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La actividad económica

III
LA ACTIVIDAD ECONÓMICA. DOCTRINAS Y PRÁCTICAS
NACIONALES

El punto de partida de la economía moderna

Si a principios del siglo XI Europa se encontraba tecnológica y


económicamente atrasada respecto a otras civilizaciones (alcanzando un
nivel semejante ya en el siglo XIII), hacia finales del siglo XV ya era capaz
de sostener a un cuarto de la población mundial, con un desarrollo
tecnológico por delante del resto del mundo. P. Chaunu sitúa el comienzo
de esta evolución en los progresos de la agricultura acaecidos en Occidente
en el siglo IX, que cuatro siglos después ya permitía sostener densidades
medias de 30 a 40 hab./km2 en las regiones claves europeas: "Todo lo
demás, alfabetización, Estado, capitalismo, técnicas de navegación y de
transporte... se deriva de aquí". La expansión marítima de los europeos a
partir de la Edad Media permitió ampliar sus posibilidades con
considerables recursos suplementarios: nuevos cultivos y plata, y algo muy
importante, un mejor conocimiento de la realidad del mundo. El otro
factor fundamental fue la artillería. La presencia de los portugueses en la
India se logró gracias a la superioridad de los navíos dotados de cañones.
Calcuta fue bombardeada por Vasco de Gama en 1498, luego por Pedro
Álvarez Cabral en 1500, repitiéndose los bombardeos en 1503 y 1504,
hasta forzar un tratado con los reyes locales.

A comienzos de la Época moderna la vida económica de Europa giraba en


torno a dos grandes economías formadas a lo largo de la Edad Media. En
el Norte, los Países Bajos y la Hansa controlaban los tráficos mercantiles
del canal de la Mancha, el mar del Norte y el Báltico. En el Sur, Italia
mandaba en el comercio del Mediterráneo, siendo italianos los cambistas
que introdujeron en las ferias europeas los nuevos instrumentos de pago
creados en Florencia a partir del “contrato de cambio”, documento
notarial anterior a la letra de cambio, ya de carácter mercantil. Comportaba
una operación de cambio de moneda y una operación de crédito,
evitándose el problema del transporte del dinero y la falta de monedas
disponibles.

Brujas, en los Países Bajos, era el centro estratégico del Norte, la región
industrial más importante de Europa con el textil como principal actividad.
Su prosperidad estuvo relacionada con la llegada en el siglo XIV de
mercaderes italianos, particularmente venecianos, en busca de tejidos para
su comercio con Oriente. Como el mayor número de consumidores de

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especias se hallaba en el Norte de Europa, hasta allí llevaron la pimienta, la


nuez moscada, el gengibre y el clavo. En efecto, el de Brujas era el puerto
mejor abastecido. La llegada de sacas de lana estaba garantizada por el
comercio con Inglaterra y Escocia. Además de servir para los tejedores
locales, se reexportaba a las ciudades textiles de Flandes. El trigo llegaba de
Normandía y el vino de Burdeos. También era un puerto tradicionalmente
bien abastecido de materias primas: madera y todo tipo de productos
forestales, cera, pieles, y cereales, que llegaban en las urkas de la Hansa.

― La liga Hanseática de las ciudades del Báltico, entre 70 y 170 con


Lübeck como capital, se creó en 1356 (Hansa significa "grupo de
mercaderes"). Su fragilidad resultaba del alejamiento de las ciudades que
la componían. Lo único en común era tener parecidos intereses
económicos. En el Báltico, a diferencia del Mediterráneo, los beneficios
del comercio no eran tan abundantes al tratarse de mercancías de gran
volumen y poco precio. La decadencia de la Hansa estuvo relacionada
con el movimiento de los precios en Occidente. Desde el 1370 el precio
del cereal disminuyó, como había ocurrido con el de las pieles, mientras
aumentaban los precios de productos industriales. Pero esta decadencia
estuvo también en relación con el surgimiento de los Estados
nacionales: Inglaterra, Dinamarca, o los Países Bajos penetraron en los
espacios económicos de la Hansa, sin que existiese una unión política
que les hiciera frente.

Aunque la economía tendió de forma invariable a desplazarse hacia el


Atlántico, la decadencia económica del Mediterráneo y de Italia no fue
inmediata, compaginándose con el protagonismo de las ciudades de los
Países Bajos. Es importante tener en cuenta que en la organización del
comercio hasta bien entrada la Época moderna predominaron las ciudades
frente a los Estados; es lo que Braudel trató de explicar con la frase
"economías antiguas de dominación urbana", que actuaban sin el apoyo de
economías nacionales. Por eso se habla de Brujas (más que de los Países
Bajos), de las ciudades Hanseáticas, con Lübeck a la cabeza, o de Venecia,
Amberes, Génova y Amsterdam. La autonomía política de las ciudades,
sobre todo de aquellas como las ciudades-Estado italianas con una
potencia económica desproporcionada, las hacía mucho más fáciles de
manejar que los pesados Estados territoriales. Sus gobernantes podían
reaccionar con prontitud ante la crisis. Esto hasta el proceso de
modernización política del siglo XVI que antecede a la formación de las
economías nacionales.

Venecia fue la ciudad que mayor partido sacó de la crisis del XIV. Ya
entonces era un imperio mercantil con una cadena de plazas en puntos
estratégicos que controlaban el Adriático y se desplegaban a lo largo de
las rutas de Levante, en Constantinopla (hasta 1453) y el espacio del Mar
Negro. Sus comerciantes tuvieron en sus manos los tráficos principales:
la pimienta y las otras especias, el algodón de Siria, el vino y la sal. Una
de las mayores preocupaciones de la Señoría de Venecia fue controlar las
salinas del Adriático y las de las costas de Chipre, para lo que cada año
desde Hungría, Croacia y la misma Alemania, más de cuarenta mil caballos

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acudían a cargar sal de la península de Istria. Todas las mercancías se


concentraban en Venecia, desde donde se redistribuían. Incluso las
ciudades que le estaban sometidas en tierra firme y en el Adriático debían
llevar sus mercancías a Venecia, aunque se tratase de mercancías con
destino a puertos alejados del Mediterráneo o del Atlántico.

― Estas mercancías se redistribuían a toda Europa a través de un


sistema de transporte conocido como las "galeras del mercado". Con
este fin la Señoría construyó en su arsenal grandes naves (de 300
toneladas) que utilizaban el remo a la salida y a la entrada de los puertos,
mientras el resto del trayecto navegaban a vela. Cada año el Estado
veneciano las alquilaba en subasta, percibiendo el adjudicatario los fletes
correspondientes a las mercancías cargadas por otros mercaderes. Así
quedó comunicada Venecia con el resto de Italia, Constantinopla, los
puertos de Levante, los principales puertos del Norte de África, la costa
del reino de Aragón y hasta los puertos del sur de Inglaterra y los Países
Bajos. Estas líneas estuvieron en funcionamiento desde 1482 hasta
1534, en el que sólo se mantuvieron las más rentables de Levante.

― La principal amenaza a este sistema comercial fue el Imperio Turco:


en 1475 la toma de Caffa, en Crimea, supuso el cierre del Mar Negro, y
tras la ocupación de Siria y Egipto en 1516 y 1517 quedaron en sus
manos los accesos tradicionales del comercio de Levante. Venecia optó
por la negociación con el sultán, aunque esta relación se vio alterada por
fuertes enfrentamientos. La primera gran Guerra Turco-veneciana data
de 1463-1479, la última terminó en 1718. Pero la decadencia de
Venecia, a partir de los primeros años del siglo XVI, tuvo una causa
añadida. Cuando en 1509 las galeras venecianas acudieron al puerto
de Alejandría no hallaron ni un saco de pimienta, y no por culpa de
los Turcos sino a causa del cierre del estrecho de Ormuz por los
portugueses.

El apogeo de Amberes

Amberes ocupó el centro de la economía de 1501 a 1568, en principio


favorecida por la decisión del rey de Portugal de acudir allí para distribuir la
pimienta y las otras especias. Braudel estableció tres etapas en esta
preponderancia. De 1501 a 1521, se explicaría por la llegada de los
portugueses; de 1535 a1557, el motivo fue la plata americana recibida
desde España, y de 1559 a 1568 por el desarrollo de la industria textil en
Amberes y en el conjunto de los países Bajos.

― La implantación portuguesa en Asia se prolongó durante cincuenta


años, si se considera como el final del proceso la llegada de los
portugueses a Japón en la década de 1540. El gran comerciante era el
Estado y los ejecutores de la actividad comercial fueron, en buena
parte, funcionarios públicos de la Casa de la India (1501), un
consulado donde se verificaban todas las ventas en nombre de la
Corona. En 1506 el rey portugués decidió crear un monopolio oficial
sobre todas las importaciones y ventas de especiería y seda, sobre las

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exportaciones de oro, plata, cobre y coral, y sobre el tráfico entre Goa y


las principales factorías. Se estableció un impuesto del 30 % sobre las
ganancias del comercio regulado de otros artículos. Sólo la corona
podía armar y enviar navíos al océano Índico. Este sistema pervivió
hasta 1570, y el monopolio de las especias rindió a la corona un
beneficio líquido de cerca del 89 %. Pero la Corona no podía tratar los
asuntos económicos directamente, era necesario adelantar sumas
enormes para explotar la costosa línea de viajes a la India oriental, por
lo que hacía contratos con comerciantes de Italia, de la Alta Alemania y
los Países Bajos instalados en Lisboa, que participaban de la colocación
de la especiería en el mercado. En Amberes los portugueses conseguían
el cobre y la plata de las minas alemanas necesario para sus pagos,
fundando en 1508 una sucursal de la Casa de la India, la Factoría de
Flandes. En 1549 la Factoría fue liquidada y Lisboa tomó en sus manos
el papel redistribuidor. En Opinión de Magalhaes Godinho, Portugal
encontró a poca distancia, en Sevilla, la plata de América, mientras que
las minas alemanas estaban en decadencia y habían dejado de producir a
partir de 1535. Para Braudel tuvo mayor repercusión la reapertura en
esos años de las antiguas rutas terrestres con oriente, controladas por el
comercio veneciano: aunque la pimienta traída por tierra era más cara
que la de Lisboa, su calidad era también mayor (se sabe que muchas
veces la pimienta, mal embalada, se estropeaba en las bodegas de los
barcos).

Desde 1521 el ambiente político en Europa no favorecía a Amberes. Las


guerras entre los Valois y los Habsburgo, de 1521 a 1529, paralizaron el
comercio internacional. El nuevo factor que reactivó su economía fue la
plata de América por la vía de Sevilla. Carlos V para desarrollar su política
imperial recibió el apoyo financiero de los comerciantes y prestamistas de
Augsburgo (Welser y Fugger), cuya plaza más apreciada seguía siendo
Amberes. Hasta allí transportaban la plata de las minas de Hungría, pero
cuando en 1535 se agotaron tuvieron que ir a buscar el oro y la plata que
llegaba a Sevilla de las minas de Méjico y Perú. En 1545 habían sido
descubiertas las minas de plata del cerro de Potosí, aunque hasta 1560 no
se alcanzó el método de refinado de la plata mediante una amalgama de
mercurio.

― Las minas pertenecían a la corona, que las arrendaba a cambio de un


quinto de los beneficios. Sumando esto más los impuestos introducidos
en Indias, resultaba que un 40% del total de los cargamentos de oro y
plata llegados a Sevilla pertenecían a la hacienda real. El 60% restante
correspondía a particulares, sirviendo en un porcentaje muy elevado
para el pago de todos los cargamentos enviados a Indias, ya que se
carecía de lo más imprescindible.
La mayor cantidad correspondía a tejidos adaptados al clima,
fundamentalmente de lino, adquiridos en los Países bajos y, en menores
cantidades, en Alemania, Inglaterra y Francia, lugares al que fue a parar
una parte importante de la plata americana, por lo que la inflación
también se hizo sentir, aunque no tanto como en Castilla. Fueron las
naves de Zelanda y Holanda las que establecieron la conexión marítima

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entre Flandes y España desde 1530.

― La afluencia de plata y la demanda americana dio a España un peso


político y económico central. El imperio de Carlos V incluía a España,
los Países Bajos, el Imperio alemán y una gran porción de Italia (Milán,
Nápoles y Sicilia). Amberes fue el centro económico desde donde se
giraba el dinero por medio de letras de cambio a las distintas partes del
Imperio. De ahí la importancia de las ferias, relacionadas entre sí,
permitiendo circuitos internacionales. Desde mediados del siglo XV las
más importantes fueron las de Amberes, Castilla (Medina del Campo,
Medina de Rioseco, Villalón), Lyon, Francfort, Florencia, Génova y
Venecia. Su conexión y buen funcionamiento se basaba en la
periodicidad en la celebración de cada feria (ajustado a las
conveniencias del crédito a corto plazo). Así las ferias castellanas se
adecuaron al ritmo trimestral de Amberes: Villalón (cuaresma), Medina
del Campo (mayo y octubre) y Medina de Rioseco (agosto). Lo mismo
las dos ferias de Lyon. Precisamente uno de los motivos de la
decadencia de las ferias castellanas fue la decisión de los monarcas de
prolongar las sesiones de pago en espera a la llegada de cargamentos de
plata para hacer frente a las deudas. Cada vez se diferenció más la
contratación de mercancías de la contratación del dinero. En las cuatro
primeras semanas se contrataban las mercancías, y en las cuatro
siguientes se hacía el pago de letras. A la feria los comerciantes asistían
sin dinero, estando convenientemente acreditados ante las autoridades
municipales (éstas regulaban en sus estatutos todos los aspectos sobre la
aceptación y protesta de las letras de cambio). El que vendía un
producto no recibía el dinero inmediatamente, sino una letra de cambio
pagadera en una plaza de otro país tres meses más tarde (no hay que
olvidar que se trató de un comercio internacional).

― La letra de cambio, principal instrumento de pago y crédito, era un


documento mercantil, autentificado por la firma del deudor. Como
instrumento de crédito, la letra era una convención mediante la cual el
dador suministraba dinero a un tomador y recibía en contrapartida ese
documento, la letra, pagadera a un plazo fijo en otro lugar y en otra
moneda. Comportaba una operación de crédito, pues debía ser pagada
meses más tarde de efectuar la compra o recibido el servicio. También
comportaba una operación de cambio, en cuanto que el pago debía
verificarse en otra moneda distinta a la recibida por el dador. El curso
normal del cambio entre dos plazas mercantiles se establecía en
beneficio del dador del dinero. El que otorgaba el crédito lo hacía a un
curso superior al par de la moneda, donde estaba oculto el interés y los
gastos de la operación, ya que el regreso del dinero tenía que hacerse
por medio de una segunda letra de cambio. Como los hombres de
negocio disponían de factores y corresponsales en diversas plazas,
giraban letras sobre aquellas en que el curso de retorno estuviera más
elevado, con lo cual trataban de obtener un doble beneficio, primero en
la transferencia y luego en la repatriación. La maniobra podía repetirse
más de una vez, de modo que los costes de las idas y venidas se iban
sumando. El precio al que se compraban o vendían las letras de cambio

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era variable, dependiendo del valor intrínseco de las monedas


intercambiadas; si el dinero contante abundaba, favorecía la apreciación
del papel, y a la inversa. También dependía de la balanza comercial
entre ambas plazas, lo que facilitaba el regreso del dinero. Los
acontecimientos políticos que afectaban a la actividad comercial, y las
especulaciones y las manipulaciones monetarias, fueron elementos de
incertidumbre que alteraban los precios.

― La letra de cambio, que en un principio sirvió exclusivamente para el


comercio, se utilizó como instrumento de crédito a partir de la primera
mitad del siglo XVI. Es el llamado “cambio seco”, en realidad un
simulacro de cambio ya que no intervenía mercancía alguna. El
mercado del crédito al no poderse organizar desde los bancos (el primer
banco público fue el de Amsterdam en 1609) hubo de hacerlo a partir
de las ferias, aprovechando las sesiones de pago. Es más, la evolución
de las grandes ferias parece haber consistido en dar ventaja al crédito en
relación con la mercancía. Las autoridades eclesiásticas justificaban
moralmente los cambios pero no los simulacros, condenando el
beneficio bancario (préstamo a interés) y la especulación según la teoría
tomista pecunia non parit pecuniam, a fin de impedir que el dinero se
trasformase en “capital”. En 1571, Pío V reiteró la prohibición del
préstamo a interés en toda la cristiandad, mientras permitía el beneficio
del capital por potenciar la laboriosidad frente a la usura y la ociosidad.
La licitud de los cambios estaba justificada ante la necesidad y el
servicio que rendían, y el beneficio era lícito por el riesgo que corría el
mercader-banquero al girar una letra que podía no ser pagada, o la
moneda recibida en otra parte suponer menos de lo esperado.

El final de esta etapa de prosperidad para Amberes se produjo con el


decreto de suspensión de pagos de la hacienda castellana en 1557. La
financiación de la política imperial de Carlos V fue soportada
primeramente por los Países Bajos e Italia hasta 1540, en que la
contribución de Castilla adquirió la mayor proporción, no sólo por la plata
de América sino por una enorme carga fiscal. Además la llegada masiva de
metales preciosos a España tuvo graves efectos inflacionistas en Europa.

― Hamilton fue el primer economista que en 1934 llegó a la conclusión


de una estrecha relación entre el aumento en el volumen de las
importaciones de plata y el aumento de los precios en Europa durante
el siglo XVI, sobre todo a partir de 1535. Después de examinar todas
las remesas de plata llegadas a Sevilla, construyó series de precios en
distintos municipios de la Península. La conclusión es que entre 1501 y
1600 los precios se multiplicaron por cuatro, sobre todo en la segunda
mitad de siglo XVI. Esta teoría fue corregida para distinguir el
aumento de producción de plata respecto a la cantidad que entró
realmente en la economía castellana. Existió un contrabando en gran
escala no reflejado en las cifras oficiales, y no hay que olvidar la plata
que se atesoró en orfebrería y menaje y dejó de acuñarse en las cecas.
La plata que correspondía al rey iba inmediatamente a manos de los
banqueros extranjeros para el pago de préstamos. Un porcentaje

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significativo de la plata en manos privadas sirvió para pagar los


productos enviados a Indias, que en un porcentaje muy elevado eran
extranjeros. Según J. Nadal el mayor aumento proporcional de los
precios españoles tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVI, cuando
menos plata entró. La explicación es que en la primera mitad de siglo la
participación de los productos fabricados en España fue mayor, por lo
que quedó más plata. Mientras en la segunda mitad, aunque llegaron
mayores cargamentos, se destinaron a para pagar el incremento de la
importación extranjera.

― Durante los primeros años del reinado de Carlos I en España hubo


protestas por el excesivo precio de los paños castellanos. Las Cortes
de Valladolid de 1548 lo atribuyeron erróneamente a la excesiva
demanda extranjera y se aprobó la autorización de importaciones y la
prohibición de exportar los paños castellanos. Esta legislación de
1548-1552 trajo una aguda depresión de la industria textil castellana,
amenazada por la competencia de productos extranjeros más baratos.
En 1556 Martín de Azpilcueta, de la Escuela de Salamanca, ofreció una
explicación convincente del alza de los precios: "La moneda vale más
cuando y donde es escasa que donde es abundante", y glosando esto
continúa: "Por la experiencia se ve que en Francia, donde hay menos
dinero que en España, valen mucho menos el pan, el vino, los paños, y
la mano de obra; y aun en España, el tiempo que había menos dinero,
por mucho menos se daban las cosas vendibles, las manos y trabajos de
los hombres, que después que las Indias descubiertas la cubrieran de
oro y plata". De forma apresurada se aprobaron en 1555 y 1558 nuevas
leyes que eliminaron la prohibición de exportar, pero sin lograr evitar la
primera crisis de la economía castellana, cuya industria textil quedó
pronto desbordada por una demanda que la desbordó.

― Al no poder hacer frente a los gastos con los recursos ordinarios,


Carlos V se apropió en nueve ocasiones de los cargamentos de plata
americana, compensando a los perjudicados con juros. Acudió al
préstamo de banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles.
Durante 37 años sumó 39 millones de ducados en préstamos, cuando
los ingresos anuales eran entre un millón y millón y medio. Las
condiciones con los banqueros quedaban expresadas en el contrato
escrito llamado asiento, que estipulaba el lugar y la época en que tenían
que depositar sus préstamos, así como los intereses y los modos de
devolución, a la llegada del primer cargamento de plata o con los
primeros impuestos recaudados. Los banqueros empezaron a
apoderarse de todas las fuentes de ingresos de la Corona, que en 1557
decretó la suspensión de pagos. Esto alteró el mercado financiero
castellano, y provocó la crisis de la economía de Amberes.

Amberes se recuperó con la paz de Cateau-Cambrésis (1559) gracias al


crecimiento de la producción de paños, telas y tapicerías, que explica su
prosperidad hasta 1568. Tras la paz, se reanudó el comercio con España,
Francia, Italia y las ciudades del Báltico que abrieron una nueva sede, la
casa de la Hansa, mientras se perdió el mercado inglés de paños crudos,

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que pasaron a teñirse en Hamburgo con destino al consumo alemán. Pero


la mayor pérdida correspondió a las finanzas. A raíz de la bancarrota
española de 1557, el control del circuito del dinero quedó en manos de un
reducido grupo de banqueros genoveses a los que Felipe II confió las
necesidades crediticias de la Monarquía. Desde la Corte de Madrid
controlaron el manejo de los capitales y el crédito en Europa, desplazando
a los banqueros alemanes que operaban en Amberes.

La rebelión de los Países Bajos contra España provocó la crisis final de


Amberes. En agosto de 1566 la ciudad se vio sacudida por una revuelta
popular, con quema de iglesias y de imágenes. Un año después Felipe II
envió al Duque de Alba a Bruselas para restablecer el orden, aunque desde
1568 la conexión marítima quedó rota entre España y el canal de la
Mancha y el mar del Norte, controlado por los ingleses.

La nueva economía colonial. La manifestación del espíritu


capitalista

El economista e historiador W. Sombart, en línea con las teorías de su


compatriota M. Weber, apuntó a Holanda como el Estado donde en el
siglo XVII se desarrolló plenamente el espíritu capitalista (cuyo origen sitúa
en la Florencia de los siglos XIII y XIV). Así Holanda se convertiría en el
país modelo del capitalismo, cuya burguesía inspirada en los principios
calvinistas empleó todos los medios posibles para obtener éxito en sus
operaciones, entregada a la corriente especuladora y bursátil. En efecto,
tras la definitiva caída de Amberes, el protagonismo indiscutido en el
comercio y el crédito europeo lo tuvo la capital de la República,
Amsterdam.

A comienzos del siglo XVII Holanda tenía un millón y medio de


habitantes, de los que la cuarta parte vivían en ciudades, el mayor
porcentaje con gran diferencia de Europa. Los extranjeros que huían de las
guerras y persecuciones religiosas de los siglos XVI y XVII fueron bien
acogidos, respetándose la libertad de conciencia como regla de
convivencia, aunque no dejaran de producirse graves problemas religiosos
dentro del propio calvinismo. Convivían presbiterianos, episcopalianos,
luteranos, menonitas, católicos, judíos y los propios reformados
neerlandeses. La gran masa de inmigrantes eran artesanos llegados de
Flandes, conocedores de las técnicas textiles, que se asentaron en Leyden
confeccionando paños. En Haarlem, los obreros llegados de Ypres y de
Honschoote fueron un factor determinante en el progreso textil de la
ciudad, en el trabajo de la seda y el blanqueo de telas. La más beneficiada
fue Amsterdam, donde progresivamente se instalaron la mayor parte de las
industrias de tejidos de lana, de seda, de oro y de plata, manufacturas de
cueros dorados y refinerías de azúcar. En Saardam, un poblado próximo,
se levantó el mayor astillero naval del mundo, en el que la mano de obra
extranjera fue decisiva. Entre estas oleadas de refugiados hubo
comerciantes judíos que aportaron grandes sumas de capital y, sobre todo,
su experiencia en los cambios y en las especulaciones bursátiles. Pero
también los comerciantes refugiados de Amberes, después de que la ciudad

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capitulase con Alejandro Farnesio, sumaron capitales y relaciones


comerciales, lo cual fue sin discusión una de las razones del rápido
despegue de Amsterdam.

La agricultura neerlandesa se benefició tanto del fuerte consumo de las


ciudades como de la industria textil, que demandaba lino, cáñamo, plantas
tintóreas, colza, cultivos muy rentables y bien adaptados a las condiciones
edafológicas y de clima. En torno a las poblaciones surgió un cinturón de
casas y huertos que abastecían de productos lácteos (queso, mantequilla y
más tarde leche), hortalizas y legumbres. Los Países Bajos tuvieron,
además, la ventaja de una temprana transferencia de la propiedad de la
tierra de manos feudales a manos campesinas por la pronta supresión de
los derechos señoriales, que de forma institucional y simbólica quedaron
abolidos en 1520. Las posibilidades de mayores beneficios y ganancias
atrajeron a una burguesía capaz de fuertes inversiones para la recuperación
de zonas pantanosas y de estuario por medio de drenajes, introduciendo
métodos de cultivo más intensivos.

― La intensificación del uso de la tierra se consiguió con la


introducción y rotación de nuevos cultivos. La alternancia de legumbres
(guisantes, judías), plantas forrajeras (trébol, alfalfa) y plantas de raíz
(nabos) con el cultivo del cereal fijaba el nitrógeno a la tierra
fertilizándola sin tanto tiempo en barbecho. Para ello se pusieron en
práctica sistemas de rotación muy elaborados, como el llamado cultivo
alterno: cereal-nabos-trébol; o el cultivo convertible: cereal,
leguminosas, cultivos de raíz, seguidos de varios años de pasto. La
diversificación garantizó al menos una parte de la cosecha en caso de
sufrir problemas climatológicos. El hecho de destinar menos tierra al
cultivo de cereal (que en aquellas latitudes era de calidad mediocre y
sólo permitía alimentar a la mitad de la población) se resolvió
importándolo a buen precio de la Hansa. Los campesinos no se
preocupaban por su autoabastecimiento ya que lo podían adquirir en las
ciudades. El aumento de la comercialización en el campo supuso el
aumento de la riqueza rural; los salarios tendieron a acercarse a los
salarios urbanos, facilitando la creación de una clase media y una
sociedad rural cada vez menos polarizada.

― Los intereses ganaderos quedaron armonizados con los agrícolas


gracias al cultivo de las plantas forrajeras, que facilitaron la estabulación
y un abaratamiento del abono. Para proteger los cultivos de los
movimientos del ganado en zonas de pasto se tendió al cercamiento y a
la concentración de parcelas dispersas. Así pudo disponerse de una alta
densidad de pastos en praderas separadas por empalizadas (campos
cerrados), que erradicó el uso comunal de la tierra tras la cosecha.

Respecto a los modos de ejecución del trabajo, los cambios técnicos no


alteraron el carácter artesanal de la industria textil. Junto a los viejos
husos y ruecas comenzó a usarse el torno de hilar, o el batán de
martinetes (hidráulico) que permitía paños más finos. De mayor
importancia fueron las novedades en las formas de organización, con el

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protagonismo de fabricantes-comerciantes. Bajo su dirección la industria


de Leiden prosperó gracias a la exportación de asequibles estameñas y
fustanes, los new draperies, de fácil comercialización en climas cálidos.
Empleaban lana inglesa de pelo largo, abundante y a buen precio, tras
interrumpirse las importaciones de lana castellana. La intervención de
comerciantes dirigiendo el proceso de fabricación era conocida en
Europa desde finales del siglo XV, y se extendió a lo largo del XVI por
el aumento de la demanda que el gremio no podía atender. La
imposibilidad de trabajar libremente en las ciudades llevó a estos nuevos
“empresarios” a instalar unidades de producción textil en el campo,
donde la oferta de mano de obra era muy elástica, aunque con el
inconveniente de la falta de cualificación y la interrupción estacional. El
comerciante financiaba las materias primas y el utillaje, para finalmente
encargarse de recoger el producto y venderlo. En el caso holandés, la
existencia de canales disminuía el costo de recogida y salvaba la distancia
de los centros de comercialización. Se distingue así de forma bastante
diferenciada la figura del empresario frente a la del obrero asalariado (en
el gremio el maestro trabajaba con el resto de los oficiales y aprendices
de su taller), lo que anticipaba la organización de la empresa capitalista.
Este sistema doméstico, o Verlag System, producía a bajo coste gracias a
salarios muy reducidos y a eludir impuestos.

La adecuación de la producción a la demanda fue uno de los factores que


ayudó a superar la crisis abierta en 1619 en el comercio europeo, siendo
Holanda la protagonista de un nuevo sistema que combinaba la
reducción de los costes de transporte con la ampliación de los
intercambios. El inicio de la Guerra de los Treinta Años favoreció la
acumulación de stocks por la falta de salida de grandes cantidades de
artículos, bloqueando los capitales y reduciendo la demanda de
productos industriales. Hasta entonces el comercio había funcionado con
fluidez gracias a la abundancia de plata, pero en las primeras décadas del
siglo XVII se produjo un importante descenso de las remesas
americanas. Una primera reacción de los Estados fue la manipulación
monetaria con cobre, lo que supuso un caos económico en el Báltico,
Alemania y España, y a la postre un agravamiento de la crisis económica.

― Para superar la falta de plata resultaba imprescindible aumentar el


número de productos intercambiados. La situación geográfica de
Amsterdam permitía gozar de información actualizada; a un mismo
tiempo se conocían los precios del grano en Danzing y los embarques
anuales de especias llegadas a Lisboa. Las escalas tradicionales en los
puertos de la Península Ibérica eran Laredo, Santander, Bilbao, Lisboa
y Sevilla. En ellos los holandeses descargaban trigo, centeno, pieles,
pescado en salazón, pertrechos navales y productos industriales del
Norte, fundamentalmente textiles, a cambio de sal, aceite, lana, vino,
cítricos, seda y arroz. El objetivo de conseguir plata por medio de este
comercio se logró con creces: desde 1550, los holandeses
transportaron los cinco sextos de las mercancías intercambiadas con
los puertos del Atlántico Norte. Ni siquiera la revuelta de los Países
Bajos (1572-1609) llegó a romper esta relación. En 1595, Felipe II

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hizo capturar 400 de sus naves en los puertos de la Península, pero


finalmente fueron liberadas. En 1596 y 1598, se les prohibió fondear
en puertos españoles, pero esta medida fue inaplicable. Tampoco
tuvo efecto el plan de negarles la sal de Setúbal o de Cádiz pues
contaban con las salinas de la Francia atlántica. En realidad, suprimir
el comercio con los rebeldes suponía renunciar a una renta aduanera
de un millón de ducados al año, además de verse privados de
productos como el pescado en salazón o los cereales en momentos de
mucha escasez. De esta forma durante el decenio de 1590 los
holandeses llegaron a controlar el mercado Mediterráneo. Junto al
trigo introdujeron sus manufacturas textiles, los new draperies, y
establecieron una ruta comercial permanente con escalas en los
puertos de Levante y Estambul; buena parte del comercio ruso
también pasó a sus manos.

― Las características de los productos intercambiados (de mucho


volumen y bajo precio) exigían costes reducidos de transporte. Los
holandeses partían con ventaja por su tradición marinera y la
proliferación de pequeñas compañías temporales. El capital necesario
era financiado a partir de participaciones para uno o más viajes, lo que
conllevaba una reducción de riesgos. En el abaratamiento del
transporte fue fundamental poder contar con un auténtico carguero,
el llamado fluyt (usado a partir de 1595), heredero de los barcos de la
Hansa con escaso calado para poder remontar los estuarios, pero de
forma muy alargada para adaptarse a los principales productos y
materias primas. Al no ser convertible a uso bélico, utilizaba al
completo su espacio de carga. Los beneficios de la especialización
superaban los riesgos de la piratería, teniendo en cuenta que en la ruta
con Oriente iban escoltados. Las compañías renovaban sus flotas con
estos barcos por ser más asequibles, gracias a los bajos costes de
producción de los astilleros de Saardam, que empleaba materiales
baratos como pino y abeto en vez de roble. También el coste de
explotación era más reducido por la mayor sencillez de los aparejos,
que requería menos de la mitad de la tripulación de un navío
convencional.

Fueron estas pequeñas compañías las que irrumpieron en el mercado


asiático tras comprobar que los portugueses eran ya incapaces de
mantener el bloqueo. Pero aquel comercio requería una financiación para
la construcción de infraestructuras como factorías y puertos, que sólo
podía facilitar el Estado. De esta necesidad surgieron las grandes
compañías comerciales, un nuevo modelo de empresa capitalista con
personalidad jurídica distinta a quienes las dirigían, dotadas de un
carácter permanente. La más emblemática fue la Compañía de las Indias
Orientales (VOC), fundada en 1602 por iniciativa de los Estados
Generales, cuyos magistrados burgueses pasaron a ser sus directores y
consejeros. Se trataba de una Compañía reglamentada al obtener del
Estado el monopolio comercial entre el Cabo de Buena Esperanza y el
Estrecho de Magallanes, con poderes delegados para defender y
administrar los territorios conquistados. A cambio, debía hacer partícipe

11
La actividad económica

al Estado de un porcentaje de los beneficios por medio de impuestos.


Del total del capital de la nueva sociedad (más de seis millones de
florines), la mitad correspondió a la cámara comercial de Amsterdam y el
resto se repartió entre otras cinco cámaras provinciales, que emitieron
suscripciones de un valor nominal variable. Estaba previsto que el dinero
quedase inmovilizado durante diez años con la liquidación definitiva de
la Compañía, pero en 1612 se decidió darla continuidad dividiendo el
capital social en partes iguales (acciones), que podían ser negociadas en la
bolsa de Amsterdam, como de hecho se venía haciendo. La capital y
centro administrativo de la VOC en Asia se situó en la isla de Java, en
Yakarta, ciudad que pasó a llamarse “Batavia” tras su conquista en 1619.
Sede del gobernador general, allí se instaló un ejército de más de diez mil
hombres. Sin otros intereses más que los comerciales, los holandeses
nunca se mezclaron con la población nativa.

― En 1648 se produjo una grave saturación del mercado europeo de


la pimienta por la concurrencia de portugueses, holandeses,
venecianos e ingleses. Las guerras comerciales (con la adquisición de
las mayores cantidades de pimienta posible para debilitar a los
adversarios), provocaron que en 1652 Europa estuviese repleta de
pimienta y se produjera una bajada de precios, comprometiendo un
comercio tan costoso y arriesgado. La solución fue la diversificación
del tráfico comercial, participando en el propio mercado interasiático
con una flota permanente dedicada a productos hasta entonces poco
apreciados como el té, café, telas de algodón (calicós), sedas,
porcelanas chinas, elefantes, coral, arroz... Así se resolvió el otro
problema de la falta de plata, ya que hasta entonces más del ochenta
por ciento de los pagos se realizaban en metal precioso y eso
levantaba objeciones mercantilistas. Con esta ocasión, empezaron a
ser introducidos en Europa algunos de estos productos.

La importancia de las colonias en el siglo XVII para el desarrollo del


capitalismo moderno estuvo en conexión con el incremento de los
gastos militares y la guerra, como sostuvo W. Sombart. En efecto,
ingleses y holandeses reclamaron mediante el uso de las armas sus
derechos exclusivos de comercio en los territorios conquistados de
África y Asia, después de haber rechazado la validez del reparto entre
España y Portugal incluido en el tratado de Tordesillas (1494), aprobado
por cuatro bulas de Alejandro VI. No es casual que la fecha de
fundación de la Compañía holandesa de las Indias Occidentales (WIC)
coincida con el final de la tregua con España (1621), estando ya media
Europa involucrada en la guerra. El objetivo declarado era tomar
posesión de todos los países de la costa occidental africana y de la costa
oriental de América, con el derecho exclusivo de ejercer el comercio en
ellos, particularmente sobre el azúcar y la trata de esclavos que hasta
entonces controlaba Portugal. Pero a la vez iba a dar cobertura a los
corsarios que interferían en el tráfico de la plata entre América y Sevilla,
con sonadas capturas como la de 1628. De ahí que la nueva Compañía
estuviese dotada de costosos buques armados y no tanto de navíos
comerciales. En 1637 conquistaron el primer puerto negrero portugués

12
La actividad económica

de la costa de Oro africana y se hicieron con el noroeste de Brasil, zona


de producción de azúcar. Desde su sede en Curaçao (una antilla
conquistada al Norte de Venezuela) vigilaba las salidas de la flota
española y comerciaba ilegalmente con cacao. La disolución de la WIC
en 1674, tras declararse en bancarrota, tuvo diversos motivos. De gestión
interna, por las opiniones enfrentadas de los partidos que agrupaban a
los accionistas. De política internacional, por los acuerdos de paz de
Westfalia (1648) que impedían continuar con las capturas de barcos. En
1645 los holandeses habían tenido que abandonar Brasil forzados por la
amenaza del bloqueo de sal portuguesa, en momentos en que las salinas
francesas ya no estaban a su disposición. A ello se añadieron las
legislaciones de Inglaterra y Francia prohibiéndoles comerciar con sus
colonias y por tanto abastecer de azúcar a Amsterdam. Una Nueva
Compañía de las Indias Occidentales, alentada por los beneficios del comercio
de esclavos, retomó la actividad de la WIC en 1675 en la misma área y
con su misma infraestructura.

El efecto de las políticas mercantilistas en la economía europea

Las políticas comerciales de Francia e Inglaterra estuvieron empeñadas


en reducir el dominio holandés sobre el comercio exterior, algo
explicable dentro del pensamiento mercantilista que dominaba en aquel
momento. Más que una teoría o doctrina económica el mercantilismo
fue una práctica. P. Deyon lo identifica con la doctrina y la práctica
económica de los Estados nacionales durante la Época moderna. En el
siglo XVI las grandes monarquías europeas intentaron medidas
intervencionistas, tales como barreras aduaneras que favoreciesen la
balanza comercial y el desarrollo de las manufacturas. La coyuntura del
siglo XVII incentivó este pensamiento, aunque sólo Francia e Inglaterra
fueron capaces de llevarlo a cabo.

En la Inglaterra de Cromwell, las Actas de Navegación aprobadas por el


Parlamento en 1651 intentaron reservar el comercio inglés para sus
buques y comerciantes, de manera que aunque no se citase a Holanda la
mayoría de las medidas aprobadas iban dirigidas contra ella. El pescado
importado debía ser transportado por barcos ingleses; los productos de
países extranjeros con destino a puertos ingleses lo harían por barcos de
los respectivos países o ingleses, rechazándose así el comercio de
redistribución holandés. Estas medidas legislativas (que ponían leyes al
mar y en algunos puntos eran excesivamente provocativas) se vieron
reforzadas por la fuerza militar provocando tres guerras navales: 1652-4,
1665-7 y (coordinada con la invasión francesa) 1672. Esta conflictividad
minó la viabilidad de la función de intermediario de Amsterdam,
sometida a tensiones internas entre Orangistas y Republicanos. Cuando
los gastos de defensa hicieron subir los impuestos, el encarecimiento de
la vida en la ciudad provocó la subida de los salarios, repercutiendo en la
competitividad de las manufacturas. Los regentes prefirieron entonces
retirarse del comercio. Sólo en el terreno especializado de las finanzas
internacionales ejercieron los holandeses un verdadero liderazgo en el
XVIII.

13
La actividad económica

En cuanto a Francia, la política comercial se hizo absolutamente anti-


holandesa cuando Juan Bautista Colbert fue nombrado ministro de
finanzas de Luis XIV. Dentro de la concepción mercantilista, el largo
estancamiento de la economía francesa parecía explicarse por el control
holandés de su comercio exterior. Según Colbert (1619-1683), la
prosperidad del Estado se basaba en acaparar la mayor riqueza y eso sólo
podía lograrse a expensas de los Estados vecinos. Antes de él habían sido
puestos en vigor los derechos aduaneros sobre textiles y los gravámenes
por tonelaje a los barcos holandeses que entraban en los puertos
franceses. En 1667 se impuso una barrera de altas tarifas aduaneras, se
fundó la Compañía del Norte (estatal y subvencionada, para competir
con los holandeses en el Báltico) y compañías similares para competir en
las Indias Orientales y en las Antillas, aunque todas ellas burocratizadas y
poco eficaces. Estas medidas no hicieron sino elevar los costos de la
actividad comercial francesa, y quizá por esta razón Luis XIV decidió
invadir la República y apoderarse de su eficiente centro comercial.

A partir del último tercio del siglo XVII Inglaterra se afianzó en el


comercio europeo, mientras la economía francesa seguía siendo arcaica, a
pesar de la política de Luis XIV preocupado por el conjunto de su reino.
Francia estaba muy fragmentada, regionalizada, y era esencialmente
agrícola. La extensión del territorio impidió la temprana formación de un
mercado nacional, mientras que la economía inglesa era más fácil de
unificar después de haber asimilado las técnicas holandesas.

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