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La Cuaresma

Cuando era niño la vida era más sencilla. Teníamos todo un mundo por descubrir.  Vivía
en Colón. Para estos días de Cuaresma mis papás nos llevaban a mis hermanos y a mí
a los estacionamientos del supermercado Mónaco donde cada noche pasaban películas
al aire libre sobre la vida de Jesús. 

Recuerdo el lugar lleno de niños y abuelos.  Recuerdo sus gestos y expresiones ante
esta escena: "Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre
mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú
quieras". Vagamente recuerdo los gemidos de angustia de los presentes cuando lo
clavaban en aquella cruz.

Jesús siempre fue mi mejor amigo. Era mi vecino. Vivía en frente de mi casa, en una
hermosa capilla de las Siervas de María. En mi inocencia lo visitaba cada mañana y le
preguntaba por su vida, impresionado por lo que veía la noche anterior. Sufría con Él y
no quería herirlo con mis pecados. Quería consolarlo, amarlo, acompañarlo en esos
momentos tan difíciles.

De grande he descubierto que la respuesta siempre estuvo frente a mí, en el Sagrario.


Es allí donde busco y encuentro. En el sagrario encuentro todas mis respuestas. Mi vida
empieza y termina en el Sagrario.

Esta Cuaresma quiero que sea especial, diferente. Que no pase desapercibida. Por eso
le haré compañía a Jesús, cada día, en algún momento, ante el Sagrario. Y le diré: "Aquí
estoy. Vine por ti".

Esta Cuaresma será un tiempo estupendo para que le entregues a Jesús tus
inquietudes, lo conozcas  y lo ames más.  Son días especiales, para decirle al buen
Dios, ante el sufrimiento: "pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras".  Lo
aceptas sabiendo que Dios lo permite todo para tu bien.  Este es el santo abandono que
trae la Paz y la serenidad.

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