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La historia económica presentó un sinuoso recorrido en el siglo XX.

De ser la niña mimada de los


estudios históricos en las décadas centrales del siglo pasado, se convirtió, a partir de los setenta, en
una rama relativamente marginal del quehacer historiográfico [1] . Para encontrar las causas de este
desplazamiento debemos hablar del agotamiento de modelos explicativos que comenzaron a ser
acusados de deterministas y de la renovación que experimentaron los estudios de historia política y
cultural. Como suele suceder, esta crisis brindó oportunidades para inaugurar una agenda que
discutía ciertas explicaciones simplistas que, hasta allí, habían sido sagradas. El campo
historiográfico argentino no estuvo al margen de esta tendencia general. Luego de los aciagos años
de la dictadura militar, con la cual se truncaron la mayoría de las iniciativas científicas de largo
aliento, la historia económica argentina comenzó a albergar empresas investigativas que, tomando
distancia del ensayismo, penetraron en temáticas tan variadas como el funcionamiento de la
economía rural, la dinámica de la población, el desempeño de la industria, las estrategias
empresariales y los circuitos de comercialización. Este avance en múltiples direcciones, en gran
medida resultado del reforzamiento de publicaciones y reuniones especializadas, terminó creando un
cuerpo de trabajos tan amplio como fragmentado. La obra que Roy Hora pone a consideración del
público trata de hilvanar en un solo relato los progresos registrados en el campo de la historia
económica argentina para el periodo comprendido entre las reformas borbónicas y la Gran Guerra.

En el primer capítulo de su obra, Roy Hora nos traslada al corazón mismo de la etapa colonial. En el
afán de encontrar un punto de partida para establecer comparaciones con el siglo XIX, el autor nos
ilustra con lujo de detalles sobre el funcionamiento económico del espacio que solemos identificar
con Argentina para el periodo previo a la Revolución de Mayo. En este punto, la descripción
esbozada por Hora destaca por su claridad: las ciudades y las áreas rurales que las circundaban se
asemejaban a “pequeños islotes dispersos sobre un mar tan vasto como poco integrado, cuya
expansión era resultado, más que de incrementos de productividad, de su propio crecimiento
demográfico” (p. 16). Claro que estas economías no estaban absolutamente cerradas sobre sí
mismas. Por el contrario, entre ellas existió un sistema de intercambios cuya importancia no debería
medirse por el volumen de los productos transportados, sino por las actividades a las que servía. Y es
alrededor de esta última problemática donde el legado de Carlos Sempat Assadourian es retomado
por el autor con singular maestría [2] . Más allá de sus especificidades, tanto el Interior como el
Litoral vieron parcialmente mercantilizada su producción debido a la demanda proveniente del
complejo minero altoperuano. En efecto, la onda expansiva generada por una actividad que había
sido la prioridad absoluta de la corona española terminó cubriendo con su manto al área rioplatense y
definiendo el perfil mercantil de sus sectores dominantes.

El primer capítulo de la obra termina con una novedosa mirada en torno a la creciente orientación
atlántica de la economía colonial. Por mucho tiempo, este proceso fue interpretado como una
victoria de las fuerzas de mercado sobre las toscas políticas mercantilistas de la metrópolis hispana.
Hora, hilvanando buena parte de la producción reciente sobre el impacto de las reformas borbónicas
en América [3] , propone un interesante giro en la explicación: “la aceleración de la expansión
económica en las regionales del Litoral mejor articuladas la actividad mercantil y exportadora fue
consecuencia de la propia acción de la autoridad colonial” (p. 25). Entre las pruebas que el autor
brinda para dar sustento a esta sugestiva hipótesis debemos contar la decisión de crear el Virreinato
del Río de la Plata, la de convertir a Buenos Aires en capital del nuevo centro administrativo y la de
subsidiar con metálico altoperuano toda una estructura burocrática situada en el último confín del
imperio español.

En el segundo capítulo de su libro, “La apertura al comercio atlántico y la expansión ganadera”, Roy
Hora desembarca en el siglo XIX. Su kilómetro cero es la crisis política inaugurada en 1810, suceso
que terminaría por darle al periodo su marca de agua: la guerra. En lo inmediato, las luchas por la
independencia generaron un efecto nocivo en aquella trama económica gestada en el periodo
colonial. Al mismo tiempo que la destrucción de bienes y personas impactó negativamente en el
producto bruto interno, la rápida perdida del Alto Perú privó a los nuevos gobernantes de las
riquezas mineras de aquella región y a toda la economía rioplatense de su principal mercado. No es
extraño, dice el autor con acierto, que en esas circunstancias los grandes comerciantes porteños
hayan sido uno de sus principales perjudicados del proceso abierto con la Revolución de Mayo. Esto
no sólo fue así por la perdida de lo que, hasta allí, había sido “un coto de caza de su exclusiva
propiedad” (p. 32), sino también por la llegada de comerciantes extranjeros que actuaron como
“punta de playa de economías mas avanzadas que las españolas” (p. 32).

Pero no todo fue negativo para la economía rioplatense en las primeras décadas del siglo XIX. Roy
Hora nos muestra cómo la creciente apertura de la economía al calor de la finalización del orden
colonial brindó una serie de oportunidades difícilmente imaginables en el siglo XVIII. Para
estudiarlas, el autor amplia su mirada y nos alerta sobre la conveniencia de ubicar al área rioplatense
dentro de una mayor que podría ser pensada en términos de una economía atlántica; una que
demandaba por la industrialización de Inglaterra un mayor volumen de productos pecuarios,
especialmente cueros, y ofrecía bienes de consumo popular que diferían de las mercancías caras y
sofisticadas propias del monopolio español. Alrededor de este cambio en el patrón de importaciones,
el autor pone un cono de sombras una de las hipótesis más defendidas por el revisionismo histórico:
aquella que mostraba la desaparición de los obrajes del interior por obra y gracia de la competencia
británica. Desde la mirada de Hora, esta situación sólo es aplicable al área mas expuesta al comercio,
el Litoral, y no al grueso del Interior que, por los altos costos de transporte, se mantuvo por largos
años protegido de la concurrencia externa.

En el análisis del montaje de esta economía atlántica, sostenida en una ganadería exportadora, Roy
Hora derriba otros dos lugares comunes de la historiografía tradicional: uno relacionado con la
rápida proletarización de la campaña bonaerense y el otro con el dominio absoluto de la gran
propiedad en ese mismo espacio. Para el primero de los supuestos, el autor realiza una interesante
síntesis de los aportes realizados por la historia rural rioplatense en los últimos veinticinco años [4] .
Más allá de las medidas coactivas oficiales, expresadas en la consabida figura de la papeleta de
conchavo, la escasez de brazos hizo que los hombres entraran y salieran del mercado laboral a su
antojo, lo cual se tradujo en un importante margen de maniobra por parte de los sectores subalternos.
Esta autonomía, resultado del fuerte peso de la producción independiente, permite a Hora derrumbar
el segundo de los supuestos: las empresas pecuarias de envergadura, que comenzaron cobrar relieve
con la llegada al campo de capitales urbanos, no fueron las únicas protagonistas de la campaña, sino
que convivieron con una multitud de pequeñas y medianas explotaciones. Ambos elementos
permiten a Hora repensar la naturaleza de los regímenes políticos de la primera mitad del siglo XIX,
especialmente del rosismo. En este último caso, el autor toma distancia de aquella mirada que lo
asumía como una especie de dictadura al servicio de la clase terrateniente. En su lugar, propone una
caracterización que imagina al régimen de Rosas como un armado institucional que, sin perder la
impronta notabiliar, respondió a la necesidad de cortejar a unos sectores subalternos movilizados
desde los tiempos de la Revolución de Mayo.

En el tercer capítulo de su libro, Hora realiza un racconto del impacto que la integración del Río de
la Plata a una economía de alcance atlántico tuvo en diferentes espacios regionales. El recorrido
comienza con una puntillosa descripción de la economía portuaria porteña, en la que el autor destaca
el creciente papel de la antigua capital virreinal como nexo entre la producción para la exportación y
el mercado internacional. Una posición que, en palabras de Hora, significó una formidable fuente de
ingresos para la provincia de Buenos Aires, pero que, de forma alguna, podría ser entendida sólo a
partir de las normas que prohibían la libre navegación por los ríos interiores. Esta explicación
clásica, afirma el autor en tono polémico, dejaba de lado un elemento fundamental que convirtió a
Buenos Aires en la metrópolis comercial del sur del continente americano: la tecnología. La
imposibilidad técnica de los buques de poco calado de enfrentar travesías transoceánicas, sumadas a
la vasta experiencia de los comerciantes porteños, lleva a Hora a pensar que “aun si la libertad de
comercio hubiera sido plenamente asegurada (…) es dudoso que esta ciudad hubiese visto
mayormente afectado su lugar de mayor emporio comercial del Atlántico Sur” (p. 65). El itinerario
propuesto por el autor continúa con una visita a la próspera pero concentrada economía pecuaria
entrerriana, sigue con una somera descripción de la arcaica estructura productiva correntina y
culmina con un análisis pormenorizado del Interior. En torno a esta última tarea, Hora escapa del
tentador impulso de generalizar la realidad de tan vasto territorio y traza una imagen en la que
predomina la heterogeneidad: si el Noroeste y de Cuyo comenzaron a mostrar una fluida
comunicación con los mercados boliviano y chileno respectivamente, en Córdoba vemos una
creciente inclinación hacia la economía atlántica, sobre todo en su franja más austral.

“La era de la lana”, cuarto capítulo de la obra, se sumerge en la metamorfosis productiva que tuvo
como escenario las pampas hacia mediados del siglo XIX. Así como los primeros capítulos se
vertebraron alrededor de la inserción del área rioplatense en el mercado internacional como
proveedor de productos de origen vacuno, este tramo del libro se encarga de analizar la rápida
expansión del ovino en tierras bonaerenses. Tratando de rellenar esa laguna de la memoria colectiva
nacional, una tarea que comenzó a subsanar Sábato hacia fines de los ochenta [5] , Hora explora las
causas que convirtieron a la Argentina en uno de los principales exportadores mundiales de lana. En
esa dirección, el autor diferencia con sutileza los factores externos e internos que ayudaron a delinear
este cuadro. Si los primeros se vinculan a la caída de las cotizaciones del ganado mayor y al
incremento del precio internacional de la lana, los segundos apuntan a razones institucionales que,
luego de la caída de Rosas y de la trunca experiencia de la Confederación, garantizaron la propiedad
privada y atrajeron inversiones desde el extranjero. Ambos factores, como es de imaginar, dieron
paso a importantes transformaciones en el mundo de la empresa. Entre los muchos cambios
abordados por el autor podemos destacar el impacto causado por la necesidad intensiva de mano de
obra tan propia de la cría del ovino. El razonamiento presentado por Hora podría resumirse de la
siguiente manera: la mayor demanda de trabajo elevó los salarios, sirvió de incentivo para la llegada
de inmigrantes europeos y colaboró en el reforzamiento de formas de producción, como la aparcería,
que aliviaban a los propietarios del creciente costo laboral que debían enfrentar. En ese marco, dice
el autor apoyado en numerosas cifras, los trabajadores y aparceros se apropiaron de una significativa
porción del excedente agrícola y eso posibilitó el acceso de muchos hombres comunes a la propiedad
rústica. Claro que ese ideal jeffersoniano de pequeños y medianos propietarios rurales no tendría
larga vida en la Argentina. Roy Hora nos muestra cómo estos itinerarios de movilidad social
ascendente se hicieron cada vez mas difíciles debido al sostenido incremento del precio de la tierra
registrado entre 1850 y 1880. La conclusión a la que arriba el autor no podría ser más clara: “la
producción avanzó por un camino que consagraba una creciente desigualdad en la distribución de los
beneficios del crecimiento económico” (p. 110).

Analizada la actividad que sirvió de motor de la economía argentina en el corazón del siglo XIX,
Roy Hora observa con atención las huellas dejadas por esta nueva orientación productiva en
diferentes espacios regionales. “Buenos Aires, el litoral y el interior en la era de la lana”, quinto
capítulo del libro, comienza con una excelente radiografía de la “Reina del Plata”. En ella, el autor
señala los cambios que experimentó la urbe porteña a medida que se profundizaban los lazos entre la
región pampeana y los mercados del Atlántico norte. Sin ánimo de ser exhaustivos, como lo es Hora
en su relato, podríamos mencionar el exponencial incremento de su población, el creciente peso de la
población inmigrante, la europeización de las costumbres, el montaje de una infraestructura urbana
y, en términos ocupacionales, el desarrollo de un cada vez sofisticado sector terciario de la
economía. Una segunda parada del itinerario nos conduce a una remozada provincia de Santa Fe.
Tomando distancia de la pobre performance que había mostrado en las primeras décadas del siglo
XIX, aquel distrito comenzó a transitar la senda del crecimiento económico de la mano del creciente
peso del comercio (especialmente en Rosario), de la expansión de la frontera ovina y, por ultimo, del
desarrollo de colonias agrícolas que, poco a poco, fueron especializándose en la producción de
cereales para mercados extra-regionales. La narración sigue con la alicaída Entre Ríos -una provincia
que, por sus escasas condiciones ecológicas, no pudo sumarse al auge del ovino- y termina con un
recuento de las particularidades exhibidas por el Interior. Para llevar adelante esta labor, el autor nos
presenta una toma panorámica en la que nuevamente pareciera descollar la diversidad. Al mismo
tiempo que provincias como Córdoba y Tucumán profundizaron su vinculación con el Litoral y
crecieron en la medida que los costos de transporte lo permitieron, el Norte y Cuyo aprovecharon las
oportunidades que brindaba mercados, como el chileno o el boliviano, que comenzaban a recibir el
viento de cola de una economía mundial en plena expansión. Con todo, este crecimiento, dice Roy
Hora, “no alcanzó para acortar las distancias con los distritos más dinámicos de la región pampeana,
ni para aumentar de modo significativo el bienestar de sus habitantes” (p. 127).

En el sexto capítulo de su libro, “El boom exportador”, Hora desarrolla in extenso lo que entiende es
el tercer ciclo de expansión de la económica de la Argentina. Si los primeros capítulos atienden a la
especialización del área rioplatense en la producción primero de cuero y luego de lana, las últimas
páginas de “Historia económica de la Argentina” están dedicadas al estudio del proceso que
convirtió a la región pampeana en el “granero del mundo”. En un intento por escapar de una
explicación absolutamente endógena, el autor se encarga de señalar las condiciones externas que
posibilitaron un despegue económico de semejante envergadura. El estudio de ese backround lleva a
Hora a mencionar el impacto que las transformaciones en los sistemas de transporte y de
conservación de los alimentos tuvieron en la economía atlántica. Sin su concurso sería muy difícil
explicar la comercialización a gran escala de productos de bajo valor unitario como los cereales o de
bienes perecederos como la carne. Claro que, para aprovechar el horizonte de oportunidades que las
nuevas tecnologías inauguraban, Argentina debía completar los casilleros vacíos de su matriz
insumo-producto, sobre todo en materia de capitales y mano de obra. En este punto, Roy Hora saca a
relucir una interpretación dentro de la cual resuena el eco de los pioneros trabajos de Ozslak [6] . El
Estado argentino, dice el autor, “desempeñó un papel decisivo en la creación del escenario capaz de
promover la migración de factores de producción, y de su acción dependió, en alguna medida, la
orientación y profundidad de los flujos provenientes del provenientes del exterior” (p. 198). Las
consecuencias de ese Estado espacialmente activo en materia económica son analizadas por el autor
con lujo de detalles. Sólo por mencionar a las que Hora les da más importancia en su relato podemos
hablar de una febril expansión de las líneas férreas (de 2300 a 30.000 kilómetros entre 1880 y 1914),
de una inyección impresionante de recursos externos, de la llegada de millones de inmigrantes que
subsanaron la crónica escasez de brazos de la economía rioplatense y de la creciente importación de
capital (especialmente de material rodante y de infraestructura urbana).

Pero tan interesante cómo rastrear la presencia del Estado en la construcción de una economía de
mercado fue poder percibir las formas en las que esa presencia fue mudando en el tiempo. Al
respecto, la idea del autor de situar un clivaje en las formas de intervención pública hacia 1890 nos
parece seductora. Si durante la década de 1880, afirma Hora con contundencia, el Estado nacional
había funcionado como un activo promotor del desarrollo, luego de la crisis económica -en gran
medida generada por el deseo de la elite gobernante de acelerar el crecimiento económico- aquel
comenzó a comportarse como un auxiliar del mercado. Aunque la economía argentina atravesó una
prolongada etapa de crecimiento, desde el cambio de siglo hasta la Gran Guerra, el Estado
desempeño en ella un papel más bien secundario. En toda esta extensa fase expansiva, las iniciativas
destinadas a fomentar la transformación de las regiones periféricas fueron descartadas y las políticas
públicas se concentraron “en terrenos tales como la provisión de educación, tanto elemental como
superior, la construcción de obras públicas y la expansión de la propia burocracia estatal” (p. 207).

Otra de las contribuciones que este capítulo hace a la historiografía sobre el “modelo
agroexportador” estriba en su caracterización de dos actores que poblaron el área pampeana:
terratenientes y chacareros. Sobre el primero de ellos, en lugar de imaginarlos como actores poco
dúctiles a la hora de incorporar tecnología, tal como cierta bibliografía tradicional parecía sostener,
el autor prefiere pensarlos como empresarios innovadores que respondieron con celeridad a los
cambios experimentados por la demanda. Entre las evidencias ofrecidas por Roy Hora se cuenta la
incorporación de alambrados, la construcción de galpones, la introducción de mejoras sanitarias y la
importación de reproductores de calidad. Este proceso de renovación productiva colocó a la
ganadería pampeana, dice el autor recuperando buena parte de la producción de Carmen Sesto [7] ,
“cerca de la frontera internacional en la materia, y la consagró como una de más competitivas y
eficientes del mundo” (p. 185). En torno al segundo de los actores señalados, el autor intenta dotarlo
de un margen de maniobra que no siempre fue destacado por los especialistas. Tomando una
prudente distancia de aquella imagen que tiene a los chacareros como prisioneros de las estrategias
empresariales de los grandes propietarios, Hora trata de encontrar un comportamiento racional en la
preferencia de las explotaciones familiares por el arrendamiento. Esa búsqueda, claro está, llega a
buen puerto: la renuencia a comprar una parcela de tierra, recurso cuyo precio experimentaba un alza
significativa desde 1880, resultaba justificada en la medida que, por medio de la ampliación de la
superficie arrendada, los chacareros maximizaban sus oportunidades de enriquecimiento en el corto
y en el mediano plazo. En este sentido, concluye Hora, “la supervivencia de un régimen de
propiedad concentrada fue consecuencia de la resistencia de muchos grandes propietarios a
fraccionar sus propiedades (pues para ellos no tenia sentido desprenderse de un activo que estaba
incrementando su precio) tanto como de las estrategias de los agricultores, para quienes la
adquisición de propiedad rural no se presentaba como el destino más apropiado para sus ahorros” (p.
196).

Respetando la estructura del libro, una que se asemeja a un juego de espejos, Hora nos presenta en el
séptimo capítulo las maneras a partir de las cuales diferentes espacios regionales se sumaron al
patrón de crecimiento inducido por el “boom exportador”. El título de la sección, “Mercado interno e
industria en la era dorada de la exportación”, es en si misma una hipótesis. Con la inserción plena de
la economía argentina dentro del mercado internacional, sostiene el autor, terminaron por disolverse
los vínculos que diferentes regiones habían establecido con países limítrofes, poniendo a fin al ciclo
de fragmentación inaugurado con las luchas por la independencia. Un papel central en este proceso
de integración le cupo al ferrocarril cuyo avance sobre en interior “derribó las barreras que hasta
entonces habían mantenido relativamente aislada a la Argentina mediterránea y puso a estos espacios
en contacto mas estrecho” (p. 236). El resultado de este proceso es expuesto por Hora con una
claridad meridiana: “con el ferrocarril, los costos y los tiempos de transportes cayeron en forma
abrupta, y con el ello comenzó a cobrar forma un mercado nacional” (p. 236).

Esta afirmación, en cierta medida tradicional, creemos que debería ser por lo menos relativizada [8] .
Aunque el autor demuestra sobradamente la exitosa inserción de Mendoza y Tucumán dentro de la
orbita nacional, en sus roles de productoras vinícola y azucarera respectivamente, la idea de un
mercado interno avanzando de forma paralela a las líneas de ferrocarril difícilmente pueda ser
aplicada a la totalidad del territorio nacional. Sobre este punto en particular, la incorporación de la
abundante producción historiográfica sobre la Patagonia hubiera permitido a Hora trazar una imagen
mucho más compleja del funcionamiento económico de la Argentina del entresiglo [9] . Es cierto,
como afirma el autor, que parte de los territorios ocupados por el Estado nacional luego de la mal
llamada “conquista del desierto” se vincularon “más estrechamente al mercado mundial que al
mercado interno” (p. 237). Sin embargo, esta descripción sólo sirve para caracterizar a la vertiente
atlántica de la Patagonia; aquella que, luego de la fiebre del ovino, albergó la mayor parte de la
producción lanar para la exportación. Para las áreas andinas, en cambio, la vinculación con Chile fue
mucho más duradera y repitió un patrón de intercambio que hundía sus raíces en el pasado indígena.
Esta orientación productiva basada en el abastecimiento de ganado a los puertos del Pacífico,
especialmente evidente en el caso de la Norpatagonia, declinó recién luego de la crisis de 1930,
cuando proliferaron políticas proteccionistas y se profundizaron los controles fronterizos.

Más allá de su alcance geográfico, lo cierto es que, en los treinta años analizados por Hora en este
tramo de su obra, el mercado interno argentino cobró una considerable dimensión, lo cual colaboró
en el desarrollo del sector manufacturero. Algunas de las cifras ofrecidas por el autor son elocuentes
al respecto: hacia la Gran Guerra, la industria local abastecía tres cuartas partes de la demanda total
(p. 224). De ese modo, el incremento de la escala permitió la emergencia de las primeras plantas
industriales de envergadura, que no dejaron de convivir con una pléyade de establecimientos que se
parecían mucho a pequeños talleres. Este despliegue del sector secundario, sostenido especialmente
en rubros ligados a la elaboración de bienes de consumo, no solo fue resultado del libre juego de las
fuerzas de mercado, sino que además fue respaldada por los poderes de turno. Alrededor de esta
cuestión, Roy Hora sintetiza la profusa literatura que en los últimos años se ha escrito sobre la
temática, especialmente los trabajos de Fernando Rocchi [10] . Haciendo propia una mirada
optimista en torno a las posibilidades de la industria en los tiempos de oro del modelo
agroexportador, el autor sostiene que los gobiernos conservadores abrazaron una política
proteccionista que fue menos resultado de la convicción que del pragmatismo. En parte por la
imperiosa necesidad de dotar de recursos al fisco y en parte como una estrategia estatal para cooptar
las elites provinciales, Argentina se convirtió en “un país con un nivel de proteccionismo
relativamente elevado, comparado con otras exitosas económicas exportadoras” (p. 230)

El propósito del último capítulo del libro es brindar una mirada en perspectiva sobre el desempeño
de la economía argentina en el siglo XIX. Utilizando como insumo el recorrido propuesto en la obra,
Roy Hora realiza un balance que contiene luces y sombras. Entre los puntos positivos, el autor
destaca el incremento sostenido del producto bruto per capita (uno que alcanzó hacia principios del
siglo XX el nivel de Francia o Alemania). A la hora de buscar las causas de esta performance, Hora
pareciera relativizar las explicaciones institucionalistas, al mismo tiempo de enfatizar la relevancia
de los factores naturales. No caben dudas, dice el autor, que el Estado nacional fue clave en la
articulación de lo factores productivos con vistas a producir el acople de la economía rioplatense al
mercado internacional. Sin embargo, Argentina no fue el único país que albergó, en la segunda mitad
del siglo XIX, un proceso de state building. Lejos de ello, la construcción de sólidos sistemas de
poder que privilegiaron al sector exportador fue la norma y no la excepción al sur del río Bravo. De
ahí que Hora reconozca como principal causante de la expansión económica a la excepcional
abundancia y calidad de los recursos naturales. Confirmando su inclinación por las formulas
ricardianas, el autor llega a la conclusión que “las enormes ventajas comparativas de origen natural
que poseía el sector de exportación permitieron que la Argentina se beneficiara con un nivel de
ingreso muy superior al que hubiese correspondido a las destrezas y esfuerzos de sus empresarios y
trabajadores, y a la calidad de su organización institucional” (pp. 258-259).

El crecimiento secular de la economía argentina, sin embargo, no alcanzó a todos por igual. Las
desigualdades generadas por el mercado son para Hora la principal deuda pendiente de la expansión
económica inducida por las exportaciones. Recuperando el análisis del bienestar de la población, uno
que fue construyendo como orfebre a lo largo de los capítulos previos, Hora sostiene que la
distribución del ingreso estuvo sometida a asimetrías tanto regionales como sociales. Entre las
primeras, el autor entiende que los beneficios de una plena inserción en el mercado internacional se
volcaron en el Litoral y, a excepción de las regiones que se articularon con este último, no se
trasladaron mayormente al Interior. Entre las segundas, Roy Hora señala como sectores privilegiados
a los capitalistas rurales y a los cada vez más abundantes estratos medios. Los sectores asalariados,
por su parte, perdieron a lo largo del siglo XIX capacidad relativa para apropiarse del excedente
económico, lo cual terminaría prestando las bases para lo que a principios del siglo XX se dio en
llamar “la cuestión social”. Las palabras que sirven de cierre a la obra de Hora van precisamente en
esa dirección: “a fines del período que consideramos, la Argentina era sin lugar a dudas una sociedad
más rica, pero también más desigual” (p. 261).

Nos agradaría concluir esta reseña con algunas breves reflexiones. A esta altura del relato, pocas
dudas caben del significativo aporte de “Historia económica de la Argentina” en el estudio de los
procesos que llevaron al espacio rioplatense de una comarca periférica del imperio español a uno de
los principales exportadores de alimentos del planeta. Esto se debe a dos cuestiones que no podemos
dejar de mencionar. Por un lado, el libro sintetiza con enorme solvencia los principales avances que
la historia económica argentina ha registrado en los últimos treinta años. Sólo por mencionar los más
relevantes deberíamos anotar el estudio de las relaciones entre crecimiento y bienestar, la
caracterización de los actores económicos que poblaron las áreas rurales (desde campesinos hasta
chacareros y terratenientes), la aparición de nuevos patrones de consumo, el comportamiento de la
industria en los tiempos del modelo agroexportador y el rol que le cupo al Estado en la integración
de la economía argentina en el mercado internacional. Por el otro, la preferencia por una exposición
sencilla y directa, acompañada de documentos e ilustraciones, vuelven al libro una lectura que, de
estar dadas las condiciones de distribución, puede alcanzar a un público que excede con holgura al
especializado. En el renglón de las críticas sólo podríamos poner la escasa atención brindada por el
autor a los espacios periféricos. Aunque justificada por su opción por el estudio las áreas que
funcionaron como motores de la economía argentina, la incorporación al relato de las
particularidades propias de espacios como Patagonia o Chaco hubiera enriquecido aun más el
complejo cuadro trazado por Hora. Este punto ciego no es suficiente para invalidar una obra que, sin
lugar a dudas, constituye un nuevo clásico de la historiografía argentina.

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