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El hombre indubitablemente ha sido un ser ético, dado que este ha sido cimentado en lo que
se ha construido en la idealidad social. El factor colectivo ha sido determinante para la
elaboración práctica y a la vez teórica del cómo comportarse y el por qué actuar así, que
son propiamente las preguntas que responde la ética. Sin embargo, el cariz que puede
presentar el hombre ante ésta, es de ambigüedad, dado que el ser ético es una decisión. El
individuo puede asumir los conceptos y valores éticos, ya sea, asumiéndolos por convicción
en conciencia o simplemente por acomodación pretendiendo una gratificación social por su
buen obrar. Sin embargo no podemos desconocer el carácter performativo que tiene la
ética, pero a la vez la necesidad de formación que tiene esta.
Toda institución humana, necesita cimentarse en la ética, primero por ser esta un lenguaje
común y segundo para elaborar el constructo perfecto de persona humana integral, que
claramente es lo que se pretende al hablar del hombre como ser ético.
Factor que la Iglesia ha encarnado, dado que es madre y maestra de humanidades, ha vivido
la fruición necesaria, su preocupación integral por el hombre le ha permitido amarlo y
buscar su promoción de su humanidad afianzando el concepto de persona y lo que esto
acarrea: dignidad. Ésta ha enseñado tanto en sus acciones como en sus palabras, su saber
ético y moral como agente edificador de la sociedad; gracias a estas acuciantes doctrinas,
tenemos este gran cúmulo práctico y teórico de ética en la cultura occidental.
Ya en el plano catequético, la ética necesita ser rescatada y enseñada nuevamente como un
elemento ponderante, donde se vaya afianzando la necesidad de asumir al hombre como un
ser de valores que se relaciona con otros. Sin duda alguna, la Iglesia tiene mucho bagaje
que puede enseñar en este aspecto. Ahora presentaremos unos puntos prácticos que nos
ayudarán a fomentar el saber ético y de memoria histórica, enfocada en el catequista.
a. Es necesario que el catequista adquiera una Formación crítica, que le permita juzgar
objetivamente aquello que se le plantea, que tenga los argumentos suficientes para
confrontar la realidad sea en el campo (social, religioso, político, cultural). Como
dijo san Pablo “Examínalo todo; retened lo bueno” (1Ts 5,21).
b. El catequista debe ser un sujeto con formación integral; una persona qué se
reconoce como un proceso continuo, permanente y participativo, que pretende y
anhela desarrollar coherentemente toda su dimensión humana (psicológica,
fisiológica, cognitiva, social, religiosa) a fin de lograr sentir realización plena. Nos
puede iluminar san Pablo: formarse “Al estado del hombre perfecto, a la madurez
de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).
c. La educación es una herramienta esencial para el hombre, dado que fomenta sus
capacidades intelectuales y prácticas, lo lleva a sublevar el espíritu, a contemplar la
realidad de forma diferente; consecuentemente a ello, la Iglesia profesa la necesidad
de ser formado en la verdad; aspecto que ha ejercido durante la historia, fomentando
la educación de sus hijos y contemplando la necesidad de que la educación siempre
adquiera un aspecto práctico. Como nos diría san Agustín “Creo para comprender
y comprendo para creer; […] crean lo que aprenden, enseñen lo que creen y
practiquen lo que enseñan”
g. “El que no conoce la historia, está condenado a repetirla” dijo Jorge Agustín
Nicolás de Santayana. No se desconoce que la historia siempre cobra vida, que
posee la ‘dinamis’ de ser cíclica; el catequista debe asumir su historia para lograr
que esta sea redimida, esto logrará percibir en sus catequizando una historia que
debe ser comprendida desde la óptica de la salvación, donde se deben analizar los
elementos constitutivos: las debilidades y las fortalezas, para con ello construir
oportunidades e identificar las amenazas.