Está en la página 1de 6

Autor: Ruiz Martínez, Eduardo, 1929-

La celda del Cuartel de Caballería es fría y oscura. Desde la noche del viernes 29
de agosto de 1794, por orden del oidor Joaquín Mosquera, don Antonio Nariño y
Álvarez está allí preso e incomunicado. El puntilloso ministro de la Real
Audiencia y juez comisionado para instruir el proceso contra el prócer lo ha
reducido a prisión, no importa si ha sido antes alcalde de la ciudad y ahora
tesorero de Diezmos del arzobispo. Hay resentimiento y odio en Mosquera contra
Nariño y, como para hacer méritos con el virrey, basado en la denuncia de un
par de españoles de baja condición -Carrasco y González- el oidor sume al
Precursor en la desgracia.

Don ANTONIO AMADOR JOSÉ DE NARIÑO Y ÁLVAREZ DEL CASAL

nació en Bogotá el 9 de abril de 1765 y murió en Villa de Leyva el 13 de diciembre


de 1823

Se le acusa de haber traducido y hecho


circular, a finales de 1793, -es probable
que también fuera de la colonia- un
impreso con la traducción de los diecisiete
artículos promulgados por la Asamblea
Nacional Constituyente de Francia dos
años antes y que se dice van en contra de
Dios y del gobierno del rey. La ideología
de la revolución de la independencia está
en marcha. Aunque ignora el turbión que
arrollará su vida, sí conoce las
repercusiones que para la libertad del
Reino implica su decisión como editor.

En su Imprenta Patriótica, Nariño ha


imaginado el impreso. La tarde de un
sábado de finales de diciembre del
noventa y tres, ordena a su impresor
Diego Espinosa de los Monteros: "Compóngame V. M. este papel" y le tiende un
manuscrito: su traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. No
necesita licencia, se puede imprimir todo folleto que no pase de un pliego.
Emplea un papel "de mayor marca que el común", de clase hasta ahora no usada
en la ciudad, "trigueñote, de una calidad que quienes lo conocieron no habían
visto hasta entonces, que aunque parecía de estraza, no se calaba" y que Nariño
reservaba para el efecto.

Antes de las siete de la mañana del domingo, cuando Espinosa está imprimiendo
las primeras caras, llega Nariño a la Patriótica, encarga el sigilo y permanece allí
toda la mañana. Cerca de las doce sale para misa, llevando en el bolsillo de la
casaca algunos ejemplares ya secos de un impreso "grande y prieto". Parece que
no son más de 80, según Espinosa (se hablaba hasta de doscientos). En el atrio, a
la salida, encuentra a don Miguel Cabal y le dice: "Tengo un excelente papel; en
dando un peso lo verá Vuesa Merced." Cabal le da en pago "ocho reales en un
peso fuerte." Distribuye algunos ejemplares entre sus íntimos -Rieux entre ellos-
pues "su intención fue la de haberlos vendido como si le hubieran venido de
España, y que por ello usó el disfraz del papel." Carrasco se percata del hecho.

Una mañana de agosto de 1794, amanecen fijados en los principales lugares


públicos de Santafé, unos pasquines manuscritos, lo que alborota el cotarro. El
virrey Ezpeleta, a revienta caballos, regresa de Guaduas. Se inicia de inmediato la
investigación. Francisco Carrasco, un alcohólico jerezano de pésimos
antecedentes, recuerda que hace ocho meses vio un papel sobre las leyes de la
Asamblea de Francia y acusa a Nariño de ser su autor. Y aquí se inicia el drama.
Como cabeza de proceso, todos sus bienes, incluyendo su preciosa biblioteca, le
son embargados.

Ningún abogado de la ciudad


quiere asumir la defensa de Nariño.
Ni siquiera aquellos nombrados de
oficio aceptan el encargo. Camilo
Torres, "abogado de pobres", sin
duda el más importante jurista del
reino, quien desde ya muestra
animadversión por Nariño, se
excusa con hipocresía, porque "la
delicadeza y gravedad de una
materia que pide un hombre de
toda instrucción y experiencia que
sólo puede dar un largo manejo de
negocios y que yo como abogado nuevo no puedo tener". Ignacio José Quevedo
y Murillo se justifica por tener "varios negocios que algunos particulares me han
recomendado; único arbitrio conque me sostengo." Ignacio de San Miguel arguye
que "público y notorio es que muchos días ha estoy redondeándome para dejar
la abogacía y retirarme a mi hacienda." Tomás Tenorio y Carvajal se ve "recargado
de defensas particulares." Francisco Ortiz alega que debe pasar "al pueblo de
Siachoque a practicar ciertas diligencias de medidas de tierras que ya urgen.”
Francisco Javier de Vergara se declara impedido. José Martínez Malo alega que no
puede atender el proceso por sus escasas luces y muchas enfermedades.
Eustaquio Galavís dice que es "bien constante y notoria la grave indisposición que
padece en su salud mi mujer María Teresa Lasqueti. " El doctor Manuel Guarín
dice estar "sumamente enfermo" y suplica "darme por excusado y nombrar a uno
de los procuradores de pobres para el seguimiento de su causa." Guarín es
forzado a actuar como procurador del reo y multado con cuatro pesos al no
aceptar. Sin embargo expresa: "Consigno, por la excusa que hice de no querer ser
personero de la causa de don Antonio Nariño que ciertamente lo hice por miedo,
a causa de que todos los abogados que había se habían excusado." Nariño pide
que, mientras se encuentra un abogado, no le corran los términos. Y por fin se
obliga al doctor Ignacio de San Miguel para que actúe como defensor, "conforme
a derecho y sin que sobre el particular se admita excusa ni escrito alguno."

El Precursor ha enfermado de gravedad en la


cárcel, mientras el Cabildo de la ciudad,
encabezado por el regidor José de Caicedo,
levanta con entereza la bandera del partido de
los colonos, y excita a Nariño a "mantenerse firme
ante sus jueces y no perder toda esperanza para
lo futuro." El Cabildo protesta contra los oidores
por haber pretermitido los procedimientos
legales desconociendo la jurisdicción de los
alcaldes ordinarios y da poder para que un
procurador en Madrid "alegue ante el Rey cuanto
es de justicia y saque avante el decoro y buen
nombre de la cabeza del Virreinato." Los criollos
reclaman exasperados contra los golillas de la
Audiencia. Hasta la distinguida matrona doña
Manuela Sanz de Santamaría de Manrique eleva su voz ante la Corte.
Exhausto y enfermo de gravedad, en febrero del año siguiente, Nariño decide
confesar, pero justifica sus actos al demostrar que esos mismos principios no son
en manera alguna dañinos ni subversivos. A finales de julio presenta el largo
alegato de defensa en donde, a través de 125 puntos, demuestra su inocencia.
Pero, aunque la defensa es vigorosa, todo se le niega.

La fiscalía aduce que las proposiciones y doctrinas del papel impreso en forma
clandestina, son perversas y sus máximas detestables y anticatólicas, en todo
opuestas a los dogmas de la Iglesia; que, subversivas del orden público, buscan
sustraer a los vasallos de la obediencia del monarca y que al atentar contra la
soberanía del rey, niegan su legítima autoridad y augusto derecho.

El Precursor contesta que, estando


publicados los mismos principios en los
libros de la Nación, no pueden juzgarse
como perniciosos y se refiere a varios
escritos aparecidos en diversos números
del Espíritu de los mejores diarios de
Madrid, en donde se afirma que "el hombre
nace libre, y sólo está sujeto, mientras su
debilidad no le permite entrar a gozar los
derechos de su independencia: al punto
que llega a hacer uso de su razón, es dueño
de elegir el país y el gobierno que le
conviene mejor a sus ideas; si los hombres
se han reunido en sociedad, si se han
sometido a un jefe, si han sacrificado una
parte de su libertad, ha sido por mejorar su
suerte."

Nariño busca demostrar que no hay delito de lesa majestad en los principios
contenidos en la traducción, sino que por el contrario son los mismos que los
filósofos católicos de España y los mismos teólogos de la Iglesia han sostenido en
publicaciones que, con toda libertad, circulan por la península y las colonias, sin
que por ello se persiga y encarcele a sus autores. Pero todo es inútil. Nariño ya
está sentenciado "a priori" desde el mismo momento en que Mosquera ordena
ponerlo preso.
La defensa es rechazada por "las malas doctrinas que comprende", pues "en ella
se hallan execrables errores, impías opiniones, perversas máximas, sistemas
inicuos, atroces injurias, reprensibles desacatos. En breve, la doctrina de este
escrito en las presentes circunstancias es un veneno capaz de ofender
gravemente la pública tranquilidad." Se ordena destruir sus copias, pues "la
defensa de Nariño es peor, más mala y perjudicial que el referido papel." Su
abogado Ricaurte, mártir de la libertad y del noble ejercicio de su profesión,
morirá en Cartagena después de diez años de prisión.

Al fin se rematan los bienes de Nariño y el


28 de noviembre de 1795, sin oír ninguna
clase de razones, se produce la sentencia
contra él y contra Espinosa, el impresor. En
ella se dice que aunque podría imponerse
la pena ordinaria del último suplicio al reo
principal don Antonio Nariño, por la
graciosa piedad de Su Majestad se le
condena tan sólo "a la pena extraordinaria
de diez años de presidio en uno de los de
África que Su Majestad eligiere; al
extrañamiento para siempre de sus
dominios de América y confiscación de
todos sus bienes y utensilios de su imprenta para la real cámara; y a que el libro
original de donde se sacó y tradujo su impreso, igualmente que el alegato de
contestación a la acusación fiscal con todas las demás copias comenzadas que se
recogieron a mano real sean quemadas en la plaza mayor de esta ciudad por
mano del verdugo." Y como condenado lo envían a Cartagena, para desde allí,
remitirlo a España.

En enero de 1796 al virrey Ezpeleta sabe que en el Floridablanca ha llegado


Nariño a La Habana y que zarpa para Cádiz en el navío español San
Gabriel capitaneado por Manuel de Pando, a donde llegará el 18 de marzo.
Ironías del destino: en el mismo barco viaja el juez Mosquera. El informe reza que
estos presos permanecerán a bordo de los buques "interin se les destina el sitio a
que deben ser conducidos."

Don Antonio, en el interregno, se percata de que en el estado del Maestre de


registro del buque "cuando se estaba poniendo en limpio" no aparece su nombre
en la partida. Sobre este punto se la lucubrado mucho. Tal vez, ayudado por sus
hermanos masones, se ha borrado o eliminado su nombre en el libro. Es así
como, aprovechando la confusión de la llegada, salta en la noche a un falucho y
se escabulle hacia la ciudad. Es su primera fuga.

En Cádiz, Nariño se presenta a don Esteban de Amador, quien le descuenta una


libranza por dos mil pesos fuertes y le facilita "licencia para seguir en posta" y se
pone en camino a Madrid. Llegaría el 27 o 28, pues el 29 escribe al Rey
quejándose con amargura de su situación, alega su inocencia y pide justicia. Este
escrito llega al Consejo de Indias donde se halla el expediente de la causa, al
mismo tiempo que la información de la fuga, y con la recomendación de "que
con la correspondiente reserva disponga vuestra excelencia que se asegure y
ponga al referido en prisión, dando cuenta de ello cuando se verifique."

Sabe por don José M. Vergara -padre del autor de "Las tres tazas"- que Godoy ha
tenido en su mano la pluma lista para confirmar su sentencia y que van a
aprisionarlo. Esto lo confirma cuando el Conde del Pinal, miembro del Consejo, en
cuya casa es muy bien recibido, de pronto lo evita. No obteniendo resultados en
sus gestiones y viendo el peligro que corre, pasa a Francia el 13 de junio de 1796,
"cuando se comenzó a rugir la guerra contra los ingleses", con el objeto de
"aguardar allí la determinación de la causa sin riesgo, y en caso de que se
confirmara la sentencia, seguir a Inglaterra y, uniéndome a una nación enemiga,
abrirme por fuerza una puerta, que la injusticia a mi ver me había cerrado."

En París es probable que, con la intervención de Pedro Fermín de Vargas, se


relacione de inmediato con Miranda y con el político francés Antonio Tallien.
Durante dos meses estudia las nuevas leyes, la Constitución francesa y la historia
de la revolución "procurando adquirir cuantas noticias pudieran ilustrarme sobre
esos puntos." Pero preocupado por haber tenido noticia de que un español había
sido detenido en París por portar documentos con otro apellido, caso en el cual
se encuentra, y por la guerra que se ve venir, decide anticipar su viaje a Inglaterra.
En octubre regresa a Francia y luego se embarca en Burdeos hacia las Antillas.
Sólo el 4 de marzo de 1797, con pasaporte falso, volverá a tocar puerto del
continente americano, en la ciudad de Coro, en Venezuela. El 19 de julio, después
de viajar a Santafé, regresar a Pamplona y volver nuevamente a Santafé, es
apresado en la capital. Su prisión sólo concluirá en octubre de 1810.

También podría gustarte