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UNIDAD III

Anthony Giddens Pierre Bourdieu


Estructuración social Campos Sociales
SOCIOLOGÍAS
Dualidad dela DE SÍNTESIS
Estructuras Estructuras
estructura (programas de
sociales sociales
sociología externas internalizadas

Condición de las Posibilitada por


sistemática)
prácticas las prácticas
Lo social hecho Lo social hecho
cosas cuerpo
Propiedades estructurales
de la acción social

CAMPO HABITUS
Deben abordarse

Doble hermenéutica Sentido Práctico de la acción

UNIDAD IV

BAUMAN
Licuefacción de
las relaciones
sociales

En un
contexto de

Las relaciones
sociales del trabajo
CASTEL WACQUANT
ideología de

en la sociedad
Bajo la
Produce

Desafiliación y Prisionalización
contemporánea en la
precariado y Estado penal
MODERNIDAD
LÍQUIDA

¿Qué
Hacer?

DUBET
Oportunidades vs Posiciones

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UNIDAD III

LA SOCIOLOGÍA CONTEMPORÁNEA:

MARCOS CONCEPTUALES DE SÍNTESIS

En este capítulo abordaremos los aportes más relevantes de dos de los


grandes exponentes de la sociología europea de la segunda mitad del siglo XX, ellos
son: el inglés Anthony Giddens y el francés Pierre Bourdieu.

Tomamos a estos dos autores porque ambos intentaron expresar, y en cierta


medida también resolver, algunas de las más importantes contradicciones y tensiones
abiertas por el pensamiento sociológico clásico. Estos puntos de divergencia, o como
sugiere el propio Giddens, dilemas dentro del pensamiento sociológico, han generado,
y aún siguen haciéndolo, acaloradas discusiones al interior de la disciplina. A la luz de
estos nodos divergentes entre las distintas escuelas y exponentes dentro del
pensamiento sociológico, intentaremos repasar los principales conceptos de las dos
grandes teorías sociológicas del siglo XX: la teoría de la estructuración social y la
teoría de los campos sociales.

Por otro lado, y sin descuidar la importante guía que los dilemas sociológicos
representan para esta unidad, intentaremos también plantear algunas de los debates y
discusiones abiertas por estos dos sociólogos con otras teorías sociológicas, no
menos importantes, del siglo XX, y de manera especial con el estructuralismo
funcionalista norteamericano.

3.1. LOS DILEMAS SOCIOLÓGICOS

Según Anthony Giddens:

“Las ideas desarrolladas por los pensadores clásicos (…) siguen produciendo
desacuerdos. Existen diversos dilemas teóricos básicos – puntos de controversia
o disputa constante – que se ponen de manifiesto a través de choques
relacionados con el modo de interpretar los asuntos humanos y las instituciones
sociales” (Giddens, 2006: 832)

Si bien en este capítulo nos centraremos fundamentalmente en el primer y en


el segundo de los dilemas propuestos por Giddens, no obstante, y a continuación,
mencionaremos y explicaremos brevemente los cuatro trabajados por el autor.

 El dilema de la acción humana y la estructura social: este representa la


tensión metodológica entre los sociólogos al interior de la disciplina, es

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decir, recupera los extensos debates en torno a qué es la sociedad, y
por lo tanto, también respecto a cómo debemos abordarla. La principal
discrepancia se manifiesta entre teóricos de la estructura social,
aquellos que como Durkheim consideraban a la sociedad como algo
externo, capaz de imponerse y determinar a los sujetos y a sus
prácticas sociales, incluso más allá de sus propias decisiones
particulares; y los teóricos de la acción social, que encuentran en Weber
su más importante referente, y que al igual que él, consideran que la
sociedad no puede comprenderse sin las acciones e interacciones de
individuos activos y creativos que producen y re-producen
cotidianamente las formas sociales.

 El dilema del consenso y el conflicto: si el primer dilema tiene que ver


con discusiones que hacen a definiciones de tipo
epistémico/metodológicas dentro de la disciplina, el segundo dilema, en
cambio, apunta de lleno a las tensiones en torno a las posturas políticas
e ideológicas de cada autor. Como vimos en la unidad II, existen
autores como Marx que creían profundamente que la sociedad estaba
atravesada por conflictos entre los distintos grupos y clases sociales, y
que, si bien permanecían en estado de latencia casi la mayor parte del
tiempo, constituían contradicciones insalvables e inevitables dentro de
la organización del tejido social. Esta idea fuerza del marxismo
contrasta notablemente con la perspectiva funcionalista de Durkheim,
quien, por el contrario, creía que la sociedad se trataba de un
organismo colectivo capaz de generar sus propios mecanismos
institucionales para la resolución consensuada y relativamente pacífica
de los conflictos entre sus grupos sociales constituyentes.

 El dilema del género: en general, remarca Giddens, hay una escasa


mención de las cuestiones de género en los clásicos de la sociología, y
hasta muy entrado el siglo XX, las autoras mujeres prestigiadas
académicamente dentro de la disciplina, eran realmente muy pocas. La
influencia determinante de los movimientos feministas – sobre todo en
los países desarrollados - a mediados del siglo XX, resultó fundamental
para introducir la perspectiva de los estudios de género como una
problemática transversal en la agenda investigativa de la disciplina. Si
bien, tanto el enfoque marxista, que tradicionalmente subsumió la
problemática de género a la cuestión fundamental de la lucha entre las
clases sociales, como el funcionalismo durkhemiano, que explicaba la
especificidad de las diferencias entre los géneros a partir de procesos
diferenciales de sociabilidad y socialización, parten de presupuestos
diferentes para la explicación de las cuestiones de género (material el

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primero y cultural el segundo), ambos coinciden al omitir en sus teorías
la particularidad – y la transversalidad – que estos asuntos sociales
tienen para la explicación de los fenómenos colectivos (incluso en
aquellos que no parecieran vincularse – a priori – directamente con este
tipo de problemáticas).

 El dilema de la configuración del mundo moderno: este dilema está


también estrechamente vinculado a las definiciones metodológicas de
las teorías de los autores clásicos. Si desde el planteo materialista de
Marx, la explicación de la génesis de la sociedad moderna no puede
disociarse del fenómeno – concomitante – del desarrollo del sistema
económico capitalista, ya que este último habría sido determinante para
el surgimiento de nuevas formas institucionales y culturales que
reconocemos exclusivas de la modernidad. Por el contrario, para
Weber, esta idea de la “preeminencia de los factores económicos” se ve
seriamente cuestionada y matizada, al introducir, este autor, una
explicación multicausal (y por lo tanto multivariable) de la génesis de las
sociedades modernas.

Estos dilemas, lejos de haber sido zanjados por las teorías y escuelas
sociológicas posteriores, han tendido, muy por el contrario, a complejizarse cada vez
más, llegando a formarse - en torno a cada postura - verdaderas corrientes de
seguidores y fieles, poco dispuestos a intentar modelos de síntesis o propuestas
superadoras que permitan sistematizar los aportes de la disciplina. En este sentido, los
dilemas de Giddens siguen siendo fundamentales para comprender buena parte del
desarrollo teórico en sociología a lo largo del siglo XX; dilemas que, no pocas veces,
lejos de contribuir a un debate enriquecedor dentro de la disciplina, sólo contribuyeron
a generar una suerte de polarización vacía entre: objetivistas y subjetivistas,
microsociología y macrosociología, sistémicos y comprensivistas, cuantitativistas y
cualitativistas, cientificistas y humanistas, funcionalistas y marxistas, etcétera y
etcétera. Y sin duda que podríamos seguir así un buen rato, nombrando ismos que
fragmentan y atomizan cada vez más a la sociología, sin por ello dotarla de un
fundamento general capaz de reivindicar el sentido último (en términos de utilidad
social) de la materia como campo autónomo del saber científico.

Es en este escenario, de profunda dispersión de los estudios de la sociología,


donde las teorías de Bourdieu y Giddens cobran sentido: un sentido de unidad y
sistematicidad teórico/práctico.

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Para la redacción de este aparto sobre los dilemas teóricos hemos seguido lo planteado
por Anthony Giddens en su manual “Sociología” (2018), especialmente el capítulo 3
referido puntualmente a la cuestión de los dilemas.

3.2. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN SOCIAL

Lo primero que debemos hacer cuando hablamos de teoría de la estructuración


es establecer una aclaración: no es lo mismo la teoría de la estructuración social
desarrollada por el sociólogo inglés Anthony Giddens, y que explicaremos a
continuación, que el estudio de la estructura social, rama específica dentro de los
estudios sociológicos estadísticos, a la cual nos abocaremos en la Unidad V. Con la
teoría de la estructuración, Giddens se propone resolver la tensión entre
estructuralistas y teóricos de la acción social al interior de la disciplina. Con este fin, y
apoyándose en una célebre frase de Marx, donde el filósofo alemán sostenía que: “los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo
circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se
encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado” (Marx,
2000: 3), Giddens intentará saldar esta – aparente – contradicción tan antigua como la
disciplina misma. Si uno repasa atentamente la frase, la misma no deja de ser un tanto
contradictoria: o bien los hombres hacen la historia, o son, en cambio, las
circunstancias legadas por el pasado las que los condicionan a actuar en tal o cual
dirección. No obstante, para el autor inglés, este problema puede resolverse a partir de
la interrelación entre estructura y acción social: esta es justamente la apuesta de su
concepto de estructuración.

Para Giddens:

“Las sociedades, comunidades o grupos sólo tendrán “estructura” cuando las


personas se comporten de forma regular y bastante predecible. Por otra parte, la
“acción” sólo es posible porque cada uno de nosotros, como individuos, posee
una enorme cantidad de conocimiento socialmente estructurado” (Giddens, 2006:
835)

El concepto de estructuración flexibiliza los postulados del estructuralismo


ortodoxo, tanto en su versión durkhemiana, como en la aún más radicalizada escuela
estructural funcionalista norteamericana de Talcott Parsons. Para Giddens, los hechos
sociales no pueden ser concebidos como cosas externas a los individuos, ya que no
podría existir la sociedad sin el sustrato físico que la permite como tal: las
interacciones entre los individuos. Por otro lado, tampoco se puede pretender que
estos hechos sociales determinen la conducta de los individuos, porque esto los
convertiría en personas absolutamente sujetadas por las normas y las pautas
culturales de la estructura. Frente a la realidad social relativamente estática y pre-

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establecida de los estructuralistas, Giddens intentará recuperar al actor social como
sujeto activo y creativo, capaz de tomar decisiones y de dar explicaciones mentadas
de sus actos; en otras palabras, un individuo que participa – junto a otros - en el
proceso de producción y re-producción de la sociedad en la que vive.

En las perspectivas estructuralistas clásicas, las acciones desviadas de los


sujetos que violaban el orden social establecido, se explicaban fundamentalmente por
dos motivos: ya sea por el debilitamiento en la capacidad regulatoria de las pautas y
normas (proceso que se conoce como Anomia en la teoría durkhemiana), o porque el
proceso de socialización había “fracasado” en un individuo determinado, por lo que
este no habría logrado incorporar correctamente las pautas y las normas establecidas
por el orden social. En ambos casos, los sujetos aparecen como un elemento
secundario dentro de la explicación estructural, ya que, en última instancia, responden
de manera pasiva a estímulos – o a falta de ellos – que determinan y preestablecen
los rumbos probables de su acción. Este tipo de perspectiva teórica no sólo anula la
capacidad política del sujeto, en tanto agente del cambio social, sino, y aún más
polémico, no logra establecer un argumento sólido que permita entender la razón
misma del cambio. Esto es así porque, la historia de las instituciones no puede
explicarse sin las prácticas reales que día a día les dan forma y las organizan. Sin
embargo, hay algo más que al funcionalismo estructuralista se le escapa, y que es –
en términos prácticos - aún más grave: el concepto de desviación social, esta suerte
de diagnóstico de “incompletud” o “frustración” en el proceso de construcción social de
la persona, puede terminar convirtiéndose en una verdadera “profecía auto-cumplida”,
en el sentido que el etiquetamiento mismo de las personas como desviadas, pueden
llevarlas finalmente a asumir el rol impuesto por la teoría social.

Si las críticas de Giddens al estructuralismo ortodoxo parecen ser muy duras,


eso es porque aún no hemos revisado sus diferencias con las teorías de la acción
social, a las que él llama “sociologías comprensivas”, y a las cuales les dedicará un
muy breve pero sugestivo – no sólo por su título – libro, titulado Las nuevas reglas del
método sociológico. En este escrito, Giddens intentará tomar una posición equidistante
tanto de las posturas sistémicas y estructuralistas, como de las corrientes
hermenéuticas/interpretativas, vinculadas a la sociología de la acción social. Desde
esta posición intermedia, se abocará a religar nuevamente las posturas antagónicas
del primer dilema, y refundar – aunque el propio autor aclara que no es ese su
objetivo, más allá de que el título de su libro, muy similar al clásico libro de Durkheim
las reglas del método sociológico, sugiera este tipo de lectura – ciertos planteos de
base de la disciplina. Si los estructuralistas, según el autor, cometen el error de
exagerar el poder de coacción o constreñimiento de la estructura, los comprensivistas
ponderan excesivamente la autonomía del sujeto en sociedad. Sostener que la
sociedad es el resultado de una “serie de realizaciones diestras por parte de sus
miembros, y no una mera serie mecánica de procesos” (Giddens, 2012: 203), no

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implica que la acción social esté desprovista de todo tipo de causalidad, y sea
simplemente el resultado de la voluntad individual de cada persona.

Para Giddens, el principal error metodológico de las escuelas hermenéuticas es


su “excesiva concentración en la conducta intencional” (Ib. Ídem: 200) de los agentes,
sin mostrarse muy interesados en analizar los orígenes de dichas acciones que, por
cierto, los presuponen ya dados. Es decir, si los estructuralistas subestiman la
capacidad de los individuos en tanto actores sociales, los teóricos de la acción los
sobrestiman, dejando de lado las propiedades estructurales que toda acción social
posee. El marco de sentido que una sociedad construye, los criterios morales
dominantes de esa sociedad, y también las relaciones de poder asimétricas entre las
personas (explicadas por la posesión desigual de determinados recursos), son algunos
de los límites con los que la acción social se topa. Ahora bien, para Giddens, la
estructura no puede ser pensada como una cosa externa, tal y como la planteara la
perspectiva funcionalista; esta estructura social, antes bien, existe en tanto condición y
consecuencia de las prácticas sociales. Dicho más sencillamente, las personas no
tienen estructuras, son las acciones sociales de estas personas las que están
orientadas, determinadas, – pero, y mucha atención aquí – también posibilitadas por
las propiedades estructurales de la acción. Con el concepto de dualidad de la
estructura, Giddens intenta explicar esta característica ambivalente de la construcción
de las prácticas sociales: el de ser tanto estructuras condicionantes como habilitantes
de la acción social. Es decir, su condición dual se da porque la estructura es
“constituida por una acción”, pero, y al mismo tiempo “la acción es constituida
estructuralmente” (Ib. Ídem: 204)

Otra de las críticas importantes de Giddens a las teorías sociológicas


comprensivas está ligada a la cuestión del abordaje de la realidad social que realizan
estas escuelas. A diferencia de las ciencias naturales, la realidad social es un mundo
pre-interpretado, por lo que “el observador tiene que ser capaz de aprehender los
conceptos legos, o sea, de penetrar hermenéuticamente en la forma de vida cuyas
características quiere analizar o explicar” (Ib. Ídem: 204), esto no significa dar por
válido el sentido común (o doxa) de los actores legos, sino que implica la posibilidad
de analizarlo como una serie de creencias fácticas rutinarias, y muchas veces no
explicitadas, que pueden ser validadas - o desmitificadas - por el método científico. La
sociología, a diferencia de las disciplinas que estudian la naturaleza, mantiene una
relación de tensión con su objeto de estudio, en la medida que los descubrimientos
científicos que realiza pueden utilizarse como un potencial instrumento para “expandir
la autonomía racional de la acción”, aunque también, y con riesgos no suficientemente
asumidos por la propia disciplina, como un conocimiento para mejorar las técnicas de
control y dominación social (Ib. Ídem: 204).

A diferencia de las perspectivas positivistas, Giddens rescata, para la teoría


sociológica, dos elementos insoslayables del discurso del sentido común: por un lado,

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los actores legos dotan de sentido a la sociedad a través de las interpretaciones y las
explicaciones que de ella se hacen, aunque, por supuesto, estos motivos o razones
sólo se expliciten por las personas de manera excepcional, bajo situaciones de
introspección o indagación externa por parte de sus semejantes; y por otro lado, la
relación entre el conocimiento científico y la doxa está muy lejos de seguir un sentido
meramente unidireccional, ya que existe un proceso de retroalimentación permanente
entre ambos niveles de interpretación de la vida social. Ni los científicos permanecen
ajenos a los sentidos que la doxa construye, ni tampoco el sentido común se
encuentra indiferente frente a los avances y descubrimientos de las diversas
disciplinas científicas. A este proceso circular de entrecruzamiento y yuxtaposición
entre órdenes discursivos Giddens lo llama: doble hermenéutica.

“La relación entre vocabularios técnicos de ciencia social y conceptos legos, sin
embargo, es cambiante: así como los científicos sociales adoptan términos
corrientes - “sentido”, “motivo”, “poder”, etc. – y los usan en acepciones
especializadas, también los actores legos tienden a apoderarse de conceptos y
teorías de las ciencias sociales y a integrarlos como elementos constitutivos en
la racionalización de su propia conducta” (Giddens, 2012: 203)

Este concepto de doble interpretación es fundamental en la definición de las


nuevas reglas sociológicas que el autor intenta fundar, ya que “la sociología no se
ocupa de un universo “pre-dado” de objetos, sino de un objeto que está constituido o
es producido por los quehaceres activos de los sujetos” (Giddens, 2012: 204 [con
cursivas en el original]). En otras palabras, las personas crean y transforman con sus
acciones el mundo en el que viven, y esto ocurre porque la sociedad no se encuentra
“biológicamente programada”, sino que es el resultado de la misma interacción entre
los individuos, que intentan a su vez, dotar de sentido a esa realidad que van creando
colectivamente. Si esto es así, la sociología está obligada a recuperar de manera
crítica los enunciados del sentido común, ya que: “el observador sociológico no puede
volver asequible la vida social como un fenómeno para la observación si no toma su
saber sobre ella como un recurso por el cual la constituye como un «tema de
investigación»” (Ib. Ídem: 206 [con cursivas en el original]).

Por último, y cerrando la idea de círculo hermenéutico que Giddens propone


con su hermenéutica doble: la tarea de la sociología es recuperar los marcos de
sentido que los actores legos construyen sobre su propia realidad cotidiana, y
reinterpretarlos – por eso el proceso de hermeneusis es doble – dentro de lenguaje
técnico específico de la ciencia social. Ahora bien, Giddens advierte, este proceso no
es para nada sencillo, porque como ya aclaramos anteriormente, existe un
permanente imbricamiento entre ambos niveles discursivos.

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Bibliografía complementaria: recomendamos especialmente el breve libro de
Anthony Giddens “Las nuevas reglas del método sociológico” (2012). En su
conclusión, el autor realiza una interesante síntesis de los principales
postulados de su teoría de la estructuración. No obstante, para una lectura
más pormenorizada de esta perspectiva, sugerimos también: “La constitución
de la sociedad. Bases para una teoría de la estructuración” (2011)

3.3 LA TEORÍA DE LOS CAMPOS SOCIALES

Como sostiene el autor Philippe Corcuff, Bourdieu ha sido sin duda uno de los
grandes sociólogos de la escena internacional de la segunda mitad de siglo XX, y esto
se debe a varios motivos: primero, porque supo combinar con originalidad el
pensamiento de los tres clásicos de la sociología, elaborando su propia teoría
sociológica a partir de una lectura crítica de Marx, Durkheim y Weber; segundo, y a
diferencia de Giddens, porque desarrolló durante toda su carrera intelectual un
incesante y variado trabajo de campo sobre el cual sustentaba sus reflexiones y
aportes teóricos; y por último, porque su constructivismo estructuralista supo sintetizar
y sistematizar los aportes más valiosos de la disciplina, en el marco de un nuevo
corpus teórico/práctico para el abordaje de la realidad sociocultural (Corcuff: 2013).

Al igual que Giddens, Bourdieu también está interesado en recuperar los


valiosos aportes de la sociología clásica, aunque evitando caer en las estériles
disputas entre corrientes y escuelas sociológicas. La teoría de los campos, es
precisamente un intento de conjugar lo subjetivo con lo objetivo, de religar las
estructuras con los individuos, en última instancia, de aunar lo dado con lo construido.
En palabras de Bourdieu:

“Con “estructuralismo” o “estructuralista” pretendo decir que en el mundo social


mismo existen […] estructuras independientes de la conciencia y de la voluntad
de los agentes, las cuales son capaces de orientar o de restringir prácticas o
representaciones de ellos. Con “constructivismo”, pretendo decir que hay una
génesis social de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que
son constitutivos de lo que denomino habitus y, por otra parte, la hay de las
estructuras sociales, y en especial de lo que denomino campos” (Bourdieu: 1987,
citado en Corcuff, 2013: 41 [las cursivas son nuestras])

En esta frase, un tanto extensa pero interesantísima para desmenuzar


pausadamente, Bourdieu no sólo explica el objetivo epistémico-metodológico de su
obra, sino que además anticipa dos de los conceptos fundamentales de su producción
teórica: las nociones de habitus y de campo social que intentaremos desarrollar en
este acápite.

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En Bourdieu, teoría y práctica constituyen un único momento – indistinguible –
dentro del proceso investigativo del sociólogo. En contra, tanto de las corrientes más
empíricistas, que tienden, mediante una suerte de sacralización del método, a creer
que los hechos observados hablan por sí solos, sin necesidad de ninguna reflexión de
orden teórica, pero también muy duro respecto al teoricismo abstracto que se resiste a
indagar en los hechos de la realidad social; Bourdieu, planteará una ciencia social
total, donde “toda operación empírica implica elecciones teóricas conscientes o
inconscientes […] mientras que la más abstracta de las dificultades conceptuales no
puede ser completamente resuelta sino por medio de una confrontación sistemática
con la realidad empírica” (Gutierrez, 2012: 23). Tanto las grandes teorías como el
empirismo abstracto (aquí se toman prestado dos términos utilizados por el autor
norteamericano Charles W. Mills, 2010), cometen dos graves errores que las terminan
alejando del camino de la investigación sociológica: las primeras caen en lo que
Bourdieu llama sociologías espontáneas, y que se orientan a subordinar toda la
construcción del conocimiento a una mera cuestión de obtención y comprobación de
datos, las segundas, en cambio, quedan atrapadas en lo que el autor francés llama
ensayismo o profetismo sociológico, es decir, ejercicios de pura especulación teórica
sin ningún tipo de fundamentación en la realidad empírica.

Al igual que Giddens, Bourdieu entiende que la familiaridad que el sociólogo


tiene con el universo social constituye el “obstáculo epistemológico por excelencia”, y
frente a esto el autor insiste en la necesidad de que el investigador lleve adelante una
constante vigilancia epistemológica, que permita distinguir entre la -ya de por sí difusa-
separación entre sentido común y discurso científico. Al verse frente a un objeto que
habla, es decir, que elabora sus propias interpretaciones sobre la realidad, el sociólogo
puede equivocarse y sustituir las prenociones de los agentes por conclusiones
científicas falsamente objetivas. Por eso en Bourdieu, ruptura, construcción y prueba
de los hechos, son tres momentos lógicos (aunque no necesariamente cronológicos)
indispensables de toda investigación social seria.

Respecto al primer dilema sociológico, Alicia Gutierrez, importante


comentarista argentina de las obras de Bourdieu, sostiene en relación a la postura del
autor: “la sola descripción de las condiciones objetivas no logra explicar totalmente el
condicionamiento social de las prácticas: es importante también rescatar al agente
social que produce las prácticas y a su proceso de producción” (Gutierrez, 2012: 25).
Pero cuidado, se rescata al agente en tanto actor socializado, que ha in-corporado
(hecho cuerpo) las estructuras sociales externas, o lo social hecho cosas, en su propia
subjetividad, que no es otra cosa que la estructura social internalizada por el agente en
su proceso de socialización. Es por esto que Bourdieu dirá que las estructuras sociales
tienen una doble existencia, y aunque en un primer momento esto nos puede
fácilmente confundir con el concepto de dualidad de la estructura de Giddens, veremos
que, aunque comparten ciertos criterios, están muy lejos de ser posturas idénticas.

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Para Bourdieu, a diferencia de Giddens, si existe un momento objetivo de la
estructura, expresado en el sistema de relaciones y posiciones sociales desde los
cuales los individuos despliegan su acción; aunque, este momento, debe ser
complementado con el análisis de como esas estructuras son internalizadas por los
sujetos, es decir, el sociólogo debe también prestar atención a las percepciones que
las personas se hacen sobre esa estructura, y que se encuentran a la vez
condicionadas por la posición que estas ocupan en esa misma estructura.

Bibliografía Complementaria: para iniciar en la lectura de Pierre Bourdieu lo


mejor es empezar por sus libros de conferencias, como por ejemplo “Capital
cultural, escuela y espacio social” (2008); o por los libros de sus
comentaristas. En español, Alicia Gutierrez es una de las más claras y
pedagógicas: “Las prácticas sociales. Una introducción a Pierre Bourdieu”
(2012)

Las estructuras externas se manifiestan a través del concepto de campo


social, o como lo definen Chauviré y Fontaine “espacios estructurados de posiciones”
(2008: 15). Sin embargo, los campos no son estructuras estáticas, por el contrario, son
espacios dinámicos y conflictivos, donde los agentes desarrollan determinadas
estrategias con el fin de imponer – al resto de los participantes - sus propios criterios
de organización y funcionamiento del campo. Al igual que Max Weber, Bourdieu
comparte la idea de una modernidad con “esferas” sociales relativamente
autonomizadas, proceso ocasionado, principalmente, por el avance de la
secularización en la vida social. Esta dispersión de ámbitos de la vida social, que antes
se encontraban aglutinados por la preeminencia de las ideas y las instituciones
religiosas sobre las prácticas sociales, tiene como principal consecuencia la
consolidación de una independencia relativa en la definición de las reglas de
funcionamiento de cada una de estas esferas. Así, en las sociedades modernas,
existen campos diferenciados en la economía, la política, los bienes de salvación, la
educación, el arte, la ciencia, etc.

Esta autonomía – siempre relativa – entre campos, está definida por la


especificidad de aquello que se pone en juego en cada espacio de relaciones, es
decir, por el capital específico que los agentes intentan poseer, invertir y acumular.
Cada campo tiene un contenido sincrónico que lo caracteriza, esto es, un sistema de
relaciones, posiciones y capitales, estructurados de una manera determinada en un
momento histórico determinado; pero a la vez, los campos también se definen por su
historia, o su contenido diacrónico, que tiene que ver con la forma en que ese conjunto
de relaciones, posiciones y capitales, han ido transformándose a lo largo de la
existencia de dicho campo. Aquí, y de forma magistral, Bourdieu logra sistematizar
algunas de las principales tensiones ocasionadas en torno al segundo dilema

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sociológico: el del consenso vs el conflicto. Para el sociólogo francés, consenso y
conflicto son dos momentos indistinguibles del proceso de conformación y
reproducción de los campos sociales, ya que el campo, en tanto sistema de
relaciones, está configurado y atravesado por las distintas disputas que se desarrollan
entre los agentes miembros, pero, y al mismo tiempo, en tanto estructura objetiva, el
campo es el resultado – siempre provisorio – de los intereses y las definiciones que los
agentes van consensuando como resultado de cada una de esas disputas. El campo
es un espacio relacional, y como tal, involucra acuerdos y tensiones, consensos y
conflictos.

Cada campo, al definir aquello que se encuentra en juego (enjeu), despierta un


interés específico en los agentes (illusio), que los lleva a involucrarse en el juego que
allí se está desarrollando, por más que los mismos agentes nieguen o renieguen de
este interés. Ahora bien, y a diferencia de Marx, para Bourdieu la illusio puede estar
referida a cuestiones no estrictamente económicas. De la misma manera que Weber,
quien admite la posibilidad de jerarquizar las distintas posiciones sociales (véase la
teoría de la estratificación de Weber en el capítulo V) en torno a bienes y recursos no
exclusivamente económicos, también Bourdieu defiende una concepción no-
economicista de la estructura social. En otras palabras, que los campos tengan una
autonomía relativa, se explica en gran parte gracias a la posibilidad de que otros tipos
de capitales se pongan en juego al interior de las disputas y los acuerdos entre
agentes. Sencillamente, la no preeminencia del capital económico permite que el
campo artístico se estructure en base a la disputa por un capital específico: el capital
artístico; o que el campo de las relaciones políticas lo haga en torno a capitales no
estrictamente subordinados a lo económico: como lo son el capital social y el capital
político.

En cada uno de estos campos, el capital específico que allí se pone en juego
despierta interés en los agentes, ya que para ellos es importante y tiene sentido
participar de esa disputa, en la que invierten y arriesgan estrategias con el fin de
obtener beneficios. Los agentes “creen en el valor de lo que allí está en juego (…)
aunque esta creencia no sea una creencia explícita o voluntaria, producto de una
elección deliberada del individuo, sino una adhesión inmediata, una sumisión dóxica al
mundo y a las exhortaciones de ese mundo” (Bourdieu, 2010: 13), esto quiere decir
que los agentes aprenden de manera intuitiva las reglas de juego del campo en
cuestión, incorporándolas mediante el mismo proceso de interacción y socialización
que se genera al interior de este espacio relacional. A este proceso de aprendizaje, o
de construcción de las estructuras sociales internalizadas, Bourdieu lo llama principio
de generación y de percepción de las prácticas, o más sencillamente: habitus.

El concepto de habitus es el que más nos interesa aquí, ya que en esta noción
Bourdieu realiza una verdadera teoría original de la vinculación entre las estructuras
objetivas y las estructuras subjetivas de la realidad social. El habitus es un conjunto de

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disposiciones duraderas: es una forma de actuar, de sentir y de valorar la realidad
social de determinada manera (antes que de otras). Es decir, nos provee de esquemas
de clasificación y de percepción que se encuentran en estrecha relación con las
formas que el orden social presenta. El habitus es la interiorización de ese orden
social, y como tal se puede rastrear tanto en las capacidades cognitivas y las
estructuras mentales de los sujetos como en los gestos, en las posturas y hasta en la
misma corporalidad de los agentes. El habitus permite el desarrollo de un sentido
práctico en los agentes, que economiza nuestras prácticas sociales, al actuar en
nosotros como una suerte de segunda naturaleza, que a su vez se manifiesta ante
nosotros como algo dado y natural¸ pero que en realidad es el producto de
arbitrariedades culturales construidas histórica y socialmente.

El habitus es tan fuerte, e inmediato en sus respuestas, que una vez adquirido,
al propio agente le parecerá que siempre ha estado allí, incluso al punto de creer que
es algo innato a su propia persona. El habitus, en este sentido, construye una relación
corporal del agente con el mundo, que no es para nada infalible, ni puede anticipar
todas las acciones del campo, pero si otorga cierta naturalidad, desenvoltura y hasta
destreza, allí donde el agente ha incorporado estas reglas intuitivas de juego. Bourdieu
llama a esto a sense of one´s place, o la capacidad del agente de percibir el sentido de
su propio lugar en el espacio social y, por lo tanto, de distinguir su lugar respecto al de
otros.

En palabras del propio Bourdieu, los habitus serían:

“Estructuras estructuradas, principios generadores de prácticas distintas y


distintivas – por ejemplo, lo que el obrero come y sobre todo su manera de
comerlo, el deporte que practica y su manera de practicarlo, sus opiniones
políticas y su manera de expresarlas difieren sistemáticamente del consumo o de
las actividades correspondientes del industrial – los habitus son también
estructuras estructurantes, esquemas clasificatorios, principios de clasificación,
principios de visión y de división, de gustos, diferentes. Producen diferencias,
operan distinciones entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que está
bien y lo que está mal, entre lo que es distinguido y lo que es vulgar, etc. Así, por
ejemplo, el mismo comportamiento o el mismo bien puede parecer distinguido a
uno, pretencioso a otro, vulgar a un tercero.” (Bourdieu, 2008: 32)

No obstante, y algo fundamental para comprender el alcance profundamente


político de la obra de Bourdieu, es el hecho de que los habitus, en tanto expresión
constructiva de las posiciones sociales objetivas desde las cuales se construye la
realidad misma de los agentes, no son solo recursos inocuos para el desarrollo de la
vida cotidiana de estos, ya que, en la medida que rutinizan prácticas sociales, se
constituyen en verdaderos elementos de legitimación de la dominación y la
naturalización de la subordinación de unos sectores sobre otros. Bourdieu, dedicó toda
su vida intelectual a tratar de dilucidar los sutiles (y a veces no tan sutiles)

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mecanismos mediante los cuales se garantizaba, en términos de re-producción social,
la continuidad de la sociedad y de sus relaciones de poder o, dicho de otra manera, la
continuidad del status quo vigente.

Quizá sea productivo utilizar aquí un ejemplo que el propio Bourdieu solía
relatar de sus experiencias de campo. Cuando se indagaba en distintos sectores
sociales sobre los motivos, qué para cada uno de estos, explicaban el éxito o el
fracaso de los estudiantes universitarios, los grupos con menor posesión de capitales,
tendían a vincular directamente las trayectorias educativas a cuestiones de talento o
de capacidades intelectuales diferenciales. Es decir, las respuestas eran una marcada
prueba de como el habitus de los sectores más humildes, legitimaba las diferencias
sociales en los desempeños académicos, a partir de la naturalización de diferencias de
carácter personal. Sencillamente, aquí el habitus implica la adhesión voluntaria a un
orden social desigual, pero que es interpretado por los propios agentes como algo
natural. Por eso Bourdieu hará un fuerte hincapié en el concepto de violencia
simbólica, o la legitimación de una “relación de dominación inscripta en una
naturaleza biológica, que es, al mismo tiempo una construcción social naturalizada”
(Chauviré y Fontaine, 2008: 44). Para el autor, al igual que para Max Weber, no es
posible la dominación como práctica social, sino existe una sumisión dóxica por parte
de los dominados hacia los dominantes. Esto, que en Weber hace a la diferencia entre
poder y dominación, tiene que ver con la capacidad de asumir la relación de
obediencia como algo determinado en el orden de las cosas y, por lo tanto, algo que
no se cuestiona y ocurre de manera - casi siempre - inconsciente.

Para terminar, Bourdieu fue un agudo crítico de la dominación, sobre todo, en


sus aspectos más invisibles y subterráneos: sus formas simbolizadas. Nuestras
sociedades, y la reproducción de estas, se encuentran atravesadas por este tipo de
construcciones naturalizadas. La violencia de género, la racialización de las
problemáticas sociales, los contrastes étnicos y religiosos, entre otros, se construyen
en base a estos procesos de biologización (el concepto no es de Bourdieu) de las
diferencias sociales, e instalan, en los habitus de los agentes, verdaderos esquemas
de violencia que orientan las relaciones con otras personas. Frente a esto, Bourdieu
ha sido un activo militante en contra de las miserias del mundo y a favor de la
emancipación de los oprimidos.

Siempre resulta interesante ver y escuchar a los propios autores comentando sus teorías,
recomendamos el presente video de Bourdieu explicando (subtitulado en español) el origen de
su concepto de capital cultural:

Link del video: https://www.youtube.com/watch?v=cJ4ru3tOEFM

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Actividad sugerida: en un cuadro de doble entrada intente establecer las diferencias
y las similitudes entre ambos autores (conceptos, metodología, perspectiva frente a
los dilemas teóricos) esto permitirá afinar la precisión de los conceptos trabajados.
No dude en utilizar la bibliografía complementaria recomendada anteriormente.

Para trabajar y reflexionar en grupo: luego de realizada la actividad anterior, debata en


grupo las posturas de cada autor respecto a los dilemas sociológicos. ¿Conoce otros
autores de la ciencia social?, ¿qué perspectiva considera que podrían tener frente a estos
dilemas?

3.4 CRITICAS A ESTAS PERSPECTIVAS

En Bourdieu, más allá de los intentos del propio autor por rescatar el aspecto
interactivo y constructivo de las relaciones sociales, hay una clara primacía de lo
objetivo (lo estructural de las posiciones y los capitales), sobre los subjetivo (las
disposiciones enmarcadas en el habitus). Al igual que el concepto de ideología en
Marx, para Bourdieu, también existe una suerte de dicotomía entre lo que la realidad
es (a partir de su expresión objetiva en las estructuras sociales), y lo que la realidad es
en tanto disposición práctica (habitus) para los agentes. Como sostiene Corcuff, en
esta distinción, la dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo de la realidad social, queda
trunca, ya que se le otorga primacía a uno de los momentos por sobre el otro (2013:
50). Es decir, en principio, la teoría de Bourdieu no admitiría la posibilidad de
realidades múltiples coexistiendo en el espacio social, o dicho en términos de Giddens,
de diversas lógicas discursivas de la acción. De manera similar a Marx, la sociología
de los campos tiende a abordar los habitus como si se trataran de una suerte de falsa
consciencia, o de velos, que impedirían a los agentes ver el sustrato objetivo (y
verdadero) de la realidad social.

Existe, por otro lado, una crítica bastante fuerte en la academia, a la sociología
de la cultura de Bourdieu, y sobre todo a su manera de concebir la cultura popular. Y
es que, en las obras de Bourdieu se suele estudiar la cultura popular en estrecha
relación a las construcciones culturales dominantes, es decir, en términos de violencia
simbólica de una clase sobre otra. Lo que impediría reconocer, por un lado, la
complejidad de las prácticas culturales populares en toda su dimensión, y por el otro,
su ambivalencia, propia de todo fenómeno cultural, y la relativa autonomía de sus
simbolizaciones en relación a los criterios culturales dominantes. En este sentido, el
capital cultural como concepto explicativo, tiende a cierta perspectiva legitimista del
status quo, en la medida que entiende a la falta de estos recursos culturales como
desventajas o limitaciones dentro del campo social.

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Algunos continuadores de la obra de Bourdieu, entre los que se encuentran
algunos de sus discípulos y colaboradores, han abogado por dotar a la teoría de los
campos de mayor flexibilidad, sobre todo en su concepto más importante: la categoría
de habitus. Para esto, se enfocaron en investigar la plasticidad de los habitus frente a
diversas circunstancias de la cotidianeidad, y la posibilidad de que estas disposiciones
se abran y se cierren frente a determinadas formas de reflexividad, incluso en las
situaciones más rutinarias y automatizadas. En esta dirección, autores franceses como
Lahire o Faure han intentado fortalecer una teoría de la acción social que, dentro de la
sociología de los campos sociales, por momentos queda bastante desplazada frente a
la dimensión objetiva de las posiciones y los capitales sociales.

Por último, y desde un enfoque materialista, no han sido pocas las críticas a la
hipótesis de la autonomía de los campos sociales. En primer lugar, frente a estas
lecturas, es preciso recordar que Bourdieu mismo siempre insistía en el carácter
limitado de esta autonomía, relativizando aquello que Max Weber había teorizado
como la independización de las lógicas de las distintas esferas sociales
(fundamentalmente respecto a la esfera religiosa, fenómeno que se desencadena a
partir del proceso de racionalización y secularización de las prácticas sociales, propio
de la modernidad europea). En segundo lugar, también es necesario reconocer que el
propio Bourdieu era bastante cauteloso, y sobre todo en sus últimas obras, respecto al
grado de autonomía que los campos lograban desplegar en la práctica, sobre todo si
se tenía en cuenta la poderosa influencia y permeabilidad del mercado y la lógica
capitalista sobre otras actividades de la vida social. Aun así, su enfoque culturalista,
permite hasta el día de hoy, identificar el carácter complejo y multidimensional de las
prácticas sociales, carácter que sin duda los conceptos de habitus y capital cultural
han ayudado a dilucidar.

La sociología de Giddens, aunque mucho más analítica y teorética que la de


Bourdieu, ha sido, sin embargo, fundamental en la formación de muchos y muchas
sociólogas a lo largo de las últimas décadas. A diferencia de Bourdieu, Giddens no nos
propone nada parecido a la vigilancia epistemológica, ya que, en su perspectiva de la
estructuración social, no habría una distinción rotunda entre el conocimiento científico
y la lógica del sentido común. De hecho, su concepto de círculo hermenéutico, abre la
posibilidad de abordar la relación entre ciencia y sociedad como parte de un proceso
ininterrumpido de interpretaciones que se retroalimentan. Y es que, como bien sugiere
Corcuff (2013: 52) no existe un corte claro entre doxa y episteme en la teoría de la
estructuración, lo cual constituye sin duda un problema de orden epistemológico, y por
lo tanto metodológico, a la hora de demarcar un objeto de estudio para la disciplina.

Otra crítica plausible, es la que el propio Giddens realiza a lo que él mismo


llama las sociologías comprensivas, y que bien puede aplicarse también a su propia
obra. Para el autor, las teorías que tienen al sentido social de la acción como objeto de
estudio, tienden a soslayar el carácter histórico y contextual en el cual se desarrolla

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dicha acción. Esto, tiende a fortalecer ciertas perspectivas voluntaristas de la acción,
en el sentido que las prácticas sociales parecieran no estar supeditadas a ningún tipo
de condicionamiento social, institucional o económico, y sólo se explicarían por los
límites mismos de las estrategias que los sujetos pueden desarrollar en función a
otros. Esta que ha sido, sin duda, uno de los puntos flacos de las perspectivas
interaccionistas, es por momentos un punto débil también en la teoría del propio
Giddens, que tiende a priorizar las intencionalidades de los actores sociales por sobre
las determinaciones de la estructura sociohistórica.

El siguiente pasaje de Corcuff, ayuda a comprender otra de las críticas posibles


al teoricismo, por momentos un tanto abstracto, de la obra de Giddens:

“Así, se emprendió con Giddens una tentativa teórica original por desplazar los
dualismos clásicos de las ciencias sociales, pero con resultados mitigados. En
una ciencia teórico-empírica como la sociología, sin lugar a duda los problemas
planteados no pueden esclarecerse de modo exclusivamente teórico. Esto da a
la sociología de la estructuración de Giddens sus “aires” de catedral teórica, de la
cual solo algunos conceptos parecen empíricamente operativos.” (2013: 65)

Ahora bien, más allá de estas, y otras críticas puntuales que por cuestión de
espacio hemos decidido omitir, las perspectivas de síntesis sociológica, han sido
fundamentales para cuestionar la futilidad de muchas discusiones académicas
vinculadas a aspectos epistemológicos y metodológicos. En el fondo, tanto la teoría de
la estructuración como la teoría de los campos, nos muestran que es posible poner a
dialogar escuelas de la teoría social que hasta ese entonces se tenían como
antagónicas e irreconciliables. Sirva entonces, la experiencia de estos autores y sus
obras, para avanzar en intentos de sistematización de la ciencia social – y las
contribuciones de sus diversas disciplinas – que lejos de enfrascarse en debates
intrincados y muchas veces estériles, apunten a resolver los problemas reales de un
mundo urgente.

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BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA EN ESTE CAPÍTULO

 Bourdieu, Pierre (2012) Capital cultural, escuela y espacio social. Siglo XXI.
Bs. As.
 Bourdieu, Pierre (2007) El sentido práctico. Siglo XXI. Bs. As.
 Bourdieu, Pierre (2010) El sentido social del gusto. Elementos para una
sociología de la cultura. Siglo XXI. Bs. As.
 Bourdieu Pierre (2011) Las estrategias de la reproducción social. Siglo XXI,
Bs. As.
 Bourdieu, Pierre; Chamboredon, Jean-Claude y Passeron, Jean-Claude
(2011) El oficio del sociólogo. Presupuestos epistemológicos. Siglo XXI. Bs.
As.
 Chauviré, Christiane y Fontaine, Olivier (2008) El vocabulario de Bourdieu.
Atuel. Bs. As.
 Corcuff, Philippe (2013) Las nuevas sociologías. Principales corrientes y
debates, 1980 – 2010. Siglo XXI. Bs. As.
 Giddens, Anthony (2009) Sociología. Alianza, Madrid.
 Giddens, Anthony (2015) La constitución de la sociedad. Bases para la teoría
de la estructuración. Amorrortu. Bs. As.
 Giddens, Anthony (2019) Las nuevas reglas del método sociológico. Crítica
positiva de las sociologías comprensivas. Amorrortu. Bs. As.
 Gutierrez, Alicia (2012) Las prácticas sociales. Una introducción a Pierre
Bourdieu. Eduvim. Villa María – Córdoba.

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