reté. Se incorporó y en
segundos lo tuve enfrentándome.
—Dex, no peleen, puedo con los dos —intervino Alexa, trataba de calmar los
ánimos entre

los dos.
—Cierra la boca, Alexa —escupió molesto.
—Cuida tu manera de hablarle —siseé. Solo quería un pretexto, uno solo para
romperle la
cara.

—¿Qué? ¿Te gusta? Estás celoso, ¿no? —Me dio un leve empujón con la mano
— Quieres

metértele por los ojos.


—Preferiría que fuera por otra parte —susurró Alexa. Ambos la miramos—.
¿Qué? Bueno
pues, solo decía, par de locos, trato de hacer que no se maten.

—No me ensuciaría las manos con basura como él —decretó Enzo.

—Tú no, pero yo no tengo problema. No sería la primera vez que me deshago
de la mierda
inservible.

—Mira, cabrón hijo de perra…

—Lárgate, policía —interrumpí—, hazlo antes de que acabes con mi puño


marcado en tu
cara.

—¡A mí no me vas a estar amenazando! —Alzó la voz y me dio otro empujón.

—No era una amenaza —dije, le atiné un golpe en la mandíbula que lo mandó
al suelo—,
era una certeza.

Alexa intentó incorporarse, asombrada por lo que yo acababa de


hacer, pero bastó una mirada para que permaneciera en su sitio.
—Esto me lo vas a pagar con sangre —siseó irascible, tocaba su mandíbula. Se
puso de
pie.
—Lárgate, no lo repetiré de nuevo.
Salió de la habitación dando un portazo. No fue capaz de meter las
manos. No era por alardear, pero sabía pelear y un idiota como ese no
iba a intimidarme en lo más mínimo. Sí, se trataba de un policía
entrenado y capacitado para peleas, sin embargo, yo me hallé en el
presidio y ahí me enfrenté a tipos peores que él en todos los sentidos.

—Vaya, muchachote, si no fuera porque me dijiste que no te gusto,


creería que estás celoso —comentó Alexa. No se mostraba afectada
en lo más mínimo.

—El tipo no me agrada —encogí mis hombros—, y tampoco me gusta como te


habla. —

Puso los ojos en blanco.

—Lo estoy dejando ser —excusó—. Yo sé cuando pongo un alto


—palmeó un lugar en su lado—, ¿sucedió algo?

—Los del rio estuvieron merodeando por aquí, tus padres fueron a
hacerse cargo, me dejaron cuidándote. —La sorpresa fue evidente
en su cara, era como si no lo pudiera creer.

—¿Me estás choreando? —Inquirió.

—¿Qué? —Sonrió.
—Que si estás bromeando o algo por el estilo.

—Alexa, no soy el tipo de hombre que hace bromas.

—Sí las haces —afirmó.


Tomé asiento a su lado. Llevaba el cabello trenzado y hasta ese
momento reparé en el colgante que usaba, se trataba de un dije
redondo, parecía de plata, tenía letras y formas extrañas.

—Es la medalla de San Benito —explicó al ver que la miraba—, te protege de


todo mal.

—¿Es un… santo? Disculpa mi ignorancia, no sé mucho de eso.


—Mira, abre ese cajón y pásame la cajita negra que hay ahí —señaló el cajón al
lado de
mí.
Lo abrí y tal como dijo, ahí estaba la cajita, la tomé y se la di. Ella la
abrió y cogió otra medalla igual a la que llevaba colgando de su
cuello.

—Está bendecida, úsala, te va a cuidar —susurró.

La puso en mis manos y la acaricié entre mis dedos.


—Gracias —susurré. Deposité un beso en su frente—. Hasta esto tratas de
devolverme.
—¿Qué cosa?

—La fe, Alexa.

Capítulo 10
Alexa
Dos semanas y el dolor se presentaba de vez en cuando, dolía, mas no
como la primera vez. Me retiraron los puntos y mi movilidad mejoró
bastante, sin embargo, mi papá y Dexter no dejaban de vigilarme y
exagerar con respecto a mi recuperación, lo cual ya me tenía cansada,
mas nada podía hacer.

El tiempo libre que me dejó la herida lo utilizaba para practicar mi tiro,


no había mucho por mejorar, mas no estaba de más que continuara
entrenando mientras imaginaba que se trataba de las cabezas de los
del Rio. Esos perros.

—¿No deberías seguir descansando? —Inquirió Enzo. Lo observé de soslayo.

—Estoy hasta la madre de estar encerrada —quité el cargador, metí


otro, descargué las balas y entonces lo miré—, sabes que lo mío es la
acción.

Eliminó la distancia que nos separaba, sus dedos viajaron a los


mechones sueltos de mi cabello. De un tiempo para acá lo estuve
evitando y hasta agradecí la herida para así no tener que follar con él.
Para su desgracia, comenzaba a aburrirme de su cercanía.
Desapareció la adrenalina y la sensación de peligro que significaba
estar cerca de él. Pronto le pondría un alto y terminaríamos
definitivamente, aunque eso me costara problemas. Sin duda, Enzo
no se quedaría cruzado de brazos, pero no podía seguir con alguien
con quien ya no estaba cómoda.

—No sabes cuanto deseo cogerte. —Lancé un suspiro rebosante de


aburrimiento.
—Yo no, tengo asuntos más importantes en los cuales ocuparme como para
pensar en
abrirte las piernas.
Mi respuesta lo tomó por sorpresa, no lo culpaba, por lo regular
siempre ponía el sexo como prioridad, pero hoy solo tenía unas ganas
inmensas de vengarme de esos hijos de puta que osaron ponerme un
dedo encima y no descansaría hasta verlos muertos.

—¿Desde cuándo tus prioridades


cambiaron? —Increpó. —Desde que me
dispararon, Enzo.

Pasé por su lado y avancé hacia la hacienda, me encontraba cerca del


rio, ahora más que nunca mantenían vigilado que no hubiera más de
esos cabrones jugándole al valiente y metiendo sus narices donde no
debían.

—Alexa —agarró mi brazo—, dime las cosas a la cara, deja de tratarme como
un pendejo.
—Qué huevos tienes para ponerme las manos encima siendo consciente de
que…

—¿De qué? ¿De que tu papá me las puede cortar?

—No, Enzo, yo solita puedo cortártelas, de eso no te quede duda.


Me solté de su agarre y continué mi camino, él siguió detrás de mí
sin dar su brazo a torcer y eso es lo que me jodía: un hombre
insistente. Odiaba que me hostigaran y quisieran estar sobre mí
todo el tiempo, el exceso de atención llegaba a asfixiarme, la chispa
con Enzo se perdió y apenas pude darme cuenta de ello.
—¿Qué es lo que nos pasa, Alexa? —Preguntó, calmándose. El tono de su voz
cambió por

completo.
Rendida, lo enfrenté. Después de todo merecíamos esta charla,
pasamos buenos momentos, eso no podía negárselo, pero ya no
habría más.
—No lo sé, Enzo —fui franca—, ya no siento lo mismo por ti.
—Es por…
—No, no es por Dexter —decreté deprisa—, es algo
mío, algo nuestro. —Dime cómo puedo repararlo.
—Suspiré.

—No siempre lo que se quiebra puede repararse otra vez. Y si se hace, no será
igual.

Lo tuve más cerca, con tristeza reparé en que ya ni siquiera me


incitaba a besarlo. Él no había cambiado, seguía siendo el hombre
atractivo que llamó mi atención, pero hoy no sentí más la atracción.

—¿Estás terminándome? ¿Es lo que quieres


darme a entender? —No quiero que te sigas
enamorando de mí.

—¿Y por qué me niegas la oportunidad de enamorarte? —Cuestionó


desesperado.

—Porque yo no soy de las que se enamoran —respondí mirándolo a los ojos—,


y eso

siempre te lo advertí, no es mi culpa que te hayas enamorado de mí.

Nos quedamos callados, ninguno apartaba la mirada del otro. Había


sufrimiento en su mirar y era lo menos que quería causarle. Lo
quería mucho, mas ese cariño no se transformaría en amor.

—Estás terminando conmigo —dijo serio. Tragué saliva.


—Sí, Enzo. Se acabó.

Asintió muy despacio, acunó mi nuca con la mano y mantuvo nuestros


rostros unidos, percibía su aliento y también la ira que emanaba por
cada poro de su piel. Una sensación gélida me atravesó el estómago al
contemplar la oscuridad de sus ojos que hasta hace unos momentos
me miraban con amor.
—Te lo prometo —siseó entre dientes.

—¿Qué?
Desprendió la mano de mi cuerpo y se alejó de mí sin pronunciar más
palabras. Permanecí un instante de pie, analizaba esa promesa que no
tenía la menor idea de que iba, aunque seguro no se trataba de nada
bueno.
Sin darle tantas vueltas decidí retomar mi camino. Metros más adelante
encontré a Dexter hablando con mi papá, este último se dejaba ver más desde
mi atentado, se juntaba mucho con Dex y eso no me agradaba. Él me gustaba
bastante y al parecer jamás se me haría tener algo, mucho menos si ahora ellos
parecían mejores amigos, Dex era un hombre leal y respetuoso, no posaría los
ojos en mí jamás. Maldita sea.
—¿Qué tal te fue con los tiros? —Preguntó papá.

—Lo normal —bostecé—, ¿alguna novedad?


Dex ni siquiera me dirigió una mirada, su atención se la llevaba el
campo. Claro, porque la maleza parecía ser más interesante que yo.

—Ninguna —simplificó.

—No sé por qué tengo el presentimiento de que me estás mintiendo. —Me


miró fijo.

—Si lo hago o no, no lo sabrás. Ahora ve a comer, tu madre te espera.

—Papá…

—Obedece —aseveró.
No me quedó más que obedecer. Al ingresar al comedor mi mamá
ya estaba sentada, sonrió e indicó que tomara asiento a su lado. Mi
lugar solía ser a la izquierda de papá.

—¿Cómo te sientes, hija? —Preguntó con calma.


—Estoy bien, mamá, solo fue un disparo —minimicé el asunto. Negó.
—Uno que pudo haberte quitado la vida, Alexa —recordó seria—, tu padre y yo
hemos
estado hablando…

—No —interrumpí—, ni siquiera pienses en decirme que me retire de lo ilícito.


—No se trata de eso, Alexa, permíteme terminar —pidió. Sus manos
viajaron a las mías—. No más salir de la hacienda —prosiguió—, harás
mi trabajo con Dexter.
La mención de Dexter provocó cierto cosquilleo en mi estomago que me decidí
ignorar.

—¿Qué? ¿Van a dejarme encerrada permanentemente? —Inquirí incrédula. Por


supuesto,

eso es lo que harían.


—No queremos exponerte más, aquí estás a salvo. Dexter va a estar contigo a
cada

instante.

—¿Ahora lo pondrán como mi niñero?

—Guardaespaldas me gusta más —mencionó el aludido.

Me incorporé de la silla, Dexter entraba en compañía de mi papá.


—¿Es en serio? —Inquirí hacia mi papá. Caminó sin prisa directamente a su
silla.

—Muy en serio, Alexa. Desde ahora en adelante, Russo estará a cargo de ti,
trabajarán a la

par y saldrán solo cuando sea necesario. Tanto él como García, van a cuidarte.

—¿Y lo qué hablamos en mi habitación dónde queda? —Increpé


tosca. La idea de estar con Dex todo el tiempo no era la que me
desagradaba, sino lo que pensaban hacer conmigo— Yo no necesito
que nadie me cuide, yo me sé cuidar sola, papá —aseveré tajante.
—Estoy plenamente consciente de eso —tomó asiento—, esto es temporal,
Alexa.

—¿Temporal? Si cada vez que un contrario amenace mi vida debo quedarme en


casa,
entonces no asomaría las narices, ¡nunca!

—No levantes la voz y para de rechistar, aquí se hace lo que yo ordeno


como yo lo ordeno —espetó más serio de lo normal—. Mis ordenes se
acatan, no se discuten, ¿quedó claro?
—No —siseé deprisa. Mis manos azotaron la madera, mis ojos lo
atravesaban filosos—. Soy mayor de edad y ya estoy cansada de que
me trates como una escuincla. ¿No te das cuenta del mundo en el que
vivimos?

—Porque me doy cuenta es por lo que he decidido que te quedarás en casa.

—Pues no —me crucé de brazos—, no lo haré y hazle como quieras.


Tengo los pantalones bien puestos, yo no me amedrento, sinceramente
no puedo creer que unos pendejos te hagan trastabillar… a ti.

Enseguida se paró de la silla. Su altura llegaba a intimidarme, mas no lo


demostré. Mamá y Dexter se mantenían a raya, sin embargo, mamá no
demoró en sujetarme del brazo, un gesto que me pedía calma.

—No voy a ponerme a discutir contigo, cállate y siéntate a comer.

—Se me quitó el hambre —mascullé.

—Siéntate.

—No quiero.

—¡Que te sientes!

—¡No!
Mamá lo tomó de la muñeca antes de que su mano azotara mi mejilla.
La escena ocurrió muy rápido, apenas fui consciente de las
intenciones de mi papá. Si no fuera por mi mamá, habría recibido el
golpe.

—Te lo advertí una vez y no jugaba —dijo entre dientes—, no le vas a poner
una mano
encima a mi hija, Alejandro.

Se soltó brusco de su agarre, no me miró, no miró a nadie. Dio media


vuelta y abandonó la estancia. Yo no podía moverme, me encontraba en
shock.

Era la segunda ocasión que él me levantaba la mano. Era mi papá, ¿por


qué lo hacía? A mamá nunca le levantó la mano, al menos nunca me di
cuenta de ello, ¿por qué conmigo sí? ¿Con qué derecho?
—Alexa… —Miré a mi madre.
—¿Por qué, mamá? —Musité aun anonadada.

No esperé su respuesta, subí a mi habitación sin ser capaz de mirar a


Dexter. Me moría de la vergüenza y la ira, por más que intentaba llevar
las cosas bien con mi papá, nuestros caracteres siempre chocaban. A él
le gustaba ordenar y a mí no me gustaba obedecer. Era imposible que
nos lleváramos bien, de una u otra forma terminábamos gritándonos.
Y yo deseaba, deseaba con todas mis fuerzas que mi papá fuera
diferente. Me morí de envidia cuando conocía a Sasha y vi lo mucho
que amaba a su hija, cuanto la protegía sin imponerle nada, cuanto
amor le pregonaba sin sentirse avergonzado por ello. Ese mafioso ruso
era capaz de demostrar cuanto amaba a su hija, ¿por qué papá no
podía?

Cansada, me tiré encima del colchón. La herida pasó a segundo plano.


Mi mirada se clavó en el techo mientras reprimía las ganas de llorar.
No iba a llorar.

—¿Estás bien? —Preguntó desde la puerta. Atisbé su figura alta, mas no lo


observé.

—Solo estábamos hablando, ¿por qué terminamos peleando?

—Ambos son iguales.

Cerró la puerta y se acostó a mi lado. Miraba al techo al igual que yo.


—Trata de entenderlo, Alexa, busca protegerte, se preocupa por ti, no
mantenerte
encadenada.
—Tus papás, ¿te trataban así? —Averigüé. Volví el rostro hacia él.

—No, mis padres me dieron la mejor infancia que cualquier niño haya
deseado. Estuve rodeado de amor, fui muy feliz y luego de pronto la
vida decidió cobrarme cada sonrisa, con la vida de Darla —suspiró y
cerró brevemente los ojos—, el punto es que, no juzgues las
decisiones de tus padres, sí, sé que Medina puede ser un poco
exagerado.
—¿Un poco? —Sonrió.
—Bueno, bastante, pero no es tu enemigo, Alexa. Te ama.
—Jamás he dudado de su amor, solo… quisiera que él fuese distinto.

Deslizó el brazo por debajo de mi cabeza y me atrajo a su cuerpo, el


gesto fue inesperado, sin incomodidad, el aroma de su piel me hizo
suspirar y no disimulé en lo absoluto mi gusto por su olor. Me
acurruqué y obvié el ligero ardor en mi costado.
—No sé cómo puedo ayudarte, aconsejarte puede ser un arma de doble filo
cuando se
trata de ti.

—¿Por qué lo dices? —Indagué. Apretó los dedos a mi carne.

—No quiero darte un mal consejo y termines con una relación peor con tu
padre.
—No es tan malo, solo odio cuando se pone en plan mandón —murmuré
cansada.

—Es su papel como padre, Lexi.

Mis labios dibujaron una sonrisa cuando me llamó así.


—Me gusta cuando me dices Lexi —confesé en voz mortecina. Su pecho se
agitó un poco.
—¿Por qué?

Guardé silencio un par de segundos que se convirtieron en minutos.


Sostuve su mirada cuando se encontró con la mía.
—Porque siento que me quieres.

Esta vez me regaló una sonrisa genuina. Dos hoyuelos se marcaban en


sus mejillas, muy parecidos a los míos.

—Quizá lo hago.
—Quizá te crea —dije risueña.
—Quizá deberías. —Exhalé hondo y deposite un beso en su mejilla.
—Ahora un quizá se ha convertido en un te quiero —comenté entre sonrisas
cómplices.

—Nuestro te quiero…

—Sí, Dex… nuestro quizá.

Capítulo 11
Dexter
Si ver a Medina torturar a un sujeto resultaba espeluznante, ver a Maia
era peor. La joven mujer era sádica y decidida, no titubeaba, no se
amedrentaba ante el dolor de su víctima. Cortaba, golpeaba, torturaba
sin miramientos. Tanto ella como su esposo tenían la sangre fría.
Comprendía por qué nadie se metía con ellos e ignoraba por qué los del
Rio eran tan idiotas para lastimarles a su única hija.

—¡¿Dónde está, cabrón?! —Demandó saber Maia antes de dejar caer el filo de
un hacha

contra su pierna, la otra yacía en el suelo, completamente desprendida del


cuerpo.

—¡No sé! Se lo juro que no sé —respondió a duras penas. Perdió mucha sangre,
pero se

encargaron de curarle la herida para poder seguir torturándolo.


—Tienes muchas partes que cortar antes de que te cargue la chingada,
cabrón —amenazó Maia—, y si ni así me dices nada, voy a ir por tu
familia, ¿comprendes? Se metieron con mi hija —le dio una bofetada—,
si ustedes no respetaron, yo tampoco lo haré.
La mención de su familia lo hizo titubear. Esta vez sí vi miedo en sus ojos.
—Guadalajara —susurró—, él se esconde ahí, tiene… tiene una casa de
seguridad.
—Me vas a dar la ubicación exacta, imbécil, pudiste ahorrarme todo
este desmadre — siseó Maia—. Miguel, anota la dirección. Luego
mátenlo.
—Sí, señora.
Maia me indicó que saliera con ella, sus manos iban manchadas de
sangre, a decir verdad, casi todo su cuerpo lo estaba.

—Es posible que nos vayamos a Guadalajara si lo que dijo ese pendejo
es verdad — comentó con calma, me sorprendía su temple—,
Alejandro quiere ir por el jefe del cartel, quiere hacerlo él
personalmente.

—¿Sí?
—¿Puedo confiarte a mi hija, Dexter? —Me miró fijamente— Ella es
lo que más amo en esta vida, necesito estar segura de que la
mantendrás a salvo. Mi padre y hermano no pueden estar aquí, ellos
se encargan de cuidar los extremos de la ciudad para evitar la entrada
de esa gente.

—Entonces necesitas que sea yo quien se quede a su cuidado.

—Sí. ¿Podrías…?

—Lo haré, Maia. La cuidaré.

—No me lo tomes a mal —caminábamos hacia la casa—, pero no me siento


feliz y

tranquila de dejarla a tu cargo.


—Sientes que solo tú podrás mantenerla a salvo. —Sonrió de lado.

—Así es. Sin embargo, no puedo dejar que Alejandro vaya solo,
mucho menos que sea Alexa quien lo acompañe, esto es una deuda
que nosotros como sus padres, debemos cobrar.

—Puedes confiar en mí, Maia, la cuidaré.


—Gracias. Ahora me daré un baño, Alexa debe estar en la bodega.

Asentí y la vi entrar. Sin prisas me dirigí a la bodega y tal y como dijo


Maia, Alexa se hallaba dentro, vigilaba la mercancía. Nadie le
cuestionaba nada, nadie la miraba, nadie le dirigía la palabra. No sabía
si se trataba de miedo o respeto, quizá podrían ser ambos.
—Hola, muchachote —saludó.
—¿Todo bien? —Averigüé.

—Todo bien, todo perfecto, y más porque llegaste —me lanzó un beso—, ruso
precioso.

—Pierdo mi tiempo contigo —murmuré, disimulando una sonrisa—, no dejarás


de
hacerlo.

Se acercó y me propinó un puñetazo en el brazo a modo de saludo.

—Resígnate, vida.

—Es acoso, ¿sabes? —Rio.

—Denúnciame —se mofó.


—No te gano una —le seguí el juego. Me gustaba cuando bromeaba conmigo.

—Si la llevas puesta —susurró, el cambio de tema fue repentino, sus ojos
miraban la

cadena que colgaba de mi cuello.


—Tú me la regalaste, la llevaré conmigo —tomé el dije entre los dedos—,
aunque dices
que me va a librar de todo mal y no veo que me libre de ti.

—¡Oye! —Me golpeó en el pecho. Esta vez no oculté mi sonrisa.


Ella se me quedó mirando ensimismada en mi manera de reír, había
cierta ilusión en sus ojos negros.

—Es una sonrisa genuina la que veo en


tus labios. —Suelen serlo cuando se
trata de ti.

Pude arrepentirme de haberle dicho eso, pero no fue así. No había


motivos para ocultarle que me hacia feliz, a veces las personas se
sienten bien tan solo con ayudar a otra a sonreír y sabía cuanto se
esforzaba Alexa por hacer eso conmigo. Quería enseñarle que su
presencia aquí era requerida, aunque no de la forma en la que ella
quisiera.
—Me hiciste el día, muchachote —dijo sonriente—. ¿Me tienes novedades?

—Sí —contesté, controlé mi risa—, tus padres van a salir a Guadalajara.

—¿Es neta? —Inquirió. La miré confuso— Que si es verdad.


—Oh, sí.

—Eso quiere decir que tú…


—Me quedaré a tu cuidado.

—Como mi niñero. —Soltó un bufido.

—Ellos no quieren que vayas, te quedarás conmigo. —Esbozó media sonrisa.

—Sí, tómame, soy tuya —dijo, guiñándome un ojo.

—Cuidado con lo que dices —murmuré serio. La sonrisa se borró de


sus labios al ver la seriedad de mi rostro—. No sabes quién puede
tomarse en serio tus palabras, Lexi.

[***]
Alexa

La cicatriz en mi abdomen no quedó tan mal. La bala que me atravesó


no era expansiva, gracias a eso seguía con vida.

Ya podía moverme con mayor libertad, no dolía como al inicio. Poco a


poco me recuperé y volvía a mi rutina, pese a que, la hayan cambiado,
al menos tenía a Dex cerca de mí. Papá y mamá me mantenían lejos de
la acción, qué ilusa fui al creer que papá me permitiría ir con él a darles
caza, su necesidad de mantenerme a salvo era más fuerte que mis
deseos de venganza.
No podía decir que me quedaría frustrada, los conocía y estaba
consciente de lo que les harían a los responsables, incluso así, quería
participar, quería matarlos por lo que me hicieron. Seguro me
quedaría con las ganas.
Mi móvil timbró y no dudé en responder cuando vi su nombre en la pantalla.
—¡Dasha! —Saludé entusiasta.
—Hola, Alexa.

—Por Dios, mujer, me tenías en el abandono, no me dabas línea —comenté,


sentándome

en la cama.
—Lo siento —susurró.

—¿Estás bien? —Inquirí preocupada, se oía apagada, triste.

—Estoy embarazada otra vez, Alexa —soltó sin más—, y tengo miedo.

—Oye, tranquila. Sé por qué temes, pero él te apoya, ¿no? ¿O no quieres…


tenerlo? —

Bajé la voz. El aborto no era un tema que me gustaba tocar, no


cuando mamá sufrió de uno.

Fue difícil ver a Dasha pasar por esa situación sola. Acababa de perder al
amor de su vida y luego también a su bebé. Brevemente me recordó a
Dexter. Las situaciones eran similares y al mismo tiempo, lejos de
parecerse.
—No lo sé —se sinceró—, necesito a mi papá.

Oírla decir eso me apachurró el corazón. Ella sabía que contaba con su
papá cuando las cosas estuvieran mal, ella podía acudir a él y yo… yo
no podía hablarle al mío de nada sin que estuviéramos gritándonos.
—Pensé que ya lo sabía.
—Salimos mañana a Nueva York, necesito verlo y decirle esto, lo necesito.

—Ojalá pudiera acompañarte —susurré.


—Deberías venir.

—Papá no me dejaría. Ya sabes como es.


—¿Sigues teniendo problemas con él?
—Toda la vida, muñeca —me dejé caer de espaldas con la vista al cielo—, me
gustaría ir a
Nueva York, ¿es bonito?

—Sí, Francia también lo es, si quieres puedo decirle a papá que convenza al
tuyo. —

Sonreí.
—Esa sería una buena idea.

—Lo será, ahora debo irme, estaré llamándote más seguido, si necesitas de mí,
llámame.

—¡No me contestas! —Rio.

—No podía, requería tiempo a solas, pero sabes que estoy para ti, Ali —suspiré
—, te
quiero.

—Y yo a ti, Dasha.

Finalicé la llamada y oí unos golpes en mi puerta, posteriormente


mi papá entró en compañía de mamá. Cerraron y no me quedó más
que sentarme otra vez. Ambos me miraban de pie, sentía que iban
a regañarme o algo por el estilo.

—Supongo que Dexter te dijo que nos iremos —habló mamá.

—¿Cuándo? —Pregunté.
—Ya mismo —respondió rápido—. Te quedarás a su cuidado —continuó papá
—, lo

obedecerás, sin berrinches.


—Yo no hago berrinches —rodé los ojos—, ¿cuándo volverán?

—No lo sabemos, esperamos que sea pronto. No queremos dejarte tanto


tiempo sola —
dijo mamá.
—Estaré bien, lo prometo… ustedes cuídense, esos son territorios peligrosos
—murmuré.
Aunque no lo pareciera, sí me preocupaban.

Papá se sentó a mi lado derecho y mamá al izquierdo, entonces ambos


me abrazaron y no supe cómo actuar, nuevamente me sentí incomoda
y no solo eso, sino que, tuve la sensación de que estaban
despidiéndose de mí, mas no porque fueran a viajar. Pensar así me
aterró muchísimo y quise pedirles que no se marcharan.

—Lo haremos.
—Te amo, Ali —susurró papá—, lamento haberte levantado la mano,
te doy mi palabra que no volverá a pasar. —Besó mi frente y cerré los
ojos.

—También te amo, papá, los amo a los dos.

Nos quedamos abrazados en silencio, por primera vez estuve entre


los brazos de mis padres siendo reconfortada por ellos y a la vez,
dándoles la misma sensación de alivio. Cuando menos lo esperé,
ellos ya se habían ido, dejándome sola en casa.

Quise acompañarlos, pero las palabras quedaron atoradas en mi


garganta. Para no pensar en su ausencia, escuché música, recogí mi
cuarto, ocupé mi mente hasta entrada la noche. Ni siquiera tuve apetito
cuando me llamaron a cenar, a lo que supe, Dexter tampoco quiso
cenar, se encontraba encerrado en su habitación y como la curiosa que
soy, no dudé en ir en su busca.

—¿Todo en orden, García? —Pregunté al verlo.


Rondaba por toda la hacienda, aunque ese no fuera su trabajo, él
procuraba seguirme a todas partes. Luego de lo ocurrido, papá le dio
un regaño que hasta yo sentí.

—Todo en orden, niña Alexa. Los vigías están en sus puestos y tengo tres anillos
de

seguridad en la hacienda, antes de que puedan acercarse, lo sabremos.


—Gracias —musité—, cualquier cosa, avísame.
Asintió y continuó con su caminata nocturna. Sin mi papá en la
hacienda, todos se ponían tensos, a pesar de que eran ellos quienes lo
cuidaban, de alguna forma el estar cerca de él los hacia sentir
protegidos, y sabía que era así porque yo misma experimentaba tal
sensación.

Al arribar a la habitación de Dex, golpeé la puerta dos veces sin obtener


respuesta.

—¿Muchachote? —Lo llamé. Esperé un segundo y no respondió.


Decidida, entré. La puerta no tenía seguro. Creí que lo encontraría
bañándose, pero a diferencia de eso, lo encontré de pie en el balcón
con botella en mano. Era whisky. Me miró y volvió el rostro hacia la
noche, le dio un trago a la botella y siguió ignorándome.

—Se supone que debes estar en tus cinco sentidos, estás cuidándome —reñí en
modo de

broma. Dexter no me siguió el juego, miraba la oscuridad con aire distraído,


ausente.

—Puedo cuidarte
perfectamente, niña. —No si
estás borracho.

—Sobrio o ebrio, no permitiría que nada te sucediera.


Dubitativa eliminé la distancia que nos separaba. Me postré delante de
él, su mirada se hallaba vidriosa, lo cual me hacía saber que había
bebido bastante. Lo reafirmó la botella vacía que yacía en el suelo.

—¿Por qué bebes? ¿Está todo bien? —Atreví a indagar.


—Hoy se cumple un mes más que ella murió —respondió en voz mortecina—.
La extraño,

la extraño mucho.
Agachó la mirada y vislumbré las lagrimas rodando por sus mejillas.
Dos simples gotas de agua cristalina que terminaron en el suelo.

—Duele amar a quien ya no está contigo.


—No sé que decirte —me sinceré—, no sé qué puedo hacer para ayudarte.
Estiró el brazo sin alzar la vista, ofreció su mano y enseguida la acepté.
Dexter me abrazó, mi pecho se unió al suyo, mi cara cerca de su
corazón. Recibí un beso en mi frente.

—Haces mucho, Lexi —confesó—, me haces sonreír, niña.

—Y tú a mí —dije franca—. ¿Por qué no me permites entrar?

—Porque mereces más que un amor a medias. Yo jamás podré dejar de amar a
Darla,

sería injusto para ti o cualquiera competir contra alguien que ya no existe.


—Jamás buscaría competir con ella. Siempre estará presente en tu vida, pero
de ti

depende si su recuerdo te duela o te haga feliz.

Alcé la mirada para verlo a los ojos.


—Solo quieres que te abra las piernas —aseguró.

—Y también que me abras tu corazón. —Chasqueó la lengua y dio otro trago.

—Quieres sexo.

—Te quiero a ti. Podría quedarme contigo, lo juro. —Casi sonrió.

—No me vas a convencer.


—Soy muy insistente.

—Y yo muy decidido.
Bajó la mirada y acunó mi mejilla con la mano, su pulgar se deslizó a
través de mi labio inferior, de un lado a otro, una y otra vez.

—Lexi.
—¿Qué?

—Quiero besarte.
No tuvo que pedirlo. Me coloqué de puntillas y le robé un beso rápido,
muy fugaz que ni siquiera pude sentirlo por completo.
—Ahí tienes, muchachote.
Sonrió y sacudió la cabeza de un lado a otro.

—Soy contradictorio, pero puedo culpar al alcohol.

No entendí por algunos segundos lo que dijo, hasta que me abrazó


con bastante fuerza mientras empujaba su boca contra la mía.
Apretó nuestros labios, se unieron sin ser forzados, estos encajaron
tan bien, que me sorprendió.

Mis labios buscaron guiarse con los suyos y entre la soledad de


aquella noche fría, por primera vez sentí que pertenecía a un lugar.


Capítulo 12
Alexa
No quería parar de sentir sus labios. El sabor del whisky y su saliva
se convirtió en una mezcla explosiva que detonó una excitación
dentro de mí, mas no solo eso, sino que aceleró mi corazón de una
forma nueva, como nadie lo logró hacer.

Aferré las manos a su cara, él rodeó con firmeza mi cuerpo, quedé atrapada en
su musculatura, presa de los besos que daba con pasión a mi boca. El calor
comenzó a sofocarme, la piel ardía y yo no podía parar. Acudía a su necesidad,
no dudé en responder al llamado desesperado de sus labios, consciente de que
ahora no era él mismo, pero resignada a aprovechar la oportunidad de sentirlo
de otra manera, aunque se tratara de esta.

Entregué mis mejores caricias, brindé cada emoción a través de cada roce.
Estuve excitada y totalmente seducida por la manera en que me besaba. Era
demandante, dominaba, brusco y cuidadoso, mordía y lamía las heridas,
golpeaba y acariciaba con la misma vehemencia.

—Alexa —pronunció mi nombre como una plegaría.

—¿Qué sucede, Dex?

—Vete, Alexa, por favor vete —suplicó. Sus brazos se negaban a


deprenderse de mi cuerpo—, aléjate de mí.

—¿Cómo puedo hacerlo si no me sueltas? —Musité trémula. No paraba de


besarme y por

más que quisiera alejarme, no podía moverme en dirección contraria a él.


—Pídeme que te deje ir —imploró desesperado. Su boca exigía
alejarme, pero sus ojos gritaban que siguiera besándolo—, pídeme que
deje de besarte, dime que no quieres que te toque.
—Nunca he sido una mentirosa.
Dicho esto, mi boca atacó la suya de nueva cuenta. La botella acabó en
el suelo y mis piernas alrededor de su cadera. Dexter me agarró para
no dejarme caer y con cuidado me llevó hasta la cama. Mi espalda tocó
el colchón, su cuerpo encima del mío, separó mis piernas con la rodilla
y continuó besándome mientras desplazaba las manos por ellas hasta
mis senos y repetía el proceso.
Yo ya no podía razonar, dejé de hacerlo cuando me besó. Estaba
ensimismada en lo que sentía, me hallaba muy excitada. Sentirlo
plenamente se convirtió en una obsesión para mí. No paré de tocarle
los brazos, estos se contraían por la fuerza que empleaba para no
dejar caer su peso sobre mi figura.

—Soy capaz de destruirte, niña —susurró al tiempo que rompía los


botones de mi blusa y arrancaba la tela fuera de mi cuerpo—, ¿qué
haces aquí?

—Tomando el riesgo, tú lo vales todo.


Nuestros ojos se encontraron, él parecía reconocerme por completo,
pero a través de mí buscaba algo más, no quise pensar en que
posiblemente buscaba a Darla.

—Si te follo, esto se convertirá en un infierno.

—Entonces arderemos juntos.

Se deshizo de la camisa y mi boca casi se desencaja al observarlo de


cerca. Con la punta de los dedos toqué la piel de su pecho, estaba duro
de todas partes.

—Eres tan pequeña, tan vulnerable.


—Te equivocas…

—No lo hago, no me conoces, Lexi, nunca lo harás realmente.

Se apartó lo suficiente para sacarme el short del pijama, se llevó mi


ropa interior con él. Estuve desnuda debajo de su figura, él bajó la vista
a mis senos y con los dedos rodeó uno de mis pezones, arrastró la
caricia hasta mi herida.

—Nadie volverá a tocarte, nadie va a herirte.


—Vas a cuidarme.

—Hasta de mí mismo.
Besó la herida y posteriormente se acomodó entre mis muslos levemente
abiertos, él los separó más y mirándome a los ojos hundió la cara en mi sexo.
Arqueé la espalda y un dolor punzante atravesó mi costado, pero juro que
cuando te encuentras excitado, lo menos en lo que puedes pensar, es en el
dolor. Solo sentía la boca de Dexter abriendo mis pliegues, su lengua
serpenteando a través de ellos, era tan suave al lamer, lo hacia lento, la punta
justo en mi clítoris, presionaba y bajaba por toda mi hendidura. Repetía el
proceso y aunque me daba más, no tenía suficiente, al brindarme tanto, mi ser
exigía. Anhelaba alcanzar la cúspide el orgasmo y al mismo tiempo, dilatar el
momento para seguir disfrutando.

—Dexter —jadeé.
—Gime mi nombre más alto. Nadie te escucha, nadie vendrá a arrebatarte de
mis manos
esta noche, eres mía.

—¡Sí! ¡Dios!

Escucharlo hablar así me puso más caliente. Su acento, su tono de


voz, la forma que me miraba. ¡Puta madre! Jamás un hombre me
calentó tanto.

—Tómame de una vez, tómame ya.

Propinó una palmada en la cara interna de mi muslo.

—Iremos a mi ritmo, Lexi, si abres la boca, que solo sea para gemir mi nombre.
Bajó sus pantalones y liberó su pene. Tragué en seco. Había tenido de
todos los tamaños: chicos, normales y grandes. Pero el suyo podía
decir con seguridad que era el más grande de todos.

Se cernió sobre mí, aprisionó mis muñecas por encima de mi cabeza,


luego su boca cubrió la dureza de mis pezones.
—Oh, no, no —me removí—, estás
matándome. —No pienso matarte, solo
volverte loca de placer.
Le permití que lo hiciera, no iba a detenerlo, pese a que, solo me
utilizaba como una distracción, un tipo de desahogo para no sentirse
solo este día que lo hacía deprimirse.
De pronto, me hizo dar la vuelta, quedé boca abajo, lo vi agarrar una
almohada y meterla bajo mi abdomen, alzando de forma leve mi
cuerpo.
—Mantén unidas tus piernas —ordenó.
Las uní lo más que pude. Él se acomodó detrás de mí, se recostó en
toda mi figura, encajando con la suya; sin embargo, después trepó en
mí, mantuvo sus piernas a cada costado de las mías, sus manos
apoyadas en mis nalgas, su pene abriéndose paso desde atrás.

—No te muevas —dijo con la voz ronca.


Por nada del mundo iba a hacerlo. Permanecí quieta,
acostumbrándome a la sensación de su pene abriendo la cavidad de mi
vagina. De esta manera lo percibí más apretado y grueso. Dolía un
poco.

—Qué estrecha eres, qué hermosa te ves y qué bien te sientes.

Me había quedado sin palabras. Mi boca estaba seca, emitía suaves


jadeos, gimoteos que aumentaban conforme él se movía más adentro,
hasta que por fin me llenó y pude gemir más fuerte.

—Me dueles, Dexter.

—Me sientes, Alexa.

—Te tengo bajo la piel —susurré mortecina.


Agarré las sabanas entre mis dedos al instante en que Dex abandonó mi
interior y volvió a embestir duro. La forma en que se movía estimulaba
mi clítoris, las penetraciones eran lentas y duraderas, me daban el
tiempo suficiente para excitarme. Él me tenía dominada, ejercía
presión con las manos en mis nalgas, las levantaba cada vez que se
hundía en mi vagina, las abría y cerraba, lo hacia una y otra vez.
—Dexter.

—Dime, pequeña —susurró jadeante.


—Se siente muy rico.

—Lo sé —se retiró y entró fuerte, grité—, tu coño es exquisito. —Esa palabra
me erizó la
piel.
Se cernió a través de mi figura nuevamente, pasó el brazo por mi
cuello y apretó, su boca terminó en mi clavícula y mordió a la vez que
sus embestidas aumentaban de ritmo. Estaba ahorcándome, la
musculatura de su brazo me impedía respirar, pero no me molestaba,
me excitaba en sobremanera y hasta ese momento pude darme cuenta
de lo mucho que disfrutaba del sexo rudo.

—Podría follarte toda la noche, aprietas de una manera única. Joder.


—No pares —alcancé a pronunciar.

—Voy a llenarte de mí, Alexa. Dime dónde quieres que derrame mi semen.
—Apreté las

piernas.

—Dentro de mí.

Gruñó excitado y no podía decir que no me encontraba igual que él.


Me sentía atrapada, pequeña, totalmente vulnerable y dominada. La
sensación se volvió única, quería hacer esta posición otra vez, pero
solo con él.

—No podré aguantar más, carajo, estás demasiado rica —murmuró en mi oído.
esta

última palabra la aprendió aquí, eso era seguro.

—Dexter…
—Sigue repitiendo mi nombre.

—Dexter. —Embestida y un latigazo de placer atacándome sin piedad.


—Dilo.

—Dexter.
—Dilo otra vez.

—¡Dexter!
Me abrazó con la complexión de su cuerpo. Arañé la cama, grité
descontrolada, el fuego no decrecía, se expandió deprisa por cada
extremidad, sentía el cosquilleo en mis venas y luego exploté al llegar a
la cúspide del éxtasis. Mencioné su nombre sin parar y cuando menos
lo esperé, su semen invadió mi cavidad, derramándose dentro, cada
gota la sostuve a través de mí y entonces la calma me invadió, una
sensación de tranquilidad infinita.

—¿Qué estoy haciendo, Alexa?

—Algo ilegal —bromeé entre la bruma del orgasmo—, soy prohibida para ti.
—Quizá por eso me gustas más.

Abandonó mi interior y se recostó a mi lado. Buscó mi mirada, sostuve la suya.


—Perdóname —dijo serio. Acariciaba mi mejilla con la mano.

—¿Por qué?

Negó. Cerró los ojos y en segundos se quedó dormido, dejándome


cargar sola con el peso de lo que hicimos.
[***]

Dexter

Era un pendejo en toda la extensión de la palabra. Lo había jodido.


Apenas pasaron unas horas, unas putas horas en las que Medina
confió su hija a mí y yo lo jodí por completo.

Rememoraba la noche anterior y además de sentir rabia conmigo


mismo, analizaba las sensaciones nada desagradables que atenazaban
mi ser; estar con Alexa no se sintió mal, tampoco dejó un vacío en mí
luego del orgasmo, a decir verdad, estuvo bastante bien y lo peor de
todo es que me sentía… en paz.
Sin embargo, no debía involucrarme, no debía permitir que se sintiera
así. Creí ilusamente que al estar con Alex obtendría el mismo resultado
que obtuve con todas las demás y me había equivocado.
Quería más de ella. Quería más de esa chiquilla extrovertida y alegre. Y
temía consumir toda su felicidad y dejarla cargar con la mierda que yo
llevaba encima. No sería justo en lo absoluto. Necesitaba poner esa
barrera entre los dos, aunque costara y no debiera, involucrarme con
ella sería una traición para sus padres.
Mi lealtad estaba por encima de todo. Además, ilusionar a Alexa
tampoco se encontraba en mis planes, Darla jamás se iría de mi
mente. Estaba condenado a amarla a través del tiempo hasta el día de
mi muerte, y dolía tener que ver su amor como un castigo y no como
la felicidad que algún día me brindó.

—Has estado evitándome —me abordó. Tenía una resaca del demonio y el
deseo de no

verla, al menos no hoy.


—No he estado evitándote. Tenía trabajo —mentí.

—Si no quieres hablar de lo que hicimos, no tienes que evitarme, con decirme
que deje el

tema, basta. No andaré detrás de ti, encima quizá sí.

Abrí la boca para responderle, sin embargo, Enzo ingresó a la bodega y


se encaminó hacia nosotros. De una u otra forma tenía que alejar a ese
policía idiota de esta familia. No me daba buena espina.

—Anoche tuvimos varios enfrentamientos, los del Rio estaban buscando


ingresar al territorio —dijo en tono neutro, evitaba mirar a Alexa—, los
controlamos, pero la insistencia seguirá. Medina me informó que saldría, tú
estás a cargo, ¿no? —Inquirió con fastidio.

—Eso parece —murmuré.

—Mis oficiales están disponibles, tú decides lo que se hará —masculló—,


esperaré la

respuesta.
—Pudiste simplemente llamar.
—Si vengo es por una razón —miró a Alexa—, ¿podemos hablar?

Cuando ella asintió y lo tomó del brazo, yéndose con él, percibí una
sensación molesta desplazándose desde mi estomago a mi garganta,
se volvió amarga y ácida. Al perderse ambos de mi vista, fue más la
molestia. Para distraerme marqué el número de Dixon mientras
revisaba a la distancia que la mercancía estuviera empaquetándose
correctamente.
—¿Qué? —Increpó, tan dulce como siempre.
—Me acosté con Alexa —solté sin más.
—¿Qué has dicho? —Su voz había cambiado por completo— Dime que es una
puta

broma, ¡¿qué parte de lo que te advertí fue lo que no entendiste?! ¡Idiota!

Alejé el móvil de mi oído cada vez que comenzaba a gritar, estuvo


haciéndolo por al menos un minuto. Recordó a cada uno de mis
antepasados y luego se calmó.

—Parece que debí decirte que te acostaras con ella —espetó enojado—, así
quizá no lo

habrías hecho.

—Fue un error, lo sé, bebí demasiado, me sentía como una mierda, Darla…

—Lo sé —interrumpió—, pero pudiste haber conseguido a cualquiera, Dexter, y


así no

elegir a la única hija de un puto narcotraficante mexicano.

Pasé los dedos por mi cabello, casi tirando de él.

—Estás metido en un problema, abriste una puerta que no vas a poder cerrar.

—Le pondré un alto.


—Ella te gusta —afirmó—, te gusta de verdad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Indagué ausente. Seguía pensando en el


cuerpo de
Alexa fundiéndose con el mío. Joder.

—Porque estás mencionándola. Estás llamándome para hablar de ella. Jamás lo


hiciste

con otra mujer.


—Porque se trata de la hija de Medina.
—Así fuera la hija del Papa —siseó—, si no te gustara, no estarías tocando el
tema y lo
dejarías pasar, pero en su lugar, me llamas para que sea yo quien te ponga un
alto.

Guardé silencio, dándome cuenta de que era verdad cada palabra que salía de
su boca.

—Escucha, pedazo de idiota descerebrado —masculló entre dientes


—, aléjate de Alexa Medina, no hay un escenario donde puedas estar
con ella sin que Medina te vuele los sesos. Te lo advertí una vez y hoy
vuelvo a hacerlo.
—Ella me hace feliz, Dixon —confesé. Las palabras brotaron de mi boca mucho
antes de

que pudiera detenerlas. Y fue lo peor de todo: darme cuenta de que Alexa me
hacia feliz.

Dixon se quedó callado, analizaba lo que acababa de oír. Yo por mi


parte, me hallaba nervioso y ansioso, esto que dije era un
descubrimiento para mí, un golpe a mi realidad de mártir. No asimilaba
que en poco tiempo una chiquilla como Alexa, haya logrado sacar de mí
una sonrisa y un deseo que creí, solo sería de Darla. De alguna forma
sentía que estaba traicionándola, aunque la realidad no fuera así.

—Ese es un problema más grave, y a la vez, un avance para ti —dijo calmado—.


¿Estás

seguro que quieres arriesgarte?

—No lo sé, Dixon, acabo de follarla anoche y hoy estoy confundido. Me


gustó, quizá solo se trate del buen sexo, carajo —expliqué
desesperado. Había un tumulto de sentimientos contradictorios en mi
cabeza que no me dejaban pensar con coherencia.

—Despeja tu puta mente y lo que sientes, si eliges tomar el riesgo, será porque
vale la
pena.

—¿Me apoyarías?
—¿Eres tarado o qué? Joder, qué gano preguntándote, definitivamente
lo eres —se quejó, sonreí—, siempre me tendrás a tu lado, Dexter. Eres
mi hermano menor, voy a cuidarte — agregó en voz baja, tan baja que
apenas pude oírlo.
—Gracias, estaré llamándote mañana.
Salúdame a Holly. —Deja a mi mujer en paz,
idiota.

Cortó la llamada y mi sonrisa se ensanchó. Dixon detestaba que


cualquiera pensara, mirara o se acercara a su esposa sin importar
quien fuera. Hasta ese punto llegaban sus celos notablemente
enfermizos.

Salí de la bodega en busca de Alexa. No la encontré afuera, mi rostro se


volvió en todas las direcciones sin hallarla. Entonces me dirigí hacia el
establo, era el sitio más cercano al que pudo haberse ido, lo demás se
encontraba despejado y por lo regular ella necesitaba privacidad
cuando hablaba con el policía ese.

Al llegar, no me equivoqué, ella se encontraba ahí, no obstante, la


manera en la que la encontré, no me gustó en lo absoluto.

Se hallaba con los brazos alrededor del cuello de Enzo mientras se


devoraban las bocas. Tenía la ropa a medio poner, él parecía ansioso
de querer metérsele por cualquier sitio a su alcance. Sentí nauseas y
de nuevo una ligera molestia.

Ninguno de los dos me miró. Mejor para mí, di media vuelta y lo dejé pasar. Ella
no me pertenecía y lo que estuve a punto de hacer seguramente me hubiera
traído consecuencias peores que las de romperle la cara a Enzo.
Alcé la vista al cielo y suspiré hondo.

—Siempre serás tú, Darla. Quítala de mi camino, déjame encontrarte, solo


quiero verte
una vez más.

Capítulo 13
Alexa
Más que nunca me molestó que Enzo nos interrumpiera, sin embargo,
aun seguía un tanto molesta por lo ocurrido con Dexter. Ilusamente creí
que después de haber tenido sexo, él cambiaría de parecer acerca de
nosotros, aunque ni siquiera existiera un nosotros. Era una ilusa, una
ingenua por creer que podía hacer algo para poder llamar su atención y
ser algo… algo para él.

Después de todo, ¿por qué querría ser algo? Nunca quise tener una
relación seria, prefería coger con quien se me diera la gana sin tener
que preocuparme de nada, vivir pensando en si me engañan, me
quieren o no. El dolor de un corazón roto era lo último que querría
experimentar. Sin embargo, no podía negar que el sexo con Dexter fue
alucinante, me lo hizo de una forma única, tan única que necesitaba
volver a repetir.
Él tocó puntos de mi cuerpo a los que nadie llegó y eso resultaba lo
peor del caso. Así comenzaban las obsesiones, los enamoramientos:
por el buen sexo.

Y no, me negaba a enamorarme, me negaba a entrar en el corazón de


Dexter, pese a que, haya dicho lo contrario. Prefería que las cosas
siguieran así y el que él haya puesto un alto sin apenas decir nada, era
lo mejor que pudo haber hecho por los dos. No insistiría, ni forzaría una
“relación” que no llegaría a nada.

—¿De qué quieres hablar? —Averigüé.

—Ni siquiera estás escuchándome, Alexa —se


quejó. Resoplé. —Sí lo hago, Enzo. Pero entre
nosotros todo quedó hablado.

Me agarró de ambos brazos y empujó mi espalda contra una de las


puertas del establo. Los caballos emitieron algunos sonidos.

—¿Quieres que solo sea sexo, Alexa? Perfecto —su boca a centímetros
de mi boca—, eso te daré, no tendrás ningún reprocho, ningún reclamo,
solo esto —cogió mi mano y la puso sobre su entrepierna—, para ti,
dentro de ti.

Pasé saliva. Su actitud posesiva me gustó un poco, despertó cierta


excitación en mí, como la caliente que era, no dudé en besarlo, caí en
sus encantos otra vez, importándome poco lo que hablamos y la
amenaza impresa en aquellas palabras disfrazadas de promesa.
Le rodeé el cuello con los brazos, él desabotonó mi blusa y masajeó mis
senos, entretanto, yo lo llenaba de besos, hundía mi lengua en su boca.
Percibí cierto vacío al reparar cuan diferente eran sus besos a los de
Dexter. Con este último pude sentir más, fue más apasionado, lleno de
lujuria y ganas. E incluso ante aquella sorpresiva decepción, no dejé de
responderle y tampoco le negué el acceso a mi cuerpo, me tocó como
siempre lo hacía, llegaba a los puntos más sensibles que aprendió a
conocer.

—Vas a ser mía siempre —aseguró—, cada que yo lo quiera —jadeé—, me vas a
abrir las
piernas.

Reí interiormente. Lo dejaría creer su sueño, porque nunca me


dejaría dominar por un hombre, si lo permitía era porque quería,
pero el alto lo pondría cuando se me diera la gana y ni él ni nadie iba
a cambiarlo.

—No podemos hacerlo aquí —volví el rostro hacia un lado, tuve la


sensación de haberme sentido observada—, ve a mi habitación esta
noche, ¿de acuerdo?
—¿Y el gringuito ese? ¿Eh? —Estimulaba
mis senos. —Yo me hago cargo de él,
déjamelo a mí.

Mordisqueó mi cuello y asintió complacido. Rápidamente abotoné mi


blusa y acomodé mi ropa de manera decente. Le di un beso fugaz en los
labios y me retiré en dirección a las bodegas, sin embargo, al llegar, ya
no vi a Dexter por ningún lado.

—Pérez —llamé a uno de los encargados—, ¿viste hacia dónde se fue Dexter?

—El señor Russo fue a comer, niña Alexa.


—Gracias.
Salí deprisa, esta vez en dirección a la hacienda, al entrar hallé a Dexter
en la cocina, platicaba con una de las empleadas mientras probaba los
tacos que habían preparado. Las cocineras lo observaban con
curiosidad, él no les sonreía, solo respondía en monosílabas. Cuando
reparó en mi presencia, su expresión cambió a una más seria.

—¿Necesitas algo? —Cuestionó, ya que solo lo miraba a él.


—No, ya han acabado con la mercancía. Por la noche tenemos que recoger un
cargamento
de hierba.
—Lo sé, García se hará cargo
de eso. —Quiero ir yo.
—Negó.

—Tienes prohibido salir de la hacienda,


Alexa, lo sabes. —Enzo puede cuidarme.
—El único que te va a cuidar aquí, soy yo —decretó serio.

Percibía ciertos celos, pero lo deseché de inmediato, no me daría falsas


esperanzas y tampoco seguiría jugando con él, después de todo, ya
habíamos follado. No era de las que insistían luego de haber obtenido
lo que quería, aunque el sexo haya sido el mejor de mi vida.

[***]

Por la noche Dexter se fue a la cama, no nos vimos más en el día, me


dispuse a verificar el acomodado de la mercancía que iba saliendo
empaquetada y lista para traficarse. Dexter adentro y yo afuera.

De mis padres no tuve noticias, solo llamadas de menos de un minuto,


al menos sabía que se encontraban bien, lo quisiera o no, no paraba de
preocuparme por ambos. Esos territorios eran de los más peligrosos
para nuestro cartel, los de Rio sabían lo que hacían al irse a refugiar
allá, con nuestros enemigos.

—No es difícil pasar tu seguridad —dijo Enzo en cuanto ingresó a mi habitación.

—No lo es porque no la hay —comenté—, Dexter no esperaba que tú entraras y


los demás
ya saben lo que pasa entre tú y yo.

Sonrió, esa sonrisa coqueta que me gustaba ver. Se adelantó hacia mí


y rodeó mi cintura con el brazo.
—Hablas en presente y no en pasado —señaló. Efectué una mueca.

—No te hagas ilusiones, Enzo —dirigí mi mano a su entrepierna—, si


estás aquí es por esto —apreté su erección—, nada más.
—¿Por qué no te pones de rodillas? —Pasó el pulgar por
mi labio inferior. —Jamás lo haré, ni siquiera para eso.
Mi respuesta lo hizo sonreí más, me atrajo a su boca y nos besamos como solo
nosotros sabíamos. La pasión se desbordaba, la calentura no demoró en llegar,
como pude me quité la ropa, Enzo hacia lo mismo con la suya. Necesitaba
cogérmelo, sacar a Dexter de mi sistema, demostrarme que podía seguir con mi
vida luego de haber estado con un hombre como él. Eso no me detendría, yo no
era mujer de un solo hombre, mucho menos me encaprichaba con uno. Era
para cualquiera que me gustara, para quien lograra seducirme sin tocarme, yo
elegía, siempre sería así.

De pronto, escuché claramente cuando alguien desfundó un arma. Abrí los ojos
y encontré a Dexter detrás de Enzo, este último tenía el cañón de la glock
apuntándole a la cabeza.

—Tienes diez segundos para quitarle las manos de encima y largarte de aquí.

—¡¿Qué chingados te pasa?! —Increpé sorprendida. No podía creer que


estuviera
haciendo esto.

—¿Qué me pasa? —Espetó, me miraba fijo, molesto— Me pasa que


ninguno de los dos me va a ver la cara, si él quiere seguir faltándole el
respeto a tu padre cuando llegue, perfecto, que lo haga, pero no
sucederá mientras yo esté a tu cargo.
—¿Estás escuchándote? —Empujé su brazo, no movió un musculo— Pinche
hipócrita.
—Baja la puta arma —siseó Enzo.

Se volvió, ambos se enfrentaron. Dexter no bajaba el arma y por Dios


que no apostaba a que no le dispararía, él lo odiaba.
—Cállate, Alexa —advirtió Dexter.

—¿Por qué? ¿En que te afecta que esté con él? ¿Te molesta que vaya a
cogérmelo después de haber estado contigo? Porque si vamos a hablar
de respeto, tú se lo faltaste a mi papá, y mucho.

Enzo dirigió su mirada irascible hacia mí. Reparé en que abrí la boca
de más, pero ya no había nada que hacer para remediarlo.
—¿Te acostaste con él? —Inquirió trémulo. Encogí
los hombros. —¿No escuchaste o qué? Sí, Enzo,
me lo cogí anoche.
Lo que sucedió a continuación jamás lo hubiera esperado. Enzo le atinó
un golpe en la mandíbula a Dexter, quien, sin verse desprevenido, se lo
devolvió y con más fuerza, tanta que lo hizo doblarse.

—¡Lo qué me faltaba! —Aseveré. Interpuse el cuerpo entre ambos antes de que
Enzo
decidiera devolverle el golpe.

—¡Eres un cabrón, un hipócrita hijo de puta! —Acusó con rabia.

—Lárgate de aquí, policía, hazlo antes de que tus sesos acaben como
decoración en la

pared.

—¡A mí no me amenazas! —Ladró enardecido, sacó el arma y lo apuntó con


ella.

—¡Ya basta! —Enfrenté a Enzo— Vete de aquí, ya, ¡ya!

Posó sus ojos hacía mí, había mucho odio en ellos, esta vez no supe
si era dirigida para Dexter, para mí o para los dos.
—Te creía diferente, pero resultaste ser una puta, como todas esas que pasaron
por mi
cama.

—Disfrutar de mi sexualidad no me hace una puta, no seas pendejo para hablar



mascullé exánime. Sus palabras no me afectaban.

—No vales madre, Alexa.


—Lárgate y no vuelvas, no te necesitamos —espeté, aunque la verdad era otra
—, pinche
ardido.
Guardó el arma, no apartaba sus ojos de mí.
—Te quería dar la oportunidad, pero me has decepcionado y…
Dexter no le permitió terminar la frase, lo agarró del cuello y lo arrastró
con firmeza hacia la salida.

—Vuelve a ofenderla delante de mí y descargaré cada bala en tu puta cabeza


vacía —
amenazó serio y determinado a hacerlo.

Enzo se desprendió del agarre con violencia, trastabilló y sin decir más se perdió
por el pasillo. Lancé un suspiro de frustración, no podía creer que haya
sucedido esta escena tan ridícula. Abotoné mi blusa y me senté en el borde de
la cama. Pensé que Dexter no volvería a entrar, mas me equivoqué y lo tuve en
mi habitación nuevamente. Tomó asiento a mi lado, no lo miré.

—No quiero que malentiendas las cosas, Alexa, esto no lo hice porque sienta
alguna clase
de celos.

—Para nada lo pensaba —apreté las manos en puño—, solo lo haces


por amor a estar chingando —volví el rostro hacia él—, en nada te
afectaba que él estuviera aquí.

—Tienes razón, en nada me afectaba, pero no lo quería aquí, punto.

—¿Por qué?
—Porque no.

—Esa no es una respuesta valida.


—Para mí sí —replicó—, así que la tomas.

—No se me da la gana, ¿cómo ves? —Musité, sin darme cuenta que en cada
frase dicha
mi cara se iba acercando a la suya.

—No me hagas forzarte a entender.


—Contrólame, Russo —tenté—, toma todo de mí.
—No sabes lo que pides.
—Sé lo que quiero. —Negó suave.

—Eres una chiquilla.

—La misma que te follaste anoche.

Nuestras miradas se retaban, ninguno daba su brazo a torcer, él no


se apartaba y yo tampoco lo haría. Mandaba a la mierda lo que
pensé horas atrás, si él se me ponía de modo, lo volvería a meter a
mi cama.
—El que no arriesga, no gana —susurré antes de besarlo, haciéndolo caer de
nuevo en mis

encantos.

Capítulo 14
Dexter
La sostuve encima de mi regazo, disfrutaba del encuentro de nuestros labios.

Esta vez me encontraba consciente y el resultado fue mucho mejor de lo


que recordaba; el sabor de su boca no se comparaba al recuerdo que
mantenía en mi mente. Y por más que quise separarla de mí e impedirle
que siguiera con esto que terminaría en una tragedia, no pude detener
los movimientos enérgicos de mis labios amoldándose a los suyos.
Eran los primeros besos luego de Darla, que me hacía sentir algo más.
Explicarlo resultaría inútil y tampoco contaba con el tiempo y las ganas
de analizarlo, solo me permití sentirla y transmitirle todo lo que logró
despertar en mí en tan poco.
Yendo en contra de todo lo que estaba bien, le arranqué la ropa, mis
dedos se desplazaron ansiosos, rasgué la tela y apliqué fuerza en su piel
inmaculada y suave. Alexa gimió en mi boca y ambos caímos sobre la
cama.

—¿No vas a decirme que pare? —Inquirió entre jadeos.


—No puedo —amasé sus senos desnudos, deleitándome con la dureza de sus
pezones—,

estoy jodido.

—Estamos.

Desplazó los labios a mi cuello, cerré los ojos y me estremecí con la


caricia húmeda que me daba. Con las manos tocaba mis brazos y
pecho, me saqué la camisa de encima y le permití seguir besándome;
enterraba las uñas en la piel, me arrancaba leves siseos cada vez que
lo hacia y todo empeoró cuando arribó a mi vientre bajo. Deslizó la
boca de un costado al otro mientras desabotonaba mis pantalones.

Gruñí fuerte al primer contacto de su mano con mi pene erecto.

—Me gusta sentir que también te humedeces por mí —susurró con la boca a
centímetros

de mi erección.
—Joder, Alexa —su aliento me causaba escalofríos—, ¿qué mierda estás
haciéndome?
—Sabes lo que haré, aunque yo no tengo idea de esto —la miré, su
imagen fue de lo más erótico de mi vida—, es la primera vez.

—¿Qué?
—Tu pene será el primero que chuparé. —En otro momento habría reído.

Me apoyé en los codos, con una mano acaricié su mejilla y la otra descansó en
su nuca.
—Primero tu lengua —señalé—, luego tu boca.
La lujuria en sus ojos era inmensa, me la transmitía, tanto que no
pensaba con coherencia. Solo quería el momento con ella, ansiaba
sentirla de todas las maneras posibles. Me quemaba la necesidad que
experimentaba y en algún punto me aterró sentirme así y a la vez, me
devolvió la esperanza.

—Dime si te gusta —musitó inocente. Había vivido lo suficiente, mas


no lo necesario para ser una experta y detenerme a analizar su
inocencia, me excitaba mucho. Era un puto pervertido.
Desplazó la lengua de arriba abajo, tomó el liquido pre seminal que
derramé gracias a ella, lo tomó todo con sumo deleite; lamió del tronco
al glande y luego lo metió a su boca. Jadeé y cientos de sensaciones se
acumularon en mi cuerpo. Su boca estaba caliente y húmeda, tanto
como su vagina.

Con la mano apreté su cabeza contra mi pene, quería meterlo por


completo, pero solo la guie, le mostré el ritmo que me gustaba.

—Para ser tu primera vez, la chupas bien —siseé. Me observó bajo lo espeso de
sus

pestañas y joder. Si su padre supiera lo que su niña estaba haciéndome, estaría


jodido.

—Me gusta —apretó mi glande y chupó, haciéndome contraer el cuerpo—, más


porque

sigues mojándote.
No logré hablar, no coordinaba mi lengua con mi cerebro. Alexa
continuaba y si no la paraba, terminaría viniéndome en su boca. Pero
era tan deliciosa la sensación, sus labios se cernían en torno a mi
longitud, se veían preciosos cubriéndome, ella era un mujer hermosa,
dispuesta, caliente, sumamente atractiva para cualquier hombre y creí
que podría ser indiferente para mí. Sin embargo, hoy que la tenía así,
descubrí la realidad: no podría mantenerla alejada de mí.
La detuve. Siendo brusco la empujé encima de la cama.

—¿Por qué estás tan callada? —Inquirí burlesco. Estaba


siendo una persona completamente diferente, estaba siendo
lo que fui una vez y eso continuaba asustándome.
—Quiero sentir, quiero sentirte.
—¿Qué tanto me deseas? —Mi boca rozaba uno de sus pezones. La piel se le
erizó, apretó

las piernas, mis dedos se abrían paso entre sus pliegues húmedos.

—Mucho —apenas logró responder.

Pasé los dedos por su cavidad, de norte a sur, penetré lento su vagina
con dos de mis dedos, la humedad se dispersó en ellos, mi palma se
empapó con el liquido cristalino y al retirarla, metí los dedos dentro de
mi boca, succioné y probé con deleite el sabor de su excitación.
—Dex… —Jadeó.

—Eres deliciosa y adictiva, Alexa, temo por ti.

—¿Por qué? —Balbuceó.

Separé sus piernas y me situé entre ellas, con la punta de mi pene


estimulé su clítoris. Podía sentir cuanto más se mojaba.

—Por lo que yo pueda ser capaz de hacer por ti.

La penetré despacio. Echó la cabeza hacia atrás, la sentí tan mía con tan
poco. Se mordía el labio y se entregaba sin miramientos, ofreció sus
senos y los acepté. Chupé entre la unión de ambos, rodeé su pezón y
mordisqueé el otro. Cuando me tuvo dentro de ella por completo, mi
mano descansó en su cuello, ejercí presión y la obligué a mirarme a los
ojos.

—Mía, ¿entiendes el significado de esa palabra?


—Posesivo, Russo —gimoteó. Salí de ella y arremetí con mayor fuerza—.
¿Dónde quedó

todo lo que me dijiste?


—Se fue a la mierda cuando me besaste.

Probé su boca otra vez, podía hacerme un adicto a ella. Con lentitud
medí las embestidas que daba contra su cuerpo, profundas y suaves,
estimulando en cada movimiento. La sentía contraerse, pedirme más,
excitarse en los roces que daba a su punto más sensible. Y el mejor
afrodisiaco para mí fue su cara, los gestos que efectuaba cuando la
penetraba; los sonidos que hacía, la forma en la que se movía debajo
de mí, del toque de sus manos contra mi cintura, diciéndome sin
palabras cómo le gustaba, cómo quería que se lo hiciera.

—Dex —gimió—, ¿cómo puedes hacerlo tan rico?

—Experiencia, Lexi —pasé el brazo por debajo de su cabeza—, cierra las


piernas.
Situé mis piernas de modo que ella pudiera cerrar las suyas, al final
estuve encima de ella, con cada pierna a sus costados, mi pene nunca
salió de su vagina.
—Así se siente… —jadeó—, más
apretado. —Lo sé. Joder, lo sé, y
lo siento.

Mi boca en su oreja, mi cuerpo presionándola, estaba bajo mi poder,


arañaba mi espalda y gemía alto en cada estocada. Se encontraba muy
húmeda, mi longitud resbalaba de una forma deliciosa y a la vez, se
apretaba y el tronco estimulaba las partes correctas de su sexo
empapado.

—Dexter…

—¿Qué? —Susurré. No quería hablar, si lo hacía, gritaría como un puto


cavernícola.

—Estoy llegando.
—Lo sé, cariño —mordisqueé su lóbulo—, tus paredes se ponen más estrechas,
me lo
aprietas muy rico.
—Oh… Dios.

—Grita si quieres, sabes que nadie puede oírte.


Enterró las uñas con más fuerza en mi espalda, el gesto me
descontroló, aumenté mi ritmo, el calor sofocó todo mi ser. Alexa gritó
mi nombre en cuanto el orgasmo la tocó, en cuanto la sentí, deshice mi
agarre, enderecé la espalda y abandoné el calor de su centro. Cogí mi
pene con la mano y vacié mi semen encima de su vientre y un poco más
entre sus labios vaginales. Separé sus pliegues y vi mi semen resbalar
por toda su hendidura. La imagen me volvió loco. Mierda. Aun tenía
ganas de follarla.
—Ay, Dios mío —la miré—, qué sexo tan… bueno. De lo que me estaba
perdiendo.

Negué despacio y me incorporé de la cama, fui al baño por una toalla y


regresé con ella a la cama. La ayudé a limpiarse y al final terminé
haciendo lo mismo conmigo. Ya tomaría una ducha en mi habitación.
—¿Qué está pasando, Dex? —Cuestionó.

Se sentó en la cama, tomé asiento a su lado. Su desnudez era


algo que ya no me importaba, tampoco la mía.

—Quisiera poder darte una respuesta, pero ni yo logro entenderlo.

—¿Lo sientes? —Inquirió. La miré a los ojos.

—Sí.

—No es solo sexo —susurró—. Tengo miedo.

Su actitud enérgica no estaba, la veía y de verdad divisaba la


preocupación en sus ojos. Esto era nuevo para ella tanto como lo era
para mí.
—No pensé que después de Darla alguien más pudiera hacerme
sentir así —confesé franco—, y puedo tomar la decisión de
detenerlo y dejarte ir.

La expresión en su cara fue de terror.


—Pero no quiero sentirme miserable. Dijiste que hiciera que valiera la pena.
Alcancé su mano y la sujeté entre la mía con firmeza, besé el dorso y le sonreí.

—Haré que valga la pena, no tengas miedo, Lexi, confía en mí.


—Si papá sabe…

—Lo sabrá —determiné seguro—, haremos las cosas bien.


—Pero… ¿qué cambió? —Esbocé media sonrisa.
—Para ti puede ser estúpido que el sexo me haga tomar decisiones
así, sin embargo, si pudieras echar un vistazo a mi pasado, descubrirías
que con nadie más me había sentido de esta forma.

—¿Cómo te hago sentir? —Indagó. Le regalé una caricia.

—Vivo.

[***]
Alexa

Sentía mariposas en el estomago.

Ojalá supiera como matarlas para no sentirlas revoloteándome dentro.


No tenía la menor idea de como lidiar con esto. Decidí no mencionarle
a Dexter como es que yo me sentía respecto a lo sucedido entre
nosotros, más por pena que por otra cosa.

O sea, vamos, ¿cómo explicaba que el sentimiento que


experimentaba él era el mismo que atenazaba mi ser? Sería ridículo.

Dex podía excusarse, estuvo con muchas mujeres y ninguna despertó


en él lo que yo, era un hombre con experiencia, comprensible que
estuviera seguro de lo que quería al momento en que notó la
diferencia conmigo.
¿Y yo? ¿Qué podía decir?

Mis pensamientos eran un caos. Estaba asustada por todo esto. Dexter
no era como los demás, él era serio, correcto, sabía lo que quería y no
me veía como un juego o pasatiempo, y todo esto era lo que me hacia
temblar. Lo mío con él no iba más allá del sexo o al menos es lo que me
estuve haciendo creer durante todo el día, porque no podía
engañarme, sentí la conexión que hubo entre los dos, esa que no sentí
la primera vez que tuvimos sexo.

Por algún motivo que desconocía, esta segunda ocasión tuvo otro
significado. Entenderlo sería inútil, me mantenía ignorante por
completo qué fue lo que sucedió. Solo podía decir que se sentía bien y
a la vez, me hacia temer.
La camioneta se detuvo, regresé de donde estaba y visualicé a la gente
de Aguirre frente a nosotros.
De vuelta al trabajo.
—Vamos —murmuró Dexter. Él se hallaba igual de desconcertado que yo.

Juntos bajamos. Dexter no se me separaba por mucho, mientras


avanzamos hacia Aguirre, su postura cambió a una parecida a la de
protector. En cuanto nos detuvimos frente a frente, Aguirre sonrió, tan
perfecto como siempre.
—Mini Robledo —se mofó—, y de ti ya había escuchado hablar —miraba a
Dexter—, el

hermano del Diablo.

Apreté el ceño. No tenía la menor idea de que así se le apodaba al


hermano de Dexter. Vaya dato. Nunca escuché de ese tipo.

—A lo que venimos, Aguirre —interrumpí. Me miró.

—Como me encantas, cosita preciosa. —Hice rechinar mis dientes.

—Vuelve a dirigirte de esa forma a ella y será la ultima cosa que hagas
—amenazó Dexter.

Aguirre arqueó las cejas, sorprendido.

—No me lo esperaba —sonrió—, ahí


tienen el dinero. —Y ahí está tu mercancía
—mascullé.
Los muchachos ya se encargaban de bajarla. Los tres nos mantuvimos
callados por unos minutos. Dexter no le quitaba los ojos de encima a
Aguirre, lo comprendía, yo tampoco confiaba en él.
—Supe lo que Letrán te hizo —rompió el silencio Aguirre—,
sobreviviste, ¿eh? —¿No me ves o qué, pendejo? —Increpé
tosca. No lo toleraba. Él rio.
—Ese cabrón no da un paso en falso, mini Robledo —comentó, la
seriedad se veía en su cara, lo cual se me hizo extraño—, el atentado
no fue para matarte, sino para sacar a tus padres de la ciudad.
—¿De qué carajos estás hablando? —Siseé. Dexter estaba atento a cada
palabra y
movimiento.
—Mucho cuidado, pequeña, que tengas el valor, no quiero decir que
tengas la inteligencia que caracteriza a tus padres —murmuró sereno
—, aunque esta vez parece que les falló.

—Di las cosas como son y déjate de pendejadas —espeté enardecida. No


entendía a
dónde quería llegar con su puta letanía.

—Él viene por los territorios de Medina, atenta, que puede llegar en
cualquier momento y de la mano de quien menos imaginas —guiñó un
ojo—, pero esto no lo supiste por mí.

Dicho esto, se retiró con su gente, dejándome con la duda y una


preocupación más que agregarle a la lista.

—Tengo que hablar con mis papás, esto no me gusta nada, Dexter —susurré—,
ellos

tienen que regresar.

—No tengas miedo —entrelazó su mano con la mía frente a los


demás, sin importarle nada—, no voy a dejar que nada te pase.

—A veces no puedes evitar lo inevitable —musité.

—Lo haré, porque no pienso perderte a ti también —sentenció.


—Si muero yo…

—Morimos los dos.

Capítulo 15
Alexa
Mis padres ya venían en camino.

En Guadalajara encontraron al lugarteniente de Letrán, mas a este no


se le encontró por ningún lado, pese a los esfuerzos de mis padres por
dar con él, al parecer abandonó la ciudad mucho antes de que ellos
llegaran. Alguien le avisó y eso solo nos dejaba en claro que había
gente suya infiltrada con nosotros.

Por más que analizaba a todas las personas, no daba con una,
aunque no es como si pudiera interrogarlos a todos, eran
demasiados.

—¿Qué está ideando esa cabeza tuya, niña? —Indagó Dex.


Nos hallábamos en la bodega, en la última semana no salíamos de aquí
y sentía que de alguna forma estaba tratando de entretenerme para
que desistiera de buscar a los culpables. El tema de nosotros no lo
habíamos tocado, como tampoco volvimos a tener sexo; Dexter
construyó una barrera que me fue difícil derrumbar. No explicó por
qué, no me permitió indagar, solo… todo se detuvo. Sin embargo, su
comportamiento conmigo no cambiaba, así que me encontraba lo que
sigue de confundida. Sin sexo, pero en la misma sintonía. Vaya extraño.
—Nada, ¿qué puedo hacer cuando no te me despegas un segundo? Y
no de la manera que quisiera —espeté quejumbrosa.

—No quiero distracciones mientras estoy


cuidándote. —¿Soy una distracción?
—Los sonidos de tus gemidos siguen en mi mente, si continúo
follándote, será peor. — Aclaré mi garganta. Él no me miraba, estaba
atento a lo que hacían los muchachos con la mercancía.
—Si te quitas las ganas de mí, no seré una distracción. —Me observó.
—Entre más te consumo, más te deseo, Alexa —sus ojos no mentían—, ¿qué
me has
hecho?

Tocó la medalla que colgaba de su cuello. Bajé la mirada hacia ella.

—Ah, no, yo no te embrujé —dije deprisa. Rio.


—Lo hiciste —bajó la cara cerca de la mía—, pequeña bruja. —Mordí mi labio
inferior.

—Llámame así en la cama —tenté. Negó y se apartó mientras negaba con la


cabeza.

—¿Lo ves? No me jodas, Lexi.

Reí y me aparté de él, salí en dirección a las caballerizas, en unos


minutos más nos iríamos a comer.
—Niña Alexa —me abordó Azua—, hay una llamada para usted. —Traía el
teléfono en la

mano.

—¿Quién es? ¿Por qué te han llamado a ti? —Se encogió de hombros sin poder
darme una

explicación.
Negué y cogí el teléfono, lo llevé a mi oreja, del otro lado se escuchaba solo
silencio.
—Diga —murmuré, alejándome de cualquier mirada curiosa.
—Robledo —saludó una voz que desconocía.

—Se equivoca, esa es mi madre —mascullé.


—Eres su viva imagen —continuó—, ¿sabes quién habla?

—No estoy para putas adivinanzas. ¿Qué quieres? —Increpé tosca.


—Verte. Hablas con Letrán.
Detuve cualquier movimiento efectuado pro mi cuerpo, el mismo que
entró en tensión al tiempo que cientos de interrogantes abordaban mi
mente.

—Tú…

—Tranquila, muchacha, tenemos que aclarar las cosas, ya estoy hasta la


madre de que me señalen, tus padres hicieron un infierno en
Guadalajara y ni siquiera soy yo a quien buscan —espetó en tono seco,
serio. Se escuchaba enojado.

—¿Y por qué no hablas con ellos?


—¿Acaso tus padres conocen el significado de esa palabra? Ellos no
dialogan, ellos asesinan. —Suspiré. Tenía razón—. Quiero que me
dejen en paz, que me dejen trabajar, las heridas que tienes no fueron
hechas por mi gente.

—Dirías cualquier cosa, por eso jamás te escucharían —siseé—. Tú fuiste.


—¿Qué prueba tienes? —Se defendió— ¿La palabra de un sicario? Por favor,
muchacha. Si

quiero matarte, no fallo. Necesitamos vernos.

—No iré a verte, ¿piensas que soy pendeja? —Espeté.


—En el rio, a la media noche, ahí estaré. En tus manos está el detener una
guerra donde
no solo yo tendré bajas.

Dicho esto, terminó la llamada. Le tendí el teléfono a Azua.


—¿Por qué te llamó? ¿Cómo supo este número?

—Al parecer uno de los sicarios se los dio. A García también lo llamaron, pero
no
contestó.

—Saben que son mis hombres de confianza —murmuré pensativa—. Prepara la


gente,
iremos a la media noche al rio.
—Niña Alexa…
—No comiences —susurré, la vista fija en Dex que abandonaba el almacén—, ni
una

palabra, Azua.

—Si le pasa algo, su padre me matará —dijo trémula, evidenciando el miedo


que le tenía a

mi padre.
—Te doy mi palabra que no pasará nada —aseguré, mirándolo a los ojos.

A regañadientes asintió. Quizá pecaba de estúpida, pero tenía el


presentimiento de que Letrán no mentía en lo absoluto. Y mientras me
convencía de ello, me preguntaba: ¿quién fue el responsable de mi atentado?
Los resultados a mi pregunta eran inmensos, pudo haber sido cualquiera,
cualquiera lo suficientemente estúpido para creer que no averiguaríamos su
nombre.

—Vamos a comer —abordó Dex—, ¿con quién hablabas?

—Nadie importante —fingí una sonrisa—, ¿qué se te antoja comer? Porque a


mí se me
antoja lo que tienes entre…

—Alexa —reprendió. Encogí mis hombros y rodeé su cintura.

—Mande, vida.
Besó mi frente y sin responder ingresamos a la casa. Le sonreía y por
dentro trazaba mi plan de esta noche, de alguna forma debía alejarlo
para poder llevar a cabo mi encuentro con Letrán. Mis padres
arribarían pasada la media noche, así que por ellos no me preocupaba
en lo más mínimo.
—Mucho cuidado con lo que haces —advirtió—, no quieres verme enojado.

—No sé de qué hablas. —Asintió despacio y ninguno dijo más. Esperaba que
todo saliera
bien esta noche.
[***]
Dexter se marchó a la pista de aterrizaje, pese a que, había más gente
que podía hacerse cargo de ese trabajo, él comenzaba a tomarse muy
a pecho el querer proteger a mi familia, como si lo necesitáramos; sin
embargo, me resultaba un gesto tierno.

Gracias a su decisión de improviso y a su negativa de llevarme por más ruegos


que escuchó de mi boca, pude encaminarme hacia el rio. Azua y otros dos
escoltas venían conmigo, además de los que se hallaban aguardando
escondidos entre los alrededores. Al parecer, Letrán no venía con toda su
gente, al igual que yo, solo con sus escoltas de confianza. Nada más. Así que,
esto como podría tratarse de una trampa, como no.

—¿Está segura? Cuando su padre se entere… —comentó Azua.

—Bueno, déjenme lidiar a mí con las consecuencias, ¿de acuerdo? Sé lo que se


viene
después de esto.

Guardó silencio. Estaba cansada de que repitiera lo mismo, como si yo


no supiera lo que sucedería por mis decisiones.

Minutos más tarde llegamos al lugar, cruzamos el río y a unos metros


más adelante se encontraba una camioneta negra. Solo se trataba de
una. En cuanto advirtieron nuestra presencia, las puertas se abrieron,
el miedo no lo sentí, no se manifestó de ninguna manera, lo cual me
hizo sentir segura.

Vi bajar a un hombre alto, blanco, de cabello negro. Unas gafas oscuras


le cubrían los ojos, vestía de traje, imponente y atractivo. Dos hombres
venían con él.
Avanzó unos pasos y en cuanto estuvo delante de mí, se quitó las
gafas. Fui presa del potente negro que cubría sus ojos, un negro
estremecedor y peligroso. Parpadeé desconcertada cuando estiró
el brazo, ofrecía su mano. La acepté.

—Alonzo Letrán —se presentó


formal. —Alexa… Robledo
—dije. Sonrió de lado.
—Te va mejor ese apellido, después de todo era el que debías llevar. —No
entendí lo que
dijo y no tenía ganas de pedir explicaciones.

—¿Qué quieres? Ve al punto —exigí.

—Limpiar mi nombre, estoy dando la cara, a ti, la afectada —soltó mi


mano—, no atenté contra tu vida, ni siquiera me interesas lo suficiente
para hacerlo. —No me ofendí.
—¿Entonces? No puedes pretender que crea en tu palabra. Eres un sicario.
—Me crees —afirmó—, estás aquí, eso deja mucho que decir. —Eso no dice
nada —mentí. Sonrió.

—Tus padres tienen enemigos, pero ninguno es tan estúpido como para
atentar contra lo que más quieren —señaló serio—. Tenemos códigos,
Robledo, códigos que yo respeto y la mayoría de los narcotraficantes
también. Piensa, analiza un poco, pequeña.

—Lo he hecho y llego a la misma conclusión —manifesté seria. Azúa se


mantenía atento, no estaba cómodo, yo sí—. Tu gente quiso entrar al
territorio, tu gente merodeó por aquí —señalé a nuestro alrededor—,
¿vas a negarlo?

—No. Yo los envié a tantear el terreno, no venía a armar una balacera, de ser
así, lo
hubiera hecho desde el inicio.

Respiré hondo y tallé con los dedos mi cabellera. No era una chica paciente.

—Déjame ayudarte —continuó—, déjame ayudarte a encontrar al culpable.


—Mis padres jamás lo van a permitir y yo no pienso mover un dedo
para que te acerques a ellos —advertí tajante—, no soy tan estúpida.

—¿Crees que quiero verles las caras? Ja —Rio y sacó un cigarro—.


Plantéales mi disposición, si al final no encontramos al
responsable, me entregaré a tu familia. — Entorné los ojos.

—No te creo.
—Me da lo mismo si me crees o no. Tienes mi palabra y esa, Robledo, no se la
doy a
cualquiera.
Me ofreció su mano nuevamente. Titubeé antes de aceptarla y
estrecharla con firmeza, decidida, estremeciéndome al sentir un
cosquilleo por todo mi cuerpo.

—Si mientes, yo misma te mataré.

Besó el dorso de mi mano, tomándome desprevenida por ese gesto.


—Será un placer, muchacha.

Evité sonrojarme. El tipo era muy atractivo, pero no tanto como Dexter.

En cuanto recordé su nombre, solté a Letrán y retrocedí. Letrán sonrió


y se fue deprisa sin esperar más tiempo. Yo hice lo mismo,
devolviéndome a la hacienda y llegando minutos antes de que mis
padres y Dexter llegaran.

En cuanto estuve dentro de la casa, oí las camionetas atravesar el


portón y finalmente el cese de los motores. No transcurrió mucho
para ver a las tres figuras ingresar a la casa; por impulso, corrí hacia mi
madre. La estreché en mis brazos y ella me sostuvo como siempre,
entretanto, papá besaba mi frente. Dex se mantuvo al margen.

—Te eché de menos, cariño —susurró mamá—. ¿Qué travesuras hiciste?


—No soy una niña, mamá —me quejé. Ella sonrió y acaricio mi cara.

—Siempre serás mi niña.

Me aparté de ella y abracé solo unos segundos a papá.


—¿Qué ha pasado? —Averigüé, alterné la vista entre ambos.
—No lo que esperábamos —respondió papá.

—Letrán no dio la cara, no la dará, por supuesto. Se moviliza rápido —agregó


mamá.

—¿Y qué tal si están tratando de inculparlo? No sé —carraspeé, ambos me


analizaban—,
¿y si el verdadero enemigo es otro y quiere desviar nuestra atención?
—¿De dónde sacas esas ideas, Alexa? —Exclamó mamá. Mordí mi labio, los tres
me
miraban, pero Dexter lo hacía con mayor intensidad, como si supiera la verdad.

—No lo sé —repetí—. El sicario pudo haber mentido, hay muchas posibilidades.

—Bueno, cuando capture a Letrán, él va a decírnoslo —comentó papá en tono


siniestro.
Sabía a lo qué se refería con eso de capturar.

—Quizá podrían tratar de hablar con él civilizadamente —sugerí. Los dos me


miraron

como si estuviera loca, Dex se mantenía inexpresivo.

—¿A qué viene esto, Alexa? —Increpó papá— Sabes quienes somos
y lo que hacemos. Hablar no entra en nuestros términos, grábatelo
en la cabeza, al enemigo no le das la oportunidad de hablar…

—Solo le das dos cosas —susurré.

—La cara y una bala en la cabeza —terminó de decir por mí.

Asentí y ambos se despidieron para ir a descansar. Mañana sería otro


día. En cuanto me dejaron sola con Dex, este se acercó con su mirada
inquisidora puesta en mí. Retrocedí y me acorraló contra la pared bajo
las escaleras, lugar perfecto para que mis padres no tuvieran una vista
de nosotros.

—Viste a Letrán —afirmó.


—No sé de qué hablas, ¿dónde lo voy a ver? ¿En mis pesadillas? Ahí quizá sí
aparezca,

mira como…
—Para tu letanía —interrumpió.

Puso la mano en mi cuello y apretó suave, a modo de advertencia.


—Aún tengo mis dudas, pero si estás se despejan, tú y yo tendremos una larga
charla.
—¿Es normal que me caliente mientras me amenazas? —Cambié el rumbo de la
situación.

Rio y bajó su boca a mis labios sin besarme. Me apretaba con la


musculatura de su cuerpo.

—Tan normal como la excitación que siento al pensar en ti siendo castigada por
mí.
Mi boca se secó y de pronto, solo quería sentirlo hurgar entre mis piernas.

—Castígame, Russo.

—No va a gustarte.

—Pruébame.

—Lo haré —sentenció.

Capítulo 16
Dexter
Acariciaba mis labios con el pulgar de un lado a otro. En ellos aún se
mantenía el sabor de su saliva, podía palpar a través de la oscuridad de
mis párpados cerrados, el frenético latir de su corazón y la temperatura
ardiente de su cuerpo. Mantener a raya mis impulsos nunca fue tan
difícil, la veía y lo único que anhelaba era besarla.
Alexa estaba calando en mí, incomprensible la forma en que me
atrapó, ni siquiera me percaté de ello, simplemente un día la tuve
entre mis brazos y supe que no podía dejarla ir. Y no, no había amor,
no había ese sentimiento tan fuerte que experimenté con Darla,
llegaba a creer que nadie me haría sentir igual, sin embargo, conforme
los días transcurrían, me inclinaba más a la idea de que sucedería: me
enamoraría de Alexa.
Yo era así: un soñador cursi y romántico. Y aunque me aterraba dar un
paso por temor a caer de nuevo a la deriva, quería arriesgarme, lo
quería porque tenía bien claro que valdría la pena, Alexa lo valía todo.

—Estás muy callado, ¿en qué piensas? —Inquirió cauta. Caminábamos por el
corredor de
la Hacienda, acabábamos de cenar.

—En nosotros —respondí sin mirarla.


—Ya era tiempo, ¿no? Después de que lo hicimos, ni siquiera quisiste tocar el
tema. —

Suspiré hondo y alcé la vista al cielo.

—No es que no haya querido, te daba la oportunidad de alejarte de


mí —la miré un segundo—, eres muy joven, Alexa, y yo he vivido
demasiado… hay mucha mierda en mi cabeza, quizá no queremos lo
mismo.

Puso fin a su andar, la imité, quedamos frente a frente.

—¿Qué es lo que tú quieres, Dexter?


—A ti, solamente a ti.

Sus ojos resplandecieron al escucharme, enseguida bajó la mirada,


como si estuviera apenada.

—Pero tú eres joven, con un montón de cosas por vivir, no te gusta atarte, ni
enamorarte,
eres un alma libre y yo un soñador.

Su mirada determinada se ancló a la mía, esta vez lucia ofendida.


—Hay personas por las que vale la pena cortarse las alas.

—Si tienes que cortarlas, entonces no es la indicada —dije serio.


—Sé que estás dando un gran paso conmigo —carraspeó—, y quiero
intentar contigo lo que no quise con nadie más. Quién sabe, Dex
—acarició mi mano de manera sutil—, tal vez terminamos
casándonos.
—Quizá —susurré. Le di un suave apretón y ella sonrió.

—Quizá.

—Señor Russo —ambos miramos a Guzmán—, el patrón quiere hablar con


usted.
Asentí y solté la mano de Alexa, deposité un beso en su frente y me
aparté de ella. No quería besarla, ni follarla, mas no porque no lo
deseara, por supuesto que lo deseaba, pero no quería faltarle más el
respeto a Medina, ni a su casa y la confianza que puso en mí. Hablaría
con él de frente, no le temía en lo absoluto, lo sucedido en el pasado
con los pretendientes de Alexa, no me frenaría.

Entré a la casa en dirección al despacho de Medina, la puerta estaba


abierta, dentro se encontraba él en compañía de Maia. Ambos lucían
imponentes y poderosos. Me costó mucho entender que, el amor en
la mafia no siempre nos hace débiles, sino que en ocasiones tiene
todo el efecto contrario.

—¿Querías verme?

—¿Sabías que Alexa habló personalmente con Letrán? —Cuestionó Medina.


Efectué una

mueca. Ya lo sospechaba, mas no había confirmado nada todavía.


—No, solo tenía sospechas de que había hecho algo.

—Él intenta persuadirla para que nos detengamos —intervino Maia—, señala a
otro cómo
el culpable.

—¿Y no es así? —Inquirí.


—Letrán Méndez es primo hermano de un hombre que yo asesiné —murmuró
Maia—.
Quiere venganza.
—Se acercó a mi hija y no se detendrá —continuó Medina.
Sus palabras no hacían más que preocuparme, de pronto, tuve el
impulso de querer mantener a Alexa dentro de una caja de cristal,
cortarle las alas y enjaularla para que nadie pudiera lastimarla y
arrancarla de mí como lo hicieron con Darla.

—¿Qué haremos? —Pregunté, por supuesto que me incluía, no iba a dejarla.

—El plan continúa como fue trazado. Alexa no puede salir de la


Hacienda, te quiero con ella el mayor tiempo posible, como es obvio,
nosotros no podemos cuidarla de ese modo —explicó con calma.

—No tengo problema con ello, pero hay algo de lo cual quiero hablarles —dije
sereno e

inalterado.

Siendo franco, no pensé que estaría en una situación así: frente a dos
narcotraficantes a punto de decirles que comenzaría una relación con
su única hija.

—Has caído —dijo Medina. No sonreía, pero había cierta diversión en


sus ojos, su esposa mostraba la sonrisa que él se negaba a dar—. Veo
cómo la miras. Eres muy distinto a los demás.

—Quiero su consentimiento, el de ambos —miré a Maia—, para


estar con su hija. —Un noviazgo, querrás decir —corrigió él.

—Sí. Quiero ser su novio, aunque mi edad…


—Este hombre que ves aquí me lleva diez años —interrumpió Maia—, no hay
nada que
pueda decir respecto a la edad.
La observó por encima de su hombro y le regaló una sonrisa genuina,
una sonrisa que en el tiempo que estuve aquí, jamás había visto. El
hombre frío y sanguinario que todos conocíamos, parecía desaparecer
cuando estaba con ella.

—Mi escuincla consentida —susurró él, dándole un beso en el dorso de la


mano. Enseguida volvió a mirarme—. Tendrás nuestro permiso, Russo, pero
habrá reglas, la más importante no tiene que ver con la intimidad. Mi hija ya no
es una niña y tú ya eres un hombre.
Carraspeé, sintiéndome incómodo. Por supuesto, él debía estar
enterado de lo que hacía su niña y de lo que yo le hice a ella. Joder.
—Comprendo —susurré.

—Le rompes el corazón y no dudaré en matarte. Ella es la luz de mis


ojos, lo más valioso que mi esposa y yo tenemos, así que piensa bien
donde te estás metiendo. El que te otorgue el permiso de estar con
ella, no es una bendición.
—Estoy consciente de las consecuencias. En mis planes no está herirla de
ningún modo, yo
por su hija daría mi vida.

—Lo sé, ella también daría la suya por ti.

—Hazla feliz, Dexter —intervino Maia—, mi hija no lo es, hay mucho dolor en su
vida.
—Sé por qué. —La sorpresa cruzó los rasgos de ambos.

—¿Te lo dijo? —Inquirió Maia.

—Sí, sé que ella no puede tener hijos. —El pesar contrajo su cara.

—E incluso así, tú decides…

—Perdí a mi prometida y a un hijo que jamás conocí —mi garganta se cerró—,


Alexa me

ha devuelto la felicidad que quienes los asesinaron, me quitaron.


Se extendió un silencio que se dilató por algunos segundos. Decir en
voz alta y con otras personas lo que ocurrió con Darla, aún me era
difícil. Jamás podría hablar de ella sin que sintiera el corazón hecho
pedazos por todo lo que me arrebataron.
—Entonces tienes nuestro permiso —me señaló con su dedo índice—, cuídala,
porque si

algo le pasa, cortaré tu cabeza.


Sonreí de lado. Esta vez no quise pensar en la posibilidad de morir,
mucho menos la de permitir que alguien más se acercara a Alexa
para lastimarla.
—Les doy mi palabra que, por encima de todo, la protegeré.

[***]

Alexa

Estuve curiosa sobre lo que papá quería hablar con Dexter. Supe que no se
trababa de nada malo, las cosas habían seguido bien, cenamos normalmente y
al finalizar cada uno se retiró a sus respectivas habitaciones. Ninguno volvió a
tocar el tema de Letrán y eso más que tranquilizarme, me preocupaba. Quería
creer que él no mentía y que de verdad quería hacer las pases, aunque esto no
funcionaría, mis padres nunca cederían ni le creerían una sola palabra.

Por otro lado, noté cierta tranquilidad en papá y una seguridad en Dex
al acercarse a mí, que antes no estaba. Me dio la impresión de que su
plática tuvo que ver conmigo y probablemente con la relación que
comenzaba a tener con Dex, la misma que aún no podía definir.
Haciendo de lado eso, ahora mismo caminaba hacia la habitación de
Dex. No había vigilancia como de costumbre, lo cual me pareció raro,
mas no quise indagar. La puerta de Dex no tenía seguro, así que entré
sin problema, las luces estaban apagadas, pero la claridad traspasaba
las cortinas, dándome una vista perfecta de cada rincón, lo único que
me interesaba era el hombre que yacía semidesnudo en la cama.
Dexter solo usaba un bóxer ajustado, su abultada entrepierna quedaba
a la vista, también las cicatrices que casi le quitaban la vida; había otras
más que parecían haber sido hechas con navajas, estas se las hicieron
en el presidio, ese sitio donde lo encerraron para evitar que siguiera
dañándose asimismo.
Me deshice de mi ropa quedando en bragas y sin temor me acerqué a
él, estaba dormido, o al menos eso creí antes de que tomara el arma
que yacía en su mesita de noche y me apuntara con ella. No me
inmuté, mucho menos me asusté. Sonreí y alcé las manos a la altura de
mi pecho.
—Me atrapaste —dije coqueta.

Él recorrió mi cuerpo con los ojos y se incorporó de la cama.


—¿Qué demonios crees que haces? Pude haberte disparado.
—Qué buenos reflejos —susurré. Arrastré los dedos por su tórax en dirección a
su
entrepierna.

Sorprendiéndome, cogió un puñado de mi cabello, eché la cabeza hacia atrás y


le sonreí

aún más en cuanto puso el cañón contra mi garganta. El metal estaba


muy frío, erizó mi piel.

—Te gusta tentarme, te pones en peligro cada vez que te acercas a


mí —musitó. Deslizó el cañón por mi piel, recorrió el contorno de
mis senos y la división entre ellos. —Me atrae lo prohibido, me
seduce lo peligroso, me gustas tú, Russo.

Mantuvo nuestros labios a una nula distancia, los rozó y se apartó leve.
Entretanto, el metal helado continuaba bajando, se detuvo en la unión
de mis piernas; gemí al palpar lo frío contra la poca tela que poseían
mis bragas.

—¿Quieres masturbarme con tu arma? —Bromeé. En él no había


un atisbo de burla. —Ya lo estoy haciendo.

Me besó y hundió el cañón entre mis piernas, estimuló mi sexo con


cuidado y a la vez, violento. No tenía la menor idea de que se podía
hacer algo más con las armas además de disparar.

No moví un músculo mientras él movía el arma como lo haría con sus


dedos o su pene. Logro humedecerme en segundos, no solo por su
roce, sino por lo que usaba para masturbarme.

No perdí tiempo y devoré sus labios, jugué con su lengua provocando


en él una mayor excitación. Aumentó el frenetismo de nuestras
respiraciones y la temperatura de los dos se elevó. Con sus caricias
estaba volviéndome loca, con ganas de lanzármele encima.

—Ven aquí, mi niña —jadeó contra mis labios—, te quiero sobre mis rodillas.
—¿Por qué?

—Porque yo lo ordeno.
Sentí una punzada de placer en mi vientre bajo que se extendió hasta
mi sexo. Apreté las piernas y retiró el arma. La colocó en su lugar y
tomó asiento en el borde de la cama, tiró de mi mano y sin más me
acomodé boca abajo encima de sus rodillas.
Posó la mano en mi espalda y presionó leve al tiempo que su mano
libre se abría paso entre la tela de mis bragas; hundió los dedos en
el encaje y lo rasgó en segundos, dejándome solo con los jirones de
tela dispersos en todas las direcciones.

—Dexter…
—Shh... no hables.

Por el rabillo del ojo vi cómo humedecía sus dedos con la saliva,
posteriormente los llevó a mi vagina, embistió con ellos muy lento, el
toque era sutil y delicado, nada provocativo, pero en mí causó estragos.

Embistió un par de veces, retiró los dedos y volvió a meterlos a


su boca antes de penetrarme con ellos.

—Oh Dios, ¿por qué haces eso? Estoy realmente humedecida.

—Porque puedo y quiero, porque disfruto del sabor de tus fluidos y mi saliva y
lo

resbaladiza que se siente tu vagina cuando te excitas.

Ay Diosito, me saqué la lotería con este hombre.

Cerré los ojos y él continuó con su juego, su erección crecía más con los
minutos, yo tenía un río entre las piernas. Todo quemaba en mi
interior, quería que me cogiera de una vez por todas, sus juegos solo
me ponían ansiosa y caliente.
—Mía y de nadie más.
Quitó el brazo y se incorporó. Se bajó lo necesario del bóxer y agarró
su miembro erecto con la mano, se masturbó lento mientras me
miraba, el líquido hacia brillar toda la punta de su pene.
—En cuatro, Alexa.

—Sí, señor —logré articular.


Con el cuerpo ofuscado y tembloroso me puse de rodillas en la cama,
los brazos estirados soportando mi poco peso.
—Junta las piernas —ordenó.
Lo hice tal cual. Se situó detrás de mí, dio una palmada en mi nalga
derecha y enseguida sentí su pene embistiendo desde atrás. Fue una
sensación de alivio el tenerlo todo dentro y cuando Dexter puso su pie
en la cama y el otro se quedó en el suelo, jadeé por la forma en que
llegaba con profundidad.
—Muérdete los labios y procura no gritar.

—No soy… silenciosa.


—Entonces esperemos que nadie te escuche.

Enredó mi cabello en su puño, tiró y comenzó a embestir sin control. El


sonido de nuestros cuerpos al chocar llenó la habitación, le siguieron
mis gemidos. No podía creer que llegaba a estimular de la manera que
fuera. Sentía excitación, seguía mojándome mientras se hundía en mí.
Su pene se movía delicioso, sus dedos hacían un complemento ideal,
mi boca no podía mantenerse cerrada. Gemía alto y claro y si alguien
me escuchaba poco o nada me importaba.

—Es increíble la forma en que te sientes, Alexa.

Irguió mi espalda, esta se pegó a la amplitud de su torso. Deslizó las


manos por todo mi cuerpo, mis pezones recibieron atención y mi
cuello también gracias a la humedad de su boca.
—Me tienes, Dexter.

—Te tengo, Alexa.


Lo agarré de la nuca, volví el rostro sobre mi hombro para poder
besarlo. Nuestras lenguas chocaron, el ritmo de sus embestidas
cambiaba, mi cuerpo inició esa deliciosa sensación, atenazó todo mi ser
de a poco y luego, llegó con fuerza. Estalló dentro de mí, mi orgasmo, el
suyo, su semen, mis fluidos. Todo fue… delicioso y único, como siempre.

Caí en la cama, él a mi lado. Estaba despeinado y con una


tranquilidad enorme en sus bellos rasgos.
—¿Lo hacemos otra vez? —Provoqué. Esbozó media sonrisa.
—Siempre estoy listo para ti —dijo.
Miré su entrepierna, su pene estaba erecto y él no paraba de
acariciarlo, pese a que, estuviese cubierto con mis fluidos y los
suyos.

—Mi hombre dispuesto. —Sonrió.

—Móntame, quiero sentir como te mueves.


—Sí, señor.


Capítulo 17
Alexa
Era de madrugada cuando abandoné la habitación de Dexter, al final
después de tener sexo un par de veces más, se quedó dormido y pude
marcharme satisfecha y adolorida. Él era tan ardiente en la cama, tan
diferente al hombre serio que veía todos los días, quien lo viera, no se
podría imaginar todo lo que su mente perversa era capaz de hacer. Puta
madre.

Me lo hacía con violencia, rudeza, ganas, mucha pasión. Me tocaba de


formas que, nadie más lo hizo, estremecía mi ser. Se estaba
convirtiendo en una adicción que me negaba a dejar ir.

Puse fin a mis pervertidos pensamientos en cuanto entré a mi


habitación, pues justo vi la pantalla de mi celular encenderse. Era muy
de madrugada para recibir textos. Deprisa lo revisé, el nombre de
Dasha pasó por mi cabeza, mas lo deseché cuando vi un número
desconocido diciéndome hola.

—Ah, caray —murmuré, me senté en la cama con el celular en la mano—,


¿quién eres? —

Mencioné en voz alta al mismo tiempo que lo escribía.


En respuesta no recibí otro texto, sino una llamada que en contra de
lo que debía hacer, tomé.
—Hola, Robledo —saludó esa voz conocida.

—¿Qué haces llamándome? —Increpé seca. Su risa se oyó del otro lado.
—¿No puedo? Quería…

—Saber qué dijeron mis padres —terminé de decir por él. Rio más fuerte.
—No, cariño, no hablo para eso. Mi llamada no tiene que ver con tus
padres, tiene que ver contigo —dijo, sorprendiéndome—. ¿Puedes
creerme si te digo que no te he podido sacar de mi cabeza? Resultaste
ser alguien muy… interesante.
—¿Y lo dedujiste solo con los cinco minutos que hablamos? —Inquirí burlesca.
Me recosté
en la cama, tenía mucho sueño.
—Robledo, sé más de ti de lo que te imaginas, jamás te tomé mucha
importancia, eres una escuincla —emitió una risa—, pero tuve una
impresión muy diferente de ti al vernos frente a frente.

—¿Ah sí? —Murmuré curiosa, no entendía ese placer que me provocaba el


peligro.
—Me gustaste —contuve el aliento—, y mucho.

—A través de mí no vas a lograr nada, Letrán. No soy una niña a la que puedes
endulzarle

el oído para manipularla y así salve tu trasero.

—No necesito endulzarte el oído. Si me gusta algo, voy por ello y lo tomo. Tú
me gustas,

iré por ti y esta vez sí, Alexa Robledo, sí soy yo quien está detrás de tu persona.

Dicho esto, colgó, dejándome con la palabra en la boca y una sensación


agridulce. Miré la pantalla y no podía creer que hayamos tenido esa
conversación, resultaba inaudito que estuviera planeando
conquistarme para usarme a su beneficio. Porque es lo que estaba
haciendo, ¿verdad?
—Solo quiero un puto día de paz —me cubrí la cara con la almohada—, solo
uno.
[***]

Al día siguiente no hubo mucho que hacer, pasé toda la tarde


cabalgando, Dexter no se encontraba en la Hacienda y mis padres no
descansaban. Por primera vez, papá salía de su resguardo, se arriesgaba
y me pesaba que lo estuviera haciendo por mí. A causa de mi repentina
soledad, terminé los pendientes mucho antes y me decidí a perder el
tiempo a través del campo abierto, me dirigí al río, aún se mantenía
vigilado, pero había ciertos puntos ciegos que yo conocía muy bien.

Cuando quería estar sola y no ser encontrada, me refugiaba detrás de


las cascadas, había un tipo de cueva por la que yo sabía entrar, además
de Enzo, cometí el error de mostrarle mi lugar secreto.
Dejé el caballo cerca y escurridiza esquivé los ojos curiosos de la gente
de mi papá. Entre risas atravesé la cascada y la humedad de la cueva
me recibió. Había solo silencio dentro, un silencio tranquilizador que me
hizo respirar hondo. Hacía tiempo que no venía a este sitio. Aún
quedaban vestigios de mis escapadas con Enzo, como la fogata que
hicimos y un par de envoltorios de condones.

—Vienes aquí porque me extrañas.

Pegué un grito y me volví asustada, encontré la figura de Enzo


delante de mí; traía el uniforme oscuro de la policía, sin embargo,
percibí el olor a alcohol que traía encima. Estaba ebrio.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo te dejaron pasar? —Cuestioné confusa.

—No eres la única que tiene sus formas, Alexa —murmuró. Arrastraba las
palabras, lo cual

me hizo saber que se encontraba muy ebrio.

—Da igual.

Pasé por su lado y su brazo se enredó en mi cintura, detuvo mis


pasos y me aferró a su cuerpo con bastante violencia.

—Suéltame —exigí entre dientes, sin aplicar fuerza.

—No.

Me sujetó de ambos hombros y apretó mi espalda a la pared rocosa.


Metió la pierna entre las mías y pudo inmovilizarme.

—¿Qué buscas, Enzo? —Siseé.


Comprendí que no podíamos actuar con violencia contra una persona
que tiene las venas repletas de alcohol, esta no entenderá y por ende,
todo va a empeorar.

—Hacerte mía y recordarte por qué estabas loca por mí.


—Estás mal, quítate de una vez, así no ganarás nada conmigo —advertí. Negó y
aplastó mi
boca con la suya.
Gimoteé contra sus labios, me molestaban sus dientes, su lengua era
áspera, con un sabor desagradable en ella. Sentí nauseas por la forma
en que me besaba y embarraba de saliva toda mi cara. Forcejeé lo más
que pude, me liberé de su agarre y lo empujé lejos de mí, no obstante,
él tiró de mi blusa, rompiendo los botones. Caíamos al suelo por la
fuerza empleada y mi cabeza aterrizó sobre una piedra que causó una
herida en mi sien que me desorientó por algunos instantes. Demoré un
poco en incorporarme, pero antes de ponerme de pie, Enzo me empujó
boca abajo.
—No lo entiendes, Alexa —se cernió encima de mi cuerpo a la vez que
esposaba mis manos detrás de mi espalda—, fui paciente, amoroso,
te ayudé, ¡ayudé a tu familia, a tu amiga!
—Estás haciéndome daño —susurré. Sentía la sangre escurrir por mi mejilla,
directo a mi

boca.

—Te amo, Alexa… te amo, y tú… ¡Tú te revuelcas con ese cabrón! ¡Me
humillaste!

—Lo siento, ¿vale? ¡Perdón! —Exclamé, trataba de persuadirlo, no podía


quitármelo de

encima, estaba en total desventaja.

—No, sé que esto servirá, es lo que debo hacer —aseveró.

Me bajó los vaqueros, llevándose mis bragas con ellos; su peso me


impedía hacer algo, las manos esposadas no ayudaban, el metal se
clavaba en la carne y dolía mientras intentaba zafarme.

—¡Ayuda! —Grité humillada, furiosa al no poder defenderme de un idiota


ebrio.
—Sabes que la cascada evita que los sonidos salgan. —Separó mis
piernas y oí cómo bajaba sus pantalones—. Por eso cogíamos aquí,
por eso lo elegimos.
—No lo hagas, si alguna vez me quisiste, déjame y no me hagas esto.

—¿Por qué no? Antes disfrutabas mucho cuando te abría las piernas y te lo
metía duro.
—¡Con mi consentimiento, idiota! ¡No caves tú propia tumba, Enzo, voy a
matarte si me
tocas!

—No lo harás —su peso aplastó mi cuerpo, cortándome la respiración—,


porque vas a

recordar lo rico que la pasabas conmigo y volverás a mí, solo hace falta esto.
Escupió en su mano y frotó su erección con la saliva. Negué y me
removí como pude, la impotencia que sentía no se podía describir,
todo empeoró cuando lo sentí penetrante desde atrás, entró en mi
cuerpo con rudeza y violencia. Grité por el dolor que esto me causó,
mas no hubo una sola lágrima en mi cara.

—Justo como te recordaba, Alexa: apretada y caliente. —No voy a luchar


contigo, espero lo disfrutes porque voy a matarte. —No, no lo harás —aseguró.

—En eso podemos estar de acuerdo —dijo una voz que causó escalofríos en mi
ser—, no

va a matarte ella, lo haré yo.

Un disparo y el cuerpo de Enzo cayó inerte encima del mío. La sangre


me cubrió, le habían disparado en la cabeza. Pude ver parte de su
cráneo pegándose a mi piel.
Enseguida me lo quitaron de encima, lo mismo sucedió con las esposas
que restringían mis movimientos. Entonces una mano me ayudó a
levantarme. Lo miré a la cara y no pude ver más que furia.

—Lamento la demora, Robledo —se disculpó Letrán.


No respondí, estaba en shock, lo cual pocas veces me ocurría, pero
¿cómo no estar así? Estuve a punto de ser violada por un hombre que
quise, el mismo que quedó con los sesos dispersos en el suelo, muerto,
mientras era salvada por el mismo hombre que mis padres señalaban
como el principal culpable de mi atentado.
Letrán se quitó el saco que usaba y me lo puso encima. Ni
siquiera me importó encontrarme semidesnuda.
—Te llevaré con tus padres, aunque me arriesgue a recibir un tiro.
Callé nuevamente y no fui consciente de cómo me sacó de ahí,
tampoco del momento en que arribamos a la Hacienda; en cuanto
Letrán dio la cara, tuvo a todos los hombres de papá apuntándole con
las armas.

Sonrió y bajó la mirada hacia mí mientras me sostenía en sus brazos.

—Vales la pena, Robledo —susurró.

Entonces todo se volvió oscuro.


[***]

Dexter

No dejaba de mirarlo con odio.

Un odio infundado, a cómo se mostraban las circunstancias. Sin embargo, tenía


el presentimiento de que el sujeto mentía, su calma, su actitud, la forma en que
las cosas sucedían en torno a él, no me daba confianza. Mentía, podía
asegurarlo, mas no comprobarlo. Estaba seguro que Maia y Medina pensaban
igual que yo.

—¿Continuarán con lo mismo? —Inquirió con fastidio— Salvé a su hija de ser


violada,

¿cuánto me hubiera costado matarla ahí mismo? Ilusos.


Maia le propinó una bofetada, Letrán solo sonrió ante la acción,
Medina por su parte se mantenía callado, observándolo serio.
—No te creo. Pudiste planearlo todo —acusó Maia.

—¿Y dejarla viva? Cariño, yo soy como tú: mato a mis enemigos. Pero tu
escuincla no lo es para mí, como tampoco ustedes. —Los observó
alternadamente—. No me interesa vengar a alguien que merecía su
muerte.

—Suéltenlo —ordenó Medina. Maia le lanzó una mirada furibunda.


—Alejandro…

—Confía en mí —dijo serio—, hazlo.


A ella no le quedó más remedio que asentir. Azúa y Guzmán liberaron
a Letrán de las ataduras y este se incorporó de inmediato. Tenía un
porte elegante que vagamente me recordó a Dixon. No parecía un
narco como los que había conocido aquí, él era distinto y eso me hizo
desconfiar más.

—No te quiero ver en mis territorios otra vez, mucho menos cerca de
mi hija —aseveró Medina—. No me importa si la has salvado de morir o
simplemente son buenos amigos, te mataré si te le acercas.

—Ella ya es algo mayorcita como para decidir, ¿no? —Bufoneó. Se acariciaba


las muñecas

lastimadas por las esposas.


—Estás advertido y no repito. Ahora lárgate de mi vista antes de que me
arrepienta y te

llene de plomo.

Letrán rio y obedeció. Salió de la bodega sin replicar y nos quedamos solos.
—¿Por qué, Alejandro? —Espetó Maia.

—De la manera que sea, evitó que ese cabrón lastimara a Alexa. Solo por eso le
he

perdonado la vida hoy.


—No lo merecía —siseó Maia. Tenía las manos hechas puño.

—Confía en mí, bonita —pidió. Se acercó a ella y entonces supe que yo salía
sobrando.

Los dejé en su mundo y me dirigí a la habitación de Alexa; antes de


entrar a la casa visualicé a Letrán a una distancia prudente, a punto de
montarse a su camioneta. Alzó el brazo y movió la mano a modo de
saludo o despedida.

Definitivamente él nunca me daría confianza.


Le di la espalda y no demoré en llegar a la habitación de Alexa. Ella se
hallaba sentada en la cama, las rodillas flexionadas y el mentón
descansando en ellas. No me miró cuando entré; me senté a su lado y
pasé mi brazo por su hombro.
—Lexi.
—Me tocó —susurró perdida en sus pensamientos apenas me tuvo cerca—, no
le importó

nada. Iba a violarme y ahora está muerto.

La voz se le rompió al decir esto último. Sollozó y la atraje a mi cuerpo.


Era la primera vez que la veía llorar así. Alexa Medina jamás lloraba,
ella siempre sonreía, pero a veces los labios se cansaban de sostener
las lágrimas y se derrumbaban, desbordando así el río salino
acumulado en aquellos orbes tristes.

—Enzo está muerto —sollozó con sentimiento—. Yo lo quería… lo quería


mucho y ya no

está.

La consolé en silencio, sin tener una palabrería para decirle, al final de cuentas,
las palabras de aliento no sirven de nada cuando nos destrozan el corazón. El
dolor persiste y no se irá, solo se quedará acumulado mientras aprendemos a
vivir con él.

—Llora, Lexi —la incité—, voy a estar aquí.

—Quizá para siempre —gimoteó.

—Quizá para siempre, mi niña

Capítulo 18
Dexter
Estuve cuidándola toda la noche, pendiente de ella en todo momento.
Logró descansar, en momentos se despertaba asustada, mas estos no
fueron muchos. Yo no logré conciliar el sueño, no cuando Alexa
necesitaba ser cuidada. De alguna forma le daba sentido a mi vida,
tenerla conmigo se convirtió en un incentivo, el no dejarla sola,
cuidarla, velar por su seguridad, no podía pensar en abandonarla, ya no
podía pensar en nada más que no fuera Alexa. No volvería a separarme
de ella.
—Veo que aún no despierta, ha dormido demasiado y tú tan poco —comentó
Maia.
—Está bien —me incorporé de la cama—, ¿alguna vez Alexa ha salido del país?
—Indagué

como no queriendo.

Maia se recostó al lado de su hija, le daba caricias en la cara, la


miraba con adoración y ternura.
—No, Alejandro no lo permitía, ¿crees que le vendría bien salir de viaje?

—No lo sé, estar en este sitio debe ser cansado. Le han ocurrido muchas cosas,
cambiar de

aires unos días podría ayudarle.

Bajó la mirada a su hija, ella se removió un poco, efectuó un mohín y se


acomodó en el pecho de su madre como si fuera una niña pequeña.
Maia la abrazó y Alexa pareció serena y tranquila.
—Voy a planteárselo a Alejandro, siempre y cuando tú vayas con ella.

—Sigo sin entender por qué confían tanto en mí —murmuré incrédulo. Estiró
los labios en

una sonrisa.
—Conoces el dolor, tienes un pasado que te ha marcado, ese tipo de
personas, personas como tú, no serían capaces de herir a quienes
aman. —Volvió la vista a mí—. Nunca la lastimarías, temo que sea ella
quien termine hiriéndote a ti.

—Si eso sucede, sabré sobrellevarlo —suspiré—, más dolor del que me
acompaña, no
experimentaré.

—¿Aún la amas? —Preguntó cauta.


—La amaré cada día de mi vida.

Asintió, satisfecha con mi respuesta. No comprendí por qué.


—Ve a desayunar, yo me quedaré con ella —susurró.
Le dediqué una media sonrisa y la dejé a solas con su hija. Sus palabras
se quedaron dando vueltas en mi cabeza y llegué a la conclusión de que
tenía razón: yo jamás dañaría a Alexa.

[***]

Entré al despacho sin tocar. Medina hablaba por teléfono, parecía


cómodo con la conversación. Al verme, se despidió de quien sea que
estuviera del otro lado y me indicó que tomara asiento delante de él,
lo cual hice.

—¿Ocurre algo? —Cuestioné.


—Mañana saldrás de viaje con mi hija, irán a
Nueva York. —¿Qué debo hacer? —Negó
serio.

—Cuidarla, distraerla, hacerla feliz —dijo. Parpadeé un par de veces,


desconcertado por lo que acababa de decir—. No me mires así, suena
increíble, lo sé, pero mi esposa habló conmigo y creo que es una buena
decisión darle unas vacaciones.

—Comprendo, pero ¿el trabajo? Si estoy aquí es porque necesitabas a alguien.

—Me importa más Alexa, puedo conseguir a quien sea para que
ocupe tu lugar, pero no para confiar la vida de mi única hija. Si estás
aquí es porque debía cobrarle el favor a tu hermano sí o sí. Gente
tengo de sobra.

Recliné la espalda sobre el respaldo y asentí, entendiendo su punto.

—¿Tienes un itinerario para Nueva York o prefieres que me haga cargo?


—Pregunté.
Conocía la ciudad bastante bien.

—Hazte cargo. Llegarán a la casa de uno mis socios, el padre de la mejor amiga
de Alexa.
—¿De quién se trata?

—Sasha Kozlov, su hija Dasha estuvo como invitada aquí hace tiempo, a Alexa le
vendrá
bien verla de nuevo.
—Entiendo. ¿Cuántos días serán?
—Una semana. Me cuesta mucho dejarla ir, pero es necesario.
Puedo confiar en que la protegerás, ¿cierto? —Me puse de pie.

—Mi cabeza está en juego, Medina —simplifiqué. Esbozó


media sonrisa. —Es bueno que lo tengas claro.
Asentí y sin tener más que decir salí de su despacho. Encontré a Maia
en el camino, llevaba el periódico en su mano, al parecer ya habían
encontrado el cuerpo de Enzo. A nadie le sorprendía su muerte,
lamentablemente la violencia contra la policía era algo a lo cual la gente
estaba acostumbrada.

—Hola —dirigí mis ojos a las escaleras—, hola, muchachote .

Sonreí solo para ella y en segundos la tuve entre mis brazos. Venía
en pijama y con el cabello suelto.
—¿Pudiste descansar? —Pregunté.

—Sí, pero tú no puedes decir lo mismo —dijo. Acarició lo oscuro de mis ojeras,
ella

también tenía, pese a que, había dormido bien.


—¿Tienes hambre? —Cambié el tema.

—No mucha. —Acomodé un mechón de su cabello.

—Te tengo una noticia —musité. Alexa enarcó ambas cejas.


—¿Ah si? ¿De qué se trata?
La tomé de las manos, me sentía feliz estando cerca de ella. Cada día
la necesitaba más y no me asustaba en lo absoluto sentirme así.
—Iremos a Nueva York —sus ojos se iluminaron—, de vacaciones.

—¡Júramelo! —Exclamó anonadada. Su semblante cambió deprisa, fue


sorprendente
como la tristeza que enturbiaba sus ojos, se disipó.
—Tu padre ha dado su consentimiento, iremos a visitar a tu amiga Dasha.
—¡Oh, por Dios!

Fui presa de sus brazos, inevitablemente reí, devolviéndole el abrazo.


Me estrujaba con fuerza, emocionada y feliz, muy feliz sin siquiera
haber puesto un pie fuera de aquí.

—Gracias, gracias —repitió


constante. —Agradécele a tus
padres.

—Sé que tuviste mucho que ver en esto —me miró cariñosa—, sé que estás
haciendo lo

posible para ayudarme.

—Quiero verte bien —acaricié sus brazos desnudos—, que olvides los malos
ratos que has
pasado.

Presionó nuestras frentes y disfruté de su cálido aliento.

—Bastaba con tenerte a ti, pero el viaje me va de maravilla, nunca he salido del
país, Dex,
no sabes lo que significa esto para mí.

—Sé lo que significa querer extender tus alas mientras te lo


impiden. Yo haré todo lo posible por hacerte feliz… novia. —Se
separó un poco de mí. —¿Novia? ¿No me has pedido ser tu novia?
—Concédeme el honor de ser tu novio —pedí.
Ni yo mismo podía creer lo que sucedía, tanto tiempo estuve
tratando de seguir, de encontrar sentido, me esforcé en sobremanera
para no caer y nunca pude sentirme tan bien como ahora, la razón
era clara: había dejado de buscar y así pude encontrar.

—Muy bien, señor Russo, honor concedido. Puede ser mi novio


Satisfecho, le di un casto beso en los labios. Alexa respondió de la
misma forma, sin sexualizarlo, solo transmitiéndome el cariño que
sentía por mí, el mismo que yo experimentaba.
[***]
Alexa

Viajaría a Nueva York.

No podía creerlo, en mi interior seguía dando saltos de felicidad, dejé la


angustia de lado, la noticia me ayudó a no pensar en el abuso que viví,
la muerte de Enzo y el nombre de mi salvador a quien aún no había
podido agradecerle.

Mientras terminaba de empacar, me devolvía a mis pensamientos


antes de la noticia. Creí que no podría superar lo que me pasó, que me
marcaría como suele suceder con quienes han estado en una situación
similar. Sin embargo, una parte de mí —la aguerrida y poderosa—, se
negaba a truncar mi vida y felicidad por culpa de un poco hombre al
que no valía la pena mencionar ni dedicarle mis pensamientos, mucho
menos permitir que se llevara mi paz.
Dolía, por supuesto que dolía, me pesaba y tenía pesadillas que
giraban en torno a ese instante, mas eran más las ganas que había
en mí de olvidarlo y seguir adelante.

Di un respingo ante la llamada entrante a mi teléfono como solía


sucederme a menudo. Miré el número y supe de quién se trataba.
Nerviosa, puse seguro a mi puerta y respondí en el último tono.

—Hola —saludé cauta. No quería ser grosera con él.


—Robledo —respondió a mi saludo—, ¿cómo estás, mi querida niña?

Aclaré mi garganta. Él me hablaba como si fuera mi padre y luego,


como si estuviera conquistándome.
—Estoy bien —contesté neutra—. No había tenido la oportunidad
de agradecerte — carraspeé—, gracias.
—Está de más darme las gracias, me gustaría más que accedieras a verme.

—¿Por qué habría de hacer eso?


—Puedes divertirte conmigo, Robledo.
—¿Qué eres? ¿Marihuana? —Rio fuerte, como era su costumbre.
—No, soy más adictivo, solo necesitas probarme una vez.
Rodé los ojos. Para adictivo ya tenía a mi chico ruso italiano.

—No sucederá. Te agradezco lo que hiciste por mí, pero no intentes ir más allá,
puedo

olvidar que me salvaste si no me dejas en paz.


Guardó silencio unos instantes, suspiró antes de hablar.

—Cada día me gustas más. Entre más te niegas, más crece mi necesidad de ti,
estaré

siguiendo tus pasos, niña bonita.

Colgó la llamada y decidí ignorar sus palabras. No había forma de que


pudiera acercarse otra vez y tampoco me quitaría el sueño. Estaba
advertido de lo que sucedería si seguía detrás de mí.

Cerré la maleta y salí de la habitación con ella en mano. No llevaba


muchas cosas, quería ir de compras allá, recorrer los más que pudiera
de esa enorme ciudad. ¡Dios! Tenía un sinfín de planes. Dasha estará
feliz y más ahora que ella necesitaba de distracciones, tal y como yo.

—¿Estás lista? Nos llevarán a la pista de aterrizaje —me abordó Dex. También
llevaba su

maleta en la mano, tomó la mía, ayudándome.

—Sí, estoy muy ansiosa.


—Puedo verlo —murmuró.
A pesar de tener cambios descomunales conmigo, él seguía estando
triste y sonreía muy poco. Ya me encargaría de quitarle ese pesar, o al
menos, hacerlo más llevadero.
Al bajar las escaleras, mis padres esperaban por nosotros. Sonreí y
confiada me lancé a los brazos de ambos. Irradiaba felicidad por
doquier.
—Gracias —susurré sincera—, gracias por dejarme
hacer este viaje. —Lo necesitas, Ali —dijo papá. Me
aparté de los dos.
Cada vez que me llamaba así, se me llenaban los ojos de lagrimas. Al
decirme Ali, es como si estuviera diciéndome te amo, lo cual no hacía
siempre.

—Los amo —musité sensible—, pero no voy a extrañarlos.

Ambos sonrieron, divertidos por mi comentario que no estaba lejos de la


realidad. —Lo sabemos, estaremos esperando por ti, mi reina —dijo mamá.
Besó mi frente. —Por favor, cuídense —pedí, tomándolos de las manos—, los
amo —repetí. —Y nosotros a ti —murmuró papá. Miró a Dex—. Con tu vida,
Russo. —Voy a cuidarla —aseguró el aludido.

Me despedí nuevamente de mis padres y salí por la puerta grande


hacia la camioneta. Antes de subir me volví a ver a las dos personas
más importantes para mí, ambos abrazados y sonrientes,
despidiéndose de mí con la promesa de volver a vernos.

Lo que no sabíamos, es que quizá no sería así.

Capítulo 19
Alexa
Mis ojos no paraban de maravillarse con lo que había a mi alrededor.
Jamás estuve en una ciudad tan grande e impresionante. Me sentía muy
pequeña entre edificios y rascacielos, no podía creer que Dasha
estuviera acostumbrada a vivir en un sitio así, ¡yo me perdería!
Llevaba las manos pegadas a la ventanilla mientras mi mirada
abarcaba todo, desde las calles muy transitadas, hasta los cielos casi
ocultos gracias a los monstruos de concreto que se estiraban
imponentes.
—¡Es Central Park! —Chillé emocionada— ¡Es hermoso! —Volví sobre
mi hombro para ver a Dex— ¿Podemos venir?
—Claro que sí.
—¡Sí!
Él me miraba con adoración cada vez que le pedía que me llevara a
visitar los lugares por donde pasábamos; sin embargo, no sonreía,
siempre se mantenía impasible, serio, tan exánime como un muerto.

—¿No estás feliz? —Inquirí.

Me senté en su regazo y descansé la cabeza en su pecho. Aún no sabía si


podría lidiar con su toque más allá de lo cotidiano, me asustaba tener
secuelas de lo ocurrido. Francamente no quería detenerme a pensar en
ello y optaba por dedicarme a disfrutar de todo lo que Dex me daba.
—Lo estoy, Lexi —rodeó mi cuerpo y besó mi frente—, tu felicidad es la mía.

Sonreí satisfecha, mas no conforme. Lo haría reír tanto que le dolerían


las mejillas. Me lo propuse y lo lograría.

Minutos más tarde arribamos al vecindario donde Dasha vivía. Era


lujoso, privado, había muy pocas casas, pues estas ocupaban un gran
terreno, casi similar al de mi hacienda, pero sin el campo abierto.
Incluso así, lucían gigantescas.

La camioneta se detuvo frente a un portón oscuro que no permitía que


los ojos curiosos echaran un vistazo hacia el interior, además contaba
con altas bardas de concreto por las que se apreciaban a los hombres
de seguridad, estos pasaban desapercibidos para la gente normal.

Las puertas se abrieron, nos recibió una impresionante mansión, de


esas que solía ver en internet. Recorrimos un camino empedrado, el
jardín repleto de flores y arbustos, el azul prevalecía, se trataban de
pequeñas flores silvestres que nunca antes vi, eran hermosas.
Cuando la camioneta se detuvo, uno de los hombres abrió la puerta de Dex y
otro más la mía. Bajé y el clima frío me abrazó enseguida. El aire era diferente,
la sensación acogedora.

—Bienvenidos —saludó una voz que yo conocía bastante bien.


—¡Señora Buric! —Exclamé emocionada.

La joven mujer seguía tan bella como recordaba, tal y como una
muñequita de porcelana, era pequeña como mi madre, pero ninguna
de los dos eran delicadas.
—Alexa —me abrazó enseguida—, qué gusto tenerte en casa. Mira qué
hermosa te ves — observó mis ojos—, luces… distinta.
—¿Feliz? —Echó un vistazo a Dex y volvió su vista a mí.

—Sí —sonrió de lado—, debe ser eso. Pero pasen, Dasha se encuentra en cama.

—¿Por qué? —Indagué preocupada.


Dex se unió a nosotras, cogió mi mano, entrelazándolas. Para Erin no
fue un gesto que le sorprendiera.

—Por el bebé, necesita reposo —le extendió la mano a Dex—, tuve el placer de
conocer a

tu hermano, pero no a ti, mucho gusto, Erin Buric.

—Dexter Russo —dijo serio, aceptó la mano dándole un apretón


fugaz—. Daré un recorrido a la casa —agregó, dirigiéndose a mí.
—La casa es segura, Dexter —comentó Erin.

—Lo sé.

Depositó un beso en mis labios y lo vi irse. Entendí que no se sentía cómodo


socializando.
—Supe lo que le sucedió —murmuró Erin mientras subíamos las escaleras—,
entiendo su
postura, debe ser difícil.

—Mucho —musité—, estamos trabajando en su rehabilitación —agregué,


guiñándole un
ojo.

—¿Y tus padres cómo


están? —Bien, siempre
están bien.

Asintió y entramos a la habitación sin tocar. Dentro se hallaba el señor Buric y el


niño bonito al que solo conocí por video llamada. Al momento en que nuestros
ojos se encontraron, sentí escalofríos. Me rodeaba de asesinos diariamente,
pero él era más que eso, era un monstruo, un psicopata.
—Dasha —susurré emocionada de ver a mi amiga.
Estaba sobre la cama, enseguida se incorporó.

—Las dejaremos solas —dijo Sasha. Me miró y aquellos orbes azules


me derritieron. El ruso era hermoso—. Bienvenida, Alexa, estás en tu
casa.
—Gracias —tartamudeé. Él me intimidaba con su porte y su belleza—, gracias,
señor

Buric.

—Dime Sasha, ya lo sabes —susurró, guiñándome un ojo. Me derretí por dentro


otra vez.

Controla tus hormonas, Alexa.

Él salió en compañía de su esposa, entonces el niño bonito que, si


bien recordaba se llamaba Bastien, agarró a Dasha de la cintura
como si ella estuviera débil, lo cual no parecía ser el caso.

—No tenía el placer, Alexa —dijo Bastien, su voz era más dulce, un
matiz tan diferente al que recordaba—, sé que conociste a mi otro yo,
me disculpo por ello.
—No te preocupes, niño bonito —sonreí e intenté actuar normal, pero
siendo franca, él no me gustaba para que fuera el papá del bebé de mi
mejor amiga—, ya me explicaron las cosas.

—Bien —miró a Dasha—, llámame si necesitas algo, Printsessa. Te amo.


—Te amo.
Se besaron en los labios, al terminar, Bastien pasó por mi lado y se
detuvo un instante, su boca cerca de mi oído.
—No me tengas miedo, soy un loco cuerdo.

—Lo que digas —musité intimidada.


—Bastien —riñó Dasha. Él rio.
—Solo bromeaba.
Luego de esto, al fin nos dejó solas. Pude respirar y deprisa abracé a mi amiga.
—¿Qué onda con tu novio el loco? Creo que le faltaron unos meses de
vacaciones en el

psiquiátrico.

—Él ya está bien, chistosa —masculló.


Posee la mano en su vientre aún plano.

—No puedo creer que estés embarazada. ¿Cómo te sientes?

—Mejor, pero debo guardar reposo, mis abortos anteriores debilitaron un poco
mi matriz,

puedo moverme y andar, mas no demasiado y como verás, tengo un


ejército cuidando de mí.
—Con el loco tendrías más que suficiente.

—¡Alexa! Deja de llamarlo así —reía. Nos sentamos en la cama—, extrañaba tus

ocurrencias. ¿Quieres decirme cómo estás?

Encogí mis hombros. No quería contarle lo que sucedió con Enzo.


Ambas habíamos sido abusadas y no era para nada lindo traer esos
recuerdos.
—Ya que no me quisiste de madrastra, me conseguí mi propio ruso y
con descendencia italiana —presumí orgullosa mientras me miraba
las uñas de mis manos.
—No puedo creer que sigas con eso —palmeó mi hombro—, ¿de verdad
conseguiste

novio? ¿Y Enzo?
—Muerto y enterrado. No preguntes, solo quiero que conozcas a Dexter.
—Enarcó ambas
cejas.
—¿Dexter? ¿Vino contigo? —Preguntó.
—Sí, papa otorgó el permiso. —Su expresión de asombro me causó risa.
—Espera, ¿tu papá le dio permiso? ¿Tu papá?

—Sí, mi papá —rodé los ojos—, ese tipo celoso y posesivo, vio en Dexter a
alguien digno

para su princesa, o sea yo.


—Ya se que tú eres su princesa, tonta —rio y negó, aún anonadada—, entonces
el tipo
debe de ser maravilloso.

—Lo es. Aunque es mayor que yo por diez años.

—Te gustan maduros.

—Como tu papá —provoqué. Toda sonrisa se borró de su cara—. ¡Qué poco


aguantas!

Me reía a carcajadas de ella y su expresión. Era demasiado celosa con


su papá y de vez en cuando conmigo.

—No es divertido. Deja a mi


papá en paz. —Bien, llorona
—bromeé.

Luego la abracé fuerte. Había necesitado un abrazo de mi mejor amiga,


fue gratificante dárselo. Quería decirle muchas cosas, pero comenzaría
a llorar y estaba aquí para olvidar y divertirme.
—Gracias por venir —susurró—, te necesitaba.
—Lo sé, que se cuide el niño bonito, mira que puedo hacerlo a un lado.

Se separó de mí y sonrió.
—Lo sabe.

[***]
Dexter
La mansión de los Kozlov era muy segura. Sin duda, Sasha llevaba al
extremo la seguridad cuando se trataba de su familia. Usaba la
tecnología a su favor y vaya que sabía cómo aprovecharla.

Cada rincón se hallaba vigilado. No llegabas a su mansión sin que él


no lo supiera, todas las casas del vecindario le pertenecían. Por
supuesto, había personas viviendo ahí, pero esas personas eran sus
propios empleados. Es como si hubiera construido una pequeña
ciudad para él solo desde donde gobernaba el gran infierno que era
allá afuera.

—Así que tú eres el otro Russo.


Di la vuelta enseguida. Sasha se hallaba frente a mí. Nunca lo había visto en
persona, sabía que era él por lo que escuché en las calles. Hombre tatuado y
rubio, peligroso, de potentes ojos azules.

—Sasha Kozlov.

Se acercó. Me tendió la mano y la acepté, tal y como lo hice con su esposa.

—Dexter Russo. Veo que vienes custodiando a Alexa.

—Ella es mi novia —corregí. Enarcó ambas cejas, sorprendido. Por supuesto,


nadie

esperaba escuchar algo así.

—Debes de ser especial, tanto para que Medina haya decidido poner en tus
manos lo que

más ama.
—No tengo nada de especial, solo sabe que quiero a su hija.
—Eres muy diferente a tu hermano —puntualizó—, estás en tu casa, cualquier
cosa que
necesites, pídela.

—Gracias por tu hospitalidad.


—Alexa es como mi hija, Medina cuidó de mi pequeña, yo cuido de la suya, así
que no solo
lo tendrás a él detrás de ti si la lastimas.
—Jamás sucederá.

Me gustaba saber qué Alexa tenía muchas personas cuidando de ella y


queriéndola. Se lo merecía, no solo por ser hija de quien era.

—Bien. Te quedas en tu casa.


—¿Puedo disponer de los autos?

—Por supuesto. La ciudad es mía, puedes andar por ella sin problema, sin
embargo, hay

pandillas por ahí, pero sé que no te meterás en problemas.

—Es lo que menos busco.

Asintió y se retiró. Entonces fui en busca de Alexa, gracias a la ayuda


de una joven de la servidumbre, di con la habitación.

Golpeé la puerta y Alexa fue quien la abrió. Sonrió al verme, esa sonrisa
tan bonita que no quería que desapareciera de sus labios jamás. Estaba
consciente de cuánto ella deseaba poner en mi cara una sonrisa, lo que
no sabía, es que, aunque no sonriera, me sentía feliz, más de lo que
alguna vez estuve desde la muerte de Darla.
—Hola, Dex, ven —tiró de mí hacia el interior—, tienes que conocer a Dasha.

Deprisa me encontré con una rubia, poseedora de la misma mirada de


Kozlov, era su viva imagen.

—Así que eres tú —dijo la rubia—, no mentías, es muy apuesto


—agregó, mirando a Alexa—, un placer conocerte, Dexter, soy
Dasha Buric.

La saludé con un asentimiento de cabeza, la joven al parecer no


podía levantarse de la cama.
—Un placer —susurré.

La puerta se abrió y un joven alto y de aspecto tenebroso ingresó.


Tenía una mirada penetrante, hasta podía decir que macabra.
Pálido en sobremanera, delgado e imponente.
—Printsessa, la hora de la comida —susurró con dulzura hacia Dasha.
—Iré a ducharme, vendré más tarde —dijo Alexa. Me sentí aliviado.

—Te estaré esperando, aún hay mucho de que hablar —murmuró Dasha.

Salimos de ahí de inmediato y mi alivio se intensificó.

—Volviste a respirar —bufoneó.


—Solo quiero compartir mi mundo contigo, Alexa, me es difícil hacerlo con los
demás.
—¿Siempre fuiste así? —Indagó.

Caminamos por el pasillo en dirección a la que nos dijeron, sería nuestra


habitación.

—No.
Fugazmente recordé mis días en la universidad, lo feliz que la pasaba
con los que me rodeaban, envuelto en un mundo de fantasía mientras
Dixon se formaba como el mafioso que era. Siempre me preguntaba por
que él no era como nosotros, por qué no salía a divertirse y socializar y
se la pasaba amargado dentro de su oficina. Hoy lo entendía mejor.
Cuando nos quitan e imponen a vivir en unas circunstancias que
nosotros no elegimos, es fácil que también nos roben la sonrisa.

—Me gusta esta versión de ti —dijo sincera—, tú eres seriedad y yo un


torbellino. ¡La

pareja perfecta!
—No puedo estar más de acuerdo —susurré.
Escuché que su móvil timbró. Alexa lo tomó y alcancé a notar que le llegó un
texto.
—¿Quién nos escribió? —Pregunté. Negó y guardó el móvil deprisa.

—Nada importante —murmuró. No me miraba y no indagué más. Era su


privacidad,
además, confiaba en ella.
El móvil volvió a timbrar, lo ignoró y segundos después fue el tono de
llamada. Respiró hondo, detuvo sus pasos y vio el número en la
pantalla. Una A era lo único que decía de quien llamaba.

—Responde, no hay problema —dije.

—No —colgó nerviosa—, no lo haré.

—¿Está todo bien?


Me regaló una sonrisa fingida que supe, ocultaba mucho.

—Sí. Todo bien, no es importante.

Tomé un respiro profundo y la miré a los ojos.

—Confío en ti, Alexa, no me falles —sentencié.

Capítulo 20
Alexa
Recorría el centro comercial, había tantas cosas, compraba hasta lo más
insignificante como lo es un esmalte de uñas con un costo escandaloso,
pero podía darme ese lujo y los que quisiera. El límite no existía, no
para la única hija de unos narcotraficantes mexicanos.
Confieso que nunca visité un centro comercial antes, en mi ciudad
no existían, mucho menos de marcas tan reconocidas, todo lo que
adquiría lo hacía por línea, estar aquí resultaba una experiencia
única.

—Me gusta ese collar —dije.


Mi vista fija en un collar de diamantes con rubíes, era delicado, El oro
entrelazado,
precioso, las letras Cartier se leían a su alrededor.

—Vamos por él —murmuró Dex.

Él me acompañaba, además de la seguridad de Sasha. Juntos


entramos a la tienda, las mujeres que atendían posaron sus ojos en
Dexter y por último en mí, efectuaron una mueca despectiva.

—¿Puedo ayudarlos? —Se acercó un mujer madura que olía


a perfume viejo. —Quiero ver ese collar —señalé detrás de
ella.

—Lo siento, no se muestran, solo se venden —mintió descaradamente. Entorné


los ojos.

Seguro pensaría que me lo robaría o algo parecido.


—Entonces cóbrelo —le extendí mi tarjeta—, me lo llevaré.

Otra mueca surcó sus rasgos, Dex negó despacio.


—¿Te molesta si te dejo sola unos momentos? Debo
hablar con Dixon. —No te preocupes, muchachote,
estaré bien.
Besó mis labios y abandonó la tienda. Entretanto, me entretuve en el
celular mientras la empleada con cara de bruja traía mi collar. Me
gustó demasiado para mamá, pero ella no acostumbraba a llevar joyas.
Minutos después me entregó mi compra, le di las gracias, porque
yo no carecía de modales. Salí de ahí y me dirigí a Victoria’s Secret.
Sin duda, debía visitar esa tienda, quería comprar algo sexi para
mostrarle a Dex, lindo para volver a retomar nuestra sexualidad.
Esperaba poder lograrlo.
Dentro de aquel sitio, todo brillaba, se respiraba un aroma cautivador,
me acerqué a los conjuntos, rechacé la ayuda que me ofrecieron e
indagué en lo que quería yo sola.

—El rojo te vendría perfecto —aseguró su voz a mi espalda.


No me dio oportunidad de darme la vuelta, presionó su pecho a mi
espalda y tomó el conjunto de encaje en color rojo que yacía
delante de mí.
—Aunque yo preferiría tenerte sin una prenda de por medio.
—Me estremecí. —¿Cómo me encontraste? ¿Qué haces aquí?
—Increpé.

—Ya que no respondías mis llamadas y mensajes, tuve que venir a buscarte,
Robledo. Mis
ojos están puestos en ti, no mentía cuando te dije que seguía tus pasos.

—¿Estás consciente de lo acosador que suenas? —Lo enfrenté. Error.

Él se veía muy atractivo, me esforcé por no profundizar en su belleza,


no cuando Dex era mi novio.
—Completamente —acomodó un mechón de mi cabello—, lleva el
rojo —lo puso en mi mano—, lo usarás conmigo.
—Eso no va a pasar. —Rio.

—De la forma que sea, sucederá. Eso te lo puedo jurar —inclinó la cara hacia la
mía—, vas
a ser mía.

Ajustó sus dedos a mis mejillas y me robó un beso en los labios


antes de apartarse y desaparecer de mi vista mientras yo
permanecía petrificada por lo que había hecho.

Limpié mis labios con rabia y dejé el conjunto que eligió de lado.
Apresurada abandoné la tienda, preguntándome cómo es que él me
encontró y por qué de mi boca no salió una sola amenaza hacia su
persona, peor aún, no pasaba por mi cabeza el decirle a Dexter o mis
padres sobre esto.
¿Por qué? No quería detenerme a pensar mucho en la respuesta. Mi
comportamiento no estaba siendo el adecuado, sentía que traicionaba
a Dex al callarme esto y las llamadas. Me excusaba con que no quería
arruinar nuestras vacaciones, pero muy en el fondo sabía que esa no
era la razón por la que callaba.

—¿Todo bien?
Alcé la vista, ubiqué a Dexter enseguida. No logré sostenerle la mirada.

—Sí, quiero irme, estoy cansada.

Asintió de acuerdo, entonces estiró la mano hacia mí, llevaba una


bolsa de regalo en ella. Apreté el ceño.

—¿Y eso?

—Para esta noche —respondió—, quiero que lo uses, iremos a bailar.

—¿De verdad? —Acepté el regalo— ¿A dónde?

—Un club, ya verás. —Sonreí de lado y lo abracé de la cintura.

—Gracias —cerré brevemente los ojos, sintiéndome culpable—, te quiero.


—Te quiero también.

[***]

Dasha terminaba de maquillarme. Hubiera dado todo para que fuera


ella quien me acompañara esta noche, amaba ir con Dexter, pero
habría sido genial tener una noche de chicas, bailar y beber como
nunca antes lo he hecho.

—Te ves muy bonita.


—Nunca me había puesto un vestido, me siento
rara —murmuré. —Dexter supo elegir, te va de
maravilla ese color.
Bajé la mirada al vestido. El tono plata poseía cierta luminosidad que lo
hacía parecer dorado; era corto, de tirantes, escotado y recto. Me
gustó, mas no era el tipo de ropa que usaba, me iban mas los vaqueros.
—¿Estás bien? Desde que cruzaste esa puerta has estado ausente
—dejó el maquillaje de lado y me enfrentó—, ¿puedes contarme?

Llené mis pulmones de oxígeno y encontré de lo más interesante a mis dedos.

—¿Recuerdas tu situación con Jafar? ¿Lo que sentías al tenerlo cerca? —Asintió
despacio— Me sucede algo similar con uno de los enemigos de mi papá, hoy lo
vi… y no se lo dije a Dexter.
—Ese enemigo, ¿te gusta?

—Es atractivo, me gusta, por supuesto, pero me gusta más el peligro que
representa —

confesé al fin.

—Bien, no tiene nada de malo que gustes de alguien, el problema es


que tienes novio, si no eres honesta, las cosas no van a funcionar
—dijo con calma—. ¿Quieres a Dexter?

—Mucho.

—¿Crees que sea el indicado para ti?

—No lo sé, tengo dieciocho.


—No te pregunté eso. Decir que es el indicado en este momento, Alexa, que
sea con
quien quieres estar porque tú lo decides, no por presiones de alguien más.

—Sí —no dudé en responder—, sí es el indicado.


—Entonces dile la verdad. Sé sincera siempre, él confía en ti, no lo eches a
perder por

ocultar información que podría malentenderse.


Mis labios se sellaron, incapaces de decir algo más por un lapso de
tiempo. Pensaba muchas cosas y nada a la vez.
—Hablaré con él —accedí segura—, lo quiero de verdad.
Sonrió satisfecha con mi respuesta, besó mi mejilla.
—Diviértete.
—Lo haré.

Le devolví el beso y deposité otro en su vientre antes de salir. El sonido


de mis tacones se escuchó por toda la casa, al llegar a la planta baja
encontré a Dex en compañía de Sasha, este último seguía siendo mi
amor imposible, pero Dex el hombre que me hacía suspirar de verdad.
Vestía casual, de negro, cabello alborotado, ojos misteriosos y
coquetos cuando se posaron en mí. Esta vez sonrió sincero, fascinado,
demostró mucho más de lo que había hecho en los últimos días.

—Qué hermosa eres —dijo sincero.

Eliminó la distancia entre los dos y me tomó de la mano, luego me


hizo dar la vuelta y estiró los labios aún más.

—Jodidamente bella —susurró.

Me sonrojé un poco. Él me hacía cumplidos de una forma que no


tenían que ver con lo sexual, eran sinceros y llenos de cariño.

—Vámonos.

En respuesta obtuvo un beso en sus labios. Olía muy rico, quise


restregar mi cara contra su pecho y respirar hondo muchas veces, mas
no lo lleve a cabo, en su lugar, lo agarré de la mano y salimos de la casa.
Fuera nos esperaba un flamante auto amarillo, ¡amarillo!

—¡Qué bonito! —Corrí hacia él y acaricié la brillosa pintura del


capo, entre risas me recosté encima y modelé como las chicas de
los calendarios, Dexter no paraba de sonreír— ¿Cómo me veo?
¿Sexi? —Bromeé.

Se adelantó unos pasos y se detuvo unos centímetros antes de


tocarme, mirándome desde arriba.
—Me provocas querer follarte encima de él.

Mis mejillas ardieron y mi sexo palpitó deseoso. Su mano se deslizó


entre la cara interna de mis muslos, se perdió unos centímetros
dentro de la tela del vestido.
—Si me dices que sí, te diré lo que haré. —Mi boca se secó. Erguí el cuerpo, Dex
rodeó mi
cintura con un brazo.

—Estoy dispuesta para ti. —Rozó con los labios el lóbulo de mi oreja. Me
estremecí

entera.
—Te rompo las bragas y abro tus piernas.

—Ajá… —jadeé.

—Hundo mis dedos en lo suave de tu coño.

Ay Diosito. No, no, Alexa, Diosito no. Perdóname por meterte en mis impuros

pensamientos, señor.
—Vas a estar mojada, como lo estás justo ahora, ¿verdad?

—Sí, Dex.

—¿Vas a ser una buena niña?

—Sí, Dex.

—¿Harás lo que yo diga?


—Sí, Dex.

La tensión sexual entre ambos se sentía a kilómetros de distancia.


Agradecí que pudiera sentirla y esta no estuviera opacada por lo que
Enzo me hizo.

—Así me gustas en el sexo: obediente y sumisa. Mía —apretó mis


mejillas con los dedos, me miró fijamente—, mía, ¿entendiste?
—Tuya.

Recibí un beso fugaz y suspiré cuando se apartó. Abrió la puerta para mí


y debido a lo que me hacía sentir olvidé de que iba montada en un
lamborghini amarillo. Necesitaba pedirle uno de estos a papá.
Dex encendió el motor, el sonido fue fascinante; entonces me miró y
sonrió de lado, viéndose tan despreocupado, diferente a cómo solía
ser su costumbre, como si estuviera dejando salir al Dexter que fue
antes de la desgracia que ocurrió.

Tomó mi mano un momento y depositó un beso en ella antes de


atravesar las calles a toda velocidad. Yo me sentía en un sueño, una
noche perfecta, lo que siempre quise vivir.
Iba con un hombre extremadamente apuesto hacia un club a bailar y
beber sin un límite de tiempo, sin miedo a enemigos o papá. Sería
perfecto.
—¿Estás feliz? —Preguntó.

—¿Bromeas? ¡Estoy loca de felicidad!

Sonrió complacido y continuó conduciendo por un tiempo más. El camino se me


hizo corto, el sitio al que llegamos era una calle repleta de autos, luces y
letreros fluorescentes,

la gente se movía de un lado a otro, prestaban atención a nuestro


auto, normal que lo hicieran.

Dex se detuvo y enseguida bajó, abrió mi puerta y me dio la mano.


Experimenté cierta sensación de poder, gané miradas, Dexter
también, mas no me causaba celos, él no miraría a otra mujer que
no fuera yo y eso podía jurarlo.

—Diablo —dije en voz alta las letras que adornaban el club al


que nos dirigíamos. —Es el club de mi hermano, lleva su apodo.

—Vaya, nuevo dato. ¿Tú no tienes apodos? —Averigüé.


—No, todavía. —Me guiñó un ojo y juntos entramos al club sin problema.

Dentro todo era alucinante. Mis ojos seguían las luces que caían en
todas las direcciones, los colores púrpura y negro dominaban, había
destellos plata en ciertos lados, mucho humo, mucha gente, mas no
tanta como para no poder bailar y caminar.

Dex me guiaba hacia la planta alta, pero lo detuve cuando una canción
conocida comenzó a sonar.
—¡La tenemos que bailar! —Grité por encima de la música.
—¿La conoces?
Bajé deprisa los escalones y lo llevé hasta la pista de baile. Comencé a
contonear el cuerpo cerca del suyo sin perder un segundo más, al
tiempo que reía de felicidad.

—Es de una película —dije.


—Golpe de suerte —susurró en mi oído.

—La viste —musité. Volvió a guiñarme un ojo y seguimos bailando.


Por un momento me sentí Lindsay Lohan en aquel momento donde
bailaba con el chico del antifaz. Fue algo que no pude describir,
mágico, cautivador.

Ambos nos mirábamos a los ojos, pequeños papeles de colores


dorados cayeron sobre nosotros. Sonreí eufórica. Podría decir con
seguridad que este instante se convirtió en el mejor momento de mi
vida hasta hoy.

En este baile marcó un cambio, hubo un antes y un después, fue la


culminación de algo poderoso y a la vez, el inicio de un cuento.

—Alexa —susurró con la mirada anclada a la mía.


Todos a nuestro alrededor seguían moviéndose. Solo nosotros nos
detuvimos. La letra de la canción caló fuerte en mí mientras nos
mirábamos. Experimenté un cosquilleo a través de mi cuerpo y los
latidos de mi corazón se volvieron pausados y tranquilos.

El azul de sus ojos se veía limpio, puro, sin más sombras acechando, se
le llenaron de luz y por primera vez pude verlo realmente feliz.
—Dex —pronuncié despacio—. ¿Qué está pasando?

Entrelazó nuestras manos y las presionó contra su pecho. Su corazón


latía pausado, como el mío.

—No lo sé, pero no quiero que termine, Alexa.


—Debe ser la canción… el ambiente.
—Somos nosotros —interrumpió—, tú y yo.
—Tú y yo… —repetí.
Esbozó media sonrisa y me besó.

Capítulo 21
Alexa
El auto se detuvo minutos atrás en un sitio oscuro en medio de una
carretera vacía y que daba la impresión de no haber sido transitada
desde hace mucho. Edificios abandonados se situaban alrededor de
nosotros, había alcohol en mis venas, más del que ingerí alguna vez,
sin embargo, me sentía segura y feliz mientras Dex iba conmigo.

—Me debes algo —arrastré las palabras. Me observaba serio.


Él también bebió, mas no lo aparentaba en lo absoluto, tenía un brillo
perverso y lujurioso en sus ojos cada vez que daba un recorrido a mi
faz.

—Estás ebria —señaló lo obvio.

Sacudí la cabeza y como pude me le lancé encima, acomodé el cuerpo


en su regazo, la tela del vestido se alzó y mi culo quedó a su alcance.
Retrocedió un poco, le puse las manos en mis nalgas y me apreté más a
su entrepierna.

—Pero consciente de lo que quiero —musité caliente. El alcohol tenía ese


efecto en mí,
me ponía más caliente que de costumbre.

Arremetí contra su boca, mi lengua no se hizo esperar y profanó el


espacio húmedo y caliente, acaricié con vigor a la vez que balanceaba
las caderas encima de la dureza de su erección.
Entretanto, Dex acunaba mis nalgas con las palmas, permitía seguir
mi ritmo; advertí la humedad desplazándose entre mis muslos, mojó
la tela de mis bragas y solo quise quitármelas para tenerlo dentro de
mí.

De un momento a otro me apartó, enredó mi cabello en su puño y


mordisqueó mi labio inferior. Me miraba severo y excitado.
—Pierdo el control contigo, no sé qué me hiciste, no puedo decirte que no.
Abrió la puerta del auto y descendimos juntos, se las arregló para no
soltarme un instante y posteriormente me sentó sobre el capo.

Me separó las piernas y de improviso ocultó la mano entre ellas,


abarcó mi sexo entero con ella.

—Mi chica, tan obediente y sumisa como siempre —movió la tela a un


lado y tocó con los dedos mis pliegues—, mojada como me gusta.

Tiró de mi labio inferior con los dientes y pasó la lengua por él. Gemí y
traté de mover la pelvis en dirección a su caricia, mas lo impidió, retiró
la mano y volvió otra vez a tocarme. Jugaba con mi deseo, me miraba a
los ojos y proseguía con la tortura, masturbaba unos segundos y
paraba.

—Por favor.

—Silencio, yo sé cuándo y cómo. Yo decido, no tú. ¿O me equivoco? Lo agarré


de la muñeca y apreté los dedos más a mi sexo. —Como me excita cuando te
pones en modo dominante.

Ciñó los dedos a las bragas y de un tirón doloroso las arrancó en


jirones de mi cuerpo. Ardió, no me quejé. Gemí y le abrí más las
piernas, sin embargo, Dex me empujó brusco, mi pecho boca abajo,
los brazos a cada lado de mi cabeza mientras que con la rodilla creaba
el acceso a mi centro.

—Qué sexi, señorita —murmuró en mi oído con un leve


acento mexicano. —Esta sexi señorita quiere que la folles
duro.
Alcé aún más la tela, dio un azote en mi nalga y luego otro más. Lo
miré por encima del hombro.

—Dame más duro —dije excitada por el momento.


Se bajó los pantalones y palpé la dureza de su miembro abriéndose
paso por vagina. Mantuvo una mano sobre mi cabeza, impedía el
movimiento de cualquier forma.
—Excelente, quiero que sigas pidiéndome más. Dime cuánto puedes soportar.
Entró de una sola estocada. Grité, no de dolor, la sensación fue
gratificante. Recargó la figura de su cuerpo encima del mío, sofocó un
poco, resistí y no me moví, permití que él hiciera todo el trabajo.
—No te escucho pedirme más, cariño, ¿qué pasa?

Mordí mi labio, contraje los dedos de las manos y liberé un gemido reprimido.
Cuando lo solté, no pude parar más, le vino uno tras otro, la palabra más no
paraba de ser pronunciada. Dex
empujaba la pelvis, embestía duro y sin control, deslizaba fácilmente
el pene, llegando a mi punto más importante, humedeciéndome en
cada estocada.
—Vamos, niña bonita —lamió mi lóbulo y mordió mi cuello—, pídeme que te dé
más duro.

Se retiró y cuando volvió a embestir, fue alucinante, empujó mi cuerpo


hacia arriba y presionó más mi cabeza al capo. La mano descansó en
mi cuello y la asfixia causada logró elevar mi libido, tal como sucedió la
última vez que lo hicimos así.

—Dex… voy a llegar.

—Eso quiero.

Disminuyó el ritmo de sus embestidas, mas no por ello fueron menos duras y
profundas. El roce de su miembro trajo consigo el orgasmo, este se gestó
deprisa en mi vientre bajo y culminó en sensaciones únicas que se dispersaron
por todo mi cuerpo mientras él continuaba penetrándome con frenetismo y
deseo.

Sonreí satisfecha y cuando el momento pasó, abandonó mi interior,


tiró de mí y me puso de rodillas sin siquiera preguntarme. Mirarlo
desde arriba con su pene erecto siendo acariciado por su mano, se
trató de una escena erótica y caliente.

—Abre la boca.
—¿Quieres que te masturbe con ella? —Tenté.

—No. Quiero masturbarme y derramar mi semen en tus labios rosas.


Era imposible que volviera a excitarme, pero eso ocurría cuando él
me trataba de este modo. Obediente, apoyé ambas manos en sus
muslos y entreabrí los labios en busca de recibirlo.
Descansó una de sus manos en mi cabeza, la otra se agitaba rápido en
torno a su pene. En ningún momento dejó de mirarme, bajó la mano
hacia mis labios y los abrió, deslizó el pulgar y su pecho se movió
errático.

—Qué preciosa te ves, qué bonita eres.

Chupé su pulgar, siseó bajo y descansó la punta de su pene en mis


labios; el líquido cristalino los cubrió y posteriormente lo hizo su
semen. Se derramó dentro de mi boca, tragué profundo y lo sentí
palpitar una y otra vez, descargaba cada gota hasta que no hubo
más.

Succioné y limpié con la lengua cada parte de su miembro. Él seguía mirándome


desde arriba y al finalizar me ayudó a levantarme, sacudió la tierra de mis
rodillas y a continuación, me sostuvo entre sus brazos.

—Mi vida habría seguido sin ti en ella, pero no tendría esa chispa
que me hace querer despertar cada mañana —susurró contra mi
cabello.

—Te quiero mucho, grandote —musité.

—Y yo a ti, Lexi.

Besó mi frente, el sueño llegó de improviso, comenzaba a marearme, sin


embargo, me las apañé para mantenerme lúcida por unos segundos
más. Acuné su mejilla con mi mano y lo miré a los ojos.
—Letrán me buscó hoy, ha estado llamándome y enviándome
mensajes. Debes saberlo — suspiré y cerré los ojos—, nunca voy a
ocultarte nada.
[***]

Dexter
Había revisado los mensajes en el celular de Alexa sin encontrar
nada malo, solo la insistencia de ese sujeto, todas las llamadas eran
perdidas, pero lo que más me dejaba pensando se trataba del
encuentro que tuvo con ella.
Se tomaba muchas molestias, lo cual significaba que planeaba algo grande o
definitivamente solo quería joder a Maia y Medina. A estos últimos no les
informé en lo absoluto sobre esto, lo haría en cuanto Alexa despertara, ella
seguía durmiendo a mi lado.
La observé un instante y por instinto sonreí. Solía hacerlo cada vez que
la miraba y ella no se percataba de ello; mi niña se divirtió bastante y
es lo que buscaba. Me alegró que lo ocurrido en Llera no le haya
afectado en lo absoluto. Verla rota no hubiera podido conmigo, la
quería demasiado.
Mi móvil timbró, deje el de Alexa a un lado y atendí deprisa a la llamada de
Medina.

—Diga.

—¿Cómo va todo? ¿Cómo está mi hija?

—Ella se encuentra bien, a salvo —contesté, no le quite la mirada de encima a


Alexa.

—¿Está contigo?

—Sí, pero duerme.

—Bien. Necesito que te quedes con ella unos días más, la ciudad está
caliente y no quiero tenerla aquí, corriendo peligro —explicó serio.

—¿Qué ha pasado? —Averigüe. Me incorporé de la cama y salí de la habitación.

—Han aparecido varios descuartizados, todos de nuestra gente —se detuvo un


momento—, no hay firma, así que no sé quién lo hizo, estoy ocupándome de
eso, hacia mucho que no sucedía en mis territorios, tengo a los azules encima.

Guardé silencio, asimilaba sus palabras y entendía por qué quería


mantener a Alexa lejos. Los cárteles mexicanos se caracterizaban por
ser unos de los más sanguinarios.

—Comprendo y lamento tener que decirte esto, pero es necesario que lo sepas.
—Letrán —simplificó, no me sorprendió que lo supiera—, se me avisó que salió
hacia allá,

Kozlov tiene vigilados sus territorios, por ahí no pasa una mosca sin que él no lo
sepa.
—¿Qué quieres que haga? Insiste en estar cerca de Alexa.
—Me encargaré de él en su momento, permítele seguir en su juego, tengo
preparado su

destino.

—Bien, así será —determiné.

—Cuida a mi pequeña —ordenó, no pidió.


—Con mi vida.

Finalicé la llamada y regresé a la habitación, tomé asiento en el


mismo lugar y noté un texto en el celular de Alexa. Nuevamente se
trataba de Letrán.

Lo abrí sin problema, curioso más que celoso, siendo franco, este
sujeto no provocaba nada en mí, me era insignificante, sin embargo,
el texto llamó mi atención.
L:

Robledo, deberías darte prisa en volver a casa, quizás es poco el tiempo que te
queda al

lado de tus padres, tómalo como un consejo o cómo una advertencia…


Enseguida marqué el número de Letrán, él no demoró en atender.

—Robledo…

—Cierra la boca —espeté. Rio.


—Vaya, no eres quien esperaba.
—Sigues tentando tu suerte, se te perdonó la vida una vez, no pienses que
tendrás
segundas oportunidades.

—No lo esperaba, ni siquiera una primera, no con Medina. Tipos como él no


olvidan.
—¿Dónde está tu maldita coherencia? —Se carcajeó.
—Me interesa su hija, pero creo que puedes entenderlo perfectamente, ¿no? A
ti también
te tiene loco.

—No vuelvas a llamarla, ni acercarte, escucha bien lo que te estoy


diciendo —siseé amenazante—. La próxima vez que te vea, voy a
matarte.
—Uhm… ¿un reto? Veamos quién lo hace primero. Siempre voy por lo que
quiero y ella lo

sabe. De la manera que sea lo obtengo.

—Inténtalo —alenté antes de colgar.

Capítulo 22
Alexa
Central Park era un sitio precioso. Por supuesto, estaba acostumbrada
al deslumbrante verde, a la naturaleza que rodeaba la zona donde
vivíamos, pero la belleza de este sitio se trataba de otra muy diferente,
pese a que, venía siendo casi lo mismo.

Di un trago a mi cerveza y bajé la mirada hacia Dex. Él descansaba


recostado sobre el pasto, los brazos cruzados detrás de su espalda,
los ojos cerrados y el semblante aparentemente tranquilo, sin
embargo, no había paz en sus rasgos.
Lo había notado tenso desde hace días, no mencionó en lo absoluto
el tema de Letrán, creí que se molestaría o al menos diría algo, mas
no fue el caso. Por un lado me tranquilizaba y por otro me daba más
que pensar.
¿No le importaba? ¿Planeaba algo? ¿Ya lo había arreglado? Muchas
preguntas arribaban a mi cabeza, todas sin respuesta. Jodido, muy
jodido.

—¿Cuándo volveremos a casa? —Pregunté. Llevábamos una semana aquí. No


me
molestaba, pero echaba de menos mi casa.
Se volvía extraño que quisiera visitar otros lugares y al final no me
encontraba tranquila en ellos luego de varios días. Siempre volvería a
casa.

—¿Ya te has aburrido de Nueva York? Creí que lo disfrutabas —comento aún
con los ojos

cerrados.
—Por supuesto que no, solo echo de menos la comida, mi rutina… aquí todo es
tan rápido. —En las ciudades se vive deprisa —puntualizó. Y vaya que lo había
notado. —Amo este sitio, pero no viviría en él —dije franca.
Acomodé mi cabeza contra su pecho, lo observé fijo. Abrió los ojos, los
ancló a los míos. El color potente que vi en ellos me cautivó como nunca
antes. Descubrí con el paso del tiempo, que estaba encariñándome
mucho con Dexter. Comenzaba a extrañarlo cuando no lo veía, ocupaba
mis pensamientos cada vez que trataba de concentrarme en algo más;
me desarmaba su sonrisa y me sentía feliz al hallarme entre sus brazos.
—¿Qué estás pensando, Lexi? —Inquirió.

—En que te quiero mucho —toqué su mejilla—, ¿crees que algún día puedas
enamorarte

de mí?
Juntó las cejas, se quedó callado y elevó la vista al cielo.

—Olvídalo, no tienes que responderme, hago preguntas que no debería.

—Para —irguió un poco el cuerpo, lo suficiente para alcanzar mis


labios—, no sé si pueda enamorarme otra vez, ese era uno de los
motivos por los cuales me negaba a dejarte entrar. No estoy completo,
Alexa.

—Yo tampoco lo estoy —susurré.


—A mí no me importa que no puedas tener bebés, para mí eres una mujer
única e

irreemplazable, totalmente entera.


—Lo mismo pienso de ti, aunque nunca puedas amarme, yo sé que
seré feliz a tu lado, tal y como lo soy ahora —aseguré sonriente.
En el fondo sí llegaba a doler la aceptación de su nulo amor hacia mi
persona, no obstante, podía aceptarlo y en gran parte asimilarlo y
comprenderlo. Sabía que lo tenía entero, que sería solo de mí, aunque
su amor aún y para siempre le perteneciera a Darla.

—Tú me haces feliz, Alexa, voy a hacer lo mismo contigo. Ahora ven aquí.

Reí y chillé cuando me dejó debajo de él. Posó las manos en mis costillas y
sonrió de lado.

—¿Qué crees que haces? ¡Bájate! —Exclamé entre risas, ni siquiera me tocaba,
pero era

muy cosquillosa.

—No.

Malicioso, inició un juego de cosquillas. Grité y busqué alejarme,


obviamente en vano, me doblaba el tamaño y peso, fui su víctima, chillé
de risa, las lágrimas bordearon mis ojos y él no se detenía.

—¡Basta, por favor! —Supliqué.

—Di que me quieres y me detendré.

Aplicó más cosquillas, casi me era imposible poder hablar, las


carcajadas que salían de mi boca se escuchaban en todo Central Park.

—¡Te quiero, te quiero, Dexter!

Entonces paró. Mi pecho agitado, la humedad en mi cara. No podía


con todo lo que me hacía sentir.
—Te pusiste roja —señaló mis mejillas—, toda bonita y sonrojada.

—Te odio —mentí. Rio.


Inclinó la cara hacia la mía, rozó nuestros labios con suavidad.

—Y yo te quiero, te quiero, Alexa.


[***]
Cuatro días después aterrizábamos en la pista clandestina. Papá y
mamá venían hacía acá a recibirnos, ignoraba el porqué de esa
decisión, quizá sólo tenían muchas ganas de verme.
—¡Esto extrañaba, carajo! —Exclamé apenas bajé del jet.

El aire se respiraba diferente, más puro y fresco. Me vi rodeada de mi


gente y fue un plus más para sentirme en casa. Este era mi sitio y
jamás iba a cambiarlo.
—Bienvenida, señorita Medina —saludó Azúa. Lo abracé entre la emoción. Su
cara de

susto me hizo reír.

—¿Dónde están mis papás? —Pregunté curiosa. Ellos dijeron que estarían aquí.

Miré a Dex cuando su celular timbró. Se apartó para poder responder y


regresé la mirada a Azúa.

—No lo sé, venían detrás de nosotros con García —respondió.

Tomó el radio e intentó comunicarse con García sin tener buena suerte.
Sin poder evitarlo una sensación de nerviosismo se instaló en la boca de
mi estómago. Volví el rostro hacia Dex y su cara no me alentó a
sentirme mejor. Se notaba realmente preocupado y más tenso que
nunca.
—¿Qué está pasando? —Indagué en voz
mortecina. —Se trata de tus padres, no
aparecen.

—¿Cómo que no aparecen? —Inquirí incrédula. Esto no podía estar pasando.


Trataba de procesar sus palabras, mas no había forma de que pudiera
entenderlas. Ellos estaban bien, lo estarían siempre.

—Un atentado —agregó Azúa—, debemos movernos, ya.


Dexter me tomó del brazo y me arrastró dentro de una camioneta.
Apenas fui capaz de estar consciente de lo que sucedía a mi
alrededor. Oía los gritos de Dex, los radios no paraban de sonar, los
nombres de mis padres se oían cada tanto, estaban buscándolos.
Y yo por dentro me encontraba gritando, mientras que por fuera no
podía mover un músculo. Entré en shock, estupefacta por la noticia.
Intentaba pensar que sólo se trataba de un error y que al llegar a casa
los encontraría en ella.
—Encontramos la camioneta —dijo Azúa. Reaccioné y clavé mis ojos en él.

—Vamos hacia allá.

—Es peligroso —replicó a mi orden.


—No te pregunté si es peligroso, me llevas a ese pinche sitio o te
bajas a la chingada y conduzco yo —siseé irascible.

No estaba para mantener la calma y mis modales. Hablábamos de la vida de mis


padres.

Dexter agarró mi mano y dio un apretón, pedía calma. Asintió hacia


Azúa y me dio un arma negra. La tomé con las manos temblorosas.

—Ellos están bien, ¿verdad que sí? —Musité trémula. Mi voz se entrecortaba.
—Sí, lo están.

Quise pensar que no me lo dijo para calmarme y que de verdad creía


que ellos estaban a salvo. No sabía qué haría sin mis padres en mi vida,
simplemente se trataba de una opción que no contemplaría bajo
ninguna circunstancia. Si debía buscarlos toda mi vida, lo haría. Jamás
me daría por vencida, no fue lo que me enseñaron.

Luego de varios minutos conduciendo, Azúa se detuvo en medio de una


brecha, una de las tantas que conducía a la pista de aterrizaje. Deprisa
puse los pies abajo y dejando atrás a Dexter avancé hacia la camioneta
de mis padres que yacía estacionada a unos metros más adelante.
También se hallaban las camionetas de sus escoltas. Todos ellos
muertos, incluido García. Tragué fuerte y corrí con todas mis fuerzas
hacia la camioneta.

Las puertas estaban abiertas, los asientos cubiertos de sangre, muchísima de


ella, derramada en todas las direcciones. Un nudo estrujó mi garganta. Me
negaba a creer que la sangre perteneciera a alguno de mis padres.

—¿Dónde están? —Cuestioné hacia nadie, esperando tener una respuesta que
jamás
llegó.
—Alexa, debemos movernos —Dexter me agarró de la cintura—, buscaremos a
tus
padres.

—El rastro de sangre, ellos quizás… quizás están cerca.

Me volví hacia todas las direcciones, no había pasto alto, ni árboles,


si estuvieran cerca podríamos divisarlos deprisa. Lo único que había
era sangre y balas.

—Ya recorrieron la zona, no hay rastro de ellos. Se los llevaron.


Cuando mencionó esto último, mis rodillas flaquearon y perdí el
equilibrio. Caí al suelo encima de la sangre, la mirada acuosa y el
corazón haciéndome pedazos.

Se los llevaron.

Sabía exactamente lo que significaban esas palabras. En mi mundo era


una clara forma de tortura de por vida; se los llevaban y desaparecían
los cuerpos, entonces nunca tenías la certeza de si en verdad tu ser
querido estaba muerto o solo desaparecido. Vivías con la angustia cada
puto día, no había un sitio donde llorarles, no había un cierre o una
despedida, solo una nada inconclusa que no te dejaba vivir. Los
escenarios se extendían, las posibilidades eran muchas y tu mente
nunca encontraba paz.

—No —sollocé—, no, por favor no.


Enterré los dedos en la tierra. Quería llorar, quería gritar, y lo hice en
algún momento antes de incorporarme y lanzarme contra toda mi
gente, la gente de mis padres, en la que confiaban y que hoy les
fallaron.
—Nadie entra y nadie sale de esta puta ciudad hasta que mis padres aparezcan.

Limpié las lágrimas de mi cara, lo hice con rabia, mirándolos a todos


alternadamente.

—¡Encuéntrenlos! —Mi voz se rompió— Encuéntrenlos vivos. No me importa


cómo lo
vayan a hacer, ellos tienen que volver.
Todos asintieron, todos estuvieron decididos, la determinación en sus
rostros. Mis padres tenían el respeto de cada uno de ellos.
—Van a aparecer, voy a encargarme de ello —dijo Dexter a mi espalda.

Viré el cuerpo y me encontré con la paciencia y tranquilidad de su faz.


En esta ocasión no logró transmitirme nada.

—No me dejes sola, Dexter, mis padres me necesitan, ayúdame.


Me estrechó entre sus brazos. Me sentí protegida.

—Los vamos a encontrar, Lexi, juntos.

—Juntos.

Capítulo 23
Dexter
Ella no durmió. Las últimas horas se la pasó dando órdenes a diestra y
siniestra, devastada y desesperada por encontrar a sus padres. Salí con
ella a recorrer las calles y las brechas para encontrar algún indicio de
Medina y Maia.

No tuvimos suerte. Es como si la tierra se los hubiera tragado.


El padre de Maia se hallaba aquí, su hermano continuaba en las calles, la gente
se movilizaba deprisa, los resultados no eran alentadores y entre más tiempo
transcurría, menos posibilidades había de encontrarlos con vida; sin embargo,
me aferraba a la esperanza de que ellos estaban bien, si resultaba lo contrario,
la noticia destruiría a Alexa. Sus padres lo eran todo para ella.

—¿Ha comido? —Indagó Robledo, preocupado por su nieta. Ella caminaba de


un lado a
otro por la estancia, el teléfono pegado a su oreja.

—Nada —respondí—, tampoco he podido lograr que descanse.


El señor ya de una edad avanzada, se mantuvo mirando a su nieta. Me
sorprendía lo bien que se conservaba para los años que cargaba
encima y el tipo de vida que llevaba.
—Está perdida sin sus padres.
—Quisiera poder hacer más —tensé la mandíbula—, pero es como si la tierra se
los

hubiera tragado.

Acomodó las hebras blanquecinas, tirando levemente de ellas,


desesperado al igual que todos.

—Tenemos que dar con mi hija —siseó irascible, y con la angustia teñida a su
voz.

Se levantó de la sala y salió; me incorporé y fui con Alexa. Terminó la


llamada en cuanto llegué y mis brazos la rodearon desde atrás. El
cansancio se notaba en sus rasgos, apenas podía mantenerse en pie.

—No están —musitó en voz mortecina.


La llevé hasta el sofá y la hice descansar en mi regazo. Su mejilla se
apoyó en mi pecho. El instinto protector que existía en mí hacía ella, se
intensificó enormemente. No quería que nada la lastimara más. Estaba
cansado de esta mierda, pero no me arrepentía de quererla y tenerla
en mi vida, sin importar cuan doloroso resultaba.

—Los vamos a encontrar.

—No quiero perder la esperanza, pero… ya ha pasado un día —se le dificultó


hablar—,

tengo mucho miedo.


Negué por dentro, decidido a salir de nuevo y buscar por cada casa,
cada rincón de este sitio hasta dar con ellos.

—Quiero que te quedes aquí con tu abuelo, ¿de acuerdo? —Me miró
y acuné su cara en mis manos— Iré allá afuera y no volveré hasta que
los encuentre.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, su preciosa cara rebosaba dolor y


angustia. Me estaba matando verla así.
—No, déjame ir contigo —sorbió la nariz—, yo estoy bien, yo tengo que salir a
buscarlos
otra vez.
—Estás cansada, no has dormido ni comido.

—Estoy bien…

—Escúchame…
—¡No! —Se rompió de nuevo— No, no puedo quedarme aquí sin hacer nada.

—Es lo que necesito que hagas. No quiero perderte a ti también


—descansé los labios en su frente—, obedéceme, Alexa.

—No quiero que te vayas.

—Volveré y lo haré con ellos.

—Promételo —suplicó. La estreché


fuertemente. —Te lo prometo, confía
en mí.

Asintió resignada y nos besamos despacio. Saboreé la dulzura de sus


labios, impregné cada espacio de mi mente con su recuerdo y su
olor, mis manos grabaron en ellas la sensación de su piel cálida.

—Te quiero, Lexi.

Buscó mi mirar y esbozó una pequeña sonrisa.


—Lo sé.

[***]
Alexa

Me quedé dormida, ni siquiera supe en qué momento pasó. No podía


esperar que fuera de otro modo luego de todo el cansancio que
acumulé por no dormir y comer. Afuera estaba oscuro e ignoraba la
hora que era.

Me levanté de la cama, llevaba puesta mi pijama. Tampoco recordaba


cuando me cambié de ropa.
Agarré mi celular y pasaban de las dos de la mañana, no había
mensajes ni llamadas. Enseguida marqué el número de Dexter, pero
este me mandó a buzón, lo cual me pareció extraño. Cogí mi arma y la
guardé en mi espalda, no solía dar un paso sin ella.

Abandoné mi habitación y no oía nada de ruido en el exterior. El


recordatorio de que mis padres no estaban en casa, continuaba
torturándome. El pecho me dolía y el aire me faltaba mientras
acumulaba las lágrimas; jamás me mostré así, pero ellos eran un punto
débil, mi familia siempre lo sería.
Arribé a la planta baja y encontré a hombres armados dentro. Mis ojos
se desplazaron a través de sus caras encapuchadas, las armas largas
atravesadas en sus pechos, los dedos en los gatillos.

—¿Y ustedes? —Inquirí curiosa. No estaba asustada, sin embargo, tenía un mal

presentimiento de esto.

—La están esperando —dijo uno de ellos, su voz distorsionada. Apreté el ceño y
sin más

remedio lo seguí hacia el despacho de mi papá.

Atravesamos el pasillo y al entrar al despacho, me paralicé de


inmediato ante la escena que se desarrollaba delante de mí.

Mi abuelo se hallaba sometido por dos hombres, aunque se podría


decir que solo estaba custodiado, él tenía la cara empapada de sangre y
apenas lograba respirar, entretanto, Héctor Aguirre ocupaba la silla de
mi padre como si fuese el dueño y señor de esta casa. Su sonrisa
burlona corroboró mi mal presentimiento y antes de que el sujeto
detrás de mí me tocara, metí un tiro en su cabeza. Acto seguido, llené
de balas a los dos tipos que sujetaban a mi abuelo en un abrir y cerrar
de ojos sin que Aguirre moviera un músculo o luciera sorprendido por
mi destreza. No obstante, mis balas no fueron suficientes para los
hombres que ingresaron y lograron someterme antes de que pudiera
acabar con ellos con mis propias manos.
Uno me agarró del cabello y otros dos más de los brazos, mi abuelo
estaba muy golpeado y débil, carecía de armamento, fue difícil que
pudiera ayudarme.
—Revísenla —ordenó Aguirre. Pasó por encima de los cuerpos de sus
hombres y acortó la distancia entre nosotros—. Tan fiera, mini
Robledo.
Le escupí en la cara, gané una bofetada de su parte que no me dolió en lo más
mínimo.

—Perro traicionero, ¡cabrón, hijo de puta! —Bramé enardecida.

—Ni todos los insultos que salen de tu boca van a cambiar lo que sucederá
—dijo
burlesco.

—¿Dónde están mis padres? ¡¿Dónde está Dexter?! ¡¿Qué les hiciste, perro?!
—Tus padres ya no existen —tiró fotografías al suelo de dos cuerpos
completamente desechos por ácido. Las prendas que yacían a sus
lados eran ropas que yo conocía muy bien—, los maté.

—No es cierto —musité anonadada—. ¡Mientes!

Me le lancé encima, zafándome de quienes me tenían sujeta. Le


propiné un puñetazo antes de que nuevamente me sostuvieran, sin
embargo, mis piernas alcanzaron su entrepierna y juro que disfruté
del dolor que surcó su patética cara cuando lo golpeé en los
testículos.

—¡Te voy a matar con mis propias manos, infeliz!


—Ya estuvo bueno de tus chiflasones —siseó enfurecido—, maté a tus
padres, maté a tu novio, aunque su cuerpo aún no lo tengo, cayó al río
y ya sabes cómo es eso —se mofó—, mataré a tu tío y a tu abuelo,
¿sabes qué quedará de tu apellido?

Me sujetó de la nuca y acercó nuestras caras.


—Ni una mierda.

—A mí no me vas a vencer, pinche perro mal nacido. Eso te lo juro.


Me soltó y sonrió triunfante, entonces sostuvo su arma y en un
pestañeo, disparó en contra de mi abuelo.

Mis gritos se escucharon por toda la casa, Aguirre descargó siete balas
en el cuerpo de quien vi como un padre. El horror me congeló por
breves instantes, luego, mis piernas se movieron en dirección a mi
abuelo.
Su cara estaba muy golpeada, su cuerpo se sentía mojado y blando
por los golpes, tenía dedos rotos y varias cortadas. Ellos lo torturaron.

—Abuelo —susurré en shock. Estaba muero, muerto en mis brazos.

Apreté los ojos y las lágrimas se derramaron sobre su cadáver. Quería


creer que esto era una pesadilla, ¿en qué momento todo cambió?
Hacia apenas unas horas mis padres estaban vivos, Dexter conmigo, y
ahora… ahora lo había perdido todo.

—Perdóname —susurré.
Besé su frente y derramé más lágrimas en su piel.

—Voy a vengarte, voy a vengar nuestro apellido, te lo prometo.

—No hagas promesas en vano, niña —se puso de cuclillas frente a mí—, eres
mía, nadie va
a venir a salvarte.

Sonreí de lado. Por supuesto que no esperaría a que alguien viniera a


salvarme, intentaría de todo para salir con vida de esto. ¿Necesitaría
ayuda? Eso era seguro y sabía dónde iba a conseguirla. Por más que
quisiera lanzarme a llorar por mis pérdidas, no podía, no debía, mi
mente tenía que estar fría, calcular cada acción que realizaría.

Primero tomaría venganza, después lloraría a mis muertos.


Fría y calculadora. Vengativa y orgullosa.

No les fallaría, no les fallaría a ninguno de ellos.


—Eso ya lo veremos. —Sonrió.

—Llévenla al calabozo, ahí estará cómoda con las ratas.


Me levantaron bruscamente y a empujones me sacaron del despacho.
Entre varios sujetos me arrastraron al calabozo que se situaba en el
sótano. Ahí me metieron y me dejaron encerrada bajo llave. El sitio no
era para nada lindo.
Con las manos temblorosas me saqué el teléfono de las bragas y
agradecí tener señal. Marqué nuevamente el número de Dexter, este
mandó a buzón y el dolor apretujó mi corazón. Rezaba para que
estuviera vivo y aunque haya visto los cadáveres de mis padres,
también pedí por ellos.

Desesperada, pero con la mente clara, marqué esta vez el número de


Dixon. Esperé varios tonos antes de que atendiera.

—Diga.
—¿Dixon? ¿Dixon Russo? —Su acento era notable y por un instante creí estar
escuchando

a Dexter, mi Dexter.

—¿Alexa? —No pude evitar sollozar. Es como si Dex


estuviera hablándome. —Soy yo. —Tragué saliva.

—¿Dónde está Dexter?

Por supuesto, él dedujo enseguida que algo iba mal.

—No lo sé… desapareció —sollocé más fuerte—, Dexter no está,


me ha dejado sola. —¿De qué mierda hablas? —Sorbí mi nariz.

—Me tienen secuestrada en mi propia casa, tienes que venir, tienes


que ayudarme, por favor —me rompí aún más—, mis padres
desaparecieron y Dexter lo hizo con ellos.

Él no dudó en darme una respuesta.


—Voy para allá. Mantente viva, Alexa, iré por ti.

Estúpidamente asentí como si él pudiera verme. Terminé la llamada y


escondí el celular entre el intento de cama que había aquí. Me senté
en el borde con la vista en la puerta y esperé, ¿qué? No lo sabía, pero
de lo que sí podía estar segura, es que me vengaría de Aguirre, así
fuera lo último que hiciera en esta vida.

Capítulo 24
Dexter
La miraba a través del agua cristalina. Ella sonreía mientras alzaba
en brazos a un pequeño de cabello rubio; los dos comenzaron a reír a
carcajadas y yo permanecí inerte observándolos, temeroso de dar un
paso y arruinar su imagen.
—Ven, amor mío —incitó Darla.

—¡Papi! —Exclamó el pequeño, a la vez que me llamaba con su manita.

Me sumergí en el agua pura y avancé hacia ellos; Darla me miró con


amor absoluto. El niño estiró los brazos hacia mí y descansó en los
míos.

—Es mi hijo —afirmé.


—Es tuyo, amor mío.

Su mano acunó mi mejilla y sentí su calidez y el aroma que la caracterizaba.

—Vas a ser feliz, vas a vivir muchos años y cuando llegue el momento, nosotros
estaremos
esperando por ti.

El corazón se me hizo añicos. Mi hijo se abrazaba a mi cuello. No


quería soltarlo y él no quería desprenderse de mí.

—No estés triste, no nos llores más, nosotros estamos bien y no te culpamos de
nada.

—Fui el causante —susurré.


—De hacerme feliz —dijo sonriente.

Me abrazó y abrazó a nuestro hijo. Por primera vez pude sentirlos sin
maldad o miedo, solo existió una infinita felicidad.
—Te amamos, Dex.

Bajé la vista y vi su cabellera volverse oscura y luego me perdí en esos


pozos profundos que eran sus ojos, los cuales no hacían más que
mirarme con veneración.

—Tienes que despertar, Dex, estoy esperándote, lo prometiste.


—Y lo cumpliré, Alexa.
El sol me molestaba en sobremanera, mi cuerpo dolía como el
demonio, la parte inferior de mí se hallaba mojada y podía sentir una
leve corriente acariciándome la espalda.

Abrí los ojos, los achiqué de inmediato cuando la luz solar hirió lo
delicado de mis pupilas. Como pude erguí la espalda. Mi camisa estaba
rota y llena de sangre, tenía dos heridas de bala, una cerca de la
clavícula y otra en el brazo.
Eché un vistazo a mi alrededor, dándome cuenta de que me
encontraba a las faldas de una cascada. Había piedras y árboles altos
cubriéndome, estaba completamente solo. Tuve leves recuerdos de la
persecución de la que fui víctima, así como de la traición de quienes
juraron lealtad hacia Medina. Me sorprendía que haya podido escapar
de la muerte cuando estuve empeñado en encontrarla, sin embargo,
bastaba pensar en Alexa y Dixon, para que pusiera todo mi empeño en
sobrevivir. Ella sufriría y mi hermano era capaz de ir por mí hasta el
mismo infierno.

Eludí a la muerte por esta ocasión, mas no me sentía tranquilo. Alexa


estaba sola, rodeada de traicioneros. No sabía si su abuelo sería capaz
de protegerla cuando él ignoraba lo que sucedía a su alrededor,
Roberto y yo fuimos víctimas, ignoraba si este último seguía con vida.
Ambos logramos escapar, pero cada uno tomó rumbos diferentes.
Brevemente pensé en que quizá Maia y Medina lograron escapar y
sobrevivir como lo hice yo. Tal vez se encontraban por aquí, ocultos y a
la espera.

—¡Oiga! ¡¿Se encuentra bien?!


Atisbé a una pareja de campesinos. Traían costales en la espalda,
siendo precavidos se acercaron a mí.
—No —el hombre me ayudó a incorporarme—, gracias. ¿Sabe cómo
llegar a la Hacienda de Medina? —Pregunté.

Naturalmente, lo conocían. Su apellido todos lo sabían aquí. La pareja se miró


entre sí.
—Trabajo para ellos.

—Puedo notarlo —comentó el hombre, miraba mis heridas.


—¿Puede decirme cómo llegar?
Soltó una larga exhalación y viró el cuerpo hacia el lado contrario por
donde caí. Señaló la corriente del río abajo.
—Siga el río, lo llevará a las cuevas, son cerca de cinco kilómetros,
cruce las cascadas y estará en territorio del señor Medina —explicó
con calma.

—Tome —la joven mujer me dio un frasco con un tipo de ungüento dentro—,
póngaselo
en las heridas, le ayudará a que no se infecten.

Sostuve el frasco y asentí.

—Gracias —susurré—, agradezco su ayuda.

—Cuídese, el terreno es peligroso, pero la gente que abunda por ahí lo es más
—dijo el

señor.

—Lo tomaré en cuenta.

Sin decir más ellos siguieron su camino, me saqué de encima la camisa y


lavé las heridas, a continuación, puse el ungüento. Ardió un poco, rompí
la tela de la camisa y con los jirones hice un vendaje antes de continuar
mi camino río abajo.

No llevaba ningún arma encima, estaba expuesto y sería presa fácil


para los enemigos, pero de alguna forma sentía que no avanzaba
solo, que alguien, quizá Darla, seguía mis pasos como mi ángel
guardián.
Antes de caer por el río, recuerdo haberla visto. Su imagen casi beatifica, no se
borraba de mi cabeza y fue un impulso y una seguridad que me incitó a
proseguir en busca de sobrevivir y salvar a la mujer que quería y quizás,
comenzaba a amar.
[***]

Alexa
Los vestigios de mi teléfono yacían en el suelo. Uno de los hombres lo
encontró y lo rompió antes de que pudiera realizar más llamadas. Lo
último que supe fue que Dixon ya había entrado a México, intenté
comunicarme con Dasha, pero fue inútil.
Ahora me encontraba sentada frente a la puerta, mi posición no
cambiaba en lo absoluto. Nadie me alimentaba, nadie venía a decirme
nada y la desesperación estaba ganándome.

Ignoraba cuánto tiempo pasó, qué hora era, lo que sucedía allá afuera.
Las lágrimas se negaban a ser derramadas, solo existía un inmenso
vacío y el deseo ardiente de escapar y vengarme. Aún no asimilaba que
mi abuelo estuviera muerto, que mis padres le hayan hecho compañía,
que Dex también.

Apreté los ojos y negué deprisa.

Dexter podía estar vivo, su cuerpo no fue hallado, no había pruebas


de su descenso, aún había esperanza.

De pronto, la puerta se abrió y un sujeto apareció detrás de ella.


Llevaba una bolsa en la mano, una bolsa de una famosa tienda que yo
conocía a la perfección. Entró y la dejó a un lado de la puerta, no se
acercó, siendo muy precavido. Cuando me incorporé, salió
rápidamente, hasta parecía asustado. Menudo cobarde.

Agarré la bolsa y vacié su contenido sobre la cama. Al ver la ropa, me paralicé.

Se trataba de un vestido blanco con transparencias, de escote


pronunciado y muy ajustado. Lo acompañaban unos tacones altos y
un juego de lencería rojo, el mismo que Letrán me dijo que usara para
él.
—Pequeño bastardo. Te voy a castrar, infeliz.

Había una nota que solo por curiosidad leí en voz alta.
—Úsalo, tienes una hora, obedece o lo próximo que perderás, serán los dedos.

Apreté la hoja en la mano, mis deseos asesinos se incrementaban


conforme descubría la cara de mis enemigos.
—Perro.

Tomé una larga exhalación y miré la ropa.


—Piensa fríamente, Alexa, sé astuta, sé inteligente.
Sin perder tiempo me desprendí de la ropa que llevaba encima y me
coloqué lo que Letrán envió para mí. Todo encajó a la perfección en mi
cuerpo, desde el conjunto, hasta los tacones. Estuve lista en un par de
minutos, quedando mucho tiempo libre en el cual de nuevo tuve que
hallarme a la espera.

Sin embargo, cuando menos lo esperé, la puerta volvió a abrirse. Tres


sujetos ingresaron y dos más permanecieron de pie en el umbral. Sin
ser cuidados o delicados, pusieron mis brazos detrás de mi espalda y
apretaron las esposas en mis muñecas con más fuerza de la necesaria.

Maldije por lo bajo y a empujones me sacaron de la habitación con


rumbo a la sala. No había nadie en ella, continuamos hacia una de
las habitaciones de huéspedes.

Al arribar a ella, Letrán se encontraba ahí, solo. Sus ojos se iluminaron


al verme y yo nada más tuve nauseas.

—Qué preciosidad tenemos aquí, la joya de Robledo.


Les hizo una seña a sus hombres, quienes nos dejaron solos de inmediato.

—Eres un traidor. —Chasqueó la lengua.

—En el narco no hay lealtades, todos buscamos nuestros propios beneficios sin
importar
por encima de quien tengamos que pasar.

—Por supuesto que existe, que seas un maldito desleal que no la


conozca, ese es otro tema —musité con la poca tranquilidad que me
quedaba.
Eliminó la distancia que nos separaba y acarició mis mejillas con los pulgares.
—Estás viva, Robledo, deberías agradecer eso.

—¿Por cuánto tiempo, Letrán? Mi vida tiene fecha de caducidad en manos


tuyas y de

Aguirre, una caducidad muy próxima.


Rio y sacudió en forma negativa la cabeza.
—Cede ante mí, únete a mi mafia y te haré una reina.
—Mataste a mis padres, mataste a mi abuelo…
—Yo no lo hice, te estoy salvando, trato de mantenerte con vida, no me
decepciones.

—Jamás podría, Letrán.

—¿Y si te entrego la cabeza de Aguirre?


Entorné los ojos, desconfiada, dubitativa.

—Es tu socio de asquerosos tratos.

—Ya te lo dije, no hay lealtades en el narco.

—¿Y qué me puede esperar a mí? ¿Me vas a traicionar de la misma forma que
has

traicionado a todo el mundo?

Rodeó mi cintura con el brazo y me acercó más a él. Nuestros


labios se rozaban, las náuseas sofocaron mi garganta.

—Serás mi reina, jamás te traicionaría.

Reí por dentro. Por supuesto que lo haría, es lo que bastardos


como él hacían continuamente.

—Bien. Déjame matar a Aguirre y haré lo que me pidas —sentencié.

—No tan rápido —su mano ascendió hasta mi cuello, ejerció presión—, primero
tomaré
algo de ti y más vale que lo disfrutes.

—Puedo fingir si eso te hace feliz —mascullé en tono filoso.


Me repugnaba el pensar que sería suya, para mí no había nada heroico
en permitir que un hombre me toque solo para poder sobrevivir. Al
menos no lo veía así, prefería volarle la cabeza, sí que me vanagloriaría
en ello, pero no de este modo. Por el contrario, resultaba humillante.
—No habrá necesidad de que finjas.
Atacó mi boca con la suya, no moví un músculo, mis labios quedaron
sellados mientras él se esforzaba por hacerme responder.
Me mordió la boca con rudeza, gemí de dolor y eso pareció
complacerlo, se deleitó con la sangre que derramó la herida y acto
seguido, me empujó boca abajo sobre la cama. Mis manos seguían
esposadas, mis ojos ardieron y mi orgullo se veía pisoteado por un
cabrón al que le cortaría los huevos.
Rasgó el vestido desde la espalda y echó los jirones a los costados.

—Sabía que el rojo se te vería espectacular. —Desplazó las manos por mi


espalda y

palmeó mi trasero.

Cuando escuché que bajó sus pantalones, rememoré la escena con


Enzo y el miedo me sobrevino. Todo dentro de mí me pedía luchar,
pero hubo una pequeña parte que me pedía esperar.
—Te dije que ibas a ser mía de la manera que fuera.

Se cernió sobre mi figura, sus dedos se movieron a través de mis


pliegues. Miré un punto fijo en la pared, desconecté mi mente y me
permití irme hacia un sitio feliz, un lugar en compañía de Dex, mamá y
papá.

Capítulo 25
Alexa
Unos golpes en la puerta detuvieron las malas intenciones de Letrán.
Agradecí por unos segundos al destino que evitó o retrasó esta
agonía.
Él se incorporó de malas, no pude moverme de la posición debido a las
esposas; mi vista se dirigió a la puerta que Letrán abrió. Uno de los
hombres que me trajo hasta acá, lo miró a modo de disculpa.

—Aguirre pide verlo cuanto antes —informó.


—Dile que espere, ¿no ves que estoy ocupado?
Perro bastardo.
—Es urgente —me observó—, el hermano de Russo ha entrado al territorio,
alguien le

avisó de lo sucedido.

Letrán volvió el rostro hacia mí. Le sostuve la mirada; se acomodó el


cabello y asintió despacio. Cerró la puerta, azotándola con furia,
acto seguido, viró mi cuerpo y puso la mano en mi cuello, apretó
fuerte.

—¿Crees que el Diablo puede hacer algo por ti? Muñeca, no está en sus
territorios, somos

narcotraficantes mexicanos, los extranjeros no son nada aquí.

—¿Entonces por qué te preocupas? —Inquirí burlesca— Tocaste a su hermano,


pagarás
las consecuencias.

Esbozó una pérfida sonrisa y descargó su puño en mi pómulo.

—Una lastima tener que arruinar una cara tan bonita.

—Una lastima que tengas tan pocos huevos, cabrón —escupí, llenándole la cara
con mi

saliva.

Se limpió con asco y acto seguido, volvió a golpearme. Atinó un golpe


tras a otro a mi cara; en instantes llegué a gemir de dolor, pero en
ningún momento le pedí parar, soporté cada golpe dado y cada herida
abierta mientras la sangre empapaba mi cuello y salpicaba las sábanas
blancas.

La sensación aplastante de sus nudillos diezmando mi piel, jamás la


olvidaría. Ardía, sentía que todo se rompía, que el oxigeno me faltaba y
la impotencia se acrecentaba. Me juré cobrarle cada golpe con creces,
lo haría y no me fallaría en cumplir.
Cuando estuvo satisfecho, se desplazó fuera de mi cuerpo; apenas podía
respirar sin que me doliera toda la cara. Seguro me dejó irreconocible,
mis ojos se achicaron y a duras penas logré enfocar su asquerosa faz.
Sonreía desde arriba, tenía mi sangre en sus nudillos y mejillas, así como
en la ropa.
—Siempre se ha dicho que a golpes entienden mejor —alisó su ropa—, espero
no

necesites más clases de obediencia.

Azotó la puerta al salir y me mantuve inerte, la vista en el techo, las


manos entumidas, el dolor pronunciándose más fuerte conforme los
minutos transcurrían. Me dolía respirar.

—Mierda —mascullé entre dientes. Ni siquiera podía abrir bien la boca, tenía
los labios

destrozados.

Al cerrar los ojos, las lágrimas bañaron mi rostro. Lloraba de odio y


rencor, no por el dolor que me atravesaba. Jamás creí acabar de este
modo, siempre estuve preparada para enfrentar cualquier
circunstancia; cuando vives en el mundo del narco, cada día se espera lo
peor. Sin embargo, vivir en carne propia todo lo que se ve y se escucha
en las calles, eso era otra cosa.

—No me daré por vencida, lo prometo.

[***]

Cuando reaccioné, me sacaban de la habitación con violencia;


desorientada y adolorida, viré el rostro en todas las direcciones sin
entender que sucedía.

Me encontraba muy débil, llevaba días sin comer y de milagro me


dejaban usar el baño. Mis duchas eran agua fría sobre mi cuerpo, golpes
luego de salir, ropa interior desgastada, no me pertenecía. De Letrán no
supe nada. No volvió y la temperatura me impidió cualquier
movimiento que me ayudara a escapar, la golpiza que me dio me dejó
mal.
De un momento a otro me hallaba de rodillas en medio del recibidor;
veía a hombres armados moverse de un lado a otro, los radios sonaban
y las voces eran solo gritos, claves y ordenes. Había un caos total y
estaba ajena a él. De pronto, por la puerta de entrada, varias figuras
ingresaron, entre ellas Aguirre y Letrán. Sus hombres traían en rastras a
una persona que yo conocía bastante bien. En el instante que quise
alcanzarlo, me empujaron contra el suelo. Ya ni siquiera sentía las
manos, el metal cortaba toda circulación y era preocupante.
—Mira a quien te hemos traído para compañía —señaló Aguirre—, van a morir
juntos.

Mi tío me miró, estaba igual de golpeado que yo, pero también había
heridas de bala en su brazo y pierna.
—Es una pérdida de tiempo darte una oportunidad —tomó la palabra Letrán—,
morirás

con lo que queda de tu familia.

La mirada de mi tío era digna, igual que la mía. Moriríamos juntos, pero
tenía la certeza de que cada una de estas muertes no quedarían en
vano. De alguna manera contaba con la seguridad de que si yo no podía
cumplir mi promesa, quienes aún me querían, lo harían por mí.

—Entonces deja de hablar y hazlo, ¿qué esperas? —Siseé. Mi voz era baja, pero
podían

escucharme a la perfección.

—¿Crees que tendrás una muerte indolora? Sufrirás, como lo hizo


tu novio, como lo hicieron tus padres, porque los quemé vivos —se
jactó Aguirre.

Intenté no pensar en ello, no darle el gusto de verme sufrir por la


manera tan violenta en la que mis padres murieron. De alguna forma
podía decir que este siempre debió ser nuestro destino, matábamos y
enfermábamos al mundo, ¿qué podíamos esperar? ¿Un final feliz?
En la mafia no hay finales felices. En la mafia no vives, sobrevives.
—No tengo miedo, ni a ti, ni a la muerte, muchos menos a la manera en que vas
a
hacerlo.

Asintió molesto, dispuesto a hacerme sufrir antes de matarme.


—¿Sabes lo que les hacen a las mujeres del narco antes de
asesinarlas? —Murmuró Letrán, sonrió de lado— Sí, por supuesto
que lo sabes. Es como una regla no escrita.
Sus pasos resonaron con fuerza mientras se acercaba. Se colocó de
cuclillas, justo frente a mí.

—Las violan, una y otra vez —agarró mi pierna despacio, reparé en que estaba
semidesnuda frente a su gente y mi tío—, yo seré el primero, así que deberías
suplicarme para que lo haga lejos del público, porque si no me ruegas, te abriré
las piernas frente a tu tío y mi gente.
Tragué en seco. Miré a mi tío, intentaba zafarse de quienes lo tenían
sujeto, recibía más golpes a causa de su insistencia.

—Hazlo —apretó mi pierna—, porque después de mí seguirán todos los que ves
aquí y lo

harán delante de la única asquerosa familia que te queda.

No quería doblegar mi orgullo, no quería suplicar, tampoco quería


que me usaran para torturar a mi familia. Tragándome la poca
dignidad que me quedaba, lo enfrenté.

—Vete a la chingada, pendejo —espeté.

Acto seguido, lo golpeé con mi frente en la nariz, rompiéndosela. Se


incorporó y maldijo como nunca antes, las gotas de sangre se
derramaban en el suelo y no pude sentirme más orgullosa de haber
utilizado las pocas fuerzas que me quedaban para herirlo.

—¡Tú y toda esta bola de pendejos se pueden ir mucho a la chingada!


—Alcé la voz sin que me temblara— ¡Me vale madre que me violes,
tortures o mates, jamás, jamás te daré la satisfacción de verme suplicar,
cabrón!
Letrán se puso de todos los colores, parecía el mismo diablo con la
cara cubierta de sangre; Aguirre sonreía y mi tío me miraba
preocupado y a la vez, orgulloso. Al final de cuentas, nos matarían,
así suplicara o no, ellos lo harían.
—Quítenle las esposas —ordenó tajante.

Enseguida obedecieron y mis manos pudieron sentirse libres, sin


embargo, sabía que esto era porque vendría algo peor.
—Abran sus piernas —continuó—, y agárrenla bien.
No luché, aunque quisiera hacerlo, la debilidad no me lo permitía. Me
pusieron de rodillas y enseguida me recostaron en el piso de la casa
donde crecí, posteriormente dos tipos me abrieron las piernas y otros
dos más me agarraron de los brazos. Letrán se acercó mientras se
desabotonaba el pantalón. En este punto, el hijo de puta tenía una
erección. ¿Qué tan jodido debes estar para sentir excitación ante una
escena así? Carajo.

—Lo haremos a mi manera, espero le guste el espectáculo a tu tío.


Sonreí de lado y me mantuve lo más fría posible.

—Veamos si eres capaz de hacerme sentir aunque sean cosquillas —me mofé.

Por dentro temblaba de miedo, pero nunca lo demostré. Tensé el


cuerpo cuando el suyo se cernió encima de mí, me observó con
suficiencia y perversidad.

—Me gustan las perras como tú, que me reten, solo me motivan —masculló.
Apreté los ojos al primer contacto de su pene con mi piel. Sin embargo,
un estruendo hizo que todo se quedara en silencio y paró las
intensiones de Letrán. A lo lejos oía el sonido de un helicóptero,
aproveché el desconcierto de todos los presentes y le saqué de la
cintura el arma a Letrán. Él me miró, desconcertado durante unos
segundos, los mismos que no perdí y aproveché.
Corté cartucho y le disparé en la entrepierna, justo sobre su
asqueroso amigo. —Eso te pasa por perro violador, hijo de
puta.

Enseguida vociferó, lo golpeé alejándolo de mí, mientras sus


hombres me soltaban y se movían a toda velocidad hacia el exterior
de la casa; me quedé con el arma en mano, Aguirre corrió como la
rata cobarde que era, Letrán seguía llorando en el suelo, se agarraba
la entrepierna, me abstuve de meterle otro tiro, quería que sufriera.

—Tío.
Corrí hacia él, caí y volví a incorporarme. No sabía lo que sucedía allá afuera,

probablemente se trataba de la policía, ellos eran los únicos que


meterían un helicóptero aquí.
—Tenemos que irnos —dije.
Lo tomé de la cintura, afuera se escucharon detonaciones
fuertes, el sonido del helicóptero más cerca.

—Vete tú, rápido, por el túnel.

—No te voy a dejar, eres la única familia que me queda —susurré.

—¡Alexa! —Me volví y sentí tanta paz al ver a mis tíos: Leonardo, Maria y
Eduardo. No

llevaba su sangre, pero fueron queridos por mis padres.


Tío Eduardo me ayudó con mi tío Roberto, mientras que mi tía María
me sostuvo, poniéndome su chaqueta encima. Tío Leonardo se dirigió
a Letrán y le puso la bota en el cuello, le apuntaba con el arma.

—No lo mate, déjelo que sufra —ordené severa—, ayudó a que mataran a mis
padres y
abuelo e iba a violarme.

Leonardo ejerció más presión con su bota, María me abrazó fuerte, la noticia
para Eduardo fue devastadora, pude verlo en sus ojos. Mi papá era como un
hermano para él.

—Maldita sea, vengo a ensuciarme las putas manos a un país que no es mío,
¡carajo!

Miré al sujeto que entraba con las manos cubiertas de sangre y el


cabello alborotado. Su acento era similar al de Dexter, aunque no
tenían un parecido, supe que se trataba de su hermano.
—Dixon —susurré.
—¿Y ese cabrón qué? ¿Por qué sigue robando oxígeno?
—Señaló a Letrán. —Merece sufrir —contesté. Clavó sus
ojos claros en mí.
—¿Dónde mierda está mi hermano?

—Ojalá lo supiera —musité, incorporándome—, le dispararon y cayó por el río.


No sé si…
—Él no está muerto, sabe que iría al infierno y lo regresaría a patadas aquí —
interrumpió—. Ese idiota, siempre causándome problemas —agregó,
abandonando la estancia.
—¿Cómo supieron? —Inquirí en voz baja.

—El pueblo es pequeño, pero Russo planeó todo. Ese hijo de perra
tiene un helicóptero — comentó mi tío Eduardo—. ¿Estás segura de que
tus padres murieron?
—Solo vi fotos, no lo sé —musité franca.

—No descansaremos hasta dar con ellos, Alexa, vivos…


—O muertos —terminé de decir por él.

Capítulo 26
Dexter
Llegar a la cascada fue más difícil de lo que pensé. Había sicarios
cuidando los alrededores, ignoraba si se trataba de gente de
Medina o de los traicioneros que me hicieron acabar en estas
circunstancias.
Permanecí oculto hasta que la luz se extinguió y pude continuar; la
entrada a la cueva era un área dificultosa, resbalosa, la cascada tenía
fuerza y al final, pude atravesarla y sigiloso me perdí dentro de la
oscuridad. Sin embargo, mientras avanzaba hacia el interior, reparé en
que no todo era oscuridad, una luz rojiza me guió con calma, pero
antes de seguir, recibí un golpe en el estómago que me hizo doblarme,
seguido de una patada que iba directo a mi cara.
Logré esquivarla, sostuve la rodilla de quien iba a golpearme y empujé
a la persona hacia atrás; me le lancé encima y al tomarla del cuello, me
percaté de que se trataba de una mujer, sus ojos oscuros me
reconocieron de inmediato.
—¿Dexter? —Pronunció con calma cuando la luz, producto de las llamas,
danzaban contra
mi faz.
—Maia —susurré sorprendido.
Su cara estaba sucia, algunos golpes visibles en ella; no vi heridas graves a
simple vista.
—Sigues vivo —murmuró.

Me quité de encima y rápidamente le tendí la mano. Ella aceptó y miró detrás


de mí.

—¿Alexa? ¿Dónde está mi hija? ¿Está bien? —Me abordó desesperada.


—No lo sé, Maia, sufrí un atentado —señalé mis heridas—, caí por el río y
llegué hasta
aquí. Estábamos buscándolos. Alexa se quedó en la Hacienda.

Asintió decepcionada. Podía entender cuán angustiada debía estar por


obtener noticias de su hija, yo me encontraba igual. No sabía lo que
sucedía con Alexa y conforme las horas transcurrían, la agonía
empeoraba. Me reproché no haberla traído conmigo, al menos
estaríamos juntos.

—Escapamos y tuvimos que huir —la seguí mientras caminaba


adentrándose más en la cueva—, los sicarios nos dieron caza,
encontramos este sitio y hemos permanecido aquí, ocultos.

—¿Por qué no salieron?


—Esos sicarios nos matarán. No tenemos suficientes balas, Alejandro
está muy herido — su voz se volvió dura y preocupada—, le dispararon
y parte del fuego alcanzó su brazo. No puede moverlo, necesita
atención, pero salir de aquí es difícil.

Llegamos adonde se encontraba Alejandro. Estaba dormido sobre el


suelo en una cama improvisada de hojas y ropa. Tenía quemaduras en
su brazo izquierdo y una herida de bala en las clavícula.

—La guardia hace cambio cada doce horas, los cambios solo nos dan una
fracción de cinco
minutos, no es suficiente para atacar, lo sabrían de inmediato.

—Puedo intentarlo. Alexa…


—Sí, mi hija es lo que más me preocupa. Está sola ahí afuera.
Su voz decreció. Se notaba cuánto le afectaba y el verla así solo logró
ponerme peor. Quien fuera que haya hecho esto, tenía que ser un
narco, uno como todos los que conocía: sanguinarios. Temía que
estuvieran torturándola, siendo franco, evitaba a toda costa
detenerme a pensar en eso.

—Los he vigilado —continuó ante mi silencio—, sé los horarios, pero el lapso


apenas te
dará tiempo. Lo más prudente sería hacerlo mañana por la noche.

—No podemos esperar tanto.


—Créeme que si por mí fuera estuviera ya enfrentándolos, pero de
nada servirá si al final me matarán —explicó frustrada—, mañana son
menos los sicarios que habrá, al parecer un día tapiza los alrededores y
otro, solo deja unos cuantos.

—Entiendo.
Ella tomó asiento junto a Medina, de verdad se veía mal. Lo acarició en
la frente, sudaba, a simple vista se notaba que tenía temperatura.

—Ponle esto —le di el ungüento que me dieron los campesinos y que


realmente ayudó—,

servirá de algo.

Lo aceptó. En sus rasgos detonaba la fortaleza que siempre la


caracterizaba, pero en sus ojos solo había dolor y desesperación.
Incluso así, no derramaba una sola lágrima, se mantenía con un
temple fuerte; la admiraba.
—Solo tiene cinco balas —dijo. La miré, señalaba el arma que
descansaba al lado de Medina—. Tómala.

La alcé del suelo y la metí a mi cintura. Cuando caí al río perdí el


arma que me había acompañado siempre. Me pesaba haberla
perdido.

Dejé a Maia en compañía de su esposo y me dirigí a la entrada de la


cueva; la noche ya había caído, no podía ver de todo el exterior, pero
por una leve cortina alcancé a divisar la luna.
—Espera un poco más, Lexi, iré por ti, llegaré con tus padres, como lo prometí.
[***]
Alexa

María limpió mis heridas, tomé medicamento para el dolor, además de


ingerir alimento y agua. Me di una ducha y de nuevo volvía a ser yo, un
tanto golpeada, pero viva y con la determinación de encontrar a los
culpables de este mierdero.
—Comenzaremos la búsqueda desde el río —dijo Dixon—, si me hermano cayó
por ahí, lo
encontraremos.

Afuera atardecía, faltaba poco para el anochecer; pese a eso, Dixon no


pensaba quedarse cruzado de brazos a perder tiempo. Por otro lado,
mis tíos Eduardo y Leonardo, andaban en busca de Aguirre, el hijo de
puta huyó, pero las salidas estaban vigiladas y no podría escapar más,
ya no.

Letrán se hallaba en la bodega, seguía vivo, por supuesto, agonizaba,


más tarde iría a darle el tiro de gracia, solo necesitaba que sufriera un
poco más.

—Irás con nosotros —miré a Dixon—, ¿lo harás?


Parpadeé desconcertada. Dixon era pura dureza, cero sutilezas, de
carácter frío y déspota, nunca decía por favor, mucho menos gracias.
Era todo lo contrario a Dexter, mi chico era un ángel herido y su
hermano ni siquiera podía ser educado, sin embargo, era leal e
inteligente, decidido y valiente; ademas, se notaba a kilómetros el amor
que le tenía a su hermano. Se podía decir que eran uno solo.
—Sí —me puse de pie—, yo…

—¡Niña, Alexa!
Clavé mi vista en Azúa, entró corriendo al despacho, el oxígeno le faltaba.

—¿Qué pasa?
—Tiene que venir —dijo con apuro—, los encontraron, niña.
Cuando mencionó esto último, Dixon y yo nos miramos antes de salir
corriendo del despacho. El corazón me latía errático, casi resbalo y
caigo al piso, mas no me detuve y atravesé la puerta de entrada.
A la distancia, pude ver la figura alta de Dexter. Se notaba mal herido,
pero vivo. Al lado de él venía una figura más pequeña y esbelta. Los
ojos se me llenaron de lágrimas, sentía que el alma me regresaba al
cuerpo, no obstante, no vi a mi papá por ningún lado, así que mi
felicidad no estuvo plena.
—¡Mamá! ¡Mamá!

Mis brazos la rodearon y ambas caímos al suelo por la fuerza con la que
chocamos. Sollocé entre sus brazos, olía a ella, era ella, mi mamá estaba
viva. Valoré intensamente volver a tenerla en mis brazos, con su
corazón latiendo al compás del mío.

—Estás bien, mi niña —susurró. Era más fuerte que yo, no derramó una sola
lágrima.

Nos quedamos de rodillas sobre el suelo, mirándonos la una a la otra.


Había leves golpes en mi cara, ella al ver la mía, su preocupación se
intensificó por mil.

—¿Qué te hicieron? —Negué despacio.

—Estoy bien, mamá. ¿Dónde está papá? —Su semblante empeoró


con mi pregunta. —Lo llevaremos al hospital. Se encuentra muy
mal, Alexa.

El corazón cayó a mis pies cuando dijo aquello. Jamás, jamás en la


vida mi padre había sufrido algún atentado, nunca lo vi enfermo, ni
herido; saber esto no me dejaba reaccionar, no sabía como hacerlo.
—Él va a estar bien, ¿verdad?
—Inquirí. —Lo estará. No va a
dejarnos solas.

Asentí. No quise mencionar la muerte de mi abuelo, no era el


momento y sinceramente, no quería ser yo quien se lo dijera.

Se levantó del suelo y le pidió a los muchachos que me cuidaran mientras ella
acompañaba a papá a la clínica privada, después de todo, mamá también
necesitaba que la revisaran. Al momento en que se marcharon, me dirigí hacia
Dexter; él se hallaba a un costado, hablaba con su hermano que daba la
impresión de que lo estaba regañando, pero al final, le dio un leve abrazo que
me hizo sonreír y a Dexter también.
—Después de todo sí sabes demostrar tu amor —comenté al llegar. Dixon me
miró. —Si dices una palabra de esto, te corto la lengua —me amenazó. —No te
preocupes, esto y todo lo demás, están a salvo conmigo.

—¿Qué es todo lo demás? —Inquirió, achicando los ojos. Disimulé una


sonrisa, mirando a Dexter, su hermano se volvió a verlo, acusándolo sin
decir nada— ¿Qué coño le dijiste? — Increpó.
—Nada —respondió Dex—. Gracias por venir, Dixon.

—No fue un placer, deja de darme dolores de cabeza —espetó


exasperado. Negué por dentro, por más que intentara ocultar su
preocupación, resultaba imposible—. Y tú —me miró serio—, eres muy
valiente.

Sonreí un poco y abracé a Dexter de la cintura. Él descansó su brazo


en mis hombros. Dixon suspiró al mirarnos.
—¿Estarás bien? —Preguntó en voz mortecina antes de marcharse.

Dex besó mi frente, me acomodé más contra su complexión.

—Lo estaré. Ve ya, salúdame a Holly. —Efectuó una mueca.

—Mi mujer no necesita tus saludos, ahórratelos.

Dicho esto, dio la vuelta y se fue, pero antes de perdernos de vista,


se volvió sobre su hombro y esbozó una leve sonrisa, como si
estuviera tranquilo de que su hermano estuviera aquí, conmigo.

Cuando estuvimos a solas, Dex me hizo mirarlo, acarició mi cara con


cuidado, sus ojos sobre las heridas.
—¿Estás bien? —Averiguó.

—Ahora lo estoy. Cumpliste tu promesa.


—Jamás dudes de mi palabra, Lexi —depositó un beso en mis labios—, te
quiero
demasiado.
—Y yo te amo —dije segura—, te amo mucho, Dexter Russo.

Capítulo 27
Dexter
Descansaba junto a ella luego de que sacaran las balas de mi cuerpo y
saturaran mis heridas; el tiempo transcurrió lento mientras me atendían
y Alexa sujetaba mi mano como si necesitara asegurarse de que no iría a
ningún lado. Podía jurárselo, no me separaría de ella bajo ninguna
circunstancia, dónde estuviera, Alexa estaría conmigo.

Por otro lado, sus palabras se repetían en mi cabeza y no las olvidaba.


No sabía cómo sentirme respecto a su confesión. No contemplé
volver a escuchar un te amo, mucho menos decirlo y esto último
podía decir que no sucedería. Existía un freno dentro de mí, un freno
llamado Darla.
Aún amaba a Darla, aún la extrañaba y no paraba de pensarla. Alexa
me ayudaba demasiado a no caer, a sonreír, a sentirme feliz, pero
¿amor? No, no había amor de mi parte, quizás un inmenso cariño que
iba más allá de esto mismo, mas un poco menos que el amor.

—Sigues pensando —murmuró soñolienta.


Bajé la mirada hacia mi chica, prácticamente la obligué a meterse a la
cama, lo único que ella quería era ir en busca de sus padres. A lo que
supe, ambos se encontraban bajo revisión en la clínica, Maia no quiso
que Alexa estuviera cerca por temor a represalias o cualquier
circunstancia que pudiera ponerla en peligro. Aguirre continuaba en
las calles, tarde o temprano lo atraparíamos, pero por ahora no
arriesgarse es la opción que elegíamos.
—Deberías descansar.

—No puedo —se sentó en la cama—, comienzo a dormir y las pesadillas me


abordan.
Los golpes en su cara eran horribles, Letrán la golpeó con saña, como si fuera
un puto saco de boxeo. Detestaba lo que le hizo pasar, sin embargo, no era yo
el indicado para asesinarlo, Alexa quería hacerse cargo y no había discusión en
ello.
—Estoy contigo, nada va a dañarte de nuevo —la calmé.
—Tengo el presentimiento de que aún falta algo grande por venir —se
agarró el cuello y negó despacio, como si tuviera una cuerda
asfixiándola—, tengo miedo y ya no quiero sentirme así.

—Estás sugestionándote —abracé su cuerpo—, atraparemos a Aguirre y todo


volverá a la

normalidad.
Rio un poco y se apretó más a mi pecho. Yo no usaba camisa y
ella dormía en ropa interior.

—No hay normalidad en mi vida… en nuestras vidas —recordó.

—Sabes a lo que me refiero.

Descansó la palma de su mano encima de mi pecho. Las heridas


no me dolían, los medicamentos ayudaban con eso, sin contar
con que recibí peores en el Presidio.
—Dex, no quise asustarte —susurró
dubitativa. —¿Asustarme con qué?
—Pregunté confuso.

—Con mis sentimientos, quizá pienses que una escuincla como yo no sabe lo
que es el
amor, pero lo he visto con mis padres y lo siento contigo.

Se detuvo un momento, los movimientos de sus dedos pararon y buscó mi


mirar.

—Cuando Letrán dijo que habías muerto, lo único que pude pensar
fue en por qué no te dije que me estaba enamorando de ti —continuó
en voz baja—, después rectifiqué y me golpeé mentalmente
llamándome estúpida en el proceso, siempre suelo hacerlo porque no
paro de desviarme en las cosas importantes por el miedo que estas
me provocan, entonces…
—Alexa —le pedí parar solo con la mención de su nombre. Tomó una larga
respiración y
se golpeó despacio la frente.
—Lo estaba haciendo otra vez —murmuró
con pesar. —Respira —indiqué. Mi cara
cerca de la suya.
—Te amo —resumió—, me enamoré de ti y no me arrepiento, y
tampoco me importa que tú no me ames y no llegues a hacerlo nunca.
Yo te amo y no voy a tratar de frenar mis sentimientos.

Rozó mis labios con los suyos, un roce leve que me devolvía la
calidez que perdí. —La vida puede acabar en un segundo, un
segundo que lo cambia todo, Dexter. Cogió mi mano y la colocó
encima de su corazón.

—Yo nunca había amado y nunca quise hacerlo. Y de pronto, lo que no has
buscado llega y

aunque muchas personas toman la decisión de huir, yo no soy una de ellas.

Había determinación en cada una de sus palabras. Estaba decidida y


con un gran valor al confesarme su amor.
—Si no amas con todas tus fuerzas, mejor no lo hagas —dijo severa—.
Si amo, no lo hago a medias, sin importar si la otra persona no es capaz
de devolverme la misma intensidad. Porque mi felicidad reside en lo
que siento cuando estoy junto a ti, en tu forma de tratarme y hacerme
sentir, si me amas o no… cariño, yo seré la mujer más feliz solo
teniéndote a mi lado.
Me quedé mudo. No me habían hecho una confesión de amor más
bella. Mi pequeña niña afrontaba todo lo que se le interponía con
valentía; la adoraba y me enorgullecía ser el hombre que ella amaba.
No había mejor sensación en el mundo que ser amado con tanta

fuerza y pasión. Aunque también lastimaba no poder devolver ese


amor, me encargaría de hacerla feliz hasta donde me lo permitiera la
vida.

—Te juro, Alexa Medina —entrelacé nuestras manos—, que no te


defraudaré jamás. No puedo ordenar en mis sentimientos, pero sí en
mis acciones, y cada una de ellas tendrán como propósito hacerte
feliz.

[***]
Alexa
En la bodega solo estábamos Letrán y yo.
Él se hallaba con los brazos extendidos hacia arriba, sujeto de las
muñecas por unas cadenas, solo llevaba un bóxer encima, la sangre
seca se pegaba a sus piernas. Me sorprendía que siguiera vivo luego
de que me volé los testículos. Sin duda, contábamos con buenos
médicos.

—No se me olvida como me humillaste —siseé postrándome delante de él.


Con dificultad alzó la cara, sus ojos apagados, pero llenos de ira.

—Y ahora estás aquí, bajo mi poder, para que te quede claro a ti y al


resto de la gente que yo no soy pendeja de nadie —espeté. Le atiné
una bofetada que no buscaba herir, sino humillar.

Tiró de las cadenas y se precipitó hacia mí, siendo detenido por las cadenas.

—Yo no soy sanguinaria, eso lo llevan a cabo mis padres, pero a ti te odio tanto,
que soy

capaz de arrancarte la piel con las uñas.

Le di otra bofetada y otra más.

—¿Crees que eres una cabrona por matarme?


—Lo soy —dije—, me interesa demostrar y también hacerte ver que esta niña a
la que
subestimas, los tiene más grandes que tú.

—Saca tu arma y dispara, ¿o te faltan?


—Bien dijiste hace unos días que mi muerte no sería indolora. Bueno, mi
querido macho,

la tuya tampoco lo será.


Me acerqué a la puerta y la golpeé un par de veces sin quitarle la
mirada de encima a Letrán. Azúa no demoró en entrar en compañía
de otros sicarios; traían un barril lo suficientemente grande para
que Letrán pudiera ocuparlo.
Lo acomodaron encima del fuego y acto seguido, movieron a Letrán
hacia el interior del barril que contenía agua, pura agua. Él no luchó
para impedirlo, sabía que de nada le servía. Entretanto, me hice de una
silla y tomé asiento delante de él. Me crucé de piernas y encendí un
cigarrillo.

—Me quedaré aquí hasta que hiervas. ¿Sabías que esta es la muerte
más dolorosa? — Efectué una mueca— Ya me lo dirás.

—¡Perra! —Ladró enardecido.


—Súbanle a esa llama, que arda —murmuré fría y sin verme afectada por la
agonía que
Letrán sufriría.

—Vas a pagar, lo harás.

—Lo mismo han dicho muchos otros que han terminado como tú —me mofé—.

Aprovecha tus últimos minutos y reza para que mueras rápido.

Vociferó hasta el cansancio contra mí, luego ya no fueron


maldiciones, fueron súplicas, seguidas de gritos de dolor y agonía.
Sufría en sobremanera y yo me regodeaba, feliz y satisfecha.

Yo no olvidaba, no perdonaba, yo me vengaba y mataba.


Al final, su voz fue acallada para siempre, el olor que desprendía no era
el mejor, no podía describir la manera en que su cuerpo terminó, la
imagen se volvía digna para una película de terror.

—Deshagan el cuerpo en ácido. Que no quede nada de este perro —ordené.


No me había ensuciado las manos y al mismo tiempo si lo había hecho.
No fueron mis dedos quienes lo asesinaron, pero podía ser presa de la
satisfacción de su muerte como si hubiese sido así.

Después de ordenar que hacer y salir de ahí, el tiempo avanzó


rápido. Tres semanas transcurrieron, las cosas volvieron a la
normalidad.

Le dimos un entierro digno a mi abuelo. Mi padre se recuperaba de


sus heridas así como mi tío Roberto; Dexter no se vio afectado por las
suyas y las mías ya casi se desvanecían.
Todo se hallaba tranquilo, una tranquilidad que no presagiaba nada
bueno, no paraba de pensar así. Podría tratarse del trauma de estas
semanas, había tenido más acción que en toda mi vida, o de verdad
poseía un sexto sentido que me estaba avisando que pronto vendría
algo a reventar la estabilidad que comenzábamos a tener.

—¿Te me andas escondiendo, niña?

Rodeó mi cintura y me alzó en el aire para dejarme apoyada encima


de un banco que había en una de las caballerizas.

—¡Dex! —Lo golpeé el pecho— Me asustaste.


Separó mis piernas y se colocó entre ellas. Me sostuvo de las
nalgas y me atrajo a su pelvis.

—¿Ah sí? Pues en qué andarías pensando.

Sonreí y le rodeé el cuello con los brazos. Aunque no lo quisiera, el


acento mexicano se le iba pegando. Ya hasta maldecía con mis
palabras, me causaba ternura.

—En que llevamos casi un mes sin coger —susurré. Tiré del lóbulo de su oreja.
Siseó por lo

bajo.
—Eso se puede solucionar.

Me bajó los jeans con rudeza mientras me besaba el cuello y yo le


quitaba la camisa; mis uñas arañaron su espalda y ataqué la piel
expuesta de su cuello de la misma manera que él lo hacía conmigo.
Mi pelvis y la suya se balanceaban la una con la otra, la fricción estaba
volviéndome loca y todo empeoró cuando le dio atención a mis senos.

—Amo tus tetas —probó uno de mis pezones—, amo tu piel.


Escondió la cara en la unión de mis senos y los apretó al mismo tiempo.
Desplazó la mano hacia mi vientre bajo, movió a un lado las bragas y
jugueteó con mi clitoris.
—Ay Dios —temblé—, tus dedos.
—Quieren follarte.
Extendió la caricia hacia mi vagina y embistió con dos de ellos; cerré los
ojos y balanceé las caderas en sincronía a sus caricias.

—Eso es, así me gustas: mojada.

—Así me pones.

Retiró los dedos y enseguida presionó mis mejillas, abrió mi boca con
ellos y los metió hasta el fondo. Probé mi sabor en ellos, la saliva
resbaló por la comisura de mi boca y entonces Dex me besó. Recogió
parte de mis fluidos y atacó con su lengua en el interior.
El calor comenzaba a sofocarme, todo ardía. Lo necesitaba dentro ya mismo.

Desabotoné sus pantalones y agarré su pene erecto en mi mano.


Masajeé lento, al ritmo de nuestro beso.

—Ya hazlo.
—No seas desesperada.

—Me vale, ¿entiendes? No me has tocado, te necesito en mí.

Me cargó, arrancó mis bragas y me pegó la espalda a la pared. Gemí


en su boca y me sostuve de su cadera, lo rodeé firme y Dex no
demoró en colocar su pene en mí vagina.

—Agárrate fuerte —susurró antes de darme duro.


Grité y busqué algo a lo cual asirme para no perder el equilibro.

—No te voy a dejar caer.


Me mordió el cuello y chupó antes de atacar mis labios de la misma manera.

—Qué rico se siente estar dentro de ti —dijo entre gemidos.


Se retiró suave y embistió duro otra vez. Mis senos quedaron a la
altura de su cara, los probaba alternadamente, una de sus manos
agarró mi nuca y se llevó entre los dedos mi cabello. Me obligó a
mirarlo a la cara.
—Te pones más bonita cuando te follo.
—Y también más feliz.
Sonrió de lado y empujó con más ímpetu.

—Mía. Joder.

—Te amo —casi grito—, te amo.

Me desvanecí en sus brazos al obtener mi orgasmo, llegué a la cúspide


sintiéndome la mujer más feliz de este planeta. Y puedo decir que él se
sintió de la misma manera cuando derramó su semen dentro de mí.

Ambos terminamos agitados por este sexo rápido que acabábamos de tener.

—¿Lo hacemos otra vez? —Incité.

—¿Ducha?

—Ducha —coincidí.
Me sonrió y le devolví la sonrisa, acomodé su cabello desordenado.

—¿Vamos a estar bien, Dex?

—Lo haremos mientras estemos juntos

Capítulo 28
Alexa
Descansaba entre los brazos de papá, mamá me sostenía desde atrás;
me metí a su cama como cuando era pequeña y le temía a los truenos.
Hacia mucho que no me encontraba así con ambos, luego de lo
ocurrido, no perdía el tiempo para abrazarlos, para decirle a papá
cuanto lo amaba, a pesar de no recibir una respuesta de su parte, yo
sabía que las palabras con él sobraban, él también me amaba.
—Unas vacaciones en familia estarían bien —sugerí—, podríamos ir a apostar a
Las Vegas,
o de crucero. Quizá comprar una isla que lleve mi nombre, no lo sé.
Los dos rieron y me estrecharon con más fuerza entre sus brazos.
—¿Una isla? Creí que querías un Lamborghini —comentó papá.
Tenía su brazo aún en recuperación por las quemaduras, un médico lo
visitaba del diario y tenía a su disposición a una enfermera.

—¿Puedo tener los dos? —Inquirí.

—Aún eres como una niña —dijo papá, besó mi frente.


Desde lo acontecido, su carácter frío disminuyó un poco, ya no
batallaba para mostrar su afecto, solía abrazarme más seguido y
aunque no me decía te amo, me conformaba con sus muestras de
cariño.

—¿Eso es un sí, papá? —Murmuré emocionada.

—Desde que naciste estuve decidido a poner el mundo entero a tus


pies, Ali —acarició mi mejilla—, no existe nada que tú me pidas y yo no
te dé.
Mi sonrisa se ensanchó. No por su afirmación, sino por las palabras tan
bonitas que había dicho. No era un te amo, pero quizás era más que
eso.

Me incorporé de la cama, besé a papá en la mejilla y a mamá en la frente.

—Los dejo descansar, ya pueden —efectué una mueca—, darse amor.

Mamá sonrió y abrazó a papá. Antes de cerrar la puerta la vi subir a


su regazo; negué y ahuyenté esas imágenes de mi cabeza.

Caminé por el pasillo en dirección a mi habitación, pero antes de irme,


pasé a la de Dexter; no toqué al entrar, lo cual era una falta de respeto
que no me importaba demasiado cuando se trataba de él.
Lo encontré en el balcón, tenía un vaso repleto de alcohol en la mano y
recordé aquel día en el que me besó por primera vez.
—Hola —saludé cauta.

Sonrió al verme y extendió su brazo ofreciéndome su mano, la cual no


dudé en aceptar; me atrajo a su cuerpo y me tuvo como prisionera en
él.
—La luna está hermosa —murmuró. Descansó el mentón en mi
hombro, sus labios rozaban mi mejilla—. Nunca te di las gracias,
al menos no como se debía.
—¿Gracias de qué?

—Gracias por no darte por vencida conmigo y ser tan malditamente irritante y
terca.

Sonreí y entrelacé nuestros dedos.


—Esto sonará muy trillado, pero me has motivado a
continuar vivo. —Me alegra escuchar eso.
—Desde que llegaste, ya no sobrevivo, Alexa, yo vivo de nuevo.

Lo encaré, cohibida por sus palabras y emocionada por lo que me


hacían sentir, el corazón me latía más deprisa y de pronto encontraba
calma al mirarlo a los ojos; en los suyos noté un cambio, ya no eran
aquellos orbes vacíos y tristes, aún había dureza en ellos, pero con un
brillo sutil que yo puse ahí.

—Te amo, muchachote —susurré—, siempre voy a estar contigo.

—Me voy a encargar de eso, si muero yo…

—Morimos los dos.


[***]

A la mañana siguiente, desperté en los brazos de Dexter; tomamos


la ducha juntos, tuvimos sexo en el baño y luego en la cama.
Resultaba gracioso que fuera él quien no pudiera mantener las
manos alejadas de mi cuerpo cuando aquí la caliente era yo.
Mientras desayunábamos con mis padres, no podía dejar de mirarlo
y pensar en lo que hablamos la noche anterior, en lo lindo de sus
palabras y el cariño tan inmenso que reflejaban sus ojos al
pronunciarlas.
Yo servía de algo para la persona que amaba, yo lo hacía feliz y eso
me bastaba para sentirme satisfecha.
—Qué bonita te ves hoy, hija —habló mamá.
Estaba sentada al lado de papá, tenían los radios en la mesa, estos no
dejaban de sonar. Hubo balaceras en la madrugada, nuestra gente
mató a la de Aguirre, pero el hijo de puta no daba la cara. Todos se
hallaban alertas, a la espera de cualquier atentado. La policía se hizo a
un lado y nos dejaron lidiar con este guerra, como debía de ser.

—Me parezco a ti —le lancé un beso—, te amo, mami.

Sonrió con cariño y continuó con su desayuno.


—¿Cuánta mercancía falta para empaquetar? —Preguntó papá hacía Dexter.
—Nada. Ya ha quedado lista, toda se ha enviado, no hay más mercancía en la
Hacienda. Papá asintió complacido con la respuesta.
—Eres el tipo de personas que me gusta tener cerca —dijo burlesco.

Dex solo le dedicó una leve mirada. Era gratificante que papá se llevara
bien con mi novio, nunca creí ver algo así, mis esperanzas con esta
escena estaban muertas hasta que Dex llegó.

De pronto, los radios sonaron con más rapidez, las claves fluidas,
con intervalos de un segundo. Todos nos miramos entre sí.

—Viene hacia acá —dijo mamá. Tomó la


mano de papá. —Se repite la historia,
bonita.

Ambos me miraron, en sus ojos solo vi recuerdos, pero estos no


eran buenos. Por un segundo quise saber que es lo que ellos
estaban rememorando. Todo cambió en una fracción de segundo.
—Saca a mi hija de la Hacienda —ordenó papá, se puso de pie al
mismo tiempo que mamá—, acaban de atravesar el primer anillo de
seguridad. Aún hay tiempo de que se vayan.
—¿Qué nos vayamos? —Inquirí
incrédula. —Alexa… —Dexter
cogió mi mano.
—No puedo huir y dejarlos, son mis padres, si morimos, morimos
todos —dije tajante—. Ustedes no me enseñaron a huir, no me pidan
que lo haga ahora. Esta es nuestra casa, vamos a defenderla.
—Nuestro único propósito siempre ha sido protegerte, Alexa —susurró mamá.
—Y lo hicieron bien.
Me levanté de la silla y a ellos no les quedó más remedio que dejarme
quedar; nuestra gente se movilizaba, corríamos hacia las camionetas,
papá subió a una con mamá y Dexter lo hizo a otra conmigo. Todas
estaban blindadas.

—No tienes que venir conmigo —dije


en voz baja. —Si alguien amenaza tu
vida, lo mato.
Eso fue suficiente para silenciarme; preparé las armas que estaban
dentro de las camionetas; siempre se tenía que estar preparado con
municiones para ocasiones como estas. Mis padres salieron antes que
nosotros, era mejor interceptarlos que permitir que llegaran hasta
acá. Suficientes muertes tuvimos como para querer otras más.

Dexter arrancó el motor, sin embargo, vi a sicarios venir desde los


extremos del río, eran muchos y estaban siendo recibidos por nuestra
gente. Mas no sería suficiente.
—No, no —musité. Abrí la
puerta. —Tenemos que
irnos, Alexa.

—Si permitimos que nos acorralen, nos matarán —dije preocupada—.


Debemos atacarlos.
No dudarán en llegarnos por la espalda.

Me tomó de la mano, las detonaciones se escuchaban más cerca.

—Entonces lo haremos.
Asentí y tomamos todas las armas. Deprisa las metí entre mi ropa,
todas de diferentes calibres y tamaños. Llevaba una 45 en la mano con
la que le volé la cabeza a más de uno mientras avanzábamos sin
retroceder, cubriéndonos con los pilares, las paredes y autos,
cualquier cosa servía. Retroceder no era una opción, si lo hacíamos,
todo acabaría mal.

—¡Azúa! ¡No retrocedan! —Ordené.


Era una ardua tarea no hacerlo, pero nos esforzamos por mantenernos.
La mayoría de los sicarios se hallaban con mis padres, impidiendo su
acceso hasta acá.
Tomé el radio y les comuniqué a mis padres lo que sucedía,
debíamos mantenernos al tanto de todo. Dexter por otro lado,
estaba a mi lado, disparando conmigo.

—Son demasiados, Alexa —dijo lo que yo ya sabía.

—Los refuerzos demorarán un poco.


Metí más balas a mi arma y me fui por delante de Dexter, dejándolo atrás.

Tuve a dos sicarios a mi lado y cinco contrarios delante; le disparé a dos


sin ocultarme, los demás me ayudaron con los sobrantes, sin embargo,
una bala me dio en el brazo.

—¡Puta madre!

—¡Alexa!

—¡Estoy bien! —Calmé a Dex que asesinaba a otros más— ¡Andando!

Corrimos entre los jardines, escuché las explosiones de granadas. Mis balas se
terminaban, los contrarios seguían ingresando, no tenía la menor idea de
quiénes eran, pero los acabaríamos.

Cogí el radio, papá avisaba que mis tíos venían en camino. Solo
bastaba sobrevivir a esta lluvia de balas.

—¡Por acá! —Indiqué a Dex.


Avanzamos en dirección al río, teníamos oportunidad de mezclarnos
entre los árboles y hacer tiempo mientras mis tíos llegaban.
Nos detuvimos contra un árbol frondoso, ambos agitados y solos. Él se
acercó y revisó mi brazo.

—Necesito detener el sangrado.


—Está bien —lo calmé—, lo atenderé después.

—No seas terca.


—Por eso me quieres —repliqué. Bañó mi cara con su aliento y besó mi frente.
Mi boca se abrió para decir algo más, no obstante, visualicé a los
contrarios acercarse. Maldije y tomé de la mano a Dexter, él entendió
enseguida lo que sucedía y corrió conmigo dirigiéndonos al río,
cuando llegamos, mi pensar era atravesarlo, mas no pude llevarlo a
cabo.

Mis pasos cedieron al mismo tiempo que los de Dexter mientras


frente a nosotros se hallaba Aguirre con un tumulto de sicarios,
todos ellos apuntando hacia nosotros.
—¡Están rodeados, Robledo! —Alzó la voz Aguirre— ¡No hay a dónde correr!

Entrelacé mis dedos con Dex y en silencio le pedí perdón.


Había llegado nuestro fin.

Capítulo 29
Dexter
La muerte llegaría, siempre estuve consciente de eso, la busqué cuando
Darla murió, pero ella me eludió. La hija de puta sabía en qué momento
vendría, cuando menos la esperaba se presentó, cuando mi vida volvió
a tener sentido veía como todo se resquebrajaba ante mí.
Consecuencias, supe que habría consecuencias, pero me aferré a la
esperanza que Alexa me brindó. Tomé una decisión e incluso al estar
en esta posición, no me arrepentía. Tuve el deseo de vivir otra vez,
experimenté nuevamente el anhelo y la ilusión; hoy perdería, pero a la
vez, gané. Viví hasta donde debía, y si perdí, fue por mi terquedad.
Sentí el apretón de su mano, la sangre deslizándose espesa entre nuestros
dedos, la herida en su brazo era preocupante, pero lo era más el tumulto de
sicarios delante de nosotros a la espera de una orden para asesinarnos. Y
milagrosamente el miedo se desvanecía, solo había dolor por no poder
concretar mis planes, por fallar en mi promesa de protegerla y darnos la
oportunidad que tanto gritó entre los dos.
—Perdóname —susurró. La frente en alto, el miedo no existía en sus rasgos.
Ella era
fuerte, la joven más fuerte que yo haya conocido.
—No es tu culpa, no es culpa de nadie. —Las lágrimas se
acumularon en sus orbes oscuros—. Mírame, Alexa.
Despacio obedeció, manchas rojizas adornaban su cara. Un golpe en su
pómulo y la ceniza adherida a su cabello.

—Me cegué, perdí tiempo contigo, tiempo valioso, Lexi —esbozó


media sonrisa—, lamento haber desperdiciado tanto y…

—Te amo, Russo —interrumpió. El miedo se hizo más nítido en mí.


—No te atrevas —supliqué—, no lo digas, no hoy, no ahora. Esta no es una
despedida.

Su dedo en mis labios me silenció.

—Si muero yo…

—Morimos los dos —sentencié.

Acortó la distancia y me besó en los labios. Su sabor inundó mis sentidos, su


olor prevaleció por encima de la sangre y la pólvora que se dispersó deprisa
cuando las armas fueron accionadas.

—Te amo.

Fue lo último que pude decir.

Advertí las balas atravesar mi cuerpo, en un intento por protegerla un


poco más, me puse delante de ella. Sus labios aun adheridos a los míos.
Una bala tras otra, sentía el ardor, lo caliente de la fuerza con la que
eran disparadas. Caímos al suelo. Había sangre en su boca, tenía varios
disparos en el cuerpo, yo no me hallaba mejor que ella. Recibí cerca de
cinco disparos que comenzaban a debilitarme, la vida se nos iba.
—Me amas —tembló. Los disparos seguían, pero ninguna bala nos tocaba.
—Te amo, Alexa.

Sonrió y tosió sangre. De un momento a otro el fuego se detuvo,


entonces una patada en mi abdomen me alejó de Alexa. Descansé a su
lado, estiró el brazo y me tomó de la mano. Aguirre nos miraba desde
arriba, burlón y regocijante de su victoria. Sacó un arma y apuntó hacia
la cabeza de Alexa.
—Qué fuerte eres, Robledo —dijo burlesco—. Si nos hubieras dicho que sí,
ahora estarías
de este lado.
Ella apretó mi mano con fuerza. No pude moverme, no pude hacer
nada para defenderla, ambos estábamos perdiendo mucha sangre, un
frio recorría mi cuerpo, un frio que traía la muerte con él.

—Dispárame —incitó ella—, ¿o te faltan, cabrón?


Una mueca de desagrado surcó sus labios, entonces ella utilizó las
pocas fuerzas que le quedaban para defenderse. Todo sucedió en
cámara lenta; de su cintura sacó una 9 MM, con las manos temblorosas
apuntó hacia su objetivo, disparó a Aguirre en la entrepierna y al final,
en la cabeza. Lo hizo con una agilidad que me dejó sorprendido. El
cuerpo de Aguirre se desvaneció y cayó sobre Alexa con los ojos
abiertos, miraban en dirección a mí, al tiempo que su gente se acercaba
dispuesta a matarnos.

Las detonaciones se incrementaron en un segundo. Me percaté de


que uno a uno de los sicarios de Aguirre, caían. Entonces divisé al
matrimonio Medina en compañía de sus familiares.

—Dex —susurró Alexa. Volví la mirada hacia ella.

Alexa estaba más fuerte que yo, cogió mi cara con ambas manos y me
hizo mirarla. Todo comenzaba a volverse blanco y borroso. Se me
dificultaba llevar oxigeno a mis pulmones, ardía.

—No te duermas —sollozó—, han llegado, resiste.


—¡Alexa! —Esa era su madre.

—Estarás bien —murmuré.


Puso mi mano en su cara y sonrió con las lágrimas acariciándole las
mejillas. Después de eso escuché gritos, mi cuerpo era movido, pero yo
ya no sentía casi nada. El dolor se había ido, me sentía flotar. En algún
momento las manos de Alexa se desprendieron de mi cuerpo, pero
otras más cálidas estrujaron mis dedos.

—Dexter —me llamó aquella voz.


La luz era demasiada, no podía ver nada. Me encontraba perdido.
—No te vayas —el grito era desgarrador—, lo prometiste.
—Alexa, perdóname —dije al final.
[***]

Alexa

No había una parte de mi cuerpo que no me doliera. Si una bala


resultaba un dolor de culo, siete de ellas lo eran aun más. De milagro
no recibí un disparo en la cabeza, pero sí uno que rozó mi oreja y la
hirió. Ahora tendría orejas deformes. ¡Perfecto!

Mas no era mi condición lo que me preocupaba, sino la de Dexter, a


diferencia de mí, él recibió menos disparos, sin embargo, estos le
dieron en puntos peligrosos, lo cual le había dejado en una situación
delicada. Llevaba dos días en terapia intensiva y no despertaba. Perdió
sangre, entró en shock y tuvo un paro; lograron estabilizarlo, pero entró
en coma y desde entonces no daba más señales de mejora. Solo se
mantenía estable, ni bien ni mal.
—Quiero verlo —susurré hacia él.

Papá negó despacio, él y mamá me cuidaban, esta última fue por


algo de comida. La clínica se encontraba repleta de sicarios, la
policía no intervino, como siempre.

—No puedes levantarte, Alexa.

—Quizás es la última vez que lo veo con vida —musité. Dentro de mí


no contemplaba la posibilidad de que Dexter muriera, pero lo usaba
como una alternativa para que me permitieran estar cerca de él.

—No puedes manipularme —riñó papá.


—No estoy haciéndolo. Por favor, papá, por favor llévame con Dexter.

Se me quedó mirando. Además de mi madre, yo era una de las pocas


personas que podían sostenerle la mirada a papá, no la esquivé, lo
encaré determinada a lograr mi objetivo. Necesitaba decirle a Dexter
que yo estaba aquí, esperando por él.

—Qué no haría por ti, escuincla manipuladora.


Se incorporó y salió de la habitación, momentos después volvió con
una silla de ruedas y una enfermera; entre los dos me ayudaron a
sentarme en la silla, no es que papá no pudiera, pero procuraba
tratarme con delicadeza. Tenía heridas en el abdomen, piernas y
brazos. Parecía una coladera.

Efectué una mueca de dolor, la escondí deprisa y en silencio me


llevaron hacia terapia intensiva, no sin antes ponerme encima la ropa
apropiada para poder ingresar a un área prohibida para quienes no
fueran el personal.
—Solo unos minutos —indicó la
enfermera. —Me basta —susurré
—, gracias.
Ella empujó mi silla hasta el interior, papá nos observaba por el cristal.
En cuanto mis ojos enfocaron a Dexter, el corazón se me hizo chiquito y
fue incontrolable derramar el llanto. Dex estaba pálido, los labios
partidos, moretones en la cara, manos y brazos. Su semblante
tranquilo, se notaba en paz, como nunca antes lo había visto.

—Hola, muchachote —sorbí la nariz—, mira como terminamos, parecemos


coladeras.

Sonreí entre lagrimas y besé el dorso de su mano.

—Quédate conmigo, aún tenemos muchas cosas por vivir. Quiero visitar
otros países de tu mano, quiero verte sonreír más, quiero que me hagas
sentir que mi presencia en este mundo vale la pena.

Para ese momento mi voz se rompía y no paraba de llorar. Había


perdido a mi abuelo y no quería perder al hombre que amaba, el único
que me hizo conocer el amor. Después de mi padre no creí amar a
alguien del sexo masculino y cuando la vida me echaba en cara que eso
no sería verdad, quería arrebatármelo.
—No me dejes, no te vayas, vuelve —supliqué destrozada—, lo prometiste.

De pronto, él dio un apretón a mi mano y de improviso abrió los


ojos. Me miró un instante, sonreí emocionada por verlo
despertar.

—Dex —pronuncié despacio—, Dex, estoy aquí, quédate conmigo. —Alexa


—musitó en un hilo de voz—, perdóname. —No…, no Dex, no tienes que…
Mi boca se silenció en cuanto el aparato al que él se hallaba
conectado, comenzó a hacer un montón de ruidos. Dex sostenía mi
mano con mucha fuerza, las venas se marcaron bajo su piel, parecía
estar sufriendo.
—¡Dexter! —Lo llamé desesperada.

Un par de enfermeras y médicos ingresaron. Cuando me apartaron


de él, Dexter ya me había soltado. La fuerza en su mano se esfumó y
volvió a cerrar los ojos mientras convulsionaba en la camilla.
—¡No! ¡Sálvenlo! ¡Dexter!

Mis gritos desgarraron mi garganta. Lo estaba perdiendo o quizá, ya lo había


perdido.

Capítulo 30
Alexa
Llevaba una hora estabilizada.

Después de lo ocurrido en terapia intensiva, la enfermera me sedó y


llevaba dándome calmantes durante las últimas veinticuatro horas.
Me sentía débil y devastada, no podía levantarme, exigía noticias de
Dexter, pero nadie quería dármelas. Mis padres callaron, todos
callaron y yo, yo me estaba rompiendo en pedazos al no saber si él
seguía vivo.
Necesitaba quitarme esta agonía, era inhumano dejarme con la
angustia, sin certezas, con miedo.
—Dime si está vivo —supliqué hacia mamá.
—Reposa, debes recuperarte, habrá tiempo para lo demás.

—Por favor, mamá —lloré, esta vez no exageraba en mi dramatismo—, solo


respóndeme.
No puedo seguir así.

Ella me tocó la frente y negó despacio. Sollocé.


—Mamá…
—Los médicos no le dan muchas esperanzas, él ha dejado de luchar, Dexter
quiere morir.
Me ataqué en llanto, por mi cabeza cruzaban un sinfín de
escenarios, momentos que quería vivir con Dexter, momentos que
ansiaba se llevaran a cabo. Él no podía irse, no podía dejarme, no
cuando estábamos siendo felices y teníamos muchos planes por
delante. Si lo perdía, todo se me vendría abajo. Cometí un error al
depender emocionalmente de él.
Lo amaba demasiado y eso me estaba matando.

—¿Qué voy a hacer, mamá?

Ella me estrechó en sus brazos, trató de


consolarme. —Afrontar lo que venga,
hija, no estarás sola. —Lo amo, mamá. No
voy a poder.

—Podrás. Eres fuerte, eres valiente, eres mi hija, Alexa.

Sus palabras no calmaban la incertidumbre ni el miedo. Estaba


enfrentándome a lo desconocido, a la perdida de un ser amado, a
alguien que se encargó de dejar una huella imborrable en mi vida y
que me costaría superar si no se quedaba conmigo.

Me negaba a aceptar que se iría, me aferraba a la esperanza de que se


quedaría a mi lado y seriamos felices viajando por el mundo.

—Llévame con él —pedí. La miré a la cara—. Llévame.

Limpió las lagrimas de mi cara, no discutió ante mi súplica y como lo


hizo papá anteriormente, mamá pidió ayuda de una enfermera,
realizamos el mismo proceso, esta vez yo iba más débil y sintiéndome
triste y destrozada. No soportaba sentirme así, no lo resistía.

Minutos más tarde me dejaron ingresar a la habitación, hoy se sentía


más fría, Dex se encontraba en la misma posición, su pecho se movía
muy débil, no había mejora en su semblante, ninguna.

—Solo unos minutos —repitió la enfermera. Asentí.


En cuanto estuve cerca de él, lo tomé de la mano y llené de besos su dorso.
—Hola otra vez —musité—, me han dicho que quieres dejarme, que has dejado
de luchar,
puedo sonar egoísta, pero no quiero que te vayas.

El llanto se desbordó de inmediato, luchar por retenerlo era estúpido, el


desahogo ayudaba a no sentir que me asfixiaba, pues. me costaba respirar y no
precisamente por las heridas.

—Yo sé que quieres estar con ella, pero tú eres mío, tú aun
perteneces aquí, es nuestro tiempo, Dex —sollocé—, no llegaste a mi
vida para abandonarme ahora. Regresa, no me sueltes… yo te
necesito, tus padres te necesitan, Dixon te necesita con vida.
Los latidos de su corazón tuvieron un cambio cuando mencioné el
nombre de su hermano. Callé por breves instantes, atenta a cualquier
indicio que me hiciera saber que él me escuchaba.

—No le causes este dolor, él te ama, yo te amo. Quédate.

Otra vez los latidos se aceleraron. Apoyé la frente en su dorso y lo


mojé de lagrimas mientras susurraba por favor en repetidas
ocasiones.

—Si Dixon me mirara ahora… me llamaría idiota —susurró.

Alcé la mirada hacia él, sus ojos azules me examinaban. Con la mano
temblorosa le toqué la mejilla y sonreí mientras lloraba.

—Lo eres, has pensado en dejarme.


—Lexi —musitó muy bajo—, ya estoy aquí.

—Y no vas a ir a ningún lado.


—No sin ti.

Soportando el dolor, me incorporé y lo besé en los labios, lo besé una y


otra vez, llené de besos su boca y mejillas, lo hice hasta que el dolor
me obligó a detenerme.

—Estás mal —dijo lo obvio—, vuelve a descansar.


—No —refuté—, tengo miedo, miedo de que cierres los ojos para siempre.
Intentó pasar saliva, pero su boca estaba seca, noté que no podía
hablar rápido, mucho menos mover sus extremidades, seguramente
tenía que ver con el coma en el que estuvo.
—Te lo prometí —recordó—, eres la mujer de Dexter Russo y tengo planes de
que lo sigas

siendo por mucho tiempo.

—Pensé que dirías algo como: señora Russo —bromeé. Él trató de sonreír.
—¿Por qué no?

[***]

Dexter

Se sentía bien estar fuera del hospital, luego de largos días en él, al fin
podía decir que me hallaba fuera de peligro y con la sensación de que
había nacido de nuevo. Las heridas sanaban, tanto las físicas como las
emocionales, aunque estas, puedo decir con seguridad que ya estaban
cerradas. No solo ayudó Alexa, sino mi determinación de mantenerme
vivo por mí, por querer otra oportunidad para ser feliz. Por ahora, Alexa
me brindaba esa alegría y esa paz que tanto ansié, pese a que, la chica
era un huracán, su caos no se sentía mal en mi vida.

Hoy descansaba con ella en las orillas del rio donde casi
perdemos la vida. Un mes transcurrió y todo regresó a la
normalidad, en esta ocasión sin malos presagios y
presentimientos que nos hicieran temer.
—Qué bonito está el día —murmuró con la vista fija en el cielo.

La copa de los arboles se movían de un lado a otro, arrullaban,


me brindaban una tranquilidad tan grande, que parecía irreal.
—Los días son los mismos
—dije. —No cuando estoy
contigo —replicó. —Ahí
radica la diferencia, Lexi.

Se acurrucó en mi pecho, su mano descansaba encima de mi corazón.


Descubrí que le gustaba sentir mis latidos, a pesar del tiempo
transcurrido, ella continuaba con el temor de perderme. A veces
despertaba y la encontraba mirándome o acariciándome la cara, con
la mejilla pegada a mi pecho y los ojos rebosantes de miedo.
No creí amar a nadie de la misma forma que amé a Darla y no, no me
equivoqué, porque el amor que sentí por ella fue distinto, fue el
primero, el que me enseñó la felicidad y el dolor.

El amor que le tenía a Alexa era caótico, apasionado, lleno de


adrenalina, con alguien que entendía mi mundo, que pertenecía a él.
Una mujer que jalaría conmigo del gatillo, dispuesta a morir y vivir por
mí. La amaba a mi manera, estaba enamorado y feliz de ser consciente
de ese amor que se mantuvo creciendo con calma, esperando el
momento para resurgir con fuerza y en el momento indicado.

—Te amo, Dex. —La observé. Le brillaban los ojos, veía mi reflejo en ellos y
notaba a un

hombre feliz.

—¿Cuánto? —Pregunté. Se mordió el labio.

—Un poco más cada día.

Besé su frente y ella seguía mirándome.

—¿Y si viajamos? Vámonos de aquí —sugirió.

—¿A dónde quieres ir?


—A cualquier lugar. ¿Has viajado?

—Mucho —respondí.

—Bien, entonces llévame a esos sitios donde jamás has ido y siempre has
querido visitar,
llévame al lugar donde más deseas estar.

—Contigo —dije espontaneo.


Su sonrisa se borró de golpe.

—¿Qué pasa?
—Tú —susurró—, eso pasa, eres muy dulce. —Ladeé mi cabeza.
—Creí que era un bloque de hielo gruñón. —Agachó la cabeza y negó,
sonriendo en el
proceso.

—Nadie me había tratado así porque jamás lo permití y tú… tú me haces querer
ser cursi y

que lo seas conmigo.


—Se llama estar enamorado —señalé.

—Entonces, ¿eres feliz?


—Lo soy —contesté seguro—. No hay fantasmas, no hay más dolor, solo tú,
Alexa, a

cualquier lugar al que mire, estás tú y eso me hace feliz.

—Carajo, Russo, cásate conmigo.


—¿Cuándo?

—¿Mañana?

—¿En Las Vegas?

—Sí a todo —dije feliz.

—A ver, dame tu mano —ordenó—, quiero ver como se verá


el anillo en ella. —Te puedo dar las medidas.

Le di mi mano, tocó mi dedo, el mismo donde debería ir mi anillo.


Lo rozó, acarició y apretó con sus yemas. No paraba de tocarme la
mano y el dedo y yo no paraba de mirarlo.
—Se ve bien, ¿no? —Murmuró. Apreté el ceño y bajé la vista a mi mano.

Él había puesto un anillo en ella.


—¡Tú sí estás loco! ¡Nos acabamos de enamorar!

—Daría la vida por ti, Alexa, no tengo nada que pensar.


La sostuve encima de mi cuerpo, ella no dejaba de ver el anillo. Lo
compré cuando me dieron de alta del hospital. Lo hice porque no
encontraría a nadie como ella y tampoco quería hacerlo. Este era mi
lugar: a su lado.
—Por el tipo de vida que llevamos, sé que podemos morir en cualquier
momento. Tú dijiste que no podemos desperdiciar un segundo, porque
todo cambia en un abrir y cerrar de ojos —expliqué con calma—. No
vivimos como los demás, somos peligro, somos explosivos y
vulnerables, así que, sea cual sea el tiempo que me quede de vida, lo
quiero pasar a tu lado.
Ella lloraba, estaba más sensible de un tiempo para acá.

—Quiero hacer todas esas cosas que dijiste, Lexi, quiero casarme, despertar a
tu lado en

un lugar diferente todos los días. Ver el mundo arder de tu mano.

—Sí quiero, sí quiero, Dexter.

—Hagámoslo.

—Tú y yo…

—Solo tú y yo.

Epílogo
Alexa
Miraba las estrellas mientras su lengua se desplazaba resbaladiza entre
mis pliegues, mis dedos se asían a su cabellera oscura, balanceaba las
caderas en sincronía a sus caricias húmedas. Estiró los brazos y acunó
mis senos en las manos, puso duros mis pezones y los tocó con las
yemas.
—Me voy a venir —jadeé.
—¿Y qué esperas? El que tengas tu orgasmo —lamió de arriba abajo,
mirándome en todo momento—, no me detiene de seguir degustando
tu coño.
Me estremecí. Justo cuando usaba ese vocabulario, me excitaba más.
—Ay, Dexter —tiré de su cabello—, no puedo con tanto.
—Sí puedes.

Bañó mi entrepierna con su aliento, temblé y un siseo escapó de mis


labios. Empujé la pelvis con vehemencia hacia lo blando de sus labios.
Él succionó, mordisqueó mis labios vaginales y ejerció presión en mi
clítoris, leves círculos, el calor sofocándome entera, el corazón
latiendo a toda prisa, tensé el cuerpo entero y en un segundo me
corrí en su boca.

Dex se presionó con más fuerza contra mi sexo, chupó mis fluidos,
degustó de una forma deliciosa con la lengua, se llevó con ella mi
orgasmo, no dejó nada más que no fuera su saliva escurriendo entre
mis piernas. Acto seguido, se situó a mi altura y me besó.

Mi lengua se deslizó por debajo de la suya, luego por encima y a través


de su labio inferior. Se bajó los pantalones y de una estocada me
penetró. Me abracé a su espalda, enterré las uñas por encima de la
camisa, él comenzó a moverse con frenetismo, adentro y afuera, duro,
sin delicadezas.

—Fue demasiado el tiempo sin tu calor —siseó—, te extrañé.

—No hace falta que te diga cuanto te extrañé yo a ti —musité trémula.

Alzó mis piernas y las encajó con firmeza en su cadera, irguió la espalda
y se impulsó de mis muslos para continuar embistiendo. Apoyado en
sus rodillas lo veía desde abajo como un jodido Dios del Olimpo. Era
hermoso, sus facciones distorsionadas por el placer, el cabello
alborotado, esos labios gruesos y perfectos, capaces de hacerme perder
la cabeza.
—Más duro —supliqué.
Se inclinó un poco, apretó mi cuello y me miró perdido en la lujuria del
momento.
—¿Eso quieres? ¿Que te folle duro?

—Sí.
—Suplícame.
—¡Por favor! —Apenas podía hablar— Por favor fóllame duro.
Violento, ciñó una mano en mi cintura, la otra presionó mis muñecas
por encima de mi cabeza; su pelvis azotó mi sexo, su pene entraba
profundo, estimulaba mi ya sensible clítoris. Forcejeé para soltarme, él
no lo permitió, aplicó más fuerza y aumentó el ritmo. En algún punto
llegó a dolerme la forma en que me penetraba, sin embargo, el placer
era más, siempre este iba por encima de cualquier dolor cuando se
trataba de Dexter.
Me hacia olvidar todo al tenerlo entre mis piernas. Como el sitio donde nos

encontrábamos y al que cualquiera podría llegar, la manera en que yo


gritaba apasionada sin detenerme a pensar que podrían escuchar. Pero
fui incapaz de reprimir lo que sentía.

Dexter era fuego, pasión, puro placer.

—Estás más caliente —farfulló. Me miraba, la cadena que le regalé me


golpeaba la cara.
—Así vivo —coincidí. Estiró los labios y enseguida los unió a los míos.

Disminuyó sus movimientos, esto solo acaloró mis partes. Su


longitud servía de estimulante, moví la pelvis suavemente, Dex
pareció disfrutarlo al igual que yo.

—Te amo —susurró.

—Te amo más —dije, enfrascada en el tumulto de sensaciones que


arribaban a mi cuerpo. —Córrete conmigo —pidió.

Mordí mi labio inferior, él lo liberó y acarició con la lengua, chupé y se


estremeció. Lo mordí y entonces el orgasmo detonó vigoroso a través
de mi cuerpo ofuscado. Dexter derramó su semen en mi interior,
empujó hasta el fondo de mi vagina. A veces sentía que iba a partirme
en dos.

¡Dios mío!
Acomodé su cabello, recuperábamos de a poco el aliento, estábamos
sudados y la idea de entrar al río me pareció excelente.
—Debemos irnos —tomó mi mano y besó el anillo—, debo hablar con tu padre.
—Uy, muchachote. Una cosa que es acepte que seas mi novio y otra que seas
mi esposo.
—Puedo ser convincente —llenó de besos mi frente—, ¿no lo crees?

—Basta —me removí—, estoy sudada.

—Y mojada —empujó su pene dentro, aún seguía erecto—, se siente muy rico
tu calor.
—¿Quieres seguir cogiéndome? —Mordió mi mentón.

—Por todas partes —murmuró. Enarqué una ceja—. ¿Qué?


—Eres muy calenturiento —bromeé.

—Aún no me conoces.

Salió de mi cuerpo, pensé que se incorporaría, pero lo que hizo fue


darme la vuelta, juntar mis piernas y hundirse de nuevo en mi vagina
desde atrás. Ni siquiera me dio tiempo de reaccionar.

—Y rápido —dije agitada.

—Parece que no nos iremos hasta que me sacie de ti.

—¿Sucederá pronto? —Enredó mi cabello en su puño y tiró de él.


—No.

[***]

Dexter
Medina se mantenía callado, la vista en el cielo. Por un momento creí
que reaccionaría mal, pero parecía tranquilo. Hacia unos instantes le
acababa de decir quería casarme con su hija y aun no me daba una
respuesta. Quizá me precipitaba en tomar esta decisión, pero había
visto la muerte de cerca tantas veces, que no quería desperdiciar el
tiempo, este se iba deprisa y todo acababa en un abrir y cerrar de ojos.

—Es un poco apresurado —dijo al fin—, ella es joven y su noviazgo apenas


comienza.
—Lo sé.
—Sería hipócrita de mi parte decirte que no, usando como excusa lo que acabo
de decirte. Hice a Maia mi esposa a una edad temprana —sus dedos se asieron
al borde de la terraza—, ni siquiera tuvimos un noviazgo, la secuestré y nos
enamoramos.

—Sí, casual en la mafia —murmuré pensativo. No imaginé que su relación


comenzara así.

—Amas a mi hija y a diferencia de mí, jamás la has dañado —me miró—,


aunque te

mataría si lo intentas.
—No pasará.

—Estoy seguro de eso. —Suspiró—. Tómense un tiempo, aún hay luto en esta
casa, por

respeto a mi suegro, no habrá celebraciones pronto.


—Comprendo.

—Viaja con ella —sugirió—, quería una isla.

Entró a su despacho otra vez y lo seguí. Abrió un cajón y arrojó unos


documentos encima de la mesa, los señaló con un movimiento de
cabeza.

—Ahí la tiene, todavía no la nombro, estaba esperando que ella eligiera el


nombre,

después de todo, le pertenece.


—¿Le compró una isla? —Inquirí asombrado, no por el regalo, sino por la
rapidez en que

lo consiguió.
—Si mi hija quiere el mundo, se lo doy —aseveró—. Ella no espera menos de un
hombre,

Russo, que no se te olvide.


—Estaré a su nivel.
Asintió y me dirigí hacia la habitación de Alexa, ahí la encontré sola,
sentada encima de la cama, al percatarse de mi presencia, limpió
deprisa la humedad de sus mejillas y vino a mí.

—¿Todo bien? —Pregunté. Acaricié sus mejillas y besé sus labios fugazmente.

—Sí, solo una plática de madre e hija —suspiró—, ¿qué ha dicho papá?

—Bueno, dio su aprobación, pero no para que se lleve a cabo pronto.


—Lo mismo dijo mamá, la muerte del abuelo aún se siente en
la casa —susurró cabizbaja—, lo echo de menos.
—Lo sé, Lexi. Pero basta de tristezas —la cogí de la cara—, nos iremos de viaje.

—¿A qué país me llevarás? —Elevé la comisura de mis labios hacia un lado.

—Bueno, ya lo verás. ¿Lista para recorrer el mundo de mi mano?

Su rostro se iluminó de alegría y asintió en incontables ocasiones.

—Sí.

[***]

—¡Una isla! ¡Tengo una isla!


Corría por la arena, la observé desde la distancia a través de las gafas
de sol. Ella se veía feliz y libre, se había quitado la ropa y andaba solo
con la lencería encima; se soltó el cabello y se sumergió en el agua
mientras no paraba de gritar. Era enérgica, inperactiva, parecía una
niña pequeña, sin duda, yo también estaría igual de emocionado que
ella si me hubieran regalado una isla.
—¡La llamaré Dexa! —Alzó la voz.

Negué despacio y avancé hacia la orilla. El sitio se hallaba


completamente habitable, Medina se encargó de que todo lo que
necesitáramos se hallara aquí, pasaríamos una semana en la isla y
después iríamos a Rumania, a una cabaña en el bosque donde
estaríamos una semana más.
—¿Dexa?
—¡Sí!
Salió del agua, su figura perfecta se cubría de gotas de agua que, al
recibir la luz solar, brillaban, dando la impresión de que llevaba
diamantes encima.

—Tu nombre y el mío.

De un salto enredó las piernas a mis caderas.


—La isla es tuya, deberías ponerle solo tu nombre.

—No, lo mío es tuyo y lo tuyo es mío —bajó de mi cuerpo y su


mano cubrió mi entrepierna—, esto más que nada.

—Eres insaciable.

—Podemos follar aquí y nadie nos verá. ¡Me encanta! Mi ninfómana interior
está

contenta.

Tiró de mi mano y me llevó hasta el agua, me saqué la camisa en el


proceso mientras ambos éramos golpeamos por las olas. La
salinidad del mar castigó mis ojos, de un momento a otro tuve a
Alexa aferrándose a mí, la sensación del agua y su cuerpo, fue única.

—Amo estar aquí, contigo —susurró—, no pensé que esos ojos azules que vi la
primera

vez, hoy estarían tan llenos de felicidad y vida.

—Tú me devolviste el deseo de seguir, tú me enamoraste, Alexa.


—El amarre funcionó —dijo burlesca.
—¿Qué es un amarre? —Indagué. Se echó a reír.

—Bésame, Russo.
No dudé en acatar su exigencia y devoré sus labios, lo hice por las
próximas horas, dentro del agua y también fuera de ella. Follamos
sobre la arena y al anochecer, nos duchamos y Alexa preparó una cena
en el exterior. La brisa salina llegaba hasta la terraza de la casa donde
ella enfrascó un tumulto de velas para darle un aire más romántico a
nuestra primera noche oficial como prometidos.
—¿Entonces todo está bien? —Pregunté por enésima ocasión hacia Dixon.
Gracias al

teléfono satelital, podíamos mantenernos en contacto.

—Sí, disfruta tus vacaciones, al final, cuando vuelvas a casa, podremos hablar.

—No te escuchas bien, Dixon —murmuré. Su voz estaba apagada, ni siquiera


me ofendía o

se burlaba, parecía que no era él.


—Cansancio —mintió.

—Deja de protegerme, de querer siempre que yo viva feliz mientras tú


estás mal —espeté cansado—, soy tu hermano, ¿por qué no confías en
mí?

—Porque nada de esta mierda te compete —siseó, sonando más como él—.
Vive, Dexter,

y deja de joderme con tus dramas.

Lancé un suspiro largo. Alexa me miró, preguntándome con la mirada si


todo estaba bien. Asentí.
—Bien. Nos veremos en un tiempo.

—Por mí no vuelvas, idiota. —Reí.

—También te quiero, Dixon.


Terminé la llamada y arrojé el teléfono a la cama. Alexa rodeó mi cintura.
—¿Qué dice tu hermano?

—No dice nada, es lo que me jode


—mascullé. —¿Quieres que viajemos a
verlo? —Ofreció. Negué. —No. Ya habrá
tiempo.
—¿De verdad? —Insistió.
—Es nuestro momento, ¿de acuerdo? Iremos a verlo… algún día.
No discutió más y salimos a la terraza. El aire era limpio, la brisa una
caricia húmeda que me encantó sentir. La mesa se hallaba servida,
todo estaba perfecto.

—Mira, mira qué bonito se ve el cielo —llamó mi atención—, es hermoso.

Le rodeé el cuerpo desde atrás, alcé la vista al cielo y sí, tenía razón, era
bellísimo. Ante la nula contaminación, las estrellas se mostraban ante nosotros
en su máximo esplendor: hermosas y lejanas. Nos regalaban una vista que no se
obtenía en todas partes. Estuve seguro que en Rumania, la vista sería aun
mejor.
—Pienso constantemente en Darla y tu bebé —murmuró. Hablar de
ellos ya no me dolía— . Siento que están por ahí —señaló el cielo—, en
algunas de las estrellas más brillantes.

Me miró por encima de su hombro y besó mi mejilla.

—Ellos me ayudan a cuidarte. Ellos permitieron que te quedarás aquí, a ser feliz
conmigo.

—Quizá saben algo que yo —coincidí.

—¿Que te amo sinceramente?

—Sí. A veces creo que fue ella quien te puso en mi camino. —Suspiró.

—Es lo que hacemos con quienes amamos: buscamos verlos felices.


Incluso si está en otro plano, en esta o en otra vida, seguramente yo
haría lo mismo, porque si muero yo…

—Morimos los dos —la interrumpí.


—No me dejarás ir nunca, ¿cierto?

—Hasta la muerte, Alexa, hasta la muerte me vas a pertenecer.


—Es una promesa.

—No, cariño, es un juramento.


Final

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