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EL JUGLARÓN

León Felipe

***

PROLOGUILLO
a la primera edición

Estos cuentos del Juglarón fueron, primeramente,


arreglados y dramatizados para programas de un
cuarto de hora, en los comienzos de la televisión
mexicana. Me los encargó, mi fino amigo el productor
Lou Raley. Los hice con gusto. Como deporte y
divertimiento. Yo y mi mujer, que me ayudaba siempre
en las pequeñas y grandes aventuras, nos reíamos
mucho haciendo estas cosas intrascendentes en los
ratos de ocio y de lectura. Luego de aquellas
dramatizaciones que se perdieron y no sé cuántas
fueron, se salvaron estas ocho nada más. Yo las
organicé más tarde, ya muerta mi mujer, en una pieza
teatral, hilvanándolas en la figura socarrona y
marrullera de un viejo vagabundo y juglar...Y con el
titulo de El Juglarón se estrenó en el teatro Moderno
de la calle de Marsella, ya desaparecido. No tuvo
mucho éxito y yo no volví a hacer caso del tal
Juglarón. Creí que se me había perdido, como tantas
cosas que pierdo, y lo olvidé como tantas que olvido,
pero mi amigo, el actor Edmundo Barbero, que lo
guarda todo en un gran baúl que tiene de
prestidigitador conservaba el manuscrito del
traspunte. Este manuscrito ha servido para que mi
otro amigo, Adolfo Ballano, hiciese unas copias
benedictinas casi en papel de oro, y luego para que un
tercer amigo, Alejandro Finisterre, apoyándose en
una de estas copias, con su proverbial generosidad,
salvase, definitivamente en esta preciosa edición, de
la destrucción y del olvido al vagabundo y extraviado
Juglarón.
Tal vez no valga la pena todo este prolijo e ines-
perado salvamento, pero yo quiero dejar aquí con-
signada mi gratitud para estos buenos amigos que tan
desinteresadamente han cuidado de esta pobre cosa
que andaba por ahí, como anda el resto de mi
hacienda, desperdigada, desdeñada y casi perdida.

L. F.
México, febrero, 1961
EL JUGLARÓN
PARTE PRIMERA

EL PREGÓN

Es un personaje este JUGLARÓN, picaro, cínico y


burlón, romántico y sentimental a veces y hasta
amoroso y compasivo, como lo exija el comentario.
Lleva una enmarañada barba gris y va vestido,
como él mismo dirá, con las mallas de un trovador
medieval y calzado con las sandalias jónicas de un
rapsoda prehomérico. Se cubre la cabeza con un
sombrero de copa viejo y despeinado y porta, en
bandolera, un zurrón enorme de cuero. Tiene la
edad del tiempo.

Al levantarse el telón no hay nada en escena,


como en el primer dia del Génesis. La nebulosa...un
ciclorama gris y vacío. Fuera de escena se oye este
principio de pregón:

JUGLARÓN.
¡Cuentos!... ¡Sueños!...
Cuentos como sueños... y sueños como cuen-
tos. . .
(Entra el JUGLARÓN. Detrás de él seis DUENDE-
CILLOS vestidos de gris, como se puntualiza en
el texto, y que se quedan al fondo del
escenario. El JUGLARÓN sigue su pregón.)

Cuentos para despertar a la marmota y a los topos


y cuentos para dormir a la lechuza y al mochuelo,
cuentos para los niños y las mozas,
para las comadres y los viejos,
para el delfín y la infantina,
para los galeotes y los presos.
Cuentos de sobremesa,
de sacristía y de tinelo.
Cuentos de arcángeles y pólvora. . .
cuentos del cielo y del infierno.
Llevo en este zurrón
toda clase de cuentos. . .
Cuentos traducidos a un lenguaje infantil,
universal, teatral y poético.
Yo no hago más que darles vida,
dramática forma y movimiento,
para embutirlos en la escena,
para acomodarlos y meterlos
en este ciclorama, en esta concha vacía como el
mundo
antes del Génesis y el Verbo.
A veces los acorto, los alargo,
los cepillo y remiendo,
con las humildes y atrevidas
herramientas carpinteras de mi ingenio.
Traigo estos duendecillos conmigo. . .
—¡Saludad a los señores con respeto!—

(Los DUENDECILLOS se inclinan con una graciosa


reverencia.)
que podrán y quitarán los escenarios
rápidos y en silencio.
Llevan sordas sandalias de goma
y en los talones, como Hermes, unos pequeños
élitros.
Soy un personaje trashumante
equívoco...y sin tiempo. . .
Soy aquel viejo vendedor de sombras y de llanto
que ahora pregona cuentos. . .
Aquel juglarón soy de enigmas y acertijos
que ahora fabrica sueños. . .
Me durmieron con un cuento...y me despertaron con
un sueño.
La vida es un cuento. . .
que termina en un sueño.. .
La historia una serpiente que se muerde la fábula
y el poeta, el cronista de la realidad y del misterio.
Llevo estas mallas rojas y este jubón polícromo
como los trovadores del medievo,
pero calzo los pies con las sandalias jónicas
de los rapsodas pre-homéricos
y me cubro la cabeza con esta chistera despeinada,
que usan todavía en el mundo los prestidigitadores y
los académicos.
No tengo edad ni patria. En esta barba blanca y
negra
hay pelos de Adán, de Salomón y de Homero. . .
Pelos de algún pastor del Quijote
y pelos de Merlín y de Maese Pedro. . .
Pelos de las pelucas empolvadas del siglo deci-
moctavo
y de las melenas románticas del decimonoveno.. .
pelos de la barba de Tolstoi,
pelos del bigote de Balzac y de Galdós. . .
pelos del bisoñe de algunos escritores modernos
y pelos hospicianos y anónimos,
que no se sabe cuándo, cómo y por qué me salieron.
Cuentos para despertar a la marmota y a los topos
y cuentos para dormir a la lechuza y al mochuelo.
(Pausa.)
Y ahora que ya lo sabéis todo,
quién soy, de dónde salgo y qué pretendo. . .
cuál es mi mercancía
y qué es lo que pregono o lo que vendo. . .
Decidme...¿qué queréis?
¿Queréis un cuento trágico o burlesco?
¿Un cuento donde juegue la astucia
o el enredo?. . .
¿Un cuento de sorpresas
o de ingenio?...
¿Un cuento donde mande la acción
o donde mande el verbo?
¿Un cuento de amor que marche con un ritmo de
pavana
y termine en un dulce caramelo
o un cuento de pasiones primitivas
con un final bárbaro y sangriento?. . .
¿Un cuento de ¡Aleluya!...donde todos se salvan
o un cuento explosivo...¡Paf!...donde todos se
vayan al infierno?. . .
¿Qué queréis?...Decidme, ¿qué queréis?. . .
¿Qué cuento es vuestro cuento?. . .
(Pausa.)
Si no tenéis ninguna preferencia,
dejémoslo a la suerte: el que salga primero.

(Abre el zurrón, mete la mano y saca el rollo


grande de papel donde está escrito el nombre del
cuento; lo desenrolla y en grandes letras aparece
este título:)

"LA MORDIDA"
"LA MORDIDA"

PERSONAJES

JUGLARÓN PORTERO
SEGUNDO
SIMPLICIO EL REY
HOMBRE DEL GANSO
CONSEJERO
PORTERO PRIMERO EL
VERDUGO DUENDECILLOS

JUGLARÓN (A los duendecillos).


¡La Mordida, la Mordida, señores, se llama este
cuento…El escenario…rápido, rápido…
muchachos…ágiles como el viento)
(Los Duendecillos se mueven como hormigas y
arman el escenario en un santiamén. El pretil
donde se ensancha un camino. Abajo se supone el
valle. Allá lejos el palacio del Rey y en el cielo un
sol grande a la altura de las siete de la mañana.
Mientras arman este tinglado los
DUENDECILLOS, el JUGLARÓN le dice al
público:)
Éste es un cuento anónimo sin autor y sin
fecha. Viejo como el miedo. En él se dice que “La
Mordida”, que todos creíamos que era una
invención mexicana, es más antigua que la historia.
Nació en el tiempo oscuro y escondido en que aún
no se conocía el calendario y los relatos
comenzaban siempre como las parábolas: “Había
una vez…” “Por aquellos días…” “In illo
tempore…” Quiero decir que nació en la época de
Mari-Castaña. Mari-Castaña es una vieja
historiadora, a la que le han atribuido muchos
embustes y patrañas. Calumnias todo. Mari-castaña
es más veraz y respetable que la historia metódica.
Suya es esta sentencia:
Si atentamente miras
has de hallar en la vida atrocidades…
Las historias repletas de mentiras…
y las fábulas llenas de verdades…
Ella me ha contado este cuentecillo…Pero ya
está compuesto el escenario.
(Los duendecillos han desaparecido)
Éste es el camino que va hacia la aventura…
Allá abajo está el valle, y aquel palacio es el del
Rey. Son las siete de la mañana como lo marca el
sol, de un día poético del mundo en la línea jocosa
de cualquier meridiano de la tierra. Ya empieza la
música. Silencio. Aquí llega Simplicio. Va a
comenzar el cuento.
Aquí dentro está el sol.
El que acuesta a la luna
bajo una colcha de arrebol.
(Pasando de nuevo ante el HOMBRE DEL GANSO
le saluda con una graciosa reverencia.)
(Entra Simplicio con unos graciosos pasos de
ballet. Lleva una bolsa de monedas en la mano, que
hace sonar al ritmo de la música de fondo. Baila y
tararea esta copla: La canción de la Bolsa:)

SIMPLICIO:
Tin…Tirin…Tin…
Aquí dentro está el sol.
El que acuesta a la luna
bajo una colcha de arrebol.
(Entra EL HOMBRE DEL GANSO que marcha
hacia el mercado, con una cesta al brazo.
Asombrado se sienta en el pretil. Pausa.)
HOMBRE: ¿Quién es este loco? Parece un
duendecillo.
(SIMPLICIO pasa bailando junto al HOMBRE
DEL GANSO, agitando la bolsa y repitiendo su
canción:)
SIMPLICIO:
Tin…Tirin…Tin…
SIMPLICIO: Buenos días.
HOMBRE (Levantándose y volviéndole la
cortesía): Buenos días.
SIMPLICIO (Torna a cantar y bailar):
Tin…Tirin…Tin…
Aquí dentro está el sol.
El que acuesta a la luna
bajo una colcha de arrebol.
HOMBRE: ¿Qué ruido es ése?... ¿De dónde llega
esa argentina pastorela?
SIMPLICIO (Pasando en su danza junto al
HOMBRE DEL GANSO): Tin…rin…tin…rin…
¿Te gusta mi danza? (No deja de bailar.)
HOMBRE: Me gusta más tu canción.
SIMPLICIO: ¿Cuál canción? He cantado varias.
HOMBRE: La canción de tu bolsa.
(SIMPLICIO para de bailar y se acerca al
HOMBRE DEL GANSO con la bolsa en lo alto)
SIMPLICIO: Todo mi caudal. Ayer murió mi
padre, y mis hermanos me entregaron mi
hacienda…Aquí está…En esta bolsa pequeña de
estambre…Yo era el tonto de la casa…me llamaban
Simplicio…y un día mis hermanos me dijeron: Tú
no sabes más que bailar. Toma esta bolsa y vete a
buscar fortuna por el mundo…Y aquí estoy ahora,
bailando sobre la joroba de la tierra y bajo la
luciérnaga del sol…Tin…Tirín…Tin…
HOMBRE: ¿Y qué piensas hacer?
SIMPLICIO: Aspiro a ser juglar.
HOMBRE: No es mucho.
SIMPLICIO: O consejero del Rey.
HOMBRE: Demasiado…
SIMPLICIO: ¿Y tú quién eres?
HOMBRE: Un campesino que no sabe bailar ni
cantar.
SIMPLICIO: ¿Y qué sabes hacer?
HOMBRE: Sé ordeñar una cabra y una vaca…sé
cebar un ganso , hacer leche y foie-gras.
SIMPLICIO: ¿Qué llevas en tu cesta
HOMBRE: Nada para ti…Voy al mercado.
SIMPLICIO (Vuelve a cantar): Tin…Tirín…Tin…
HOMBRE: No es es un duende…es un simple…
(Reflexionando) Un simple y una bolsa…Así
empiezan los grande negocios del mundo. (Pausa)
Tengo un hermoso ganso aquí en mi cesta…Si
quieres te lo vendo (Saca un ganso y alzándolo con
la mano derecha) Es un soberbio ganso, digno de la
mesa de un príncipe…Cebado ha sido para el Rey.
SIMPLICIO (Tomando el ganso): Hermoso ganso,
en verdad es hermoso…¿Oh, pobre ganso muerto!
Podría hacerle una elegía:
“¡Oh pobre ganso muerto!”
Como todos los gansos de este mundo,
tiene un raquítico cerebro,
tu enjundia está en tu hígado
y en las curvas cebadas de tu cuerpo.
Suculento es tu ganso, te lo compro, te doy por él
mi bolsa…Aquí la tienes…
(Le entrega la bolsa al HOMBRE, le arrebata el
ganso y comienza a danzar con el ganso en los
brazos. Es la Danza del Ganso. La otra era la
Danza de la Bolsa. La música de fondo marcará la
diferencia de ritmos. SIMPLICIO mientras danza
tararea esta canción:)
Cua…cua…cua…
El higadito de este ganso
guarda un riquísimo foie-gras.
Cua…cua…cua
En las entrañas de este ganso
hay un diamante colosal.
¿Qué casa es aquella que se alza lejos, sobre el
cerro?
HOMBRE: El palacio del Rey.
SIMPLICIO: El palacio del Rey. Caminaré hacia
allá: Quiero regalarle mi hermoso ganso al Rey.
HOMBRE: Mezquino regalo para un rey.
SIMPLICIO: ¿No dijiste que lo habías cebado para
el Rey?
HOMBRE: Fue un modo de decir…para alabar la
mercancía…Ahora ya no me importa…Es un
ganso, uno de tantos gansos como hay en este
mundo.
SIMPLICIO: Yo te di por él toda mi hacienda.
HOMBRE: Necio fuiste.
SIMPLICIO: No. Que dentro de este ganso está
ahora mi fortuna. Buenos días, amigo. (Sale
cantando)
Cua…cua…cua.
En las entrañas de este ganso
hay un diamante colosal.
HOMBRE (Viéndolo alejarse): En verdad que es un
simple…Y de los simples vivimos los despiertos
(Se sienta en el pretil. Abre la bolsa y contando
avaramente las monedas dice.) ¡Uf1…¡Si hay más
de treinta onzas!
OSCURIDAD

ESCENARIO SEGUNDO

DECORADO
La puerta de entrada del palacio del Rey. Es una
puerta ojival con un gran aldabón. Los
DUENDECILLOS se han escapado de su
transformación.
(Entra SIMPLICIO danzando y cantando)
SIMPLICIO:
Cua…cua…cua
En las entrañas de este ganso
hay un diamante colosal.
Esta es la puerta del palacio del Rey…Y este
es el aldabón…Llamaré recio…Pon…pon…pon…
(Se abre la puerta y aparece el gran portero, el
PORTERO PRIMERO. Debe ser compendio de
todos los porteros, incluido San Pedro…ese portero
ducho en cobrar alcabalas.)
PORTERO PRIMERO: ¿Quién eres tú?
SIMPLICIO: Simplicio.
PORTERO PRIMERO: ¿Nada más?
SIMPLICIO: Simplicio, nada más.
PORTERO PRIMERO: ¿Y qué buscas aquí?
SIMPLICIO: Vengo a regalarle toda mi hacienda al
Rey.
PORTERO PRIMERO: ¿Y a cuánto monta tu
hacienda, rapaz?
SIMPLICIO: A este ganso tan sólo.
PORTERO PRIMERO: Poca cosa es un ganso.
SIMPLICIO: Tiene dentro un misterio que vale más
que el sol.
PORTERO PRIMERO:¿Qué misterio?
SIMPLICIO: Sólo puedo decírselo al Rey.
PORTERO PRIMERO (Tomando el ganso): Es un
hermoso ganso. (Devolviéndole el ganso). Mas, si
quieres que te deje pasar, tendrás que darme la
mitad.
SIMPLICIO: Y ¿cómo voy a darte la mitad del
ganso si ha de llegar entero al Rey?
PORTERO PRIMERO: Déjame que te explique. Tú
te llevas entero el ganso al Rey. El Rey, como es
costumbre, te dará una sustanciosa recompensa…
Pues bien, de esa sustanciosa recompensa tendrás
que darme la mitad…
SIMPLICIO: ¿La mitad?
PORTERO PRIMERO: ¡La mitad! ¿Convenido?
Simplicio: ¡Convenido!
PORTERO PRIMERO: Pasa entonces.
(Entra SIMPLICIO. La puerta queda medio
abierta. El PORTERO señalándole hacia la
izquierda:)
Sube aquella escalera. Cuando llegues arriba,
toma el corredor de la derecha y avanza hasta la
tercera puerta. Allí está el trono del Rey.
SIMPLICIO: Gracias. Eres un gran portero. Cuando
te mueras irás a ser ayudante de San Pedro.
PORTERO PRIMERO: No aspiro a tanto.
SIMPLICIO: Entonces el portero mayor del
Infierno.
PORTERO PRIMERO: No te olvides de lo
convenido.
SIMPLICIO: No me olvidaré.
PORTERO PRIMERO: ¡La mitad!
SIMPLICIO: La mitad.

OSCURIDAD

ESCENARIO TERCERO

DECORADO:
La puerta del trono. Hay un letrero que dice: “Esta
es la puerta del trono”. Custodiándola hay otro
portero, el PORTERO SEGUNDO: Llega
SIMPLICIO y lo saluda reverentemente.
SIMPLICIO: ¡Buenos días!
PORTERO SEGUNDO: ¿Qué buscas tú aquí?...
¿Qué desea el mocoso?
SIMPLICIO (Mostrando el ganso): Traigo este
ganso para el Rey.
PORTERO SEGUNDO (Tomando el ganso): Es un
soberbio ganso. Pesa lo menos doce libras.
SIMPLICIO: Digno de un Rey. Para el Rey fue
cebado. Así me lo dijo el mercader.
PORTERO SEGUNDO (Devolviéndole el ganso):
Mas, si quieres que te deje entrar al trono, a
regalarle el ganso al Rey, tienes que darme la mitad
de la recompensa que te otorgue.
SIMPLICIO: ¿La mitad?
PORTERO SEGUNDO: ¡La mitad! ¿Convenido?
SIMPLICIO: ¡Convenido1 ¿Tengo que firmarte
alguna cédula?
PORTERO SEGUNDO: No es necesario… Basta
con tu palabra. Entra. Allí está el Rey.
SIMPLICIO: ¿La mitad?
PORTERO SEGUNDO: La mitad.
(Entra SIMPLICIO por la puerta del trono)

OSCURIDAD

ESCENARIO CUARTO

DECORADO
(El trono. El REY está sentado en el sitial. A un
lado, el CONSEJERO, y al otro el VERDUGO)
(Entra SIMPLICIO y los dos PORTEROS, un poco
a hurtadillas, se colocan a cada lado de
SIMPLICIO)
SIMPLICIO (Frente al REY dice respetuosamente):
Señor…he comprado este ganso para nuestro
gracioso soberano.
(Uno de los dos PORTEROS se lo lleva al Rey, que
lo toma y lo ve con gran atención)
REY: Es un hermoso ganso.
SIMPLICIO: El que me lo vendió dijo que era un
ganso de príncipes, cebado para el Rey. Yo he dado
por él toda mi hacienda. Quise tener el honor y el
placer de regalárselo a nuestra ilustre Majestad…
REY: Eres un siervo atento…y te agradezco tu
regalo. (pausa)
SIMPLICIO: Señor…
REY: Pide lo que quieras y te lo otorgaré.
SIMPLICIO: Señor.
PORTERO PRIMERO (Susurrándole a la oreja):
Pide dos onzas de oro.
PORTERO SEGUNDO (Susurrándole a la oreja):
Pide dos diamantes.
SIMPLICIO: Señor…
REY: Vamos, di lo que quieras.
SIMPLICIO: Sólo quiero…que me den cien azotes.
REY: ¿Cien azotes?...Es un loco o un cínico juglar.
CONSEJERO: Tal vez un masoquista.
SIMPLICIO: Cien azotes, nada más.
REY: Pero…
SIMPLICIO: Señor, cien azotes quiero. Esa es mi
voluntad. Respetadla, Señor.
REY (dirigiéndose al VERDUGO): Bien, bien…
Señor verdugo. Aprestad vuestras correas y
empezad.
(El VERDUGO sacude sus disciplinas de cuero y
viene a tomar por el brazo a SIMPLICIO, pero éste
escurriéndose se acerca más al trono para
explicar)
SIMPLICIO: Antes quiero decir algo a vuestra
Majestad.
REY: ¡Habla!
SIMPLICIO: Tengo una deuda sagrada que antes de
que me azoten debo honradamente saldar.
REY: ¿Qué deuda?
SIMPLICIO: Este portero (señala al PORTERO
PRIMERO) para que a vuestro palacio me dejara
pasar, me exigió la mitad de la recompensa que me
dierais. Y este otro (por el PORTERO SEGUNDO)
para que hasta el trono me permitiese entrar me
exigió la otra mitad…La recompensa es de ellos
y yo no se la puedo negar.
Ahora en buena justicia decidle al verdugo
en qué nalgas debe los azotes descargar.
REY:
Agudo eres
y con tu ingenio agudo medrarás.
¿Cómo te llamas?
SIMPLICIO:
Simplicio me llaman mis hermanos,
y Simplicio, señor, me tendréis que llamar.
REY:
Simplicios como tú necesito en mi reino.
Desde hoy en adelante ….serás mi Consejero.
A estos que les den la recompensa que pidieron…
Y tú, Simplicio, amigo, tendrás que buscar otros
porteros.
SIMPLICIO (al público): ¿Y existirán en el mundo
unos porteros que no vivan de la alcabala
vergonzosa que en México llamamos “La
Mordida”?

OSCURIDAD
O
SEMIOSCURIDAD

(Los DUENDECILLOS retiran el trono)


(Los personajes desaparecen y el JUGLARÓN,
saliendo de sus sombras, dice:)
Y aquí terminó el cuento…
Pero no la mordida, ¡ay! Que es un vicio primario,
universal y eterno…
como los grandes vicios
y los grandes misterios.
(Pausa)
Ahora... volvamos al pozo inagotable del zurrón...
¿Probamos nuestra suerte de nuevo?
Vamos allá...¡Duendecillos atentos!
(Mete mano al zurrón y saca otro rollo. Lo senrolla
y lee:)

"EL ABAD DE SAN GAUDIÁN"

Pronto hormiguitas
laboriosas...construidme la casa de
este clérigo.

(Los DUENDECILLOS, afanosos, se dedican a pre-


parar el siguiente escenario.)
EL ABAD DE SAN GAUDIÁN

PERSONAJES:

JUGLARÓN JUAN QUINTO


ABAD DUENDECILLOS

DECORADO:

Una cama a la izquierda con su mesilla de no-


che, sobre la cual hay un quinqué medio encendido.
La percha al otro lado, de donde cuelga la sotana y
el bonete. Una ventana al fondo. Un arcan cerca de
la ventana. En primer término unas jaulas de
pájaros y al final de la pared, la puerta que lleva a
la sacristía.

(Mientras los DUENDECILLOS construyen el esce-


nario, el JUGLARÓN hablando con el público
dice:)
JUGLARÓN.
Este cuento me lo contó Don Ramón del Valle
Inclán. Es un cuento de atmósfera gallega. Yo he
cambiado un poco las líneas del relato...Irre-
verencias del Juglar...que Don Ramón, el más
atrevido de los gloriosos juglares célticos, prac-
ticaba con mucha donosura y desenfado. Os pre-
sentaré a los personajes. Son dos solamente. Éste
que ronca aquí, es el Abad de San Gaudián. Un
viejo ex-claustrado, gran latinista y buen teólogo.
Tiene fama de hombre adinerado y se le ve
algunas veces chalaneando por las ferias, caba-
llero en una yegua tordilla. Es brusco de maneras,
pero tiene un dulce corazón franciscano, que le
hace amar a los pájaros. Su casa está llena de
trinos. Vive solo en este caserón pegado a la igle-
sia y por esta puerta se va a la sacristía...Pero,
silencio...(Suena un reloj.)
Son las cuatro de la mañana.. . Ya cantan los
gallos y el abad se despierta.

(El ABAD se despabila y estira los brazos. Entra


la luna por la ventana abierta. Después de una
pausa el exclaustrado aviva el quinqué. Luego
dice:)
ABAD.
Ahora recuerdo que ayer se me fue el sacris-
tán...Tendré que levantarme a tocar las campanas
y encender los cirios para la misa de las
cinco...Antes haré mis rezos. (Toma el breviario
que está sobre la mesa de noche. Lo abre y
masculla:)
"Pater noster, qui es in caelis: sanctificétur no-men
tuum: advéniat regnum tuum fiat voluntas tua, sicut
in cáelo, et m térra. _Panem nostrum quotidianum da nobis
hídie: et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos
stris: Et ne nos indúcas in tentatiónem: sed libera
nos a malo. Amen " (Se santigua y empieza a rezar
el Ave María en latín, mientras por la ventana
abierta, iluminada por la luna, surge un brazo que
se agarra al alféizar, luego la cabeza roja y
desgreñada de un hombre con un gran cuchillo
entre los dientes.) "Ave María, grátia plena:
Dóminus tecum: benedicta tu in muliéribus...(El
ABAD ve de reojo al que entra por la ventana, sin
dejar de rezar.)
JUGLARÓN.
(Desde la sombra.)
Y éste es el otro personaje. Juan Quinto, el ban-
dolero...Aquí está, ahora iluminado por la luna,
con su enorme cuchillo entre los dientes, como
los bandidos.
ABAD.
".. .et benedictus fructus ventris tui Jesús. . ."
(JUAN QUINTO salta dentro de la alcoba y ya con
el cuchillo empuñado avanza hacia la cama don-
de el ABAD, muy sosegado, lo mira sin levantar
los ojos del breviario. Al fin dice:)
ABAD.
".. .Sancta María, Mater Dei, ora pro nobis. . ."
¿Qué mala idea traes rapaz? peccatóribus, nunc, et
in hora mortis nostra. Amén.. .
JUAN.
(Con el cuchillo en alto, junto a la cama.)
Entregúeme el dinero que tiene escondido, señor
Abad.
ABAD.
(Riendo jocundo.) ¡Tú eres Juan Quinto!
JUAN.
Pronto me ha conocido.
ABAD.
(En el mismo tono calmado.) Conozco todas tus
negras hazañas, bigardón...y eres tal como te
describe el terror de las comadres. Alto, fuerte,
cenceño...con la barba y la pelambrera cobrizas,
como Judas...Cuentan que eres muy
valiente...pero a mí me huele que no...que es más
el ruido que las nueces.
JUAN.
Traigo prisa, señor Abad...¡La bolsa o la vida!
ABAD.
(Santiguándose.)
¡Tú vienes trastornado!.. . ¿Cuántos vasos de
aguardiente apuraste, perdulario?.. . Sabía tu
mala conducta...aquí vienen muchos feligreses a
dolerse, pero ¡hombre! no me habían dicho que
fueses borracho.
JUAN.
(Con repentina violencia.)
Señor abad...rece el "Yo pecador". . .
ABAD.
Rézalo tú, que más falta te hace.
JUAN.
¡Que le siego la garganta!... ¡Que le pico la
lengua!
¡Que le como los hígados!
ABAD.
(Siempre sosegado y burlón.)
No seas bárbaro.. . ¿Qué provecho iba a hacerte
tanta carne cruda?

JUAN.
Fuera de burlas, señor abad... ¡La bolsa o la
vida!
ABAD.
Yo no tengo dinero.. . pero si lo tuviera, no iba
a ser para ti.. .
Anda a cavar la tierra!
JUAN.
(Levantando el cuchillo sobre la cabeza del
cura.) Señor abad, rece el "Yo pecador". . .
ABAD.
(Frunciendo el entrecejo.)
¡No me da la gana! Si estás borracho, vete a dor-
mirla...Y en lo sucesivo aprende que a mí se me
debe otro respeto por mis años y por mi dignidad
eclesiástica.
(JUAN QUINTO se calla por un momento y luego
murmura con una voz velada.)
JUAN.
¡Usted no sabe quién es Juan Quinto
ABAD.
(Mirándole de arriba a abajo con gran indul-
gencia.)
Mejor que tú lo sé, mal cristiano.
JUAN.
(Con rabia imponente.)
¡Un
león!
ABAD.
¡Un gato!.. . ¡Miaaauuuu.. .!
JUAN.
¡Los
dineros! ABAD.
¡No los
tengo! JUAN.
¡Que no me voy sin ellos!
ABAD.
Pues de huésped, no te recibo.
(Por la ventana raya el día, cantan los gallos
otra
vez. JUAN QUINTO mira a la redonda de la ancha
cámara y descubre el arcón...)
JUAN.
(A la vista del arcón.)
Me parece que ya di con el nido.
(Va hacia el arcón, lo abre y revuelve todo, arro-
jando al suelo algunas ropas.)
ABAD.
(Tosiendo.)
Malos vientos tienes.
(El ABAD se levanta por fin de la cama y comien-
za a vestirse rezando en latín.)
"Credo in Deum, Patreem omnipoténtem,
Creatórem caeli et terrae. Et in Jesum Christum,
Fí-lium ejus únicum, Dóminum nostrum; qui
con-céptus est de Spíritu Sancto, natus ex María
Vírgine. . .
(De tiempo en tiempo ve al parque, y mira de reojo
al bandolero que va de un lado para otro
cateando. ..)

"...passus sub Póntio Pilato, crucifixus, mor-tuus


et sepúltus; descéndit ad ínferos: tértia die
resurréxit a mórtuis; ascéndit ad cáelos, sedet ad
déxtram Dei Patris omnipoténtis: inde ventúrus
est judicáre vivos et mórtuos...(Ve hacer a JUAN
QUINTO y sonríe, mientras sigue sus rezos.)
"Credo in Spíritum Sanctum, sanctam Ecclésiam
cathólicam, Sanctórum Communiónem, remissió-
nem peccatórum, carnis resurrectiónem, vitam
aetérnam. Amén."
(Se santigua. Mira de reojo al intruso y sonríe
socarronamente. Murmura con voz grave y zum-
bona.)
¡Busca, busca!...No lo encuentro yo con el claro día
y vas a encontrarlo tú en las sombras. (Cuando
acaba de vestirse, después de ponerse la sotana y
bonete, viene al proscenio a dar de comer a los
pájaros. Quita de las jaulas los paños que las
cubren. El pueblo despierta. Entra el sol mañanero.
Mientras el ABAD platica con los pájaros.)

ABAD.
¡Hola, Sabañón!... ¡Pi-pi-pi-pi-ripi!... Buenos
días Don Clarín...¡Gayarrito!.. . (Luego,
volviéndose de pronto le grita al bandolero:)
Oye tú, rapaz...Tráeme ese breviario que está
sobre la mesilla de noche. ('JUAN QUINTO va a la
mesilla y busca.) Ese...ese libro negro.. . tráelo
acá.
(JUAN QUINTO llega hasta las jaulas con el libro
en las manos. El ABAD lo toma, luego le dice
con mucha indulgencia:)
Pero ¿quién te aconsejó para que tomases este
mal camino?... ¡Ponte a cavar la tierra!
JUAN.
Yo no nací para cavar la tierra.
ABAD.
Pues cómprate una cuerda y ahórcate...porque
para ladrón no sirves. . .
(Le quita el cuchillo, que es una navaja de mue-
lles, la cierra y se la guarda en el bolsillo de la
sotana.)
Pero mira... tal vez sirvas para sacristán... Se me
marchó ayer el que tenía...Ven conmigo...Me
ayudarás a misa y te enseñaré a limpiar el polvo
de los santos...Bien podrías, con el tiempo, llegar
a ser uno de ellos, y tal vez algún día vengas a
figurar en el martirologio...Tú has nacido para
que, por lo menos, te beatifiquen...Cosas más
raras se han visto...Ya que no has servido para
ser un gran ladrón, tal vez acabes siendo un santo
ejemplar... ¡San Juan Quinto!.. . Pues mira.. . no
suena mal.. . ¡San Juan
Quinto... ladrón y
mártir!...JUAN.
¿Se burla usted, señor Abad?
ABAD.
No me burlo... Vamos, vamos... (Echándole
amorosamente el brazo por los hombros.) Vamos
a la sacristía.
(Se van los dos por la puerta que conduce a la
iglesia.)

OSCURIDAD

(En el oscuro suenan las campanas llamando a


misa y los DUENDECILLOS se llevan los trastos y
dejan libre el escenario, apareciendo el JUGLARÓN
de las sombras riendo a carcajadas. Viene a sen-
tarse al remate del proscenio, con las piernas col-
gando. Reflector sobre el JUGLARÓN.)

JUGLARÓN.
¡Pobre Juan Quinto.. .! Vino a robar al Abad y
cayó como un ratón en la ratonera de la gracia
que el Dios Misericordioso le había colocado en
un rincón...Las crónicas galaicas y los ciegos
copleros que iban a Compostela, de camino en
mesón referían esta historia, con otro lenguaje y
atavío, como un milagro que ocurrió hace ya si-
glos en la Santa Abadía que todavía patrocina
San Gaudián. (Pausa.)Bueno.. . No hagamos
comentarios...Busquemos otro cuento.
(A ciegas busca en el zurrón y después de mucho
revolver saca otro ancho canuto que desenrolla
bajo la luz del reflector. Los DUENDECILLOS que ya
han dejado libre el ciclorama, vienen a colocarse
tras el JUGLARÓN, para leer el cuento que ha
salido. Todos leen y el PÚBLICO también:)

"LA PRIMERA CONFESIÓN"


LA PRIMERA CONFESIÓN

PERSONAJES:

JUGLARÓN RYAN
NORA, 11 años PENITENTE
JACKIE, 7 años SACERDOTE
ABUELA DUENDECILLOS

ESCENARIO PRIMERO
Una sala comedor con dos puertas, la de entrada a
la casa y la de la cocina. Una mesa y tres sillas en un
ángulo; en el opuesto otra mesita, con sus asientos;
sobre la mesita, un candelero con su correspondiente
vela. Mientras los DUENDECILLOS componen la escena,
habla el JUGLARÓN.
JUGLARÓN.
Es un cuento irlandés...Fue un juglar muy ingenioso,
un tal O'Connor, el que me contó este relato...El
azúcar del epílogo se la he añadido yo.. . Esto que
están componiendo los Duendecillos es el comedor
de la casa de un matrimonio que trabaja en las
oficinas del Gobierno. Son las doce del día, la hora
de almorzar en Dublín, pero el matrimonio no vendrá
a comer.
Sus dos hijos están ahora solos con la abuela. La
abuela es una vieja egoísta y sorda, grosera, aldeana y
sin urbanidad. Llegó del pueblo hace unos meses,
cuando murió su esposo, y no se apea ni de sus
costumbres, ni de sus maneras. Va siempre descalza.
Aquí viene, con una olla de papas entre las manos y
una botella de aguardiente bajo el brazo. La que está
sentada en la silla es Nora, su nieta. Y ese que se
revuelve debajo de la mesa con el cuchillo del pan en
la mano, para matar a su abuela, es Jackie...Vamos a
ver lo que pasa.
(Llega la ABUELA a la mesa, coloca la olla sobre el
mantel, bebe un trago de la botella y se la guarda.
Toma después unas papas con los dedos y comienza
a comérselas groseramente.)
NORA.
Abuelita preciosa...como he sido buena toda la
semana...me darás...¿Cuánto me darás?... Tres
peniques. . .
JACKIE.
¡Qué hipócritas son las mujeres!
ABUELA.
Tu virtud no vale más que un penique.
NORA.
Entonces la de Jackie.. .
ABUELA.
Jackie es un tizoncito del infierno.
JACKIE.
Guárdate tus peniques, vieja borracha...¡Borracha,
borracha, borracha!
NORA.
Ven a comer Jackie, y no gruñas.
JACKIE.
No tengo hambre. Hoy no ha hecho la comida mamá
y no pruebo el potaje de esa vieja. (Viendo los pies de
su abuela.) Anda descalza por la casa.. . y come con
los dedos...¡Cochina, cochina! ¡Vuélvete a tu
pueblo!.. . Tres meses llevas aquí, desde que murió
mi abuelito.. . No te quiero...No te quiero...y te voy a
matar con este cuchillo.. .
NORA.
Siéntate a la mesa aunque no tengas hambre.
(Mirando por debajo de la mesa, lo busca con el
brazo y quiere obligarlo a salir. Ahora lo tiene
cogido por la cabeza.)

JACKIE.
No me siento...No me siento...¡Suéltame!
(Y le lanza un derrote con el cuchillo.)
NORA.
Se lo diré a papá cuando venga a la noche, y te
dará una zurra como ayer.
JACKIE.
(Debajo de la mesa.)
Y todo por esta vieja... La odio, la odio, la
odio... Sí, sí...la mataré con este cuchillo.
NORA.
Recuerda que vas a hacer la primera comunión y
tendrás que confesarte de todos los pecados.
Ya está aquí la señora Ryan. ¿Te sabes la lección de
doctrina?
(Entra la señora RYAN, una beata antipática y
ridicula, tan vieja como la abuela. Capa negra y
sombrero grotesco.)
JACKIE.
La lección del infierno. No habla de otra cosa...es lo
único que conoce.
RYAN.
¿Dónde está el catecúmeno?
NORA.
Aquí lo tiene usted, debajo de la mesa...¡Cuidado que
tiene un cuchillo entre los dientes, como los piratas!
RYAN.
¡Sal de ahí, condenado, y ven a la lección! (Se sienta
en la mesilla que hay en el otro ángulo de la escena.
Saca unos libros y papeles de un gran bolsón y los
pone sobre la mesa. Llega el remolón JACKIE y se
pone frente a ella. Ahora la señora RYAN enciende
una vela que hay ahí junto y sacando una moneda de
plata de media corona la coloca sobre la mesa.
Luego dice:) Te doy esta media corona, si pones un
dedo, sólo un dedo, durante un minuto en esta llamita
tenebrosa.
(JACKIE mira confuso la moneda, la llama y a la
vieja. La señora RYAN le toma la mano y quiere
obligarlo. JACKIE se resiste.) ¡Ah, tienes miedo!
¿Tienes miedo de esta cande-lita y no te asusta el
torturarte vivo en el infierno por toda la eternidad?...
¿Y sabes tú lo que es la eternidad?... La vida de un
hombre no es más que una gota amarga, amarga en el
mar amargo, amargo de la eternidad, y esta llama,
una chispita sólo de la hoguera infinita y devoradora
de la eternidad.
(NORA ha venido a tomar parte en la lección y se
sienta junto a la profesora.)
NORA. Dígale usted ahora lo de aquel pecador que no
confesó su gran pecado.
RYAN.
A un sacerdote...yo le conocí, lo despertó una noche
un hombre, que a los pies de su cama, llorando
imploraba confesión. El cura, un poco asustado, le
dijo que aquella no era hora de confesarse. "Padre,
tengo un gran pecado que no quise confesar por
vergüenza y ahora me abrasa todo el cuerpo...
¡Óigame! Vengo de la hoguera infinita de la
eternidad." "Bien, déjame vestir", le dijo el
sacerdote... Y cuando volvió a ponerse la sotana no
encontró a nadie en la alcoba...Sólo sintió un olor
asfixiante de madera chamuscada.
JACKIE. ¿De madera
chamuscada?
RYAN.
Las manos de aquel pecador, al agarrarse a los
barrotes de la cama, habían dejado unas huellas rojas
y humeantes. Y todo, porque tuvo vergüenza de
confesar un solo pecado.
NORA.
Si tú no confiesas bien, mañana, tus tremendos e
innumerables pecados, vendrás un día de la eternidad
y nos quemarás todos los muebles de la casa.
RYAN.
' Para que no ocurra tal cosa, haz un buen examen de
conciencia. Sigue los mandamientos. No usar el
nombre de Dios en vano... Ya sabes...honrar padre y
madre. . .
JACKIE.
¿Va incluida la abuela en ese mandamiento?
RYAN.
¡También!

(El niño mira a su abuela con rencor. La ABUELA


sigue comiendo en la otra mesa las papas con las
manos.)

Y mañana, sábado, a las tres de la tarde irás a la


capilla a confesarte, acompañado de tu hermana.

OSCURIDAD

ESCENARIO SEGUNDO
La capilla. Telón frontal, con un confesionario
practicable, según marcan las acotaciones. Arriba, una
ventana ojival policromada. A la derecha del
confesionario, un banco. Al otro lado, algo distante,
una puerta que conduce a un jardín lleno de flores y de
luz, que contrasta con la oscuridad de la capilla.
Adosado a la pared de la capilla, un banco de piedra.
Entra NORA por la derecha llevando a su hermanito de
la mano. Lo trae a remolque. El chico se resiste a
avanzar.
NORA.
Me llenas de congoja...Piensa en tus pecados...No te
olvides de confesar aquella patada que le diste a la
abuela en la espinilla.
JACKIE. (Enojado.) ¡Déjame!.. . ¡No quiero
confesarme!
NORA.
Te condenarás por toda la eternidad. Recuerda que
ayer quisiste matarme con el cuchillo del pan, debajo
de la mesa...Cuéntale las palabrotas que me dices...Si
no lo confiesas todo, irás al infierno por toda la
eternidad.
JACKIE.
¡Suéltame!. . .
(Le muerde la mano.)
NORA.
Bueno...Ahí te dejo, salvaje. (NORA se arrodilla un
poco separada de él, esperando su turno. El lado
izquierdo del confesionario es para las mujeres, y el
otro, donde ha quedado JACKIE, es para los hombres.
JACKIE, sentado en el banco, mira a su hermana
arrodillada, con los ojos bajos, la cabeza doblada
sobre el pecho y las manos juntas descansando sobre
el estómago.)
JACKIE.
(Observando a su hermana.) Parece una santa...¡Qué
hipócrita!...¡Mentira, mentida toda tu devoción! ¡Eres
un demonio que no hace más que atormentarme!
(NORA se levanta y va hacia el lado izquierdo del
confesionario. Un hombre se arrodilla ahora en el
lugar que ha dejado NORA. Comienza a rezar
cruzando los brazos, volviendo los ojos al cielo y
dándose golpes de pecho, compungido y contrito.)
JACKIE.
(Viendo al hombre.)
Este hombre debe tener también abuela...Sólo una
abuela puede ser la causa de esos golpes de
pecho...Pero este hombre es mejor que yo, porque ha
podido confesar sus pecados, mientras que yo haré
mala confesión y cuando me muera, volveré por la
noche de la eternidad, a quemar todos los muebles de
la casa. (Se oyen unos golpes en la rejilla del
confesionario y una voz que dice:)
Voz.
El que sigue.
JACKIE.
Ahora me toca a mí.
(Avanza lleno de miedo hacia la sombra del
confesionario, se arrodilla y muy compungido se
atreve a decir:)
JACKIE.
Bendígame...padre, porque he pecado...Ésta es mi
primera confesión.. . (Nadie le responde. Pausa. Va a
levantarse y se da un coscorrón con la tabla del
reclinatorio que está casi a la altura de su cabeza. Es
un confesionario para gente mayor. La tabla del
reclinatorio sirve para apoyar los codos de los
adultos, pero él cree que es para arrodillarse. Y
como puede, trepa y se arrodilla en la tabla,
agarrándose a las molduras barrocas talladas de la
madera. Sostenerse allí es lo difícil. Sólo hay lugar
para las rodillas. Se sujeta con gran esfuerzo y en
este momento entra una luz por la rejilla y se oye la
voz del sacerdote que pregunta:)
SACERDOTE.
¿Quién está ahí?
JACKIE.
Soy yo, padre.
(La cabeza del chico queda más alta que la rejilla y
el padre tiene que bajar y ladear la suya para verlo.
Se habla de arriba a abajo y de abajo a arriba.
JACKIE repite:)
Bendígame, padre, porque he pecado...Ésta es mi
primera confesión.
SACERDOTE.
¿Pero qué estás haciendo ahí arriba?
(El grito desconcierta al muchacho que, perdiendo el
equilibrio resbala de la tabla y cae al suelo boca
arriba. El SACERDOTE abre la puerta del con-
fesionario y sale afianzándose el birrete en la cabeza.
NORA acude presurosa.)
NORA.
¡Ah, maldito cafre! Debí haberlo imaginado. No
puedo dejarte suelto ni un minuto...¡Toma, estúpido!
(Le propina un bofetón.)
JACKIE.
(Quejándose.)
¡Ay!...
SACERDOTE.
(Cogiéndola furioso por el brazo.)
¿Qué es lo que sucede?... ¿Cómo te atreves a
golpearlo de ese modo?...¡Eres una arpía!
NORA.
Con un hermano así, yo no puedo cumplir la
penitencia, padre.
(Lanza a su hermano una mirada despectiva.)
SACERDOTE.
Anda, vete a cumplirla, o te la aumentaré diez veces
más. (A JACKIE.) ¿Ibas a confesarte conmigo, "gran
hombre"?
JACKIE.
(Medio sollozando.) Sí,
padre.
SACERDOTE.
¡Ah!...Un muchachote como tú debe tener terribles
pecados que confesar...¿Es tu primera confesión, no?
JACKIE.
Sí, padre.
SACERDOTE.
¡Malo, malo!.. . Necesito ver tus pecados a la luz del
sol. Ven conmigo al jardín. (Y tomando
cariñosamente por el hombro a JACKIE, abre la
puerta adjunta al confesionario y desaparece con él.
La puerta queda abierta.)
OSCURIDAD

ESCENARIO TERCERO

Un jardín. Árboles. Flores. Un banco de piedra al


fondo. El SACERDOTE se sienta con su pequeño
penitente y con voz dulce y amistosa le dice:

SACERDOTE.
Bien...bien.. . bien...¿Cómo te llamas? (Y diciendo
esto saca un paquete de caramelos y le da un puñado
a JACKIE que le mete en los bolsillos.)
JACKIE.
Me llaman Jackie, padre.
SACERDOTE.
Bueno, Jackie. ¿Y qué terribles cosas me vas a
contar?
JACKIE.
Padre, ya lo tengo todo arreglado para matar a mi
abuela.
(Pausa larga.)
SACERDOTE.
¡Caramba, caramba, caramba! Grave asunto es matar
a una abuela...¿Y cómo se te ha ocurrido tal cosa?
JACKIE.
Es una mujer terrible.
SACERDOTE.
¿Terrible?
JACKIE.
Bebe aguardiente.
SACERDOTE.
¡Válgame Dios!
JACKIE.
Y toma rapé.
SACERDOTE.
¡Oh...oh...oh. . .! ¡Rapé! Eso es muy grave, Jackie.
JACKIE.
Y anda descalza por la casa... le da peniques a
mi hermana y a mí no...porque sabe que yo
no la quiero.. . Mi padre se pone de su lado y
a mí me castiga. Y una noche, rabioso, decidí que
tenía que matarla.
SACERDOTE.
¿Y qué piensas hacer con el cadáver?
JACKIE.
Lo haré picadillo y me lo llevaré en una carretilla
que tengo.
SACERDOTE.
¡Oh! ¡Eres un muchacho terrible!
JACKIE.
Y también quise matar a Nora con el cuchillo del
pan, estando debajo de la mesa, pero me falló el
golpe.
SACERDOTE.
Nora... ¿es esa muchacha que te pegó en la iglesia?
JACKIE.
La misma, padre.
SACERDOTE.
Ten cuidado, porque tal vez otro día no te falle el
golpe. Tú eres muy valiente...Y aquí entre
nosotros...hay mucha gente en este mundo a quien
me gustaría...¿sabes?...pero me falta coraje...Luego lo
ahorcan a uno...y morir ahorcado no es una cosa
agradable.
JACKIE.
¿Ha visto usted morir a algún ahorcado?
SACERDOTE.
Muchos...y todos morían maldiciendo.
JACKIE.
¿Maldiciendo?
SACERDOTE.
Es una muerte horrible... Y los que he visto morir por
haber matado a su abuela, eran los que maldecían con
más rabia.
JACKIE.
Entonces...no la mataré...Ni a Nora tampoco...ni a la
señora Ryan.
SACERDOTE.
¿También querías matar a la señora Ryan?
JACKIE.
(Transición.)
Padre, ¿qué es la eternidad?
SACERDOTE.
¡Hombre!. . .
(Confuso al principio... el SACERDOTE medita...
Después de una pausa, con un caramelo entre los
dedos, prosigue.)
Mira Jackie, este caramelito es un grano invisible de
la montaña grande, grande y dulce, dulce de la
eternidad.
JACKIE.
Y, ¿ha estado usted en esa montaña?
SACERDOTE.
No, pero puede ser que algún día nos encontremos tú
y yo en algún dulce lugar de esa montaña.. . Claro
que si matas a tu abuela, no podrás subir allí nunca.
JACKIE.
No mataré a nadie... ni a la señora Ryan.
SACERDOTE.
Pero, ¿qué te ha hecho la señora Ryan?
JACKIE.
Es una vieja embustera que no sabe nada.. . Me ha
dicho que la eternidad.. . Bueno, la perdono...los
perdono a todos para poder subir con usted por ese
pastelón, grande, grande y dulce, dulce de la
eternidad.
SACERDOTE.
Entonces...vamos al capítulo de la penitencia.
(Pausa. El Padre medita. JACKIE le mira asustado.)
Rezarás tres avemarias...Ponte de rodillas para que te
bendiga.
(Cuando termina, allí está NORA que ha visto a
hurtadillas toda la escena sin oír nada. Al ver que
JACKIE se pone de rodillas para recibir la bendición,
huye y la vemos salir por la puerta de la iglesia. Allí
espera a su hermano. Al poco llega JACKIE. Su
hermana lo toma del brazo y le dice curiosa e
interesada:)
NORA.
Te ha confesado en el jardín, ¿verdad?
JACKIE.
Sí, en el jardín...
NORA.
¿Y le has contado todos tus pecados?
JACKIE.
¡Todos!
NORA.
¿Todo, todo, todo?
JACKIE. ¡Todo!
NORA.
¿Lo de la abuela?
JACKIE.
¡ Lo de la abuela!
NORA.
¿Y que me quisiste matar con el cuchillo del pan?
JACKIE.
También.
NORA.
¿Y qué penitencia te ha echado?
JACKIE.
¡Tres avemarias!
NORA.
¿Tres avemarias.. . nada más?
JACKIE.
Y me ha dado este puñado de caramelos. <!ORA.
¡Qué suerte tienen algunas personas! ¿De qué sirve
ser buena? Más me servía ser un pecador
empedernido como tú. JACKIE. Y me ha dicho que
este caramelito no es más que un granito invisible
del pastelón grande, grande y dulce, dulce de la
eternidad. (Levanta el caramelo y luego se lo mete
en la boca, chupándolo alegremente como una
golosina del cielo.) (Los dos hermanos inician el
mutis y se hace la:)

OSCURIDAD

(Aparecen el JUGLARÓN y los DUENDECILLOS. Bus-


cando en el zurrón, el JUGLARÓN saca otro cuento,
lo desenrolla y vemos que dice:)

"JUSTICIA"
JUSTICIA

PERSONAJES:

JUGLARÓN HOMBRE
SANCHO PANZA MUJER
MAYORDOMO DOS PORTA-
ESTANDARTES
DUENDECILLOS

JUGLARÓN.
"Justicia". . .
(Los DUENDECILLOS lo ven también y se mueven
ágiles para componer la escena. No es más que un
sitial sobre un estrado.) Éste no es un cuento en
realidad. Es un gracioso relato del Quijote. Lo
vamos a contar casi como lo refiere Cervantes...
Sancho ha llegado a la Ínsula Barataria y después
de un solemne Te Deum, le llevan a hacer justicia
en la audiencia mayor de aquel reino.. . Aquél es
el estrado. Sobre él descansa el sagrado sillón de
la justicia, donde se sienta el juez que ahora es
gobernador además y se llama Sancho Panza. (Al
público.) Vosotros sois la sala, la audiencia
popular que presencia el juicio y escucha la
sentencia del juez. Estad atentos y severos como
corresponde al acto trascendental que vais a
presenciar. El caso es tan viejo como la mujer y
tan moderno como la avaricia y la mentira. Aquí
está Sancho ya. Viene con el mayordomo de los
Duques, que también conocéis, y vestido con el
atuendo y las insignias de un gobernador.
(Sientan a SANCHO PANZA en el trono. Dos Porta-
Estandartes —que pueden ser dos DUENDECI-LLOS
— se colocan a los lados del trono. Uno lleva en el
estandarte un escudo y el otro estas palabras
escritas en gruesos caracteres:) "HOY TOMÓ
POSESIÓN DE ESTA ÍNSULA EL SEÑOR DON SANCHO
PANZA, QUE MUCHOS AÑOS GOCE". Ya llegan.
Escuchemos lo que dicen. Yo me retiro.
(El JUGLARÓN se eclipsa y el MAYORDOMO empieza a
decir:)
MAYORDOMO.
Es costumbre antigua en esta tierra, señor Go-
bernador, que el que viene a tomar posesión de esta
famosa ínsula está obligado a responder a una
pregunta que se le hiciera, que sea algo intrincada y
dificultosa: de cuya respuesta, el pueblo toma y
toca el pulso del ingenio de su nuevo gobernador, y
así se alegra o entristece con su venida.
(SANCHO está distraído, más atento que a lo que
dice el MAYORDOMO, al letrero del estandarte y
corno no sabe leer, le pregunta al MAYORDOMO.)
SANCHO.
¿Qué significan esas pinturas que hay sobre este
estandarte?
MAYORDOMO.
No son pinturas, sino letras y palabras que señalan
una fecha memorable.
SANCHO.
Pues decidme en seguida qué señalan, que bien
sabéis que yo no sé leer.
MAYORDOMO.
Allí está escrito y anotado el día en que vuestra
señoría tomó posesión de esta ínsula y dice el
epitafio: "HOY TOMÓ POSESIÓN DE ESTA ÍNSULA EL
SEÑOR DON SANCHO PANZA, QUE MUCHOS AÑOS
GOCE".
SANCHO.
¿Y a quién llaman Don Sancho Panza?
MAYORDOMO.
A Vueseñoría, que en esta ínsula no ha entrado otro
Panza que el que está sentado en ese sillón.
SANCHO.
Pues advertid, hermano, que yo no tengo don ni en
todo mi linaje le ha habido. Sancho Panza me
llaman a secas, Sancho se llamó mi padre, Sancho
mi agüelo, y todos fueron Panzas sin añadidura de
dones y donas...(Se oyen voces de pelea fuera de
escena, de hombre y mujer que alegan a gritos,
llamando la atención de SANCHO.)
SANCHO.
¿Qué ocurre? ¿Qué voces son ésas?
MAYORDOMO.
Oíd el pleito.
(En este instante entran en la sala una mujer, asida
fuertemente de un hambre vestido como ganadero
rico. La MUJER viene dando grandes voces y al fin
habla de esta manera a SANCHO:)
MUJER.
¡Justicia, señor Gobernador, justicia! Y si no la
hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo. Señor
Gobernador mi ánima, este mal hombre me ha
cogido en la mitad del campo y se ha aprovechado
de mi cuerpo como si fuera un trapo mal lavado. Y
¡ay, desdichada de mí! se me ha llevado lo que yo
tenía guardado más de veintitrés años ha,
defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y
extranjeros, siempre dura como un alcornoque,
conservándome entera como la salamandra en el
fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este
buen hombre llegue ahora con sus manos limpias a
manosearme.
SANCHO.
Aún está eso por averiguar, si tiene limpias o no las
manos este galán. (Dirigiéndose al HOMBRE.) ¿Qué
respondéis a la querella de esta mujer?
HOMBRE.
(Turbado.)
Señor Gobernador, yo soy un pobre ganadero de
ganado de cerda, y esta mañana salía de ese lugar,
de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos
que me llevaron, de alcabalas y socaliñas, poco
menos de lo que ellos valían. Volvíame a mi aldea,
topé en el camino con esta buena dueña y el diablo
que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que
fornicásemos juntos. Paguele lo suficiente, y ella
mal contenta asió de mí y no me ha dejado hasta
traerme a este puerto. Dice que la forcé y miente,
para el juramento que hago y pienso hacer...Y ésta
es toda la verdad, sin faltar ni una meaja.
(SANCHO permanece perplejo. Pensando un largo
rato, se rasca la cabeza, frunce el ceño y dice
vuelto hacia el ganadero:)
SANCHO. ¿No traéis consigo algún dinero en
plata?
HOMBRE. Hasta veinte ducados tengo en el seno,
guardado en una bolsa de cuero.
SANCHO. Sacadla y entregádsela tal como está a la
querellante.
(El HOMBRE saca con grandes trabajos la bolsa y
se la entrega a la MUJER.)
HOMBRE.
(Temblando.)
¡Aquí está!
(Ella toma la bolsa con gran contentamiento, mira
las monedas, se cerciora de que son de plata.
Luego, con la bolsa entre las manos, comienza a
hacer zalemas y saludos.)
Dios guarde la salud y la vida del señor
Gobernador, que así mira por las huérfanas
menesterosas y las doncellas desamparadas. (Sale.)
(SANCHO se queda mirando al ganadero, a quien
ya se le saltan las lágrimas, y los ojos y el corazón
se le van tras la bolsa.)
SANCHO.
No lloréis amigo, no lloréis que todavía no sabemos
si habéis perdido el juicio. (Y bajando del sitial,
SANCHO se lleva a un lado al ganadero.)
Venid acá, buen hombre...Id tras aquella mujer,
quitadle la bolsa aunque no quiera y volved aquí
con ella.
HOMBRE. Voy, señor. Voy como un
rayo. (Sale.)
(Quedan solos el MAYORDOMO y SANCHO que
vuelve al trono.)
MAYORDOMO.
¿Qué significa todo esto...? ¿Y dónde va a terminar
esta querella?
SANCHO.
Tened paciencia y aguardad.
MAYORDOMO.
NO entiendo lo que pretendéis.
SANCHO.
He dicho que esperéis.
(aparece el HOMBRE y la MUJER asidos y aferrados
como antes. Ella con la saya levantada y en el
regazo puesta la bolsa y el HOMBRE pugnando por
quitársela. No lo consigue, de tal manera la MUJER
la defiende.)
MUJER.
(Gritando.)
¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuesamer-ced,
señor Gobernador, la poca vergüenza y el poco
temor de este desalmado que, en mitad del poblado
y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa
que vuesamerced mandó darme.
SANCHO.
¿Y háosla quitado?
MUJER.
¿Cómo quitado?...Antes me dejara yo quitar la
vida, que me quiten la bolsa...¡Bonita es la niña!
Otros gatos me han de echar a las barbas, que no
este desventurado y asqueroso. Tenazas y martillos,
mazos y escoplos, no serían bastante a sacármela de
las uñas...Ni con las garras de león. ¡Antes el
ánima, de mitad en mitad de las carnes!
HOMBRE.
Tiene razón, yo me doy por vencido y sin fuerzas.
Confieso que las mías no son bastantes para
quitársela. Quédese con ella en mala hora.
SANCHO.
Honrada y valiente parecéis. Mostrad aquí la bolsa.
(La MUJER le entrega la bolsa a SANCHO y éste se
la devuelve al HOMBRE.)
SANCHO.
Tomad.
(El HOMBRE la toma. SANCHO se dirige a la
MUJER.)
Esforzada sois.. . y no forzada. Hermana mía.. . si
el mismo aliento y valor que habéis mostrado para
defender esta bolsa, le mostráredes, y aún la mitad
menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de
Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios...
Y mucho enhorabuena... y no paréis en toda esta
ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de
doscientos azotes.. . ¡Andad luego, digo, chumillera
desvergonzada y embaidora!
MUJER.
(Avergonzada, sale cabizbaja, diciendo:) Haré
como dice vuesamerced.
SANCHO.
¡Hala! ¡Hala!... Y vos, buen hombre, andad con
Dios, a vuestro lugar, con vuestro dinero. Y de aquí
en adelante, si no lo queréis perder, procurad que
no os venga en voluntad el fornicar con nadie en
medio del camino.
HOMBRE.
Gracias, gracias...muchas gracias.
(Sale tropezando y azorado.)
MAYORDOMO.
Discreto habéis andado. Buena justicia hicisteis.

OSCURIDAD
JUGLARÓN.
(Al público.)
Un día todos sabemos
hacer justicia.
Lo mismo que la hace el Rey
la hace su último siervo.
Igual que el Rey Salomón
la hizo Sancho el escudero.
(Pausa y transición.)
Y ahora vamos a descansar unos minutos...que lo
más importante tal vez ocurra luego...Estamos en
las manos de la suerte... y estos cuente-cilios y
relatos van saliendo al azar. Fumad un cigarrillo en
la antesala y recoged y ordenad vuestra opinión,
porque tendréis que decirme, al terminar, qué os
agradó más de esta aleatoria mercancía para que yo,
en lo sucesivo, acomode mi ingenio a vuestro
gusto.

FIN DE LA PRIMERA PARTE


EL JUGLARON
SEGUNDA PARTE

(El ciclorama solo y vacío otra vez. Fuera se oye el


pregón del JUGLARON que entra con los seis
DUENDECILLOS.)

JUGLARON.
Aquí estoy otra vez...reconfortado y animo-
so...dispuesto a todas las audacias...Ya he dicho que
en este zurrón no hay orden ni concierto. Es un
cajón de sastre. Pero existe aquí dentro —por
precaución— un departamento separado y oscuro
donde están la pólvora y el trueno...los dramones,
las tragedias primitivas y los romances bárbaros y
sanguinarios de las antiguas epopeyas...Meteré la
mano en esta cueva prohibida. (Mete mano al
zurrón y saca el rollo de:)

"LA PRINCESA DOÑA GAUDA"


LA PRINCESA DOÑA GAUDA

PERSONAJES:

JUGLARÓN CONDE
PRINCESA INFANTA
REY TRES NIÑOS
DUENDECILLOS

ESCENARIO PRIMERO

Mientras los DUENDECILLOS componen el esce-


nario: una ventana ojival a la izquierda, por donde
entra una luz cegadora, y una puerta a la derecha que
lleva a las habitaciones del palacio, sigue hablando el
JUGLARÓN.

JUGLARÓN.
Manjar fuerte...picante y rojo, como el chile
cáustico...Es una vieja leyenda castellana...un
romance primitivo y sanguinario, según una
moderna variante hecha en México y desconocida
de los sabuesos eruditos europeos...Hay aquí
escritos, en la esquina derecha de este pergamino,
unos versos...probablemente del músico juglar que
dio esta nueva forma a la leyenda.. . y que corren
así:

Sobre una tierra maldita


y bajo un sol de venganza
viejos juglares dejaron
esta tragedia contada.. .
Y el juglar que ahora la cuenta
sobre tierra mexicana
no tiene solar ni nombre. . .
es un juglar desterrado de su patria.

No da su nombre... pero yo respondo de todo . . mis


espaldas respondan...Que sobre ellas descargue la
censura, si hay pecado, sus disciplinas
inclementes...(Y volviéndose a los DUENDECILLOS:)
¿Está lista la escena, duendecillos?
DUENDECILLO.
¡Ya!
(El JUGLARÓN inspecciona y ordena:)
JUGLARÓN.
La estancia, la puerta aquí, la ventana.. .
luz de mediodía fuera
y en sombra dura la estancia. . .
La princesa debe estar
asomada a la ventana.
(Corrigiendo la posición de la PRINCESA.)
Y ahora...abrámosle al romance
la espita de las palabras.
(Se retira a un lado y casi en las sombras musita:)
Ardida estaba y soltera
la Princesa Doña Gauda.. .
Ardida estaba y soltera
en aquella tierra cálida
que gobernaba su padre
el rey de la barba rala.
Era una mujer enjuta
como la cera de pálida...
Las mejillas se le hundían,
la color se le quebraba
y en las cuencas de sus ojos
dos tigres negros miraban.
(La PRINCESA se vuelve y el público ve brillar sus
ojos como ascuas.)
Seco era el cielo y el aire
en aquella tierra árida.
Años ha que no llovía...
la lluvia allí era una fábula.
Seco era el cielo y el aire
En la tarde y en el alba.
El agua de los aljibes y los pozos
valía más que la plata...
Se compraba una doncella
por una escudilla de agua...
Era una tierra de sed
y de contenidas ansias.. .
Sed tenía la montaña. . .
sed el aire...sed la carne... y sed el alma.. .
(Agitada y respirando con fatiga, la PRINCESA
abandona la ventana y se pasea nerviosa por la
estancia, retorciéndose las manos. PAUSA LARGA.
El JUGLAR prosigue:)
Desesperada vivía
la Princesa Doña Gauda,
revolviéndose en las sombras
de su retirada estancia.. .
Corrieron días y días
sin hablar una palabra.. .
Ardía en fuego de amor
y el deseo la abrasaba.. .
Eran días de canícula. . .
Pero el calor que llevaba
dentro de su corazón
más que el sol la devoraba...
Ahora va hablar la princesa,
escuchemos sus palabras.
PRINCESA.
Se me secaron los pechos,
lo mismo que la garganta
y hará ceniza mis huesos
esta inextinguible llama
que me sube del reseco
pozo oscuro de mis retenidas ansias.. .
Esta fiebre que en los labios
y en los ojos se me clava
buscando una sola boca
y una voz determinada. . .
¡Conde Tuero!... ¡Conde Tuero!
¡Sólo a ti quiere mi alma!
¡Ya no puedo más!.. . ¡Que venga mi padre el Rey!
¡Padre.. . padre!. . .
(Entra el REY.)
REY.
¿Quién me llama?
PRINCESA.
¡Yo os llamaba, padre mío!
REY.
Decidme qué es lo que os pasa,
referidme vuestra pena,
que en sabiendo yo la causa,
hija mía, que os aflije
procuraré remediarla.
PRINCESA.
Treinta años cumpliré, padre,
en el domingo de Pascua.
Treinta años cumpliré, padre,
y aún no me veo casada.
¡Remediad la vida mía
y apaciguadme estas ansias.. .!
¡Dadme un marido en seguida,
que mi edad bien lo reclama!
Quisiera callar mi boca, por vergüenza
lo que la sangre demanda,
pero estos perros sedientos
que me desgarran el alma
no conocen el pudor. . .
REY.
¡Hija mía, calla, calla!
que si tú hubieras querido
ahora estarías casada
con aquel príncipe rubio
que vino de la Alemania.
PRINCESA.
No quise al príncipe rubio
que vino de la Alemania.. .
que quería al Conde Tuero,
mi amado desde la infancia.
REY.
Si entonces lo hubieras dicho
con él serías casada. . .
Pero ahora ya es imposible
porque el Conde está casado
con la infanta Doña Juana.
Y tres hijos le han nacido
de esta sagrada alianza.
PRINCESA.
Yo no quiero más que al Conde.. .
al Conde mi sangre llama. . .
Él me juró amor primero
que con la infanta casara. . .
Mis anhelos, infantiles y dormidos
los despertó su palabra
y sólo él puede acallar
estos gritos de mi alma.
¡Buscadle, padre, buscadle
y hacedlo mío!.. . ¡mi esposo!
antes de la madrugada...
REY.
El Rey no tiene poder
para semejante hazaña.
Fuerza no tiene mi cetro,
contra lo que el cielo manda.
PRINCESA.
Cuando ya os cansó mi madre,
fuerza tuvisteis sobrada,
para tomar otra esposa. . .
No pudiendo legalmente repudiarla
vos mismo la asesinasteis,
diciendo que era finada
de un cierto mal que tenía...
REY.
¡Calla, hija del diablo! ¡Calla!.. .
¿Qué maquinas, qué pretendes
con ese recuerdo?...¡Habla!
PRINCESA.
¡Que asesine el Conde Tuero...
a la infanta Doña Juana!
(El REY cae desplomado en un sillón, se cubre
el rostro con las manos y después de un largo
silencio habla lento y pensativo.)
REY.
No eran esos los consejos
que vuestra madre decía.
PRINCESA.
Dejad ahora a mi madre
y atender a mi porfía. . .
Que mate el Conde a la infanta
con astucia y artería
y diga después que es muerta
de manera repentina. . .
Luego, que venga a buscarnos.. .

Nos casaremos aína.


De esta manera, buen Rey,
mis ansias remediaríais,
como remediar hubisteis
las vuestras en otros días,
cuando mi madre fue muerta. .".
de un cierto mal que tenía.
REY.
¡Cierra esa boca infernal!.. .
¡Cierra esa boca maldita!
PRINCESA.
El Conde juega ahora tablas
en esa estancia vecina.
Llamadle y decidle luego
lo que quiere vuestra hija.

OSCURIDAD
ESCENARIO SEGUNDO

Salón del REY. Entran el REY y el CONDE TUERO.

REY.
Entrad y cerrad la puerta,
que éstas son tristes noticias,
que sólo vuestros oídos, Conde Tuero,
y los míos; han de oírlas. (Pausa.)
Os traigo, Conde, un recado
que a nadie le placería.

CONDE.
Hable el Rey.
REY.
Quejas tengo, Conde Tuero,
de vuestra descortesía.
CONDE.
Señor. ..
REY.
A la Princesa jurasteis
que con ella casaríais
y a ella ser vuestra mujer
más que nada le placía.. .
Si otras cosas ocurrieron
no es hora de discutirlas.. .
y esto os quiero decir, Conde,
con el alma compungida.. .
que a la Infanta matéis luego...
así cumple a la honra mía.. .
(Silencio y expectación.)
Decid después que ella es muerta
de un cierto mal que tenía...
y esta misma madrugada
os casaréis con mi hija...
CONDE.
Lo que la Princesa ha dicho,
nunca yo lo negaría.
La juré ser su marido,
si a ella no le desplacía.
Mas por miedo a vos, señor,
no casé con vuestra hija.
Pensé que esta boda nuestra
al reino no convenía.. .
Unirme ahora a la Princesa,
con gusto yo me uniría,
porque ella ha sido, señor,
el gran amor de mi vida.. .
Mas que yo mate a la Infanta,
que es un ángel sin mancilla,
no me lo mandéis, buen Rey,
porque hacerlo no podría. . .
REY.
Morirá esta noche, Conde,
morirá esta noche misma,
que así conviene a mi honor
y así lo quiere mi hija...
Ya que no mirasteis antes
lo que mirar se debía.. .
si no matáis a la Infanta,
¡lo pagaréis con la vida!...
Por la honra de los reyes
muchos mueren cada día,
y el que ahora muera la Infanta,
no será una maravilla.
CONDE.
Yo la mataré mi Rey...
mas no será culpa mía...
Vos os avendréis con Dios.. .
al final de vuestra vida. . .
REY.
Sobran razones y lágrimas,
que no me conmoverían. . .
Lo que os he ordenado, Conde.. .
¡id a cumplirlo en seguida!
(Sale el CONDE TUERO con la cabeza doblada.)

OSCURIDAD

ESCENARIO TERCERO

Recámara de la Infanta doña JUANA. Está ama-


mantando al niño de pecho vuelta hacia la ventana.
Los otros dos niños a su lado. Cerca hay una cama.

INFANTA.
(A los niños.)
No esperéis a vuestro padre,
acostaros en seguida.
(Los niños besan a su madre y salen. La INFANTA
queda sola. Arrullando al que tiene en brazos,
canta:)
Duérmete mi infante
duérmete alma mía.. .
luceros y estrellas
tu sueño vigilan.
(Entra el CONDE TUERO. La INFANTA no lo ve. El
CONDE queda desfallecido en el sillón que hay a la
izquierda de la puerta. Con la cabeza derribada en
las manos solloza en silencio. Mientras, la INFANTA
canta. Después de unos segundos, el CONDE levanta
la cabeza y mira a su esposa.)
CONDE.
Quién os diría mi Infanta,
que arrulláis vuestra desdicha
y que cantáis la canción
postrera de vuestra vida.
(Deja caer otra vez la cabeza en las manos y torna a
sollozar. La INFANTA oye los suspiros y vuelve la
cabeza.)
INFANTA.
¿Estáis ahí, Conde Tuero?
¿Por qué lloráis, alma mía?
¿Por qué miráis de ese modo?
Nunca así mirado habíais.. .
no parece vuestra cara
la que otras veces solía. . .
(La INFANTA deja al niño en la cuna y vuelve
hacia su marido.)
Decidme qué tenéis, Conde,
no me ocultéis vuestras cuitas.
CONDE.
Todo os lo diré, mi Infanta.. .
muy grande es vuestra desdicha.. .
INFANTA.
Soy la mujer más dichosa
que haya existido en la vida. . .
El ser vuestra esposa, sólo,
es mi mayor alegría...
CONDE.
El ser mi esposa es la causa
de todas mis lacerías.
Sabed que en tiempos pasados
cuando a los reyes servía,
amé a la Princesa Gauda,
siendo ella casi una niña.. .
Prometí casar con ella
si a su padre le placía.
Y tal promesa pensé,
no era para ser cumplida. . .
Ahora la Princesa manda
a su padre que me diga
que se casará conmigo,
antes de que venga el día.
INFANTA.
¿Y eso se puede mandar
sin razón y sin justicia?
CONDE.
Y otra cosa manda el Rey
más tremenda todavía. . .
Que os mate Infanta, me manda...
y sea esta noche misma...
Que no puede tener honra,
mientras vos tuvieseis vida.
INFANTA.
¡Pero no me mataréis. . .!
(Cae de rodillas suplicante.)
Mandadme a la tierra mía. . .
con mi padre y mis hermanos
a buen recaudo estaría.
Allí cuidaré a mis hijos
y os guardaré castidad
todo el resto de mi vida.
CONDE.
De morir habéis, Infanta,
antes de que venga el día.
INFANTA.
Haced venir a mis hijos,
les daré mi despedida.. .
CONDE.
No los veréis más, Infanta,
en lo que os resta de vida.
INFANTA.
Dejadme abrazar a éste,
que es el que yo más quería.. .
CONDE.
No os puedo valer, Infanta,
que más me va que la vida.
INFANTA.
Dejadme decir, entonces,
una oración que sabía.
CONDE.
Decidla presto, señora,
antes que reviente el día. I
NFANTA.
Presto la diré que es corta.. .
igual que un Ave María...(Orando.)
En tus manos, Señor,
encomiendo el alma mía.
No me juzguéis por mis yerros,
según lo que merecía. . .
Mas según tu gran piedad
y tu bondad infinita. . .
(Pausa. Sin levantarse.)
Acabada es ya, buen Conde,
la oración que me sabía. . .
A vos yo perdono, Conde,
por el amor que os tenía. . .
pero no perdono al Rey
y a la Princesa, su hija. . .
sino que os cito a los tres
delante la Alta Justicia,
para que allí nos juntemos
dentro de los treinta días...
CONDE.
¡Callad, Infanta, callad!...
Dejad esas profecías.. .
(El CONDE cubre la cabeza de la INFANTA con un
paño blanco.)
JUGLARÓN.
Y para no verle el rostro,
ni escuchar lo que decía,
echóle por la cabeza
una toca que allí había.

PENUMBRA.

(Se ven sólo las siluetas del CONDE y la INFANTA.)


Atenazó con los dedos
la garganta blanca y fina
y no separó las manos
hasta que finado había.

PAUSA. LUZ.
(La INFANTA yace muerta en el suelo. El CONDE de
espaldas, apoyado en la pared, solloza y tiembla.
Después de una pausa se oye la voz de la INFANTA
que yace tendida en el suelo:)
Voz DE LA INFANTA.
Yo os emplazo a los tres
dentro de los treinta días.
(El CONDE TUERO se aterra.)
JUGLARÓN.
Ya estaba yerta la Infanta
con la sangre queda y fría
y estas palabras el Conde
las oía todavía.
Voz DE LA INFANTA.
Yo os emplazo a los tres
dentro de los treinta días.
CONDE.
¡Callad, Infanta, callad!
que ya no tenedes vida.
Voz DE LA INFANTA.
Yo os emplazo a los tres
dentro de los treinta días.
JUGLARÓN.
No era la voz de la Infanta
la voz que el Conde ahora oía.. .
era la voz de los cielos
que un viento oscuro traía.
Voz DE LA INFANTA.
Yo os emplazo a los tres
dentro de los treinta días.
JUGLARÓN.
Murió la Infanta inocente
sin razón y sin justicia.. .
y los tres también murieron...
dentro de los treinta días. . .
A los doce días justos,
la Princesa fallecía,
el Rey a los veinticuatro
y el Conde al treinteno día. . .
Fueron todos a dar cuenta
ante la Eterna Justicia.
(Luz. El JUGLARÓN sigue hablando.)
JUGLARÓN.
Son platos fuertes estos romances de ciego o de
cordel, como se les suele llamar algunas veces...Yo
se los sirvo sólo a ciertos comensales, que no todos
tienen paladar para estos guisotes sanguinarios. . .
Romances de galera y de figón
romances cocinados
con picante y rojo pimentón.
Los hay más terribles todavía...Pero ahora ne-
cesitamos otra cosa...algo tierno, inocente y
consolador. Meteré la mano por el rincón de los
cuentos infantiles y arcangélicos... A ver si doy con
una blanca palomita...(Mete la mano en el zurrón,
escarba en él y saca otro rollo. Lo despliega y lee:)
Éste por ejemplo:
"EL PASTELÓN DEL BAUTIZO"
EL PASTELÓN DEL BAUTIZO

PERSONAJES:

JUGLARÓN ALCALDESA
PASTOR DESCONOCIDO PRIMERO
PASTORA DESCONOCIDO SEGUNDO
ALCALDE DUENDECILLOS

(Mientras los DUENDECILLOS preparan la escena


diserta el JUGLARÓN:)

JUGLARÓN.
...Aquí hay sangre también... Y sangre de ver-
dad ...No os la dejaré ver...pero la oiréis caer en la
sombra. Es un crimen que yo he cometido. El autor
primitivo no mata a nadie. Aquí... yo soy el
criminal... Al terminar el cuento os lo explicaré
todo. Ahora...duendecillos...¿Está lista la casa del
Pastor? . .. (Pausa. Observa y sigue hablando.) Es
un pastor protestante, de esos que se casan, como
cualquier feligrés de la parroquia... A este joven
anglicano, cristiano y virtuoso, le acaba de nacer el
primer hijo, y hoy se celebra el bautizo. Con muy
mala suerte, por cierto, porque llueve a cántaros y el
viento sopla de manera inclemente. Ved cómo la
lluvia azota la ventana...El agua amedrentó a los
invitados y sólo han acudido a la fiesta los padrinos
que son el alcalde de la ciudad y su mujer. Son esos
que se encuentran sentados a la mesa, con el pastor
y la pastora. Allí están los cuatro...Han acabado de
cenar y ya sólo falta cortar el pastel, que yace sobre
la mesa, entre cuatro velas rojas...Dejémosles hablar
y oigamos lo que dicen. (El PASTOR se levanta de la
mesa y va a mirar por la ventana.)
PASTOR.
¡Noche de sayones!... La lluvia es un látigo en las
manos del viento... Sólo ustedes han sido valerosos
para desafiar a estos sicarios. (Vuelve a la mesa.)
ALCALDE.
Lejos está la rectoría.. . pero nosotros no podíamos
faltar.
ALCALDESA.
Sin nosotros no hubiese habido bautizo.
PASTOR.
Para dar nombre a mi hijo estuvimos los necesarios.
Los padres, los padrinos...y el agua.
ALCALDE.
El agua no ha faltado.
PASTOR.
Aquí cae para bautizar al mundo.
ALCALDE.
Y el vino no ha faltado tampoco.
ALCALDESA.
Ni los manjares.
ALCALDE.
Ha sido el festín de Baltasar. Yo he comido y
bebido por los que no vinieron.
PASTOR.
Aún falta el pastel.. . el pastel sagrado que la Iglesia
Anglicana ofrece al nuevo recental. Es una
exquisita obra culinaria de mi esposa.
PASTORA.
Partidle, señor Alcalde. El padrino corta el pastel,
según el nuevo rito de la orden. (El ALCALDE toma
un cuchillo y se dispone a cortar. Con el cuchillo
enarbolado, suenan unos golpes en la puerta.
Expectación. Silencio. El ALCALDE se queda con el
cuchillo en alto.)
PASTOR.
¡Adelante!
(Se abre la puerta y entra el DESCONOCIDO PRI-
MERO. El PASTOR se levanta, toma el velón y di-
rigiéndose al recién llegado le alumbra en el
rostro. El DESCONOCIDO PRIMERO se quita el som-
brero que traía calado hasta las cejas y muestra
sus grandes ojos de mirar decidido. Es un hombre
simpático, vestido con ropas de menestral, pero el
rostro lo tiene encendido como el de un aventurero
avezado a todos los vientos cardinales.)
DESCONOCIDO PRIMERO.
(Con una voz dulce y bien templada.)
Llueve tan fuerte, amigos, que pido licencia para
descansar unos instantes.
PASTOR.
Oportuno llegáis. Celebramos el bautizo de mi
primer hijo. Sentaos junto a la lumbre, mientras
concluimos nuestra cena, luego probaremos el
pastel.
DESCONOCIDO PRIMERO.
Gracias, señor.
PASTOR.
Bebed un trago de esta jarra para confortar.
ALCALDE.
No es muy agradable caminar a estas horas, con
este tiempo enconado.
DESCONOCIDO PRIMERO.
Traigo los pies deshechos.
ALCALDESA.
¿No venís de muy lejos?
DESCONOCIDO PRIMERO.
Ni de muy cerca tampoco. Vengo de San Cristóbal
de la Hombría y quisiera llegar antes del
alba a Santa Bárbara del Puerto.
PASTOR.
¿Queréis fumar una pipa?
DESCONOCIDO PRIMERO.
No tengo pipa, señor. He debido perderla en el
camino.
(El PASTOR llena una de barro que hay sobre la
chimenea y se la entrega.)
PASTOR.
Dadme vuestra petaca y os la colmaré.
DESCONOCIDO PRIMERO.
Tampoco tengo petaca. Envolvedme el tabaco
en un papel.
(El PASTOR se lo envuelve y le acerca una vela
para que encienda la pipa. Luego vuelve a la
mesa.)
PASTOR.
Señor alcalde...ibais a partir el pastel.
ALCALDE.
Es verdad.
(Toma el cuchillo otra vez, lo enarbola de nuevo y
cuando se dispone a cortar llaman a la puerta. El
PASTOR toma el candelabro por segunda vez y va a
la puerta y la abre.)
PASTOR.
¡Adelante!
(Entra el DESCONOCIDO SEGUNDO. ES un tipo vul-
gar, más viejo que el otro y groseramente jovial.
Usa patillas y tiene las cejas muy pobladas. Su
mentón es recio, cuadrado y agresivo. Su rostro es
granujiento alrededor de la nariz. Se despoja de un
enorme gabán que lo cubre y aparece vestido con
un uniforme gris del que cuelgan anchos y pesados
medallones de metal. Sacude las gotas de la lluvia
de su sombrero ancho y dice:)
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Pido albergue por unos minutos, camaradas, para
no calarme los huesos antes de llegar a la ciudad.
PASTOR. (Menos cordial que con el DESCONOCIDO
PRIMERO.)
Acomódese, maestro.
(El DESCONOCIDO SEGUNDO se sienta a la
chimenea frente al DESCONOCIDO PRIMERO y le
saluda con ligero movimiento de cabeza. El
DESCONOCIDO PRIMERO le pasa la enorme jarra de
vino y sin gastar cumplidos el DESCONOCIDO
SEGUNDO bebe largamente.)
DESCONOCIDO SEGUNDO. ¡Buen vino, vive Dios! (Y se
echa un nuevo trago largo.)
PASTOR.
Me enorgullece que le guste.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Bueno de verdad. (Vuelve a beber.) Me gusta el
vino añejo.
PASTORA.
¿Vive usted en la ciudad?
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Todavía no.. . Espero vivir allí muy pronto.
PASTOR.
¿Para dedicarse a algún negocio?
PASTORA.
El caballero parece gente rica, que no necesita
trabajar.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Rico no diré yo...Trabajo...y fuerza es que lo
haga...y en cuanto llegue a la ciudad, tendré que
ponerme a martillar. Mañana mismo, a las ocho en
punto, llueva o haga buen tiempo, mi trabajo debe
quedar hecho mañana, ¡contra viento y marea!
PASTOR.
¿Y cuál es vuestra ocupación, si puede saberse?
DESCONOCIDO SEGUNDO.
¿A que no lo adivinan ustedes?
DESCONOCIDO PRIMERO.
Dicen que por el aspecto de las manos se adivina
el oficio de las gentes.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Mi oficio no deja huellas en mí... las deja en
mis clientes.
PASTOR.
Habla usted por enigmas.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Estoy alegre y voy a cantar una canción...Déme
más vino, reverendo...Esta jarra está vacía.
(El PASTOR viene con otra jarra en la mano y
tomando un vaso comienza a llenarlo, mientras
el DESCONOCIDO SEGUNDO canta.)
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Oficio raro es el mío
pastorcitos del lugar.
Es uno de los más viejos
que hubo el hombre de inventar.
Con cordel trabajo o hacha,
según lo ordene el fiscal
y envío a mis parroquianos
al otro mundo.. . ¡Ja.. . ja!
(Asombro general. Todos se miran aterrados. Al
PASTOR se le cae el vaso de las manos.)
PASTOR.
Es una antigua balada... o está usted improvisando?
DESCONOCIDO PRIMERO.
¿Cómo es la segunda copla, forastero?
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Mañana tendré trabajo,
pastorcitos de Belén. . .
Trabajaré con el hacha,
no manejaré el cordel.
Trabajaré con el hacha
y el cuello cercenaré
de un marinero que dicen
le quiso robar al juez. . .
Mañana por la mañana.. .
¡Que Dios tenga piedad de él!
(El DESCONOCIDO SEGUNDO toma las tenazas y se
dispone a atizar el juego, vuelto de espaldas. El
DESCONOCIDO PRIMERO se levanta va hacia la ven-
tana y tocándose el pescuezo con la mano ex-
clama:)
DESCONOCIDO PRIMERO.
¡Dios tuvo piedad de mí!
(Los cuatro comensales se recogen en grupo cerca
del DESCONOCIDO PRIMERO y llevan en voz baja el
diálogo que sigue:)
ALCALDE.
¡Es él!
PASTOR.
Ha venido para ejecutar sus funciones siniestras.
ALCALDE.
La ejecución debe efectuarse mañana temprano en
la cárcel. En la ciudad no hay quien pueda hacerlo
ahora, porque murió el que solía hacerlo...Éste ha
obtenido la plaza y debutará mañana, rebanándole
el pescuezo a ese pobre marinero, que entró en la
casa del Juez para robarle. (El DESCONOCIDO
PRIMERO vuelve a protegerse instintivamente la
garganta.)
PASTOR.
Y que al fin no le robó.
ALCALDE.
No le dieron tiempo.. . pero le cogieron con las
manos en la masa... y aquí se paga con la ca-
beza...la intención nada más.
ALCALDESA.
Y aún no se ha averiguado si lo que iba a robar
era la diadema del birrete del Juez... o la hija
del Juez.
ALCALDE.
De cualquier manera.. . era una joya del Juez.
PASTORA.
(A la ALCALDESA.)
Y usted qué cree, que iba por la diadema o por
la hija.
DESCONOCIDO PRIMERO.
(Interviniendo maquinalmente.) Si era un marinero,
por la hija. Los marineros hacen colección de rizos
de náyade y suspiros de sirenas... Le faltaban las
trenzas de esa niña para la cajita de conchas y
corales, donde guardaba el perfume del amor.
PASTORA.
¿Y usted cómo lo sabe?
DESCONOCIDO PRIMERO.
Me lo ha contado el viento.
(Las dos mujeres miran al DESCONOCIDO PRIMERO
con extrañeza y curiosidad. El PASTOR vuelve a
decir:)
PASTOR.
Pero aún no ha cortado usted el pastel. (Y el
ALCALDE, por tercera vez levanta el cuchillo en el
aire para cumplir de padrino. Pero en ese momento
se oye un cañonazo y suena una algarabía de
sirenas. Por la ventana se ven los haces de potentes
reflectores acuchillar los espacios. Todos
enmudecen y escuchan. Luego dice el ALCALDE con
el cuchillo en la mano:)
ALCALDE.
Un preso se ha escapado de la cárcel.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Tal vez se trata de mi hombre.
PASTOR.
Seguramente.
ALCALDE. Claro que sí. (Cañonazos, sirenas y
reflectores.)
DESCONOCIDO SEGUNDO.
¿Y no sois vos el alcalde?
ALCALDE.
Alcalde de Varas soy, con la corona del rey pintada
de amarillo, junto al león unicornio.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Pues id a buscarle en seguida, para ejercer nuestras
funciones de justicia...Y vos, reverendo, id con él,
porque podréis ser necesario.
PASTOR.
Vamos, señor Alcalde.
ALCALDESA.
Nosotras vamos también. Yo no me quedo aquí.
(Mirando con repugnancia al verdugo.)
PASTORA.
Ni yo.
PASTOR.
¿Y usted no viene con nosotros?
DESCONOCIDO SEGUNDO.
La incumbencia del gobierno es cuidar a los
presos. La caza no es mi oficio. Yo recibo a mis
víctimas tranquilamente, servidas en bandeja de
plata...listas ya para el banquete.
ALCALDE. (Al DESCONOCIDO PRIMERO).
¿Y usted?. . .
DESCONOCIDO PRIMERO.
YO no soy de la comarca y me vuelvo al camino.
PASTOR.
¡Vamos, alcalde!
ALCALDE.
¡Vamos...vamos!
(Salen todos. El ALCALDE con el cuchillo en la
mano. Quedan solos los dos desconocidos, quienes
se acomodan de nuevo junto al juego. El
DESCONOCIDO SEGUNDO, borracho ya del
todo, vuelve a beber. .. Después de una pausa dice
al DESCONOCIDO PRIMERO:)
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Aún no me has dicho quién eres.. . ¿Cómo te
llamas? ¿De dónde eres... y cuál es tu oficio?
DESCONOCIDO PRIMERO.
También a mí me gusta cantar...
(Da una chupada a la pipa y canta esta copla:)
Mi oficio es tan viejo, amigo,
como el tuyo y tal vez más.
Tejo velas para el viento
que mueve la libertad.
Con tu cordel hago jarcias
con tu hacha corto amarras
y me voy a navegar.
(El DESCONOCIDO SEGUNDO se levanta
eruptando y se acerca a la mesa con cierta dijicultad,
mientras dice:)
DESCONOCIDO SEGUNDO.
He bebido mucho...y no estoy para
acertijos...Bueno, no me importa quién eres... ni
qué haces...La casualidad nos ha juntado.
DESCONOCIDO PRIMERO.
La casualidad...o el destino.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
No discutamos, amigo...Se han ido los huéspedes...y
nos han dejado solos...con esta jarra... y este pastel..
. Creo que es hora de cortarlo...(Buscando.) ¿Dónde
está el cuchillo?
DESCONOCIDO PRIMERO.
Se lo ha llevado el alcalde para linchar al fugi-
tivo...Mañana no tendrás a nadie para degollar.
DESCONOCIDO SEGUNDO.
Mientras tanto degollaremos este pastelón...Y
puesto que no hay cuchillo, usaré mi herramienta de
trabajo.
(El hacha que trae enfundada a la espalda la corre
hacia el costado y la saca. Brilla su hoja ancha y
pesada a la luz de las velas. Con movimientos
torpes de borracho toma el hacha por la hoja y
parte un trozo de pastel que al quererlo tocar con
la otra mano cae al suelo. Para recogerlo, pone el
hacha sobre la mesa y se agacha. Al agacharse se
desploma como un cerdo. A gatas va a apoderarse
del pedazo de pastel, que ha quedado a alguna
distancia de la mesa. Tropieza con un escabel o
taburete que usa la PASTORA para poner los pies,
cuando mueve la rueca. El verdugo pone la cabeza
sobre él, alargando el pescuezo y extendiendo la
mano derecha para atrapar el trozo de pastel. El
DESCONOCIDO PRIMERO que ha observado toda la
maniobra con atención, toma el hacha que
descansa sobre la mesa y exclama:)
DESCONOCIDO PRIMERO.
Hombre...¡Ésta es la postura reglamentaria!. . .
Como en bandeja de plata. . .
(Y levantando el hacha la deja caer con todas sus
fuerzas sobre el pescuezo del verdugo.)
¡Zas!. . .

OSCURIDAD

(Ha cesado de llover y entra la luna por la ventana,


que ahora, abierta, ilumina parte de la escena. El
lugar donde se supone decapitado al verdugo queda
en completa sombra. El DESCONOCIDO PRIMERO
está a horcajadas sobre el alféizar de la ventana. Se
oye la voz del JUGLARÓN.)

JUGLARÓN.
Vuela, vuela marinero
hacia las ondas del mar.. .
que el verdugo de la audiencia
te vino a decapitar. . .

DESCONOCIDO PRIMERO.
(Respondiendo.)
Tejo velas para el viento
que mueve la libertad...
Con el cordel del verdugo
hago jarcias para izar
la bandera de los sueños
y soñar. . .
Con su hacha corto amarras
y me voy a navegar.

OSCURIDAD

(Reflector sobre el JUGLARON que sigue sentado en


el proscenio.)

JUGLARON.
Éste era un cuento inglés de Tomás Hardy.. . pero
yo lo he reducido y desfigurado. Sólo he dejado los
personajes centrales y algunas palabras del diálogo.
Luego he tomado otro camino... Tenía yo muchas
ganas de matar a un verdugo...y con su propia
hacha... Soy un criminal ... un sádico y cruento
criminal.

Quise asesinar a la justicia...


a la justicia antigua y actual.
A la justicia plebeya y señorial.. .
A la justicia universal. . .
Soy un juglaron terrible y criminal.. .
Sin embargo... No he querido hacer un alegato
granguiñolesco
para que mi amigo Buñuel lo pudiera filmar.
El cuento ha quedado envuelto en unas notas
líricas
y en una atmósfera poética.. . y al final
me parece que suena el cuento
como un alegre canto a la gloriosa libertad.

(Pausa. Hecha mano al zurrón y saca otro


cuento:)

"LA BARCA DE ORO"

(Los DUENDECILLOS se dicen corriendo la voz: "La


barca de oro".. . "La barca de oro"...Y se van ligeros
y silenciosos a componer la tramoya del cuento.
Queda solo y sentado el JUGLARÓN hablando con el
público, mientras los DUENDECILLOS arman el
escenario)
LA BARCA DE ORO

PERSONAJES:

JUGLARÓN EL CABALLERO
EL COMERCIANTE EL MENDIGO
MANUEL DUENDECILLOS

JUGLARÓN.
Este cuento tiene todas las trazas de ser un cuento
universal y anónimo, aunque algunos aseguran que
el que lo refirió por primera vez, con mucho gracejo
mexicano, fue el general Vicente Riva Palacio. No
nos metamos ahora en un prolijo e intrincado
problema de erudición. Yo lo he oído contar en
España y en América.. . En las tertulias de los cafés,
en el mostrador de las cantinas, en las alegres
sobremesas...Y ahora lo escenifico aquí, a mi
manera poniendo la acción en la ciudad de México
y en un día cualquiera, que puede ser antes de
ayer. . .

(Transición.)

Ahí está ya el escenario...Estos duendes son una


maravilla... Forman "La Brigada Relámpago de
Tramoyistas" —el sueño dorado de todo director de
escena—, que nuestra federación ha formado y
disciplinado recientemente para este nuevo género
de cuentos-comedietas que yo he traído al "Nuevo
Teatro Mexicano" en este zurrón de cartero
trashumante. Eso que acaban de armar es una lujosa
joyería, de las muchas que hay en la Avenida
Madero. Que nadie se dé por aludido. Estamos en el
mundo de la imaginación y de la trampa. Todo es
trampa y supuesto. Y ese que está a la puerta de la
joyería se llama...Nosotros le llamaremos
MANUEL...Es un comerciante astuto... y
misericordioso. Tiene un corazón ambicioso y
compasivo. Aunque suene a paradoja, es un
comerciante sentimental. Y no porque mercantilice
los sentimientos, sino por el complicado
mecanismo de su sentimentalidad. Mirad cómo se
le caen las lágrimas oyendo a ese músico callejero,
que desde la sombra de su ceguera prenatal, ataca
dolorido las notas lamentables de "La Barca de
Oro". (Se dejan oír las notas de la popular
canción.) No hablemos más. Dejemos que, con la
música, entre el cuento en escena, sin más
comentarios. (El joyero MANUEL está a la puerta
de su tienda llorando conmovido durante un breve
espacio la dulzona melodía de la canción.)
MANUEL.
Canta con mucho sentimiento este mendigo. . .
Y ese violín suena muy bien. . .
(De pronto el violín deja de tocar y el "merolico" se
tambalea y casi va a caer. Viene a apoyarse en el
quicio de la puerta de la joyería. El compasivo
MANUEL le toma por el brazo y le introduce en la
tienda.)

MUTACIÓN

(Los DUENDECILLOS hacen desaparecer el tabique


corredizo y aparece el interior de la joyería.)

MANUEL. ¿Qué pasa?... ¿Qué le ocurre, buen hombre?


MENDIGO.
Nada grave, señor...Es un ataque de linotipia. . .
MANUEL.
Lipotimia, querrá usted decir.
MENDIGO.
Así debe ser.
MANUEL.
Yo también los padezco. Trastornos del metabo-
lismo...falta de riego en el cerebro...Lo mejor,
cuando vienen, es echarse boca arriba, con la cabeza
doblada hacia abajo... Acuéstese.. . acuéstese sobre
el banco.. . Así.. . Descanse un momento.
MENDIGO.
Sí, sí...esto es lo mejor...ya lo he observado.
(Se abre la puerta de la joyería y entra un elegante
caballero que va derecho al mostrador. El joyero deja
acostado al MENDIGO y acude a atender al cliente que
acaba de llegar.)
MANUEL.
¿En qué puedo servirlo, caballero?
CABALLERO.
Perdóneme.. . una insignificancia. (Saca una
cartera grande europea del bolsillo interior del
saco y se la muestra al joyero.) Mire usted estas
letras de oro de mi nombre, parece que quieren
despegarse. Las puntas que las sujetan al cuero se
han levantado y pinchan los dedos cuando voy a
sacar la cartera. (El joyero toma la cartera y lee las
letras de oro.)
MANUEL.
Otto Ramiel Jr. ¿Es usted el famoso organizador de
orquestas y conciertos?
CABALLERO.
El famoso y el fundador de la empresa es mi padre.
Yo llevo ahora la sección americana y he venido a
México, para puntualizar detalles de los conciertos
filarmónicos de este año, que van ligados en cadena
con las grandes ciudades de Centro y Sudamérica.
(El joyero toma unos alicates e intenta arreglar las
letras. En tanto, el CABALLERO observa a su
alrededor con curiosidad y al ver el violin del
MENDIGO que MANUEL puso sobre el mostrador
cuando ayudaba al MENDIGO a acostarse, se acerca,
lo toma, lo escudriña con disimulada atención, hace
vibrar las cuerdas con los dedos, luego las prueba
con el arco.)
MANUEL.
Tendré que llevar la cartera allí adentro, para
remachar estas puntas en el yunquillo de orfebre.
¿Quiere usted sacar los billetes? Lleva usted aquí
una fortuna.
CABALLERO.
No es menester. El nombre de esta casa es garantía
de seguridad y confianza. Los Ramiel somos viejos
clientes de los joyeros Samper. Porque ¿supongo
que ésta no es más que una sucursal de la casa de
París?
MANUEL.
En efecto, aunque la central la tenemos en Londres.
CABALLERO.
También la conozco. Allí labraron mi alianza de
matrimonio.
(MANUEL entra a la trastienda. A poco se oyen
unos golpecitos. Se supone que está sujetando las
letras de oro.)
MANUEL.
(Fuera de escena.)
También en la Argentina tenemos sucursales.
En Buenos Aires y Tucumán.
CABALLERO.
¿Es usted hijo o deudo del viejo Samper?
MANUEL.
El viejo Samper murió hace ya tiempo, y yo no soy
más que un empleado de confianza, el gerente de
esta pequeña sección mexicana.
(El CABALLERO sigue observando el violin. El
joyero aparece con la cartera ya compuesta, se la
entrega al CABALLERO que la toma, la observa y
luego dice.)
CABALLERO.
Está bien. (Se la guarda con desenfado.) ¿Tengo
que pagar alguna cosa?
MANUEL.
Nada, señor.
CABALLERO.
(Volviendo al violin.)
¿Y, cómo tiene usted aquí este violin?
MANUEL.
Es de este viejo mendigo, un músico callejero
que entró aquí desmayándose, hace un momento.
(El CABALLERO mira al MENDIGO con desprecio
y repugnancia, luego toma el violin y después de
observarlo y acariciarlo le dice al joyero con voz
confidencial:)
CABALLERO.
Pues este violin...es un Stradivarius.
MANUEL.
¿Cómo?
CABALLERO.
¿Sabe usted lo que es un Stradivarius?
MANUEL.
Claro que sí. No me juzgue usted tan ignorante.
CABALLERO.
Probablemente es de 1665. De la escuela de los
Grandes Constructores de Cremona. Todavía en
este ejemplar se denuncia el estilo de Nicolás
Amati, que fue el maestro de los Stradivarius,
aquellos angélicos arquitectos de violines y de
violas. Estos arcos centrales, las junturas y los
ángulos tienen la gracia femenina de Amati y el
carácter masculino de los Stradivarius. En esa
época fue cuando mejor se eligieron y se prepararon
las maderas.
MANUEL.
¿Y cuánto vale ahora un Stradivarius?
CABALLERO.
Si es de esa época... y no hay nada que me haga
dudarlo... no tiene usted aquí una joya que valga
más.
MANUEL.
¿Tanto?
CABALLERO.
Mire usted. El Stradivarius de Sarasate, que robaron
del museo que guarda todas sus reliquias en
Pamplona y que se cree que es el que ahora usa
Jehudi Menuhin, vale más de 200,000 dólares.
MANUEL.
¡¡200 mil dólares!!
CABALLERO.
Si es usted buen comerciante, está usted frente a un
negocio soberbio. Ese mendigo no sabe lo que lleva
entre las manos.
MANUEL.
Hagamos el negocio entre los dos.
CABALLERO.
Yo no quiero entrar en los pormenores de la
chalanería. No sabría hacerlo tampoco. Pero si
usted me lo consigue, yo le doy a usted 20,000
dólares. Tiene usted que hacer la operación con
alguna rapidez, porque salgo esta misma tarde para
Bogotá, en el avión de las tres. Estoy hospedado
aquí cerca, en el Hotel Ritz, cuarto número 43.
Telefonéeme en cuanto cierre el trato.
MANUEL.
De aquí a las tres tengo tiempo de sobra.
CABALLERO.
Hasta luego, entonces. Espero su llamada.
MANUEL.
Hasta luego, señor Ramiel. (Lo acompaña hasta la
puerta.)
CABALLERO.
Hasta luego.
(El joyero va hacia el MENDIGO que comienza a
recobrar sus sentidos.)
MANUEL.
(Con mucho cariño.)
¿Cómo va esa cabeza, amigo mío?
MENDIGO. Ya me siento otro hombre. Ya se me
fueron las náuseas y el mareo.
(Levantándose y disponiéndose a salir.) Usted ha
sido muy gentil y hospitalario conmigo. Y mire
usted adonde vine a dar con mis harapos. ¿Qué
parezco entre tantos collares y diademas? Una
inoportuna telaraña.. . (Tomando el violín.) Me voy
con la música a otra parte. A llorar a otra puerta con
mi lamentable violín.
MANUEL.
Pues mire usted... No suena mal este violín. No sé si
son las manos o la calidad del instrumento. Antes,
oyéndole tocar a usted "La Barca de Oro" se me
saltaron las lágrimas.
MENDIGO.
Es usted un joyero sentimental, cosa rara porque los
joyeros tienen duro el corazón como un diamante.
MANUEL.
El mío no es tan duro...y quisiera ayudarle. Una
limosna de centavos no le sacaría a usted de pobre.
Pero... le compro a usted el violín.
MENDIGO.
Tampoco la venta de este instrumento degollaría mi
pobreza. Ya una vez me ofrecieron por él setenta
pesos. Era una buena oferta, teniendo en cuenta que
me costó doce pesos en la Lagunilla; pero no era
buen negocio. Yo no soy un gran músico, pero con
tres cancioncillas que he aprendido, sostengo a una
nieta inválida y a mi pobre mujer que está llena de
achaques. Hay días que gano hasta veinte pesos.
Los sábados suelo llegar a treinta. Este violín es una
finca a la que yo le saco un buen rendimiento.
MANUEL. Pero si yo le doy setecientos pesos, por
ejemplo, usted se compra otro violín que no le
costará arriba de setenta.
MENDIGO.
Pero si yo no sé tocar más que en este violín. Ya he
hecho la prueba. En él aprendí y en él he ido
dejando mis tristezas. Llora como mi nieta y como
mi mujer. No lo vendería por todo el oro del mundo.
Sería como si vendiese a un hijo...Usted no entiende
de estas cosas.
MANUEL. Sí entiendo. Yo soy más artista que joyero.
Soy también músico...Adoro los clásicos. Y este
violín tiene un no sé qué...Ahora, mientras usted
reposaba, mirándolo me he sentido cautivado,
embrujado por esas dos eses que hay bajo las
cuerdas y que me parecen dos interrogaciones
cargadas de misterio.
MENDIGO.
Algo debe tener, sin duda, cuando usted lo codicia.
No parece usted buen comerciante.
MANUEL.
¿Cómo?
MENDIGO. Buen comprador quiero decir. El
comprador nunca alaba la mercancía que desea.
MANUEL. Esto no es un negocio...Es un traspaso
espiritual. Yo sé que no se vende a un hijo, pero en
mis manos no será un esclavo, sino una joya más.
Véndamelo...Con lágrimas se lo imploro.
MENDIGO.
Tendremos que partir entonces de cifras más altas.
Habrá que contar por miles.
MANUEL.
Dos mil pesos le doy ahora mismo.
MENDIGO.
¿Qué son dos mil pesos tal como anda el dólar?
(Toma el violin y se dispone a salir.)
MANUEL.
Cinco mil.. .
MENDIGO.
No se canse, señor.. . que no lo vendo.
(El MENDIGO intenta salir y el joyero lo toma del
brazo y metiéndolo en la tienda le dice con gran
solemnidad:)
MANUEL.
¡¡Diez mil!!
MENDIGO.
Diez mil ya es una cifra.. . Con diez mil.. .
podría realizar ciertos proyectos... Con diez
mil...podría yo...
MANUEL.
No cavile más. Diez mil...y trato hecho.
(Va a la caja. La abre, saca el dinero y vuelve al
mostrador.)
Aquí tiene, diez billetes de a mil.
(El MENDIGO los toma y se los guarda.)
MANUEL.
El violin es mío. Venga acá.
MENDIGO.
Déjeme usted despedirme de él.
MANUEL.
¿Va usted a cantarle "Vecchia Cimarra"?
MENDIGO.
No, señor. Voy a cantarle "La Barca de Oro".
(Toma el violin, toca la primera parte de "La
Barca de Oro" y canta los mismos versos.)

"Yo ya me voy,
sólo vengo a despedirme...
Adiós, mi bien,
adiós para siempre adiós."
(Se estremece, llora y besa el violin.)
MANUEL.
Bueno, bueno. Ya está bien. El violin es mío. Vaya
usted con Dios.
(El MENDIGO abre la puerta y sale. Cuando se cree
a salvo de la vista del joyero, se quita los lentes
negros y sonríe. Avanza hacia la calle y a los pocos
pasos se encuentra con el CABALLERO elegante. Lo
toma del brazo y siguen cantando.)
CABALLERO.
¿Cuánto?
MENDIGO.
Diez mil.
(El CABALLERO extiende la mano, recibe su parte,
se la guarda y se alejan silbando la música
correspondiente a los versos de "La Barca de Oro"
que había cantado el ciego al despedirse de su
violin. El joyero sale a la puerta con el violin en la
mano y viendo al CABALLERO con el MENDIGO,
comienza a sospechar que ha sido objeto de un
timo.)
MANUEL.
Gendarme... ¡Gendarme!... ¡Me han robado! .. .
¡Gendarmes!.. .
JUGLARÓN.
(Saliendo de la sombra.)

Manuel, Manuel, Manuel,


cállate Manuel
no llames al gendarme
ni acudas ante el juez. . .
Porque en esta aventura de rateros,
tú eres el más ratero de los tres.

TRANSICIÓN

Buscaremos otra cosa por aquí...Será el octavo


y último cuento.
(Saca el último rollo del zurrón, lo desenrolla y
aparece:)

"TRISTÁN E ISOLDA"

(Después de leído el título, mostrándoselo al público,


los DUENDECILLOS se apresuran a preparar la
escenografía. Mientras los DUENDECILLOS se afanan,
el JUGLARÓN, siguiendo el mismo juego, explica al
respetable:)
TRISTÁN E ISOLDA

PERSONAJES:

JUGLARÓN TRISTÁN
ISOLDA DON
MEDUSO
DUENDECILLOS

JUGLARÓN.

La historia (moderna y caprichosa) de "Isolda y


de Tristán"...

PAUSA Y TRANSICIÓN.

Yo no soy un escéptico
ni un cínico juglar...
Acomodo mi voz al tono
y al instrumento que me dan.
Con el que ríe, río
y con el que llora sé llorar.
Amo el ingenio de los picaros
y me quedo con el que muestra
más habilidad...
Me gusta la justicia de Sancho,
el truco de Simplicio
y la socarronería franciscana del Abad...
Puedo matar a un verdugo si se tercia.
Pero... no soy un desalmado criminal. . .

PAUSA.

Ahora... soy un romántico,


con un corazón sentimental. . .
Y os voy a referir de un modo caprichoso y
moderno,
la historia de Isolda y de Tristán.
La anécdota no es mía.
Me la contó hace tiempo otro juglar.
Pero yo la he vertido en villancico.. .
en una azul y tierna canción de Navidad.

PRIMER ESCENARIO

DECORADO:

Los DUENDECILLOS han formado el escenario


mientras estuvo hablando el JUGLARÓN. Una
buhardilla con ventana frontal a la derecha por
donde se vé un paisaje de tejados de pizarra en una
gran ciudad Un tocador de señora humildísimo en
el bastidor de la izquierda, cerca déla ventana con
un espejo humildísimo, también. Al otro lado de la
ventana, una cama con una mesilla de noche. Sobre
la mesilla un quinqué de petróleo con la mecha a
medio encender. En el ángulo de la izquierda, al
fondo, una mesa con un Belén. Bastante grandes y
visibles las figuras. Y la estrella que brilla sobre el
establo. En el bastidor lateral de la izquierda la
puerta de entrada que da a las escaleras.
(Sentada al tocador está ISOLDA, una muchacha
rubia, de 18 años, ingenua, dulce. Peinando su
áurea cabellera suelta. TRISTÁN, su marido, un
mozo pálido de 20 años, con un traje raído negro
y el pelo largo, pero no con melena... según lo
llevaban los últimos románticos... Mira por la
ventana.)

ISOLDA.
¿Qué estás mirando, mi Tristán?
TRISTÁN.
El día.. . que se acaba.. . Triste fue, como mi
nombre y mi destino.. . Todo rima con nuestra
pobreza: el cielo, los tejados... y ese gato gris que
esperó en vano hora tras hora sobre el pizarrón de
la mansarda un rayito de sol...Fue un día sin oro y
sin luz.

(Enciende el quinqué, luego va hacia ISOLDA y


acariciándola y besándole el cabello, saca el re-
loj, que lleva un cintajo verde por cadena.)

Señalemos en mi viejo reloj esta hora apagada de


la vida. ¡Oh, mi adorada Isolda!.. . Hoy no hay en
esta casa más oro que el de tu desbordada
cabellera.

ISOLDA.
(Mirando el reloj que sostiene TRISTÁN)
Y el oro de tu reloj.. .
TRISTÁN.
Que cuenta sólo mis horas de tristeza.
ISOLDA.
Ha contado también las horas del amor.. . Cuando
me besaste por primera vez estos cabellos y me
bautizaste poéticamente con el nombre de Isolda..
. hubo en su carátula de oro una sonrisa luminosa.
TRISTÁN.
Como a tus trenzas le venero. Es un reloj histó-
rico. La crónica de mi familia y de mi vida. Fue
de mi abuelo, luego de mi padre... y mi padre me
lo legó a mí. Ha contado las horas, los días y las
lágrimas de tres generaciones. La de un soldado,
la de un comerciante y la de este pobre poeta.
ISOLDA.
¡Mi Tristán!
TRISTÁN.
Tu Tristán.. . enamorado y enloquecido por el
hechizo fatal de tus cabellos como aquel caballe-
ro de la Edad Media cuyo nombre y cuya suerte
he venido a heredar... Le llamaron Tristán por su
triste destino.
ISOLDA.
Fue un gran enamorado.
TRISTÁN.
Y un gran guerrero. Amaba a su espada tanto
como a las trenzas de su Isolda. Yo amo tus tren-
zas tanto como a mi reloj. El reloj es la tizona del
caballero moderno. Con él contamos y matamos
el tiempo. El nuevo dragón que nos acecha ... El
tiempo es oro. Cuando nos vence es plomo. Hoy
es un día plomo. Duro y gris... Y he sacado mi
reloj para que señale bien la hora y el día juntos
de mi derrota y mi pobreza. Son las 6 de la tarde
del 24 de diciembre de 1900...La última Noche
Buena del Siglo xix...Y el poeta Tristán no tiene
10 centavos con qué comprarle a su amada una
rosa para que se la prenda en los cabellos.
ISOLDA.
No te inquietes Tristán, que tal vez ésta sea la
hora exacta y sagrada del amor. (TRISTÁN pasea
por la estancia desesperado, luego se sienta en la
cama, todavía con el reloj en la mano.)
TRISTÁN,
No tengo más que este reloj...amarrado con esta
verde cinta apolillada al botón de mi chaleco, al
botón del ombligo, al ombligo de mi casta como
un antiguo bergantín cargado de hazañas y
recuerdos familiares que no se cotizan en la
Lonja. (Rompe la cinta.) ¡Ah!, verde cinta
podrida, viejo cordón umbilical...(Va a arrojarla
al suelo.) Cable romántico que amarras mi
historia a la leyenda. ¡Ya no amarras nada!
ISOLDA.
No, Tristán querido, no la tires al
suelo...Sujétame con ella los cabos de las
trenzas... Ni una hebra de hilo encuentro aquí...
(Buscandoen el tocador.)
TRISTÁN.
Nada es despojo en la casa del pobre. (TRISTÁN
con la cinta de su reloj le amarra loscabos de las
trenzas mientras sigue hablando.)
¡Ah!, cinta vieja de seda,
deshilachado listón.. .
¡Ayer amarraste el tiempo
y hoy amarras el amor!
ISOLDA.
¡Gran poeta es mi Tristán!
TRISTÁN.
Con una musa como tú, puedo hacer versos que
hagan llorar a las estrellas.
ISOLDA.
A las estrellas y a mí.
TRISTÁN.
Una estrella eres tú.. .
(Besa los cabellos de ISOLDA.)
ISOLDA.
Ahora recogeré las trenzas en rodete sobre las
sienes y la frente.
TRISTÁN.
(Mirándola.)

Suaves cabellos de Isolda,


doradas hebras de seda,
fuente de sol derramada,
desbordante cabellera,
que, dócil, te recogiste
en las trenzas. . .
Y ahora vuelves al venero
augusto de la cabeza,
para retenerte ahí. . .
como el sol en la cumbre de la Sierra.
¿Por qué no tengo yo, amada,
una divina diadema?

ISOLDA.
¡Precioso madrigal!
(Con el rostro iluminado de alegría y ya peinada,
vuelta a TRISTÁN.)
Y aquellos villancicos que compusiste anoche...
¿cómo eran? Llevaban un estribillo. .. Deja que
recuerde...(Recitando.)
Amor, amor mío, amor,
¿qué me vas a regalar?
Esta noche es Noche Buena
víspera de Navidad. . .
Noche de amor y de dádivas
de recibir y de dar.. .
Los DOS.
Amor, amor mío, amor,
¿qué me vas a regalar?
ISOLDA.
Hoy bajó Dios a la tierra
para a todos enseñar
que se reparte el amor
como se reparte el pan.
¿Pero qué busca.. . qué quiere. . .
a dónde va...?
Se me ha perdido entre las sombras...
El ojo imaginativo de mi cámara no la
distingue ya. . .
¿La veis vosotros.. . ? Llamadla.. . Seguidla.
Perseguidla... Isolda... Isolda... ¡Isolda...!
¡Aquí está!

ESCENARIO SEGUNDO

DECORADO:

La fachada de la peluquería de DON MEDUSO.


Una puerta de cristal practicable que se prolonga
en una gran luna de cristal por donde se ve clara-
mente el interior. En el telón del forillo, colgadas,
unas grandes tijeras practicables. En la luna de
cristal, ésta muestra:

DON MEDUSO. PELUQUERO DE COMEDIANTES Y


SEÑORAS. MOÑOS Y AÑADIDOS. PELUCAS Y BISOÑES.
COMPRO PELO.

(DON MEDUSO está a la puerta, mirando hacia la


calle. DON MEDUSO es un personaje cómico y
sombrío, con cabellera y barbas profusas de sier-
pes enroscadas. Mitad fígaro y mitad verdugo.
Usa las tijeras como un hacha o como una
guadaña. Tiene algo de aquel sacamantecas que
en los parques de las ciudades románticas salía
de improviso del tronco de los árboles y les
cortaba a las niñas que jugaban descuidadas a la
comba sus cabelleras ondulantes. ISOLDA,
después de leer con gran atención la muestra y
singularmente la frase: "COMPRO PELO", se
dirige a DON MEDUSO y corre el diálogo.)

ISOLDA.
¿Es usted Don Meduso?
DON MEDUSO.
Para servir a la señora...¿Qué desea?
ISOLDA.
(Señalando la muestra.) ¿Compra usted
pelo...? ¿Es verdad?
DON MEDUSO.
Compro cabellos de Sansones
y de monjas profesas.
Tengo una soberbia colección
de ilustres cabelleras...
La de Berenice.
La de la Magdalena...
(ISOLDA le interrumpe, y señala sus trenzas.)
ISOLDA. También estos cabellos son ilustres. ¡Le
vendo a usted mis trenzas! Son las trenzas de
Isolda...Tristán dio la vida por ellas. (DON
MEDUSO toca con sus dedos expertos las trenzas
de ISOLDA, valorándolas.)
DON MEDUSO.
No me importa lo que diera Tristán...Yo sólo doy
treinta monedas.
ISOLDA.
Treinta y dos...¡Déme usted treinta y dos! (Para
si.) Treinta y dos cuesta la cadena.
DON MEDUSO.
Bien, señora... Le daré treinta y dos...Esta noche
no se regatea...(Burlón.) Dentro de unas horas va
a nacer un Dios. . .
ISOLDA.
¡El Dios del amor!
DON
MEDUSO.
(Escéptico.
)
Pase usted a la tienda.
(Entran. El peluquero descuelga de la pared las
grandes tijeras. Las abre y las cierra en el aire
con gran contentamiento. Mientras dice el JU-
GLARON.)
JUGLARÓN.
Y Don Meduso, como el verdugo el hacha, le-
vanta en el aire las tijeras.

OSCURIDAD EN LA ESCENA.

(Reflector sobre el JUGLARON, quien después de


una pausa sigue hablando para dar lugar a cam-
biar el escenario.)
JUGLARON.
Hubo un tiempo.. . en que las mujeres
se cotizaban por sus trenzas
en el mercado del amor.
Allá por la Edad Media.
Y todavía al comienzo del siglo.
Valían más las trenzas
que los ojos, las manos
y las dos palomas blancas y gemelas
que hacen guardia, aturdidas en el umbral
del corazón. Hoy, por las
rubias trenzas de Isolda, Don
Meduso da sólo 32
monedas.. .

ESCENARIO TERCERO

DECORADO:

Otra vez la buhardilla. ISOLDA, sentada, en el


tocador, se mira al espejo. Ya sin trenzas.

ISOLDA.
¡Oh, qué adefesio!...Parezco un monacillo
mutilón. Me va a matar Tristán...Pero yo
tenía que regalarle alguna cosa...Él mismo
lo pedía. En el villancico lo pedía con su
ritornello pertinaz.
"Amor, amor mío, amor,
¿qué me vas a regalar?"
Y quería que fuese una cadena.
¿A qué romper si no con tanta furia
aquella vieja cinta umbilical?
TRISTÁN. (Dentro.)
Esta noche es Noche Buena
víspera de Navidad...
noche de establo y de estrella
de recibir y de dar.
ISOLDA.
(Al oírle, nerviosa.) ¡Aquí llega!... ¡Ampárame
Señor! (Se vuelve hacia la puerta cubriéndose
con las manos los lados de la cabeza. Entra
TRISTÁN levantando en una mano un paquete.)
TRISTÁN.
Adivina, amor mío, adivina
¿qué te voy a regalar? (Con la alegría de la
noticia, ISOLDA separa las manos de la cabeza y
va corriendo hacia TRISTÁN para arrebatarle el
paquete.)
ISOLDA.
¡Déjame ver!
(Al verla con el pelo cortado, TRISTÁN palidece y
sólo puede decir:)
TRISTÁN.
¿Qué has hecho Isolda.. . ? ¿Dónde están tus
trenzas?
ISOLDA.
Las vendí para comprarte. . .
(Se corta, atenta sólo al paquete que comienza a
desenvolver nerviosa. Desesperado, TRISTÁN va
a sentarse en la cama sosteniéndose la cabeza
con
las manos.)
TRISTÁN.
¡Insensa
ta!
ISOLDA.
Te he comprado.. . Luego lo verás...Déjame
ver antes tu regalo...
TRISTÁN.
(Levantándose descorazonado.)
¡Para una rosa deshojada... un hermoso vaso
de cristal!
(ISOLDA ha desenvuelto ya el paquete y saca el
contenido, unas peinetas de carey. Con ellas en
la mano un largo rato. Después que el público
las
ha visto, claramente, dice triste y pensativa:)
ISOLDA..
¡Las peinetas de aljófar y carey!
que siempre me paraba a contemplar
como un sueño imposible,
en el 'escaparate' del bazar.. .

(Pausa. Se acerca lentamente a TRISTÁN y,


arrodillándose ante él, que sigue sentado en la
cama y con la cabeza oculta entre las manos, le
dice:)

Me crecerá de nuevo el pelo...


me crece muy de prisa.. .
No te aflijas, Tristán.
En tres meses, como las espigas
otra vez mis trenzas crecerán.
(TRISTÁN no dice nada. Después de un largo si-
lencio, ISOLDA continúa.)
ISOLDA. Ahora.. . dame acá tu reloj...
TRISTÁN.
(Asustado.) ¿Mi..
. reloj,. .?
ISOLDA. Tu reloj... sí...Dámelo
acá.
TRISTÁN.
¿Para qué quieres mi reloj?
ISOLDA.
Para amarrarle a esta cadena de oro
que por el oro de mis trenzas he cambiado.
¡Mírala!

(Saca la cadena de la caja y la levanta en el


aire.)
TRISTÁN.
(Abandonando el asiento y caminando.) ¡Dios
mío.. .! ¿No es ésta una burla del destino?
ISOLDA.
(Yendo hacia él.) ¡Dame acá tu reloj!
TRISTÁN.
¿Mi reloj?... ¡Ja, ja, ja, ja!
Se lo vendí al viejo leví
para comprarte las peinetas.
ISOLDA.
¡Tristán!
¡Vendiste el reloj de tus abuelos!
TRISTÁN.
Nadie quiso comprarme el villancico.
¡Ruin mercancía es un cantar!
¡Y esas peinetas de carey con aquel oro
de tus cabellos tan bien venían a rimar. . .!
El diablo se ha burlado de nosotros.
ISOLDA.
¿El diablo?.. . No, Tristán.
¿¡Qué sabe el diablo de amor!?
¡La intención es lo que cuenta!
TRISTÁN.
(Reflexivo.)
¡Verdad!... ¡Es verdad!
La dádiva es lo de menos...Una paloma, un
ex-voto,
una cadena, un collar.. .
El sacrificio que hacemos a los dioses
no tienen nunca utilidad.
Y ahora que nuestras dádivas no sirven para
nada
es cuando valen más.
ISOLDA.
Pondremos la cadena y las peinetas
en este humilde altar...
(Las coloca en el Belén.)
en el pesebre-cuna del Dios niño
que dentro de unas horas nacerá.
TRISTÁN.
Ahora nuestros regalos tienen
un puro valor sacramental.
Isolda... Yo te di mi corazón.
ISOLDA.;
Y yo a ti el mío, Tristán.
(Se besan tiernamente y sé quedan
abrazados mientras el JUGLARÓN dice:)
JUGLARÓN.
Éste es el regalo mutuo,
la dádiva principal.
Corazón por corazón.
Que esta noche es Noche Buena
víspera de Navidad.
noche de establo y de estrella
de recibir y de dar.
Y se reparte el amor,
como se reparte el pan.

TRANSICIÓN AL EPÍLOGO.

(Se oscurece la escena. Desaparecen TRISTÁN e


ISOLDA y se queda solo, bajo la luz de un reflec-
tor, el JUGLARÓN.)

JUGLARÓN.
Hemos llegado al fin, amigos míos,
por esta noche no hay más cuentos.
Cierro el candado del zurrón
con la llave dorada del silencio
y digo para terminar: Es hora de dormir.
Se durmió la lechuza en la rama del fresno
y el tecolote en el pirul.
A vosotros os aguardan las blancas
almohadas del lecho.
Id a dormir también: por una invisible pasarela
vamos del cuento al sueño.
Luego regresamos por esa misma pasarela
otra vez al cuento,
cargados de enigmas y acertijos. Nunca nos
detenemos.
Hasta la muerte no paramos.
La vida es un cuento que termina en un sue-
ño. . .
(Sueños como cuentos y cuentos como sueños.)
La historia una serpiente que se muerde la fá-
bula
y este juglarón viejo que os pide vuestro
aplauso, con respeto,
el humilde cronista
de la realidad y del misterio.
Buenas noches, amigos. . .
buenas noches a todos os deseo.

***

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