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Al comenzar el año 335, el levantamiento de Tracia e Iliria le exigió una breve campaña durante
la cual consiguió la conquista y sumisión de ambas regiones. No acababa de regresar a su reino
cuando la sublevación de los tebanos, unida a la de los atenienses, tras correr el rumor de su
muerte en Icaria, demandaron una nueva y urgente batalla para impedir la total coalición.
Pero el sitio de Tebas no fue fácil; Tracia e Iliria habían sido, en comparación, un juego de niños.
Ante la resistencia de la ciudad, Alejandro decidió tomarla por asalto. Pasó a cuchillo, de uno en
uno, a más de seis mil ciudadanos, redujo a esclavitud a una guarnición compuesta por treinta
mil soldados y ordenó la total demolición de la ciudad, aunque, en un acto más que elocuente de
su respeto por el arte y la cultura, ordenó salvar del derribo la casa en que había vivido Píndaro,
el poeta griego de Cinocéfalos, que cantó con gran belleza lírica a los atletas en sus Epinicios (o
«cantos de la palestra deportiva») y que se contaba entre sus poetas favoritos. Atenas se
sometió sin resistirse.
Alejandro en Tebas