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“Después de la huida”

Ayer hice el mismo recorrido


que desandaba todas las tardes
hacia el lugar que era como mío
como punto visible en el espacio
como almacén donde depositar
el espejo de posibles realidades
y la historia por escribir.

El camino fue más breve


más punzante, más profundo.
Los mismos árboles
la piscina
la cancha de tenis
la parada de buses a la izquierda
los edificios gemelos
que siempre recuerdan un derribo.
Pasar el contenedor de basura
de restos de un habitar indigno
incorporar la calma del estacionamiento
bajar la débil colina
adentrarse en el parque vegetal
o en un extractor de luces.
Todo transcurrió en un exilio
como si transitara por primera vez
los falsos caminos de la certidumbre.

Vi el apartamento vacío
los cansados armarios de la cocina
despojados de sus raíces de metal
los insondables instrumentos
que habían torturado los afectos
dispuestos con otras dictaduras.
Quise entrar pero ya no podía.
Cuán volubles suelen ser
los límites de la libertad
los terrenos de la ley escrita.
Cuánto amamos el dolor
antes de ofrendarlo.

Sentarse donde desfilan los niños


que me sacudían cada mañana.
Sopesar desde la prudencia
el sencillo mundo que atrapé
derretirse sin derretirse
(Ay, Dalí).
Por última vez abracé en el aire
los despojos de mi reino inexistente.
Abofetearon como los únicos latidos
que te mantienen vivo.
¿De qué color era la fe
cuando se derramó
el contorno de mis promesas?

Luego el regreso.
Desviar las convulsiones de mi garganta
hacia aguas tan densas
que no conducen a mar alguno.

El poema tiene potencial, como siempre, pero no es lo que espero de un poeta.

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