Al entrar en la Modernidad hubo un cambio del régimen escópico debido al surgimiento de
una nueva cultura escéptica. El ojo dejó de ser un eje principal en cuanto a la forma de alcanzar la verdad, pues este y demás sentidos pueden ser engañados fácilmente. Surge esta división entre el cuerpo, que es susceptible a caer en las apariencias, y la mente o el alma, porción de Dios y elemento distintivo del ser humano. De esta forma se empieza a asentar la idea de que la realidad esta oculta y únicamente con el ojo del espíritu se puede llegar a esta. Ya no se trata de vivir una realidad mediada por los sentidos, sino de crear esa conexión con lo divino, poder ir más allá y así conseguir aquello que es verdadero. Por ejemplo, en “La Glorificación de la virgen” de Villalpando, la eucaristía también refuerza esa idea del cuerpo de Dios como un puente, un encuentro y finalmente una unificación sagrada, una unión con Dios.
El diálogo que ocurre entre la pintura y la arquitectura, como en el caso de la Cúpula de la
Capilla de los Reyes, establece estos espacios como ese portal que comunica lo divino con lo terrenal. Se convierten en lugares que envuelven completamente a la persona que entra, y la forma en la que estas pinturas están ubicadas en espacios elevados y la altura de la catedral misma permiten guiar la mirada siempre hacia lo alto, buscando esa divinidad. La iluminación que permite esta arquitectura y que reciben las pinturas crea un escenario liminal en donde aparece la posibilidad de trascendencia. Las imágenes establecen esa posibilidad de un mundo mas allá.