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Y entonces en este punto comienza a ponerse grave el panorama colombiano, pues según el
Banco Mundial, nuestro país no tiene una buena tasa de ahorro comparado con los países de
la región. Si el problema consiste en que por temor al contagio las empresas cierran, la
productividad disminuye, las ventas caen en picada, los ingresos de los trabajadores
formales se ven afectados, su consumo desciende; entonces el gobierno opta por hacer una
doble jugada, de un lado, permite que los trabajadores retiren sus cesantías, y por otro,
faculta a Colpensiones para que asuma el pago de la mesada en los casos en los que haga
falta. En ambos casos la disposición está orientada a corregir el faltante de ingresos para
que las familias conformadas por los trabajadores con empleos oficiales puedan hacerle
frente a los efectos de la crisis. Pero justamente ahí está el problema más grave de la
economía colombiana: el mercado laboral está compuesto en su mayoría por trabajadores
informales que no podrán acceder a estos beneficios que dispone el gobierno. De tal forma
la mayoría de la población se ve aún más precarizada y entra en una crisis de arriesgar la
vida en el contagio para salvarla en los pesos cotidianos que se ganan informalmente, pues
según el DANE, el 48.1% del trabajo en Colombia es informal.
Pero ¿de dónde viene toda esta racionalidad económica que ha dejado por fuera de sus
cálculos a tan enorme sector de la población colombiana? Pues bien, lo que nos cuenta
rápidamente la autora es que todo este largo proceso viene de la integración de la política
social en los mercados financieros, que se popularizó a raíz del auge de los sistemas
financieros en la década de los setenta a nivel mundial. Y que con ello se implementó el
mecanismo de que empresas privadas captaran los ahorros pensionales de los trabajadores y
para hacer inversiones que les dieran rédito a sus empresas y a los ahorradores. Iniciando
este proceso en Colombia con la ley 100 de 1993, con la que se creó el ahorro pensional
individual para que los fondos pensionales privados administraran esos dineros. La
migración masiva de ahorradores a estos fondos pensionales privados causó
desfinanciación en el fondo público, conocido como Colpensiones. Con el tiempo tal
migración inicial sufrió una regresión y el fondo público se fortaleció, zanjando la cuestión
sobre la necesidad de su existencia.
Finalmente la autora llama la atención sobre el hecho de que el retiro de estas cesantías por
parte de los trabajadores ahora en tiempos de crisis, ha hecho reducir el capital de inversión
con el que disponen los inversionistas de estos fondos de pensión privados, con lo que se
agrava la situación económica para el país. Y de allí la razón por la que el gobierno haya
optado por disponer de los recursos del sector público para mitigar los efectos adversos en
el sector privado. La conclusión a la que llega la autora apunta entonces a que si bien el
régimen pensional privado es inestable e ineficiente como se mostró en esta crisis, teniendo
que acudir al sistema pensional público, ¿por qué entonces insistir en conservarlos? Y peor
aún, ¿conservarlos no hace parte de un entramado de intereses políticos que no benefician a
los colombianos?