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CHILE ACTUAL

Anatomía de un mito

Tomás Moulian
TOMAS MOULIAN

«CHILE ACTUAL: ANATOMIA DE UN MITO»

Serie Punto de Fuga


COLECCION SIN NORTE
© T o m a s M oulian
© LO M - ARCIS
P rim era Edición en 1.000 ejem p lares, junio de 1997
D écim o sexta Edición en 1.0 0 0 ejem plares, d iciem b re de 1997

I. S. B. N . 956-282-022-X
R egistro d e Propiedad Intelectual N° 100.226

D iseño d e P ortad o: M anuela M oulian

D iag ram ació n e Im presión


LOM E dicion es
M atu ran a 9 - 13 Tel.; 672 22 3 6 Fax: 673 09 15

Im p reso en Chile
Este libro está dedicado a mis hijos.
Por haberm e acom pañado en las buenas y en ¡as ínalas,
por soportar m is distancias y m is idas.
Por su am istad.

Este libro es tam bién


para G erm án Bravo: a la m em oria.
Para O ralia Ventura: cti la m em oria.

«M i libro es ficción pura y sim ple.


Es una novela, pero no fu i yo quien la inventó»
M ichel Eoucault, entrevista de R aym ond Beliour

«A veces, y el sueño es triste,


en mis deseos existe
lejanam ente un país
donde ser feliz consiste
solam ente en ser feliz.»
Fernando Pessoa, Del Cancionero
Se trata de un e x p e rim e n to e co n ó m ico q u e, in iciad o por los
militares, pasó la prueba de la dem ocracia (en realidad de la neo-
dem ocracia) y que ya tiene veinte años de decantación.
Las exag eracion es sem án ticas que se han usado en esta
campaña publicitaria (Chile jaguar, Chile pum a, Chile líder, Chile
desarrollado) no son azarosas. Form an parte de una estrategia de
exaltación, destinada a suscitar el «orgullo patriótico», la idea de
que som os triunfadores. Efectivamente esa campañ.l'buacó y busca
un efecto externo, para el consu m o de inversionistas y decidores.
Pero también pretende crear efectos internos, que consoliden el
modelo, en este caso que generen identificación con él a través de
una idea-fuerza, «Chile adm irado». O sea, Chile en la boca de todo
el m undo, Chile envidiado. ¿Qué mejor posicionamiento para una
s o c ie d a d o b s e s io n ad a pc>r la gr an efe zá, p a rá un país de un
inconfesado nacionalismo, competitivo y~exitista?
E s ta e s t r a t e g i a d i s c u r s i v a de e x a l t a c i ó n d e n u e s t r a
«m odernización», ¿no debería producir un efecto reverso, una
recuperación del espíritu crítico por la confrontación patética entre
lo que se dice que somos y la experiencia de vida cotidiana? En
realidad, lo identificatorio de este Chile Actual no es la pobreza
esparcida en el paisaje urbano puesto que, en todas partes, esas
m a n c h a s q u e s a lp ic a n la a rq u ite c tó n ic a s o fis tic a d a , se h an
c o n v e r t i d o en u n a c a r a c t e r í s t i c a c a s i u n i v e r s a l d e e s ta
m odernización de la pobreza crónica, de los «homeless» o — lo
que no es el caso de C hile— de la alta cesantía.

Lo que sí podría suscitar interrogantes es el evidente desfasaje


entre el lenguaje glorificador y elsubdesarroíTo ¿TélóTfPrursos y
dc la~cuítuxa. Nos decimos m odernos pero vivim os Ía*rn<?7;cla de
una infraestructura pobre con un ingenuo provincianism o mental.
Todas estas carencias no tendrían por qué tener grandes
efectos en u na sociedad con conciencia de sus limitaciones. Pero
ellas deberían aportillar, y en el límite reventar, el mito de Chile.
Pero esto no ha ocurrido ni ocurre. La idea de que somos modernos-

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modernísimos se asienta, se expande, se populariza, recibe el apoyo
b e n e v o l e n t e de o b s e r v a d o r e s e x t r a n je r o s , p r o b a b l e m e n t e
in teresad o s en la s u e rte de sus in v ersio n e s y tam bién de un
importante segm ento de nacionales.
No, probablemente, entre el más de un millón de indigentes,
el 8.0% de la población total, que registran las encuestas C A SE N
de 1994. Pero sí entre otros «integrados» de los sectores populares
o de las capas medias que han conquistado en este sistema una
forma particular de la ciudadanía. ¿Cuál? Ya se insinuó: la del
placer y el sacrificio del consumo.

5. La masificación del consum o


Los sectores «integrados» por la vía del consumo, derivados
de sus ingresos o por el efecto de la gigantesca masificación del
crédito, cubren casi todos los sectores. El crédito permite desarrollar
estrategias de m ejoram iento de las condiciones de vida, ensayar
diferentes modalidades de conquista del «confort». No son, en
sentido estricto, estrategias de movilidad social, puesto que el
efecto de su despliegue no es un cam bio de estrato. Se trata de
algo distinto, pero sim bólicam ente m uy im portante: de un acceso
a la «m od ern id ad » de los bienes u ob jetos que antes estaban
r e s t r in g id o s a los ric o s . M ás q u e c u a l q u i e r d is c u r s o , e sta
posibilidad de pasar de la televisión blanco y negro al color, de
tener videocasseltes, de com prar hornos microondas, de contratar
televisión por cable con la cual asomarse al m undo, de acceder al
teléfono, de tener un auto en cuarenta y ocho cuotas, opera com o
un factor decisivo en la construcción de la subjetividad y en la
relación con la sociedad. La «amistosidad» en las relaciones de
consum o contrarresta, en mucRos.'caSoS, tí? dtirezírde las relaciones
de trabajo. ~ ............ .

Aún más, se puede sostener que los principios que rigen


am bas esferas em p u jan hacia la in d iv id u ación . El in d iv id u o -

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a s a la ria d o , no m e d ia d o p o r el s in d ic a to , c o m o ideal de las
relaciones de trabajo y el individuo-consum idor com o lo real de
las relaciones de consumo (85).
El m odelo, explotador por flexibilización en las relaciones
de producción y trabajo, es acogedor y «amigable» en las relaciones
de consumo. Las lógicas son inversas. Las relaciones de trabajo
buscan la flexibilización de los contratos m ientras que las de
consum o suponen su estabilidad, por lo m enos mientras dure el
lazo de la deuda.
Evidentemente que esta «amabilidad» es un efecto estructural
provocado por las nuevas form as de organización de la economía.
La rebaja sustancial de aranceles ha colocado al alcance de los
salarios m ed ios y m ed ios bajo s m últiples bienes de consu m o
durables, im p ortad os o fabricados en C hile con com ponentes
importados. A esto se sum a la gran modificación experimentada
por el consum o desde los 80 para adelante; la «flexibilización» de
la com ercialización realizada por la expansión de los sistemas de
créditos.
Las cifras conocidas son muy reveladoras de la penetración
del crédito. En primer lugar, esta posibilidad está abierta, en algunas
de sus formas, para todas las familias que forman parte de los
estratos AB, C l, C2, C3 y D, Solamente están excluidas las familias
del estrato E, el cual presenta un nivel de ingresos promedios de
$70.000 m ensuales (86). En el G ran Santiago U rbano el estrato E
representa el 10% de los hogares, o sea 115.801 hogares. El resto de
los hogares de ese universo son considerados potencialm ente
accesibles al crédito. Para el G ran Santiago U rbano la cantidad es
de 1.042.208 hogares, según estimaciones de junio de 1 9 9 4 (87),

85 Esto es tan m a rca d o , q u e los c réd ito s d e c o n s u m o iw se co n ced en p o r el in g reso fa m ilia r s in o de la


p erso n a co n tra ta n te.
8 6 C A M A R A D E C O M E R C IO D F S/ 1N T M G O , D E P A R T A M E N T O D E E S T U D IO S
E C O N O M IC O S : « D eu d a s d e c o n su m o c o n s o lid a d a s p o r estra to s o cio e co n ó m ico » . 5nrilwf¡n, C hile,
d ic iem b re 1995.
S7 iC C O M L T D A .: In form a ció n esta d ística y p o b la c io n a ! básica, S a n tiag o , C h ile, 1994

100
Segú n antecedentes de diciem bre de 1995 la deuda total
consolidada de consum o ascendía a $1.65 billones. 1.3 m illones de
familias estaban endeudadas con el com ercio y 1.5 millones de
familias lo estaban con el sistema financiero. La deuda prom edio
de las familias endeu dadas en el sistema financiero alcanzaba a
$885.000, mientras que la deuda promedio con las casas comerciales
alcanzaba a $270.000
Los datos de m ayor interés se refieren a la distribución de
las d e u d a s según g ru p o s so c io e c o n ó m ic o s . Entre los g ru p o s
socioeconóm icos de más bajos ingresos (89) hay 1.055.000 familias
endeudadas de un total nacional de 1.523.000 familias. Es decir
los sectores populares in co rp orad os al sistem a de créditos de
consum o representan el 66.22% del total de deudores. La relación
deuda /ingreso de esos grupos socioeconóm icos populares es de
1.9 para el grupo D y de 3,2 para el grupo C3. Com o se observa, el
segm ento m ás cercano a la clase inedia está m ucho m ás com p ro­
metido financieram ente que el grupo D (,ü).

88 C A M A R A 1 >í; C O M E R C IO D E S A N T IA G O : D E U D A S ... O I'. C1T.


89 El grujió D, cuyo ingreso prom edio alcanza ¡i S120.000 y e.l xnipn C3 cuyo injjrrsD prom edio alcanza
a $7.50.000. Cfr. C ám aia de Com en to de Santiago: IBiD.
9 0 In clu y o u n a a d ap tació n s im p lific a d a d el cu a d ra p rin cip a l d el rforimirnfo c ita d o de la C á m a r a de
C om ercio ¡le S an lin p o:
D E U D A S D E C O N S U M O C O N S O L ID A D A S
(P ro m e d io w r h o ffa r a t 12/95)

G SF IN C,RU SO P R O M . N. H O G A R E S D EUDA/
M U N S U A l. DEUDORES IN G R E S O
( M í/m e s ) (M iles)
...

A lt 52 W 18 1.1
Cl 1260 115 x' 2.3
C2 •' 541) 335 \ 3.6
C3 250 415 1 3.2
!) 170 6 40
..

Total 433 1523 2.5


.

F u ente: Crtntara <b C om ercio d e S an tiag o.

101
La m a sific a c ió n c re d iticia y la alta tasa de cre cim ie n to
observada (18% de prom edio anual real) tiene relación con dos
mecanismos: a) facilitación del acceso y b) instauración de sistemas
de acceso autom ático. R especto a la facilitación del acceso, se
observa que las financieras, m uchas de ellas ligadas a los bancos,
han dism inuido sus exigencias, colocándolas al nivel del grupo
socioeconóm ico D, otorgan créditos cuya duración fluctúa entre
12 y 48 m eses y piden sólo un año de perm anencia en el trabajo.
La instauración de sistemas de crédito automático es también
un factor importante de facilitación. Existen tres sistemas de ese
tipo: las líneas de crédito autom ático de los bancos, las tarjetas de
crédito y las tarjetas de tiendas múltiples. El primer sistema es
m ás exclusivo, pero el segundo y el tercero tienen una am plia
cobertura. Existían a m arzo de 1996,1.380.037 titulares de tarjetas
de crédito y 575.496 adicionales.

A su vez las tarjetas de tiendas comerciales llegan a una cifra


cercana. Esta alcanzaba en diciembre de 1995 a 1.272.000 hogares.
Las casas comerciales expiden tarjetas con un salario m ínim o de
hasta $100.000, con cupos variables. El cliente puede consum ir a
crédito hasta copar el tope, pero nada im pide que una misma
persona tenga varias tarjetas de este tipo en diferentes tiendas
m últiples, porque el sistema no es «transparente».
Se genera de esta forma un «dinero plástico», que puede ser
«m edido» por el Estado pero no controlado, porque su emisión
depende de miles de decisiones individuales de los portadores
crediticios.

6. El ciudadano credit-card
A travtfs'dfTla m asificación del crédito se ejerce una forma
de la ciudadanía, la del «ciudadano credit-card», insertado en una
gigantesca cadena de consu m o con pago diferido. Ella expande el
poder del dinero-salario. Este, adem ás de ser un medio de pago

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« a c tu a l» , e m ite s e ñ a le s sob re la c a p a c id a d de c o m p r o m is o
financiero de un individuo en el futuro.

Este c iu d a d a n o credit-card es n o rm a liz a d o , « p u e sto en


orden», regulado por el consum o con pago diferido. Tiene que
s u b o rd in a r sus e s tra te g ia s de co n flic to , a sus e s tra te g ia s de
sobrevivencia com o asalariado. Ha aprendido que su futuro está
en seguir siendo un trabajador creíble. Esa credibilidad, vinculada
a la sumisión, es la que le abre la puerta de futuros consu m os
ascendentes: el televisor-color, el au tom óvil, la casa propia. El
crédito es un formidable factor de disciplinam iento, más eficiente
en cuanto es plenam ente mercantil, su m ecanism o básico no es
extraeconómico.
Kn la medida que ese asalariado com ete la falta de dejar de
pagar, su ciudadanía se desvanece. C onsu m id a la materialidad
del consum o queda de ella solamente la ilusión del sufragio. Deja
de ser un ciudadano credit-card para volver a ser solam ente un
ciudadano político. Es alguien que ha perdido la posibilidad de
acceso a una extensión cuasi mágica de sus posibilidades y poderes,
a una expansión de su salario, para volver a ser nadie, a no ser un
cliente mercantil.
Vuelve a ser un otro tipo de «cliente», aquel que depende
totalmente de los vaivenes de la política. N o puede postular a una
«vida mejor» por sí m ism o, cerradas (com o las tiene) las puertas
del crédito. Alienado por la ilusión individualista del consu m o es
difícil que redescubra el camino perdido de la asoeiatividad.

Existe una estrecha asociación entre las figuras del ciudadano


week-end y del ciudadano crediticio. A m bos están volcados hacia
el núcleo irradiante de la familia y del hogar, de lo suyo, aunque
(por ló m enos) el ciu d ad an o local se orienta hacia lo público-
cercano. Los fines de a m bos son el confort del hogar, la educación
para sus hijos, las áreas verdes, es decir objetivos «portátiles». Sólo
a través del velo esposo de la delincuencia am bos se asom an a los
problemas de la sociedad, cuando alcanzan a ver en el lanza o el

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asaltante una forma desviada de integración al m ercado, una
realización compulsiva de sus propias finalidades mercantiles. Una
forma perversa de la pasión consumidora, la búsqueda del éxito
económ ico por el cam ino m ás corto, con prescindencia de los
medios.

La ciudadanía week-end y la ciudadanía crediticia son formas


de despolitización de la ciudadanía, en la medida que ya no se
concibe a la política com o la posibilidad de la deliberación, por
tanto de la interrogación crítica. A m bas «form as» representan
m odelos conservadores de la ciudadanía, funcionales al m undo
dado. La ciudadanía com o administración de lo local, renuncia a
preguntas sobre el orden social global predeterm inado a priori.
La ciudadanía crediticia asum e que el poder al que debe aspirar
es sólo el ejercicio de los derechos del consumidor. Las dos formas
implican, por ende, la aceptación consciente o insconscienle del
marco de las finalidades.

Es conveniente dar u na definición de «consum ism o». Se


usará una n o ció n m ed ib le e in strum ental. En este e n say o se
denominará «consumismo» a los actos de consum o que sobrepasan
las p o s i b i l i d a d e s s a l a r i a l e s d e l i n d i v i d u o y a c u d e n al
endeudam iento, apostando por tanto con el tiempo. El individuo
constriñe sus márgenes de m aniobra para el futuro, opera com o si
tuviera certezas sobre lo que la lógica productiva ha transformado
en incierto. Para calm ar su ansiedad consum atoria hipoteca el
futuro y d eb e pagar el costo de su au dacia, m ultiplicando su
disciplina, sus m éritos de trabajador, su respeto de los órdenes.
Ese tipo de consum o tiene m últiples significaciones, relacionadas
con el confort, con el prestigio, con la autoestima. Pero no serán
tomadas en cuenta, puesto que lo que más interesa es este juego
con el salario futuro, por parte de quienes carecen de casi toda
capacidad para controlarlo.
H abitualm ente el «consum ism o» genera un abierto rechazo
y toda clase de prédicas morales, no sólo por parte de eclesiásticos.

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La literatura crítica de una cierta é p o c a , desde Prom m hasta
M arcuse, veía en el «consum ism o» una señal de la banalidad de la
sociedad de masas y una pérdida de la conciencia y de la energía
en la exterioridad. ¿Tiene sentido considerar el «consum ism o»
com o una alienación, com o el atrapam iento del espíritu hum ano
en el desierto del sinsentido, o de un sentido que es llenado por la
futilidad de los objetos o la banalidad de la entretención?

En realidad, es m ucho más interesante percibir su doble faz.


Una cara: com o m ecanism o de dom esticación, como destacado y
sutil dispositivo de dom inación. La otra: su conexión con el placer.
Es decir, es im p o rta n te a n alizarlo en la d o b le d im e n s ió n de
negalivídad y de positividad m).
En el Chile Actual se combinan un m ercado laboral flexible,
con poderes sum am ente acotados del sindicato enclaustrado en el
ám bito de la empresa, y una m asificación crediticia, que opera
com o la forma más eficiente de acercam iento al sueño del confort.
El c r é d i t o , m u c h o m á s q u e el s i n d i c a t o , a p a r e c e c o m o el
instrum ento del progreso. La estrategia individual de la pureza
financiera es considerada m ucho más rentable que la estrategia
asociativa. En el Chile Actual el individuo está por encim a del
grupo.

El crédito es tanto un recurso com o una seña de identidad.


La tarjeta de crédito (Visa o Falabella, lo m ism o da) nos hace
in d ivid u os «habilitados» para realizar n u estros deseos, sin el
ascetismo puritano de la espera. La posesión de estos recursos
demuestra que somos dignos, refleja la solidez de nuestros ingresos
y la s o lv e n c ia de n u e s t r o c o m p o r t a m i e n t o e c o n ó m ic o . E l
«intocable», el equivalente metafórico de los «parias», es aquel cuya
«pureza» es negada por todas las instancias verificadoras. Es aquel
cuyo com portam iento pasado y cuyo salario presente no lo hace

91 I;ri t/n n m le x ln Ictérico /piiztís d ife r e n t e v er C A R C IA C A N C .I.IN I, N é sto r : C IU D A D A N IA V


C O N S U M ID O R A S , E d itorial Gri/ctlbo, C iu d a d d e M éx ico , A iéx ico, 1995. En C hile, ver S A N I A C R U Z ,
F.duardo: "Ctiim tniw , saciaín lid n d y v id a co tid ia n a . H acia nn p r o g r a m a de in v estig a ción » . U n iv ersid a d
A n ís, Centro d e In v estig a cio n es S o cia les, M im en , Santiago, C hite, J 996.

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acreedor a la confianza financiera. No es nadie, es nada, tiene
vedado el camino del progreso. Será alguien que chapoteará en el
p a n tan o de la m ed io crid ad , lejos de los ob jetos deseados. Al
contrario, la solvencia financiera permite el hedonismo, esa forma
imitativa de la felicidad.

El c i u d a d a n o c r e d i t i c i o n o es a l g u i e n q u e se s ie n t a
encadenado al disciplinamiento del pago m ensual, más bien lo
cum ple para conservar su poder, sus credenciales de ciudadano
«real». Conservarlas es m antenerse en el m undo de la gratificación
instantánea, en el universo del placer, com pensado por el consumo
de la ascética disciplinaria del trabajo asalariado.
C om o mecanismo de la dominación ese disciplinamiento está
ligado a la satisfacción, a la expectativa de la realización del deseo.
Esa es su enorme fuerza, tan distinta del disciplinamiento «normal»
del trabajo. Llam o «disciplinam iento norm al» al som etim iento
norm ativo sin otro horizonte que la finalidad de reproducción
m aterial, o sea aquel d iscip lin am ien to qu e no responde a un
« p r o y e c t o - p a r a - s í » del i n d i v i d u o , a a lg u n a e s t r a t e g ia de
potenciación.
La cultura cotidiana del Chile Actual está penetrada por la
sim bólica del consum o. D esd e el nivel de la subjetividad esto
significa que en gran medida la identidad del Yo se construye a
través de los objetos, que se ha perdido la distinción entre «imagen»
y ser. El decorado del Yo, los objetos que dan cuenta del status, del
nivel de confort, se confunden con los atributos del Yo. No solamente
la estratificación del individuo se realiza a través de la exterioridad,
por su consumo. También se constituye en ese plano la imagen de sí
mismo, su «self-estime», su relación con la sociedad o su conciencia
social. El decorado o la fachada pasa a ser parte del Yo, núcleo íntimo
de ese Yo. Este se ha vuelto imagen en un espejo, atrapado en la
cultura de la exterioridad. Soy el auto que tengo frente a la puerta o
las mejoras realizadas en la casa que la diferencian de otras en una
misma población, soy el colegio en que los niños estudian.

106
Conviene insistir: esta exacerbación del consumo a través de
la masificación crediticia es al mismo tiem po disciplinamiento y
placer. No es nunca pura negatividad. Es el pu rgatorio de la
explotación acrecentada, junto con el cielo de la amplificación de
las posibilidades consumatorias. Lo m ás importante es que una cosa
y otra no se producen nunca separadas. Si se separaran se destrozaría
el encanto y no funcionaría la mecánica de la dominación.

El énfasis en el consum o com o realización humana contradice


los e n f o q u e s t r a d i c i o n a l e s . E s t o s , d e s d e S a in t S i m ó n y
esp ecialm en te desde M arx, ponen én fasis en el trabajo com o
espacio de realización de las potencialidades humanas. Para esa
perspectiva, si bien el trabajo está capturado por la alienación
el c a m i n o de s u p e r a c i ó n s e rá el c a m b i o d e las r e la c io n e s
productivas. Nunca será el consum o, el cual es considerado com o
una variable instrumental de la reproducción material o com o la
no realización, en cuanto es uso, o sea m era utilización-d¡gestión-
contem plación de lo creado por otros.
Sin em bargo, ciertas perspectivas c o n tem p o rá n e a s en el
análisis del consumo perm iten captar dos dim ensiones ocultas por
la perspectiva tradicional, el consum o co m o deseo-placer y com o
construcción de sí misino. En verdad, el ignorar esas dim ensiones
constituye una negación de aspectos importantes. Aprisionados
por ciertas ideologías críticas tradicionales intentam os negar la
im portancia adquirida por ciertas form as del consum o o leerlas
com o pura enajenación.

Por ejemplo eso ocurre, de una m anera especial, en el análisis


del consu m o televisivo, que constituye una importante adicción
contemporánea. En el C hile Actual el 92% de los hogares tienen
telev isión (q1). E videntem ente se trata del bien de consum o durable
más m asivo, aquel qu e figura en la p rim e ra prioridad de las

92 Ver M A H X . Km/: M / IN tíS C R JT O S E C O N O M / C O -Í7 / .O SO J7C O S D E 1844. E d ito ria l G rijalbo,


Cititíiiil d e M r.iir o , M éllen , 196H.
93 I N S T I T U T O N A C I O N A i. D L E S T A D I S T I C A S : C O M P E N D I O D E E S T A D I S T I C A S
C U I T ÍlR A Í.f.S , S tw lia fp , C hile, 7995.

107
estrategias de consumo de los hogares pobres, antes que la com pra
de otra c am a que evitaría la prom iscuidad y el hacinamiento.
¿Irracionalidad? Esa mirada deja en las sombras lo más importante,
justam ente lo que hay que explicar: la fascinación.
H ay que tratar de entender esa seducción, esa capacidad
adictiva. Ella no proviene por entero de su papel com o resorte
evasivo o de la capacidad de hacer digerible una vida agobiante.
También la televisión realiza y potencia, no sólo permite descarga.
Ella abre horizontes y capacidad discriminadora. Cumple un papel
de am pliación del cam po limitado de la representación realista,
produce una apertura del horizonte de lo imaginario. C um ple un
papel im portante en la internalización de los papeles sociales y en
la construcción del «personaje» que uno va siendo.
El problem a que puede generar es el m oldeam iento de una
forma pasiva de relación con el m undo y la vida, cuyo desiderátum
sería el ser espectador y no actor de acontecimientos. Así, puede
reforzar el encierro en el m un do privado. Eso es evidentem ente
peligroso en una sociedad don de lo público no sólo no atrae sino
repele, o donde el com prom iso peíne en peligro las estrategias de
movilidad.
En el Chile Actual, donde la economía genera formas postizas
y simuladas de proteger al individuo de la inequidad distributiva,
dotándolo del crédito que proporciona una esperanza concreta,
factible, que no pueden otorgar las grandes narraciones etéreas, es
fácil caer en la tentación de una vida que transcurre entre el agobio
del trabajo y el descanso del malí o la televisión. En ese marco ¿para
qué podría servir la política, la participación, la actividad pública?
Ella no puede competir com o recurso de placer hedonista, no es
capaz de hacer lo que hace el consumo: proporcionar a ios buenos
clientes, a los fieles, la esperanza de un confort creciente, por tanto
de u n a p e r p e t u a r e n o v a c ió n de los p la c e r e s p a s iv o s de la
entretención y de un futuro más poblado de objetos.
El placer ya no radica en esas fiestas comunitarias de antaño,

108
las grandes concentraciones de masas donde afloraba el sentimiento
de comunión, de compañerismo, sentido corno una emoción viva e
inolvidable. Esos eran, evidentemente, m omentos excepcionales.
Pero el placer actual no es ni siquiera el dominguero paseo por el
parque o por el Cerro San Cristóbal o Santa Lucía. El placer actual
es el paseo por el malí, donde muchas familias viven la emoción de
pod er realizar voyerísticam en te, sin c o n su m a rlo s, sus deseos
mercantiles. La aspiración de un microondas, o de una mejor estufa,
se consuma, se realiza por la vista. Pero para muchas otras familias
la felicidad consiste en constatar que 110 es necesaria la postergación
de sus deseos. Pese a la medianía del salario, la fiesta de los objetos
está al alcance de la mano, incluso para quien es un ciudadano D(94).
Esa es la capacidad integradora del dispositivo crediticio.
Pero, además, están los consum idores del décim o quintil,
los consum idores suntuosos que acaparan, entre un poco m ás de
un m illón de personas, el 40.8% de los ingresos (95). Antes de 1973
el consu m o conspicuo era casi imposible por los controles a las
im p o rta c io n e s , pero ta m b ié n por las c o n d e n a s m o ra le s que
suscitaba. En una atm ó s fe ra de re c h a z o al desp ilfarro o a la
suntuosidad era m uy frecuente que los ricos llevaran una vida
formalmente austera. Q u e sus casas fueran poco ostentosas, que
sus autom óviles fueran discretos. El rico se ocultaba, su felicidad
consistía en que lo creyeran de clase m edia. A mediados de los
sesenta se consideró pecam inosa la casa construida en un terreno
muy grande por un im portante industrial y banquero(%). El lujo
era rechazado, como acto innecesario de ostentación, incluso por
a q u e llo s q u e p o d ía n p r a c tic a r lo . O s te n t a r era c o n s id e r a d o

94 l ’nrn las tip olog ías d e la s em p resas d e p u b lic id a d t/las d iv ision es d e m arketin g de lita eittpirsas co n stitu y e
a q u e lg n ip o q u e en e! ítem «las p e rs o n a s » , un o d e los d o ce fiem es d e scr ip tiv o s u tilizados, c o rr es p o n d e n
la sig u ien te d escrip ción : «A pm ie n d a m u y m odesta. V estuario d e m a la calid ad , burato. Poco g u sto , m ezclan
d iferen tes c o lores. C ab ellos, mniins, p ie l lim p ios, p ero d a ñ a d os. M o d a le s, len gu aje, tnui/ sen cillos...
Poco v o cab u la rio , m ás bien p op u lar.»
9.5 I j i cifra ex a c ta es 1.080.180 la q u e resu lta d e m u ltip lica r las 3 5 3 .0 0 0 d el d e c ilp o r e l la m a ñ o p r o m e d io
del hogar, q u e es .1 0 6 p ara ese decil.
96 N o refe rim o s n la i asa d e Jo rg e Yn> u r en p len a A v en id a V itacu m .

109
peligroso, suscitaba la envidia. Los ricos se sentían vigilados. Por
ello se mostraban como tales solamente en sus enclaves, las grandes
m ansiones de sus haciendas, el balneario de Zapallar o los clubes
de polo o de golf.
El quid del asunto residía en esa sensación de vigilancia,
reveladora de un sentim iento de culpa. No es que existiera un
natural ascetism o de las clases dominantes chilenas. En el período
del auge salitrero se pudo ver que ese era otro mito. Lo que existía
era tem or a m ostrarse com o rico frente a la cond ena social, ante el
p eso de u n a cu ltu ra igu alitarista, a lim e n ta d a por la p ré d ica
socialcristiana de la Iglesia y la existencia de partidos clasistas.
Al contrario, hoy día vivir lujosamente constituye una señal
de prestigio. El automóvil de cincuenta mil dólares se exhibe como
una condecoración al heroísm o mercantil, a la lucha sagaz en un
m ercado competitivo. Es necesario tener una gran casa si se quiere
ser alguien en el escalafón del éxito. Resulta conveniente cubrir
las paredes con pintores famosos de m odo que la cultura se alíe
con la riqueza. Es indispensable vestirse con ropa a la moda. Para
ser rico es necesario verse con otros ricos, hay que estar en los
lugares adecuados. La riqueza no es privada, se exhibe. Es de mal
gusto ocultarla. Es com o recordar que, en otro tiempo, era menester
disfrazarse de clase media.
En realidad, las am enazas reseñadas desaparecieron. Más
aún, ahora la atmósfera cultural ha pendulado al lado contrario.
Parece creerse que los pobres son felices ante la exhibición del lujo
de los ricos. Las teleseries o parte de la publicidad del Chile Actual
suponen que los espectadores comunes se identifican con la riqueza
de los otros.

7. El malí o el consumo como pasión


El m alí es el lugar preferido del ciudadano mercantilizado.
Es su territorio de caza y su M useo del Prado.

110
Por varias razones resulta su lugar preferido. Primero, porque
él no es ese c o n s u m id o r p u n tillo so y ah o rrativ o que recorre
liquidaciones y depósitos de fábrica buscando un descuento en
los precios. Ese era el co n su m id o r tradicional, que p a g ab a al
contado, que juntaba peso a peso hasta que la m ercancía soñada
estuviera a su alcance y que, por ende, exigía rebajas. Su triunfo
era ganar en el regateo, En eso consistía el rito.
Pero el tipo de consu m o en auge en el Chile Actual es la
participación en otro tipo de rito, m en os austero y más festivo.
Por eso que el malí adquiere tanta importancia. En primer lugar
por su p o liv a le n c ia : h a y r e s ta u ra n te s , tie n d a s in d iv id u a le s ,
«tiendas anclas», cines, bou tiqu es e xclu siv as, salas de ju e g o s
electrónicos, una curiosa escenografía de aire tropical. Se puede
comprar, pasear, «taquillar» o exhibirse, com er o solam ente mirar.
En segundo lugar, el malí es transclase. Un principio básico
de este tipo de dispositivo es su ubicuidad, uno del barrio alto
debe parecerse a otro ubicado en I ,a Florida o en el sector I ,o Espejo.
Esa es una clave del éxito, porque entonces el malí puede atraer
toda clase de público. N o debe ser ni exclusivo ni popular, porque
dejaría de ser un espacio «intercomunal», un lugar de peregrinaje.
El malí consiste en un conjunto de tiendas segmentadas, con
sus vitrinas cuidadosam ente decoradas, c om binadas con grandes
tien d as h ete ro g én e as, tod as fo rm a n d o p arte de un lab e rin to
bullanguero. El conjunto crea una atm ósfera kitsch, de im itación
del lujo pero sin el carácter intim idatorio de lo exclusivo y con
precios al alcance de la clase media. A sí el malí triunfa donde el
«caracol» de fines de los 70 fracasó, porque estaba constituido por
una serie de bazares sin estilo,
Las «tiendas anclas» del malí, su colu m n a vertebral desde la
experiencia exitosa del Parque Arauco, expanden su consu m o a
través del crédito masivo. Variedad de oportunidades y créditos
accesibles hasta por cuatro años; el ideal de la variada «clase media»
de los consumidores: todos los objetos, aú n los más sofisticados,

lll
al alcance del hombre com ún, del ciudadano cotidiano. La utopía
a cuarenta y ocho meses, para satisfacción del obrero calificado,
del empleado, de la dependienta y también de la señora C l, descrita
así en el m a n u a l de c o rta p a lo s del m a rk e tin g : «De a sp e c to
distinguido... com binaciones de colores en el vestir, son de buen
gusto, con estilo y elegancia, lo que refleja aunque vistan sport»(97).
En el malí, especialmente en sus grandes tiendas, se vive la
v ertig in o sid ad del consu m o. La m ultiplicid ad aparentem ente
infinita de m odelos, m arcas, la cantidad agobiante de objetos
distintos. Una especie de avalanr ha de alternativas, que suspende
la racionalidad de la elección. El malí actúa por sobresaturación(98).
El malí es un espacio mullifuncional, diferente de la plaza
pública que fue y es un lugar de funciones reducidas: paseo,
exhibición, descanso en algún banco som breado, en ocasiones la
música del orfeón. El malí es una especie de «ciudad sintética», la
acum u lación de todas las opciones en un espacio refrigerado,
vigilado, limpio, techado.
Las «grandes tiendas» (sean malí, superm ercados, tiendas
múltiples o especializadas) se convierten en lugares cruciales de
la ciudad actual porque en ellas existen las mejores condiciones
para desarrollar el aspecto más placentero del acto de consumir,
la lenta deliberación antes de la consum ación del deseo, el gozo
de uno de los pocos lapsos de tiempo sin ataduras de nuestra vida
contem poránea, el tiempo de la elección de los objetos. Los malí,
sus tiendas y «grandes tiendas» proporcionan las condiciones
ideales para el rito del «vitrineo», acoplado necesario del consumo.
Por ello el malí tiene una d im ensión «m useológ ica»: pasillos
rebosantes de gente y cada cierto espacio un gran «cuadro», una
vitrina donde los objetos form an parte de un decorado. Exhibidos
para com placer la vista y despertar el deseo.

9 7 Ver /CCOM L T D A .: IN F O R M A C IO N .., O P.CIT. C ita e x tra c ta d a d el Item « íjjs p e rson as» d i ¡a
d escrip ció n d e ¡ g r u p o so c io ec o n ó m ico C I.
93 E sta s n o c io n e s son fr u t o d el tra b a jo r ea liz a d o p o r e! P ro g ra m a d e C on su n to C u ltu ra l, del C en tm de
In v estig a c io n es d e la U n iv ersid a d A R C IS .

112
El malí os el m ejor espacio para esa deleitosa observación,
para el juego previo a la compra: m ultiplicidad de oportunidades,
protección del frío y del calor, vigilancia. Esto, últim o es muy
importante porque satisface la neurosis paranoica del Chile Actual,
representa la garantía de estar siempre observados por un G ran
Ojo. - ....... ••
''~"Esíós grandes templos del consumo son, más aún que la plaza
del m ercado en las ciudades antiguas, los lugares de condensación
de la ciudad contem poránea. La diferencia entre una y otra hablan
por sí mismas. Kn los malí o en las «grandes tiendas» la im agen, el
escenario y la envoltura están por encima del producto m ismo. En
ellos el consum o se constituye por la ritualidad del adorno, de la
multiplicidad variada de lo m ismo, por el valor de la escenografía,
mientras que en el viejo m ercado el producto está desnudo, sin
m e d ia c io n e s e s p e c ta c u la re s , m ejo r c u a n to m ás d e s p o ja d o y
«fresco».
En el consum o pseudocosm opolita de este Chile Actual el
valor de uso está básicamente inserto en las envolturas, los envases,
las decoraciones del producto.
En las m odalidades y formalidades del consum ir se expresa
uno de los rasgos salientes del Chile Actual: la artificialidad. El
malí es el e q u iv alen te arqu itectural de la teleserie, p rod u cto
contem poráneo ubicuo pero desarrollado en nuestras tierras con
especial voluntad m ítico-fantasiosa. La teleserie está m arcada,
como el malí, por la voluntad de artificio y su resultante, el espíritu
kitsch. El kitsch, definido m agistralm ente por Kundera es el
a d o rn o retórico de la v id a , de los a c o n te c im ie n to s o de los
sentimientos. El malí representa el kitsch en el terreno del consumo,
la r e to r if ic a c ió n de lo s in te r c a m b io s . S ie m p r e es n e c e s a r io
sospechar que tras el adorno retórico existe una función ideológica.
El kitsch, en cuan to se n tim en talización de las cosas, bu sca el

99 K U N D E R A , M ilán : LA IN S O P O R T A B L E L E V E D A D D E L S E R . E d itorial T ksqw fs, B a rcelo n a ,


E spaña, 19H6.
ocu ltam iento de algo que es duro o brutal y que es necesario
adornar. El kitsch es siempre una decoración de la «realidad».
En el malí lo kitsch cum ple la función de hacer creer en la
igualdad transclase del consumo. Opera a través de la creación de
un espacio cuya artificialidad arquitectural y decorativa hace que
nadie se sienta identificado y sim ultáneam ente todos se sientan
atraídos. Nadie se siente identificado por su planeada artificialidad,
pero to d o s se sie n te n a tr a íd o s porqu e lo p e rc ib en co m o un
escenario. Esta cualidad sim ulada de ser un espacio de todos, esta
capacidad de acogida, es una gran ventaja del malí.
E ste genera la im p resión de que pobres y ricos pueden
pasearse con igual derecho. En ese sentido produce la apariencia
de ser más libre que la plaza pública, porque en ésta los vecinos
principales tenían un derecho tradicional de uso que no se le
negaba al «bajo pueblo». No se capta que en el malí cada individuo,
cada grupo está sometido a la estrecha vigilancia de múltiples ojos,
que evid entem ente p on d eran la apariencia, discrim inan. Pero
com o esto no se ve, la libertad del consum idor alcanza en el malí
su m áxim o carácter idealizado. Todos se sienten con el derecho a
pasear librem ente para elegir, pero están bajo una observación
discriminatoria. El ocultam iento de esta realidad es una de las
funciones kitsch del malí.
El m alí es, p u es, u n gran escen ario de su b lim ació n , de
i d e a l i z a c i ó n d e l c o n s u m o . A llí se d e s p l i e g a n las m e jo re s
co n d icio n e s para que c o n s u m ir pueda convertirse — com o el
juego— en una pasión. Los objetos alcanzan su punto máxim o de
fetichización(1U0), por tanto despliegan todo su devastador encanto.

1 0 0 H E L L E R , A g n es: LA R E V O L U C IO N D E LA V ID A C O T ID IA N A . E dicion es P en ín su la, Barretón/),


E sp añ a, 19 9 4 , p. 24.

114
8. El a v a n c e de la m e r c a n tiliz a c ió n

El C h ile A ctu a l, p ro d u c to de la « g ran tra n sfo rm a c ió n »


dictatorial, es una sociedad plenam ente mercantilizada, por tanto
plenam ente penetrada por el «espíritu mercantil», al que se refiere
Sim mel. ¿Cóm o llegó a serlo, cuando hasta el golpe militar no lo
era plenam ente?
Ese proceso de generalización de la forma básica del intercambio
capitalista ha ocurrido a través de cuatro procesos: a) mediante la
asalarización total de una parte importante de la fuerza de trabajo
semiasalariada del campo, b) mediante la eliminación de subsidios a
los precios de productos llamados de «primera necesidad», c) me­
diante la eliminación de la gratuidad de algunos servicios públicos y
d) mediante un funcionamiento más pleno del mercado laboral.
La «revolución» que representó el régim en militar produjo,
entre otros cambios estructurales, una expansión del desarrollo
capitalista del campo. Esto ha significado la casi total desaparición
de la forma del «inquilinato» y su reem plazo por el asalariado
pleno o, en ocasiones, por el pequeño cam p esin o asalariado y ha
s ig n ifica d o ta m b ién u n a fu e rte a te n u a c ió n del intercam bie)
mediante la m odalidad del trueque.
T a m b ié n p r o v o c ó el d e s a r r o llo d e o tro s p r o c e s o s de
m ercantilización, entre los cuales los m ás im p ortan tes son la
eliminación de la gratuidad de ciertos servicios públicos, com o la
educación y la salud y, especialmente, el desarrollo más pleno del
mercado laboral.
Esto último significó un cambio en el eje de las relaciones
sociales, ya que plena la mercantilización de la fuerza de trabajo
está acom pañada de la fragmentación de los procesos productivos.
Las relaciones sociales de trabajo pasaron d e ser asociativas, a ser
mucho m ás individuales. La libertad sindical hace que el sindicato
pierda fuerza, las negociaciones colectivas se debilitan puesto que
pasan del á m b ito s e c t o r ia l al á m b ito d e la s e m p re s a s . L as
re stric c io n e s qu e afectab an a la m ercan cía fuerza de trabajo
em piezan a ser similares a las de otras mercancías, más basadas
en las leyes del «libre mercado» que en la norm a ti vidad, en las
disposiciones del derecho laboral.
Este cam bio de las relaciones sociales de trabajo, ha signifi­
cado un cam bio de la form a del Estado. Se trata de un pasaje del
E stado-bienestar que asegurab a prestacion es por «derecho de
ciudadanía» a un Estado plenamente liberal, que ha mercantilizado
la salud y la educación, con excepción de los indigentes en los
hospitales o de los estudiantes municipalizados. Es decir el anterior
era un Estado que, respecto de las formas de intercambio, reconocía
adem ás del trueque y el intercam bio por dinero, el intercambio
por un «derecho» em anado de la ciudadanía (K1,).
En Chile desde el golpe se ha registrado un dramático pasaje
del Estado-protector, encargado de defender al eslabón más débil
de la cadena social (los asalariados), a un Estado que tiende a des­
regular el m ercado laboral. Se trata de impedir que los empresarios
sean afectados en su com petitividad por una fuerza de trabajo
dem asiado «consentida», o sea estable y protegida. La regla o
p rin c ip io d e v alo r de las a n tig u a s re la c io n e s sociales se ha
modificado. La defensa del débil, está subordinada a la protección
de la inserción de nuestros productos en un m ercado globalizado.
Se trata de un «Estado m ercantil», cuyo objetivo central es librar
de intromisiones a los m ercados, garantizar que el papel de cada
factor de producción sea el que le fija la com petencia y asegurar
que las mercancías realicen su ciclo. Para ello opera como regulador
de esa libertad y com o guardián de los que la afectan.
Esta dinámica es exactam ente la contraria de la que operaba
en el Estado-bienestar (102). Este buscaba coartar, en algunas áreas,

101 E sta fo r m a p o r « d erech o» no es reg istra d a p o r A P P A D IIR IA N , A rju n ; LA VIDA S O C IA I. D E


L A S C O S A S . P ersp ec tiv a c u ltu ra l d e las m erca n cía s, E d ito ria l G rijaü m , C iu d a d de M éx ico, M éx ico
1991. E l libro c o n tien e un relev a n te «State o f a rts» d é l a s ú ltim as d isc u sio n es resp ecto a la n oción
in arx ista d e la s m ercan cías.
102 Ver O F F E , C la n s: C O N T R A D IC C IO N E S ... OP. C IT , 1988.

116
los efectos de la mercantilización, haciendo del «intercambio por
derecho» una forma m uy significativa e importante. Aseguraba la
disponibilidad gratuita de algunos b ienes sociales básicos, com o
efecto derivado de la ciudadanía.

En el Estado-bienestar ese era un m ecanism o básico de la


integración por la vía de la economía, sostenida en la acción de los
partidos socialdem ócratas de masas, los que buscaban negociar
m ayores y mejores «derechos». Al elim inarse ese m ecanism o y
sim ultáneam ente, al debilitarse el m ovim iento obrero y reducirse
su fuerza para negociar salarios (no ya siquiera «derechos»), la
integración por la vía de la economía debe sostenerse de m anera
im portante en la m asificación crediticia.
La individualización de las relaciones sociales, es el sello de
identidad de las instituciones neoliberales del neocapitalism o del
C hile A ctual. Se ha h e ch o realidad lo que ya p la n te a ro n los
ideólogos liberales de la Revolución Francesa: que la asociatividad
era una traba a la c o m p e te n c ia libre, un re sid u o m e d ie v a l-
corporativista. Las relaciones debían establecerse entre individuos
y tom ar la forma de una competencia perfecta, donde miríadas de
átomos intercambiando, se interconectan de manera autorregulada.
Ese ideal aplicado al m ercado de trabajo, significa la reducción de
las imperfecciones que introducía el sindicato fuerte, para alcanzar
la elasticidad máxima y con ella los m enores salarios y la m ayor
ocupación.

En ese contexto la fuerza de trabajo pasó a operar com o


«verdadera m ercancía», sometida a las reglas y m ecanism os de la
com petencia. Indefensa, sin otra protección que la de ser un valor
en perpetuo ajuste. He aquí, en gloria y majestad el concepto-límite,
la idea utópica del pensam iento neoliberal: la destrucción de toda
forma asociativa, en cuanto ella representa una alteración de la
perfecta autorregulación. Esa utopía implica relaciones atomísticas,
entre mercancías individuales. El grupo interrumpe el flujo elástico
del intercam bio perfecto. Realizar el destino auténtico de la fuerza

117
de trabajo en cuanto mercancía, significa prescindir del sindicato.
El sueño de Friedman: ¡si fuera posible elim inar esa traba histórica
que no ha permitido la «existencia real» de la fuerza de trabajo
com o m ercancía verdadera!
En este punto es m en ester m ostrar el círculo vicioso. La
mercantilización trae consigo el «espíritu mercantil» y este se ajusta,
com o la m ejor estrategia, al individualism o total.
¿Q ué es el «espíritu mercantil»? No es la fetichización de las
cosas en sí, sino la fetichización del dinero que es su «m edio
abstracto» de adquisición. En ese sentido el «espíritu mercantil»
no consiste en un esteticism o, en un am or apasionado por los
objetos. Consiste en un utilitarismo, en un am or apasionado al
dinero. E n esta tra n sm u ta c ió n entre o b jeto y din ero, en este
volcam iento del deseo particular del valor de uso hacia el deseo
abstracto del valor de cam bio, es donde se realiza la fetichización
y se distorsiona la conexión entre deseo y placer. El deseo ya no se
conecta con el placer, se mistifica, ya no tiene relación con fines
sino con medios. El placer se hace formalista, se vuelca hacia la
posesión del dinero.
La única mercancía que puede ser susceptible al «espíritu
m e rc a n til» , es la fu erza d e trabajo. Las o tra s m e rc a n cía s se
com binan con mercancías, pero no las consum en. El deseo de las
cosas, de los objetos, solamente existe para esa mercancía específica
que es la fuerza de trabajo. Es más, solam ente ella puede realizar
estrategias respecto a su valor, a su valorización. Y una de esas
estrategias consiste justam ente en renunciar a ser nada más que
m ercancía, a ser nada m ás que un átomo y en evitar valorizarse
por el som etim iento com o cosa a la ley del m ercado. Eso ha sido la
estrategia tradicional del m ovim iento obrero, la cual está en jaque
en las sociedades neoliberales.
La lógica que quiere im poner el neocapitalismo que se vive
en el Chile Actual, más allá de las máscaras ideológicas, es la de
d ebilitar al m o v im ie n to obrero. Se bu sca h ace rle en ten d er al

118
trabajador que es fuerte sólo en cuanto actúa como individuo, a
través de una estrategia de movilidad, y que es débil en cuanto opera
como grupo, a través de una defensa corporativa. Se trata de disuadir
las formas organizadas, para incentivar el mérito individual.
Los asalariados que postulan a ser ciudadanos crediticios,
son im p u ls a d o s a s a c r if i c a r la g r u p a lí d a d p ara p r e f e r ir la
posesividad individualista. Se ven exigidos, en pos de la aceptación
por el sistema, a cum plir la regla de actuar com o mercancías que
se devoran entre sí.

9. El conform ism o, la otra cara del consu m ism o


Parafraseando a f lanna Arendt puede afirmarse que el Chile
A ctu a l es una s o c ie d a d d o n d e el s o m e tim ie n to a la «lab o r»
consume la energía de los individuos, dejándolos sin aire para otras
formas de la vida activa, sea esta la acción (histórica) o la mera
contemplación, la vida in te rio r(10:,). El consu m o pasa a ser la única
«consumación». A m en u d o suplanta a todas las otras formas de
vida activa, puesto que toma el papel de centro vital, com o si fuese
una a c t i v i d a d a la c u a l p u d i e r a n a d j u d i c á r s e l e s e n t i d o s
tr a s c e n d e n t a le s . A p a r e c e c o m o c o m p e n s a c i ó n d e u n a vida
dedicada a la «labor», o sea, a una activid ad instrum ental de
sobrevivencia, a un gasto de energía sin retorno vivificador.

U na sociedad donde el consumo da sentido al existir y donde


— s im u ltá n e a m e n te — hay una d is tr ib u c ió n del in g re so
e xtra o rd in a ria m e n te d esig u al, se co n v ierte por n e c e sid a d en
meritocrática y especialmente, en «trabajólica». El consum o con
e n d e u d a m ie n to e x ig e in te n s ific a r el tra b a jo , a u m e n ta n d o el
rendimiento para evitar el riesgo de pérdida del empleo o para
consegu ir ascensos, alargan d o la jo rn a d a o b u scan d o fu entes
adicionales de ingresos.

103 Ver A R F.N l?T, lin t 111/7. LA C O N D IC IO N H U M A N A , E d ito ria l P ítid ó a-Ibfn ca , Ito tv eh n a , E spañ a,
1993.

119
La lib eración por el co n su m o del p eso de la «labor» es
paradójica. El consum o excedentarjo se convierte en un placer
asociado a un costo ascético, al uso intensificado de sí m ism o, a
ur»a autoexplotación en aras de las dem andas de consumo exigidas
por el núcleo familiar y teledirigidas por la sociedad.
E sta pasión actu al del co n su m ism o , o sea del co n su m o
e x c e d e n t a r i o q u e se f i n a n c i a s o b re u n a s o b r e e x p l o t a c i ó n
consentida, es placer-alienación. El placer existe, es el gozo del
m icroon d as largam ente deseado, pero a costa de una m ayor
m e r c a n t i l i z a c i ó n de sí m is m o . Es un p l a c e r q u e t e r m in a
rápidam ente, se «consume», quedando de él la otra cara, la deuda,
el sacrificio. El hedonism o acarrea, de vuelta, el ascetismo.
No es extraño que de esta matriz de relaciones sociales emane
una visión pesim ista pero conform ista. La idea de un m undo
agobiante, al cual hay que, sin embargo, adaptarse si se quiere
extraer de él siquiera algún goce mundano.
El conform ism o es hijo putativo de la «naturalización» del
m undo actual que realizan las ideologías dominantes, declarándolo
protegido de la historicidad. Ese conform ism o toma numerosas
formas. ¿Para qué criticar un m undo que no se puede cambiar?
preguntan los conformistas-fatalistas. ¿Desde dónde criticarlo, con
qué fundam ento si se han derrum bado los grandes relatos y no
existe una ética universal? plantean los conformistas-relativistas.
Unos y otros, por motivos diferentes, se parapetan en la impotencia.
¿Por qué no vivir lo posible? se interroga la creciente falange
de co n fo rm ista s-p ra g m á tico s. M u chos, entre éstos, tienen un
pesim ism o trascendental. Afirman, de acuerdo, el mundo es una
porquería y no se puede cambiar. Pero, acto seguido se preguntan,
¿por qué no defenderse de la vida disciplinaria y ascética del trabajo
y del estres urbano, con el hedonismo, aunque sólo sea el del placer
que p rovo can los objetos del confort dom éstico o el placer de
vacaciones a crédito?

120
No tiene sentido realizar una crítica moralizante del hedonis­
mo, incluso de éste que bordea o que cae en la pulsión adquisitiva,
en el fetichismo de los objetos. En relación con el agobio de la
«labor», aún el consu m o excedentario representa un principio
erótico, de gozo. Un m om en to de placer que se desvanece para
devenir disciplina. Pero, al fin y al cabo, todo placer es m o m e n tá ­
neo, su naturaleza es la contingencia.
La c rític a m o r a liz a n t e es l im it a d a y c ie g a p o r q u e no
co m p re n d e el deseo, la volu ntad de p la c e r que ac o m p a ñ a el
consumo. Pero, pese al interés de evitar la predicación, es inevitable
una crítica del fenómeno. La am pliación de las posibilidades de
consum o, a través del cepo disciplinario del crédito, pertenece al
dispositivo global de la dom inación, no sólo al dispositivo de la
reproducción del ciclo económico. El endeudam iento masivo opera
com o una manera de asegurar la velocidad de circulación de las
m e rc a n c ía s , pero e s p e c ia lm e n te o p e r a c o m o d is p o s itiv o de
integración social.
F,sta sociedad, el Chile Actual, se concibe como un gigantesco
m ercado donde la integración social se realiza en el nivel de los
intercambios más que en el nivel de lo político. Esto es, no se realiza
a través de la ciudadanía convencional, de la participación, de la
adhesión a ideologías. La figura del hom bre político, orientado
hacia la vida pública, es reemplazada por la figura p redom inante
del individuo burgués, atomizado, que ya no vive en la comunidad
de la civitas, ya no vive por la causa (el sindicato, la «población»,
el partido). Vive para sí y para sus metas. Para el trabajo, tratando
de superar la dureza de la «labor», especialm ente la incertidum bre
del em pleo flexibilizado, a través de m éritos que permitan realizar
las «oportunidades» laborales, por ejem plo un ascenso. Y con esa
herramienta abrirse paso hacia nuevas oportunidades de consumo:
cam b iar el living, c o n s e g u ir la casa p ro p ia , el a u to m ó v il, la
educación de los hijos («para que ellos sean otra cosa»), ir de
vacaciones con la familia.

121
Esta sociedad genera dos formas de conformismo. Uno revela
una visión optimista del Chile Actual. Para esta imagen los proble­
mas se irán resolviendo a través de procesos que culminan lo actual:
la m ayor m odernización acarreará m ayor democracia. Pero hay
otro conform ism o, que es profundam ente pesimista, que conduce
al fatalismo, o sea, a consagrar la om nipotencia de la dom inación,
a través de teorías críticas, cuya negatividad alcanza al presente y
al futuro y alimenta la impotencia.
Efectivam ente, la catástrofe del socialism o nos ha dejado
desarm ados. Ya no es posible (comunicacionaím ente) hablar del
socialism o com o su p eració n del capitalism o, en el cam p o del
desarrollo de las fuerzas productivas o en la posibilidad de la des-
estatización, de una dem ocracia radical.
M ás importante me parece mostrar el conformismo derivado
del funcionam iento de la propia organización del neocapitalismo,
in s t a la d o en n u e s tro C h ile A ctu al. Se p u e d e d e c ir q u e ese
conform ism o invade la acción y el pensam iento, porque el sistema
ha llevado la mercantilización a un punto donde sólo el individuo
se m ueve com o pez en el agua. Para el capitalism o del Estado
bienestar, la asociatividad del trabajador form aba parte de su
p r o p ia r e p r o d u c c i ó n . E s t e n e o c a p i t a l i s m o r e q u i e r e del
individualism o del trabajador.
P o r la atom ización general p rod u cid a por las relaciones
sociales de producción vigentes, del debilitamiento del Estado, no
ha surgido una sociedad civil m ás fuerte. Tres tipos de presiones

por m iedo a la incertidum bre del empleo, favoreciendo estrategias


de acom od o en contra de estrategias colectivas de lucha, b) la
expansióji^dehconsuino-a-GEédito.s.e consolida com o una forma
i n d i v i d u a l y n o c o n f l i c t i v a (n o d i s t r i b u t i v a ) de a c c e s o a
«oportunidades», con tal que el trabajador sea un «trabajador

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decente», c) las em presas incentivan el mito de la capacitación como
forma de ascenso ligada al mérito individual.
Este m odelo de relaciones sociales sería agob ian te si, al
m ism o tiempo, no ofreciera las oportunidades del consu m o que
ofrece, con doce, veinticuatro o cuarenta y ocho cuotas. Este sistema
com pensa / aligera con el consumo. Una com pensación que posee
fuerza seductora, puesto que aparece com o materialización de la
libertad de elegir, que está al alcance de todo poseedor de dinero o
al alcance de todo trabajador provisto de una garantía de buen
pagador, de una prom esa de ascetismo futuro.

Por eso mismo, cada acto de con su m o en el cual se pone a


funcionar la m aquinaria del crédito, representa un reconocimiento
de este C hile A ctual, una aceptación tácita de sus lóg icas de
compensación. ¿Y cóm o vivir sin esa salida? ¿quién quiere vivir
sin ella, sin esa reconfortante evasión, cuando se ha perdido la
esperanza en otro m un do mejor?

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