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La celda del Cuartel de Caballería es fría y oscura. Desde la noche del viernes 29
de agosto de 1794, por orden del oidor Joaquín Mosquera, don Antonio Nariño y
Álvarez está allí preso e incomunicado. El puntilloso ministro de la Real
Audiencia y juez comisionado para instruir el proceso contra el prócer lo ha
reducido a prisión, no importa si ha sido antes alcalde de la ciudad y ahora
tesorero de Diezmos del arzobispo. Hay resentimiento y odio en Mosquera contra
Nariño y, como para hacer méritos con el virrey, basado en la denuncia de un
par de españoles de baja condición -Carrasco y González- el oidor sume al
Precursor en la desgracia.
Antes de las siete de la mañana del domingo, cuando Espinosa está imprimiendo
las primeras caras, llega Nariño a la Patriótica, encarga el sigilo y permanece allí
toda la mañana. Cerca de las doce sale para misa, llevando en el bolsillo de la
casaca algunos ejemplares ya secos de un impreso "grande y prieto". Parece que
no son más de 80, según Espinosa (se hablaba hasta de doscientos). En el atrio, a
la salida, encuentra a don Miguel Cabal y le dice: "Tengo un excelente papel; en
dando un peso lo verá Vuesa Merced." Cabal le da en pago "ocho reales en un
peso fuerte." Distribuye algunos ejemplares entre sus íntimos -Rieux entre ellos-
pues "su intención fue la de haberlos vendido como si le hubieran venido de
España, y que por ello usó el disfraz del papel." Carrasco se percata del hecho.
La fiscalía aduce que las proposiciones y doctrinas del papel impreso en forma
clandestina, son perversas y sus máximas detestables y anticatólicas, en todo
opuestas a los dogmas de la Iglesia; que, subversivas del orden público, buscan
sustraer a los vasallos de la obediencia del monarca y que al atentar contra la
soberanía del rey, niegan su legítima autoridad y augusto derecho.
Nariño busca demostrar que no hay delito de lesa majestad en los principios
contenidos en la traducción, sino que por el contrario son los mismos que los
filósofos católicos de España y los mismos teólogos de la Iglesia han sostenido en
publicaciones que, con toda libertad, circulan por la península y las colonias, sin
que por ello se persiga y encarcele a sus autores. Pero todo es inútil. Nariño ya
está sentenciado "a priori" desde el mismo momento en que Mosquera ordena
ponerlo preso.
La defensa es rechazada por "las malas doctrinas que comprende", pues "en ella
se hallan execrables errores, impías opiniones, perversas máximas, sistemas
inicuos, atroces injurias, reprensibles desacatos. En breve, la doctrina de este
escrito en las presentes circunstancias es un veneno capaz de ofender
gravemente la pública tranquilidad." Se ordena destruir sus copias, pues "la
defensa de Nariño es peor, más mala y perjudicial que el referido papel." Su
abogado Ricaurte, mártir de la libertad y del noble ejercicio de su profesión,
morirá en Cartagena después de diez años de prisión.
Sabe por don José M. Vergara -padre del autor de "Las tres tazas"- que Godoy ha
tenido en su mano la pluma lista para confirmar su sentencia y que van a
aprisionarlo. Esto lo confirma cuando el Conde del Pinal, miembro del Consejo, en
cuya casa es muy bien recibido, de pronto lo evita. No obteniendo resultados en
sus gestiones y viendo el peligro que corre, pasa a Francia el 13 de junio de 1796,
"cuando se comenzó a rugir la guerra contra los ingleses", con el objeto de
"aguardar allí la determinación de la causa sin riesgo, y en caso de que se
confirmara la sentencia, seguir a Inglaterra y, uniéndome a una nación enemiga,
abrirme por fuerza una puerta, que la injusticia a mi ver me había cerrado."