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La cruzada.

Las Cruzadas son las expediciones guerreras que emprendieron los cristianos de Europa Occidental, entre
los siglos XI y XIII, para recuperar de manos de los turcos los Lugares Santos, donde vivió Jesús.
En el siglo XI, después de haber sido objeto de invasiones, Europa se convirtió en invasora, así dio inicio
a un gran movimiento de migración cuyo principal objetivo fue recuperar la ciudad de Jerusalén, que había
caído en manos de los turcos seducidas, que eran musulmanes.
Estas peregrinaciones masivas de personas de todas las condiciones recibieron el nombre de cruzadas, pues
sus integrantes se cosían una cruz en la vestimenta, para identificarse como cristianos y, a la vez,
diferenciarse de los musulmanes.
Las cruzadas, que se efectuaron hasta el siglo XIII, no solo se debieron a un motivo religioso. Otras causas
de estas expediciones armadas fueron:
– El aumento de población, que provocó una búsqueda de nuevas tierras y nuevos horizontes.
– La presencia de los turcos en Palestina o Tierra Santa que amenazaba con su expansión tanto al Imperio
bizantino como a los estados de Europa Occidental.
– La necesidad del Papado de afianzar su poder ante el emperador del Sacro Imperio Germánico, y de
canalizar en un sentido religioso el espíritu guerrero de los caballeros, reemplazando la guerra entre
cristianos por la lucha contra los musulmanes.
El Concilio de Clermont

Concilio de Clermont
En el año 1095, el Papa Urbano II convocó por primera vez a una cruzada para conquistar Tierra Santa en
un concilio efectuado en la ciudad francesa de Clermont. El principal objetivo del Sumo Pontífice era
ofrecer a Bizancio los refuerzos necesarios para expulsar a los turcos seducidas del Asia Menor.
Con ello el Papa Urbano esperaba que la Iglesia bizantina, que desde el año 1054, se había separado de la
Iglesia romana, reconociera la supremacía de Roma y, de esta manera, restaurar la unidad de la cristiandad.
A Clermont acudieron muchos clérigos y un gran número de nobles de menor categoría a los que también
se dirigió el Papa.
En este concilio, Urbano ofreció recompensas espirituales y materiales a todos aquellos que se animaran a
emprender la cruzada, la remisión de los pecados y la obtención de territorios en Tierra Santa. Mientras el
guerrero estuviera ausente, la Iglesia se comprometía, también, a velar por sus bienes.
A medida que la asamblea se desarrollaba, sus integrantes presos de la emoción, exclamaron una frase que
se convirtió en el lema de las cruzadas: «¡Dios lo quiere!». Ese mismo año comenzó la preparación de la
primera cruzada con la reunión de pequeños ejércitos pertenecientes a nobles europeos.

Discurso del Papa Urbano II


Parte del discurso del Papa Urbano II en el concilio de Clermont:
Turcos, persas y árabes han invadido Antioquía, Nicea e incluso Jerusalén, que guarda el sepulcro de Cristo,
y otras ciudades cristianas. Dueños absolutos de Palestina y Siria han destruido las basílicas e inmolado a
los cristianos como si fueran animales. Las iglesias han sido convertidas por los paganos en establos para
sus bestias… Quienes lucharon antes en guerras privadas, luchen ahora contra los infieles, quienes hasta
hoy fueron bandidos se conviertan en soldados, quienes han combatido a sus hermanos y parientes,
combatan como deben contra los bárbaros. Reuníos sin tardanza: al terminar el invierno y llegar la
primavera disponeos con alegría a emprender la marcha a las órdenes del Señor.

Jerusalén, Ciudad Santa


Jerusalén fue uno de los mayores centros de peregrinaje en la Edad Media. Los cristianos acudían ahí por
varios motivos. Por un lado, en esta ciudad se encuentra el Santo Sepulcro, que fue la tumba de Cristo,
desde la cual resucitó. Por otro lado, ahí se eleva el Monte de los Olivos, donde el Señor pasó su última
noche y el Monte Carmelo, donde se lo crucificó. Por último, a un par de kilómetros se encuentra Belén,
donde Cristo nació.
Jerusalén también es importante para los musulmanes. Para ellos, Jerusalén es Al Quds, que significa «La
Sagrada», pues, según dice, desde esta ciudad Mahoma ascendió al cielo montado sobre un corcel. Por eso,
para los musulmanes, Jerusalén es la tercera ciudad sagrada después de la Meca y Medina.
La tradición del peregrinaje a Jerusalén estaba muy enraizada entre todos los cristianos a pesar de que,
desde el siglo VII, esta ciudad había caído en manos de los árabes. Mientras los árabes se habían mostrado
siempre muy tolerantes con los peregrinos cristianos que acudían a ella, los turcos, que ocuparon Jerusalén
en el año 1076, adoptaron una actitud hostil. Según las noticias que llegaban a Europa, los turcos se habían
convertido en implacables perseguidores de cualquier cristiano que llegaba a la ciudad. Estas noticias
contribuyeron a movilizar los ánimos de los cristianos para reconquistar la ciudad santa.
La Cruzada de los pobres
Mientras los nobles se organizaban para la primera cruzada, un predicador francés, Pedro el Ermitaño,
comenzó a predicar su propia cruzada montando en un asno.
Pedro logró convocar a más de diez mil campesinos franceses y alemanes, que se encaminaron a Jerusalén
mucho antes que los pomposos ejércitos de los nobles. Casi todos eran pobres y provenían de poblaciones
superpobladas en las que el destino de los pobres era siempre una calamidad. Estos hombres y mujeres
vendieron sus escasos bienes para emprender el viaje.
Esta expedición, sin embargo, careció de organización y preparación militar, los seguidores de Pedro el
Ermitaño no llevaban ni armas, no comida, ni agua. Por eso al principio, vivieron de la caridad.
Luego, cuando llegaron a Grecia, los cruzados comenzaron a saquear aldeas para alimentarse. Como eran
demasiado pobres para poder comprar espadas y lanzas, atacaban con cualquier objeto: palos, cuchillos,
hachas o incluso, hondas.
De esta manera, esta gran masa humana cruzó las fronteras del Imperio bizantino convertida en una banda
feroz que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso.
Los primeros encuentros con los turcos fueron favorables. Sin embargo, la cruzada popular dirigida por
Pedro el Ermitaño terminó con un dramático fracaso, sólo se libraron de la muerte los cruzados que
renunciaron a la fe cristiana.
Pedro el Ermitaño y los pobres
Luego de Clermont, muchos predicadores convocaron a una cruzada. El más popular fue Pedro el Ermitaño.
Este personaje, que había nacido en Amiens, Francia, había dedicado toda su vida al ascetismo. Iba siempre
descalzo y de él se cuenta que jamás probó ni carne ni vino.
Según los testimonios de su época sus palabras parecían divinas. Por eso, los campesinos que lo escucharon
sintieron que su llamada era un mensaje de libertad. Se contaba que el Señor se le había aparecido
encargándole organizar la primera cruzada. Por este motivo se lo veneró como a un santo.

Cruzada de los pobres


La primera Cruzada
En el año 1096 grandes señores de Francia, Flandes y Alemania partieron con sus ejércitos rumbo a
Constantinopla. Entre estos nobles los más célebres fueron Raimundo de Tolosa, Godofredo de Bouillon y
Bohemundo de Tarento.
Cuando todos los cruzados estuvieron reunidos, cruzaron el Bósforo y entraron en el Asia Menor. Desde
este lugar, se dirigieron a Siria, donde se dio el primer enfrentamiento contra los turcos. Tras seis meses de
combate, los cruzados triunfaron en la ciudad de Antioquía y conquistaron Jerusalén el año 1099.
La caída de Jerusalén fue seguida de una gran matanza, todos los musulmanes, hombres, mujeres y niños,
fueron asesinados.
Poco tiempo después, los cruzados avanzaron hasta el norte de África y organizaron, bajo el sistema feudal,
los lugares que conquistaron, y establecieron tres estados cristianos o latinos en Oriente y una en África:
• El principado de Antioquía, en Siria, liderado por Bohemundo de Tarento.
• El principado de Edesa, también en Siria, confiado a Balduino I, hermano de Godofredo de Bouillon.
• El reino de Jerusalén, en Palestina, que se transformó en la capital política y religiosa de los latinos y
cuyo gobernador fue Godofredo de Bouillon.
• El condado de Trípoli, al noreste de África, concedido a Raimundo de Tolosa y que, en el año 1187,
después de una crisis interna, quedó anexado al principado de Antioquía.
Para proteger los nuevos territorios cristianos nacieron las Órdenes Militares, caballeros dirigidos por
monjes que tomaron las armas para defender la fe, y que se pusieron al servicio de los peregrinos,
procurándoles alojamiento y seguridad. Las principales Órdenes Militares en Tierra Santa fueron la de los
Templarios, los Hospitalarios, la Orden Teutónica y la de Malta.
Las Órdenes Militares
La potencia militar de los cruzados en Oriente se reforzó con las Órdenes Militares que se consagraron a la
defensa de Tierra Santa: los Templarios, que tomaron su nombre de la fortaleza situada sobre un antiguo
templo de Salomón; los Hospitalarios, que se instalaron en el hospital de San Juan de Jerusalén; la Orden
Teutónica, integrada por caballeros teutones o alemanes, y la Orden de Malta, que se asentó en la isla de
Malta. Cada una de estas Órdenes consistía en un grupo de unos 300 caballeros preparados fisicamente para
el combate y que poseían caballos y armas. Recibían, además, la colaboración de mercenarios musulmanes.
De esta manera las Órdenes adquirieron fuerza y mucho prestigio. En el condado de Trípoli, por ejemplo,
los Templarios mantuvieron 20 fortalezas, y en el principado de Antioquía, los Hospitalarios poseían un
convento en cada ciudad e infinidad de feudos con castillos, abadías, aldeas y tierras.
Las Cruzadas del Siglo XII
Expuestos a los ataques musulmanes, los estados cristianos no podían sostenerse sin refuerzos. La segunda
cruzada se organizó con ese fin, pero no pudo cumplir su cometido, ya que el año 1187, el sultán Saladino
tomó Jerusalén. Con ello se perdió la principal ciudad del reino palestino y también, el principado de Edesa.
La tercera cruzada, realizada por mar el año 1187, estuvo encabezada por Federico Barbarroja, emperador
de Alemania; Felipe II Augusto, rey de Francia, y Ricardo Corazón de León, que era el monarca de
Inglaterra.
De los tres, sólo Ricardo alcanzó Jerusalén, no logró ocupar la ciudad pero firmó un pacto con Saladino por
el cual éste permitió las peregrinaciones cristianas a la santa ciudad. No obstante, la estructura del dominio
cruzado en Oriente se desmoronó: todos los territorios se perdieron, salvo San Juan de Acre y sus
alrededores.
Dos reyes, un emperador y una guerra
La tercera cruzada fue organizada por Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra; Felipe II Augusto de
Francia y el emperador alemán Federico Barbarroja. Cuando Federico fue a la tercera cruzada ya era un
anciano. Camino a Palestina, Federico murió ahogado cruzando a caballo un río. Ricardo, en cambio, era
más joven y un diestro militar; se quedó peleando más de dos años en Tierra Santa pero no venció a los
musulmanes. Felipe II de Francia aprovechó la larga ausencia de Ricardo para volver a su país y, desde ahí,
atacar a los ingleses que se habían apoderado de unos territorios en Francia. Los ingleses fueron derrotados
y, con ello, Francia recuperó sus territorios.

Mapa de las Cruzadas


Las Cruzadas del Siglo XIII
A diferencia de las primeras cruzadas, las cruzadas del siglo XIII no estuvieron tan encaminadas a la
recuperación de Jerusalén, sino más bien a la conquista de nuevos lugares donde comerciar y desde donde
obtener mayores beneficios en Oriente.
Estos movimientos, que se hicieron todos por mar, perdieron, por lo tanto, sentido religioso.
Por eso, los que organizaron la cuarta cruzada en 1204 fueron comerciantes venecianos, que invitaron a
algunos nobles franceses a participar. A cambio de dinero, estos nobles contribuyeron con sus ejércitos.
Sin embargo, en vez de dirigirse a Palestina, los cruzados tomaron Constantinopla, un importante centro
comercial en aquel entonces.
Tomada Constantinopla, los cruzados fundaron el llamado Imperio Latino, el año 1204 y lo mantuvieron
hasta el año 1261. Este hecho distanció a Roma aun más de la Iglesia oficial bizantina; por eso, el Papa
Inocencia III excomulgo a los cruzados.
La quinta cruzada comandada por el rey Andrés II de Hungría, se desarrolló entre los años 1217 y 1221. Su
objetivo era tomar Egipto y desde allí avanzar a Palestina. Una vez más, esta cruzada fracasó.
La sexta cruzada fue emprendida en 1227 por el emperador Federico II de Alemania. Este monarca alcanzó
a tomar Jerusalén, Belén y Nazareth. Sin embargo, entró en tratos comerciales con los turcos, lo que provocó
un rechazo absoluto en Europa.
Las dos últimas cruzadas, sétima y octava, fueron organizadas en el año 1248 y 1268 por Luis IX o San
Luis, rey de Francia. Estos movimientos recuperaron la finalidad religiosa de las primeras cruzadas; su
objetivo fue dominar el norte de África. Por eso los ataques se dirigieron contra Egipto y Túnez.

Sin embargo, ambas expediciones fracasaron. La octava cruzada fue la última expedición al Oriente; con
la caída de Acre el año 1291, terminó este importante episodio de la historia europea.

Captura de Damieta
San Luis o Luis IX, rey de Francia
Luis IX, rey de Francia desde 1235, fue un monarca muy piadoso. Se cuenta que todos los viernes se hacía
latigar en recuerdo de la pasión de Cristo. Llevado por su profunda religiosidad, organizó la sétima y octava
cruzada. En la sétima, cayó prisionero de los musulmanes en Egipto. Estando preso, predicó el cristianismo
entre sus carceleros. Para liberarlo, los franceses pagaron un gran rescate. A pesar de ello, en 1270 se
embarcó en la octava. Sólo la muerte pudo acabar con su deseo de recuperar Tierra Santa; murió en Túnez,
enfermo de peste bubónica, y fue canonizado por Bonifacio VIII en 1297.
Consecuencias de las Cruzadas
Doscientos años de duro combate produjeron una serie de cambios en Europa. En primer lugar, los señores
feudales perdieron poder, pues para armar a los cruzados se endeudaron fuertemente. Como las cruzadas
fracasaron, sus fortunas menguaron.

Por otro lado, las cruzadas ocasionaron un intenso movimiento de personas en el Mediterráneo, que
devolvió a este mar el papel relevante que había tenido en las comunicaciones.
El comercio entre Oriente y Occidente adquirió un gran impulso, y los puertos italianos de Génova y
Venecia, que se habían beneficiado con el embarque de los cruzados, incrementaron en forma extraordinaria
sus negocios.
En contrapartida, muchas tierras del norte de Europa se vieron despobladas por la partida de sus habitantes.

La civilización árabe
La Cultura Árabe se ubicó en Arabia, una península situada entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, al suroeste
de Asia. Por su clima árido, Arabia es un desierto donde la agricultura sólo es posible en algunos lugares
de la costa y en los oasis del interior.
Hasta el siglo VII, la Península de Arabia estuvo apartada de los grandes centros históricos: sólo era un
lugar de paso de las rutas de caravanas que venían de Oriente trayendo especias, sedas y otras mercancías.
Los árabes que habitaban la península era de raza semita. La mayoría eran beduinos: nómades dedicados al
pastoreo de cabras y camellos. Por eso existían pocas ciudades en Arabia: Yatrib y la meca eran los centros
comerciales más importantes.
Organizados en tribus rivales, los árabes no formaban un país. Cada tribu tenía sus propios intereses y sus
propias creencias; algunos eran fetichistas; otros, en cambio, politeístas. Sin embargo, la mayoría le rendía
culto a una misteriosa piedra: la Piedra Negra, en el santuario de la Kaaba, en la Meca. Este rudo pueblo
estuvo destinado a difundir una brillante civilización desde que fue unido por una religión común predicada
por un profeta: Mahoma.
El nacimiento del Islam
En el año 570 d.C. nació en la Meca Mahoma. Huérfano a temprana edad, Mahoma trabajó de joven en una
empresa de caravanas que le pertenecía a una rica viuda llamada Jadicha, con la que luego se casó.
Reflexivo y buen conocedor del judaísmo y del cristianismo, Mahoma comenzó a predicar a partir del año
610, una nueva religión. Esta religión reconocía la existencia de un único dios: Alá.
En un principio, los habitantes de la Meca estuvieron en contra de la doctrina de Mahoma. Por eso, el año
622 lo obligaron a huir a la ciudad de Yatrib, que luego se llamó Medina. A esta huida se le conoce como
la Hégira y con ella se inició la era islámica: los años árabes se cuentan a partir de esa fecha.
Poco tiempo después, Mahoma reclutó un ejército y conquistó la Meca (año 630). Entonces, la mayor parte
de los ciudadanos abrazaron el islamismo. Dos años más tarde Mahoma murió; sin embargo, toda Arabia
quedó unida por su doctrina.
La doctrina predicada por Mahoma es el Islam, que en árabe quiere decir sumisión a Dios, y sus seguidores
se llaman musulmanes. El islam es una doctrina sencilla, cuyo dogma principal es la fe en un solo Dios, del
que Mahoma es su profeta. En el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, se establecieron los preceptos
básicos de esta religión:
• La limosna al hermano necesitado.
• La oración, que debe hacerse cinco veces al día.
• El ayuno durante el mes del Ramadán.
• La peregrinación a la Meca, al menos una vez en la vida.
• La Guerra Santa contra el infiel, para defender el Islam.
Alá y el Corán
Aunque la tradición le ha atribuido a Mahoma una piedad devota desde muy joven, Mahoma no tuvo una
decisiva inspiración religiosa hasta los 40 años. A esa edad, cuenta la tradición que el arcángel Gabriel le
comunicó las revelaciones de Alá. Estas revelaciones le fueron hechas en prosa rimada y en intervalos hasta
su muerte. Luego, reunidas todas, recibieron el nombre de Corán. El Corán, que es el libro sagrado de los
musulmanes, esta dividido en 114 capítulos, llamados suras o azoras. Contienen los dogmas que deben
aceptar creyentes y las leyes que constituyen la base del derecho islámico. Entre otras cosas el Corán
prohibe tomar bebidas alcohólicas, comer carne de cerdo, el juego de azar y el uso de imágenes.
La Guerra Santa
El Corán estableció la Guerra Santa como difusión del Islam. La expansión del Islam se produjo en un
breve lapso: en poco más de cien años, las conquistas de Mahoma se extendieron por gran parte de Asia,
norte de África y la Península Ibérica, a la que los musulmanes llegaron el año 711 d.C.
Camino a la Meca
En un cruce de caminos, en las proximidades de un rico manantial, los árabes levantaron una pequeña
ciudad: la Meca. En esta ciudad se venera hasta la actualidad a una piedra negra en la que se apoyó
el padre de todos los árabes: Ismael, hijo de Abraham. Cuenta la historia que esta piedra se encuentra en
una construcción llamada la Kaaba, que significa la casa cuadrada. Antiguamente, era costumbre que todos
los árabes hicieran una peregrinación anual a la Meca para visitar la Kaaba. En la actualidad, todo árabe
que se aprecie acude al menos una vez en su vida a este santuario.

Formación del Imperio Árabe, Islámico


El Islam unió al pueblo árabe y lo lanzó a una rápida expansión militar entre los siglos VII y VIII.
A la muerte de Mahoma, la dirección del Islam fue ejercida por los califas o sucesores de Mahoma. Los
primeros califas, denominados ortodoxos, fueron elegidos entre los parientes del profeta. Bajo su mandato
la capital fue la ciudad de Medina y los musulmanes se apoderaron del norte de África, Siria, Palestina y el
Imperio Persa.
Tras la muerte del califa Alí (año 661), la familia de los Omeya se apoderó del califato y convirtió
a Damasco en su capital. En esta época, los musulmanes conquistaron Marruecos y la Península Ibérica.
Por el este se extendieron hasta el río Indo y el Turquestán.
A mediados del siglo VIII, después de cruentas luchas, la familia de los Abasidas desplazó a los Omeyas y
traslado la capital del califato a Bagdad.
A partir del siglo X, el Islam sufrió un proceso de desintegración político debido a conflictos religiosos, al
surgimiento de dinastías regionales independientes en España, en Marruecos y en Egipto y a las invasiones
de turcos y mongoles.
El precapitalismo
El precapitalismo como lo dice su nombre, se refiere a las relaciones económicas que prevalecían anteriores
a la etapa capitalista. Analiza aquellas formaciones sociales comunistas primitivas, las esclavistas,
feudalistas, del modo de producción asiático, las sociedades eslavas, las germanas y el mercantilismo; es
decir las formaciones socioeconómicas que no recurrieron a la producción industrial, a la compra de fuerza
de trabajo para obtener de ella plusvalía y a la acumulación de capital.

Luego del precapitalismo surgió el capitalismo


manufacturero se refería a la venta de material
artesanal o hecho a mano en grandes cantidades (por eso
en la segunda imagen se muestra como un hombre genera
la producción artesanal) pero a medida que la demanda
de productos fue aumentando, fue imposible para los
trabajadores cumplir con tantas solicitaciones, por lo cual
surgió, finalmente, el capitalismo industrial, en el cual se
le dio protagonismo a las grandes empresas y múltiples
beneficios a estos maquinizados productores mayoristas,
que buscaban ganar cada vez más dinero.

La edad moderna
La Edad Moderna es el tercero de los periodos históricos en los que se divide convencionalmente la historia
universal, comprendido entre el siglo XV y el XVIII.
Cronológicamente alberga un periodo cuyo inicio puede fijarse en la caída de Constantinopla (1453) o en
el descubrimiento de América (1492), y cuyo final puede situarse en la Revolución francesa (1789) o en el
fin de la década previa, tras la independencia de los Estados Unidos (1776).nota 1 En esta convención, la
Edad Moderna se corresponde al período en que se destacan los valores de la modernidad (el progreso,
la comunicación, la razón) frente al período anterior, la Edad Media, que es generalmente identificado
como una edad aislada e intelectualmente oscura. El espíritu de la Edad Moderna buscaría su referente en
un pasado anterior, la Edad Antigua identificada como Época Clásica.
En la Edad Moderna se vincularon los dos "mundos" que habían permanecido casi absolutamente
desvinculados desde la Prehistoria: el Nuevo Mundo (América) y el Viejo Mundo (Eurasia y África).
Cuando se consolidó la exploración europea de Australia se habló de Novísimo Mundo.
En este período, surge la burguesía, una clase social que puede asociarse los
nuevos valores ideológicos (el individualismo, el trabajo, el mercado, el progreso...). No obstante, el
predominio social de clero y nobleza no es discutido seriamente durante la mayor parte de la Edad, y los
valores tradicionales (el honor y la fama de los nobles, la pobreza, obediencia y castidad de los votos
monásticos) son los que se conforman como ideología dominante, que justifica la persistencia de
una sociedad estamental. Hay historiadores que niegan incluso que la categoría social de clase (definida
con criterios económicos) sea aplicable a la sociedad de la Edad Moderna, que prefieren definir como una
sociedad de órdenes (definida por el prestigio y las relaciones clientelares).9 Pero desde una perspectiva
más amplia, considerando el periodo en su conjunto, es innegable que poderosas fuerzas, aquella en que se
basan esos nuevos valores, estaban en conflicto y chocaron, a la velocidad de los continentes, con las
grandes estructuras históricas propias de la Edad Media (la Iglesia católica, el Imperio, los feudos,
la servidumbre, el privilegio) y otras que se expandieron durante la Edad Moderna, como la colonia,
la esclavitud y el racismo eurocentrista.
Mientras en Europa se desarrollaba este conflicto secular, la totalidad del mundo, conscientemente o no,
fue afectada por la expansión europea. Como se ha visto en Secuenciación, para el mundo extraeuropeo la
Edad Moderna significa la irrupción de Europa, en mayor o menor medida según el continente y la
civilización, a excepción de una vieja conocida, la islámica, cuyo campeón, el Imperio Turco, se mantuvo
durante todo el periodo como su rival geoestratégico. Según la perspectiva de América, la Edad Moderna
significa tanto la irrupción de Europa como la gesta de la independencia que dio origen a los nuevos estados
nacionales americanos.
El rol de la burguesía
Los burgueses, nombre que se dio en la Edad Media en Europa a los habitantes de los burgos (los barrios
nuevos de las ciudades en expansión), tenían una posición ambigua en la Edad Moderna. Una visión lineal,
que le interese los hechos hasta la Revolución Burguesa, se desarrolló a sí mismos fuera del sistema feudal,
como hombres libres que, en Europa, se hicieron poderosos gracias a la creación de redes comerciales que
la abarcaban de norte a sur. Ciudades que habían conseguido una existencia libre entre el imperio y el
papado, como Venecia y Génova, crearon verdaderos imperios comerciales.
Por su parte, la Hansa dominó la vida económica del Mar Báltico hasta el siglo XVIII.
Las ciudades eran islas en el océano feudal, pero el que la burguesía fuera realmente un factor que
disolviera el sistema feudal, o más bien un testimonio de su dinamismo, al expandirse con el excedente que
los señores extraen en sus feudos, es un tema que ha discutido extensamente la historiografía.10 El mismo
papel de la ciudad europea durante la Edad Moderna puede considerarse un proceso de larga
duración dentro del milenario proceso de urbanización: la creación de una red urbana, preparación
necesaria para el cumplimiento de las funciones sociales del mundo industrial moderno. A la línea de meta
llegaron con ventaja metrópolis como Londres y París en el siglo XVIII; por el camino quedaron rezagadas,
sin capacidad de articular una economía nacional de dimensiones suficientes para el despegue industrial,
ciudades relegadas a la condición.

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