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Vallejo es mi
copiloto
César Ricardo Nieri
Alguna vez le comenté a uno de mis compa- Ahora comprendo que estaba muy solo, huér-
ñeros de la Universidad del Pacífico, a donde fano de padres literarios; ni mi familia había
fui a parar luego del colegio para aprender intentado impulsarme el gusto por la lectura,
que la vocación es una búsqueda difícil, que ni tampoco había encontrado en las aulas a
había empezado a escribir poesía. Ese mis- un profesor de verdad, esos que te plantan la
mo día, o quizá otro, iba caminando por los semilla de la curiosidad y la riegan con su pa-
pasillos y ese mismo individuo le dijo a un ciencia y amistad. No sé cómo, quizá porque
muchacho que tenía al lado, refiriéndose a el llamado de la vocación es en parte instinto,
mí: “allí va nuestro querido César… Vallejo”. empecé por cuenta propia a recorrer autores.
Fuera del desbordante ingenio de la ¿broma? Narrativa y novela al comienzo. Poco después
(léase el sarcasmo), esta referencia gratuita llegó la poesía, cuando di con autores con
(porque ni me había leído a mí ni a Vallejo, los que me sentía más identificado. Un día,
lo más probable) me cayó pésima. Nuestro incluso, como un juego, quise demostrarme
poeta emblemático había sido la razón por que podía hacer lo que ellos hacían y, aunque
la cual, desde los últimos años de primaria, los primeros intentos fueron desastrosas imi-
había decidido —ironías de la vida— que si taciones, no he parado hasta acercarme más
algo no iba a ser en este mundo era poeta. a mi propia voz.
Hay golpes en la vida, yo lo sé, pero la idea
de andar quejándome por eso me parecía un Durante aquellos años seguía negándome a
poco patética y desalentadora durante la ni- leer algo de Vallejo, como el niño que no quie-
ñez. La adolescencia no ayudó a cambiar ese re abrir la boca ante una cuchara de lentejas
pensamiento y Vallejo tuvo de nuevo la culpa. aunque nunca las haya probado. Recuerdo
Habré leído algo de Trilce por ahí, por casuali- que en aquel entonces pasaba gran parte de
dad u obligación, solo para llegar a un nuevo mis días metido en el estudio, donde, curio-
desencuentro con la poesía, entendiéndola samente, una edición de las obras completas
como adoquines de palabras que me agre- de Vallejo me observaba todos los días. Ahí
dían, cerrándome la puerta en la cara cuando estaba el poeta de Los heraldos negros, con
quería entender su inasible mensaje. Si así el reverso de la mano sosteniéndole la ex-
era con nuestro representante insignia, ¿qué presión pensativa aunque afectada. Alguna
cabida podría darme a mí la poesía? No que- vez habré abierto el libro en una hoja al azar
ría ser poeta y, definitivamente, por nada del y salí huyendo, al encontrar que los versos
mundo quería ser César Vallejo. implicaban varias visitas al diccionario y deja-