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Fíjate bien, apremió mi padre, fíjate bien, es posible que sea la última
vez que suceda. No veo, papi, debí decir. No veíamos. En el Teatro Real
había entonces localidades para oír solamente, y aquel día no veía el
escenario. No importa, escucha, pon atención. Pero yo quería ver
también. Quiero ver, papi. Shhhhhhh.
Mi padre acostumbraba a asistir al ensayo general de los sábados,
mucho más barato, y lo solía acompañar mi madre. La entrada costaba 50
pesetas. ¿O eran 25? Tal vez 50 entre ambos. No recuerdo. La diferencia
con el estreno, el domingo, sólo era la parafernalia y el riesgo de alguna
incidencia: todos los músicos vestían de calle y el director interrumpía a
veces para corregir los últimos detalles. Los asistentes de los sábados, por
otra parte, eran auténticos melómanos, jóvenes muchos de ellos, de
parvos bolsillos todos, lejos de los empingorotados de la cultura oficial de
la época que asistirían el domingo al concierto disfrazados de pingüinos o
uniformados. Aquel fin de semana iba a dirigir la orquesta von Karajan,
Herbert von Karajan, un dios entonces. Yo tenía 4 o 5 años. Para nosotros
no había programa de mano, pero estaba escrito a la entrada y mi padre
era capaz de reconocer cada una de las piezas. Me las iría diciendo al oído.
Después se lo contaría a mi madre, que aquel sábado no vendría con
nosotros, no puedo recordar la causa, iban juntos a todas partes, imitaría
los movimientos del maestro, imitaría o imaginaría, se imaginaba a sí
mismo ante el atril con la batuta en la mano, nunca mejor dicho,
emocionado, repetiría los movimientos, mira, diría, como si estuviera
sonando en ese momento. Y acompañaría la pieza, que sonaba en el
tocadiscos, con el movimiento de las manos.
Creo que fue una de las últimas veces que vino von Karajan a España.
A Madrid. Después, aquellos conciertos informales de los sábados se
acabarían, cerrarían el Teatro Real para reformarlo y abrirían el Auditorio.
No recuerdo ninguna actuación suya en el Auditorio. El Auditorio Nacional
de Música se inauguró en octubre de 1988 y von Karajan falleció el 16 de
julio de 1989. Entre 1991 y 1997 se acometería la transformación del
Teatro Real en sala de ópera, reinaugurándose en octubre de 1997. Pero
no regresarían los conciertos de los sábados. Lo indagué, para ir con
Blanca alguna vez, pero me miró el conserje como si le hablara en chino.
Tras la función, bajaríamos hasta casa andando. Debía ser primavera.
Plaza de Oriente, nos detendríamos en una heladería de Bailén y, ya con el
cucurucho de helado de avellana en la mano, Jardines de Sabatini, un
pequeño recorrido por los Jardines de Sabatini mientras lamía o
mordisqueaba el helado, Plaza de España, Princesa, y luego el dédalo de
calles geométricas del barrio de Gaztambide hasta Arapiles. Otras veces:
Plaza de España, paseo del Pintor Rosales, Parque del Oeste, Moncloa y el
laberinto de calles geométricas hasta nuestra casa, en Escosura. Mi padre
pondría luego por la tarde los vinilos con aquellas piezas clásicas en el
tocadiscos.
Me gustaba el Parque del Oeste, una sucesión inacabable de oteros y
vaguadas, con su discreto río artificial y la fuente de la esquina suroeste,
adonde algunos iban a llenar botellas y garrafones como si fuera un
manantial de agua medicinal. Me gustaba beber a morro del caño. A
morro: ¿qué forma de hablar es esa? Pues a morro. Mi padre decía: pon
las manos así, y formaba con ellas un cuenco, pero yo me inclinaba y
giraba la cabeza hasta conseguir que el agua cayera sobre mi boca
directamente. Mi madre siempre ponía reparos: ¿no tendremos
problemas? Es agua de mineralización débil, mujer, prácticamente pura. ¿Y
tú cómo lo sabes? Lo sé. No sabía yo que dios anduviera por el Parque del
Oeste.
Luego mi madre se lanzaba a rodar conmigo por las laderas. Estáis
locos. ¡Tengo hambre! ¿Tienes hambre, marido? Pues vete a preparar la
comida, que también sabes. Déjanos desasnarnos por aquí, que luego las
calles son de los coches. ¡Qué formalito eres, marido!, le decía luego mi
madre, estirándole la chaqueta y sacudiéndole las solapas. A mi padre, en
aquella época, lo recuerdo siempre con americana y jersey fino de pico.
Aquel día, sin embargo, doblamos hacia la fachada lateral del teatro,
en torno a la entrada de músicos. Mi padre llevaba una bolsa rosa de
plástico, con el logotipo de Galerías Preciados bien grande, y nos
apostamos en la puerta. No éramos únicos, había más locos. Muchos se
conocían. Mi padre habló con un joven que también frecuentaba los
sábados. Que no se escape, Abilio, le dijo, quiero que me firme la 6ª, pero
Abilio desapareció sin hacer caso a mi padre, que en la bolsa llevaba la
funda de un vinilo con la 6ª de Beethoven, dirigida por von Karajan. No te
separes, hijo, me dijo, llevando mi mano izquierda hasta el bolsillo
derecho de su pantalón y forzándome a cogerme de sus bordes. Sacó la
funda y un Edding gordo. No te sueltes. ¡No te sueltes! Con fuerza. Pero
aquellos chiflados que esperaban al maestro nos separaron y yo acabé
zarandeado, trastabillando y por los suelos. Él regresó corriendo con el
rostro demudado por el susto, me incorporó, me sacudió el pantalón y me
dio un abrazo. Lo siento. Lo siento. Y nos marchamos.
No hubo más aventuras. Todavía me cuidaban como si fuera de
cristal. Ir, escuchar el concierto y regresar a casa.
Así empecé yo a conocer y amar la música. Tal vez no al principio, sí
enseguida.
Ese disco anduvo durante años sobre la tapa del tocadiscos. Como si
le faltara algo. Le faltaba la firma del maestro en la funda.
Un sábado Abilio se ofreció a intercambiar fundas. Él le daba a mi
padre una funda de la 6ª firmada por von Karajan. ¿A cambio de qué? Por
nada. Por amistad. Un helado en Bailén, como los que compraba a su hijo.
Ja, ja, ja: su risa. Había sobornado al chófer del coche que llevaría al
maestro al hotel, se montó como copiloto, compartieron media hora de
trayecto y consiguió media docena de firmas por lo menos. Y una foto en
blanco y negro. Pero nunca trajo la funda. Tampoco vino a Bailén a
degustar un helado como los que yo tomaba algunas veces, un cucurucho
de dos bolas con copete.
Pero solía acompañarnos en ocasiones. Decía: cojo el metro en
Moncloa. O: cojo el metro en Argüelles. Argüelles y Moncloa son dos
estaciones que encuentras de paso, a mitad de camino hacia casa.
¿Puedo? Claro. A mi madre no le gustaba mucho la compañía. En todo el
trayecto hasta la boca del metro hablaba él casi en exclusiva. Está solo, yo
creo que está solo, razonaba mi padre, sé compasiva. Una leche, siempre
nos fastidia el paseo.
Una leche fue una expresión grosera siempre. Aún más entre mujeres
entonces. Así que mi padre la miraba conmiserativo y le decía: anda,
que... No es un taco, ¿o es un taco? Una ordinariez. Vale, pues he dicho
una ordinariez. Tenían un pacto para evitar los tacos.
Ahora recuerdo: mi madre no vino aquel sábado porque dijo no estar
dispuesta a soportar de nuevo a Abilio monopolizando el paseo, que
convertía el paseo en caminata. Siendo el sábado de Karajan, ella
sospechaba que bajaría con nosotros hasta el metro, que hablaría de
Karajan, de von Karajan, de Herbert von Karajan y otra vez de Karajan. No
alcanzaron a convencerla las súplicas de mi padre. Abilio era un fanático
del director alemán. Mucho más que mi padre. Pero no vino con nosotros
en el recorrido hasta casa, lo perdimos en el tumulto del acceso de
músicos. Seguramente mi madre se arrepentiría luego y pediría disculpas.
Mi padre y mi madre, en eso del amor, son bastante pánfilos. Aunque se
enfaden a veces, siempre se perdonan todo y acaban riendo y besándose.
Sin embargo, Abilio no sólo hablaba de música. Hablaba también de
su familia. Aunque lo mezclaba todo y todo lo atropellaba, como si todo
fuera lo mismo. Por eso decía mi padre que lo notaba solo. Supimos que
fabricaban productos de cuero empleando a presos de Carabanchel. Son
baratos. Los comunes, no los políticos, los políticos crean problemas,
todavía quedaban presos políticos en Carabanchel entonces, los comunes
son dóciles y eficaces. Vendían al estado. Y a otros clientes, pero sobre
todo al estado.
Un sábado contó que estaban fabricando una partida de guantes para
el ejército. Fabricar para el ejército era lo peor de todo, porque tenían que
untar a la cárcel y al ejército, y los del ejército eran insaciables, cualquier
cantidad les parecía pequeña, todos ganaban más dinero que su padre.
Hasta el sargento chusquero, que era el último en la cadena de
intermediarios. La patria del ejército era llevárselo muerto. ¿No nos
habíamos fijado que los chorizos solían llevar uniforme?(3) Lo peor de
trabajar para el estado es que todos querían su parte, y la parte de cada
uno nunca era moco de pavo.
Él era un caso perdido, su familia lo tenía por el garbanzo negro por
su afición a la música. Tocaba el oboe. No sabía por qué, pero vio un oboe
y quiso tocarlo. Su familia no tenía nada que ver con la música. Su
hermano menor trabajaba en la empresa. Él, no. Aspiraba a tocar en una
orquesta o un grupo de cámara. Para poca gente. Había pocas
composiciones para oboe, pero había muchas composiciones para
orquestas de cámara que solían incluir el oboe. Su familia tenía relación
con los presos desde hacía dos generaciones, por lo menos. Habían
utilizado presos de la república y luego presos comunes.
Y otro sábado contó la historia que siempre recuerdo cuando paso
por Moncloa. También la recuerdo a veces con ocasión de alguna
circunstancia relativa a la música, cuando me vienen a la memoria los
conciertos del Real los sábados por la mañana, por ejemplo. Fantasías de
Abilio, dice mi padre. Fantasías o no, nos lo contó un sábado a mediodía,
cuando estábamos a punto de llegar a Moncloa para girar luego por
Fernando el Católico y subir a nuestra casa. Nos retuvo unos minutos en la
esquina de la Cooperativa Universitaria.
El arco, dijo de golpe, y señaló elevando el mentón y torciendo la
cabeza. ¿Qué arco? El arco que está a la entrada de la ciudad universitaria.
El Arco del Triunfo. No, el Arco de la Victoria. Te refieres al arco que está
en la confluencia de Princesa con la carretera de La Coruña, a la entrada
de la Universidad Complutense. No hay otro. Lo hemos dejado a la
izquierda. Sí. El Arco del Triunfo. No, el Arco de la Victoria, lo correcto es el
Arco de la Victoria, porque conmemora la victoria de Franco en la guerra
civil española. Ya. O sea, Arco de la Victoria. ¿Y qué pasa con tu Arco de la
Victoria? Que tiene un secreto.
Yo tenía ya siete años por lo menos, y había descubierto que los
Reyes Magos se ceñían a sus ocupaciones bíblicas, mientras que los
juguetes eran un asunto de los padres. Así que me interesaba el secreto.
Puse atención.
Hay un túnel camuflado que une el arco con el monumento a los
caídos por Madrid, dijo Abilio, murmullando las palabras una a una. Y, bajo
el monumento, una cámara secreta. Y, dentro de la cámara, un arcón
blindado, con una reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa y una gota
de la sangre de San Pantaleón. Se accede desde el arco, por un sistema de
puertas disimuladas. Imposible descubrirlo si no se está en el intríngulis.
Con más razón ahora, que el monumento se ha convertido en sede de la
Junta Municipal de Moncloa.
Aquel día supe que Abilio estaba loco.
Y, si es un secreto, ¿cómo lo sabes tú, Abilio? Yo no lo sé, lo sabe mi
padre. Y mi hermano. Mi padre participó en la construcción hace muchos
años. Por primera vez hablaba susurrando las palabras. ¿En la del arco?
No, en la del secreto, cuando Franco dijo que dejaría todo atado y bien
atado. El secreto se construyó con sigilo. Se decía que Franco había hecho
un pacto con gentes de la Iglesia y de la ultratumba, y que habían
formulado un conjuro para obrar el milagro de su resurrección si las cosas
se torcían. Se había tomado mucho trabajo en el exterminio de los
enemigos de España, como para permitir que resurgieran de sus cenizas.
Había dos reliquias más, escondidas en otros lugares secretos: Colada, la
espada de El Cid, y un uniforme de campaña del mismo Franco en
Marruecos.
Mi padre se estuvo riendo un rato, mientras mi madre miraba al
vacío, pensando, quizá, que ese muchacho era un cretino o que la historia
era un disparate. Disculpa, no me río de ti, pero me hace gracia lo que nos
cuentas.
Hay una lista cifrada de nombres. Y claves. Nombres y contraseñas de
contacto. Una trama en toda España, para actuar al unísono en un
momento dado. Gentes de la judicatura, del ejército, de la Iglesia, de los
medios de información, de la política,... Hay alguien que guarda el enigma
completo, y sabe cómo acceder a la cámara. Él puede decidir el momento
concreto. Alguien de una logia eclesial, todas estas tramas son cosa de
sectas y hermandades, religiones y sacerdotes. Alianzas ocultas para
dominar España y el mundo.
Mi padre y mi hermano son de ellos. ¿De ellos? ¿De quiénes? De
ellos, de los de siempre, por eso trabajan con prisiones y para el ejército.
Son de ellos, por eso mi padre intervino en lo del túnel. De los de siempre.
De los que se van pero se quedan aquí, porque se convierten en
espectros. De la hermandad que trasciende el tiempo. Tú no me crees, no
me creéis, yo los creo. No se dejarán arrebatar el poder. No cederán el
control de España o el mundo. ¿No veis cómo siempre tienen ocupados
los puestos críticos? Antes destruir el mundo que perderlo. Ni siquiera la
muerte acaba con ellos. Es como si dios también fuera de ellos. O el
demonio, quizás sea el demonio disfrazado de dios. ¿Tú crees que en la
Iglesia está dios? Yo creo que la habita el demonio. La iglesia es una
máscara. Hay un pacto entre los malos para parecer buenos, o necesarios,
sobre todo imprescindibles, y seguir gobernando el mundo. No mueren,
son eternos, acceden a un estado cataléptico y parecen muertos, pero
están vivos. Mi padre y mi hermano son malos. ¿Vosotros creéis que Hitler
murió o que está oculto en algún lugar de Sudamérica? Franco no ha
muerto, está ahí abajo, en el Valle de los Caídos enterraron a un doble, ahí
abajo está él, con su cohorte de espectros, aguardando para poner en
marcha el clan que les devolverá el poder cuando sea necesario.
Abilio, por dios, dijo mi madre con un gesto de la mano, como si
espantara un insecto. Hitler y Franco son dos nombres que a mi madre le
hacen daño con solo pronunciarlos.
No me creáis, están ahí abajo, son legión. Y, sobre todo, poderosos.
Tienen confinados a todos los muertos del otro lado, convertidos en
ánimas, atormentados, para que nadie de aquí pueda identificarlos. Nadie
podrá recuperar el pasado, el pasado es de ellos desde hace siglos. Ni
conquistar el futuro, ellos lo tiene atado. Los cuerpos están en las cunetas,
en las hondonadas, en las tapias de los cementerios, pero ellos tienen sus
almas secuestradas. Y nunca nadie podrá desenterrarlos.
Abilio estaba loco, pero sólo los locos se atreven con las verdades.
Al cabo de los años, cuando se publicara El Código Da Vinci, mi padre
diría: mira, Abilio. Estableciendo un paralelismo en la truculencia de
ambas historias. Aunque ya hacía varios años que no sabíamos nada de
Abilio. Empezó a leerlo pero no pudo terminarlo. Ni mi madre ni yo
llegamos a empezarlo. Para lesionarnos un pie ya existen los ladrillos. En la
librería le hicieron el favor de cambiárselo. Había comentado mi padre: es
peor que la historia de Abilio, alguien tenía que haber escrito un libro con
su relato. Aunque el éxito depende de ser un buen vendedor o de tener
un buen aliado en las ventas, y Abilio no tiene la capacidad de Dan Brown.
Hace dos años, durante las obras de ampliación del intercambiador
de Moncloa, se publicaron algunas noticias inquietantes, que serían
rápidamente desmentidas por los responsables de las obras y los políticos
de turno de la Comunidad de Madrid. El asunto se trató en un programa
de radio, especializado en misterios. Algunos trabajadores, se decía,
habían escuchado gritos y golpes en el subterráneo que parecían tener
origen humano, como si en los límites de la excavación alguien del otro
lado golpeara alguna suerte de muro y elevara sus súplicas solicitando
socorro. Un día se detuvieron las obras y se pararon todas las máquinas, y
alguien grabó con su teléfono móvil varias voces de lamento. Sin embargo,
nadie consideró que el fenómeno mereciera crédito, que obedecería, en
otro caso, a algún tipo de alucinación colectiva como consecuencia de la
dureza del trabajo.
Se difundió otro fenómeno curioso. La zona está llena de alcantarillas,
conducciones, desagües y escorrentías. En áreas así, especialmente en las
grandes ciudades, abundan los roedores, ratas, sobre todo, grandes como
leones en muchos casos. Y en esta zona nadie era capaz de haber
observado que hubiera ratas. Nunca, en todo el tiempo que duraron las
obras, tanto en la primera como en la segunda fase, nunca nadie vio rata
alguna, era como si hubieran huido o hubieran sido exterminadas. Es
sabido que los animales son jerárquicos. Un fenómeno así sólo tiene
explicación si otros animales más agresivos, más dañinos, alimañas peores
han invadido el hábitat.
El ciudadano del coche con las puertas abiertas y los altavoces altos
sigue aparcado cerca de la oficina. Ahora empieza a sonar un
romancillo(12):
La vida y la muerte
bordada en la boca
tenía Merceditas
la del guardarropa.
La del guardarropa...
…...............
NOTAS AL CAPÍTULO 2:
5. “La mujer es un animal de pelo largo e inteligencia corta”, Arthur Schopenhauer, El amor,
las mujeres y la muerte, Edaf. Algunos años más tarde Mario Benedetti se ocupó de responderle en
El amor, las mujeres y la vida, Alfaguara, que incluye el poema “¿Y si dios fuera una mujer?”.
6. Jefe, del francés chef, y éste, del latín caput, cabeza. En realidad, es del género común, por
lo que debería servir para hablar de “el jefe” o de “la jefe”. Jefa tiene un odioso sentido peyorativo.
Aunque la terminación no siempre es indicativa de género masculino o femenino (poeta y
futbolista, por ejemplo), deberíamos hacer un esfuerzo por desvincular las palabras de viejas
adscripciones al género, sobre todo, cuando en sí mismas no lo contienen o son de suyo del género
común (jefe, gerente, canciller, presidente, juez, dependiente,…).
7. Es curioso: se dice triángulo y no, trilátero; se dice cuadrilátero, pero no, cuadrángulo,
tetrángulo o tetrágono. Sin embargo, sí se dice pentágono, hexágono,… y no pentalátero,
hexalátero,… Y se dice cuadrado para nombrar al cuadrilátero regular, pero no hay nombre
específico para ningún otro polígono regular. Caprichos del lenguaje que siempre me han
maravillado. ¿O no será un capricho?
8. Hay un nombre en inglés para este tipo de artilugios, tomado de la marca que los fabrica
en material plástico, pero me gusta más la palabra castellana –no es la única, está también
fiambrera-, es más hermosa. Me molestan las palabras impuestas.
9. Uno de los ejes del barrio de las letras. Es una calle donde abundan los chiringuitos,
restaurantes, locales de música o copas. Es una calle de culto.
10. Pongamos que hablo de Madrid, Joaquín Sabina.
11. Emisora musical dedicada a éxitos del pasado.
12. Romance de Curro “El Palmo”, Joan Manuel Serrat.
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Lunes, 16 de noviembre de 2009
Un agitado comienzo de semana
NOTAS AL CAPÍTULO 3:
13. Hipatia de Alejandría, María Dzielska, Siruela, es una rigurosa biografía de Hipatia.
14. Apelativo para designar a la secta católica denominada Camino Neocatecumenal, por el
nombre de su dirigente, Francisco José Gómez Argüello, o Kiko Argüello.
15. No tiene nada de original la ocurrencia ésta de convertir en marca los detritos propios y
comercializarlos. La tuvo mucho antes, y causó fortuna, el polémico artista conceptual Piero
Manzoni, quien, con el título Mierda de artista, produjo una obra que se expuso en la Galleria
Pescetto, de Albisola Silvia (Savona, Liguria, Italia). Consistía en 90 latas cilíndricas de metal de 5 cm
de alto y 6,5 cm de diámetro que contienen, según la etiqueta firmada por el autor: Mierda de
artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961.
Este texto figura escrito en el lateral de cada de ellas en diversos idiomas (inglés: Artist’s Shit;
francés: Merde d’artiste; italiano: Merda d’artista, y alemán: Künstlerscheiße). A su vez, la parte
superior de cada una de las latas se encuentra numerada y firmada. Dicen que se trata de una
mordaz crítica del mercado del arte, donde tan sólo la firma de un artista con renombre produce
incrementos irracionales en la cotización de la obra: cada una de las cajitas se puso a la venta al
valor corriente de 30 gramos de oro, y hoy en día adquieren valores con cuatro y cinco dígitos (en
euros) en las pocas ocasiones que alguna de ellas sale a venta o subasta. Tras la muerte del autor
en 1963, continua la polémica acerca del contenido (heces u otros materiales, como el yeso) de las
famosas latas.
16. Haruki Murakami, Kafka en la orilla, Tusquets Editores.
17. Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid.
18. El IVA soportado, por compras y gastos en actividades no sujetas a IVA, no es deducible.
Si se ejercen diferentes actividades, unas sujetas a IVA y otras no sujetas, tampoco es deducible, en
consecuencia, el IVA soportado por la actividad no sujeta. Cuando la compra o el gasto participa de
ambas actividades (electricidad, teléfono,…), el IVA se prorratea entre ambas actividades. El
arrendamiento de viviendas no está sujeto a IVA.
19. En los grupos de empresas es habitual la consolidación de cuentas. Y conveniente y
obligatorio. En la práctica, consiste en reunir en una sola contabilidad las de todas las empresas,
como si se tratara de una sola. Para que la información sea más fiel, se eliminan las facturaciones
cruzadas (las que se giran entre sí las propias empresas del grupo, por servicios prestados o ventas
entre ellas), así como las deudas o créditos entre sí, como consecuencia de esas facturaciones,
adelantos de tesorería o préstamos propiamente dichos. En el fondo, no son sino situaciones
ficticias o meramente instrumentales.
20. Se refiere a las contabilidades A, u oficial, y B, en la que son expertos, por ejemplo, en
Gürtel y compañía.
21. Amortizaciones contables.
22. Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid.
23. Simone Ortega, 1080 recetas de cocina, Alianza editorial. De la misma autora: Nuevas
recetas de cocina, El libro de los potajes, las sopas, las cremas y los gazpachos, El libro de los platos
de cuchara, Mis mejores recetas.
24. Alfonsina Storni, poeta. Se suicidó arrojándose al mar desde la escollera. Aunque hay
quien afirma que siguió un ritual parecido al de Virginia Woolf. Ése es el imaginario que describe la
canción Alfonsina y el mar, compuesta por Ariel Ramírez y Félix Luna e interpretada por Mercedes
Sosa.
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Martes, 17 de noviembre, de 2009
Ana, una sociedad con problemas y otros asuntos
Otro lunes dijo: estoy dolida, Alonso, muy dolida. Estoy mal. Y lo
decía con una voz opaca, lineal y sin matices. Lo siento. Lo siento. Dijo lo
siento aún dos o tres veces todavía, hasta que la voz cayó al solado y fue
rodando, dando tumbos por la sala para acabar extinguiéndose, disuelta
en el aire, por entre las últimas mesas del café. No puedo imaginar cómo
estarían los ojos tras los cristales oscuros de las gafas. En ocasiones así,
querría saber qué hacer con el silencio.
Esto no merece la pena, la vida es un calvario, estamos aquí para
pasarlo mal, ni un rato bueno, ni un instante. Es todo tan difícil. Ahora
hablaba de una vieja relación enfermiza que no acababa de abandonarla o
de la que no acababa de librarse. Eso no es amor, Ana, no hablas de amor.
Depender no es amar, colgarse no es amar, vivir enganchado al pasado no
es amar. Estás hablando de una prisión. No ama quien mutila, quien te
ata.
Hablar, hablar, hablar. Es fácil hablar.
Amar no es una tarea complicada pero exige algo parecido a la pureza
en el corazón. Y hay pocos corazones cristalinos.
Quien depende no ama ni es amado, el amor no es dependencia,
depender es enfermar o es la enfermedad la que conduce a la
dependencia.
Quien te tiene no te ama, sólo es tu propietario, nadie puede tenerte
ni tú sentirte tenida, no eres una silla, ni un lápiz, ni una parcela de
terreno. No eres una pieza de caza ni un trofeo. Ni siquiera eres un libro ni
una obra de arte. El amor es con frecuencia un intercambio de trofeos y,
en ocasiones, una partida de caza, no sé qué es en el caso de Ana. Otra
maldición. O un eslabón más de la cadena que la tiene aherrojada.
No estás dolida, tú qué sabes, sino confundida, ¡estoy dolida!, más,
hecha añicos desde hace meses, no se trata de amor sino de cárcel. Una
esclava se sentiría menos atada. Si puedes elegir, puedes desprenderte de
la carga.
Y encima he de ir a ver a mi padre porque está ingresado en el
hospital.
Soy una buena hija, Alonso.
Hablábamos como si no nos escucháramos, aun escuchándonos. Uno
no oye si las palabras que llegan no se concilian con su propio discurso.
Uno sólo está atento a su discurso. No atiende las palabras que lo
descarnan ni acepta las imágenes que lo retratan. En este diálogo hay dos
monólogos.
A veces, deseo la muerte de mi padre. Eso acabaría con la opresión
infinita del alma.
La ve en el espejo, la ha visto en el espejo esta mañana. Mientras se
peinaba y eliminaba el residuo de una pertinaz legaña. Era en colocar el
pelo donde ponía especial cuidado, como si el cabello fuera arcilla y sus
manos, las manos artesanas. Reconoce la ofensa. Todas las ofensas.
Reconoce aquella palabra, reconoce la voz que la pronunciara, los labios y
la boca que la articularon. Reconoce el pasado y lo repasa. Reconoce el
silencio y las ausencias. Reconoce el viejo desengaño. Reconoce cada error
cometido, cada tropiezo, y los repite como una letanía cada mañana.
Reconoce el desamor y las ausencias. Reconoce cada día del pasado como
si cada día estuviera ahí cada mañana, ante el espejo. Su padre, los gatos,
el piano, las monjas, el amor o lo que fuere,... Todo el lastre intacto. Una
amalgama pesada que carga, como se viste cada mañana. Como carga su
giba el corcovado. Tiene sus manos, sus pies, sus ojos, su frente,... y tiene
su cargamento, es decir, su joroba. Frente a ella en el espejo. Acusará,
también, al espejo esta mañana.
Sabe que tendrá que despojarse de la carga, cicatrizar heridas, sanar
los males, perdonar y perdonarse, es decir, olvidar, prescindir del pasado,
dejar el pasado en el pasado. No pueden gobernar los muertos. Morirá su
padre y seguirá gobernándola su padre, porque no gobierna su padre sino
su carga. Hay pasado, siempre hay pasado. Se convierte en carga cuando
se apropia del presente. Cuando se queda en el pasado es lección que
fortalece y enseña. Hay que enterrar a los muertos y hay que dejar el
pasado en el pasado. No hay nada mientras te mantengas rehén del
tiempo transcurrido. La libertad carece de cargas. Ana no se atreve a
despojarse de la joroba, se reconoce corcovada. Anhela la libertad, claro,
pero le aterra alcanzarla.
Eres seca, dura, distante. Una pose. Mentira. Te muestras como si
fuese piel la coraza. Te crees roca, controladora, dominadora,... Mentira.
No eres así. Esa es la muralla que pones, te crees fortificada, pero es tu
debilidad, tu perdición, lo que te abate. La dureza te hace vulnerable
porque en tu corazón no hay más cimientos que la ternura.
Nadie te ha hecho desgraciada, nadie te obliga a sufrir, nadie te ancla.
La desgracia no es el premio gordo envenenado de la lotería de la vida.
Nada te ata, sino que tú te atas.
La vida me ha traicionado, me prometió cosas que no me ha dado.
En realidad, soy una imbécil, pobre inculta, a la que aguarda un
horizonte de imbéciles insensibles, poco más que nadie o la nada.
Eres lo que convocas. Tu miedo te aleja de la esperanza. Vivir tiene
sus riesgos, pero sólo vive quien acepta el reto de la aventura. No
tropiezas si no caminas, claro, pero estás muerta si no caminas.
No voy a ser confiada nunca, Alonso, no quiero serlo, ya no me fío de
nadie.
Confiar la vida no es confiar el alma. No somos perfectos, estamos
hechos de retales, carne y hueso desechables, arcilla que moldeamos.
Hablábamos luego de Casablanca, Humphrey Bogart e Ingrid
Bergman, el debate entre el amor, la responsabilidad y el destino. Aunque,
parafraseando a la Bacall, silbo alto, aseveró de repente, silbo alto y claro,
me oirás donde te encuentres si te necesito. ¿Me necesitas? El silencio
levantó de nuevo una muralla. ¿Me necesitas? Está París, siempre queda
París, la última esperanza, le dije, puedes buscarme en París.
Pero ¿dónde está París? Hay un mapa que conoce tu corazón.
Y otro lunes, no sé qué me dijo otro lunes, lo mismo que el anterior o
el siguiente. Su vida era un chapoteo persistente, siempre con el agua al
cuello, a punto de ahogarse pero sin ahogarse. Y sin salir a la orilla. Como
si un caballo desbocado, una vez derribada, la mantuviera enganchada al
estribo y la arrastrara en una carrera sin fin. Angustioso, Ana.
Otro día dijo: ha muerto mi padre. Yo le preguntaba por el trabajo
porque recientemente había hablado de sus estudios de biología y de su
pelea incruenta con los adolescentes en el aula. No me has oído: ha
fallecido mi padre este fin de semana. No lo había oído, lo había dicho en
voz baja, en un registro inaudible.
¿Ya lo habéis enterrado? No dije lo siento, dije: ¿ya lo habéis
enterrado? Lo hemos incinerado. Afirmó repetidamente con la cabeza. Y, a
continuación, se encogió de hombros. ¿Lo habéis enterrado? No sé,
añadió.
Es el tiempo de enterrar a los muertos. Quizá sea el tiempo de
enterrar para siempre a todos los muertos, dar por extinguido el pasado,
acabar.
¿Un café? No, no voy a quedar contigo, Alonso, no quiero más dolor
en mi vida. No me fío de ti, te pareces demasiado al otro. Hablaba,
supongo, del amor enfermizo. Todos nos parecemos a todos.
Luego supe que tenía un novio, o un amante, un novio es suficiente
para no ir sola de vacaciones. Una relación aburrida, pero sin costes. Una
relación es muchas veces una charla intrascendente y unas vacaciones.
Uno empieza hablando de amor y termina hablando de tiempo y de
dinero. Transacciones económicas. La prostitución es la transacción
económica más sincera. Nadie pierde su tiempo ni maltrata sus
emociones. ¿Qué es el matrimonio sino un contrato mercantil que se
inscribe en un registro?
Podría ser una prostituta. Mi salario es no estar sola. Y, sin embargo,
estoy sola, espantosamente sola. A los ojos de los demás no estoy sola,
pero sólo estoy en compañía.
No sé cómo cortar. Me aburre, me cansa. Tendría que acabar con esa
relación. No lo quiero, Alonso, no puedo quererlo. No me sirve ni como
amigo. Es un tormento.
Querría pensar que tú eres un amigo.
Las palabras acaban por ser ruidos articulados carentes de
significado. Me gustaría callar, ser mudo en un mundo de silencio.
Un lunes ella no fue y yo no fui al lunes siguiente. Pasé alguna vez por
la glorieta ante la cristalera y pude ver su silla vacía y mi silla vacía. Otro
lunes estaba allí, en la misma esquina, la vi de espaldas, pero o no me
atreví a entrar o tenía una cita, no sé, no me atreví a entrar, la imaginaba
con la mirada perdida tras los cristales de las gafas. Ya nunca regresé
porque había cambiado de trabajo.
Recuerdo que nunca le vi los pies. No sé cómo calzaba, si se ponía
medias, llevaba los pies desnudos, los cubría con calzas de nailon o
calcetines bajos. Nunca la vi de pie, no la vi caminar, siempre sentada. La
esquina de la mesa como paradigma de la celda que es la vida para ella.
Circunscrita a la esquina.
Recuperé a Gabriela, por una llamada suya, una antigua amiga
argentina, médico de familia, que, en nuestras citas, me recordaba a
Neruda(31), cuando narra sus encuentros amorosos con la amante viuda,
aquélla que gritaba en su holganza el nombre del marido muerto.
Solíamos vernos precisamente los lunes, en su casa de Samaria, junto al
Retiro, mientras su hijo probaba sus dotes actorales en un grupo de
teatro. Gabriela no gritaba, sino que abría la ventana de par en par, no sé
si por alguna filia enfermiza -dios mío, aquí, ¿quién está sano?-, lo que me
obligaba a mantenerme guarecido bajo el edredón por mis viejos
problemas renales.
La fugacidad de los lunes.
Y luego encontré a Andrea a través de Blanca.
Salvo el señor Moraleda, quien ha dejado un mensaje en el
contestador automático para que Silvia cancele todas las reuniones de la
agenda porque no vendrá en todo el día, todos llegamos a la hora
establecida: Fran, Francisco, Silvia, Alejandro, Ignacio, Yolanda y yo, a las
8'30 de la mañana; Bermúdez, a las 10. Eso inicia un día rutinario.
Francisco tiene que preparar unos balances para un cliente que va a
solicitar unos préstamos ICO(32), por problemas de tesorería y para
renovar la flota de coches de sus hijos, tres. Hace unos meses hubo de
prepararle otros balances para conseguir líneas de descuento de papel en
otros bancos, distintos de sus habituales Caja de Madrid y La Caixa, que se
la habían restringido o anulado, pese a no tener devoluciones, por los
problemas de estas cajas con Martinsa(33), que había dejado un agujero
de más de mil millones de euros, tras la suspensión de pagos de 2008.
Esto lo pienso yo y lo piensan, Francisco, Ignacio y Alejandro. Hijos de
puta, es la coletilla de Ignacio.
¿Manipulados? Los balances. La pregunta tiene su razón: recuerdo
que no están teniendo buenos resultados. Maquillados, me dice, para que
salgan los ratios. Se los damos en mano, en hojas sin membrete, no
podemos aparecer tras unos datos falsos. No son falsos. Se le parecen. A
media mañana viene el hijo mayor a retirarlos.
¿Qué coche?, le pregunta Francisco. Poca cosa, un C4 Coupé, por la
crisis que han traído los socialistas, pero es que el otro tenía más de 5
años. ¿Para todos? Ese modelo, para mí, no sé mis hermanos, algo similar.
Mi hermano pequeño creo que quería un TT pero se quedará con un A3
S3. Hay bonificaciones ahora del Ministerio de Industria. Sin embargo, no
renovarán el camión, un modelo vetusto, con más de 15 años. Y dice
Alejandro: el mío tiene 10 años y marcha estupendamente. Dígale a su
padre que me confirme, por correo electrónico o fax, el despido de los dos
trabajadores para final de año. Vale. Ha bajado la facturación, por las
obras, todavía quedarán cinco de alta. Cinco trabajadores y ustedes tres.
Sí, claro. No, nosotros cinco, los tres hermanos, mi padre y mi madre
seguimos de alta. Siempre por fax o correo, el teléfono sólo vale como
anticipo.
Gastan más en coches que en salarios del personal, añade, cuando el
joven se ha marchado. Y no se sabe en qué han gastado los 80.000 euros
que recuperaron de una antigua suspensión de pagos de un cliente.
Alejandro trasluce en sus comentarios las estrecheces económicas de
su separación. Pidió un aumento de sueldo hace poco, pero no se lo
concederán antes de final de año. Teme tener que vivir en una caravana o
en una pensión barata. Y eso no sería bueno para las niñas.
Tengo ahí, dice Alejandro, la orden para despedir 40 de los 50
trabajadores de J&G Data Medios el día 7 de enero. Quieren que les haga
llegar ya las liquidaciones. J&G es una empresa de distribución de
productos recreativos en soporte informático. ¿40 de 50? 40 y tantos de
50 y tantos. Permanecen: una persona de almacén, dos administrativos,
cuatro personas de limpieza, que son falsas trabajadoras porque son las
empleadas de hogar de los dos propietarios, dos falsas empleadas más, las
señoras de dos encargados de grandes centros, eso es su soborno, y tres
manipuladores de productos finales. Nada más.
Me levanto y me llevo el puño a la boca, formando con él una especie
de trompeta.
¿Novedades?, me pregunta Francisco a media voz. ¿Cómo?, me
inclino acercando mi oído a su cara. Novedades. Supongo que se refiere al
grupo Mansonia, así que niego con la cabeza. No. Que yo sepa.
Había olvidado el asunto.
Recompongo mi figura de bufón con la corneta improvisada y
anuncio: a ver, concurrencia, aunque podría decir señoras y señores, pero
digo concurrencia, que engloba todos los géneros, y así no solivianto a la
ministra analfabeta del reino, doña Bibiana Aído; puesto que el señor
Mendiluce carece de fondos, como prueba el hecho de que tenga un
coche de otro siglo -Alejandro hace un vaivén con la cabeza, dando por
sentada mi demencia-, estoy dispuesto a hacer un dispendio
extraordinario: invito a todos a café. Señorita secretaria, hágame un favor,
si no le importa, tome nota de los pedidos. También los sirvo, invito y
sirvo, no se me caen los anillos.
Nadie responde ni se ríe ante la astracanada, sino que permanecen
callados mirando hacia un punto indefinido de la entrada. Me giro y me
topo con un septuagenario, impecablemente vestido con traje beis,
camisa de popelina blanca, corbata y pañuelo azul cobalto, con un abrigo
de cuero teñido en tono de miel cristalizada colgando del brazo izquierdo,
calza unos Martinelli, acompañado de una señora de pelo cardado con un
yorkshire terrier en brazos, en cuya cabeza han prendido un lazo a juego
con la corbata. El abrigo de pieles de chinchilla que cubre hasta los pies a
la señora impide hacerse una idea de su atuendo, salvo el calzado, un
modelo acharolado para pies con juanetes. Ambos se han teñido el pelo
con el mismo tinte cobrizo del lineal del supermercado.
No se han equivocado, es la asesoría. Pasen, no se queden ahí. Pasen.
A ustedes también los invito a un café. Los loqueros que vienen a
encerrarme llegan enseguida. Adelante. Y avanzan hasta la zona de
espera. Vienen a ver a Francisco. Pero están perplejos o asustados.
Francisco. Y Francisco los acompaña hasta la sala de juntas. La señora
duda, no sé si por mí o por si no permitimos la entrada de perros, pero el
marido la arrastra, aquí suele haber animales con frecuencia, no se
preocupen, la perrita es un encanto, no da un ruido, ¿cómo se llama?,
Cuca, ¿Cuca?, Cuca, Cuquita, y Francisco cierra la puerta de la sala a su
espalda. Todos dejan escapar una contenida carcajada y Yolanda agita su
mano amenazándome con una azotaina. Juro que aún no he bebido. Al
rato, Francisco reclama la presencia de Ignacio, que se incorpora al
encierro.
¿Quiénes son?, pregunto, porque no conozco a la pareja. Yolanda lo
detalla: unos clientes que vinieron con Francisco, tienen unas naves
industriales, unos locales y unos pisos en arrendamiento. Sus consultas no
tienen que ver con Francisco, sino con Ignacio, pero siempre se dirigen a
él. Francisco les hace la liquidación periódica de IVA. Ah, ya sé quienes
son. Yo identifico a la gente por los papeles. No los había imaginado de
esa manera.
Francisco me completará luego la información: el marido era un
cerrajero impecable, incluso artístico, muy bueno, tiene trabajos por ahí
por Madrid, desperdigados, y me detalla algunas verjas, puertas y
cancelas, que a duras penas mantenían su empresa con dos empleados.
Un día decidió montar las estructuras metálicas de edificios, pasó de las
rejas a las vigas, y, a continuación, a hacer edificios completos, y fue
convirtiendo los beneficios en patrimonio. De ahí los pisos, naves y
locales.
No sabía que tuvieras esa vena payasa. Te tenía por más serio.
Tengo una vena payasa, una vena seria y una vena trascendente. Soy
un tetraedro, y cada arista es una vena. O sea, que aún tengo otra vena
que desconozco.
Mantengo mi oferta. ¿Nadie quiere un café? ¿No? Para una vez que
me siento servil sin que derivemos hacia un debate sobre machismo. Pues
me tomo un té rojo de Carrefour.
Silvia se pide un café largo, largo, muy americano. De acuerdo.
Viene el mensajero a recoger unos sobres. Evidentemente, es un
sudamericano amable. Completa los talones del servicio, hace poner
sellos y firmar a Silvia y le desea un día feliz. Queda en regresar el jueves
para llevarse unos documentos que han de presentarse en la delegación
de Hacienda. ¡En Guzmán el Bueno!
Yolanda le pide a Silvia que la ponga al teléfono con el centro de
estudios de formación profesional. Moraleda está de acuerdo en contratar
a un nuevo becario a media jornada, para hacer los recados, ir a Hacienda
o la Seguridad Social en caso necesario, hacer fotocopias, archivar,... y
echar una mano a Fran, si a Fran no le parece mal. A Fran no le parece
mal, a él no tiene que parecerle ni bien ni mal. El problema será de
espacio, habrá que buscarle una mesa.
Yolanda pasa un rato al teléfono. Por los gestos, ha llegado a un
acuerdo.
Y se oye una voz, entre grito y lamento, procedente de la sala de
juntas. Qué vergüenza, señor, eres una marrana Cuquita, qué vergüenza,
la tienes mal educada, Paquita, no está mal educada, en casa no se lo hace
nunca, ni en la casa de nadie, cómo iba a imaginar yo, marrana, Cuquita,
marrana. Ay, ay. Y Francisco acompaña a los tres hasta la puerta quitando
importancia al incidente. La perra, dice, y nos mira a todos, cerrando la
puerta, ha dejado un regalo en la sala de juntas, con los ademanes traza
un esbozo preciso, es fácil imaginarlo: se ha meado y se ha cagado, todo.
¿Y? Habrá que limpiarlo. Hasta mañana a primera hora no viene la
persona de la limpieza. ¿Y? Habrá que limpiarlo. Huele. Hablábamos y la
señora no controlaba a la perra. Coño, pues no se le ha movido ni un pelo
del cardado. ¿Qué? Estamos confusos, aturdidos e indecisos, lo estoy yo,
claro, y lo percibo en los otros. Yo ya limpié ayer el agua de Silvia, recuerda
Alejandro. De repente, Silvia, Francisco y yo nos juntamos en el cuarto de
baño: la fregona con agua y lejía jabonosa, y dos rulos de papel higiénico,
que desenrollamos sobre las deposiciones, formando dos montañas de
celulosa blanca, que absorben o esconden los regalos de la visita. Dos
minutos después, la sala sólo huele a lejía, y Silvia pelea con el desagüe
para que trague el acúmulo de papel que he arrojado al inodoro.
Hacemos turno para lavarnos repetidamente las manos. El olor del
jabón da sensación de asepsia.
Todo esto ha sucedido cuando aún no ha llegado Bermúdez.
Francisco me interroga de nuevo: ¿novedades? ¿Sobre el grupo
Mansonia? Asiente. No hay novedades, Francisco, yo no las conozco, ayer
envié a Moraleda lo que me pidió y no hay novedades. A Francisco le
extraña sobremanera que no venga hoy tampoco.
Encojo los hombros. No sé nada, Francisco.
Esta mañana voy dando buena cuenta de las carpetas. Estoy ágil de
mente, no me cuesta enfrentarme a la rutina y resolverla. Tampoco pienso
en otra cosa.
A las diez en punto llega Bermúdez, como todas las mañanas. De
nuevo lo confirmo en el reloj del ordenador y esbozo una sonrisa. Con su
impecable traje azul, su camisa rosa, hoy levemente rosa, y el pelo
engominado, adherido al cráneo como una segunda piel negra, marcada
por los anchos surcos del peine. Buenos días, con su voz plana de siempre,
y buenos días de todos al unísono. Empuja de espaldas la puerta con la
mano izquierda y la cierra sin ruido alguno. Atraviesa el pasillo sin rozar el
suelo y se adentra en el despacho. Cierra también esta puerta y se espesa
el silencio. Parpadean las luces y deja la cartera en el suelo, a la derecha
del sillón. Enciende el ordenador y, en tanto se inicia, revisa los elementos
de la mesa para asegurarse de que todo ocupa su lugar exacto. Deja los
periódicos en la esquina derecha de la mesa y descuelga el teléfono
enseguida. El número que marca se lo sabe de memoria. Y habla largo
rato. Marca de nuevo y de nuevo habla, marca y habla, marca y habla,
varias veces, copiando el número de la agenda o tecleándolo de memoria.
En un momento determinado, entra directamente del exterior una
llamada a su terminal de sobremesa, sin que medie Silvia, es posible con
la tecnología de la centralita si se conoce el número de extensión que
corresponde. Escucha durante largo rato. De repente, tuerce el gesto e
inicia una discusión airada, con gritos que se adivinan refrenados porque
no nos llegan las voces del despacho. Dura la violenta perorata, muy dura,
sin conceder respiro al contrincante. Uno imagina las palabras como
dardos, como lanzas, como espadas afiladas adentrándose en la carne del
adversario hasta trizarla. Y de golpe el auricular desciende hasta
estrellarse en la base del teléfono. Un nuevo golpe violento para colocarlo.
Ahora sí nos ha llegado los estruendos de los porrazos: nos miramos. Buf,
cómo está el patio.
Se incorpora bruscamente, recoge apresuradamente las cosas y sale.
Recorre el pasillo dejando constancia sonora de cada paso. Da un portazo.
No se despide. Ha dejado abierta de par en par la puerta del
despacho.
Nos miramos asombrados.
Aunque observo por la ventana, no consigo ver la dirección que ha
tomado. Habrá aparcado en alguna calle transversal. Me gustaría haber
visto cómo entra en el coche, cómo arranca. El furor suele traslucirse en
esos pequeños actos.
Apenas se sobrepasan las 12'30 de la mañana.
Yolanda ingresa en el despacho, apaga el ordenador y comprueba que
no se han producido daños. Hace una llamada desde el móvil. Es corta.
Cierra el despacho.
«Las dos gatas maullaron. Parecían pedir algo. Pero Nakata no logró
descifrar aquellos sonidos. Fue totalmente incapaz de entender lo que le
estaban diciendo. Aquello eran simples maullidos.
-Lo siento mucho. Nakata no puede entender qué le están
diciendo»(37).
Las gatas se encontraban afuera, al otro lado de la ventana. Nakata
había perdido su don, es decir, la facultad de entender el lenguaje de los
gatos.
Oh, dios mío, Ana, no sé si podrás perdonarme. Lo siento. Nunca
entendí lo que me estabas diciendo. Ni siquiera supe que me estuvieras
llamando.
Debería ser hoy lunes, pero es martes. Debería yo levantarme del
asiento, bordear la mesa y alcanzar tu esquina, no hay murallas insalvables
sino aquéllas que inventamos o tememos, acercarme hasta tu espalda y
abrazarte. Así, como ahora estoy imaginando. Entre tu silla y mi silla sólo
hay metro y medio de distancia. Si hoy fuese lunes, hace un año y medio,
por ejemplo, a esta hora yo debería estar abrazándote en silencio. Nada
más, sólo abrazarte. Si supiera donde estás, iría allí para abrazarte ahora
mismo.
Puedo leer en tus ojos sin gafas. Aunque todo es imaginario.
Socorro.
Es decir, entiéndeme, comprende mi dolor, acepta mi desvarío, mi
confusión. Escúchame. Y fustígame luego, pero trátame con amor, es decir,
considérame como algo tuyo, como tu carne, por ejemplo, me basta ser
como tu carne.
Dime: da el pasado por pasado, ya me lo has dicho, pero dímelo.
Dime: entierra los muertos, mira el día de hoy, lunes, como si fuera el
primero y el último, el único. Dímelo. Y vuelve a decírmelo mañana, otra
vez lunes, cuando descubras que el pasado me acosa y los muertos siguen
presentes en mi vida, gobernándola. No me ignores, no me abandones, no
permitas que me venzan las cargas, ayúdame a abandonarlas.
Ayúdame a tener mi sueño, es decir, a fabricar la urdimbre con que se
tejen los días y las horas del presente.
Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Pero no tiene eso nada
que ver con la soledad, sino con nuestra obligación de hacernos cargo de
nosotros mismos, de nuestra vida, con la responsabilidad de vivir. Nadie
respira por mí, nadie mastica ni bebe por mí, nadie puede pensar por mí,
sentir por mí, reír por mí, llorar por mí, nacer o morir por mí. Nadie
debería decidir por mí. Son ejercicios de soledad, no desde la soledad ni
para la soledad. Practicamos para entendernos, para asumirnos. Para
amarnos. Quien no se ama no puede amar ni ser amado. Nadie puede
encontrar cómplices para un crimen que no comete. Ana no se ama. Es
decir, no se entiende, no se acepta, no se alegra de sí misma.
El amor no debería ser como el hierro o como el acero, sino como el
agua. El hierro es duro y frío y al romperse siempre sangra. El agua es
dúctil y maleable.
Hoy debería ser lunes.
NOTAS AL CAPÍTULO 4:
Hay una paloma muerta sobre el asfalto, cuando cruzo Barceló para
subir por Fuencarral, a la salida del metro. Ha debido ser un autobús. Se
aprecia nítida todavía la anchura de la rodada. Es especialmente cruel la
masa del plumaje gris y blanco desparramada en medio del charco
sanguinolento. Hoy siento piedad por este ave aplastada. Y náuseas. Se
dice que son las otras ratas urbanas.
Hay un instante en que uno siente dispersa su propia entraña. Hay
algo en esa escena que muestra el paradigma de la crueldad ciudadana.
Moderna y cotidiana. La espantosa soledad de las grandes ciudades.
Alcanzas Fuencarral, subes hacia la Glorieta de Bilbao, y ya no ha pasado
nada. El cielo está gris, eso sí, está anocheciendo, es temprano pero
estamos en noviembre, las nubes se adensan y aborregan: un hecho
acaecido en Barceló o donde sea es independiente de cualquier otro
acontecimiento en Madrid. Son postales separadas. Huele a humo y a
humedad. En el Café Comercial resuenan las carcajadas. Recuerdo unos
capítulos atrás del libro de Murakami. Aquellas escenas terribles y
cruentas. En cualquier parte podría estar sucediendo ahora una tragedia
que no cambiaría nada. Ha sucedido. En Murakami llueven caballas y
sanguijuelas, aquí no pasaría nada. La vida son historias que se cuentan o
se viven, se cuentan, y alguien las contempla desde fuera.
«“Soy libre”, me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso
que soy libre. Pero no acabo de entender qué significa. En estos
momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra
desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula
y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé». Esto también
está escrito en el libro de Murakami.
Hay un momento siempre en el que uno está solo. Es cuando la
soledad pesa, cuando te invade la tristeza. Cuando muere una paloma
despachurrada, por ejemplo.
Como un día sí y otro también de este noviembre, el cielo de Madrid
amenaza lluvia, aunque luego salga el sol y nos desconcierte con una falsa
primavera. Francisco especulaba ayer con una tormenta y recordaba que
en el área industrial meses atrás llovieron ranas. Él escuchó su charleo.
Fue después de una tromba de agua que había anegado oquedades,
convertido en ríos desbordados las calles y dejado algunas charcas en
parcelas y eriales. Las oyó croar al sur, en un solar cercado. Quién las
llevaría allí sino las nubes con su carga de agua. No se explica en otro caso
aquellos cantos, pues aquel espacio siempre había sido -y lo sigue siendo-
un terreno seco y árido.
Verás, Gabriela.
Dijiste: piensa. Aunque me acusabas de pensar demasiado. Piensa. A
pesar del reproche tácito. No pensar es morir, dejarnos llevar por el relato
que del mundo y de nosotros hacen ellos, los otros, es decir, el emperador
y los truhanes. He estado pensando estos meses. Hoy. Con la tormenta del
día de hoy he reflexionado. Es decir, he indagado en mi interior tratando
de encontrarme. Algunas de las cosas en las que hoy he pensado las decía
aquel día contigo en la cama. Dijiste: estás solo. Y añadiste: careces de
valor. Quizá querías decir: careces de valor suficiente para reconocerlo. No
querías decir: piensas demasiado. Querías decir: te quedas en el
pensamiento, en la deliberación, no traspasas su frontera, sólo merodeas
por la cabeza. Hoy me he dejado llevar y me he calado hasta los huesos.
Nunca pensamos demasiado, Gabriela; pecamos, en todo caso, de pensar
poco. Más por defecto que por exceso. Y nunca escuchamos al corazón,
que es otra forma de pensar. Quizá debería pensar más con el corazón. El
pecado es no traspasar la frontera del pensamiento, no entender lo que
estás pensando, no atender el mensaje del corazón, sístole, diástole, no
entender, eso, no entender, no tomar decisiones. Uno está averiado, de
acuerdo, con frecuencia estamos averiados, se observa, se examina, hace
el diagnóstico y decide poner manos a la obra con la reparación
apropiada. Como un vehículo en el taller. De las tres fases (observación,
diagnosis, reparación), he pasado demasiado tiempo en la primera,
Gabriela, eso querías decirme tú.
Con las ideas hay que pasar, de la fase mística y contemplativa, al
terrorismo, eso querías decirme tú. Las ideas, como la poesía(59), o son
armas o no son nada(60).
El lunes descubrí al levantarme una laguna en la memoria del
domingo. No recordaba nada del domingo. Dios mío, nada. Del 15 de
noviembre de 2009 no parecía haber nada guardado en el cerebro. ¿Qué
somos sin la memoria, Gabriela? Aún sin la memoria de un día sólo. Nada.
Sin la memoria no somos nada. Búscate, habías dicho, indágate en el
pasado. Supongo que también querías decir: escúchate, mira hacia tu
interior sabio.
El domingo, tras la comida, mientras Andrea retiraba la mesa y
terminaba de recoger la cocina, pulsé el botón -1 del ascensor para buscar
no sé qué en el trastero, unos fotos antiguas, creo, de las que habíamos
hablado entre plato y plato. Alcancé el baúl del techo del armario, me
senté en el suelo y crucé las piernas. Ahí perdí la noción del tiempo.
Cuando regresé a casa había anochecido y Andrea navegaba en la red. Creí
que habías salido a dar una vuelta. ¿Un paseo solo? ¿Por qué no? Uno
necesita a veces dar un paseo a solas. Claro. Ciertamente, bajé y estuve
dando una vuelta por la memoria. Regresé empapado, como hoy me ha
empapado la lluvia.
No sé si en un féretro o en una naveta cabe la muerte, pero en un
baúl sí puede caber una vida. Una vida corriente, sin importancia. Un
héroe o un villano ocupan menos espacio. Apenas un rótulo. Eso suele ser
todo.
En mis cambios de casa, aparte de un puñado de libros, otro de
discos, la ropa de temporada, cargo con mi baúl de residuos. Como esta
vez no cabía en el piso, lo bajé al trastero del sótano. En los trasteros se
suele sepultar el pasado, cuando no se tiene valor para deshacerse de él.
Yo no quiero deshacerme del baúl ni sepultarlo; al contrario, lo nutro de
cuando en cuando. Le tengo respeto al pasado; más que al pasado, a la
memoria: soy lo que he sido todos estos años. Mis errores y mi
desmemoria, también.
La memoria no es una carga, sino la comprensión y la asunción del
pasado. El pasado es una carga cuando no se convierte o no sabemos
convertirlo en memoria.
Bajé para buscar unas fotos y bajé, de paso ya, para guardarlas, un
puñado de entradas, anotadas, como siempre, con una fecha, un nombre
-la persona que me acompañaba- y una o dos palabras para definir la
película, la exposición o el espectáculo y condensar la impresión, la
emoción o la compañía. Y me encontré de golpe con toda la vida pasada
delante. Exactamente lo que anduve buscando los últimos meses como un
sonámbulo. Toda de repente allí delante. Subí, me preguntó Andrea si
había salido a dar una vuelta, tomé un yogur y me fui a la cama. Andrea
siguió navegando. Voy enseguida, dijo. Tendrás que cenar. Tomaré algo, sí,
y voy enseguida. También me dormí de repente y el lunes ya no recordaba
nada, se había borrado el domingo. La lluvia de hoy ha desparramado de
nuevo ante mí el contenido del arca.
Tenías razón, Gabriela.
Me debía una respuesta. Nos debemos respuestas. O nos debemos
preguntas, prefiero decirlo de esta manera, porque el problema siempre
es la pregunta, la respuesta está a mano siempre ante nosotros, una vez
se ha formulado bien la pregunta. El problema es la pregunta correcta. Y
esa es la deuda.
En ello estoy.
«Alonso:
Hace tiempo que no te escribo. Leonardo, mi nieto el escribiente, ha
tenido una mano escayolada por glotón y, en consecuencia, no podía
coger la pluma. ¿Qué le pasó?, preguntarás. Sencillamente: fue a coger un
delicioso y tentador trozo de queso, sin percatarse de que era una trampa,
saltó el cepo y le dejó la mano en tal estado que se nos ha acumulado la
correspondencia durante meses. Pero, en fin, ya está repuesto, como
demuestra esta nueva misiva que te remito.
Me gusta tu habitación. Sé que, a veces, te encierras en ella para leer,
escribir o jugar. Me parece bien. Uno debe tener su pequeño rincón
privado donde contarse a voces sus secretos, soñar a ratos perdidos (o
ganados) y, qué sé yo, tal vez reír o llorar. Reír y llorar también es bueno,
tan bueno como soñar.
Hace tiempo que para ti se desveló el misterio: sabes que los Reyes
Magos, Papá Noel y yo no existimos. No hay misterio que sea eterno. Tus
padres también lo descubrieron un día. Y tus abuelos. Y muchos de tus
amigos. Así funciona esto. Estamos aquí para desvelar misterios. Aunque
cada descubrimiento nos expulse del paraíso. Y nos pongan ángeles con
espadas de fuego para que no regresemos. Me entristecería que eso
hubiera pasado con ellos y que eso pasara contigo. Madurar no es hacerse
adultos. Un secreto nos lleva a otro secreto y un misterio, a otro misterio.
Hasta que damos con el gran secreto del corazón. La isla del tesoro no está
en medio de un mar lejano, su búsqueda no requiere dotar barco alguno
ni correr aventuras peligrosas al albur de los vientos. Sino en el rincón
donde se despierta la voz que siempre estuvo contigo.
Sé que sufriste una gran decepción y sé que te dolió un poco el
corazón. Pero nadie te había engañado, ese es precisamente el misterio
que alimenta la fantasía, que nada es falso. Quizá no existimos como los
demás seres. No tenemos piernas como vosotros, manos, ojos como los
vuestros. No caminamos, no comemos, no envejecemos, no morimos
como vosotros. Pero existimos, tenemos piernas, manos, ojos,... Nos
sostiene la magia y el amor, la magia del amor. Nuestras piernas, manos,
ojos,... son los del mago. Por los magos caminamos, hablamos, hacemos
sonreír, distribuimos sueños, repartimos pedazos de felicidad. No
comemos porque nos alimenta el corazón del mago; no envejecemos ni
morimos porque nos sostiene el corazón del mago, donde somos como
quiere la inocencia del corazón del mago.
No existimos, pero existimos. Si tú quieres, existimos. Te necesito. Y
tú me necesitas. Estamos en la raíz de la sabiduría.
Existo en tu corazón y en el corazón de los que amas y te aman. Tú no
vivirías si yo no viviera. Nadie puede vivir sin fantasía.
Tú eres el mago.
Verás: no sé si te lo he contado. Yo nací en Argamasilla de Alba, en la
cueva de Montesinos, el mismo día en que don Quijote descendió a sus
entrañas a consagrar la imaginación y la fantasía. Aquel día cruzó el cielo
una estrella, aunque Sancho, en el exterior, no la viera. Mi ADN es la
materia de los sueños. Mi existencia es un pacto entre roedores y
humanos locos para mantener viva la fantasía.
El mundo es imperfecto. Imperfecto e injusto. Puedes comprobarlo
cada día. Y cambiarlo. Pero sólo es posible si hay gentes capaces de
imaginarlo de otra manera. Tú puedes imaginarlo como quieras. Te lo
recordaré cuando lo olvides. Recurre a mí cuando flaquee tu fe en la
magia.
Ahora vivo en un agujero estrecho y húmedo, pero acogedor, de la
ermita de la Virgen de Peñarroya de Argamasilla de Alba, junto al pantano
del mismo nombre, que recoge las aguas del Guadiana. Estoy rodeado de
familiares y amigos que me ayudan en la dulce tarea de ilusionar a los
niños con la caída de un diente, y que me dan calor y compañía. Esos
dientes mantienen y reparan el palacio de Montesinos, que no es sino el
de la imaginación perpetua. No me falta mi pedacito de queso manchego
y cuando quiero, si mis muchos achaques no me lo impiden, me doy un
paseo por estos parajes y disfruto del aroma penetrante y fresco del
tomillo y del romero. Si no fuera por el persistente olor a cera quemada de
los cirios, todo podría ser perfecto. El ermitero lo llena todo de velas
encendidas. Evito salir por la noche, eso sí, porque abundan los búhos, y
procuro pasar desapercibido durante el día, porque aún hay quien se
asusta al verme y temo, por esos miedos de ellos, el retorno del flautista
de Hamelin. Cualquier flauta esconde una melodía que nos enajena.
Estos días me emociona especialmente cruzar el pantano por el
puente que lo atraviesa. La temperatura hace que el día resulte cálido y
amable y, por la tarde, los azores y estorninos pueblan el cielo y lo
ensombrecen. Después, al anochecer, ocupan sus refugios en las encinas y
chaparros. Estos días, Alonso, las palomas y los gorriones están a salvo de
los azores, no sé por qué, vuelan cerca de ellos y no los temen. Estos días
la vida estalla».
El domingo pensé que Ratón Pérez había muerto. La fantasía tiene
enemigos. En ese sitio en el que él vive, según mi madre, abundan las
lechuzas y las lechuzas se alimentan de ratones. Aunque mágico, no deja
de ser un ratón.
Hace unos años, no muchos, paseábamos de Sol a Ópera por la calle
Arenal. Me parece que era media tarde y había dicho: “Te invito a
merendar en San Ginés, chocolate con churros. Lo ponen espeso, espeso.
Y te lo mereces”. Yo ya conocía el chocolate con churros de San Ginés, por
algún desayuno de madrugada tras la noche en vela, pero le gustaba decir
eso de “espeso, espeso”. La había acompañado a comprarse ropa por las
tiendas del centro. Mi padre no aguantaba el desafío in itinere y yo la
aconsejaba, como ella me aconsejaba a mí cuando yo salía de compras.
Era una antigua complicidad por la que nos conocíamos nuestros secretos
más íntimos. Nunca me ha gustado salir a comprar ropa, salvo cuando lo
hago en compañía; entonces, el agobio se transforma en pasatiempo.
Montó en cólera como hacía tiempo que no la había visto. Mi madre
no alcanza el nivel de furia fácilmente, y aquella tarde sobrepasó el umbral
del enfado razonable. No gritó porque ella no grita nunca, pero hubiera
podido oír sus gritos a un kilómetro de distancia. Mira, dijo, desolada. Me
señalaba un rombo amarillento, una placa, a la altura del primer piso del
número 8. Decía -y dice, ahí sigue-, decía así: “Aquí vivía dentro de una
caja de galletas, en la confitería Prast, Ratón Pérez, según el cuento que el
padre Coloma escribió para el Rey niño Alfonso XIII. Ayuntamiento de
Madrid”. Después supe que había sido instalada por el último alcalde
chupacirios del PP, en enero de 2003. La cultura es una furcia, a veces, dijo
con violencia, una forma de hablar, casi soez, que nunca le había
escuchado antes, en manos de administradores que actúan como vulgares
proxenetas. Y el Ayuntamiento de Madrid y su alcalde analfabeto se
quedan tan anchos, hala, concluyó.
Le irritó que el ayuntamiento hubiera optado por acabar con la
fantasía. La versión de Luis Coloma(73) -no padre Coloma como ahí dice,
padre es un título propio de la Iglesia Católica y, por lo tanto, incluirlo en la
placa es un signo de sumisión ante una opción religiosa, es decir, poner a
los ciudadanos al servicio de los jerarcas divinos-, el relato de Luis Coloma
es uno más, hay otros, y está, sobre todo, la imaginación de los niños para
construir su propia historia. Este ratón Pérez de Coloma se convierte en
súbdito, hace apología de la limosna y relega a subespecie a los demás
niños. Maldito alcalde, remachó mi madre, y maldito escritorcillo
reaccionario. O sea, que ella ya lo había leído antes, aunque nunca me lo
había contado.
NOTAS AL CAPÍTULO 5:
39. Instituto de Mayores y Servicios Sociales. En la página del ministerio se define así:
Entidad Gestora de la Seguridad Social para la gestión de los Servicios Sociales complementarios de
las prestaciones del Sistema de Seguridad Social, y en materia de personas mayores y personas en
situación de dependencia. Para mi madre es una oportunidad de vacaciones baratas en temporada
baja. Lo que nunca hizo cuando trabajaba.
40. Loco, loco, está loco. El francés “fou, fou, fou” suena como el castellano “fu, fu, fu”, una
expresión que se suele utilizar entre nosotros para espantar a los gatos. “Miracle, miracle”, es decir,
“milagro, milagro”.
41. José de Espronceda, Canción del pirata, primeros versos.
42. Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, XXXVIII, primeros versos.
43. Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, XXI.
44. Pablo Neruda, Los versos del Capitán, Tu risa, primera y última estrofa.
45. Parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, glorieta del Pintor Sorolla, en la esquina de Eloy
Gonzalo con Santa Engracia. Vigilia de la inmaculada que se celebraría en varias parroquias de
Madrid el día 7 de diciembre, aunque el acto central tendría lugar en la catedral de la Almudena. En
esta ocasión, además, bajo el lema “María, Reina y Madre de Misericordia”, el cardenal Antonio Mª
Rouco Varela presidiría el acto eucarístico que se celebra ininterrumpidamente cada 7 de
diciembre desde 1947, cuando el padre Tomás Morales instauró la costumbre. La jornada serviría
también de preparación de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, que traería al papa Benito
XVI a Madrid en agosto de 2011. El sumo pontífice ya había enviado un mensaje de aliento y su
bendición apostólica para los asistentes y organizadores, que sería leído durante la vigilia. Nota:
esta noticia, así contada, puede leerse en el periódico SomosCentro (www.somoscentro.com) del
07/12/09, firmada por Diego Casado, donde figura una reproducción del cartel que anuncia la
jornada.
46. Pablo Neruda, Crepusculario, Farewell, segunda estrofa.
47. El corazón helado, Almudena Grandes, Tusquets.
48. Juegos de la edad tardía, Luis Landero, Tusquets.
49. Anotación al margen: alguna versión de la historia dice que los rufianes se llamaban
Guido y Luigi Farabutto, italianos, como la mafia y la camorra. Hoy se podían llamar de cualquier
manera, serían de cualquier país, y harían desfilar sus colecciones en pasarela, aunque la lista de
los que cobran por vestirnos de desnudez es actualmente más amplia, alcanza a perfumeros,
peluqueros, estilistas, a los coach de cualquier cosa. La estupidez del emperador la han heredado
quienes se pliegan al cuento de estos pillos modernos de las modas. Y sobre todo alcanza a la
caterva de especuladores de toda hez que nos acosa.
50. Hay muchas versiones modernas del timo de Andersen. Tienen que ver con la mentira.
De la guerra de Iraq, por ejemplo, Aznar decía: “Créanme cuando les digo que en Iraq hay armas de
destrucción masiva”, y mentía a sabiendas de su mentira. O del desastre del Prestige afirmaba
Rajoy: “Salen un pequeños hilitos, cuatro en concreto, con aspecto de plastilina en estiramiento
vertical”, sabiendo, también, que mentía y que había comenzado el desastre. Hoy el timador es el
propio emperador -emperadores, en plural, porque son muchos- que inventa su propia historia y la
difunde como un trágala con la complicidad de sus acólitos. El PP en España y la derecha
reaccionaria en el mundo son expertos en estas prácticas. Velan la desnudez; en este caso, la
injusticia y el hambre. Y mienten como bellacos para proteger su discurso. Como en el cuento de
Andersen, la gente encubre esas mentiras y entrega su voto a los líderes de la patraña. Pero la
mayor mentira es la que esconde el pensamiento único de los neoconservadores: no hay un mundo
alternativo al que ellos proponen -eso dicen, aunque lo hay, pero acabaría con éste-, y tachan de
loco a quien lo propone. Contra esto Rafael Alberti escribió un poema, Galope, cuyo estribillo dice:
“A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar”. Paco Ibáñez le puso música.
51. León Felipe, Llamadme publicano, Sé todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos.
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos.
Y sé todos los cuentos.
52. Mateo, 16.13-20.
53. Instituto Nacional de Empleo, antigua oficina para la gestión del desempleo. Ha
cambiado de nombre. Ahora se llama SEPE, Servicio Público de Empleo, y lo gestionan las
comunidades autónomas.
54. Éxodo, 3.13-14.
55. De origen germánico, es una variante de Alfonso. Proviene de Adal, estirpe noble, y Funs,
preparado, competente, listo. O sea, hombre capacitado y pronto para el combate.
56. Calle que une Gran Vía con Sol, frecuentada por la prostitución callejera, especialmente
el tramo más próximo a Gran Vía, llamado Red de San Luis.
57. Diana y Acteón, Jan Brueghel el Viejo.
58. Rembrandt, pintor de historias, Museo del Prado, 13/10/08 a 06/01/09.
59. Gabriel Celaya, La poesía es un arma cargada de futuro.
60. “La idea que no trata de convertirse en palabra es una mala idea, y la palabra que no
trata de convertirse en acción es una mala palabra” (G.K.Chesterton).
61. Bravo Murillo, 25, esquina con Donoso Cortés. Aunque no hay acuerdo entre ellos. Mi
madre dice que estaban en La Nueva, una cervecería minúscula de Arapiles, esquina con
Magallanes. Mi padre prefería La Nueva, decía que tiraban mejor la cerveza, y mi madre se
inclinaba por Ferreras, por las tapas. ¿Tapas, mamá?, son conservas de lata. Tapas, buenas. Ella
aceptó La Nueva a cambio de elegir el nombre. Mi padre insiste en negarlo: fue en una partida a los
chinos, mujer, en Ferreras, ella se las arreglaba para acabar tomando la cerveza en Ferreras.
62. Wolfgang, o aquel que caza en grupo como los lobos, y Amadeo, o el que ama a dios, por
Johannes Chrysostomus Wolfgang Amadeus Theophilus Mozart, su compositor preferido. Y el mío.
Nunca pensó, sin embargo, en von Karajan, su director favorito, para nombrar a su hijo. Peor
hubiera sido que uno de los dos resultare aficionado a la pintura y Picasso su pintor predilecto, con
sus siete nombres, a los que cantó Rafael Alberti: Pablo, Diego, José, Francisco de Paula, Juan
Nepomuceno, Mª de los Remedios, Cipriano de la Santísima Trinidad, Ruiz Picasso.
63. Los maestros cantores de Nuremberg, ópera en tres actos escrita y compuesta por
Richard Wagner.
64. Desde 1876 y por expreso deseo de Richard Wagner, se celebra anualmente en Bayreuth
un festival operístico, dedicado a la representación de las obras del compositor.
65. Curso de Orientación Universitaria, puente entre el bachillerato y la Universidad,
instaurado por la Ley General de Educación -LGE- y desaparecido en 1990, cuando entró en vigor la
Ley Orgánica General del Sistema Educativo -LOGSE-.
66. Alphonse Daudet, Lettres de mon moulin [Cartas desde mi molino], Gallimard.
67. Manuel Rivas, Los libros arden mal, Alfaguara y Punto de lectura.
68. Juan, 11.4.
69. Parque Móvil Ministerial, una manzana de viviendas entre Cea Bermúdez y Donoso
Cortés, para los funcionarios de este departamento del Estado. Cuenta con parroquia y colegio
público propios, con el mismo nombre. El nombre de San Cristóbal se debe, supongo, a que éste es
el santo patrón de los conductores.
70. Profesar, del latín profitieri, declarar en público, es decir, comprometerse con una idea o
conjunto de ideas. Es una palabra desnaturalizada por algunos términos modernos derivados de
ella como profesión y profesional, donde igual cabe la prostitución que el timo, la contabilidad que
la presidencia del FMI o las agencias de calificación.
71. Mateo, 19.24.
72. Calle y eje del barrio, paralela a Escosura. Une Alberto Aguilera con Cea Bermúdez y el
parque de Santander, donde se ubican los depósitos del Canal de Isabel II y, últimamente, un
pseudo campo de golf ideado por Esperanza Aguirre.
73. Luis Coloma (1851-1915), fue autor, entre otros, de Pequeñeces y Jeromín, así pues,
escritor, más bien mediocre, periodista y sacerdote de la Compañía de Jesús, hostil a la revolución
de 1868 y defensor de la restauración borbónica, especialmente celebrado durante la dictadura
franquista, en cuyo período se hicieron versiones cinematográficas de sus obras. En 1894, cuando
Alfonso XIII cumplía 8 años, le solicitaron desde palacio un cuento para el niño, que había perdido
un diente. Luis Coloma ideó el cuento cuyos protagonistas eran el rey Buby I, el apodo con el que la
reina María Cristina llamaba a su hijo, y el ratón Pérez. Su aventura de la visita a la pobrísima
familia de Gilito concluye en un acto de caridad cristiana y convierte a Alfonso XIII en un rey
limosnero, pero no justo, aunque a la limosna la llamara justicia la ideología retrógrada dominante.
74. Osho, La geometría de la conciencia, enseñanzas místicas de Pitágoras, Edaf.
6
Jueves, 19 de noviembre de 2009
Una copa de vino y una espera infructuosa
Hemos hablado del año 98, 1998, de otro siglo. Cuando se habla del
tránsito del XIX al XX, por ejemplo, parece que hubieran sucedido muchas
cosas y que hubiera cambiado España y el mundo. Fíjate, hubo dos
guerras terribles. Pero es mentira. Hemos hablado ahora del tránsito del
XX al XXI y ya vemos que no había pasado nada, todo es igual, en el
mundo no ha cambiado nada ni ha cambiado en España. Había sensación
de agotamiento y seguimos igual, como no pudiendo enderezar o
reconstruir esto. Al final del XIX el mundo era un proyecto agotado, lo era
al final del XX, y es un proyecto agotado al principio del XXI. Entre el XIX y
el XXI la diferencia es la colocación de un palito; por lo demás, es lo
mismo.
Se puede tener sensación de vieja sin haber cumplido los 30 años.
Hay gente de mi edad que no ha encontrado todavía trabajo y
probablemente no lo encontrará en los próximos años. Son jubilados
antes encontrar el primer trabajo. Eso sí es envejecer rápidamente.
La crisis sólo es para el que no tiene trabajo. Para los demás no hay
crisis.
En aquella época cualquiera encontraba trabajo en la construcción.
Para trabajar en la construcción no hacía falta estudiar y la gente
abandonó los estudios. Empezamos a pensar de otra manera. Se nos
indujo a pensar de otra manera. De tener estudios a ganar dinero,
comprarse una casa, tener un coche, parecía fácil ganar dinero. Más que
pensar de otra manera, dejamos de pensar, para iniciar una carrera
alocada hacia un paraíso en el que cualquiera podía hacerse rico. De la
noche a la mañana el objetivo era hacerse rico.
¿Qué es ser rico? Tener dinero. Pues a tener dinero.
El vino. Ah, el vino. Desata la lengua. La risa juguetea entre los
dientes de Silvia. Pero no es risa, sino una suerte de contracción sardónica
invadiendo la cara.
Yo iba a terminar bachillerato y aprobaría con buena nota la
selectividad, aunque luego todo se estropeó. Pero esa es otra historia. Ya
te he dicho, me equivocaría en la elección de carrera. Y me pasé un
tiempo dando tumbos, aunque aprendí cosas que después me sirvieron y
me sirven ahora, cuando tengo que afrontar la vida, y tomar decisiones
difíciles.
En el barrio había más dinero que nunca. Habíamos entrado en la
euforia de la construcción. Todo el mundo a la construcción. Hala.
Empezaron a llegar inmigrantes en masa, mano de obra barata. Y los
españoles se vieron promocionados y con sueldos más altos. Poco, pero
más altos. Y con más lustre. Los ayudantes ascendieron a oficiales y los
oficiales a capataces. Como mi padre. A mi padre lo hicieron encargado y
llegó a ganar un 50% más, aunque también echaba más horas y tenía más
responsabilidad. Algunos se hicieron constructores. Hubo un amigo de mi
padre que se hizo rico comprando los pisos de dos en dos sobre plano –
ojo, sin comprarlos, con la entrada y unos pocos plazos- y vendiéndolos
luego cuando los acababan, por el procedimiento de rescindir el contrato
en la promotora, que ya los había vendido a su vez un 25 o un 30% más
caros. Se ganaba mucho dinero, pero era negro y había que reinvertirlo
una y otra vez. Sin embargo, mis padres, por recomendación de un primo
en el pueblo, y a Marga no le pareció mal entonces porque trabajaba en la
empresa, fueron metiendo sus ahorros en el Fórum Filatélico y ya sabes
cómo ha acabado la historia.
Mi familia fue rica durante un cierto tiempo.
Era mentira. Se trataba del mito de Eldorado. Era una operación
gigantesca para enriquecer asquerosamente a unos pocos mientras la
gente cambiaba sus migajas. Unas migajas por otras migajas. Sólo migajas,
siempre migajas. Y ahora nos arrebatan esas migajas y nos dejan
endeudados, hemos de pagar sus préstamos. A mis padres no les queda
nada: la pensión de mi padre y la casa de Vallecas. La casa del pueblo es
de los abuelos. Yo estoy aquí gracias a Marga, esto era el futuro y esto es
el futuro.
Tú has tenido suerte. Yo he tenido suerte. Hay que joderse: cinco
años de ADE para hacer de secretaria. No me limpio el culo con el título de
licenciada porque el papel es un poco áspero -perdona, perdona, soy un
poco bruta, perdona-, pero daría lo mismo. Aun así soy afortunada. Otros
colegas trabajan de dependientes, o se pasan la jornada haciendo
fotocopias, media jornada, porque está de moda la media jornada, y la
mayoría ocupan el día en dejar el currículo aquí, allá y acullá, haciendo
cursos inútiles, pasando entrevistas, en un nuevo quehacer que se llama
“búsqueda activa de empleo”. Y a esperar. Después de la reunión de ayer,
me da que lo de Mansonia huele que apesta y puede pasar cualquier cosa,
aunque espero que nada de eso afecte a nuestro trabajo. Me doy con un
canto en los dientes. Mira, mellada. ¿Lo pillas? Canto, dientes, mellada.
Mierda. Contenta.
Estoy contenta porque a mí no me llega la mierda, aunque veo cómo
la mierda arrastra al estercolero a mucha gente.
Todo esto viene de aquello. Y todo esto y aquello viene de que unos
pocos quieren forrarse y hacen lo que sea hasta que les estalla, y entonces
a nosotros nos dan por culo, y nos quedamos en la calle o en la ruina, y
nos quedamos sin nada, no somos nadie, y nos morimos de asco. Pues ya
podían haber follado con condón nuestros padres, leche.
Me callo, porque yo soy una privilegiada. Tengo un trabajo, vivo por
mi cuenta y hago lo que me da la gana. Más o menos. A los 40, ¿dijo 40?,
¿o 50?, da igual, 40 o 50, y a los 3 o 4 de la otra empresa, que va a
despedir Alejandro les tocará el desempleo y, cuando lo agoten, que lo
agotarán, después de un año o año y medio, depende de cada uno, a
comer ladrillos. Entiendo que mi padre quiera quedarse en el pueblo con
mi madre, y no quiera volver a Madrid. Madrid se ha convertido en un
sitio inhóspito. Los que se sientan en los parlamentos y el empresariado
parecen nuestros enemigos. El otro día me preguntaba mi padre qué
hacer con la casa, tal vez alquilarla, o dejarla cerrada por si vienen ellos
algún día del pueblo, regresa mi hermano de su vida itinerante, o mi
hermana de Oporto, mi hermano retorna de cuando en cuando, o yo
tengo que volver algún día. No digas eso, papá, ni siquiera como hipótesis,
si tengo que volver con vosotros es porque algo ha ido rematadamente
mal, y no quiero ni pensarlo. Le dije que hiciera lo que quisiera, que
pensara sólo en él y en mi madre, que nosotros somos mayores. La dejará
cerrada, lo sé. Cada uno de los hijos conservamos una llave, aunque nos
independizáramos hace tiempo, como es el caso de mis hermanos.
Nunca me he sentido más insegura.
¿Sabes que en aquella época estaba de moda Mario Conde(77)? ¿Y
que la gente pretendía imitarlo, incluso en su peinado y su vestimenta?
¿Sabes que, aunque luego fue a la cárcel, la gente continuó imitándolo? La
gente de mi generación y otros más jóvenes lo tenían como referencia.
Había llegado a la presidencia de Banesto con 39 años. ¡39 años! ¡Échale!
Yo debía ser presidente de Banesto o de una entidad parecida, pero la
presidenta de Banesto es una hija de Botín, qué casualidad, que sólo es un
poco mayor.
Yo era profesor en un centro de estudios financieros. Luego se llamó
escuela de negocios. Preparábamos oposiciones a Hacienda y otros
organismos con ramas económicas o financieras y dábamos máster.
MBA(78), acaso porque toda la estupidez que se imparte en este país
utiliza el inglés para venderse, así parece más importante, pero es una
mierda. Y, sobre todo, impartíamos doctrina. Muchos de los lumbreras,
como Bermúdez, por ejemplo, a Bermúdez yo podría haberle dado clase,
no fastidies, ¿sí?, sí, muchos de esos pasaron por nuestro centro. Se
peinaban como Bermúdez y vestían de un modo parecido, como vestía
Mario Conde, y hablaban de la misma manera, con ese aire de
importancia, como si no fueran a equivocarse y el mundo estuviera a sus
pies, porque ellos manejaban una ciencia poderosa e infalible, para
gobernar el mundo. Para crecer y enriquecerse. Efectivamente, se trataba
de enriquecerse. Como Mario Conde, un muchacho de clase media,
aunque listo, eso sí, muy listo. O como cualquier paleto, que, con un
terrenillo y la osadía de un director de sucursal bancaria se hacía
empresario. Nosotros analizábamos esos modelos de empresa. Sin invertir
un duro, porque se hipotecaba sobre proyecto, se obtenían márgenes del
50%, del 25% en caso de fracaso. Y, el primer gasto, un Mercedes 300. Se
llenaron las carreteras de coches de alta gama sin pagar. Te cuento un
caso, porque yo lo tuve en mis manos y participé en el asesoramiento. Un
individuo, que había ido de fracaso en fracaso, de ruina en ruina en sus
anteriores proyectos de emprendedor. Inició la construcción de un edificio
de doce viviendas, el terreno era una aportación de su padre, él no tenía
un duro. Su primera compra, tres Mercedes, porque hacían un descuento
especial comprando tres o más: uno para él, otro para su padre y el
tercero lo vendió sin estrenar, como vehículo de segunda mano, aunque el
comprador sabía que era nuevo, que no se había movido del
concesionario. Y su primera decisión fiscal, desgravar el IVA en la empresa
y cargarle todos los gastos de compraventa y luego de gasolina,
impuestos, etcétera, a la constructora. Directamente, entre todos los
españoles, vía impuestos, pagamos los Mercedes, y luego su
mantenimiento, de aquel inútil.
Los grandes proyectos, es decir, los que se referían a grandes
superficies de terreno, eran, incluso, más rentables, lo siguen siendo,
mucho más, pero requieren otros contactos, implican más intereses
económicos, ahí aparecen los ayuntamientos, la política, no, la política no,
los políticos, algunos políticos, ciertas mafias, hay que recalificar terrenos.
¿Mafias? Mafias. No a la italiana, pero mafias. Cierto tipo de delincuencia
está tan imbricada en el aparato de algún partido político, como el PP, que
se confunden. El cruce, la superposición de intereses, a la que se suman
jueces, policías, periodistas, abogados,... no falta nadie. Mira la trama
Gürtel(79), cómo llegó Aguirre a la presidencia de la Comunidad de
Madrid con el tamayazo(80). El espionaje en la Comunidad de Madrid. O
el caso Naseiro(81), aquella conjura para la financiación ilegal del PP
mediante comisiones, mucho más compleja y efectiva que lo de Filesa(82),
un inocente juego de sobremesa al lado de todo eso, que se descubrió
casualmente por una investigación sobre tráfico de drogas, lo de Naseiro,
digo.
No te acordabas. Nadie se acuerda ya de Naseiro. Dentro de poco
nadie se acordará de Gürtel. La derecha y sus cómplices sabrán enterrarlo.
La desmemoria es la coartada de los granujas. O su refugio.
Mafias; en realidad, no. La derecha no delinque ni se corrompe,
organiza su patio. No son los malos, no son corruptos, no son chorizos, es
la moral a su servicio. La política es un instrumento para repartir intereses.
La economía es la moral disfrazada de ciencia. Ellos son la gente honrada.
¿Te quieres creer que la coca empezó a llegar al barrio desde las
obras? Masivamente, quiero decir. La coca era la droga de los ricos, pero
enseguida fue la droga de todos. En el barrio apenas se conocía la coca y
empezó a llegar desde las obras. Cuando antes, en la obra, las únicas
drogas eran el tabaco, el vino, el anís y el carajillo. Muchas horas en el
tajo. Anda, que no ha provocado accidentes el alcohol. Y los sigue
produciendo.
Miro hacia la barra, pero los parroquianos están a los suyo, hace
tiempo que no les interesamos en absoluto. Parecen un daguerrotipo de
la anterior escena: siguen en el mismo sitio, con las mismas posturas, con
los mismos gestos y, probablemente, con las mismas palabras. El tiempo
es una dimensión en la que se instalan.
NOTAS AL CAPÍTULO 6:
Nunca me han gustado los espacios vacíos. Por eso había evitado el
despacho contiguo.
Un día trajeron algunos muebles. Y otros muebles, otro día. Estaba
creciendo el número de clientes. Despacio, pero de continuo. Oía el
chirrido que producen las patas sobre el solado al colocarlos y resoplaba o
me tapaba las orejas para combatir la dentera.
Ahora estaba sentado en el sofá, adivinando el horizonte tras el
hueco de la ventana, y percibía el frío del espacio desnudo. Hice
inventario: una mesa redonda para reuniones, otra mesa de trabajo, un
sillón, unas sillas, una, dos, tres, cuatro,... y el sofá. Todo estaba cubierto
todavía con fundas de plástico.
También contratarían una secretaria un par de años más tarde.
Un rato antes había sonado el timbre del telefonillo y ella había
pulsado el botón de apertura del portero automático. ¿Puedes abrirle
cuando suba y esperar en el otro despacho, mientras lo atiendo?
Discúlpame. Es el cliente de los permisos de residencia.
No era habitual pero asentí. Se refería a un cliente que había llegado
unos meses antes, no sé por medio de quién, era una pequeña empresa
auxiliar de la construcción, que había presentado a nuestro través varias
solicitudes de permiso de residencia para inmigrantes norteafricanos.
Trataba de cerrar, decía para explicarlo, intentaba completar con
extranjeros la plantilla de su empresa y una empresa de su hijo dedicada
al mantenimiento de piscinas, porque no hallaban españoles.
Argumentaba que no había manera de encontrar peones y oficiales
españoles para reformas y mantenimiento. O pretendían cobrar mucho
para las pocas habilidades que precisaba el asunto.
Le hacíamos también sus liquidaciones fiscales periódicas.
Sonó el timbre de la puerta y salí a abrir. Al otro lado había un
hombrecillo temeroso que esbozó una sonrisa sorprendida al verme. Dio
la buenas tardes, le franqueé el paso y le indiqué la entrada del despacho.
En la mano derecha llevaba una carpeta y ambas se las había pegado al
pecho. Un momento. Iba vestido de obrero acicalado, es decir, de obrero,
pero limpio, sin una mancha, y recién peinado. Lo anuncié. Ha llegado el
cliente que esperabas. De acuerdo. E hizo un gesto para que entrara.
Cerré la puerta y accedí entonces al despacho recién amueblado. Y
esperé. Subí a medias la persiana, me invadió la sensación de lo
deshabitado y me senté en el sofá que habían colocado a la izquierda de
su puerta de entrada, tras retirar parcialmente el plástico que lo protegía.
El plástico no es una piel sino una molesta frontera. Un día plomizo cuya
luz apenas vencía la penumbra que borraba los perfiles de los muebles y
las cosas. Las paredes estaban desnudas.
Los minutos de espera se hacen eternos, no es la soledad sino el
silencio, los brazos cruzados. Cualquier animal sabe no hacer nada.
Nosotros, no. Cualquier animal sabe abandonarse entre las dimensiones
del espacio y el tiempo. Nosotros, no. No es que los minutos se sucedan
más lentamente, sino que pesan. El aire se enrarece y el tiempo pesa.
Un despacho así parece una fría jaula de yeso y pintura blanca.
Pienso en Lola y, súbitamente, ¡Francisco!, su dedo admonitorio
golpea en mi memoria y me reconviene. Vale, ya, ya lo recuerdo. Había
olvidado advertirles que Lola y yo teníamos billetes del puente aéreo de
Barcelona para la mañana del viernes de la semana siguiente. Una
consulta a primera hora de la tarde. Tenía que decírselo a ella
inmediatamente si no quería sentir a Lola como un moscardón tras la
oreja. También tenía que advertirlo en el banco. No, en el banco no era
necesario. ¿No? Sí. El vuelo es la mañana del viernes, en horario de
trabajo del banco.
Resulta que soy medio estéril. Desciendo de gentes de campo, pero
no parezco dotado para la siembra. Tengo pocos espermatozoides y los
que tengo son vagos. Vamos a intentar someternos a un tratamiento de
inseminación artificial en una clínica de Barcelona. No sé cuál es la mejor
solución cuando es uno el problema. Todos han concluido que es ésta. Y
no me parece mal. El padre de Lola había hecho las gestiones.
Lo cierto es que todo el mundo había intervenido en este caso. Todos
sabían y todos tenían una solución en la mano. Su hermana Carmen tenía
dos niños. Ese era otro argumento ad doctorandum. Probamos el método
de la luna llena y el de la luna en cuarto creciente por recomendación de
su hermana. Lo de la luna en cuarto creciente, ¿no es para la gente con
alopecia? Un año ocupó Lola marcando las cuadrículas de los calendarios.
Luego, el método de la temperatura vaginal. Lola se iba a la cama con un
termómetro en la mano. Y el método de Ogino, teniendo en cuenta la
curva de los ciclos, para el que Lola desarrolló un complicadísimo
algoritmo matemático. Los del Opus aseguraban que es un método que
nos pone en manos de dios. Eso decía una monja del Opus, prima lejana
de Roberto, el marido de Carmen, la hermana de Lola. Otro año perdido
en cada uno. Dios y el termómetro también fallaron. O es que mis escasos
espermatozoides eran más vagos de lo previsto. Nunca pensé que hacer el
amor se podía convertir en un oficio tan ajeno a la pasión o a cualquier
perspectiva romántica. Al final alguien miró mi semen al microscopio y
encontró la explicación a la ausencia del embarazo. Vivimos en una
sociedad machista: la esterilidad de los hombres es la última opción que
se analiza. Tanto trabajo para una respuesta tan sencilla.
Había sido un largo debate con Lola. Ideas, prejuicios, emociones,
sentimientos. Forzamos algo que la naturaleza nos niega, Lola, me niega,
para ser exactos. Te enreda, sólo te lo complica, Francisco.
No sé qué beneficia a los hijos tenerlos. Ni lo sé ni lo supe. No hay
forma de preguntarles antes de emprender el viaje. Si tanto nos interesan,
¿por qué no traerlos adoptados de Asia o de África, por ejemplo? O de
Almería, no hace falta ir tal lejos. En Almería también habrá niños para
adoptar, digo yo. O en Madrid. ¿No hay en Madrid centros para niños
abandonados? ¿En qué se diferencia un hijo biológico de uno adoptado?
Como evidenció Salvador Dalí en una discusión con su padre, la diferencia
es una pequeña cantidad de semen. Justo donde yo tengo la avería.
¿Cómo distingue el hijo entre un padre y otro padre? El biológico y el
adoptivo. ¿No preferirá optar entre amor y maltrato? ¿Por qué no
quedarnos en lo esencial? En lo esencial de ser padres. ¿Cómo estar
seguro de que es mi hijo el niño que me entregan cuando salgo del
hospital tras el parto? Podría ser de otro, ha habido errores. Podríamos
caer en la locura de llevar al extremo la obsesión por el hijo biológico. Lo
importante es el hijo. Alejandro dice que su segunda hija no es propia, que
su mujer ya le ponía los cuernos con quien es su actual compañero antes
de separarse. Él sabe que no es suya pero no tiene interés en
comprobarlo. Él contribuye por igual por las dos hijas porque es incapaz
de encontrar una diferencia esencial entre ellas. ¿Es más hijo uno
biológico que uno adoptado? ¿El parido que el recibido? ¿Cuál es la
diferencia si el amor es el único vínculo verdadero? Alejandro no sabe
querer menos a su hija menor. ¿Por qué buscar diferencias? De un centro
de acogida, de un hospicio, alguno abandonado, del útero propio. Hay
tantos hijos abandonados, que no saben qué es el cariño... ¿Es tan
importante engendrarlos?
A ver, Lola, ¿cómo saber que seré un buen padre para nuestros hijos?
No hay escuela para los padres. Y tampoco enseña la experiencia. Mi
padre tuvo tres hijos y no fue mejor padre con el tercero que con la
segunda o el primero. Ni mi madre tampoco fue mejor madre. ¿Por qué
tanto empeño en engendrarlos? ¿Qué hay en la cultura o en los genes
impreso, en el instinto, que nos lleva a engendrar hijos sin tener en cuenta
su futuro? Habría que idear un sistema para pedirles permiso. Si tenemos
tanto amor guardado en la alacena de nuestro corazón, si esto sólo tiene
que ver con el amor, ¿por qué no recurrir a cualquier niño de los muchos
desgraciados sin futuro? Vivimos en un mundo hipócrita, en una sociedad
de cínicos. La cultura que nos obliga a engendrar es una cultura farisea y
bastarda. No le interesan los niños, que es tanto como decir que no le
interesan los seres humanos. Son mercancía en el discurso. Cualquiera
puede echar un polvo y tener un hijo. Pero te obligan a hacerte un carné
de padre idóneo para adoptarlos. Un niño engendrado puede vivir en la
miseria, pero a un padre que adopta le exigen demostrar que tiene
ingresos suficientes. Suficientes, ¿para qué, hasta dónde, cuánto? Puedes
engendrar en una chabola pero no puedes adoptar si no tienes una casa
de 90 m2. Y que no estás loco, tienes que acreditar que no estás loco, que
tienes medios y una vivienda, que tienes un perfil psicológico idóneo o
que no eres marica, en muchos casos también se dificulta la paternidad a
los homosexuales o a los ideológicamente diferentes, un comunista no
debería poder adoptar a un niño, dicen algunos. Un monstruo sí puede
engendrar un hijo. Un pederasta, un genocida, un nazi, por ejemplo.
-Nada de eso tiene que ver con nosotros.
-Todo nos concierne.
-Quiero decir que seremos buenos padres. Y si no lo somos, te mato.
Lola tiene más fe en mí que yo mismo. De ella no tengo ninguna
duda.
Tras aquel viernes fuimos otros viernes a Barcelona durante casi un
año. Y cuando ya estaban a punto de domesticar unos pocos
espermatozoides para fecundar un óvulo que le implantarían a Lola,
descubrieron que se había quedado embarazada. El azar vino a resolver
todos los dilemas. Ni dios ni la ciencia, nadie, el azar, es decir, un ente que
ni siquiera es capaz de definir correctamente el diccionario. La niña nació
en 1987 y ahora está estudiando 4º de derecho en la Complutense.
-Tengo una hija, Alonso. Veintidós años, ocho meses y no sé cuántos
días después, me doy cuenta de que tengo una hija. Dios mío. Ahora es
cuando tomo conciencia del hecho. He ejercido de padre sin darme
cuenta.
El día que fue por primera vez a clase a la facultad de Derecho le
regaló una pluma estilográfica Montblanc que guardaba desde
bachillerato. Hubo que mandarla a reparar. Se habían quedado resecos los
conductos y no usaba cartuchos, sino un depósito de goma que se cargaba
desde un tintero. La tiene desde entonces en el escritorio.
Había dicho un día: quiero hacer derecho. ¿Por qué? No me oponía,
era su carrera, su decisión, sólo quería conocer las razones que la habían
llevado a decidirse a hacer derecho. Me gusta. Eso era una razón
suficiente. Pero tenía otras. Siempre lo estudian los mismos, parece la
ocupación de una casta, tendríamos que ocupar la facultad los que
pensamos de un modo distinto. No puede estar la ley en manos del
paleolítico. Y ahí vi la influencia de su abuelo.
Una comida como aquella del otoño de 1993 tuvo lugar otro otoño
con Moraleda, tenía debilidad por el otoño, dos años después del cierre
de la gestoría. Encajando fechas, a ver, en 2001, debió ser en 2001. Un día
se presentó en la asesoría, pareció sorprenderse cuando vio a Francisco en
una mesa, durante un segundo se le vio descolocado y dubitativo, pero se
repuso, lo saludó como con descuido y se reunió con Moraleda en su
despacho. Francisco no imagina qué pudo haber hecho en esos años. O lo
imagina. No es difícil imaginar los pasos de los granujas. El boletín lo había
seguido editando, desde luego. Moraleda lo dijo en la oficina: es un señor
que edita un boletín confidencial desde hace años. Unos días más tarde
comían juntos y le llevábamos los asuntos. No sólo eso: constituyó una
sociedad nueva con el nombre del boletín confidencial, Confidencial
Express XXI SL. Había despedido a todos los trabajadores de la vieja
empresa, secretaria y redactores, había dejado deudas en Hacienda y
Seguridad Social, los trabajadores había cobrado del Fogasa(94), había
dejado pasar el tiempo. Moraleda le recomendó olvidarse del pasado y
constituir la nueva sociedad, un nuevo domicilio. Y le dimos un servicio de
secretaría mientras encontraba un nuevo despacho. Yolanda y un becario
tomaban nota de sus dictados, le escribían y maquetaban el boletín, él lo
revisaba y, finalmente, se imprimía, se encarpetaba y una empresa de
mensajería venía a recoger los ejemplares. Yolanda elaboraba también las
facturas de sus clientes institucionales y redactaba las cartas para
enviarlas. Así fue durante unos meses, mientras encontró una nueva
oficina y se instaló en ella. Recuperó a la primera secretaria y a dos
redactores. También puso en marcha la versión digital del boletín.
Francisco comentó a Yolanda los impagos a la gestoría, su pasado
turbulento, el histórico de fraudes,... Ella se lo comentó a Moraleda y
Moraleda le quitó importancia, lo achacó a un período de problemas ya
superados. No hay más que mirar la lista de los clientes del boletín para
ver que estamos ante una persona seria e importante, argumentaba
Moraleda. Empresarios, políticos y banqueros, entre otros.
Durante el período que hizo uso de nuestra oficina, Francisco solía
fijarse cuando dictaba a Yolanda los textos del boletín a partir de unas
líneas garabateadas a mano. Era la imagen de un hombre bonachón y
respetable. Iba leyendo aquellos textos e improvisaba, corregía sobre la
marcha, pero daba la impresión de tenerlo todo controlado, como si
hubiera meditado largo tiempo en ello. Si aquellos textos revelaban sus
fuentes, pensaba Francisco, eran bastante pobres sus fuentes. Tuvo acceso
a los boletines y leyó alguno: las tertulias de la radio manejan más y
mejores datos. Quizás en otra época hiciera revelaciones extraordinarias,
extraordinaria, su palabra preferida, pero no entonces, que no pasaba de
ser una reflexión personal bastante ordinaria, una opinión, cualquier
opina.
Una copia de aquel boletín se enviaba a cada uno de los clientes.
Todos los envíos eran idénticos. Sin embargo, no era idéntico el importe
de las facturas anuales. Oscilaban entre las 500.000 pesetas y los 6 o 7
millones, 3.000 o 40.000 euros de ahora, más el 4% de IVA. Entre los
clientes de los 7 millones estaban cuatro de los más importantes socios de
la patronal bancaria; a los de la patronal de las cajas de ahorro se les
emitía facturas intermedias, unos 3 millones, y de entre uno y otro tenor
eran también las facturas de algunas otras empresas del Ibex. Había
comunidades autónomas también entre los suscriptores, con facturas
duplicadas, incluso, porque se facturaba a la presidencia y a las
consejerías, puedes imaginar el partido que las gobernaba; alguna
diputación, algún ayuntamiento importante, del mismo partido, salvo una
excepción, incluso alguna agrupación sindical, ésta con toda la pinta de ser
una incauta. También había un banco andorrano. Entre los ficheros
históricos, hay copias de aquellas facturas y de las cartas que se enviaba a
los clientes con la factura. Puedes verlas cuando quieras. No hay copia de
ningún boletín, se llevaba un duplicado en un disco y se borraba del
ordenador.
Alardeaba de su amistad con los gestores y presidentes de todas esas
entidades. Los conocía a todos. O eso decía. Desde la asesoría llamó en
alguna ocasión y se dirigía a la secretaria del interfecto en tono cordial y
amistoso, como si se conocieran de antiguo. Dile a don Emilio tal y cual
cosa, decía, por ejemplo, cuando se refería al máximo responsable de la
empresa, como si lo tratara de Emilio simplemente y lo tuteara en las
distancias cortas. En eso tampoco había cambiado.
Pues también acabó desapareciendo de la última oficina, y también
dejó una deuda en la asesoría. Es posible que se haya instalado en una
nueva oficina, lo ha visto pasar Francisco alguna vez con el coche, ya no es
el antiguo Mercedes azul, ahora es una furgoneta Mercedes Vito blanca
con una matrícula vieja. Es posible que ya no necesite asesoría ni parecer
una persona respetable. Hay un momento en que uno se quita la máscara.
O se transmuta en la propia máscara. La máscara es el personaje. No hay
diferencia entre persona, máscara y personaje. Ya no hace falta.
Seguirá haciendo lo mismo, editará el mismo boletín, quizás ha
constituido una sociedad nueva o quizás ya no necesite sociedad para
seguir facturando a los mismos.
Francisco hace una pausa larga.
Era un pillo. Hoy sabe que era un pillo. Y sus clientes o lo que fueran
sabían que era un pillo. Pero sería de ingenuos pensar que se trataba de
un caso aislado. Aquí, y hace un ademán indefinido con la cabeza, como si
señalara el horizonte con la barbilla, aquí se congregan y celebran su
congreso cada día un buen puñado de pícaros y truhanes. Y en Azca o en
los corrillos de la bolsa. Sus clientes también eran pillos, aunque se
disfrazaran de gente importante. No nos tiene que confundir el traje. El
mundo de la empresa se ha convertido en un mundo de pillos. O lo fue
siempre, pero nos tenía confundidos. Lo fue siempre.
Francisco parece definitivamente un descreído.
Se hacía preguntas elementales. Me las sigo haciendo, dice. Soy
torpe. Su inteligencia sólo da para preguntas elementales. Un boletín
como ése, aun quincenal, aun bien documentado, y éste no estaba bien
documentado, era pobre y superficial, estaba mal editado, apenas unas
páginas en DIN A4 encarpetadas, ¿cuesta 40.000 euros anuales? En
moneda actual. La suscripción a un periódico diario está en torno a los
300 euros. ¿Qué pagaban, si no pagaban un periódico? ¿Qué pagaba los
bancos, las cajas de ahorro, las grandes empresas? ¿Qué pagan? ¿O están
tan mal gestionadas que pagan fortunas por un cuadernillo sin valor ni
importancia sin enterarse? No cabe en cabeza humana la hipótesis de que
pagaran sólo un boletín, cabe que pagaran otros servicios que la
inteligencia de Francisco no alcanzaba a imaginar, servicios que Juan
Martín no podía facturar como tales. ¿Qué servicios? La clave está en la
identificación de los servicios. Esos servicios se prestan todavía y los
grandes del Ibex y la banca los siguen pagando. Y algunos políticos, a
través de los gobiernos que controlan. Hoy, en noviembre de 2009. ¿Se
llama silencio el servicio? ¿Y qué callaba, pues, aquel hombrecillo
aparentemente bonachón?
La empresa editora no cumplía con sus obligaciones sociales ni
fiscales con regularidad, lo habíamos constatado, es decir, no estaba al día
ni con la Seguridad Social ni con Hacienda. ¿No lo sabían sus suscriptores?
¿Cómo podían órganos de la administración del estado, es decir,
comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos contratar con él?
¿Cómo podían hacerlo grandes empresas? Todas esas empresas y
entidades conocen perfectamente la Ley General Tributaria(95) y la
responsabilidad de terceros respectos de las deudas sociales y fiscales.
¿Por qué la administración pública incumplía la Ley de Contratos del
Estado de ese modo tan grosero? A las administraciones públicas les está
prohibido contratar con los defraudadores. Y éste era un defraudador. Las
preguntas las repite Francisco mientras regresamos a la oficina. Subimos
las escaleras en silencio. Saludamos a los compañeros con un gesto y nos
vamos a nuestras mesas. Silvia comprueba la hora y nos observa de arriba
abajo. Mira, dice Francisco. Y saca de su cajón unos recortes de prensa
que me muestra, como quien exhibe las pruebas de unos
acontecimientos históricos. Se trata de un largo artículo en El País y de la
réplica de uno de los allí nombrados. Éste es él, afirma, había sido cliente
de la gestoría y lo sería unos años después de la asesoría. La noticia se
sitúa en medio. Moraleda tuvo que conocer necesariamente los hechos.
Fueron portada de un cuadernillo del periódico. Y Francisco se los había
insinuado.
NOTAS AL CAPÍTULO 7:
Cuando salgo del metro el día ha cambiado la luz por una tonalidad
pajiza que convierte el aire en cristales de hielo sobre las mejillas.
En la cruasantería de la esquina compro una baguetina caliente.
Junto a la puerta de la calle, han dejado una planilla para anotar el
consumo de agua en los últimos meses. Tenemos que leer el contador. En
el buzón no hay cartas; hay publicidad de un gimnasio y un folleto de una
gran superficie que nos pilla a trasmano. Algunos amigos de Andrea se
parecen a estos modelos marmóreos lubricados. Ya nadie escribe cartas,
así que es normal que el buzón sólo contenga propaganda.
En el ascensor hay un ligero rastro de olor a Nenuco.
Estoy agotado. Creo que me tumbaré en la cama y descansaré un
rato, antes de comer o hacer cualquiera otra cosa. O en el sofá, me
descalzaré y me arrellanaré en el sofá con los pies en alto.
Hace semanas que no veo la televisión. Encenderé el televisor y veré
cualquier tontada con los ojos cerrados. Levanta el ánimo ver que la
mayoría de los que ahí hablan son más gilipollas que uno. Es lógico, son
vendedores y un vendedor no es nadie. Un vendedor sólo puede aspirar a
ser gilipollas. A lo más que aspira un vendedor es a ser el primero del mes.
Y lo más que consigue es que le siente bien el traje. Esto no se lo repetiré
a Andrea. Ni a Silvia, que luego se lo dirá a Marga.
Chopin. Un nocturno al piano. Como si tuviera a George Sand a su
lado. Un nocturno está bien a mediodía.
Mamihlapinatapai(106). Uno confía en que sea mamihlapinatapai lo
que siempre acaba por ser un desencuentro. “Las palabras verdaderas no
son hermosas; las palabras hermosas no son verdaderas”(107). ¿Amor no
es una palabra verdadera? ¿Por qué ha de ser tristeza una palabra
verdadera? ¿O dolor? ¿Acaso no tengo yo en mi mano el poder de
transmutar cualquier palabra en verdadera? Todo lo que sale de mi boca
antes ha pasado por mi mano.
¿Qué hago con estos dos libros? Tres. Ah, tres: dos gordos y uno
delgaducho. Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil bache, de Douglas R.
Hofstadter; El romance de Leonardo, de Dmitri Merezhkovski, e Hipatia
en Alejandría, de Maria Dzielska. Hum. No he empezado a leerlos todavía.
El de Hipatia lo he comprado esta semana, después de ver Ágora, de
Amenábar. Quería saber más de la mujer histórica, tras ver aquellas
escenas terribles y revivir la historia de los parabolanos, no muy distinta
de los sectarios creyentes actuales. ¡Terrible! Elisabetta los ojea, los hojea,
los examina, los voltea, uno, otro, el otro. Dice: no hay nada que iguale la
emoción de la primera página de un libro. Entiendo a Manuel Rivas
cuando dice que un libro que arde desprende un olor a carne
chamuscada. Los sopesa. Son tuyos. Son míos. Qué cosas lees. Andrea lee
otras cosas. Por ahí está su libro. ¿Dónde está, Andrea? En mi bolso.
Hacen una introducción del texto en la solapa y en la contraportada, pero
es puramente comercial, no hay nada comparable con la emoción de la
primera hoja de un libro, cómo empieza. Hum. Ahora está con la trilogía
sueca, la saga Millennium, le va mucho la intriga. Ponlos por ahí, en la
mesa mismo, ponlos en la mesa auxiliar, junto al sofá, le dice Andrea a
Elisabetta. Y corrijo: con los otros, Elisabetta. Cuesta pronunciar Elisabetta,
¿eh? Mucha gente me llama Elisa por eso, es más común. Andrea también
suele llamarme Elisa, ¿o no?, salvo cuando me chincha, que me llama
Elisabetta. O sea, que hoy quiere darme por saco. ¿Quiero fastidiarte? En
absoluto. Me llamas Elisabetta. Me parece que hoy tiene un conflicto con
las mujeres. ¡Elisabetta! Elisabetta, Elisabetta, Elisabetta.
La intriga está de moda. Yo no leo la trilogía porque esté de moda,
sino porque me gusta, me gusta esa literatura. ¿Por dónde vas? Tercer
tomo. Pues son gordos, ¿eh? Encuentro tiempo cuando el libro me
interesa. Pero está de moda. Lo estará si tú lo dices. Se escribe intriga o se
recurre a la intriga como excusa para escribir una novela. No se cuentan
historias pero se publican libros de intriga. Los escritores de éxito son
escritores de intriga. Será que no tienen nada que contar. En España hay
pocos novelistas, un par de mujeres, no son quienes más éxito cosechan.
La literatura de éxito es pura basura. Stieg Larsson y Dan Brown no
engañan a nadie: son vendedores de un producto que la gente quiere
comprar, aunque no sea literatura. No son Shakespeare, Cervantes ni
Quevedo, claro. Ni siquiera son Umberto Eco. Vivimos en un mundo
decadente, qué le vamos a hacer. Engañan los que, escribiendo lo mismo o
excusándose en una trama detectivesca, dicen hacer literatura. Eso no es
literatura, como la telebasura no es periodismo. Exageras como mi madre.
Le acabo de regalar un libro, para que se lo lea cuando acabe
Millenium: Historias de Francisca, detective del siglo XVI, de Encarnación
García Amo. ¿Quién es esa Encarnación? Una antigua amiga de mi madre,
profesora de filosofía, una sabia, una desconocida, escribe mejor que
todos estos escritores de éxito, y la trama es mejor que la de Larsson y
Brown.
¿Qué estás leyendo? Hoy he acabado Kafka en la orilla, de Murakami,
que, no sé cómo, se me ha mezclado con sueños y con fantasmas. No
entiendo. Es difícil de explicar. La realidad, la imaginación y la ficción del
texto han ido a ratos de la mano. El otro día un personaje iba en el metro.
El próximo está en ese montón: El secreto del calígrafo, de Rafik Schami. El
lunes lo empiezo. Dí que no, te engaña, lee más cosas al mismo tiempo.
Bueno, Manuel Rivas, esos relatos. ¿Y en la cama? Los libros de la mesita
son otra cosa. ¿En la mesita? Allí hay un par de libros de poesía: La
desaparición de la nieve, de Manuel Rivas, y Los archivos griegos, de
Blanca Andreu. Es un mentiroso, tiene más libros en la mesita de noche.
Se escribe poca poesía, la mayor parte de la gente escribe párrafos de
líneas cortas y lo llama poesía, pero ésta me gusta, es buena. No hay
poetas, pero hay muchos que dicen escribir poesía, dentro de cada
español hay un poeta. En realidad, hay mucha gente que se llama poeta
pero no escribe poesía. Para escribir poesía hay que leer poesía y la gente
no lee poesía en absoluto. Será la época, que es prosaica. Será la época,
pero no es ésta una época prosaica, sino mediocre y anodina, todo tiene
un nivel escaso, quizá porque no se piensa, compramos cosas, libros,
programas de televisión, para no pensar, todo está hecho. Hay
McDonald's y Burger King, es decir, comida basura de consumo, hay
Ferrán Adriá, es decir, humo e insignificancia con etiqueta exclusiva, y no
hay nada. Es difícil encontrar la comida que alimenta.
¿Sabéis qué estoy leyendo? No se lo he dicho a nadie porque me da
un poco de vergüenza. Los primeros días, al ir a la UNED, lo escondía en el
bolso. Me daba vergüenza; ahora, no tanto. Me lo regaló Fernando. Dijo:
te va a gustar porque se desarrolla en la Edad Media. Él piensa que ha de
gustarme cualquier cosa relacionada con la Edad Media. La verdad es que
me ha atrapado. Amor y venganza, de Julie Garwood. Eso es novela rosa.
Rosa, rosa. ¿Y qué tiene de malo? Tampoco engaña a nadie. Sólo pretende
ser lo que es. Como Corín Tellado en su día. O como Marcial Lafuente
Estefanía, con sus novelas del oeste. ¿Por qué es peor que cualquier
novelita de Pérez-Reverte? ¿Porque no escupe ni insulta en las redes
sociales? ¿Porque no está en la Real Academia Española? La Real
Academia se nutre de amiguetes y la mayor parte son bastante grises,
anodinos y carcamales. No exageres. Échale un vistazo a la lista de los
sillones. Aparte de misóginos, sexistas y homófobos, muchos no
superarían hoy el bachillerato. ¿Por qué crees que se eligen por
cooptación? Porque apenas unos pocos superarían la prueba del algodón.
Si somos hijos de una época mediocre y anodina, no podría ser menos la
academia, ella también forma parte del mundo. Ellos están en otro
mundo.
Se ha puesto de moda el molde. Hay un molde: cambias nombres,
cambias mayo por septiembre, Sevilla por el trópico y ya tenemos una
nueva novela, es decir, la misma novela de siempre. Parecen el trabajo de
un negro.
¿Te has fijado? ¿Traigo agua? Una jarra, sí. Habrá que poner copas de
agua, sólo había puesto copas de vino. Y un plato, un cubierto y una
servilleta para Elisa. ¿Te has fijado? No sé en qué debía fijarme. En los
libros. Desde que está Alonso en esta casa, los libros se comportan como
una plaga: lo ocupan todo; no son muchos, pero lo ocupan todo. Si te
molestamos, los libros o yo, nos marchamos. No, Alonso. Alonso está
suspicaz últimamente. Yo tengo un conflicto con las mujeres y él está
suspicaz. Anoche me estuvo esperando hasta las tres de la madrugada y se
quedó dormido en el sofá. Quería hablar conmigo y yo le hice la faena de
llegar a las tantas. No es eso, cariño. No me gusta la palabra cariño. ¿Ves?
Suspicaz. Es que me parecen una solemne memez esas coletillas. Vale. Lo
retiro.
Pat Metheny. Jazz.
¿Brindamos? ¿Por qué? No lo sé. Por lo que sea. ¿Brindamos? Por
nosotros. O sea, por tres personajillos insignificantes, perdidos en la
vorágine madrileña. Por nosotros. Chin-chin. Por tres gilís que se comen el
tarro mientras la vida está en la calle. La lluvia ya ha lavado la calzada de
Barceló y no queda rastro de ninguna muerte. La Real Academia de la
Lengua Española ha puesto en su frontispicio un farolillo rojo.
Te tendrías que haber casado con mi padre, y Fernando, con mi
madre. Pareja de italianos, pareja de españoles, fuera conflictos
institucionales. Yo no estaría aquí, sería otra persona, quizá fueras mi
madre y me amaras como madre. ¿Cómo sería tu amor, si fueras mi
madre? No soy tu madre, no tengo hijos, nunca he amado de esa manera.
Tu padre podría ser mi padre, Andrea. Es verdad, borra esa hipótesis.
¿Podríamos ser hermanos, entonces? Me temo que en eso no
contaríamos con la aprobación de tu madre. Mi madre piensa que no la
quiere nadie. Seguramente tiene razón, se lo ha ganado a pulso la
puñetera, no hay quien la aguante. Yo no quiero a mi madre. ¿Vosotros
creéis que no quiero a mi madre? Seré tu madre durante dos minutos:
siéntate, cállate y come, deja de mortificarte con tonterías. Sí, mamá. ¿No
me das un pescozón? Te doy un beso. Mamá, buena. Mamá, buena.
Mamihlapinatapai.
Bésame,
bésame mucho,
como si fuera ésta noche
la última vez.
Bésame,
bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después.
Quiero tenerte muy cerca,
mirarme en tus ojos,
verte junto a mí.
Piensa que tal vez mañana
yo ya estaré lejos,
muy lejos de ti.
Bésame,
bésame mucho,
como si fuera ésta noche
la última vez.
Bésame,
bésame mucho,
que tengo miedo a perderte,
perderte después.
NOTAS AL CAPÍTULO 8:
104. La cita es de Virgilio, en Georgicas. La frase completa dice: «Tempus fugit, sicut nubes,
quasi naves, velut umbra», es decir, el tiempo vuela, como las nubes, como las naves, como las
sombras. En algunos relojes aparece modificada: «Sed fugit interea fugit irreparabile tempus», es
decir, pero huye entre tanto, huye irreparable el tiempo.
105. “Sólo sé que no sé nada”. En realidad no es seguro que la frase sea de Sócrates, sino que
sus discípulos la difundieron atribuyéndosela a él, aunque no expresada de ese modo. La
transmisión histórica es la que la ha reelaborado y la que nos la ha entregado así. En Apología de
Sócrates, Platón la incluye, aunque no exactamente formulada de esa manera, sino a través de un
razonamiento más largo. Dice: "Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del
oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en
alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: "Este es más sabio que
yo y tú decías que lo era yo". Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su
nombre, era un político aquél con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente,
atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y,
especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que
él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello me gané la enemistad de él y de
muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel
hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree
saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como , en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece,
pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco
creo saberlo." (Editorial Gredos, traducción de García Gual).
106. Según Wikipedia: palabra del idioma de los indígenas yámanas de Tierra del Fuego,
listada en el Libro Guiness de los Records como la "palabra más concisa del mundo", y es
considerada como uno de los términos más difíciles para traducir. Describe "una mirada entre dos
personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero
que ninguno se anima a iniciar".
107. Lao Tsé.
108. Flor de jazmín.
109. Casa Labra, en la calle Tetuán, perpendicular a Preciados, a la espalda de la Puerta del
Sol, famosa por sus soldaditos de pavía, unos extraordinarios trozos de bacalao rebozados. En su
comedor se fundó el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, el 2 de mayo de 1879.
110. Calle de Álvarez Gato, por donde paseó muchas veces Valle Inclán y pasea Max Estrella,
personaje central de Luces de Bohemia.
9
Sábado, 21 de noviembre de 2009
Un corte de pelo, el cine y otras aventuras menores
Se diría que paso las hojas sin leer el periódico. Miro los titulares,
pero me intereso más por el tamaño de las letras que por el texto. Las
primeras líneas, acaso, y paso a otra noticia. En este último artículo añade:
la trama Gürtel logró un millón en comisiones ilegales, según la policía.
Con un millón podría vivir yo varias vidas enteras. Y Andrea. Se me ocurre
un taco muy gordo para resumir la noticia.
Suelta el taco. No, no quiero escandalizar a nadie.
¿Te he dicho que Blanca me llamó a los pocos días de empezar a vivir
juntos para pedirme explicaciones? Al parecer, la habías llamado tú para
contárselo. Me dijo: toma nota, Andrea, apúntatelo claramente en alguna
parte donde lo tengas siempre a mano, para que no lo olvides: si le haces
daño a Alonso te saco los ojos. Y colgó.
No te lo he podido contar antes. Llevamos juntos siete meses y nunca
hemos encontrado el tiempo que estamos encontrando este fin de
semana para hablar de nosotros y de todo lo que sucede entre nosotros.
Es como si lleváramos 70 años juntos, hemos convertido nuestra
convivencia en una rutina insoportable. Apenas sabemos, apenas nos
hemos indagado. Nos vimos arrastrados por una cena, por una noche
única, pero no nos hemos dado motivos. Ni siquiera este verano. ¿Tuvimos
vacaciones? Cuando tú tuviste vacaciones yo estaba en Miami. Y luego fui
a Italia con Elisa, necesitaba que la acompañara. Tuviste sólo quince días,
no entendí bien las razones. Tendrás quince días todavía en navidad, vale,
no me acordaba.
¿De qué hemos hablado? No hemos hablado de nada. ¿De libros? De
libros, una vez, porque tú todo lo inundas de libros y yo no soporto ver
nada inundado por nada, porque me obsesiona el orden y tú vas dejando
libros por todas partes. No. No me pongas como contrapeso la cocina, ya
sabes, y lo reconozco, que la cocina me horroriza, es lo primero que
advierto, porque es un reto que me supera. Por eso deberías tenerme en
cuenta el esfuerzo de ayer, con él se inició este fin de semana.
La diva.
Con detalles, no. Tendrás que hacerte tu propia composición de lugar.
Todavía me avergüenza. Me incomoda. A pesar de que entonces me movía
por ambientes promiscuos, todo el mundo lo sabe, tengo amigos de
entonces que tú has conocido, me incomoda. Alfredo pasó una temporada
diciéndome: no me lo recuerdes, no me lo recuerdes, ni se te ocurra.
Maldito putón verbenero, añadía, pero nadie nos puso una pistola en el
pecho. Nadie nos pone una pistola en el pecho para nada, pero todos
terminamos hozando en el lodo como los cerdos. Hay algo de morboso en
todo eso que hace que se baje la guardia y te dejes llevar a situaciones
que, en otro caso, no imaginarías. Ya habíamos terminado el reportaje.
Quedábamos allí recogiendo las últimas cosas: Alfredo, la entrevistadora y
yo, aparte de ella. Nos habían advertido de cierto descaro, de
provocaciones, de situaciones comprometidas, pero nunca imaginamos lo
que pasaría. Se levantó, nos pidió esperar un momento y regresó con un
par de botellas de cava. Estamos solos, he despedido al servicio, vamos a
celebrarlo. Coged unas copas del armario, dijo, ir sirviendo, y se marchó
de nuevo. Regresó al rato sobre unos zapatos de aguja, una bata
transparente y un montón de artilugios que echó sobre la mesa y dijo:
quiero probarlos todos con vosotros, y quiero probar los que lleváis
puestos, no me mires así, el tuyo el primero, y que todos los probéis
vosotros, soy vuestra puta, sois mis putas y mis putos, no os iréis de aquí
sin haberme follado y sin que yo os haya follado a todos vosotros. Vamos,
fuera ropa, fuera instrumentos. Lo que siguió sólo se puede imaginar tras
ver una película pornográfica, aunque una película pornográfica parece
más una clase de catequesis al lado de lo que sucedió aquel día.
El próximo fin de semana hay otro partido del siglo, otro Real Madrid
Barcelona. ¿Sábado o domingo? ¿Sábado? Sábado. ¿Quién ganará? Ah, yo
estaré en El Escorial. ¿Y tú? Comeré con mis padres, el lunes regresan de
Benidorm. Para ellos no hay nada más familiar que un parchís el sábado
por la tarde.
¿Serías capaz de preparar espuma de leche para un capuchino?
Bueno, lo intento, dos capuchinos. ¿Y una copa de coñac como dios
manda? En copas de balón grandes, templadas con agua caliente.
Recuerdo que la otra noche el capuchino se llamaba fantasma.
No hay un momento. No es un voladizo que te cae en la cabeza ni un
coche que te atropella. Eso tiene un día y una hora. No hay un día para la
fractura. ¿Cuándo empezaste a errar en el camino? El mismo día que
naciste y te apartaron de la tormenta. Todo el mundo quiere apartarte de
todas las tormentas. Cada vez que te refugiaste de cada una de las
siguientes tormentas. Equivocas la carrera o, si no la equivocas, equivocas
el primer trabajo y el segundo, luego el tercero. No le dices a la persona
que amas que la amas, no sabes por qué, no se lo dices, quizá porque
temes que luego nada sea como crees y todo se acabe rompiendo. Quizá
porque intuyes que el amor es la madre de todas las tormentas. Y que en
su ojo está tu destino. Y todo se rompe, claro, todo cae con estrépito,
porque te has quedado quieto. Temiste el riesgo y la pasividad te ha
arrojado al abismo. El amor nos requiere activos o no es amor.
Revolucionados.
“Ningún observador objetivo de nuestra vida occidental puede dudar
de que el amor es un fenómeno relativamente raro, y que en su lugar hay
cierto número de formas de pseudoamor, que son, en realidad, otras
tantas formas de desintegración del amor”(115).
En el fondo de su corazón, uno anhela ser una rareza.
No sé. Llevo días haciendo repaso. Me digo: he sido feliz. Y dudo: ¿o
no he sido feliz? Me reafirmo: claro, Alonso, has sido feliz. Nada te ha
costado esfuerzo. Has tenido una vida sin problemas. Pero, sin embargo,
he sido infeliz. ¿Era esto la vida? ¿La vida era esto? ¿En qué consiste vivir?
Yo vine para vivir en medio de la tormenta perpetua, pero la tormenta
quedó olvidada cuando escampó el día siguiente. Y cada vez que hubo
otra tormenta, me he refugiado de ella. Del reto de Blanca me refugié,
también, seguramente es cierto. Es posible que vida y amor sean lo
mismo, que la vida sea aceptar desafíos hasta mancharse. Y yo he amado,
sí, pero he amado poco, no he amado arrebatadoramente, quizá no fuera
amor, si el amor es vacío que te llena hasta saciarte. O, si era amor, no
supe reconocerlo. Y no me he manchado nada, ni un poco así, leche.
Decimos: la vida no tiene sentido. Y caemos en el nihilismo. O nos
precipitamos a un río existencial de desembocadura incierta. No. Decimos
mal. Deberíamos decir: esta vida no tiene sentido. Esta vida. Ésta, ésta,
ésta. La vida tiene sentido, pero lo hemos torcido. O se nos ha conducido
a torcerlo.
¿Y si bastara con aceptar el color de los ojos? La nariz, las manos, la
calle en la que vives, la estatura, la inteligencia o la estupidez, lo que ves
en el espejo. Repudiar la cirugía estética y la impostura, vestirnos para
protegernos del mal tiempo, pero no disfrazarnos. Aceptarnos, no digo
resignarnos, resignarnos nunca, no, aceptarnos, amar el barro tal como
surgió del útero de tu madre y, a partir de ahí, trabajar para modelarlo.
Sólo con nuestras manos.
¿Y si bastara con subirse al escenario a decir: ésta no es mi obra, me
niego a representarla? Eso fue lo que hizo Alonso Quijano cuando se subió
a Rocinante.
¿Y si en realidad sólo fuera un diletante de mierda? Es fácil, cuando se
tiene el estómago lleno, hacerse preguntas y poner el mundo en
entredicho. Si fuera negro, hubiera nacido en Somalia y pesara 30 kilos
menos por el hambre, seguramente me haría otras preguntas más
elementales. Yo gasto en libros más que una familia somalí en cereales.
¿Frívolo en lugar de diletante? Tú me llamaste frívolo la semana
pasada porque contemplaba el mundo, dijiste, como quien mira un
escenario desde el patio de butacas. ¿O frívolo y diletante? Sólo me falta
que me embaracen o que me digas que soy una mala persona. Queda bien
hacerse preguntas importantes. Aunque te importen un bledo porque no
haces nada por encontrar las respuestas. Eso la realiza muy bien un
retórico. ¿Por eso huí de Blanca? ¿O huyó Blanca de mí? ¿Soy también un
retórico? Gabriela me decía, Gabriela es una antigua amiga, que la gente
huye de mí despavorida.
No sois justos. No tenéis derecho a tratarme con tanta dureza.
Aquella noche, durante la primera cena, dabas la sensación de
intentar escapar de un incendio. Se te veía inquieto, nervioso,
removiéndote sin parar en el asiento. No me extrañó, o no me extrañó del
todo, todos huimos de algo, es lo que llevo haciendo yo muchos años,
aunque por razones distintas. Por eso resultabas cómico. Hablaste poco,
no sé si te acuerdas. Y lo hacías atropelladamente. Por vanidad, pensé que
era yo quien te alteraba. Y me resultaba divertido, pero no era cierto. No
te entendí bien, sigo sin entenderte, no sé qué quieres, no sé qué te
preocupa, y tengo, sin embargo, la impresión de entenderte. Hablas de un
extravío del que todos participamos, aunque cada uno hayamos errado a
nuestra manera.
Me gustaste, me gustas, tengo el mismo gusto tonto de Blanca. No sé
si cometeré los mismos errores que Blanca. No sé si huirás o acabaremos
huyendo el uno del otro. Te mereces que te quieran, aunque opones una
dura resistencia. Te quiero, déjame que te diga que te quiero. Te quiero a
mi manera, aunque no entiendas bien qué significa querer para mí, por
esa defensa que hago de la libertad en la pareja, de la distinción que hago
entre amor y sexo, y porque defiendo que cada quien folle tanto, cuanto y
con quien quiera, sin que eso afecte a la relación de pareja. Por cierto,
hemos de volver a hablar del tema.
Hay gente que te quiere, yo te quiero. Por eso he aceptado tu punto
de vista en ese tema del sexo, aunque no lo comparta, porque sé que te
duele. Te duele porque no lo entiendes. Porque es un prejuicio que tienes
ahí incrustado. Quizá sólo duele lo que no se entiende. Si aceptaras que
hay gente que te quiere, si hubieras aceptado que Blanca te quiso, que
siempre te quiso, serías menos estúpido y te harías, entonces, menos
preguntas.
No acabas de salir de casa de tus padres, es decir, no acabas de salir
de ti mismo.
NOTAS AL CAPÍTULO 9:
111. Ya hay tal argumento. Quizá por eso hace el comentario en ese contexto, porque no
necesitaba emplear su tiempo para encontrarlo. Por ejemplo: dios es todopoderoso, es decir, dios
puede hacer cualquier cosa, crear cualquier cosa, mover una montaña, por ejemplo, o crearla de la
nada, incluso la mayor montaña que pueda imaginarse. Si es todopoderoso, podría crear la
montaña que nadie, ni siquiera él, pudiera mover. Pero, si no puede moverla, ya no es
todopoderoso, y, si no puede crearla, tampoco es todopoderoso. Luego, dios no existe.
112. Tomado del sitio www.llongueras.com, versión en español, a principios de 2010. Es
literal, no nos hemos atrevido a “traducirlo”. Luis Llongueras es un famoso peluquero español.
113. El Principito, Antoine de Saint-Exupéry.
114. Hubo un tiempo en que los periódicos, El País desde luego, tenían páginas infantiles.
Luego se olvidaron de ellas y ahora sólo hacen aburridos periódicos para adultos.
115. El arte de amar, Erich Fromm. Paidós.
116. Lucas, 2, 41-50.
117. El arte de amar, Erich Fromm, Paidós.
118. En argot, MBA, es decir, Master in Business Administration, Maestría en Administración
de Empresas (o negocios), o Married But Available, casado pero disponible. Esta última acepción
podría ser un sarcasmo.
119. La hija de Robert Poste, Stella Gibbons, Impedimenta.
10
Haciendo memoria
Francisco Campillo, II
Con la mudanza bien pudo haberse escrito una epopeya. Por la lluvia
de aquella semana. La vida de las personas está llena de epopeyas no
escritas y periodos anodinos, que se entrecruzan y alternan. Y de periodos
trágicos.
¿Trágicos? Trágicos. Mágicos, pensé que decías, pero dijiste trágicos.
Me traicionan las palabras. O los circuitos del cerebro por donde circulan
las palabras. Será porque estos días tengo la cabeza en otra parte. Me
hubiera gustado mágicos. Trágicos también diría una amiga, quien
últimamente me viene a la memoria con frecuencia, que concibe la vida
como maldición o condena. Para ella vida y calvario tienen el mismo
significado. Es posible que vida y magia vayan de la mano. Sí. Por más que
no falte la tragedia.
El cigarrillo entre los dedos de Francisco parece ser una aliado que va
proponiendo las palabras.
Fue en la primavera de 1969. Un día de primeros de abril, en la
semana siguiente a Semana Santa, aunque su madre no lo tomó como
augurio del destino. A pesar de ser profundamente supersticiosa y haber
llovido a mares aquellos días de fiestas. No cayó en la cuenta de que la
coincidencia de lluvia y mudanza podía ser una señal. Lo recordaría luego
en Madrid, cuando lo hablara con Francisca, su cuñada, casada con su
hermano Andrés. Cargaron una casa y recibieron los restos de un
naufragio. El viernes, por ejemplo, cuando fueron a ver los pasos de la
procesión que recorre la calle Toledo cada año. No llegaron a salir los
pasos, no vieron nada y regresaron empapados. La de la mudanza y el
viaje, sin embargo, no fue ni lunes ni sábado, pero no recuerda qué día
exactamente de la semana, fue una jornada de sol espléndido. Media
tarde.
Hasta entonces, habían ocupado una vivienda baja con dos alcobas y
una estancia amplia con hogar y chimenea, que hacía las funciones de
comedor y cocina, en un edificio vecinal, construido en torno a un corral
comunitario empedrado, donde había, además, un pozo con brocal
blanco, un basurero y el retrete. El retrete era un reducto con una tabla
sobre un poyo asomado al basurero, con un orificio circular en medio
donde asentar las posaderas, y cuya intimidad se guardaba con una
endeble puerta de tablas que apenas llegaba al suelo. En medio, también,
y al fondo, las cuadras ya en desuso, hacía tiempo que no había mulas,
aunque nunca hubieran derruido los pesebres ni arrancado las argollas,
divididas toscamente en espacios que servían de gallineros y leñeras a los
vecinos.
Tras una comida rápida y frugal, recuerda un ajo majuelero, o sea,
unas simples patatas guisadas con cebolla, ajo y pimentón, habían sacado
todos los muebles y los habían agrupado en el centro del corral de
vecindad. Un armario de tres cuerpos de haya oscurecida, con las
esquinas torneadas, y otro de dos cuerpos; los esqueletos desarmados de
una cama de matrimonio y dos camas turcas, una de un cuerpo y otra de
cuerpo y medio; tres somieres; un colchón de lana y dos de borra; cuatro
mesitas de noche (en realidad, dos y dos); un aparador con espejo; una
cómoda; una mesa camilla con brasero; un canapé y seis sillas de enea
torneadas a juego; tres sillas bajas también de enea; dos banquetas; un
arcón y cinco grandes cajones de madera, que les proporcionó el
estanquero, llenos de loza, cacharros, utensilios varios y ropa. Unos
muebles humildes, pero sólidos. Apoyada en el arcón, la foto enmarcada
de la familia, es decir, abuelos y padres sobre fondo sepia. Un poco
separadas, dos maletas grandes de loneta, una de ellas muy grande, bien
atadas con sendas correas. Y, además, junto al quicio de la puerta abierta
de la casa, porque su madre no sabía qué hacer con eso de momento: una
radio de bujías con armazón de baquelita, con su antena al lado, es decir,
un largo alambre en espiral, la artesa y la tabla de lavar, dos dornillos, el
botijo, un caldero de cobre, dos planchas de hierro, de las de planchar
ropa, una sartén de hierro con patas, un candil de aceite y los utensilios de
la chimenea: unos llares, dos morillos, un fuelle, la badila, las tenazas y las
trébedes. Aún más: una azada, un azadón, unas tijeras de podar, un
escardillo, una hoz y un rastrillo.
Es tan precisa la imagen de los utensilios en la memoria de Francisco
que podría tocarlos, sentir sus bordes y las esquinas, los mangos, las
asas,... Incluso, el olor, porque las cosas de hierro o de madera también
huelen.
Sólo habían dejado en un rincón de la alcoba pequeña, no sabe si
olvidado o abandonado, el saco de yute relleno de hojas de panocha y
paja en el que dormía su hermano en el suelo, porque, a pesar de su edad,
6 años, todavía se lo hacía todo encima durante el sueño. Al cagón, como
al tonto, se le apartaba. No había psicólogos entonces, o sólo se conocía la
psicología primaria de la marginación, la zapatilla y la correa. Por lo visto
nada de eso funcionaba con el pequeño: ni el miedo ni el menosprecio.
Había pensado: alguna vez, cuando pasen los años, se le caerá al padre la
baba, la madre usará bastón, y quizá otras cosas, quizá fueran también
cagones, quizá no les rija el cerebro, y su hermano, si recuerda el jergón,
tal vez quiera cobrar su venganza y los mande a dormir a las baldosas.
Después se atalajaron como si fuera domingo.
La escena que componían en el corral en torno a sus posesiones no la
entendió entonces en absoluto. Al cabo del tiempo, mucho después
incluso, tampoco. Quizá porque nunca había presenciado un aquelarre.
Miraba como un bobo, aferrado a su cartapacio, con sus libros y
cuadernos allí guardados. Y los demás miraban. Congregados y atónitos.
La entiende ahora, o cree entenderla, cuando han pasado 40 años y en su
memoria es aquel cuadro una vieja fotografía pajiza o sepia. Aunque fuera
una mudanza, era en realidad una representación del fin del mundo.
Su padre, su madre, su hermana y su hermano, que entonces tenían
10 y 6 años, de punta en blanco, como si fueran de boda. Su abuela
paterna –los demás abuelos ya habían muerto-, sus tíos, todos sus tíos, de
sangre o políticos, sus primos, excepto los tíos y primos de Madrid porque
estaban en Madrid, claro. Dispuestos alrededor del universo global de sus
pertenencias. Embobados como él. Como en una ceremonia ante el dios
pequeño o grande de las cosas ordinarias. El gato y la perra,
desparramados, mirando sólo desde la sombra que avanza. Los animales
también se aburren. Y los vecinos, asomados a las puertas de sus
respectivas viviendas. Quizá pensando. O viéndose representados.
Imaginando. El viaje de cada uno más tarde. La imaginación escarba en el
temor y en la esperanza.
En diez minutos, puede oírse el flop-flop de un tubo de escape
aproximándose, una frenada, el ralentí de un motor en marcha y el pitido
prolongado de un claxon. Una doble aldabada y a continuación, ¡plas-
plaf!, una mano poderosa sobre el maderamen de la puerta. Corre la niña
hacia la entrada, levanta el picaporte, abre el postigo y deja escapar a
gritos su nerviosismo:
-Mama, mama, papa(120), es Martín, el de la Chata, con su tractor.
Efectivamente, es Martín, el de la Chata, que traspone la entrada con
la boina en la mano y se anuncia, restregándose la frente, aun sin sudor,
con la manga izquierda de la camisa. Lleva la blusa gris desabrochada y
suelta. Ya estoy aquí, repite a voces, porque el de la Chata da siempre
muestras de su voz rotunda y potente, está ahí con el tractor y el
remolque, y se detiene ante el gentío del patio y se queda, vencido por el
asombro, por primera vez en su vida, mudo.
Quince segundos eternos. En quince más, se organiza todo.
Tras abrir de par en par el portalón, maniobra Martín con el tractor,
da marcha atrás y mete el remolque en el corral con un ejercicio preciso, a
una sola mano, la derecha, que controla desde la atalaya del tractor. Abre
la trasera y un lateral del remolque, y comienzan a cargar, primero los
somieres y armarios, empujando a su padre, quita de en medio, Pascual,
que te vas a ensuciar, empujando a su madre, quita, Florencia, que
estorbas, a él, a su hermana, a su hermano, fuera, muchachos, Francisco,
Ana, tú, ¿cómo te llamas?, Julián, ¿cómo?, Julián, qué nombre más feo,
coño, fuera, niños, Francisco, Ana, Julián, a los niños de los vecinos,
quitaros todos de en medio, joder, quitaros, ¡niños! Todos los hombres de
la familia y del vecindario se turnan para cargar y ayudar a Martín a
colocar muebles y cajones sobre la plataforma del remolque, mientras
brujulean las mujeres y se aseguran de que las puertas van bien cerradas,
bien sujetos el arcón y las cajas y, en su interior, todo va perfectamente
afianzado y no se mueve nada. Los niños miran. Martín dirige las
operaciones de marras. Las mantas, pon mantas, Martín, que no se rayen
los muebles. De acuerdo, mantas.
¡Un momento!, y todos se paran: el botijo, el caldero, la sartén con
patas y los aperos, para Ramón, el hermano de Pascual, Ramón es pastor,
¿para qué quiere un pastor los aperos?, para Ramón, insiste Pascual y
asiente Florencia, Ramón sonríe satisfecho, zascandilea y los recoge, no,
espera, nos llevamos el botijo, corrige Florencia y asiente ahora Pascual,
en Madrid vendrá bien el agua fresca. Cargan el botijo y vuelve la
turbamulta a su labor. Termina de recoger Ramón los aperos y Juliana, su
mujer, la sartén y el caldero, y lo llevan todo a su casa, una vivienda
paredaña con la de su hermano, similar aunque menor. Juliana se limpia
las manos, frotándolas en el mandil por ambos lados.
Los utensilios de la chimenea, las planchas y el candil se dejan dentro
de la casa, les servirán a los nuevos propietarios, añade Pascual. Vaya,
menos mal, gracias, Pascual, dice Martín, mientras le gotea el sudor de la
frente y se seca con la manga, lo agradecerán mis hijos, porque es Martín
quien les ha comprado la casa para su hija, que se casará en verano. Tras
un duro tira y afloja, es un decir, por 72.500 pesetas y el viaje de la
mudanza hasta Madrid con el remolque y el tractor, un Ebro rojo que
utiliza en la labranza: 47.500 ya cobradas; las 25.000 restantes, en Madrid,
tras la descarga.
Lo del dinero.
El martes de Semana Santa a primera hora había ido con su madre al
banco, una sucursal del Banco Hispano Americano que había en la calle
empedrada, cerca de la plaza de las flores. Querían ingresar 45.000
pesetas, de las 47.500 que les había dado Martín a cuenta de la casa a
última hora del lunes. Se reservaban las 2.500 restantes, junto con lo que
guardaba su madre en la caja de los peines, por si las necesitaban o para
imprevistos. Quiero hacer un ingreso, dijo su madre al empleado gris
cuando el empleado gris se decidió a atenderlos. ¿En qué cuenta o en qué
cartilla? No tenemos cartilla, también quiero abrir una cartilla. Su marido.
Este no es mi marido, este es mi hijo. Ya sé que no es su marido, no creo
que tenga usted un marido tan joven. Tiene que firmar su marido. Usted
no puede abrir una cuenta sin la autorización de su marido. Este dinero es
de los dos, la cartilla va a nombre de los dos. Sin la autorización de su
marido, no puedo abrirle una cuenta. Traigo el dinero, mi cédula y la
cédula de mi marido, porque mi madre todavía decía cédula, no decía
DNI, documento nacional de identidad. Señora, tiene que venir su marido.
Mi madre guardó las cédulas y los billetes en la faltriquera. Y lo hizo con
parsimonia. Ya en la plaza, al pasar por la iglesia para girar por Nuestro
Padre Jesús del Perdón, echaba pestes del banco. Nunca, en el resto de su
vida, quiso saber nada de ese banco. Años después, el banco
desaparecería, aunque no para purgar sus culpas, sino engullido por otro
mayor que también sería engullido por otro mayor, que también
denigraría a las mujeres en su tiempo. Regresamos a casa con el dinero y
con todo el dinero hicieron a Madrid el viaje. Ya abrirían una libreta
cuando llegaran a Madrid, si la abrían. Es curioso, aquélla fue la última vez
que vio a su madre con faltriquera.
No entendía Martín lo del candil: es un poco feo como adorno. Y
viejo, coño. Hubiera querido decir roñoso y cubierto de tizne pringosa,
pero dijo viejo. Porque no es adorno, Martín, no es adorno, sino caución,
precaución por los apagones, aunque no ha habido cortes de luz
importantes en los últimos años. Y por ahorro.
Joder, con la precaución y el ahorro.
Eh, no dejar olvidada la radio, se la llevan. La artesa, la tabla de lavar
y los dornillos, también. Vienen bien en cualquier parte; en Madrid,
también.
¿Y las maletas? ¿Qué hacen con las maletas? Al remolque, qué van a
hacer con las maletas, ya están vestidos hasta mañana. ¿O no se nota? De
boda o de entierro, ¡zape!, porque podrían ir de entierro por lo oscuro de
los trajes. Harán el viaje con lo puesto y el pequeño bolso acharolado de la
madre. Habiendo tractor y remolque no van a ir cargados.
Y la foto enmarcada, cuidado con la foto, no se rompa el cristal.
¿Los billetes? En la estación comprarán los billetes.
Las gallinas, recuerda un vecino, ah, las gallinas, ¿qué pasa con las
gallinas? Días atrás, los tíos Ramón y Juliana, ya se habían hecho cargo de
los animales, del gallo, de las gallinas, del perro y del gato. Y del costal de
cereales, que es el pienso de las aves, con el salvado, los mendrugos y los
restos de alimentos. Les darán huevos cuando vengan al pueblo de visita o
vayan ellos a Madrid, en compensación por el regalo del gallo y las
gallinas. Tres o cuatro docenas cada vez. A la perra y el gato los cuidarán,
si no les dan mucho trabajo.
¿Y el cochino? Se interesa Martín por el cochino, pero hace años que
no crían un cerdo y no hacen matanza, por tanto. Pues un cerdo hace
mucho apaño, eh.
Se asegura el tractorista de que la trasera y los laterales del remolque
quedan bien sujetos y de que los muebles no se mueven. Todo está bien
amarrado y seguro. ¡Va! Echan sobre el conjunto una lona azul inmaculada
y desaparece la carga. Atan la cobertura firmemente a la estructura del
remolque. En este momento la vida entera se convierte en patrimonio de
la memoria. Desaparece el pasado o se ancla y un propósito inaprensible y
nuevo empuja su barca y navega, impulsado por un viento que podría
llamarse esperanza. Mañana, por primera vez, será efectivamente otro
día. Diferente. Confían en no extraviarse en la vida nueva, que pueda
llamarse vida; al fin y al cabo, de Madrid se dice que sólo es un poblacho
castellano. El pecho está encogido y los pulmones se hacen pequeños.
Mañana saldrá Martín a las cuatro y media. 175 km, calcula 9 o 10
horas de viaje, o sea, a primera hora de la tarde en Madrid. A las 4 de la
tarde, fijo, con toda seguridad están descargando.
Dentro de un rato, todo, la escena y el escenario, se disolverá como
por ensalmo. Su padre, su madre y sus hermanos irán a la estación,
subirán al tren y marcharán a Madrid. El tren lo tira una máquina eléctrica
verde de la Alianza para el Progreso(121). ¿Otra señal del destino? Bueno.
El destino no es sino el camino que hace al andar el caminante.
Dormirán en casa de los tíos Andrés y Francisca y, al día siguiente,
muy temprano, irán a la casa de la portería, a limpiarla y prepararla para
convertirla en su nueva vivienda. ¡Irán en metro! Hay tanta distancia en
Madrid que han de tomar el autobús o el metro. El metro es un tren
subterráneo y el autobús, como un coche de línea, como la pava(122). Él
se queda con su abuela. Terminará el bachillerato elemental y aprobará la
reválida. Sólo entonces subirá también a un tren, como el que toman hoy
sus padres y hermanos, llegará a Madrid y mirará la gran ciudad
asombrado. Para sus hermanos buscarán ya escuela en el nuevo barrio.
La ciudad más grande que él había conocido hasta entonces, la capital
de la provincia, Ciudad Real, cuando había ido a examinarse por libre cada
año de sus cursos de bachillerato, no era mucho mayor que Manzanares y
le había parecido, efectivamente, un feo y sombrío poblacho castellano.
Hasta ahí llegaba su conocimiento de ciudades y capitales. Narices, es que
Ciudad Real era una ciudad anodina y vulgar, disfrazada de moderna. Ah,
los disfraces. Esa forma desdeñosa de mirarnos sin reconocernos ni
aceptarnos. No hay mayor paleto que quien se da la importancia que no
tiene o se lustra para disimularse. Un paleto no es necesariamente un
provinciano. Ahora con el AVE parece otra cosa. Lo parece. Entonces tenía
instituto de enseñanza media, eso sí, de lo que carecía Manzanares, que
sólo disponía de un instituto laboral, ubicado en un vetusto y
cochambroso edificio. La mayoría de las muchachas estudiaban en las
monjas concepcionistas y los muchachos, todos, en academias,
principalmente en la Academia Lope de Vega, sita entonces en la calle
Manifiesto -por el Manifiesto de Manzanares, de 1854, que se redactó y
firmó en un edificio de esa calle-, esquina con la de Las Monjas, y antes,
en la explanada de la estación de ferrocarril. Algunas muchachas, pocas,
también iban a esta academia: dos en 5º, dos en 6º, una en 4º, ninguna en
1º, 2º o 3º. Vaíllo, por ejemplo, iba al instituto laboral, pero Vaíllo era hábil
con las manos.
Fue con su abuela a despedir a sus padres y hermanos. Que no
tengamos que oír hablar de ti, que no tenga que decirme nada tu abuela,
su madre con su dedo frente a su nariz, mientras pronuncia las palabras
con los dientes, para que nadie oiga ni entienda, y él mantiene la mirada
baja y aprieta el cartapacio contra el pecho. Que no me entere yo, dice su
padre, y eso sí es una advertencia, sabe que su padre nunca pronuncia en
vano una amenaza.
De la partida de sus padres y hermanos conserva imágenes y sonidos:
el tañido de la campana, la gorra azul y roja laureada del jefe de estación,
la bandera recogida en su mano y el silbato. Era la primera vez que
observaba ese ritual completo. En julio, cuando sea él el pasajero, prestará
atención a cada uno de los hitos y se estremecerá con el pitido último de
la locomotora. Fiouuuuuummmmmmm, dios mío.
De regreso siguen la línea de las vías y, cuando llegan a la altura del
primer paso a nivel y avanzan unos metros, su abuela recuerda que allí
cayó y explotó una bomba arrojada por un avión durante la guerra civil, un
solo avión y una sola bomba. Su abuela siempre repite la historia del
incidente cuando pasan por ese punto, él imagina el aparato en el cielo
como un ave de mal agüero, imagina el artefacto cayendo hacia el suelo
con un silbido prolongado e imagina los raíles retorcidos, el ave maldita
cagando su gran mierda asesina. Hay imágenes que deberían servir de
paradigma.
Sobrepasan el segundo paso a nivel y llegan a la vivienda, una casa
baja individual hecha de adobe y barro.
¿Qué te han dicho?, pregunta la abuela. Aguarda un instante, aunque
no espera respuesta. Te han amenazado, y asiento con un movimiento de
cabeza. Reflexiona: no se hace uno grande haciendo a los otros pequeños.
Con la emoción y las prisas, apenas habían comido. Así que cenamos
cuando aún no había terminado de desvanecerse la tarde.
La red de metro del Madrid de entonces no tenía mucho que ver con
la de ahora. Aunque, si superpones mapas de las dos épocas, coincidirán
sustancialmente, a excepción de las ampliaciones, claro. La línea 5, por
ejemplo, de inauguración reciente, con una estación cerca de casa de mi
primo, requería un billete combinado o dos billetes. Y lo mismo sucedía
con la línea llamada suburbano, que iba de Plaza de España a Carabanchel,
pasando por la Casa de Campo. Esta línea era la que yo debía de coger
para ir al Parque de Atracciones un domingo de mayo de 1972. Y bajarme
en Batán. Así me lo había explicado Lola. Ella me esperaría a la salida. ¿A
la salida? A ver: hay dos entradas al parque, la del metro y la del
aparcamiento. Ella me esperaba en el metro y me acompañaría a la otra
entrada, donde aguardaban su hermana, Roberto y Marisol, que habrían
venido en coche desde Alcalá.
Sobró la explicación porque fui con Andrés. Él venía desde Marqués
de Vadillo y yo montaba en Plaza de España, donde nos encontrábamos. Si
no media Andrés, habría ido hasta Batán andando.
En tres años que llevaba viviendo en Madrid, era la tercera vez que
subía en metro. La primera, cuando llegué a Madrid; la segunda, cuando
fui con mi madre y mi tía a comprar el primer traje a Galerías Preciados. La
tercera, ésta, con mi primo, y así me evitaba desasosiegos. El metro le
producía una angustia que no sentía en el tren cuando iba a Alcalá de
Henares. No porque fuera subterráneo, sino porque, llegado al andén
siguiendo las indicaciones de los carteles, no estaba seguro de saber en
qué sentido iría el vehículo de su destino. Y no se atrevía a preguntarlo.
-Estás tonto, Paquito. Mira que eres de pueblo.
Se rió de mí, aunque no entendía la risa de mi primo. Claro, lo supe
luego, todos los vehículos circulaban por cada andén en un solo sentido,
de derecha a izquierda, al contrario que los trenes, que iban de izquierda a
derecha. Tres años tardé en descubrirlo.
Soy torpe.
En los quioscos del Parque, compramos una tira de billetes y
pagábamos con uno o dos por atracción y usuario. Aquello era como la
feria de julio de Manzanares, aunque sin río, sin isla verde, sin quiosco de
música, allí el orden parecía obedecer a un plan perfectamente estudiado.
Me gustó la noria; sobre todo, cuando permanecía parada, nosotros
arriba, Madrid como una miniatura al alcance de la mano. Qué bello es
Madrid desde la altura. Parece un juguete habitable. Como las casas de
muñecas que se exponían en un escaparate de Gran Vía. Entre el
horizonte y ella, aquella altura produjo en mí un efecto convulso: dios mío,
cómo brillaba su piel cuando la barquilla la ponía frente al sol, la vestal del
fuego que ilumina el mundo. Habría deseado quedarme allí eternamente.
Me gustó también el recorrido en balsa por una falsa selva de
animales falsos. Por el olor a humedad. Cerraba los ojos e inspiraba. El
olor a humedad como fluido de ríos y fuentes, no la estancada ni la de los
sitios cerrados, siempre me ha fascinado, seguramente porque hubo un
río manejable en mi niñez en cuyos remansos sonreía la libertad. Pero
cuando conseguí descender de una atracción que subía y bajaba
violentamente al tiempo que giraba, quise buscar el estómago en los
bolsillos sin encontrarlo, y me dejaron sentado en el césped al cuidado de
las pertenencias.
Estás blanco, me decía Lola, cada vez que venía a consolarme. Y me
daba un cachete en las mejillas a ver si recuperaba el color. ¿No estarás
enfermo? Pero sólo tenía descolocado por dentro el organismo y yo
trataba de reubicarlo. Un beso también me daba. Pequeño, eh, pequeño,
que se gastan. No era verdad. Lo sé bien. Cuando se ama, nunca se agota
el rincón de donde brotan los besos o los abrazos.
Me entretuve leyendo un ejemplar atrasado de la colección RTVE:
Narraciones extraordinarias, de Poe. Lo recuerdo por un relato que
sucedía en Madrid, una historia opresiva, una cuchilla oscilante que se
aproximaba poco a poco al cuerpo del personaje yacente. Se me ha
olvidado el título.
La siguiente visita al Parque fue en agosto, con mis padres en
Manzanares. También fuimos con Andrés y Marisol. Dentro nos
encontramos con Roberto y Carmen, que iban con los bocadillos de tortilla
preparados. Te lo comerás, ¿no?, hoy te lo comerás, porque aquel
domingo no pude tomar ni un trozo de aquéllos iguales que había hecho
Lola al dividir la tortilla española, las puñeteras náuseas habían durado el
día entero. Oh, qué delicado mi infante. No, que el centro de gravedad se
había colocado en la glotis.
Hubiéramos ido solos, el plan era ir solos, pero no vio clara su padre
aquella aventura de dos muchachos de 16 y 17 años que regresan de
madrugada. No era desconfianza, sino aprensión.
Asistimos a un recital de Joan Manuel Serrat. Lo recuerdo: 10 pesetas.
Estuvimos como piojo en costura en aquel recinto de cemento, que tenía
una charca entre el escenario y el público, pero salimos contentos. Yo salí
contento. Aunque apenas abriéramos la boca en las estrechuras de aquel
Seat 127 de Roberto .
Fuimos a dormir a la portería. Entramos deslizándonos como ladrones
para evitar ser descubiertos por alguien. Y nos distribuimos los lechos:
Roberto, a la habitación de mi hermana; Carmen, Marisol y Lola, al
dormitorio de mis padres, donde extendimos la cama mueble al pie de la
de matrimonio; Andrés y yo, a la que compartía con mi hermano. Todavía
me sorprende el escrupuloso decoro con el que actuamos, del que
supongo a Roberto responsable por ser el mayor de todos. Hicimos cola
en la ducha y, como salíamos, nos íbamos acostando.
Me despertó una voz queda y la mano más delicada del mundo. La
atraje y me gustó aquel beso que olía como huele el jabón bajo el agua de
la ducha. Era la primera vez que la tenía ante mí al despertarme sin tener
que imaginarla. No sabía que fuera lasciva la primera hora de la mañana ni
sabía que ella guardara rincones para la forma exacta de mis manos. ¿Qué
hora es?, dijo Andrés. La magia se desvanece cuando no se reconoce su
presencia.
Me duché. Mientras ella calentaba la leche, saqué los ahorros
escondidos bajo el cajón de la mesilla de noche y se los di: 10.800 pesetas.
Me miró como si me hubiera arrebatado la locura: era mucho más que
muchos salarios mensuales. Y le di también, para que asimismo las
guardara, mis pequeñas colecciones de RTVE y Libra, disimuladas por
diferentes rincones, cuanto de personal había acumulado en los últimos
años. Y le fui dando luego todos los meses el resultado de mis sisas.
Llevaba la cuenta con la pulcritud de una administradora de fortunas.
120. Mama o papa, palabras llanas, propias de la gente corriente, no agudas, como mamá o
papá, que se consideraban más propias de señoritos y gentes refinadas.
121. Programa de ayuda económica y social de EEUUA para América Latina, entre 1961 y
1970, que también llegó a España. Fue una propuesta de J.F. Kennedy en su discurso el
130/03/1961, en una recepción en la Casa Blanca a los embajadores latinoamericanos. En la familia
de Francisco Campillo, lo reconocieron por el logotipo de las nuevas locomotoras eléctricas de
Renfe, por un colchón de borra que les hicieron llegar desde el ayuntamiento y por los trozos de
queso de bola o los vasos de leche en polvo que tomaban en la escuela unitaria para merendar o
en el recreo de media mañana.
122. Se llamaba pava al autobús que unía el pueblo con Madrid, porque llevaba dibujado en
la parte trasera a este animal, como símbolo de marca de la empresa.
123. Woodstock (Woodstock, 3 Days of Peace & Music) es el festival de rock más famoso de
la historia. Se celebró en la granja Bethel, de Nueva York, los días 15, 16 y 17 de agosto.
Participaron 500.000 personas, cuando la organización esperaba 60.000, y se estima que 250.000
no pudieron llegar. La entrada costaba 6 $ por día. Hubo tres fallecimientos: uno por sobredosis de
heroína, otro por una perforación del apéndice y otra por un accidente con un tractor. Woodstock
fue el símbolo de una generación de estadounidenses, hastiada por las guerras, la de Vietnam en
ese momento, que pregonaba la paz y el amor como forma de vida y mostraba su rechazo al
sistema. Se podía decir que sus participantes pertenecían al movimiento hippie. Participaron los
más importantes grupos y cantantes del momento: Richie Havens, Swami Satchidananda, Joe
McDonald, John Sebastian, Sweetwater, Incredible String Band, Bert Sommer, Tim Hardin, Ravi
Shankar, Melanie, Arlo Guthrie, Joan Baez, Quill, Keef Hartley Band, Santana, Canned Heat,
Mountain, Janis Joplin, Sly & The Family Stone, Grateful Dead, Creedence Clearwater Revival, The
Who, Jeferson Airplane, Joe Cocker, Country Joe and the Fish, Ten Years Afters, The Band, Blood,
Sweat & Tears, Johnny Winter, Crosby, Stills, Nash & Young, Paul Butterfield Blues Band, Sha-Na-Na,
Jimi Hendrix.
124. Festival de Eurovisión, celebrado el 29/03/69, en el Teatro Real de Madrid. Finalizó con
el empate entre cuatro países, circunstancia que se producía por vez primera: Salomé, España, Vivo
cantando; Lulu, Gran Bretaña, Boom Bang-a-bang; Lenny Kuhr, Holanda, De Troubadour; Frida
Boccara, Francia, Un Jour, Un Enfant. Austria no participó: se negó a enviar un cantante a España
por encontrarse en un régimen dictatorial. Algunas delegaciones pidieron al gobierno español la
liberación de ciertos presos políticos para venir a España a cantar, pero no consta que se cediese a
esa presión. Se celebró en Madrid porque el año anterior, 1968, había ganado La, la, la, de España,
representada por Massiel, aunque en principio se había decidido que fuera Joan Manuel Serrat,
prohibiéndosele finalmente al querer cantarla en catalán. A tenor de la letra de ambas canciones,
en España se vivía en un momento de felicidad exultante.
125. Un sorbito de champán, Los Brincos, 1966.
126. Chica de ayer, Antonio Vega, 1980.
127. O Instituto Nacional de Colonización, que, a partir de 1971, se denominó IRYDA o
Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario. Fue un organismo creado en octubre de 1939,
dependiente del Ministerio de Agricultura, para acometer una reforma agraria, basada en la
modificación e incremento de la producción agrícola, a través del aumento de las tierras de labor y
la superficie de riego. El INC adquiría tierras, mediante expropiación, y las arrendaba a pequeños
agricultores o colonos, a los que proporcionaba medios -una casa, un carro, un caballo o una mula,
una vaca y aperos- y servicios, como la labranza, la siembra y recolección mediante medios
mecánicos -tractores, trilladoras,...- y agua de los pozos que practicaba para el riego. Por todo ello
cobraba un canon. Al cabo de los años, la tierra, la casa y los medios personales serían propiedad
de los colonos. Muchos poblados de colonización subsisten en la actualidad, aunque han dejado de
cumplir la función para la que fueron creados. Se reconocen por el nombre: casi todos lo acaban
con la coletilla “del Caudillo”. Así Llanos del Caudillo. Con ese nombre siguen y a nadie se le ha
ocurrido modificarlo, ni siquiera cortarles la coletilla. La sombra del franquismo es alargada.
128. La expresión berenjenas de Almagro no es indicativo de origen, pues el fruto es
originario frecuentemente de Bolaños, donde hay una hermosa huerta, sino el nombre de una
conserva, cuya receta consta de los siguientes ingredientes: berenjenas (naturalmente), cominos,
ajos, pimientos rojos asados y limpios, pimentón dulce, sal, vinagre, aceite de oliva, ramas o palitos
de hinojo y, optativamente, hojas de higuera o vid.
129. Creada en 1934 como rama femenina de Falange Española, fue dirigida desde su
constitución por Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, fundador de Falange, el partido
fascista español, e hijos ambos de Miguel Primo de Rivera, que encabezó la dictadura (1923-1930)
durante el reinado de Alfonso XIII. Durante la república y la guerra civil se ocupó de prestar ayuda a
la militancia falangista, asistencia a los presos fascistas y apoyo a las familias de los muertos. Al
terminar la guerra, Franco les entregó el Castillo de la Mota, en Medina del Campo, como símbolo
de unidad entre el pasado y el presente. Durante la dictadura, su labor se centró en instruir a las
jóvenes, a través del Servicio Social -obligatorio para ellas, como el servicio militar para ellos-, sobre
cómo ser patriotas, buenas cristianas y buenas esposas, con un papel de subordinación y sumisión
total al hombre.
130. Antonio Manuel de la Santísima Trinidad Camacho-Val y López-Santaclara.
131. Juego de muchachos que consistía en saltar uno tras otro sobre el “burro” que se
colocaba agachado. Se procedía a un sorteo para elegir a la “madre” y al “burro” y se trazaba una
línea en el suelo sobre la que se colocaba el burro. La madre ordenaba el tipo de salto y lo
efectuaba, y todos debían repetirlo, a condición de no pisar la raya. Si lo conseguían, el burro se
separaba de la línea un paso. Y se repetía el ejercicio. Cuando uno fallaba, se convertía en burro y
todo empezaba de nuevo. Los saltos eran tan variados o difíciles como alcanzaban la imaginación y
la habilidad de la madre.
132. Saci era una marca de caramelos pequeños, en forma de paralelepípedo, en vueltos en
papel y con diversos sabores, normalmente ácidos.
133. Las tres banderas eran: la rojigualda con el aguilucho, la tradicionalista y la falangista.
Cara al sol y Prietas las filas fueron los nombres con los que se conocieron los himnos de la Falange
y del Frente de Juventudes, cuyos primeros versos empezaban precisamente de esa manera.
134. El Scalextric de Atocha se construyó en 1968. Fue la respuesta del ayuntamiento
franquista a los problemas de tráfico de Madrid para hacerlo más fluido, y signo de la incuria
cultural de la dictadura. Junto con el de Atocha se construyeron otros, como el de Cuatro Caminos
o Manuel Silvela. Ocultaba a la vista uno de los espacios urbanos más bellos de la capital, en el que
convergen el Paseo del Prado con la cuesta Moyano desde el Retiro, el casco antiguo, la estación de
trenes y el ministerio de Agricultura. El ayuntamiento democrático, presidido por Tierno Galván,
decidió desmontarlo en 1985; se finalizó en 1992 y se recuperó, así, la antigua fuente central,
llamada de la alcachofa, convirtiendo la zona en un entorno de gran atractivo urbanístico. Años
después, los herederos de aquella derecha, con Álvarez del Manzano y Gallardón a la cabeza, han
cambiado los pasos elevados por túneles, y convertido Madrid en una granja de hormigas.
135. Falangistas primigenios, afiliados a Falange Española en tiempos de su fundador, José
Antonio, es decir, antes de 1936, en contraposición con los “camisas nuevas”, de afiliación más
reciente, como el señorito, siempre sospechosos para los antiguos pistoleros de arribismo y
oportunismo.
136. Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé, varias editoriales.
137. Carpón: parte de un racimo, especialmente de uvas, o racimo pequeño. (No figura en el
DRAE)
138. Melitón Manzanas fue asesinado por ETA el 7 de junio de 1968. Colaborador de la
Gestapo durante la II Guerra Mundial y policía, Jefe de la Brigada Político Social de Guipúzcoa, se
distinguió especialmente por la brutalidad y crueldad de las torturas que practicaba. Con la
oposición de la izquierda y de multitud de organizaciones civiles, como Amnistía Internacional, el
gobierno de José María Aznar, le concedió en enero de 2001 la Real Orden de Reconocimiento Civil
a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Ningún gobierno posterior la ha revocado.
139. De ella se dirá más adelante que fue amante real.
140. En la portería se aliñaron de la siguiente manera: estuvieron dos días en agua con sosa
cáustica para ablandarlas y quitarles el amargor. Se lavaron bien y se pusieron en agua salada (la
cantidad de sal necesaria para que un huevo fresco flote) con tomillo, romero, hinojo, laurel,
cominos, ajos machacados, cebolla laminada y limón troceado, dentro de una orza, que se
mantuvo tapada durante una semana. Mejora el resultado si, al sacar porciones para el consumo,
se añade un poco de aceite y una punta de pimentón y se dejan con el nuevo aliño resultante dos
días más. La abuela siempre usaba cubas, el mejor recipiente, aunque no le parecía mal el barro ni
el cristal, nunca los recipientes metálicos.
141. Asignatura obligatoria en la España franquista a partir de bachillerato, cuya finalidad era
el adoctrinamiento fascista y la educación en los principios del Movimiento Nacional.
11
Domingo, 22 de noviembre de 2009
Algunas verdades incómodas
-¿Y eso?
-Una copa de ron. No me la he tomado. No estabas para hacer un
mojito.
-Lo hago ahora mismo.
-No, no importa. Tampoco hay hierbabuena fresca. Ni menta.
Olvídalo. No sé por qué me la he puesto. Tampoco me apetece. Olvídalo.
Nada más llegar, tras los preliminares al uso, besos en las mejillas,
saludos, etcétera, su madre le ha pedido que hiciera un gin tonic. Nadie
hace el gin tonic como él, a juicio de su madre. Aunque la marca de
ginebra sea del montón. Es Larios, mamá, haremos lo que podamos.
Bueno, la verdad es que da igual. Quizá por las gotas de limón natural o
por la mano, que tendrá una mano especial capaz de mutar el sabor de lo
vulgar a delicioso. Se sentarán en el salón con unos frutos secos, lo mejor
para el gin tonic son las almendras, y hablarán tranquilamente. No volverá
a repetirse la escena del viernes, se lo promete, su madre estaba nerviosa,
no recuerda bien la causa, pero estaba nerviosa. No es la locura, pensáis
que está loca, ya lo sabe, pero no está loca, debe ser la soledad, tanto
tiempo sola en esa casa tan grande. Si fueras a verla más asiduamente. O
si vivieras con ella, podrías vivir con ella. Con 40 años, mamá, uno no vive
con su madre, vive solo. 40 años es como el verano para los pajarillos, la
obligación de salir del nido.
A las cinco y media de la tarde, en otoño, con el cambio de hora,
empieza a ser de noche. O sea, empieza a declinar la luz, hay que empezar
a encender las luces de las lámparas para vernos la nítida expresión de las
caras. Entre la falta de luz y la miopía, que tu madre nunca se pone gafas,
se pierde la precisión de los rasgos. Tienes que ponerte gafas, mamá, hay
modelos bonitos, que favorecen los rasgos y no envejecen ni afean en
absoluto. Has llegado tarde: dijiste no después de las cinco y estabas
llamando casi a las cinco treinta de la tarde.
Me he entretenido. Te quería regalar flores. Mentiroso. Es verdad, he
querido comprarte una rosa en Cardenal Cisneros, pero ha desaparecido
la floristería, y la de Eduardo Dato estaba cerrada. ¿Cardenal Cisneros?
Hace años. No compras flores. Será eso, que no suelo comprar flores a
menudo. Las de la oficina las encarga por teléfono la secretaria. No tenía
la secretaria a mano para que me ayudara.
Olisquea: no te has puesto Nenuco. Sabes que tu madre necesita el
olor a Nenuco para reconocerte. Ya no me pondré Nenuco, mamá, nunca
más, el Nenuco a los 40 años es un olor patético, un disparate. Tendrás
que reconocerme por mi olor genuino. Ya no quieres a tu madre. Quiero a
mi madre, pero no me pondré Nenuco. Punto, mamá.
¿No tienes aceitunas? A mí me gustan las aceitunas sin hueso. Las
almendras engordan, tienen muchas calorías. Las aceitunas también son
hipercalóricas. Es verdad, pero yo prefiero aceitunas. Los frutos secos
contienen grasas sanas, son buenos para la salud. Y las aceitunas, mamá,
portan grasas insaturadas. ¿Entonces? La verdad, mamá, es que no habría
que comer frutos secos ni aceitunas, ni tomar gin tonic, el alcohol también
engorda y envejece la piel, dicen que aporta radicales libres, la verdad es
que no se podría hacer nada, así que tomemos los gin tonic y lo que
tengas de aperitivo. Va a ser un problema de cantidad: mira los elefantes,
los hipopótamos y las vacas, sólo comen hierbas y hojas, y se ponen peor
que focas. No estamos gordos, mamá, no te quejes. Te quejas tú. Vale,
pues no me quejo.
¿Qué es eso que tienes en el congelador, mamá? Nada, eso a ti no te
importa, es un tema particular. No puedo sacar las bandejas de hielos para
preparar los combinados. Están encajados, forman un cuerpo compacto.
Son vasos de barro, los envases de las cuajadas, no se te ocurra sacarlos,
no pueden salir de ahí, son conjuros. Si salen del congelador o se
deshielan, se puede invertir el efecto. ¿Qué barbaridades dices, mamá?
Son conjuros que me ha preparado o me ha sugerido mi bruja, para
defenderme de mis enemigos. ¿Qué enemigos, mamá? Tú no tienes
enemigos. Enemigos, personas. No los saques, que cambia el efecto de la
magia. Ya lo he sacado, no podía acceder a las bandejas de los hielos.
¡Estás loco! ¡¡No los saques!! Ya no tiene remedio, los he sacado. ¿Quieres
hundirme? ¿Quieres hundir esta casa? ¿Quieres destruir mi mundo?
Necesito defenderme del mal de ojo y del destino siniestro. ¿No lo
comprendes? ¿Desde cuándo tienes todo eso ahí metido? Desde hace
meses, un año, más de un año, no lo sé, años, desde que mi bruja me dio
el conjuro para librarnos del destino oscuro. En el congelador había 10 o
12 tarritos de barro comerciales, de los que se usa para la cuajada, llenos
de elementos inidentificables, tal vez granos de café, piedrecitas,
legumbres, con leyendas tiesas por el frío, tal vez churretones de miel,
granos de pimienta, pimentón, esquelitas con nombres como el de mi
padre, el tuyo, Alonso, ¿ves?, alguna vez debí hablarle de ti, con mi
nombre, con nombres desconocidos, todos rígidos por el frío y
quebradizos. Tienen que estar fríos, no los toques, tienen que vivir
ateridos. Eso no es magia, mamá, te está consumiendo. Necesito
defenderme y defenderos del destino, ¿no lo entiendes? Hay un destino
negro cerniéndose sobre nosotros, todo sale mal, todo está al revés de
como debiera estar. ¿No lo comprendes? Está muy claro. ¿No te das
cuentas de que esa supuesta magia te está destruyendo? Es magia negra,
mamá. Tú tienes la culpa, todo empezó cuando dejaste de ser hombre. No
tienes derecho a ser mujer, no tienes derecho a ser como yo o como tu
hermana, no eres tu hermana, no tienes derecho a suplantarla, no eres
una mujer. No soy una mujer, mamá, soy un hombre que se acuesta con
hombres desde hace 25 años, desde que supe que me gustaban los
hombres como a otros les gustan las mujeres, desde que fui a Italia aquel
verano, adolescente, y conocí a Elisa. No sé si la única excepción es Elisa,
pero amo a Elisa, te lo dije, amo a Elisa, mamá, seguramente como amaría
a mi hermana, pero no puedo acostarme con ella, ella nunca me lo ha
pedido desde aquel verano de Italia, cuando me dijo: tú no eres raro, tú
eres gay, pero no es malo, te presentaré a chicos como tú. ¿No puedes
entender a tu edad, mamá, lo que entendió una chica de 15 años? No
puede ser difícil. Lo que entiende una chica de 15 años ha de ser fácil de
entender. Basta con que me quieras. Una forma de amor no es una
enfermedad, lo enfermizo es la incapacidad de amar.
Esta vez no ha cometido ninguna locura, no me ha tirado nada, no ha
gritado, se ha dejado caer en el sofá, como una muñeca rota, se ha
quedado llorando, pero me ha echado igual, ha dicho que no vuelva, con
Nenuco o sin Nenuco, que no vuelva, que no me reconoce, que su hijo
debió morirse algún día en el pasado, que debí morir atropellado con su
hija y así sabría dónde encontrarme, que no quiere más hijas, su hija
murió arrollada, lo ha dicho otra vez, diez veces esa cantinela, soy un
hombre, tu hijo, el único hijo que has tenido, diez veces yo esta cantinela,
una gilipollez, como si todo no fuera evidente, no me ha dejado tocarla,
quería darle un abrazo, pero no me ha dejado acercarme, no me manches,
ha dicho, no entiendo esa locura. He sacado los tarros en una bolsa de
basura y los he tirado a una papelera. Después he estado paseando. He
necesitado dos horas de caminata solitaria para entender que hay la
realidad y hay la realidad inventada, que vivimos en realidades inventadas,
que mi madre inventa la realidad, que yo la invento, que tengo una madre
inventada como ella tiene un hijo inventado, y recuerda a una hija
inventada, y está separada de un marido inventado, la rodean males
inventados que le diagnostica una bruja inventada, y vive atemorizada por
enemigos inventados, por un destino atroz inventado, a lo peor tú y yo nos
estamos también inventando, y que ya es hora de ajustarse a la realidad.
Madrid ayuda mucho a eso. Madrid es una ciudad despiadada, por la que
suelen circular realidades inventadas, la gente es una realidad inventada.
Las madres son como la mía y los hijos son como yo, disparates. La
realidad la encuentras cuando regresas a tu casa y te miras al espejo o
permites que tu casa te refleje, en tu soledad o en el eco sonoro de sus
habitantes. Estamos solos. Apenas nadie te entiende. Eso ya lo sabíamos.
Para eso no hacía falta que fuera a casa de mi madre. Si es que es mi
madre. Una madre no pasa de ser muchas veces el espectro portador del
útero en el que te desarrollaste. Un útero no habla y no enseña nada, es
materia muerta. Hace falta el alma, aunque no exista el alma. Una madre
puede no ser nada. O un padre. Uno puede ser huérfano aún teniendo
padre y madre. Que un hijo no es nada ya lo sabíamos. Mi madre me lo ha
dicho muchas veces.
Luego he pasado por Quevedo y he comprado las castañas, y aquí
estoy. La putada es que no sé si se pueden tomar con una cerveza o una
copa de vino. Me apetece una copa de vino. Es posible que las castañas
asadas sólo estén destinadas a ser consumidas por la calle en invierno, o
que sólo sirvan para calentarnos las manos. Da igual. Putas castañas. Tira
ese ron, leche. ¿Puedes poner una copa de vino?
145. El secreto de los secretos, Charla sobre el secreto de la Flor Dorada, Osho, Gaia.
146. Los libros arden mal, Manuel Rivas, Punto de lectura.
12
Lunes, 23 de noviembre de 2009
Un principio de semana ajetreado. Un día de tránsitos, chapuza y
bienvenida
Farewell. Mamihlapinatapai.
Elisa se incorpora, se desliza por encima del sofá, pasa sobre mí,
como una gata que se desperezara, y me invade con su aroma sutil e
insumiso, que provoca una excitación recóndita. Tengo que encoger la
tripa y levantar los brazos para facilitarle sus maniobras. Prende una
lámpara baja que nos ilumina con una luz indirecta. Y regresa a su sitio,
despertando la energía aletargada tras la bragueta. Estábamos hablando
en la oscuridad más absoluta.
Aún se levanta para entornar las contraventanas y echar las cortinas.
La luz mortecina de la calle a través de los visillos da sensación de
frío. Nunca entenderé el color pajizo de la luz de las farolas.
Chin-chin.
Ahora se retrepa hacia la esquina del sofá, se quita las zapatillas,
cruza las piernas y mete los pies bajo los muslos. Es un pequeño buda
femenino. Disculpa, dice, no sé si te parece mal que me descalce, así estoy
más cómoda. En calcetines. Bueno, en calcetines. ¿Te parece mal? No. ¿Tú
también eres de Calzedonia? Sí, ¿cómo lo sabes? Son como los que suele
llevar Silvia a la oficina y dijo que eran de Calzedonia. Silvia, vaya. La
secretaria.
¿Y no serás un poco estrecho? ¿Qué tiene que ver lo que pienso con
la estrechez? Suele ser lo mismo, querido, suele ser lo mismo. Ni miedo ni
tabú, estrechez, estrechez. Elaboras teorías pero, en el fondo, se trata de
estrechez. Y de ser un poco corto de mangas.
No has comido nada. Tú, tampoco. El plato es para ti. Yo tomo un
yogur y una fruta o un yogur sólo. Te he puesto el plato de fiambres para
que ya no tengas que cenar.
Toma un sorbo de la copa y se arrebuja en la chaqueta del chándal
hasta convertirse casi en un ovillo. Se queda con la copa en la mano y la
observa detenidamente. La mueve ligeramente para hacer girar el líquido
en su interior. Si cenas un yogur y una fruta, el vino... No me pidas
coherencia, me gusta una copa de vino. También soy contradictoria. Si no
he dicho ya una cosa y su contraria, la diré dentro de un rato. Pero así
avanzo. Y crezco. No sigo una línea recta, zigzagueo, retrocedo, corrijo, no
siempre fui y pensé de la misma manera, he cambiado. No siempre
distingo entre lo que pienso libremente y lo que me es impuesto. O entre
lo que pienso libremente y mis reacciones furibundas ante cuanto se me
pretende imponer. La devuelve a su sitio en el posavasos. Y me hago
mejor persona. Aspira ruidosamente. ¿No crees que soy una buena
persona? Licenciosa, pero buena persona. Tengo frío, estoy destemplada,
agarraré una gripe o un resfriado. Te pediría que me abrazaras, pero
acabaría violándote. Nunca me dura tanto tiempo un hombre ahí sentado,
si es que consigue sentarse. Ya estaríamos en la cama. Deberíamos estar
en la cama echando un polvo. Yo sólo os concibo a los hombres en la
cama. No me servís para otra cosa, bueno, sí, para desatascar el fregadero.
Sois poca cosa, poco útiles. Si no fuera por la cama, seríais un estorbo. Un
día se sintetizarán los espermatozoides y ya no tendréis utilidad alguna.
Bueno, y un día se idearán úteros y placentas artificiales, como se idearon
las incubadoras, y tampoco nosotros tendremos utilidad alguna. Somos
útiles en la medida que somos productivos. Eso nos explica la moral
religiosa. La moral que manda. Todos nos hemos convertido en calvinistas.
Qué horror. Pero quedarán las emociones. Y los sentimientos. El enigma
del futuro es qué hacer con emociones y sentimientos. Un polvo como
dios manda, por ejemplo, aunque ya no le sirva a la especie. Y un abrazo. Y
un beso largo, largo. Una caricia. Quizás sea eso el amor. O su expresión
más auténtica. Una palabra. Una palabra tiene efectos mágicos. ¿O
bastará con un chute de endorfinas si todo se reduce a las endorfinas?
Una suerte de mundo feliz, como el de Huxley. Si despojamos al sexo de
sus servidumbres, quizás aparezca el amor. Justamente lo contrario que
dice la Iglesia, que lo pone todo al servicio de la procreación. El papa se
entromete en ese debate prohibiendo los anticonceptivos. Para un
horizonte de emociones y sentimientos estáis poco dotados. Así que me
quedo en el sexo normal y corriente. Andrea es distinto, acaso porque es
homosexual, y eso le da un perfil diferente, casi femenino, Andrea dice
que tú también tienes el lado femenino muy acusado, y que eso se nota
en la cocina, cocinas bien, con entusiasmo, cocinar es un acto maternal
para ti, dice él, y en el forma que tienes de pasar las hojas de un libro.
Pasar una hoja puede ser un trabajo o un acto delicado, y tú lo conviertes
en un acto delicado, eso dice Andrea, nunca puse atención en semejantes
detalles.
Ahora mismo debería estar preparando unos temas para mañana. Me
marcho. No, ni se te ocurra, tienes que acabar ese plato y tenemos que
acabar esta botella de vino. Yo he bebido bastante más que tú. Hoy seré
yo la que acabe con una cogorza. Cuando venga Fernando, me dará un
masaje y prepararé los temas. Conozco a algunos hombres que merecen la
pena: Fernando, por su tolerancia y sus masajes; tú, por el fregadero, por
la cocina y por aguantarme, nadie me ha aguantado tanto una perorata en
la esquina del sofá sin rechistar; Andrea, bueno, Andrea por sí mismo,
Andrea es mi amigo. A Andrea lo quiero desde el principio de los tiempos.
Pareces un niño al que le estuvieran regañando, con esa expresión
huidiza y entrañable. No. En el fondo, eres adorable. Ya me lo había dicho
Andrea: estrecho, medroso, pero adorable.
La luz que nos ilumina está situada a mi izquierda y Elisa, en el rincón
del sofá, a mi derecha. Así que se encuentra en una difusa penumbra
donde se desdibuja la ropa y la piel se muestra como el relieve brillante y
mágico de sus palabras. Es una de esas luces que crea una burbuja
ambarina donde sólo caben los personajes y lo demás se borra.
No me mires así. Me pones nerviosa. Me excitas. Me cohíbes. Me
excitas y me cohíbes. Tengo la sensación de que me arrancaras secretos de
dentro.
También me lo ha dicho Andrea en alguna ocasión: cuando mira
Alonso no recorre con los ojos la superficie de las cosas, sino que las
penetra y ocupa su interior hasta desentrañarlo.
Contigo tendría que hacer el amor a oscuras.
Contigo no podría follar solamente.
Sin embargo, tienes mala memoria o eres mal fisonomista.
¿Por qué? Quiero decir: ¿por qué lo dices?
Le pregunté a Andrea si habías trabajado en EFI, la escuela de
estudios financieros. Hace quince años. Hace quince años, ¿ves? Más o
menos. Él no estaba muy seguro. Me sorprendió que hubieras cambiado
tan poco, y le pregunté por eso, para confirmarlo. Durante cuatro años, al
acabar la carrera. Yo me acordaba de ti perfectamente. No vas a envejecer
nunca. Uf, ya tengo canas. Poquísimas, con 40 años, poquísimas. En algún
sentido, eres como las rocas. Apenas se te nota la erosión del paso del
tiempo. Haces los mismos gestos que entonces, te mueves y caminas de la
misma manera, la voz es idéntica. Supongo que habrán cambiado más las
cosas en tu corazón y en tu mente de lo que se aprecia en tu aspecto. O
darías miedo. No te recuerdo. Yo no estudié en el centro, evidentemente,
como sabes lo mío es la historia, pero nos presentaron. Una amiga, un día,
una rubia despampanante que estaba obsesionada contigo, a ti te
gustaba, ella pensaba que a ti te gustaba, tuvo que tirarte los tejos, no se
cortaba un colín, iba directa a lo que quería, abordaba a los chicos sin
pelos en la lengua, yo acudía a buscarla a veces, compartíamos piso, y un
día nos presentó, por un día no es para acordarme, yo sí me acordaría,
fíjate, me acordaba, yo tengo un archivo en el cerebro con todas las caras
que he visto en mi vida, ella preparaba oposiciones a Hacienda, la
recuerdo vagamente, no mientas, tienes que acordarte de ella, llamaba la
atención y anduvo tras de ti todo un curso para llevarte a la cama, no
creas, no miento, era una alumna, eso sí es un tema tabú, confundes para
justificarte, era una opositora, una opositora no es exactamente una
alumna, tenía mi edad, luego tenía tu edad, 40, ya, 38, vale, dos años
menos, tengo la impresión de que te daba miedo traspasar una línea,
como ahora te da miedo traspasarla conmigo, no es lo mismo, es lo
mismo, es el miedo. Teníamos un plan conjunto, ella te llevaba a la cama y
luego te llevaba yo, o te compartíamos, en aquella época compartíamos
relaciones, éramos un poco casquivanas, en eso, como ves, no he
cambiado mucho, pero no consiguió conquistarte, o seducirte, en el fondo
me parece que se acabó enamorando de ti, terminó despotricando,
cuando has hablado bien de alguien, muy bien, sobre todo, decía que eras
brillante, no, decía que eras genial, es genial, decía, se había puesto de
moda la palabra, sólo se habla mal luego si te has enamorado, es una
forma de manifestar el despecho y vengarte de la derrota. Los
sentimientos juegan malas pasadas.
El destino se reinventa y nos pone trampas para cumplir con lo
escrito. Pudimos encontrarnos entonces y nos hemos encontrado ahora,
pudiste conocer entonces a Andrea a través de mí, pero lo has conocido
ahora y ha sido él el vehículo para que me conozcas a mí. El destino se te
acaba imponiendo. Yo creo en una forma de destino que no tiene que ver
con la fatalidad, sino con los retos que hemos de afrontar en la vida. Te
llega, lo rechazas y él vuelve. Como la soledad es la más tozuda, ella es la
que se queda en ese intermedio. Has estado solo mucho tiempo.
Lo peor es que uno esté solo sin saberlo. Y, a veces, pasa.
Eres afortunado a pesar de todo. La vida te ha llenado de
oportunidades de las que huyes como de un nublado. Pero regresan. Y se
te ofrecen de nuevo. Por ahí cualquier día aparece mi amiga la rubia. No.
Andrea me ha hablado de Blanca, el amor de tu vida, aunque a mí eso de
los amores de una vida me parece un invento propio de un culebrón
venezolano. Aquella muchacha rubia también pudo ser el amor de tu vida.
O ella y yo, las dos juntas, un trío, ¿por qué no? Todavía no conocía a
Fernando. Es como si Blanca y mi amiga, y seguramente todos los demás
amores que han ido pasando por tu vida, fueran el agua que te resbala
entre los dedos y se te escapa, queda la humedad efímera, pero en
realidad no queda nada, porque hay que aprender a retenerla, y tú no has
aprendido a retenerla.
¿Qué fue de ella? ¿Aprobó la oposición? Aprobó, sí, muy
brillantemente, ella era muy brillante. Como tú, mira. No es mi caso, yo
soy del montón. Luego le perdí la pista.
Se habrá casado con algún funcionario aburrido y se habrá cargado
de hijos. Las mujeres como ella sólo tienen dos opciones: la prostitución o
un marido aburrido y un montón de hijos. Muchas veces ambas opciones
coinciden en una, el matrimonio, que es la institución donde las putas
están bien vistas.
Jo, qué virulencia verbal. Es la verdad. La verdad suele ser tan molesta
como un escupitajo. El matrimonio es una institución donde la gente
acostumbra a refugiarse de la vida, y lo confunde con la vida. También hay
gente feliz. Oh, sí. Hay gente pa tó, qué me vas a decir. Yo la conozco. Y yo
la conozco. ¿Tus padres, un amigo,...? ¿Verdad? Sí. ¿Ves? ¿Y tú? No me
hables de los demás, háblame de ti. No se trata de hacer una lista con los
que aciertan, todos ajenos, si es que aciertan, si no es que se engañan, se
trata de no volver a meter la pata, no digo de no cometer errores, puedes
equivocarte, tienes derecho a equivocarte, hablo de no dejar pasar la vida,
de agarrarla. ¿No tienes la impresión de que la vida pasa ante ti sin que tú
hagas nada por formar parte de ella? Como si huyeras. ¡Qué me vas a
decir!: tú no huyes nunca.
Gabriela enharina los escalopines mientras habla.
Gabriela excede en unos quilos a Elisa y usa dos o tres tallas más de
sujetador. También tiene un hijo mayor y diez años más. Elisa ya no tiene
acento italiano ni Gabriela conserva nada del deje porteño. Su hijo sabe
de Argentina por los mapas. A Gabriela le gusta la cocina italiana. Amó
tanto a un hombre que, tras arrebatárselo el cáncer, ya no recuerda nada.
La vida da y quita, da y quita.
147. Del griego euthimos, de buen corazón, de buen ánimo, nos informará él más tarde, para
aclarar la rareza del nombre. No sé de dónde habrá sacado el dato, porque no se le ve muy culto ni
muy leído. “De mi hijo, que se dedica a esto de internet”. Pero, al parecer, él y su hijo están
distanciados desde la separación matrimonial, hace ya 12 o 14 años.
148. Enrique Tierno Galván, profesor de Derecho Político, depurado en su día por la
dictadura, cabeza de lista por el PSOE, se hizo con la alcaldía de Madrid tras las elecciones
municipales de 1979, una vez alcanzado un pacto general con el PCE. Dicho acuerdo supuso la
transformación de la vida municipal del país, hasta entonces controlado por los servidores del
franquismo y sus esbirros, que, incluso, acabó por cambiar el aspecto de las ciudades y facilitó el
desarrollo de movimientos nuevos, como la “movida”, tan denostados por la derecha casposa. Se
mantuvo en el cargo hasta su fallecimiento en 1986. Una moción de censura del CDS-PP contra su
sucesor devolvió la alcaldía de Madrid en 1989 a la derecha, es decir, como demostrarán el paso
del tiempo, a los herederos del franquismo. Buena parte de las listas se nutrían y se nutren de
acendrados franquistas.
149. El procedimiento es el siguiente: se ingresa en el banco una cierta cantidad de dinero,
3.000 euros, por ejemplo, y el banco certifica dicho ingreso en concepto de ampliación de capital. A
continuación se saca con un talón al portador, y se vuelve a ingresar, certificando el banco de nuevo
tal ingreso en el mismo concepto. Hasta diez veces, si se quiere ampliar en 30.000 euros.
150. Sonríe o muere, la trampa del pensamiento positivo, Barbara Ehrenreich, Turner.
151. “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando se haya envenenado el último
río, sólo cuando se haya pescado el último pez, sólo entonces descubrirá el hombre blanco que el
dinero no es comestible”.
152. “El problema no es que acabe un siglo, el problema es que está acabando una
civilización. El siglo es un convencionalismo, como lo es el milenio, porque para cantidad de seres
humanos que se rigen por otros calendarios, el milenio no tiene ningún sentido. Lo que sí está claro
es que hemos llegado al final de una civilización. Nosotros somos los últimos de una forma de vivir,
de entender el mundo, de entender las relaciones humanas, que ha llegado al final”. José
Saramago, el amor posible, Juan Arias, Planeta.
153. Si els fills de puta volessin, canción de Quico Pi de la Serra. El álbum, publicado en 1977,
lo conserva Lola en un estante como oro en paño.
154. El viaje del elefante, José Saramago, Alfaguara.
155. Los santos inocentes, Miguel Delibes, Destino.
156. “Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía”.
(Antonio Machado, Campos de Castilla, Autorretrato, fragmento).
157. El secreto del calígrafo, Rafik Schami, Salamandra.
158. La Romana, Alberto Moravia, Bompiani y Debolsillo.
159. Entre Fuencarral y Hortaleza, en pleno barrio de Chueca.
160. Confederación española de organizaciones empresariales, la gran patronal española.
161. Sonetos del amor oscuro, Federico García Lorca, Altera, y Poesía completa, Luis
Cernuda, Barral, ambos sustraídos a mi madre. Están sobre la mesita de noche.
162. La muerte en Venecia, Thomas Mann, Edhasa. Andrea lo ha leído varias veces.
163. Evoca la película, adaptación de la novela original, que dirigió Luchino Visconti y
protagonizó este actor.
164. Hay una macetita de tomillo sobre la encimera. Ninguna otra planta. Y ya ha conseguido
sobreponerse con su fragancia a cualquier otro olor de la cocina. Sorprende la ausencia de
albahaca siendo Elisa italiana, pero así es. La frase la vi escrita en alguna parte. No sé de quién es,
pero describe ahora perfectamente este rincón de la casa. Y mi propia actitud ante las cosas. La
veré escrita más tarde en la bitácora de Joludi, y él sugerirá la autoría de José Saramago, aunque no
sabrá si se la oyó a él, a Pilar del Río o a Dulce Chacón. No importa. Lo importante es que la recordé
y la he anotado.
165. ...soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
170. Galerías Preciados, la más antigua cadena de grandes almacenes de España, fundada
por Pepín Fernández en 1934, tras pasar por las manos del Banco Urquijo (1979), Rumasa (1981), el
grupo Cisneros (1984), Mountleigh (1987) y un grupo de empresarios españoles (1992), se declaró
en suspensión de pagos en 1994. En 1995 El Corte Inglés, su principal competidor, la absorbió e
integró la totalidad de sus centros en su propia estructura, excepto el edificio original y más
emblemático de Callao, primero de la cadena, chaflán de Carmen y Preciados, donde se instalaría la
francesa Fnac.
171. Ahora también el Parque de las Naciones. Pero es tan frío. Del Parque de las Naciones le
gustan las colinas y el grupo de jardines de las tres culturas, judía, árabe y cristiana, porque
representan el encuentro y son un remanso de paz.
172. Árboles de la senda botánica, por orden alfabético: abeto, acacia 3 espinas, acebo,
álamo, álamo blanco, aligustre, almez, arizónica, castaño de Indias, catalpa, cedro de Himalaya,
cedro, cerezo, chopo, chopo lombardo, ciprés, ciruelo de Pissard, falsa acacia, gingo, haya, higuera,
laurel, lilo, madroño, magnolio, moral, negundo, nogal, olmo, palmera de Fortuna, picea (abeto
rojo), pino, pino laricio, pinsapo, plátano de sombra, roble carballo, secuoya, taray, tejo, tilo, tuya.
173. Cuadernos de caligrafía. La misma editorial también publicaba -y tal vez publique
todavía- otros cuadernillos con operaciones y problemas elementales para mejorar el cálculo
matemático y la aritmética.
174. El gazpacho manchego, a base de carnes de caza, tales la liebre o el conejo y la perdiz,
no tiene nada que ver con el andaluz, y se suele servir caliente. Para este plato, Julián conseguía sus
carnes en el mercado de Alonso Cano.
175. En el restaurante, una cerámica azulenca recordaba la referencia cervantina del plato, al
comienzo de la 1ª parte del Quijote. La interpretación de su hermano consistía en una especie de
revuelto de sesos con panceta, lomo y chorizo, altamente calórico.
176. Jefe de la ultraderecha franquista, presidente de Fuerza Nueva, en cuya representación
llegó a ser diputado en las primeras Cortes democráticas. La ultraderecha tuvo una activa
participación en las tramas de desestabilización de la transición, que culminaron con el asesinato
de los abogados laboralistas de Atocha, el 24 de enero de 1977, en el que participaron sus
cachorros.
177. Ministro de Franco, durante unos de los períodos más duros y sangrientos de la
represión interior, y Jefe de AP, partido franquista de la transición, que luego se convertiría en el
actual PP, del cual sería presidente honorario hasta su fallecimiento en 2012.
178. «Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante
su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como
católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia,
en cuyo seno voy a morir.
Pido perdón a todos de todo corazón, perdono a cuantos se declararon mis enemigos sin que
yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de
España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de
mi vida que ya sé próximo.
Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación en la gran
empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra Patria, os
pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, Don Juan
Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo
momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido.
No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad
también vosotros y deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español,
toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de
España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened al unidad de las tierras de España
exaltando la rica multiplicidad de las regiones como fuente de fortaleza en la unidad de la Patria.
Quisiera, en mi último momento unir los nombre de Dios y de España y abrazaros a todos
para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte: ¡Arriba España! ¡Viva España!».
179. Si tenemos un pollo y dos comensales, la probabilidad de que cualquiera de ellos se lo
coma es ½. Para el estadístico se come cada uno medio pollo; en realidad, hay uno que no come, y
el estadístico no puede identificarlo. Ésta sí es la tarea del adivino.
180. Cafetería Hermar, calle Escosura, nº 9.
181. Plaza de Olavide. En la niñez de Alonso todavía era un mercado municipal de abastos.
Hasta 1974.
182. En la mitología griega, personificaciones del destino. Las parcas son sus correlatas
romanas. Controlaban el hilo de la vida, desde el nacimiento a la muerte. Eran tres: Cloto (hilaba la
hebra de la vida, desde la rueca al huso), Láquesis (medía el hilo de la vida) y Átropos (cortaba el
hilo de la vida).
183. Gloria Fuertes, Nota autobiográfica, fragmento.
184. 13/09/09, duró 3 horas, más de 10.000 espectadores.
185. Chelsea Hotel #2, Leonard Cohen, fragmento.
...I remember you well in the Chelsea Hotel
you were famous, your heart was a legend.
You told me again you preferred handsome men
but for me you would make an exception.
And clenching your fist for the ones like us
who are oppressed by the figures of beauty,
you fixed yourself, you said, "Well never mind,
we are ugly but we have the music....
Es decir,
...Te recuerdo muy bien en el Chelsea Hotel,
eras famosa, tu corazón era una leyenda.
Te volviste a decirme que preferías hombres guapos,
pero que conmigo harías una excepción,
y apretando el puño por los que como nosotros
están oprimidos por los cánones de belleza,
te arreglaste un poco y dijiste: “Bueno, no importa,
somos feos pero tenemos la música...
186. Pastelería La Oriental, Fernández de los Ríos, esquina Escosura.
187. 11 de marzo de 2004, atentado terrorista en cuatro trenes distintos de la red de
cercanías de Madrid, con el resultado de 191 muertos y casi 2.000 heridos. Fue perpetrado por un
grupo islamista vinculado a Al Qaeda.
188. El Gobierno de José Mª Aznar y el PP mantuvieron la hipótesis de la autoría de ETA
respecto del atentado del 11M hasta el día mismo de las elecciones del 14, a pesar de la línea de
investigación del CNI desde el día 12 y de las pruebas que la policía iba obteniendo desde la tarde
del mismo día 11. Los medios afines al PP y el mismo PP, a pesar de la investigación y la sentencia
judicial que cerró el caso, siguen manifestando dudas sectarias con fines electoralistas, aún a
sabiendas de estar mintiendo.
189. Canción compuesta por José Alfonso en homenaje a la Sociedad Musical Fraternidad
Operaria Grandolense, emitida en el programa Limite de Radio Renascença, a las 0,20 del día 25 de
abril de 1974, que significaba el inicio de la Revolución de los Claveles y la caída de la dictadura
salazarista en Portugal.
190. Canciones de Raimon, Pablo Guerrero y Lluis Llach, respectivamente.
191. Romance sonámbulo, Federico García Lorca.
192. Mecano, Entre el cielo y el suelo, No es serio este cementerio.