Está en la página 1de 3

1era Parte: ORACIÓN POÉTICA

“LA MUERTE NO ES NADA, SÓLO HE PASADO A LA HABITACIÓN DE AL


LADO”

La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.


Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo
habéis hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna
clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de
vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.

No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si


pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudierais ver
con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que
atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual
todas las bellezas palidecen!

Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las
que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra
alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a
aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas
sus ternuras purificadas.

Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino


avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo
con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

AMÉN
2da parte: REFLEXIÓN

Hay dos partes en este maravillosos texto que parecen distintas, pero que de hecho
están íntimamente ligadas.

El primero, desde la primera frase hasta: “No lloréis si me amabais” es


especialmente conmovedor.

Retoma o prefigura un tema poético y trágico que es el de la continuidad de los


lazos que la muerte no puede disolver. Los primeros versos son de gran belleza.

San Agustín, en este poema, no llama a un reencuentro póstumo sino a una forma
de continuidad de los sentimientos que la muerte no puede modificar: sólo he
pasado a otro lado, a otro lugar”. Lo que soy (y no "lo que fui") sigo siendo y tú
sigues siendo lo que eres. Con esta magnífica conclusión: lo que somos el uno para
el otro, lo seguimos siendo. Nos seguimos amando. ¿Por qué la muerte sería un
punto de parada? ¿Por qué me ausentaría de tu mente solo porque ahora estoy
fuera de tu vista?

Es bastante notable que esta primera parte es estrictamente humana y no religiosa


(¡no olvidemos que es una oración!). Hay una gran verdad en lo que escribe el
obispo de Hipona, porque es verdad que en el dolor de la pérdida del otro, olvidamos
este hecho evidente: algo se ha ido, pero lo esencial permanece y permanecerá.

En cierta ocasión un ciudadano francés escribió, hablando de la muerte de su padre,


que “Se fue con una sonrisa y un saludo afectuoso”. De repente este personaje
francés no conocía el texto de este hermoso poema de San Agustín, pero, por
casualidad, significa lo mismo. Esta sonrisa y este gesto afectuoso no fueron una
despedida, ni siquiera un “hasta pronto”, sino el testimonio de la continuidad del
amor de un padre por sus hijos. Un testimonio que significó: “Nada cambia; me
amaste. Me seguirás amando. Mi cuerpo ya no estará allí, pero ¿qué importa? “

La segunda parte, la cual inicia diciendo “Si conocierais el don de Dios”, es de gran
originalidad. Es la palabra de un muerto que habla a los vivos y no de un vivo que
describe la vida “post mortem” a los vivos con el único testimonio de su fe. San
Agustín describe un lugar donde él “está” y no un lugar donde su fe le lleva a pensar
que estará. Esta segunda parte se divide en tres apartados:

La primera, donde dice: (Si conocierais el don de Dios… ¡Si por un instante
pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!)
es a la vez una llamada de consuelo, a la que se refiere la primera parte, y la
evocación de un cristiano dogma que quiere que el paraíso no sea otra cosa que la
eterna visión de Dios “cara a cara”. Aquí Dios, a quien los escolásticos de Tomás
de Aquino y otros definirían como una infinidad de atributos infinitamente perfectos,
no es otro que la belleza, “¡la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!”.
Cabe señalar, pero todos los cristianos lo saben, que esta visión del paraíso es
radicalmente distinta a la del Corán donde la promesa “post mortem” es la
continuidad de los placeres terrenales de forma ilimitada. Para San Agustín, el
paraíso es la contemplación de la belleza, es decir, la belleza de Dios en todos sus
atributos.

La segunda donde recita estas dos frases: “Creedme: Cuando la muerte venga a
romper vuestras ligaduras…y encontraréis su corazón con todas sus ternuras
purificadas”, evoca dos cosas: la primera, que la muerte es inevitable y que, para
todos, llegará la hora de la partida terrenal, una hora de la cual Dios será el
ordenador. Por otro lado, la promesa de que ellos también verán esta belleza.

Finalmente, el tercer apartado, a modo de conclusión, (“Volveréis a verme y un


néctar del cual nadie se saciará jamás.” es una respuesta (o más bien un
complemento) a la primera parte: allí, cerca de Dios, os veréis, pero no como yo era,
me veréis transfigurado y feliz y caminaremos juntos por estos nuevos caminos.

En conclusión: este texto de san Agustín no es simplemente notable desde el punto


de vista de la fe cristiana que expresa. Lo es también por su originalidad, por su
humanidad pero también por la belleza de su forma literaria y su profundidad
filosófica.

No en balde se podría decir que San Agustín fue el primer filósofo cristiano.

También podría gustarte