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Yo me sentí impresionadísima cuando le dijo a Erika, la más frágil de las tres, que
haría una carrera universitaria. Después le dijo a Eva, la menos motivada, que recibiría
formación general en un colegio para señoritas. Finalmente fijó los ojos en mí y yo
rogué para mis adentros que me concediera mi sueño de ser médica. Seguro que él lo
sabía. Pero no olvidaré jamás el momento siguiente. —Elisabeth, tú vas a trabajar en mi
oficina —me dijo—. Necesito una secretaria eficiente e inteligente. Ese será el lugar
perfecto para ti. Me sentí terriblemente abatida. Al ser una de las tres trillizas
idénticas, toda mi vida había luchado por tener mi propia identidad. Y en ese
momento, de nuevo, se me negaban los pensamientos y sentimientos que me hacían
única.
Este gesto del padre lo asocio al pacto con el diablo, pues sin
preocuparse de los deseos y la personalidad de su hija, estableció gracias al
poder de su autoridad y por su propio beneficio el camino que ella debería
recorrer. Ante esto Elizabeth opta por seguir su propio instinto y rechaza la
oferta del padre aceptando ir a trabajar como empleada doméstica con una
mujer desagradable y cruel. Este transito si bien no la lleva a la beatífica
vida en el bosque, es a mi criterio resultado de su conexión con su
interioridad y su lucha por respetar su propia esencia. En cierto modo en
estas circunstancias se ve obligada a “arreglárselas sola con lo que tiene a
mano”, del mismo modo que la doncella tuvo que aprender a comer sin sus
manos aquello que crecía libremente en el bosque.
LA DONCELLA EN EL BOSQUE
EL REGRESO AL BOSQUE
Para concluir, considero que toda la obra de Elizabeth, sus libros, sus
seminarios, sus talleres, y sus batallas son la obra de esos brazos propios
con los cuales siguió en el mundo conquistando su espacio y realizando su
obra.
Hasta el final de su vida se negó a seguir otra idea, otro camino que no
fuese el propio y para lograrlo necesariamente tuvo que integrar su anima y
su animus en un equilibrio dinámico y cambiante que es lo máximo que
podemos lograr.
Ana Cuevas.