I. Percepción social/mediática de la violencia criminalizada y sus protagonistas
● La represión ha sido una experiencia permanente en el desarrollo de la sociedad peruana pues históricamente se han instalado ideas de autoridad, dominio, disciplina y jerarquías que han condicionado la construcción social de una identidad; nuestra sociedad ha sido receptora pasiva y activa de una dinámica muy severa. ● La cultura ha estado expuesta en todo momento a versiones de control y conflicto en exceso, siéndole casi inevitable albergar actitudes tolerantes de desequilibrio en la distribución y en el ejercicio de poderes. ● Las relaciones sociales más cotidianas habrían normalizado estereotipos que responden a estructuras autoritarias y dominantes: el patriarcado familiar, las restricciones al rol femenino, la subestimación de los jóvenes y la cultura de masculinidad violenta. ● Sobre ello, reposa una cultura social que respalda la represión como un recurso válido para la generación de bienestar tanto individual como colectivo. ● La solución a problemáticas que comprometen directa o indirectamente las reglas que sostienen el “orden social”, pone en gran evidencia esta inclinación punitiva. ● Así, frente a los conflictos criminalizados -aquellos oficialmente estigmatizados- se exalta la prisión como una medida idóneamente severa. ● La cultura punitiva se encuentra vigente; forma parte de la sociedad peruana, y solo una reforma estructural integral podría debilitar su dimensión. ● Particular incidencia en la trayectoria de la cultura social → La potencia de cobertura que han adquirido los medios de comunicación en las últimas décadas los ha convertido en los conductores materiales de la opinión pública. ● Productos discursivos cuya recepción pública es innatamente pasiva → La importancia de un suceso, el ángulo de narración del mismo, la opinión que se mantiene sobre él y hasta el modo de intervenirlo. ● El destinatario mediático recibe una comunicación culminada, aparentemente reflexionada; muchas veces asumida como autorizada. Se produce y reproduce la construcción mediática de la realidad social. ● Dicho fenómeno comunicativo impacta directamente en la cultura punitiva antes mencionada ● Uno de los puntos de agenda preferidos por los medios de comunicación peruanos es la violencia; con mayor precisión, la violencia criminalizada (violencia homicida, despojos patrimoniales, agresiones sexuales, comercios ilícitos, etc.) ● El morbo de la agresión o la clandestinidad despierta rápido interés y atención pública, y mientras su transmisión suponga altos índices de sintonía (rentabilidad), aquella será un producto de presentación cotidiana. ● El suceso crudamente narrado o video-reproducido, los estragos de la infracción, el dolor de las víctimas, la conmoción de los testigos, los medios de comisión, el arresto y/o demás entornos problemáticos se convertirán en la mejor oferta; aunque siempre descrita con una imagen de actividad periodística basada en la sensibilidad y responsabilidad social ● De esta manera queda expedita la apología a la indignación. ● La cultura punitiva es trastocada constantemente, focalizando su atención en los agresores expuestos desde los medios. ● La identidad con la víctima es un elemento altamente sugestivo. - Por un lado, el padecimiento físico o psicológico producto del abuso hiere la sensibilidad al punto de ocasionar sentimientos de rencor y resentimiento frente a los agresores y frente a aquellos que puedan ser identificados como tales. - Por otro lado, ante la posibilidad de convertirse eventualmente en una víctima, o que una persona cercana lo sea, se difumina un sentimiento de inseguridad y reserva; precisando que la reproducción mediática permanente de sucesos violentos, además de impulsar miedo y repulsión a los mismos, puede condicionar la percepción de su dimensión social. ● Ante una aparente revelación del sobredimensionamiento de la violencia, se altere la tranquilidad, incluso, en los espacios más cotidianos de convivencia. ● En los años 2012, 2014 y 2015, la población peruana señala a la delincuencia o a la inseguridad ciudadana como el principal problema del país, dejando atrás a los inconvenientes económicos o al desempleo. ● La mirada a través de los medios impide contextualizar la violencia criminalizada, pues su narración efímera y parcializada invisibiliza factores macro-sociales y micro-sociales, saboteando la posibilidad de analizar el suceso como la expresión social de un problema mucho más vasto y complejo, toda vez que al enfatizar la descripción en el vértice destructivo del conflicto y en la gravedad del daño y el padecimiento de la víctima, se reduce arbitrariamente la dimensión del fenómeno a un acto de agresión aislado. ● Si bien existe una negación sobre la procedencia social de la violencia ejercida; no ocurre lo mismo en cuanto a la valoración de su procedencia individualizada, pues aquí el hecho ya no es calificado como un ataque aislado, sino que está conectado con la identidad de su protagonista, siendo la persona calificada como un ser no grato que ha defraudado las expectativas más sensibles de convivencia; su comportamiento y sus actitudes sugiere una condena social generalizada. ● Incluso, el nivel de estigma social genera un contraste tácito entre normalidad y anormalidad, a partir del cual el delincuente es considerado un ser diferente, con desviaciones o inclinaciones que le atribuyen una identidad nociva, y que no le permiten ser incluido más en la comunidad del “buen ciudadano”. ● Las afirmaciones mediáticas, precisamente, contribuyen en la reproducción de estos prejuicios. El individuo agresor mediáticamente explotado será usualmente convertido en el resumen de la realidad criminal nacional, para ello se enfatiza en los datos más mórbidos como el record de antecedentes, la carrera “criminal”, los contactos en el “hampa” y otros aspectos que garantizarían la atención pública. ● Desde el ángulo mediático - por un lado, se acata explícitamente la información directamente transmitida - por otro, se normaliza implícitamente el modo de atender la realidad. II. Instalación de un modelo securitario contra la violencia criminalizada ● La reacción estigmatizante frente a la violencia criminalizada no es dato irrelevante para el poder político de turno o para aquellos que aspiran a poseerlo. ● Mostrar solidaridad con el sentimiento vindicativo del público se convierte en un acto de desprendimiento con altos niveles de rentabilidad social. ● La postura de combate contra la violencia criminalizada descarta todo tipo de reflexión sobre el uso estratégico de los instrumentos públicos, pues los mecanismos de control social distintos al control punitivo son subestimados, presumiendo que la persecución de los enemigos sociales comprende una cruzada de pacificación que debe desplegarse a corto plazo y de manera permanente. ● La situación se torna más preocupante cuando el poder de gobierno comienza a configurar o modificar su estructura orgánica para potenciar su facultad punitiva, pues ello supone institucionalizar organismos, funciones, procedimientos y exigencias que facilitan la ejecución de estrategias más severas. ● En el caso peruano, el modelo de intervención en los últimos años evidencia gran desatención sobre la realidad que presenta la violencia criminalizada pues poco se hizo por elaborar un análisis social que permitiera un acercamiento más riguroso. ● El diagnóstico se redujo al ataque violento en sí mismo, y no hubo espacio para razonar aspectos como la violencia de las estructuras sociales o la violencia cultural; claros desencadenantes de insatisfacciones y núcleos de convulsión. ● El imaginario de la violencia como amenaza social originó una fijación persistente por la prevención situacional. Lo importante radica en disminuir el miedo y la intranquilidad de los buenos ciudadanos. ● El panorama descrito pone en la palestra las prácticas de control a nivel municipal, policial y, militar. Incluso, muchas veces la propia sociedad civil es entrenada, instigada y avalada para participar de modelos agresivos de intervención fáctica contra eventuales agresores (arrestos, humillaciones, linchamientos, etc.). ● Entre la paranoia social, la instigación mediática y el endurecimiento punitivo del Estado, se empoderan discursos de profilaxis social que, aparentemente, habían quedado en el pasado. ● Se trata de un modelo proteccionista que focaliza la voluntad política en las misiones institucionales de las fuerzas públicas del orden, y que se habría instalado en el Perú - al menos con un marco normativo oficial- con la Constitución Política de 1993; específicamente, en su artículo 197 que exhorta a las municipalidades a brindar servicios de seguridad ciudadana con la cooperación de la Policía Nacional. ● La superación paulatina de la violencia política determinó que la atención estatal y la atención social volcaran hacia otros tipos de conflictos sociales. Hasta ese momento (década de los ’80 y comienzos del ‘90), en la fenomenología de la violencia nacional ya se distinguían manifestaciones de delincuencia callejera eventual, pandillas juveniles barriales, bandas estructuradas, y organizaciones sofisticadas, siendo los movimientos subversivos una tipología más de la problemática. ● La posta del principal enemigo social se trasladaba del terrorista al delincuente común. ● para septiembre de 1996, el 53% de limeños afirmaba que la delincuencia había crecido durante los últimos meses. Asimismo, en abril de 1998, el 31.4% de los mismos la consideraba como uno de los principales problemas de la ciudad. Para esa misma fecha, casi el 80% de dicha población opinaba que la delincuencia había aumentado en el último año, y que la inseguridad ciudadana representaba el problema social más álgido. El mismo año esta percepción sería corroborada por el INEI a través de una encuesta en la que más del 61% de limeños asumía los robos callejeros como el principal problema de seguridad. ● Esta coyuntura permite entender perfectamente el protagonismo que se otorga a las fuerzas del orden en la estrategia de gobierno, encontrándose en la vigilancia y el control los componentes más efectivos para afrontar con inmediatez los requerimientos de tranquilidad social. ● El miedo ciudadano se convierte en un lineamiento que brinda sentido a la función institucional pues con ello se consolida un enfoque unilateralmente proteccionista que reafirma al objeto de intervención como un elemento inherentemente nocivo (el enemigo social). ● Discurso policial adopte un concepto subjetivo de seguridad → “el estado de confianza de una persona o grupo humano basado en el convencimiento que no hay peligro o riesgo que temer, después de haber tomado una serie de medidas o normas que eliminen todos los riesgos que se presenten” ● De a pocos, se hacía cada vez más evidente el empoderamiento del discurso de seguridad ciudadana. - Hacia el año 2000, su enfoque peligrosista y frontal se había difuminado ampliamente en los diversos niveles de gobierno y en la propia sociedad civil. A partir de su lenguaje y su versión de la realidad, se iba construyendo un criterio parcial para problematizar la violencia criminalizada. - En estas circunstancias, acontecerá una experiencia fundamental para terminar de consolidar la seguridad ciudadana como política de gobierno. Nos referimos a la llegada a Lima del “The Bratton Group” en el año 2002 para asesorar a la Municipalidad Metropolitana en la elaboración de una estrategia orientada a la reducción de violencia criminalizada en la ciudad. El producto de estas coordinaciones será un “Plan de Acción para la Ciudad de Lima-Perú” trabajado por dicho equipo, y presentado en julio de 2002. ● Al revisar el plan, resulta claro el énfasis que le coloca a la vigilancia, el control y la persecución. - Las sugerencias más resaltantes se orientan por la modernización tecnológica de los mecanismos de comunicación, registro y denuncias; equipamiento de patrulleros y agentes de intervención; la creación de unidades especializadas; el control de comercio de armas y drogas; entre otras medidas para mejorar de coordinación entre entidades de orden público. - Insta a institucionalizar un gobierno y un sistema de justicia penal que sancione con coraje los delitos menores para que los jóvenes no se conviertan en delincuentes curtidos. - Aconseja implementar una ley de robo sistemático para que los habituales sean retirados de la sociedad, además de no tomar en cuenta el monto de lo sustraído para considerar consumado un robo. ● El discurso de autoridad que se había otorgado en la región a William Bratton como ex-jefe del Departamento de Policía de Nueva York, alimentó la voluntad política para emprender estrategias conforme a sus sugerencias y fundamentos. ● No es coincidencia que tan solo 07 meses después de tal experiencia, se emita la Ley 27933 que crea el Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana, instaurando como rector del mismo al Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana – CONASEC, siendo este el encargado de direccionar los movimientos más representativos del gobierno frente a la violencia criminalizada, logrando instalarse como el promotor de la política criminal oficial. ● Hasta el momento ha presentado ocho (8) planes de seguridad ciudadana, siendo el último el “Plan Nacional de Seguridad Ciudadana 2013-2018”.
III. Las expresiones punitivas de una estrategia securitaria
● En el marco de una estrategia securitaria, el poder de gobierno se configura en toda su expresión institucional para ejercer esa facultad punitiva que le es reconocida. ● La normatividad que define su estructura y sus funciones es rediseñada en sus diversas dimensiones para habilitar nuevos espacios de intervención. ● Algunos con mayor énfasis operacional (uso de la fuerza por parte de agentes del orden), algunos con mayor margen de control fáctico (arresto preliminar, simplificaciones procedimentales o disciplina carcelaria); algunos con estricto sentido organizacional (estrategias de orden público o creación de entidades castrenses); y, algunos con amplia carga simbólica (aumento de normas penales o endurecimiento de penas). ● En el caso peruano, entre las manifestaciones más relevantes se encuentra: - La incorporación explícita en el Código Penal de una eximente de responsabilidad para agentes militares y policiales que, en cumplimiento del deber, usen sus armas, y causen muerte o lesiones (artículo 20, inciso 11). - Asimismo, resulta arduamente polémico el aumento temporal de la detención preliminar, de veinticuatro (24) a setenta y dos (72) horas (artículo 264 del Código Procesal Penal). - Lo mismo podemos decir de la inclusión de las figuras agravantes cualificadas de reincidencia y habitualidad en el Código Penal, las mismas que eran totalmente resistidas cuando se emitió dicho cuerpo normativo (artículos 45-B y 46-C). - Otra expresión punitiva se encuentra con la modificación del proceso inmediato en casos de flagrancia que permite sentenciar a una persona en menos de una semana (artículos 446, 447 y 448 del Código Procesal Penal). ● El Sistema de Justicia Juvenil tampoco quedará exento del discurso punitivo. Con el Decreto Legislativo N° 1204, no solo se elevará la posibilidad de encierro de los infractores hasta los diez (10) años, sino que, discursivamente, se atentará contra el sentido socioeducativo de las medidas. Con este decreto se incluirá una sanción privativa de libertad respondiendo a un modelo retribucionista. ● La aplicación y la ejecución de las medidas aflictivas asumirán una tendencia que rebasa los parámetros establecidos. ● La violencia formal como modelo oficial tendrá un riesgo de desborde inminente, y más aún cuando resulta una estrategia amplia y abiertamente legitimada. Sobre el particular, no debe sorprender que en el periodo 1998-2004, la Defensoría del Pueblo haya detectado más de 430 casos entre muertes y presuntas torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes perpetrados en dependencias policiales, establecimientos penitenciarios y/o alrededores. ● Cada movimiento alineado al modelo securitario refuerza el ius puniendi, y hace caso omiso a los principios más básicos que han solido conducirlo desde el inicio del pensamiento penal liberal: mínima intervención, proporcionalidad, lesividad, culpabilidad, etc.. ● A esta desviación discursiva se suman argumentos como el Positivismo criminológico, Derecho penal del enemigo, etc.; y, muchas veces, desde el propio discurso político-jurídico (constitucionalización de la cadena perpetua, la reincidencia y la habitualidad por parte del Tribunal Constitucional). IV. El egreso penitenciario anticipado en clave sabotaje ● Para un modelo de seguridad ciudadana, la potencia disuasoria de un castigo severo es el argumento tradicional para proponer el fortalecimiento de las estrategias punitivas. ● El estímulo aflictivo (humillar, golpear, coaccionar, torturar, encerrar, etc.) se comprende como un arma ejemplar que genera escarmiento y, por lo mismo, se admite idónea para impedir futuras incursiones en las conductas imputadas. ● En todo caso, el aprendizaje de la lección se vincula estrechamente a la aplicación efectiva del castigo. ● En el caso del encarcelamiento, un instrumento penal ampliamente fortalecido desde el enfoque securitario, el mismo es impuesto en el marco de un aparato formal de corroboración de los hechos (proceso penal). ● La gravedad del daño y el nivel de responsabilidad personal determinan la severidad de la medida, la cual es cuantificada con un parámetro temporal de reclusión prefijado en un registro oficial de conductas criminalizadas (código penal). ● Al respecto, cabe precisar que la habilitación del encierro a través de una sentencia condenatoria responde a un criterio eminentemente retributivo. ● En la determinación judicial de la pena, donde se modula su magnitud, no interviene ningún equipo multidisciplinario especializado ni agentes de tratamiento penitenciario para ajustar tiempos o tipos de castigo. ● Con ello, las actividades de resocialización se descubren como un elemento suplementario a la pena, y no la pena en sí misma ● La pena privativa de libertad consiste en la limitación severa de tránsito y desplazamiento. Precisamente, aprovechando el marco, el Estado se atribuye una potestad disciplinaria sobre el individuo, estableciéndole un régimen de penitencia. ● El internado es sometido a reglas, actividades, tiempos y espacios que se interconectan con el objetivo institucional de modificar su comportamiento para mejorar sus posibilidades de inserción social. ● El castigo alimenta su dinámica del discurso resocializador. ● Durante el encierro, la resocialización se busca progresivamente, pues conforme al avance de la conducta y la actitud del interno, la disciplina se hace más flexible y aumentan las oportunidades. ● Una de las prerrogativas programadas en este régimen consiste en la posibilidad de continuar el tratamiento en libertad, con el cumplimiento de algunos requisitos formales, a través de un filtro judicial, se evalúa la aptitud del sujeto para habilitarle una libertad anticipada (semi-libertad y liberación condicional). ● El egreso anticipado sabotea los fines retribucionistas que dan origen a la ejecución del castigo pues se resta severidad. ● La autoridad punitiva falta a su compromiso de afligir al agresor. Se defrauda el sentimiento vindicativo de la sociedad punitiva. La deuda social renace. En otros términos, la resocialización y su concepto progresivo se advierten como un estorbo para el castigo. ● La solución de la contienda supone tomar posición sobre uno u otro enfoque. Y la toma de posición, supone, a su vez, la adopción de un modelo político-penitenciario. Aquél que continúa acérrimamente con el castigo, o aquel que lo dosifica para intentar reformar la subjetividad del individuo. ● En el caso peruano, a nuestro parecer, nos topamos con una política penitenciaria de seguridad ciudadana que se acerca más al primer escenario. ● La seguridad ciudadana de connotación urbana, violenta e interpersonal, se desarrolla en el marco del miedo y repudio al crimen. ● Un sentimiento que aterriza en los agresores, y los convierte en enemigos sociales del buen ciudadano. Bajo sus parámetros, solo queda vigilarlos, controlarlos y reprimirlos. ● Así, las cárceles cobran sentido como depósitos de aislamiento, en donde la resocialización no tiene cabida. ● El egreso anticipado es contraproducente, es necesario restringirlo, prohibirlo y/o negarlo en cuanto sea posible, sin importar el nivel de violencia institucional que implique tal ejercicio. ● Desde la entrada en vigencia del actual Código de Ejecución Penal en 1991-, en la década del ’90 no se halló una tendencia prohibicionista para el egreso anticipado de internos. ● En todo caso, debido a la alarma social que generaron los actos subversivos y la violencia organizada representada por el narcotráfico, se promulgaron los decretos leyes 25475 y 25916 en 1992, y la ley 26320 en 1994, los cuales se encargaron de regular de prohibición de semi-libertad y liberación condicional, para los delitos de terrorismo, tráfico ilícito de drogas y tradición a la patria. ● Sin duda, se trataba de los enemigos sociales del momento, a los cuales se buscaba aislar definitivamente o por el máximo tiempo posible. Especialmente respecto al terrorismo, la resocialización parecía ser un discurso al que ya se había renunciado públicamente. El enfrentamiento era asumido como bélico, y su encierro podía representar, sin ningún reparo, un acto de aprisionamiento de guerra. ● En los primeros años de la siguiente década se reiniciaron las medidas prohibicionistas. Esta vez para complementar, al parecer, la normativa previamente emitida. ● En junio de 2002, mediante la Ley 27765, se prohibieron la semi-libertad y la liberación condicional para el lavado de activos por conversión y transferencia, siempre que provengan del tráfico ilícito de drogas y de terrorismo. ● La severidad aún permanecía direccionada, de una u otra forma, a los problemas sociales más complejos. Si bien la prohibición se producía en el marco de un nuevo delito, la medida estaba claramente dirigida a aquellos otros dos fenómenos organizados. ● Un panorama más sombrío se advertirá en los años venideros; precisamente, de manera coincidente con el empoderamiento del discurso de seguridad ciudadana. ● Serán diez (10) los dispositivos legales emitidos desde el 2006 hasta la actualidad, en el marco de los cuales se prohibieron la semi-libertad y la liberación condicional a alrededor de cuarenta (40) delitos o circunstancias de comisión delictiva. CUADRO (VER EN LA LECTURA) ● Es evidente que el impedimento del egreso anticipado es una estrategia para neutralizar los movimientos de los sujetos considerados peligrosos. ● Una revisión general permite advertir que el homicida, el violador, el secuestrador, el extorsionador, el golpeador, el ladrón, el mafioso y el habitual son los personajes indeseables que buscan ser aislados. ● Mantener prisionero al enemigo parece ser el cometido. ● La pena privativa de libertad, durante la ejecución del encierro, cobra un sentido particular que pierde contacto con sus tradicionales teorías humanistas. Se convierte en una retribución que busca la incapacitación social.