La invasión soviética de Hungría se produce a raíz de las protestas
populares acaecidas en el país en 1956, los disturbios que las acompañaron, y la subsiguiente revolución popular en que se convirtió, y que amenazaba con expulsar al comunismo de Hungría. La revolución húngara, al igual que la francesa de 1789, no empezó de forma premeditada, sino que fue el producto de la escalada de una serie de manifestaciones y protestas populares. La que lo inició todo fue una marcha convocada por estudiantes el 23 de octubre del 56 la cual, a su paso por Budapest, fue sumando participantes que no eran estudiantes, aumentando así su volumen. El motivo de la protesta era exigir libertad política y de opinión en Hungría. En el edificio de la radio pública, un grupo de estudiantes quiso radiar un manifiesto con sus exigencias, pero fueron detenidos. Entonces se dieron los primeros disparos de la revolución. El gobierno mandó al ejército para controlar la situación, pero las tropas se pusieron del lado de la gente. Como en tantas otras revoluciones, los soldados -que, a fin de cuentas, no dejan de formar también parte del pueblo- no sólo se negaron a disparar sobre sus conciudadanos, sino que empezaron a unirse a ellos. Alguno de los manifestantes había tenido la idea de recortar de la bandera el escudo comunista de la República Popular de Hungría, dejando un círculo en el lugar que este ocupaba. Dicha bandera recortada se convirtió en el emblema de la revolución. La revolución se desató en todas las calles de Budapest, y fruto de que las tropas también empezaron a cambiar de bando, la multitud empezó a contar en su haber con armas personales. Temiendo por su vida y sus puestos, el gobierno comunista húngaro de Ernő Gerő solicitó ayuda a la Unión Soviética. En virtud de los pactos firmados entre ambos estados, la URSS mantenía tropas estacionadas permanentemente en Hungría, además de poder intervenir en el país. La misma noche del 23 de octubre, las tropas soviéticas presentes en Hungría empezaron a desplegarse por las calles de Budapest, mientras que los revolucionarios y las tropas húngaras que los apoyaban montaban barricadas para frenarlos. El día 25 la crisis se agudizó; la ÁVH tiroteó a manifestantes ante el parlamento, encontrando respuesta a su fuego en los soldados soviéticos, que creyeron que ellos eran el blanco del ataque. Manifestantes armados se sumaron al tiroteo, agravando todavía más la situación. Gerő y Hegedűs huyeron entonces a la Unión Soviética, dejando el país sin gobierno, asumiendo su rol Nagy y János Kádár. Mientras, los revolucionarios húngaros atacaban ya abiertamente a las tropas soviéticas y a los restos de la ÁVH. El 28 de octubre, Nagy consiguió llegar a un alto el fuego. Este fue utilizado por ambos bandos para recomponerse; mientras que los húngaros montaban una especie de guardia nacional contando con los manifestantes armados, elementos del ejército y la policía, los soviéticos se retiraron temporalmente. Si bien los acontecimientos se habían dado principalmente en Budapest, en otras partes del país también hubo movimientos revolucionarios, en algunas partes exitosos, y en otros lugares sofocados por las tropas de la URSS. Cuando se decidió por parte de la Unión Soviética la intervención definitiva en Hungría, nuevas tropas soviéticas empezaron a penetrar en el país desde el este. El gobierno de Kádár declaró la neutralidad de Hungría, su retirada del Pacto de Varsovia, y solicitó apoyo internacional a la ONU. Al día siguiente, y como era de esperar, los soviéticos lanzaron, tras disponer de una mayor cantidad de tropas, la operación para “limpiar” definitivamente Budapest y tomar el control del país. La operación militar soviética no se limitó a penetrar en Budapest a medida que se iban eliminando las barricadas y a los resistentes. Incluyó también artillería y ataques aéreos. La guardia nacional improvisada y las unidades del ejército regular húngaro no pudieron hacer nada por parar la ofensiva soviética, pese a oponer una resistencia aguerrida, con más ganas que medios y organización, pero luchando con el corazón y por su patria. El mismo día 4 de noviembre de 1956 la resistencia terminó en Budapest. Las tropas soviéticas habían pasado calle por calle como una apisonadora, sin distinguir en gran medida entre objetivos militares y civiles indefensos. Millares de húngaros se fugaron del país, otros tantos fueron arrestados y juzgados. El mismo Imre Nagy fue capturado a traición (cuando se le había prometido un salvoconducto para abandonar el refugio de la embajada yugoslava y salir del país) y ejecutado posteriormente. Traicionando a su pueblo, János Kádár mantuvo el control de Hungría como jefe de gobierno, un control que iría reafirmando en los años siguientes. Un control basado en la presencia soviética y en el adoctrinamiento político que también controlaban los mismos soviéticos, que no deseaban un resurgir de la voluntad nacional húngara.