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El destinatario
Si en el campo de la literatura es una discusión abierta la cuestión de si un escritor
debe escribir pensando en los lectores, no ocurre lo mismo en lo que se refiere a los
textos técnicos y profesionales. En este ámbito es fundamental tener en cuenta quién
es el destinatario de nuestro escrito. Hay que huir de la idea de que con redactar con
la suficiente corrección tenemos el problema resuelto. Para alcanzar los objetivos que
nos hayamos propuesto resulta fundamental captar la atención del lector, de modo
que este no lea en diagonal o tire a la papelera nuestro escrito. Y para conseguir ese
plus de atención, vale la pena intentar conocer al máximo a nuestro destinatario. Así
podremos decidir qué vocabulario debemos emplear, qué argumentos van a resultar
más efectivos, qué aclaraciones serán necesarias y cuáles podremos obviar, con qué
ejemplos convendrá ilustrar nuestros razonamientos, etc.
Claro está que muchas veces nuestro destinatario será para nosotros un completo
desconocido —apenas conoceremos su cargo y con suerte su nombre—, con lo que
deberemos ceñirnos a un modo de escritura neutro, válido para el cargo que ocupe, se
trate de la persona de la que se trate. Sin embargo, en otras ocasiones tendremos la
oportunidad de modular nuestro escrito, más allá del cargo, en función de la persona,
bien sea porque mantengamos relación con ella, bien sea porque hayamos recibido
información sobre ella.
¿Qué datos nos serán de ayuda? Por una parte, la edad y el sexo. Con esto no se
quiere decir, claro está, que haya que tratar con mayor o menor cortesía a una persona
según la edad que tenga o según sea hombre o mujer, sino que sencillamente
podremos buscar vías de identificación en función de ello, evitando —eso sí— las
ideas preconcebidas.
Otros datos de interés son el currículo profesional y el nivel de estudios, y, muy
especialmente, el grado de conocimiento que nuestro destinatario tenga sobre el
asunto del que le vamos a hablar. En algunos casos, también nos será muy útil
conocer su carácter, sus valores y su ideología. Si, además, sabemos a qué tipo de
argumentaciones es más sensible —las conceptuales o basadas en teorías y
metodologías, las narrativas o basadas en hechos e informaciones o las afectivas o
basadas en sentimientos— tendremos un dibujo completísimo de nuestro destinatario.
Basándonos en ese dibujo podremos decidir qué tono emplearemos y qué clase de
argumentos priorizaremos.

Cuantos más datos tengamos sobre nuestro destinatario, mejor


adaptaremos el texto a su personalidad y más fácilmente
alcanzaremos los objetivos que nos hayamos fijado.

www.lectulandia.com - Página 8

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