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LA HABITACION DEL PANICO

Tras su divorcio, Meg quiere comenzar una nueva vida junto a su hija
Sarah, razón por la cual se mudan a una lujosa mansión situada en pleno
Manhattan. La enorme casa cuenta con los más modernos dispositivos de
seguridad, entre los cuales sobresale la llamada habitación del pánico, una
cámara acorazada integrada en el dormitorio principal y dotada con una
línea telefónica independiente, múltiples pantallas que recogen lo que
acontece en la casa y una despensa de víveres suficiente como para
sobrevivir en ella durante largo tiempo.

Durante la primera noche unos delincuentes entran en la mansión


creyéndola vacía. Buscan un tesoro escondido por el antiguo inquilino. El
problema es que el dinero se encuentra en la habitación del pánico, el lugar
donde desesperadamente se han refugiado las asustadas y todavía
inexpertas inquilinas.

La habitación que da título al film no es ocurrencia de los creadores de la


película. Esos lugares existen en la realidad y es en Norteamérica donde
hay mayor afán por protegerse: al menos en California la construcción de
“habitaciones del pánico” se ha multiplicado por diez en la última década.

Fabricar este tipo de refugio moderno en una casa puede llegar a costar
hasta 500.000 dólares, aunque las hay mucho más baratas. Están fabricadas
de un material llamado “armortex” que puede resistir tanto la embestida de
un tornado como los disparos de una automática de 9 mm. Pero la clave
para estar seguro no es tanto el material de que están hechas, sino el modo
en que se camuflan: desde la apariencia de un cuarto de baño hasta la de un
armario.

Pero la explicación se queda ahí, no es esta una metáfora demasiado rica en


derivaciones, bien que la realidad del hecho al que indica sea tan terrible y
dura, tan demoledora para la persona. Aunque sí, sí cabrían otras
derivaciones en esta metáfora básica.

El desmedido afán de riqueza, la crueldad y la violencia irracionales, la


abismal ausencia de todo valor humano, de toda aspiración espiritual… si
se ve así, cabe hablar no sólo de un buen filme de tensión opresiva, de
vertiginosas y fantásticas tomas, de fotografía magnífica, sino que cabe
también leer en Panic room un espantoso retrato del alma de la sociedad de
hoy. El fasto -que suele usar Fincher en otras- se reduce en esta historia a
oscuras, entre paredes, escaleras y sótanos, a un dorado parque en otoño
con luz diamantina y plateada…, que es el previsible y deseable final, bien
que cargado de la misma tristeza del comienzo: la soledad de las mujeres
solas.

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