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Un Método para la Nueva Evangelización.

Francisco el Papa de la Nueva Evangelización.


En el marco de la Nueva Evangelización, se requiere una sencilla reflexión acerca del cómo realizarla y lograr
sus objetivos. Esto nos lleva a pensar en el método de la misma.

Sin embargo, queremos presentar en las páginas que siguen a continuación una propuesta desde un método muy
empleado en la Iglesia: el de la REVISION DE VIDA. Es el método del VER-JUZGAR-ACTUAR. Queremos
presentarlo, alimentado por las razones que le originaron y con la metodología propuesta desde entonces. Pero,
tratando de enriquecerlo con algunas propuestas presentadas por Francisco, a quien solemos reconocer como el Papa
de la Nueva Evangelización.

No nos cerramos ni nos oponemos a otras formas metodológicas. Sencillamente queremos profundizar en la rica
herencia recibida hace casi 100 años. Ella ha ejercido una notable influencia en los diversos ámbitos del quehacer
teológico y del acontecer pastoral de nuestras Iglesias en todo el mundo y, particularmente, en América. En primer
lugar repasaremos el significado de NUEVA EVANGELIZACION para luego hacerlo con el significado y
propuestas de la REVISION DE VIDA. Seguiremos la invitación presentada por Juan XXIII de ver cómo ese
método nos ayuda a “leer los signos de los tiempos”.

A partir de esto, queremos presentar el nuevo movimiento del cual nos habla el Papa Francisco en  EVANGELII
GAUDIUM: “PRIMEREAR”-INVOLUCRARNOS-ACOMPAÑAR-FRUCTIFICAR-FESTEJAR. Este
movimiento nos permitirá enmarcar en los tiempos modernos y actuales el método del Ver-Juzgar-Actuar. Este
movimiento, nos indica el Santo Padre, se realiza en unos ámbitos concretos: el tiempo-la realidad-la unidad-el
todo (que generan principios propios de acción). Por supuesto deberemos ver los sujetos, que se deben tener en
cuenta en la aplicación de este método a la Nueva Evangelización. Se trata de una propuesta, de un ensayo.
Esperamos que el lector atento pueda enriquecerla y mejorarla con sus reflexiones.

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La evangelización es la tarea y misión esencial de la Iglesia. La Iglesia dejaría de serlo si no evangelizara. A lo largo
de la historia, ella ha venido cumpliendo esa tarea. Para ello, con el dinamismo de la encarnación de Jesús, se inserta
en la historia de la humanidad y en cada uno de los pueblos para anunciar así el Evangelio del Señor. La Iglesia,
pues, vive para evangelizar. A lo largo de la historia, con diversos métodos y formas de acción, la misma Iglesia ha
ido adaptándose para rendir al ciento por uno en esa misión. Lo hace, ciertamente, con la luz del Espíritu Santo,
quien es el protagonista principal de la Misión. En los tiempos recientes, se habla de una  NUEVA
EVANGELIZACIÓN. Esto no significa que haya un cambio esencial en la misión y en el contenido de la misma.
San Juan Pablo II le da las características a esa Nueva Evangelización cuando afirmó que se trataba de “ nueva en
métodos, nueva en expresiones y nueva en ardor”.

Sin embargo, podemos ver cómo el concepto de NUEVA EVANGELIZACIÓN se fue preparando en los últimos
tiempos.

Lo verdaderamente nuevo no es el hecho de la evangelización que, como ya hemos dicho, la Iglesia lleva a cabo
desde el día mismo de Pentecostés, en que algunos de los que estaban presentes pensaron que los Apóstoles
estaban borrachos y se fueron, mientras que otros, a los que Pedro les anuncia la resurrección de Cristo,
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asombrados por lo que están viendo y escuchando, “con el corazón compungido” le preguntaron “Hermano, que
tenemos que hacer”, y Pedro contesta: “arrepiéntanse de los pecados, bautícense y recibirán al Espíritu Santo”
(Hech. 2, 13-42). Lo verdaderamente nuevo es la situación del mundo, después de la Segunda Guerra Mundial,
donde los cinco grandes se lo reparten según los criterios ideológicos con que participaron en la guerra, al fin de
la cual derrotaron al modelo del nacional socialismo. La Europa Oriental y China continental quedaron bajo la
férula del marxismo ruso, y la Europa Occidental con el Japón incluido, bajo el poder de la plutocracia anglo-
americana.

A partir de este terrible acontecimiento, comenzó una nueva etapa, la cual hubo de enfrentar la Iglesia: el
secularismo, la descristianización y el relativismo ético. Desafían la misión evangelizadora de la Iglesia y va
obligando a pensar en una NUEVA EVANGELIZACION. La situación de la Iglesia es delicada, pues debe
responder a nuevos desafíos con una manera propia de ver las cosas y de presentarse en el mundo. La rigidez, vivida
durante muchos siglos, luego del Concilio de Trento, impedía una acción misionera que atendiera los nuevos retos.
No resulta tan fácil dar las respuestas ante el proceso de secularización. La Iglesia no se había preparado tanto para
esto, lo cual resultaba novedoso.  Desde Francia se empieza a sentir la apertura hacia un proceso de renovación de la
acción pastoral de la Iglesia y, por tanto, de su misma teología. En este movimiento van a influir el Cardenal
Newman y la escuela de Oxford, sobre todo con sus propuestas de carácter eclesiológico. Chenu, Congar, De Lubac,
entre otros, son nombres de teólogos que dieron un impulso a esta nueva manera de hacer teología y pastoral. Se
centraban en el diálogo con la historia.

En estos intentos de renovación católica están presentes, con sus aportes y confusiones, los problemas que la
Iglesia tendrá que asumir y clarificar para poder convocar, oportunamente, a una propuesta de nueva
evangelización en la sociedad actual.

Pío XII, sobre todo luego de la II Guerra Mundial irá dando los pasos para la renovación de la Iglesia. Mantiene y
sostiene la continuidad del Magisterio Pontificio, pero ya comienza a tocar los temas que reclaman los intentos de
renovación eclesial y pastoral en la Iglesia. Un ejemplo claro lo vemos en su eclesiología, cuando comienza a hablar
de la Iglesia como “pueblo de Dios” (cf. MYSTICI CORPORIS en 1943).

Su sucesor, Juan XXIII va a dar un paso importante, casi como un salto cualitativo. Papa considerado como de
“transición” abrió las puertas y las ventanas de la Iglesia a fin de que penetrara “la frescura del Espíritu”. Tuvo la
osadía de convocar el CONCILIO ECUMENICO VATICANO II. Así se lanzó en la aventura de hacer presente a
la Iglesia como servidora de la humanidad y en diálogo con el mundo actual. Va a invitar a “leer los signos de los
tiempos” con los ojos de la fe y la luz del Espíritu Santo y va a convocar a toda la Iglesia a una tarea muy
importante: enfrentar los desafíos de los tiempos modernos para la evangelización. Podemos decir que Juan XXIII
dio los pasos iniciales para la entrada en la Iglesia de la Nueva Evangelización.

Pablo VI continuará el Concilio hasta llevarlo a término: será el hombre del Concilio, ciertamente. Diez años
después, luego del Sínodo de Obispos sobre la Evangelización, el Papa da a conocer su Exhortación post-
sinodal: EVANGELII NUNTIANDI. Obra maestra que ilumina los caminos de la evangelización en los momentos
actuales. En su discurso final en la Asamblea del Sínodo sobre la Evangelización, Pablo VI dice lo
siguiente: “impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización en una Iglesia todavía más arraigada
en la fuerza y el poder de Pentecostés”. En cierto modo se está adelantando a lo que años más tarde San Juan Pablo
II denominará la NUEVA EVANGELIZACION.

El Papa lo plantea de manera clara y directa:

 "Las condiciones de la sociedad —decíamos al Sacro Colegio Cardenalicio del 22 de junio de 1973— nos
obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el
mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño
de solidaridad humana". Y añadíamos que, para dar una respuesta válida a las exigencias del Concilio que nos

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están acuciando, necesitamos absolutamente ponernos en contacto con el patrimonio de fe que la Iglesia tiene el
deber de preservar en toda su pureza, y a la vez el deber de presentarlo a los hombres de nuestro tiempo, con los
medios a nuestro alcance, de una manera comprensible y persuasiva. (E.N.3).

Juan Pablo II ya habla directamente de NUEVA EVANGELIZACION. Cuando se dirige a los Obispos de América
Latina, les dice que se requiere una Nueva Evangelización: “nueva en métodos, en expresiones y en ardor”. No será
la única vez que el Papa lo diga. En muchísimas ocasiones y a todos los episcopados del mundo les comienza a
mentalizar sobre la urgencia de la Nueva Evangelización:

El Papa intentará, a la vez, poner a toda la Iglesia en dirección a la “nueva evangelización”. Con la autoridad
que le otorga el ser Vicario de Cristo, introduce la fórmula “nueva evangelización” acerca de la cual hace
referencia más de 300 veces. Con esta expresión, a modo de “intuición profética”, muestra el camino que la
Iglesia debe recorrer con sus múltiples formas de pastoral.

Benedicto XVI va a dar algunos pasos concretos. Entre ellos la Creación del Pontificio Consejo para la promoción
de la Nueva Evangelización: “He decidido crear un nuevo organismo, en forma de Consejo Pontificio, con la
tarea de promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están
presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una secularización progresiva de la sociedad y
una especie de “eclipse de Dios”, que constituyen un reto para encontrar los medios adecuados con la finalidad
de volver a proponer la verdad perenne del evangelio de Cristo”. Como se ve en el texto, uno de los mayores
intereses del Papa es la atención a las comunidades donde resonó el primer anuncio del evangelio y que están
atravesando por situaciones que él identifica como “eclipse de Dios”. Siendo aún Cardenal, Benedicto XVI también
nos presentó algunas ideas sobre la Nueva Evangelización. Ante la tarea permanente de la Evangelización, se
requiere abrirse a las culturas y a los tiempos con sus exigencias. Aquí surge la necesidad de plantearla como
NUEVA: Esta debe ser capaz de hacerse escuchar y aceptar por un mundo alejado, que ha sido vencido por la
secularización y que haga posible el diálogo Iglesia – mundo.

Con la llegada de Francisco, la Nueva Evangelización adquiere un mayor impulso: su estilo y sus enseñanzas nos
van dando los lineamientos de la misma. Así nos lo deja ver en EVANGELII GAUDIUM 11:

Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y
una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su
amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les
renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31).
Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y
su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de
asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san
Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el
alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro»]. O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su
venida, ha traído consigo toda novedad». Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra
comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece.
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende
con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original
del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes,
palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción
evangelizadora es siempre «nueva».

La Evangelización no puede prescindir nunca de Jesucristo. En Él todo se renueva. Aunque pasen los tiempos, la
Evangelización será nueva porque nuevos son el tesoro y la fuente: el Evangelio de Jesús. (cf. E.G. 12.).

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Francisco va a pedir que la Iglesia siempre esté en salida: que vaya a todos, en especial a las periferias humanas. Allí
se encontrará con los alejados y los no creyentes y también con los seguidores de Jesús. Lo debe hacer con una
conciencia de discipulado y de misión. Iglesia en salida, la denomina él. Y nos recuerda a todos los creyentes y
seguidores de Jesús que somos “discípulos y misioneros”.

La Nueva Evangelización, además, tienen que ver con la edificación de la civilización del amor: anticipo del reino de
Dios y anuncio testimonial de la aceptación de la liberación del Señor Jesús.

Para la realización y puesta en marcha de la Nueva Evangelización, con sus métodos, entusiasmo, ardor y
expresiones, es necesario plantearse un itinerario. Como lo indicó Juan Pablo II nuevos métodos van apareciendo en
el horizonte. Todo dentro del marco de una decision y entusiasmo que permita la realización del acontecer
evangelizador (parrêsía). No faltan las propuestas de métodos, los ejercicios de planificación, las invitaciones a las
acciones misioneras. Por eso, a continuación quisiéramos dar un paso de acuerdo a lo que nos planteamos en la
propuesta que le presentamos al lector. Veremos “un” método. Este ha sido asumido desde hace años y suele ser el
empleado en muchas acciones eclesiales. Quisiéramos verlo bien enmarcado (desde lo que le originó) y como un
camino para asumir con alegría el desafía de la Nueva Evangelización. Para ello, también nos valdremos de algunas
indicaciones del Papa Francisco: éstas mismas nos permitirá darle una concreción y nos ayudarán a asumirlo desde
el horizonte y dinamismo de la “encarnación”. Se trata del método del VER-JUZGAR-ACTUAR, pero mejor
visto desde lo que le originó: la REVISION DE VIDA.

LA REVISION DE VIDA:VER-JUZGAR-ACTUAR

No es extraño comprobar cómo en una inmensa de documentos de carácter teológico-pastoral se emplea el


método VER-JUZGAR-ACTUAR. Sobre todo en América Latina, esta propuesta ha sido acogida y asumida de
manera muy especial. Nace, como lo veremos, de una experiencia muy original denominada “REVISION DE
VIDA”. Ha sido muy beneficiosa, sobre todo para la motivación a participar en el diseño de los planes pastorales y
compromisos evangelizadores.

Sin embargo, hemos de reconocer que no es el único método de aproximación a la realidad o a la lectura de los
signos de los tiempos. Nunca se debe absolutizar un método… precisamente porque se trata de   un “método”; es
decir, una forma de emprender un camino. Pero, aún así, es necesario reconocer el impacto positivo de su empleo en
nuestras comunidades.

Una dificultad concreta  que nos encontramos en cuanto al método VER-JUZGAR-ACTUAR es la siguiente: se ha


vaciado de su contenido original. Entonces resulta ser un ejercicio más bien hecho desde fuera y sin una vinculación
directa con lo que se ve, se juzga y desde donde emanan compromisos. Nos explicamos. Quien lo propone, en no
pocas ocasiones, trata de ver la realidad desde fuera, sin estar tan involucrado en ella. Es fácil ver el entorno y no
verse dentro de ese entorno. Es un defecto producido por la necesidad de buscar diagnósticos a como dé lugar. No se
falla en la exposición de la realidad, pero se le suele “ver” más desde fuera como si se tratara de algo que no es
propio… y en el caso de que lo sea, como algo que puede pasar o que vemos con ojos más científicos o sociológicos
o… que con los ojos de la propia experiencia o de la fe.

Esto provoca otra característica que no es la mejor. El JUZGAR (iluminación doctrinal, teológica) puede resultar
más bien un ejercicio hecho también desde fuera. Entonces se corre el peligro de hacer reflexiones buenas, hermosas
y ciertas, pero más como para decir que se sabe teología o que hay todo un acervo doctrinal sobre la temática o
problemática que se está viendo. Así, más bien encontramos referencias que son necesarias y buenas… pero no
desde el compromiso propio de quien estaría “viendo” desde su participación y pertenencia a la realidad “vista”. No
se trataría de una reflexión iluminadora tanto para la realidad como para el sujeto que está “viendo”.

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En este mismo orden de ideas, el “actuar”  sería constituido por una serie de propuestas que apuntan a compromisos
que habría que hacer para enfrentar la realidad “vista”. También se corre el peligro de poder proponer una serie de
compromisos previamente diseñados o pensados y que se enmarcarían en la reflexión anterior (Ver-Juzgar); más
aún, existe otro riesgo: el armar todo el andamiaje anterior para justificar o enfatizar y asumir propuestas pastorales,
que si bien son importantes y hasta necesarias muchas veces no responden como fruto del auténtico “ver-juzgar”.

Es un riesgo. Es un camino fácil. Quizás hasta estamos acostumbrados a ello. Es la actitud más cómoda y fácil: ver
siempre desde fuera, sin vernos nosotros inmersos en la realidad. Se trataría de “leer los signos de los tiempos”
como si fueran simples noticias de un diario o de una revista semanal.

Por eso, es bueno recordar los orígenes de este método, en la propuesta de la  REVISION DE VIDA. En
1925, JOSEPH CARDIJN funda la JUVENTUD OBRERA CATOLICA y con ella el método de la Revisión de
vida. La JOC nace en un contexto muy especial debido al alejamiento de las grandes masas obreras de la Iglesia,
ante lo cual había que dar una respuesta de carácter evangelizador. Es una nueva forma de ejercer el apostolado, con
lo cual se rompe el verticalismo clerical de la acción evangelizadora: así los laicos pueden participar en el apostolado
de la jerarquía. A la vez, es una novedosa forma de educar en la fe: se va a los ambientes donde se vive y se trabaja.
Esta original forma de apostolado va a ir exigiendo una forma que sea eficaz, por lo que se propone el método de
la REVISION DE VIDA: VER-JUZGAR-ACTUAR. Años después, cuando habla de los laicos, el Concilio
Vaticano II, asumirá este método:

 «Puesto que la formación para el apostolado no puede consistir sólo en la instrucción teórica, desde el principio
de su formación el laico debe aprender, gradual y paulatinamente a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe; a
formarse y a perfeccionarse así mismo, junto con los otros, mediante la acción, y a avanzar así en el servicio
activo de la Iglesia» (AA 29).

En todo caso, siempre es necesario y conveniente ir al sentido estrictamente originario de la revisión de vida para
que podamos, desde allí, dar algunas orientaciones y sugerencias de cómo aplicar adecuadamente el método VER-
JUZGAR-ACTUAR. Así, entre otras cosas, podemos evitar las confusiones que algunos tienen al hablar de la
forma como se ha de realizar la revisión de vida, llamando método a algo que está más allá de todo método.

En primer lugar, al revisar los orígenes y el sentido de la revisión de vida hay que tener en cuenta el ámbito y las
condiciones con las cuales se debe realizar: En primer lugar, se trata de un método que, en sus orígenes (de JOC),
requiere la existencia de un equipo. Una especie de “grupo de vidas” o “comunidad eclesial” según el lenguaje de
hoy. Aunque no se descuida la acción y reflexión individual-personal, es un método para ser empleado por un grupo
de compañeros y amigos o evangelizadores. Pero no es una actividad individual. En esto se diferencia de los así
llamados “métodos de oración”. Se privilegia lo comunitario-eclesial. Los fundamentos de esta realidad nos la
brindan algunos textos bíblicos: Gal. 6,12 (“Ayúdense a cargar mutuamente las cargas”) y Efes 5,21; Col 3,9.16;
Rom 12,10-11.

Desde esta experiencia comunitaria-eclesial se puede entender el fin de la revisión de vida “ unir la vida a la fe y
hacer de la vida cotidiana asunto de eternidad”. Se parte de la propia experiencia, en la cual uno está inmerso. No
es trasvasar datos tomados de diversas fuentes (aún cuando se puedan tomar en cuenta), sino desde la misma
experiencia y realidad donde se vive. Se parte de la propia vida. Con esto se podrá dar un paso necesario: la lectura
de esa realidad de vida desde la propia fe. Es lo que algunos denominarán el inicio de una “ espiritualidad del
acontecimiento”: busca ver el acontecimiento desde la propia vida y ver qué nos dice la Palabra de Dios para poder
actuar debidamente, corregir o renovar, según los casos. Es, en el fondo, la capacidad para poder hacer una “lectura
evangélica de los signos de los tiempos”.

Y no todo se queda allí. Es verdad que se parte de los hechos, de la vida y no del Evangelio. Pero el Evangelio está
allí presente: Cristo mismo va a hablarnos desde esa misma realidad vivida o dentro de la cual nos movemos. Es
experimentar la propuesta de Jesús en el Evangelio “”Porque donde dos o tres congregados en mi nombre, allí

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estoy Yo en medio de ellos” (Mt,18,20). Se trata de leer-revisar la vida en el nombre del mismo Señor Jesús. Esto
exige la toma de conciencia de esa presencia continua del Señor en la realidad donde se vive y cómo su Espíritu nos
ayuda a descubrirla. Se puede correr el riesgo de querer manipular la Palabra, pero si se hace con la sencillez y
sabiduría de la fe, se podrá sentir la luz del Espíritu y, entonces, la estrecha relación vida-fe. Por eso, la necesaria
actitud de oración para poder descubrir esa presencia. Una revisión de vida que no incluya la plegaria sincera e
iluminadora termina por ser un ejercicio de psicología social y nada más. La Oración abre a la trascendencia la
reflexión y podrá hacer que las conclusiones (ACTUAR) se corresponda a lo vivido y al necesario crecimiento
subsiguiente.

Desde esta perspectiva es como se podrá entender mejor lo que significa la revisión de vida. Es re-leer los
acontecimientos a la luz de la Palabra; dejarse interpelar por ambas y poder así sacar serias conclusiones para un
crecimiento personal y comunitario. De allí la importancia de no reducirla a un simple ejercicio de “ mirar”. Más
bien se trata de un “contemplar”, lo cual conlleva ver-viéndose dentro de la realidad; ver cómo la Palabra de Dios
ilumina a ambos; la realidad y quien vive dentro de esa realidad. Conlleva un paso que va desde el análisis y visión
de la realidad hasta la toma de conciencia de lo acontecido e iluminación de la fe. Por eso, sin lugar a dudas, se podrá
desembocar en la acción y en un compromiso renovador o acción verdaderamente transformadora.

Con la revisión de vida, se busca contemplar a Dios, manifestado en medio de nosotros, quien da a conocer su
designio y proyecto de salvación en los acontecimientos que se viven, leídos a la luz del Evangelio. Una
consecuencia clara de la revisión de vida es el encuentro con Dios, la apertura y disponibilidad para cumplir su
designio de salvación y la docilidad al Espíritu, quien conduce e inspira la vida nueva del creyente. Con ello, se nos
invita a tener «los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp. 2,5). Con esto se podrá “actuar” en el nombre de
Jesús.

La revisión de vida posee un fundamento teológico: es experimentar nuevamente las consecuencias de la revelación
de Dios en Jesucristo (cf. DV 2), por su Pascua, con la cual se ha transformado la historia de la humanidad. La
Pascua terina por invitar  a todo lo humano a abrirse a la salvación. Sólo con la Palabra de Dios podremos descubrir
esto, pues nos ayuda a entender y descubrir el sentido profundo de la vida, de los acontecimientos donde estamos
inmersos y cómo se debe “caminar en la novedad de vida” (Rom 6,4) inaugurada por la Pascua y cuya meta es el
encuentro definitivo con Dios Padre. Es lo que debe realizar y obtener la revisión de vida.

De allí que la revisión de vida no sea un mero ejercicio de elenco de situaciones o análisis fríos de la realidad, o
llenarnos de datos importantes así sin más ni más. Se contempla, desde la actitud del creyente y con la luz de la
Palabra la vida propia con todas sus características.

Los pasos de este método bien los conocemos. VER-JUZGAR-ACTUAR.

Ver:

Se presentan los hechos vividos o los acontecimientos marcantes en la vida del grupo. Se elige uno de ellos para ver
cuáles son los aspectos que cuestionan, alientan, contradicen, etc. Su relación con la propia vida de los participantes.
Pero todo desde un horizonte de la fe: una lectura creyente de los acontecimientos: es decir, se hace la pregunta
acerca de lo que Dios nos quiere decir a través de ellos, los acontecimientos. Condición necesaria es la apertura de
mente y de corazón y el no poner prejuicios o ideas preconcebidas

Juzgar:

Leer esos acontecimientos no con una actitud de juicio moral o de interpretación filosófica, política o sociológica. Es
desarrollar la actitud de encuentro con Dios presente en los acontecimientos de la vida y la historia de los hombres.
Leerlos desde la óptica de Jesús. Desde su Evangelio podremos descubrir cómo juzga el mismo Jesús esa situación

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concreta. Esto nos permitirá ver, incluso en las situaciones de pecado, la acción salvífica de Jesús, que constituye el
designio amoroso del Padre Dios.

El Evangelio nos ofrece relatos y acontecimientos donde se nos muestra el proceder de Jesús, que es muy distinto al
de los demás e incluso al que esperaban sus propios discípulos. Juzgar conlleva el ejercicio de entrar en la mente de
Jesús y su novedad para interpretar los acontecimientos; así somos juzgados e iluminados por el mismo Dios desde
su voluntad de salvación. Juzgar no significa condenar; juzgar es interpretar la justicia salvífica de Dios en los
acontecimientos.

Actuar:

Viene a ser una consecuencia lógica de lo anterior. Dios ha manifestado perdón, amor, misericordia y salvación. Esto
nos lleva a concretar una acción para poder recibir los frutos del designio de Dios para la humanidad: en el fondo no
es otra cosa sino la conversión, la cual se da en la misma realidad donde se vive y la que ha sido “ revisada e
iluminada”. Es una respuesta desde la fe, hecha realidad a través de obras de caridad concretas. En los últimos
tiempos se ha añadido a la revisión de vida, como parte y síntesis de lo anterior la “ celebración” del acontecimiento
Cristo en medio de la comunidad. Se celebra la salvación-liberación en medio de la realidad donde se vive.

Luego de esta síntesis apretada sobre lo que es la “revisión de vida”, podemos dar otro paso: observar y tratar de
entender los auténticos términos del método VER-JUZGAR-ACTUAR, el cual solemos emplear con harta
frecuencia en la Iglesia. Nos puede servir como punto de entrada a esta reflexión las palabras de René Voillaume:

No se puede hacer Revisión de Vida en solitario. Los discípulos de Emaús se interrogan  juntos sobre los a-
contecimientos. La realidad es compleja, ambigua, siempre difícil de descifrar, en el sentido de que siempre corre -
mos el riesgo de querer avanzar deprisa, de que queremos desvelar el sentido profundo de las decisiones, de los a-
contecimientos. Los discípulos de Emaús tienen necesidad de ese extranjero que se une a ellos para ayudarles a
ver, a entender a la luz de las Escrituras. Y necesitan reunirse con los Once en Jerusalén para confortarse juntos
en su nueva fe en Cristo resucitado. Los discípulos no toman suficientemente en serio el testimonio de las
mujeres en el sepulcro. En la Revisión de Vida, aprendemos mucho los unos por los otros.

Se trata de un método eminentemente eclesial. Por tanto, hay que hacerlo desde la perspectiva de la fe y desde las
páginas del Evangelio, para poder concluir propuestas que enriquezcan el quehacer testimonial de cada cristiano y la
tarea evangelizadora de la misma Iglesia. De lo contrario, todo lo que allí se haga quedará en la frialdad de los
planes, de los libros o de las buenas intenciones.

1. VER.

El método de la revisión de vida orienta la acción de la Iglesia al asumir este itinerario. No se trata de un ejercicio
para elencar situaciones, hechos o problemas así por así. No es un mero diagnóstico. Cuando la Iglesia, en sus
diversas instancias y con sus variadas intencionalidades pastorales, quiere ver la realidad lo debe hacer con dos
condiciones: una primera, para ver dónde hay que realizar la acción evangelizadora, no sólo para descubrir cosas por
anunciar o denunciar. Pero la otra condición es más importantes: se trata de verse ella encarnada en esa realidad. Lo
primero es importante, pero si no se da lo segundo se corre el riesgo de querer ver la realidad desde muy afuera con
prepotencia y como si no se tuviera nada qué hacer en ella sino “para” ella.

La dinámica de la evangelización conlleva la experiencia de la misma Iglesia y sus miembros dentro de la realidad
donde se vive. Francisco, Papa, nos advierte que la Iglesia es eminentemente pueblo. Si es pueblo de Dios, lo es
dentro de la historia. El riesgo de no hacerlo es ver a la misma Iglesia como una corporación muy especial, quizá
llena de cualidades religiosas y santificadas, pero alejada de la gente. La Iglesia es luz en medio de las naciones y los
pueblos (cf. LG 1). Por tanto, debe ver viéndose. No es un juego de palabras: es ver la realidad donde evangeliza;
pero también verse ella evangelizando allí: con las exigencias que le hace la misma realidad, con la forma de

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evangelizar, con los logros y fracasos, luces y sombras. Un defecto, muy clericalista por cierto, consiste en ver desde
lejos y como una experta sociológica la realidad que la circunda, como si no tuviera que estar pendiente de ella.
¡Cómo le cuesta a la Iglesia, sus miembros –jerarquía-laicado-vida consagrada- pedir perdón por los pecados de la
Iglesia! Para hacerlo se requiere estar muy metidos dentro del pueblo de Dios, del cual se es servidor (pero siempre
desde dentro, no con actitudes externas al estilo de los filántropos).

Por eso, el VER-VERSE deviene en contemplación: para admirar la presencia de Dios en todas las situaciones que
se debe evangelizar. Dios pasa por en medio de su pueblo. Ver-verse implica experimentar ese “ paso del Señor”.
Sólo así, se descubrirá cómo orientar la acción renovadora propia de la acción misionera y evangelizadora de la
Iglesia. Entonces, podrá leerse desde la Palabra de Dios lo que la misma realidad nos quiere decir. Sólo así, la Iglesia
que evangeliza puede sentirse evangelizada.

1. JUZGAR

Muy bien se dice que esta segunda parte del método debe ser dedicada a “iluminar” con la Palabra de Dios, la
Tradición y la Enseñanza de la Iglesia. Si se ha cumplido bien lo anterior, entonces se podrá sentir la doble cualidad
del juzgar: “iluminar” la realidad e “iluminarnos” a nosotros para dar respuestas evangelizadoras. No se trata de
hacer una síntesis teológico-pastoral para demostrar que se conoce la doctrina íntegra de la Iglesia sobre los diversos
tópicos que se han “visto”. Más bien, se trata de descubrir en la Palabra, la Tradición y en la Enseñanza de la Iglesia,
aquellas luces con las cuales podemos juzgar, valorar y descubrir lo que Dios nos quiere decir y con la que quiere
iluminar nuestro compromiso apostólico y de servicio.

Podemos poner un ejemplo: ¡Cuántas veces al elaborar una visión de la realidad familiar, en el momento del juzgar,
exponemos la doctrina general sobre la familia y el matrimonio! Esto no es malo pero no es lo que se pretende. Se
pretende es descubrir lo que nos dice Dios, o lo que nos pide hacer, o lo que es necesario elaborar para poder atender
la situación de familia que hemos descubierto en el “ver-verse”.

Para lograr este cometido se requiere darle el sentido de fe a lo que estamos “viendo”. Ello, a la vez, supone un
arriesgarnos a descubrir lo que el Espíritu nos dice y advierte. Se requiere sintonizar con el Espíritu y hacer la lectura
creyente de la realidad con los criterios propios de la Iglesia y guiados por la oración. Contemplar a Dios que “ pasa”
para contemplar a Dios quien nos “habla” desde la columna de nube de su presencia amorosa. Es darle el toque
espiritual y sobrenatural para que lo “visto” no se quede en un diagnóstico inmanente y demasiado humano u
horizontal.

1. ACTUAR.

El actuar no es la exposición de meras conclusiones elaboradas “a priori” o de presupuestos que queremos, en cierto
modo imponer. Se trata de descubrir la fuerza iluminadora de la Palabra que nos abre horizontes. Para ello es
necesario ir “mar adentro” y no quedarse en la orilla de la mediocridad o de las presunciones. Podremos tener ideas
ya preparadas… pero sin imponerlas, dejarnos guiar por la fuerza del Espíritu. Así, entonces se promoverán
compromisos y propósitos que van no sólo a perdurar en el tiempo, sino que van a generar como una especie de
reacción en cadena: los frutos producirán semillas y éstas seguirán extendiendo su fecundidad en el tiempo, gracias
al compromiso de los creyentes y evangelizadores, cualquiera que sea su condición.

¡Cuántos planes y documentos hermosos se han quedado en el escritorio en los archivos, sencillamente por no haber
nacido de la comunión entre el Espíritu y los evangelizadores y creyentes en general! Ni siquiera son recordados en
los apuntes de los historiadores. De esto hay muchísimos ejemplos. Pero, sin embargo ¡cuántos proyectos elaborados
en el Espíritu han permanecido en el tiempo, incluso sin anquilosarse sino que también se han abierto a nuevas
modalidades!

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Actuar, en esta misma línea implica elaborar los compromisos propios de toda la comunidad eclesial, pero desde la
responsabilidad personal y grupal de quienes han leído los signos de los tiempos y han hecho la auténtica revisión de
vida pastoral. Han sabido hacer algo importantísimo: mirar hacia adelante, poniendo los ojos en el horizonte del
Reino para poder ser dignos de él y llegar a construirlo con los demás. Si el “actuar” es realista, vinculado al “ver-
verse y juzgar”, según los señalamientos hechos con anterioridad, de seguro que los propósitos, los acuerdos, los
programas, las responsabilidades y compromisos nacidos del “actuar” serán fácilmente asumibles y puestos en
práctica por todos.

Para que todo esto se pueda dar, repetimos, hay que hacerlo desde dentro, con la conciencia y el gozo espiritual de
ser pueblo. No hacerlo es dar tantos saludos a la bandera como sean necesarios. Es tranquilizar la conciencia y caer
en la trampa de la tibieza y de la mediocridad. El Papa nos invita, como lo veremos posteriormente, a realizar este
método del VER-JUZGAR-ACTUAR con un nuevo dinamismo, el cual conlleva sentir de verdad la pertenencia al
pueblo. Es una manera de poner en práctica las categorías de “comunión y participación” propuestas en Puebla.

En el fondo, este método nos permite entrar en el camino de quienes buscan a Dios… también de quienes son
buscados por Dios (los alejados e increyentes). Dios es quien toma la iniciativa y la mantiene, a la vez que nos
impulsa a asumirla en el ministerio pastoral. Nos continúa llamando en las situaciones y acontecimientos de la vida y
leerlos a la luz de la vida de su Hijo, encarnado. Nos toca, entonces descubrir  en la propia  realidad  la acción de
Dios. El se ha metido en la vida de la humanidad para que nosotros lo descubramos y sintamos su “ paso” o
“pascua”.

Allí está lo importante: descubrir la “pascua” del Señor en nuestro hoy. Por eso, la revisión de vida (VER JUZGAR
ACTUAR) no es un ejercicio piadoso de dirección espiritual ni tampoco es un ejercicio de investigación sociológica
(aunque nos podamos valer de variados medios). Es ante todo, un modo de buscar cómo se da la presencia del
Espíritu en nuestra realidad y en nuestra propia vida. Así se prepara y fortalece el encuentro con Jesucristo hoy, Él
que vive en las realidades del mundo y de los hombres de hoy. Es leer los “hechos” nuevos de Jesús  y sus discípulos
con ojos de fe. Y no se queda, como lo hemos dicho, en la simple comprobación de hechos, acontecimientos,
situaciones… Es “leer los signos de los tiempos” y dejarnos interrogar sobre nuestro ser y quehacer, compartido con
otros, para así brindarle nuestro testimonio y nuestro compromiso, para actuar todos juntos en comunión.

De todo esto se deduce algo necesario: sin dejar a un lado medios y auxilios de los cuales podamos y debamos echar
mano, se debe hacer con sentido de la contemplación y oración. Supone también un momento de silencio para
escuchar lo que Dios nos quiere decir; y así poder comunicarlo a los demás. Y junto con ello tener un oído en el
pueblo (en su situación que vive) para hablarle a Dios de las alegrías y penas de quienes comparten con nosotros su
vida.

La evangelización no es estática ni se reduce a fórmulas o acciones coyunturales. El Papa Francisco nos presenta
en EVANGELII GAUDIUM un dinamismo con el cual podemos realizar la nueva evangelización. Con él podemos
sentir que somos siempre “nuevos” y no nos encerramos en esquemas aburridos o fuera de la realidad, sino nos
abrimos a la continua novedad del Espíritu (cf. n. 11). 

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