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Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las
que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra
alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a
aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas
sus ternuras purificadas.
AMÉN
2da parte: REFLEXIÓN
Hay dos partes en este maravillosos texto que parecen distintas, pero que de hecho
están íntimamente ligadas.
San Agustín, en este poema, no llama a un reencuentro póstumo sino a una forma
de continuidad de los sentimientos que la muerte no puede modificar: sólo he
pasado a otro lado, a otro lugar”. Lo que soy (y no "lo que fui") sigo siendo y tú
sigues siendo lo que eres. Con esta magnífica conclusión: lo que somos el uno para
el otro, lo seguimos siendo. Nos seguimos amando. ¿Por qué la muerte sería un
punto de parada? ¿Por qué me ausentaría de tu mente solo porque ahora estoy
fuera de tu vista?
La segunda parte, la cual inicia diciendo “Si conocierais el don de Dios”, es de gran
originalidad. Es la palabra de un muerto que habla a los vivos y no de un vivo que
describe la vida “post mortem” a los vivos con el único testimonio de su fe. San
Agustín describe un lugar donde él “está” y no un lugar donde su fe le lleva a pensar
que estará. Esta segunda parte se divide en tres apartados:
La primera, donde dice: (Si conocierais el don de Dios… ¡Si por un instante
pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!)
es a la vez una llamada de consuelo, a la que se refiere la primera parte, y la
evocación de un cristiano dogma que quiere que el paraíso no sea otra cosa que la
eterna visión de Dios “cara a cara”. Aquí Dios, a quien los escolásticos de Tomás
de Aquino y otros definirían como una infinidad de atributos infinitamente perfectos,
no es otro que la belleza, “¡la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!”.
Cabe señalar, pero todos los cristianos lo saben, que esta visión del paraíso es
radicalmente distinta a la del Corán donde la promesa “post mortem” es la
continuidad de los placeres terrenales de forma ilimitada. Para San Agustín, el
paraíso es la contemplación de la belleza, es decir, la belleza de Dios en todos sus
atributos.
La segunda donde recita estas dos frases: “Creedme: Cuando la muerte venga a
romper vuestras ligaduras…y encontraréis su corazón con todas sus ternuras
purificadas”, evoca dos cosas: la primera, que la muerte es inevitable y que, para
todos, llegará la hora de la partida terrenal, una hora de la cual Dios será el
ordenador. Por otro lado, la promesa de que ellos también verán esta belleza.
No en balde se podría decir que San Agustín fue el primer filósofo cristiano.