Está en la página 1de 7

Resumen de Pueblos y Estados en la historia moderna – Ranke:

Historia de los pueblos latinos y germánicos de 1494 a 1535:

El propósito de un historiador depende de su punto de vista. Dos cosas debemos


decir acerca del nuestro. En primer lugar, que concebimos las naciones latinas y
germánicas como formando una unidad. De tres conceptos análogos nos desentendemos
aquí: del concepto de la unidad de Europa, ya que, siendo los turcos asiáticos y
abarcando el Imperio ruso todo el norte de Asia, es evidente que la situación de Europa
no podría comprenderse a fondo sin estudiar profundamente todas las condiciones
asiáticas; finalmente, el concepto más análogo de todos: el de una cristiandad latina,
pues las ramas eslava y letona y magiar, aun formando parte de este tronco, tienen una
fisonomía propia y peculiar que nos impide incluirlas aquí.

El autor sólo estudiará de cerca las naciones de ascendencia puramente


germánica o germánico-latina afines por su origen y cuya historia forma la médula de la
historia moderna. Pero hay que ver hasta qué punto estos pueblos se han desarrollado
formando una unidad y una trayectoria uniforme. La obra en sí abarca solamente una
pequeña parte de la historia de esas naciones en el inicio de la historia moderna
incluyendo, de una parte, la fundación de la monarquía española y el ocaso de las
libertades italianas; estudia, de otra parte, la génesis de un doble movimiento de
oposición: en el terreno político, por obra de los franceses, en el campo eclesiástico por
parte de la Reforma, o sea aquella escisión de nuestras naciones en dos bandos
enemigos sobre la que descansa toda la historia moderna. Se relatan una serie de
historias, y no la historia misma; incluye, de una parte, la fundación de la monarquía
española y el ocaso de las libertades italianas; estudia, de otra parte, la génesis de un
doble movimiento de oposición: en el terreno político, por obra de los franceses, en el
campo eclesiástico por parte de la Reforma, o sea aquella escisión de nuestras naciones
en dos bandos enemigos sobre la que descansa toda la historia moderna.

Arranca del momento en que Italia, unificada, logra por lo menos libertad
externa y puede tal vez ser considerada incluso como una potencia dominante, ya que
tenía en su seno al papa; trataba de exponer la división de este país, su invasión por los
franceses y españoles, el colapso de toda libertad en alguno de sus estados y en otros de
toda soberanía, finalmente el triunfo de los españoles y el comienzo de su dominación.
Parte asimismo de la nulidad política de los reinos de España y pasa luego de su
unificación y a la lucha y a la lucha de las coronas unificadas contra el infiel y en el
seno de la cristiandad; esfuérzase por poner en claro cómo de la primer surge el
descubrimiento de América y la conquista de grandes reinos dentro de este continente y,
sobre todo, cómo la segunda crea la dominación española sobre Italia, Alemania y los
Países Bajos.

Todas estas historias de las naciones latinas y germánicas y las demás que con
ellas se relacionan aspiran a ser comprendidas en su unidad por el presente libro. Se ha
dicho que la historia tiene por misión enjuiciar el pasado e instruir el presente en
beneficio del futuro. Misión ambiciosa, en verdad, que este ensayo nuestro no se arroga.
Nuestra pretensión, es más modesta: tratamos de exponer cómo ocurrieron, en realidad,
las cosas.

Pero, ¿cómo ha sido posible explorar de nuevo esto? La base de esta obra, las
fuentes de sus materiales, han sido toda una serie de memorias, diarios, cartas,
memoriales de embajadores y relatos directos de testigos presenciales de los hechos
historiados. Sólo hemos recurrido a otra clase de escritos en los casos en que éstos
aparecían basados directamente en aquellos testimonios o acreditaban, en una medida
más o menos grande, un conocimiento original de los mismos. Al pie de cada página se
indica la obra de que se ha tomado algo, cuando ese es el caso.

No cabe duda de que para el historiador es ley suprema la exposición rigurosa de


los hechos, por muy condicionados y carentes de belleza que éstos sean. Otra ley a que
hemos creído de nuestro deber someternos ha sido el desarrollo de la unidad y de la
trayectoria de los acontecimientos. Por eso, en vez de arrancar, como tal vez pudiera
esperarse, de una exposición general de las condiciones públicas existentes en Europa,
lo que, evidentemente, habría dispersado, si no trastornado, el punto de vista de nuestro
estudio, hemos preferido poner de manifiesto minuciosamente lo que fue cada pueblo,
cada potencia, cada individuo en el momento en que ese pueblo, cada potencia, cada
individuo en el momento en que ese pueblo, esa potencia o ese individuo aparece en
escena de un modo activo o con un papel dirigente.

Todos ellos se inspiran en un sublime ideal: el de los hechos mismos, en su


comprensibilidad humana, en su unidad y en su plenitud. Este ideal vale también para
nosotros. Se esfuerza uno por alcanzar ese ideal.

Bosquejo para un estudio sobre la unidad de los pueblos latinos y germánicos y


sobre su trayectoria común:

En los primeros momentos de su fortuna, poco después de la migración de los


pueblos, concibió el rey visigodo Ataulfo la idea de hacer de Romania un imperio godo,
erigiéndose él en César; era su propósito mantener en pie las leyes romanas. Perseguía,
si no nos equivocamos, el designio de fundir en una nueva unidad con los linajes
germánicos aquellos romanos del occidente que, aun procediendo de muchas y diversas
ramas, habían acabado formando a lo largo de varios siglos de unión un solo reino y un
solo pueblo. Y aunque Ataulfo desesperada más tarde poder realizar esta idea fue
llevada a cabo a la postre y en un sentido más vasto por el conjunto de las naciones
germánicas. No pasó mucho tiempo sin que la Galia lugdunense se convirtiese, no en un
reino godo, pero sí en una Germania Lugdunense. A la vuelta de varios siglos, la
dignidad cesárea recayó con Carlomagno sobre los hombros de un germano.

¿En qué se manifiesta y revela la unidad de estas seis nacionalidades, cada una
de las cuales se subdivide en diversas partes, que jamás han formado un estado único y
que han guerreado casi siempre las unas contra las otras? Las seis proceden del mismo
tronco o muestran, por lo menos, estrecha afinidad de origen, profesan costumbres
análogas y se rigen por instituciones en muchos aspectos iguales. Sus historias interiores
hallánse íntimamente relacionadas y las vemos compartir una serie de empresas
históricas. Esas grandes empresas históricas son, fundamentalmente, tres: la migración
de los pueblos, las Cruzadas y la colonización de continentes extranjeros.

1. La migración de los pueblos:

Es el movimiento de la migración de los pueblos el que sienta las bases de esta


unidad. El hecho, el movimiento, parte de los germanos, pero sin que ello quiera decir
que los países latinos sean un favor puramente pasivo. Los vencidos suministran a los
vencedores, a cambio de armas y de la nueva vida pública que ellos reciben, dos cosas
muy importantes: su religión y su lengua. En Italia, la separación inicial de los
elementos de progenic lombarda y latina fue superada de un modo tan completo por lo
que había de común en ellos, que pronto fue muy difícil y hasta imposible distinguir
entre unos y otros.

Entre los dos grandes grupos de este complejo de pueblos acabo estableciéndose una
estrecha afinidad de sangre, de religión, de instituciones, de costumbres, de modo de
pensar y de sentir. Supieron hacer frente en conjunto y con una fortuna a la influencia
de los pueblos de una órbita cultural extraña a la suya.

¿Qué puede unir a los individuos y a las naciones en estrecha afinidad, sino el hecho
de participar del mismo destino, de tener una historia en común? Los sucesos de esa
época, tanto los interiores como los externos, revelan una unidad casi completa. Las
naciones germánicas, dueñas desde el primer momento de vastos territorios, pónense en
marcha, conquistan el Imperio romano de occidente y afirman además su dominación en
el suelo que ya poseían.

Nadie habría sido capaz de arrebatarles estos dominios si hubiesen permanecido


unidos. Pero su dispersión y el conflicto entre la doctrina religiosa de los arrianos y de
los católicos empezaron a minar el Imperio vándalo. La pérdida que poco a poco
representó la destrucción del reino ostrogodo sólo en parte fue reparada por los
lombardos con su ocupación de Italia pues lo cierto es que nunca llegaron a
posesionarse totalmente de este país, ni mucho menos de Sicilia y del Ilírico, como los
godos.

El mayor peligro era el que amenazaba por la parte de los árabes. Estos ocuparon
rápidamente España, irrumpieron en Francia y en Italia, y es posible que, de haber
ganado una batalla más hubiesen dado al traste, por lo menos, con la parte latina de
Europa. Fue entonces cuando los anglosajones reconocieron su verdadero patriarca en
el papa, quien llevó a cabo personalmente su conversión al cristianismo, aceptando un
primado nombrando por él y pagando su tributo a Roma. Y de Inglaterra salió
Bonifacio, el apóstol de los alemanes. Este, al ser elevado a la sede de Maguncia, juró
fidelidad, sincero acatamiento y ayuda a San Pedro y a sus sucesores; y lo mismo
hicieron los demás obispos de Alemania: protestaron permanecer obedientes hasta la
muerte a la iglesia romana y cumplir todos los mandatos de quien ocupase la silla de
Pedro.

A la par con ello, el poder de los pipínidas y el imperio de Carlomagno les


suministró la fuerza que necesitaban para enfrentarse al enemigo común. El mérito
histórico de Carlomagno consiste en haber sabido unir a todas las naciones románico-
germánicas del continente que habían abrazado o abrazaron el cristianismo, en haberles
dado una organización apta lo mismo para la paz que para la fuera, en haberlos
enseñado a avanzar contra sus enemigos a lo largo del Danubio, el este del Saale y del
Elba y al otro lado de los Pirineos.

Pero el peligro no estaba conjurado. Casi a un tiempo, aparecieron, de una parte, en


todas las fronteras, como una fuerza arrollada, los húngaros con su caballería y sus
flejas, y de otra parte, a lo largo de todas las costas, tan intrépidos por mar como por
tierra y como obedeciendo a una señal única, los vikingos y los ascemanos, los
normandos. Ocurría esto precisamente en los momentos en que el imperio de
Carlomagno se había hundido arrastrado por las faltas de sus sucesores, cuyos
sobrenombres son casi todos ellos hechura de sus debilidades. El peligro seguía, pues,
en pie o se renovaba.

A mediados del siglo XI, los movimientos de la migración de pueblos terminaron.


Quedaba cimentado así, en su unidad y en su variedad, el desarrollo de las lenguas
europeas, fruto de aquellos siglos turbulentos. Quien posee la mirada sobre la arcaica
fórmula francesa del juramento de Estrasburgo cree descubrir en ella, conjuntamente,
los orígenes del italiano, del francés y del español. Es un testimonio de la unidad de las
lenguas latinas, como lo es también y en mayor medida aún de la unidad de las lenguas
latinas, como lo es también y en mayor medida aún de la unidad de las lenguas
germánicas el hecho de que hace poco se haya logrado agruparlas todas en una sola
gramática. Quedaban echados los cimientos de todos los reinos de la historia moderna y
de sus constituciones respectivas.

Las cruzadas:

El primitivo impulso de la migración de los pueblos tomó nuevo rumbo al


identificarse con el cristianismo, cuando todos ellos hubieron abrazado esta religión: las
Cruzadas pueden ser consideradas casi como una continuación del movimiento de la
migración de los pueblos. Al parecer, las primeras grandes peregrinaciones armadas del
siglo XI a Jerusalén fueron organizadas por los normandos, por lo menos, Roger
Hoveden atribuye a éstos, principalmente, la fortuna de tales expediciones.

Ninguna nación extranjera llegó a tomar parte en esta empresa; sólo sabemos
que se sumase a ella un príncipe extraño a los pueblos románicos-germánicos, Andrés
de Hungría, quien lo hizo por ser el jefe de un linaje de la Alta Alemania y que era,
además, hijo de madre francesa. Así, pues, puede afirmarse sin lugar a dudas que las
Cruzadas fueron, en su conjunto, una empresa de las naciones latinas y germánicas. Las
Cruzadas contribuyeron a una expansión de estas naciones en todas las direcciones y en
todos los sentidos. Aunque el movimiento se dirigió predominantemente hacia los
Santos Lugares, extendióse también por las costas del Mar Mediterráneo, pero sin
limitarse tampoco a estos territorios. Pero lo más saliente y lo más brillante que se hizo
en el sur de Europa lo hicieron, sin duda alguna, los españoles. El Cid Campeador vivió
todavía los tiempos de las Cruzadas. Los castellanos, conducidos por el rey Alfonso,
ganaron la gran batalla de las Navas de Tolosa y sentaron el pie junto al Guadalquivir.
Finalmente, poco antes de la primera Cruzada de San Luis, Fernando el Santo tomó las
ciudades del sur como Jaén, Córdoba y Sevilla.

Ranke sostiene que todo formaba parte de una unidad, donde la nueva expansión
de las naciones europeas, y el papa participaban desde distintos frentes. Plantea que
aquellas empresas revelaban la unidad europea. En este contexto, la lucha de las
ciudades por su libertad también fue un tema presente y un fenómeno general en Europa
que no sólo se vio en Italia sino también en España durante el siglo XII.

La colonización:

Las empresas españolas, por ir dirigidas contra los paganos y no contra


mahometanos, renuevan más bien la idea de las Cruzadas nórdicas; todo el estatuto
jurídico de la conquista se reduce a una donación del papa y a la declaración de que “el
enemigo debe ser convertido al cristianismo o exterminado”. Tanto en España como en
Portugal, la emigración de los pueblos, las Cruzadas y la colonización son como un gran
movimiento de trayectoria coherente. Aquella estela de “poblaciones” que va desde las
montañas de Asturias hasta las costas de Andalucía y África. De nada se enorgullecen
los españoles como de haber poblado los territorios por ellos conquistados, no con
pueblos bárbaros, pues así los llaman ellos, sino con los hijos y descendientes de ilustres
casas de Castilla.

La otra idea que dio vida a la colonización y que ésta comparte con las Cruzadas
es la difusión del cristianismo. La tercera es propia y peculiar de ella y constituye uno
de sus rasgos distintivo: el autor refiere a la idea del descubrimiento de un nuevo mundo
que es de por sí uno de los más grandes pensamientos que hayan cruzado por la mente
humana y que hayan surcado la tierra. Esta idea fue nutrida y estimulada por el hambre
de especias de la India, por la codicia del oro de América, por la apetencia de perlas de
los mares ignotos y por el interés del comercio.

Para el autor, nada revelaba mejor la unidad de un pueblo que una empresa
común. Las empresas que se extienden a lo largo de muchos siglos, son comunes a
todos ellos y sirvieron de nexo de unión de ambos elementos, de los pueblos y de los
tiempos. Son como tres grandes alentadas de esta unión incomparable de naciones. Con
esto quiere decir que la migración de los pueblos, las cruzadas y la colonización fueron
las tres grandes empresas que duraron siglos que promovieron las unidades nacionales
europeas.
Sobre las épocas en la historia: conferencia primera.
1. Cómo debe entenderse el concepto de “progreso” en la historia.

La humanidad ha ido desarrollándose desde su estado primitivo hacia una meta


positiva, puede concebir esta evolución de uno de dos modos: o dando por supuesta
existencia de una voluntad general que dirige y orienta la evolución del género humano
desde un punto a otro, o entendiendo que la humanidad está dotada, por decirlo así, de
una naturaleza espiritual que hace que las cosas marchen necesariamente hacia un
determinado fin.

En el terreno filosófico, no puede aceptarse ninguno de estos dos puntos de vista: el


primero, porque equivaldría a suprimir en absoluto la libertad humana y a convertir a
los hombres en instrumentos carentes de voluntad; el segundo porque nos obligaría a
admitir que los hombres son dioses o no son nada. Pero tampoco en el terreno histórico
son susceptibles de demostración estos dos criterios por dos razones:

1. La mayor parte de la humanidad no ha salido todavía de su estado primitivo, es decir,


del punto de partida.
2. Habría que preguntarse ¿qué es el progreso? ¿En qué se conoce el progreso de la
humanidad?

No puede negarse que a través de toda la historia actúa una especie de poder
histórico ejercido por el espíritu humano. Nos encontramos con que sólo un sistema de
pueblos de los que forman la humanidad participan en este movimiento histórico
general, del que otros quedan excluidos. E incluso las nacionalidades inscritas dentro de
este movimiento histórico general distan mucho de recorrer un camino de progreso
constante. La época más antigua de la cultura asiático es, en efecto, la más floreciente;
la segunda época y la tercera, en la que predominan el elemento griego y el romano,
presentan ya un nivel mucho más bajo, y con la irrupción de los bárbaros mongoles se
terminaría la cultura en el Asia.

No puede pensarse que la evolución progresiva de los siglos abarque


simultáneamente todas las ramas del saber humano. La historia nos demuestra, para
destacar solamente un punto, que en la época moderna el arte alcanza su máximo
florecimiento en el siglo XV y en la primera mitad del XVI y llega a su más profunda
decadencia a fines del XVII y las primeras tres cuartas partes del XVIII. Las grandes
tendencias espirituales que dominan la humanidad tan pronto se superan las unas a las
otras como se enlazan entre sí. Ahora bien, en estas tendencias se destaca siempre una
determinada dirección particular, que predomina y se impone, al paso que las demás
pasan a segundo plano.

En cada época de la humanidad se manifiesta, por tanto, una gran tendencia


dominante, y el progreso no consiste en otra cosa sino en que cobre cuerpo en cada
periodo histórico un cierto movimiento del espíritu humano que destaca una u otra
tendencia y se manifiesta en ella de un modo peculiar. Toda época tiene un valor propio,
sustantivo, un valor que debe buscarse, no en lo que de ella brote sino en su propia
existencia, en su propio ser. Es esto lo que da a la historia, y concretamente al estudio de
la vida individual dentro de ella, un encanto especial, lo que hace que cada época deba
ser considerada como algo con validez propia y que encierra un interés sustantivo
innegable para la investigación.

2. Qué debe pensarse de las llamadas ideas directrices en la historia.

No podemos entender por ideas directrices otra cosa que las tendencias dominantes
en cada siglo. Ahora bien, estas tendencias sólo pueden ser descritas, pero no reducidas
en última instancia a un concepto; de otro modo, reincidiríamos de nuevo en lo que el
autor rechaza como falso. La misión del historiador consiste en ir desentrañando las
grandes tendencias de los siglos y en desarrollar la gran historia de la humanidad, que no
es sino el complejo de estas diversas tendencias. Desde el punto de vida de la idea
divina, sólo acertamos a representarnos esto de un modo: concibiendo la humanidad
como un tesoro infinito de evoluciones recónditas que, poco a poco, van saliendo a la
luz, con arreglo a leyes desconocidas para nosotros, misteriosas y mucho más grandes de
lo que generalmente se piensa.

Conferencia segunda:

El concepto del progreso, al que hemos dedicado nuestras consideraciones


preliminares, no es aplicable a todas las cosas como al entronque de las épocas en
general, por cuya razón no podríamos decir que un siglo sólo sirvió históricamente para
preparar otro. Tampoco podría admitirse un progreso en la existencia individual moral o
religiosa, que guarda también una relación directa con la divinidad. Lo único que podría
concederse es que los conceptos de la moral anteriores al cristianismo adolecían de
imperfectos; pero, después de aparecer el cristianismo, y con él la verdadera moral y la
verdadera religión, ya no cabe progreso en este campo. También es verdad que entre los
griegos, por ejemplo, imperaban ciertas ideas nacionales, como las relacionadas con la
licitud de la venganza, que más tarde fueron depuradas por el cristianismo; pero eso no
quiere decir que lo esencial del cristianismo fuese preparado por estados imperfectos
anteriores a él: no, el cristianismo es una manifestación divina que aparece de súbito, sin
preparación, y, en general, todas las grandes creaciones del genio presentan el sello de
la inspiración directa. En cambio sí debe admitirse un progreso en todo lo que se refiere
al conocimiento y al dominio de la naturaleza.

A nadie se le ocurriría afirmar que la idea de la monarquía lleva ya implícita la


de los estamentos. Por tanto, lo único en que los tiempos posteriores aventajan a los
anteriores es en que disponen de un mayor acopio de experiencias, en lo que a la vida
política se refiere. Nadie podría, como queda dicho, tener la pretensión de superar
la grandeza de Tucídides como historiador; en cambio, sí se puede tener una
pretensión uno mismo de aportar a la historiografía algo que los antiguos no
aportaron ni podían aportar.

También podría gustarte