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LA MADRE Y LA RADIOTELEFONÍA

Lejos... muy lejos..., en un pue- acercarse un pequeño disco al oído


blo que los hombres han adherido y escuchar.
a la rocosa falda de un inmenso Asegurábase que aquel invento
monte, cual si pretendieran vivir endemoniado permitía oír los soni-
como el jilg'uero en su jaula colgada dos más tenues: palabras, risas y,
al recto rauro de una casa, una mu- por supuesto, músicas y cantos. ,
jer asomó la cabeza por una venta- Durante varias semanas no se
nuca estrecha, orlada de flores. habló de otra cosa.
Tenía los ojos llorosos, y las lá- La madre temblaba de ansias por
grimas, en un principio, la impe- conocer el aparato. Estaba segura
dían ver los campos jugosos, abier- de que distinguiría las voces de sus
tos como gigantescos tapices a sus hijos entre las cientos de miles que
pies, la cascada mal contenida por resonaran en la ciudad; pero su ma-
peñascos que se lanzaba en busca rido nada la dijo, y ella no se atre-
del manso río y aquella blanca cin- vió a proponer una visita a casa del
ta de la carretera que se perdía en médico con tal fin,
la línea del horizonte, y por la que — Esas cosas debían de ser para
transitaban peatones, caballeríasy, liombres nada más...
de vez en vez, un raudo automóvil. A-demás, ella estaba enferma en
Secáronse al fin sus lágrimas y la cama. Teníala postrada el miedo.
avizoró entonces el paisaje deseosa Una noche entró súbito en su al-
de representarse el día y la hora en coba el marido seguido del médico,
que, primero uno, luego otro y al y la anunciaron que iban a instalar
ñn el último, habían ido marchán- un aparato como aquel que tanta re-
dose sus hijos a la capital, a la gran volución había armado en el pueblo.
ciudad moderna, cuya vida ella
desconocía; pero que, enfuerza de En dos horas, o menos, <iuedó co-
oírlo repetir, sabía estaba llena de
peligros.
Su imaginación no podía alcan-
zar más allá que su vista; así anto-
jábasela a veces que tras la línea
tenue del horizonte hallábanse ya
apostados seres pavorosos, encar-
nación de los peligros que, según ISABEL DE PALENCIA ( fí t A T R IZ GA L ! N D Oi
los buenos libros, rodeaban a los
jóvenes que se alejaban del regazo locado, y su marido, sonriendo, se muy lenta, seguido de un murmu-
materno. Por ello resistíase a sepa- la acercó ofreciéndola un pequeño llo, confuso primero, luego rítmico,
rarse de sus hijos; pero la voluntad disco negro. Arrímatelo al oído y unísono como las pulsaciones de un
del padre lo había dispuesto de escucha bien—dijo —. Varaos a oír corazón gigantesco.
otro modo, y no hubo más remedio Madrid. La madre irguió la cabeza y son-
que obedecer... rió con labios un poco temblorosos.
Con manos reverentes y temblo-
Sin duda, la condición de comer- rosas cogió ella el disco, doblando Desaparecía la sensación de miedo
ciante del marido, habíase dicho sobre él la cabeza encanecida. que tanto tiempo venía atormentán-
ella muchas veces, iníluía en su áni- Al principio no oyó nada. Aguzó dola, y en su lugar experimentaba
mo y le fortalecía para la obligada el oído y contuvo la respiración; una misteriosa alegría pareei<la a...
separación. También él había sido luego alzó los ojos angustiados a su r;sería posible?; pai'ccida a la que en
tmviado, siendo joven, a la gran marido; éste la sonrió a la par que su ánimo produjo el primer movi-
ciudad para aprender allí el manejo manipulaba con unos ganchitos en miento de un hijo en sus entrañas.
de los libros mugrientos que daban una caja que tenía allí próxima. También entonces habíase des-
Ee de la existencia holgada de su La madre inclinó de nuevo la ca* vanecido el vago temor que la ins-
tienda de géneros. El se reía cuan- beza. Esta vez sí distinguió un i'u- piraba la idea de la maternidad.
do ella hablaba de sus temores y se mor sordo, más leve; pero análogo Aquella pulsación, descubierta a
encogía de hombros ante su Manto. al que sentía cuando aplicaba a sus través del misterioso iiparato, le
— Todas las mujeres son lo mis- oídos un caracol inmenso que se había revelado la existencia de una
mo—decía recordando, sin duda, conservaba en la sala y que había vida gigantesca llena de posibilida-
otras lágrimas vertidas por él; pero sido traído al pueblo por un tío de des fuerte y palpable, alejada de
no se molestaba en tranquilizarla ni su marido, gran viajero por tierras
en desvanecer su miedo, y la madre todo ignoto peligro y de extrañas
extrañas. A q u e l rumor habíanle amenazas. La vida de muchos hom-
empezó a hacerse vieja de repente. dicho que era el eco de las entrañas
Cierto día produjese en el pueblo bres a la vez, de seres humanos
de! mar. como ella, regidos y amparados por
gran expectación. El médico había
recibido un aparato, según el cual, ^;Sería éste c|ue ahora distinguía el corazón de una gran ciudad...
a lo que decían, oíase todo lo que el de las entrañas de la tierra'?
ocurría en la capital. No precisaba De pronto, sus párpados aletea-
para ello papeles ni alambres, sólo ron de emoción. Había advertido el
sonido de una campana muy grave,

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