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Pedido

Ocurrió casi al mes de haberse decretado el confinamiento obligatorio por covid-19.

El lugar donde vivo, barrio de casas bajas, familias de clase trabajadora las más y comerciantes los
menos. Calles pobladas de quioscos, almacenes, verdulerías y carnicerías, en ese orden, aún ante
el avance de los supermercados chinos.

A uno de esos almacenes que atiende desde una ventana que da a un espacio pequeño separado
por una reja de la vereda -al cuál se accede por un portón-, se acerca una persona. De reojo solo
veo una contextura pequeña y el ventanal que se abre con un chirrido.

Escucho murmullos primero, luego, una conversación. Un pedido. La mujer de espalda encorvada
tiene la voz canosa, y pide. Pide que le fíen un paquete de fideos, algo de arroz. “No tengo nada
doña, que le cuesta”.

La almacenera no responde con palabras, solo le mira el pecho a la mujer y gira la cabeza de un
lado a otro. Seria, muda responde.

“No tengo de donde sacar, no tengo…”, la otra voz, muda hasta entonces, responde finalmente:

-No señora, no puedo.

Es lo último que escucho o que quiero escuchar.

La conversación se vuelve otra vez en murmullo.

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