y volvi la cabeza. Un hombre, cuya cara no pude
distinguir porno querer llamar su atenci6n, estaba
hablando con un mozo a quién of le pedia un
chocolate con tostadas. En el café no habia nadie
Mas.
Cuando volvi la cabeza y me fijé en Sherlock
Holmes, observé, con sorpresa, que tomaba el
palillero que habfa en nuestra mesa y, con una
habilidad que le hubiera envidiado cualquier
prestidigitador, se lo metia en el bolsillo izquierdo
del saco.
Mucho me Ilamé6 la atencién aquella maniobra,
Pero, acostumbrado a las cosas de Sherlock
Holmes, que nunca hacia nada sin su cuenta y
raz6n, no dije una palabra y esperé con impacien-
cia hasta ver en qué paraba aquello.
Casi enseguida se levanté Sherlock y, dirigién-
dose al hombre que acababa de encargar el choc-
olate, le pidié permiso para tomar dos escarba-
dientes del palillero que habia en su mesa,
permiso que le fue concedido. Con ese pretexto
inicio Holmes una corta conversacién con el
desconocido, por la que supimos que era carni-
cero.
Diez minutos después salimos del café y, ape-
nas estuvimos en la Avenida, me dijo Sherlock
Holmes:
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