Este relato también tienen infinidad de variantes, pero el principio es el
mismo: un hombre se deja seducir por una mujer hermosa –o tiene sexo con una meretriz–. A la mañana siguiente, se despierta sin recuerdo alguno de la noche anterior, y descubre una sospechosa cicatriz a la altura del riñón, víscera que estará entonces a merced del mejor postor el mercado negro. La moraleja no puede ser más clara, ¿verdad? A veces en lugar de despertarse sin un riñón se despierta con un mensaje: "Bienvenido al club del sida". Y casi siempre ha desaparecido también la cartera, con su documentación y dinero. Esta leyenda del tráfico de órganos en ocasiones se da sin ni siquiera intercambio carnal. Hubo una época en que se decía que perdías un riñón si te atrevías a acceder al probador de según qué tiendas, y no por el precio de la ropa, sino que lo del riñón era literal. Alguien te contaba de alguien que había entrando en una tienda y su pareja, al ver que no salía, se asoma y le dicen que allí no hay nadie. El marido, o la amiga, o mujer o novia en cuestión acude a la policía que, al llegar, encuentra a la víctima atada y amordazada y a punto de extraerle un riñón para el tráfico de órganos. El tráfico de órganos es un elemento básico de la ficción de terror; de Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro a Desconexión, la novela juvenil de Neal Shusterman. Por desgracia este tipo de intercambio sucede, pero no en estas latitudes, y no mediante un secuestro (espero).
No, las arañas no ponen huevos en los humanos.
LORENZO TOMBOLA Historias de terror: La picadura del insecto
En el universo de Suehiro Maruo, maestro del horror, nunca faltan insectos
recorriendo el cuerpo de sus víctimas. EDT Es tan universal que ha servido de inspiración a la ficción de medio planeta. Un joven regresa a casa tras una excursión o un viaje. Entre las marcas de su periplo, (arañazos, pequeñas heridas, picaduras, lo normal cuando caminas por el monte) se halla una picadura de insecto en apariencia inofensiva. Empieza el escozor, que se hace inaguantable. Cuando el joven acude al médico, este le hace una incisión. Bajo la piel, la araña u hormiga o insecto que le picó había depositado sus huevas, que ahora son larvas o insectos que se nutren del cuerpo de la víctima y que probablemente acaben con su vida. Hay versiones más lights y otras asquerosamente gore. Que algo así suceda es prácticamente imposible. Aun así es un clásico del cine y la literatura de terror, desde Alien de Ridley Scott hasta El cazador de sueños de Stephen King, pasando por los cómics de Charles Burns o Suehiro Maruo.
Leyendas urbanas: El hombre del gancho
Otra historia indispensable en todo fuego de campamento que se tercie. Una pareja en coche busca un lugar oscuro y discreto donde dar rienda suelta a sus arrumacos. Llegan a una zona apartada. El chico detiene el vehículo y pone la radio para que haya algo de música de ambiente. En mitad de sus actividades amatorias, la canción que suena se detiene y un locutor advierte de que un peligroso loco se ha escapado de una institución cercana. Un hombre con una característica física muy llamativa: donde debería estar su mano, luce un gancho. La chica se asusta, el chico la tranquiliza para seguir con el cortejo, pero ella insiste, se quiere ir a casa. El chico acepta a regañadientes. Cuando llegan a su destino, la chica sale del coche y comienza a gritar histéricamente. Hay un garfio sanguinolento clavado en la parte posterior del vehículo. A veces mueren uno o los dos miembros de la pareja. Empezó a circular en los años cincuenta en Estados Unidos y ha sido la inspiración de numerosas películas de terror, como Sé lo que hicisteis en el último verano de Jim Gillespie, basada a su vez en la novela de Lois Duncan.
Edward Hopper pintó Nighthawks en 1942. Aquí todo es fantasmagórico: el
camarero, los clientes, hasta la calle, EDWARD HOPPER Historias de terror: El camarero fantasma No, no se trata de un tabernero chulesco que te vacila cuando le pides una cerveza –que los hay, pero esos, por suerte, dan más risa que miedo–. Todo el mundo conoce a alguien que conoce a alguien que, estando de viaje, se fue a tomar una copa a un bar solitario del pueblo en el que se alojaba. Para pasar el rato y desconectar tras muchas horas al volante, el conductor consume varios gin & tonics en animada conversación con el camarero. Según la leyenda, el forastero vuelve al día siguiente y se encuentra con otro barman. Al preguntar por su compañero, si es que ese día libra, se entera con estupefacción de que el establecimiento había estado cerrado la noche anterior. Ahora mismo todos estamos visualizando un bar de carretera cercano a un polvoriento motel de la ruta 66, pero el caso es que esta leyenda también tiene su versión celtibérica. La oí hace poco, de boca de un amigo cuyo padre era comandante del aire y había estado un tiempo destinado en la Base Aérea de Los Llanos en Albacete. Cuando al cabo de seis meses volvió a esa base para una breve instrucción, decidió una noche acercarse a la cantina para ver si aún estaba Tomás, el soldado camarero con el que había hecho buenas migas durante su anterior estancia. Todavía estaba al cargo y el mando se pasó un buen rato bebiendo Magno y contándole anécdotas al soldado. Al día siguiente la cantina estaba cerrada. Cuando inquirió, le contaron que Tomás ya no estaba en el cuerpo: se había suicidado hacía tres meses. La cantina estaba cerrada, a raíz del suicidio y de que se había terminado el nuevo pabellón de oficiales. Leyendas urbanas: Cartas en cadena Ya lo conoces. Te envían un mensaje que sugiere que si no se lo pasas a cinco personas más, habrá consecuencias terribles. Esta leyenda urbana parece haber previsto la comercialización viral en unos veinte años. Hoy en día también hay quien cree que sirve para curar el cáncer o concienciar a la sociedad de alguna enfermedad, pero yo, desde luego no le veo sentido a "Pásale este mensaje a X personas si quieres que (lo que sea)", son ganas de sucumbir a chantajes absurdos. El concepto de la mortífera carta en cadena también se ha explotado en la ficción: aparece en la fantástica novela de misterio El fin de Mr. Y, de Christopher Pike. El anciano coronel vigila lo que nos echan en la comida. Bueno, por si acaso, también tenemos a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria. PJOHNSON1 Historias de terror: Comida adulterada No hace mucho corría por internet el rumor de que KFC había tenido que eliminar de su nombre la palabra chicken porque en realidad lo que vendían no era pollo, sino algo creado genéticamente. Circularon incluso algunas fotos sorprendentes. Los alimentos son a menudo víctimas de mitos urbanos: Las hamburguesas MacDonald's en realidad están hechas de lombrices, en los restaurantes chinos sirven carne de perro y en las latas de paté de tal marca aparecen cucarachas. Estas leyendas se nutren de que en realidad a veces sí que saltan noticias escandalosas a los periódicos, como aquella del pastel de Ikea en cuyo análisis encontraron excrementos humanos, pero quiero pensar que en Europa al menos hay un férreo control de las medidas de seguridad e higiene alimentaria, ¿o no? Mi leyenda urbana favorita de comida proviene de mi infancia, en el colegio se extendió el rumor de que si mezclabas Coca-Cola con aspirina salía droga. Así, en hiperónimo: "droga". Droga no sé, pero seguro que es una mezcla explosiva para el estómago. GIPHY Leyendas urbanas: La sonrisa del payaso Un clásico en los colegios mayores de Madrid que poco a poco se fue propagando por otros ambientes universitarios españoles. La historia cuenta que una chica joven esperaba el autobús nocturno en una parada del bus en la zona de Metropolitano, el núcleo más importante de colegios mayores de la capital. El lugar se caracteriza por estar rodeado de parques del campus universitario, que en conjunción con los edificios de las facultades vacías y la noche, era sin duda un escenario digno de una peli de terror. Mientras la chica esperaba a su autobús, por la zona llegaron una grupo de chicos de aspecto neonazi que comenzaron a molestarla. La situación acabó con ellos "dibujándola" la llamada sonrisa del payaso en la cara para que no pudiera gritar, porque su macabra intención era violarla. La dicho sonrisa no es más que un corte a cada lado de la comisura de los labios que evita que la victima pueda gritar para evitar desgarrarse aún más. Los hechos no pudieron ser contrastados, pero los rumores fueron tan insistentes que en 2003 se vivió una reunión de varios directores de colegios mayores para dilucidar cuánto de verdad había en la historia e intentar poner fin a la alarma que se extendió con un reguero de pólvora entre los jóvenes madrileños