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Celebrar la fiesta del diácono san Lorenzo siempre será un desafío y reto para el pueblo cristiano.

Considero
que sí hablamos del sacerdocio común también debemos hablar del diaconado común, ese que se nos
confiere en el bautismo cuando somos ungidos como reyes.
Sentir nuestra condición de servidores es esencial en la escuela de discipulado de Jesús, es ser consciente de
que soy uno más, que siempre puede dar más. El servicio es nuestra identidad, es lo esencial de nuestra
religión, es el factor diferencial entre las posturas hedonistas del buen vivir y del placer en que vivimos hoy.
Servir es dejar a un lado mi egoísmo, el culto así mismo y mirar al otro como sujeto de compasión, sentir
con él.
La exhortación del Apóstol es fuerte; implica analizar mi estilo de vida. Mirar el cómo actúo y con cuánta
generosidad lo hago. ¿Siembro tacañamente? ¿Qué me reservo?. Pienso en cosas sencillas en esta casa: la
poca generosidad en el aseo de algunos, el ejercicio de los cargos comunitarios en el cumplimiento, una
pastoral mal preparada o muy limitada a cosas básicas. Nos cuesta dar más. Pienso en el ejercicio de nuestra
caridad, por ejemplo en el semestre pasado se recogieron 500.000 en cinco meses, con la alcancía de los
pobres y éramos 50, un promedio de 10.000 por persona, seguramente esto supera con creces el consumo
promedio personal en la cooperativa, algo vergonzoso sí somos honestos. Ciertamente ahí no se limita
nuestro ejercicio de la caridad, hacemos mucho más: la limosna que entregamos por convicción u obligación
moral, pero por lo menos la alcancía es un termómetro de cuán generoso y sensible soy, y creo que nos
cuesta ayudar y pensar en el otro; o lo hacemos de forma tacaña y egoísta.
Pienso que todo radica en el corazón, quien mucho ama, mucho da, quien poco ama se reserva su poco amor
para sí.
Somos conscientes de que como semillas en este seminario, el Evangelio escuchado debería ser nuestro
eslogan institucional; vivir nuestra vida en donación; tenemos dos opciones, el caer y el morir.
El caer es el paso inicial, es salir de la zona de confort, ofrecerse, entregarse para multiplicarse, es la toma de
conciencia de la calidad de servidor, es el estado hacer lo que corresponde y pare de contar, en lo que
muchos nos quedamos; pero; el morir es la decisión radical al servicio, es asumir todo en la profundidad, es
perderse en la vida de los demás, para engendrar vida y dar frutos para la vida eterna. Es el servir hasta que
duela, es el odiar la vida para ganar la vida
Hermanos nuestra vida puede quedar infecunda como la de muchos hombres y mujeres que se reservaron
para sí; sé que en términos humanos y terrenos es más agradable ganar la vida estando arriba, triunfando,
teniendo fama, prestigio, poder y riqueza. Pero en términos espirituales, eso es perderla; pero la recompensa
será grande, nosotros creemos en la vida eterna.
Si hay alguien grande en la Iglesia es Él, que se hizo el más pequeño y el siervo de todos. Jesucristo nuestro
Señor. El que nos enseñó cual es el verdadero poder, por eso los diáconos son los custodios del poder
“verdadero” en la Iglesia, no están en miras de la orden sino del ministerio, como indica el Papa. Y nos
recuerdan que siempre se es diácono, porque siempre estamos llamados a servir.
Por último pienso en lo que la tradición ha dicho sobre san Lorenzo
Cuando Sixto, el papa, era llevado al sacrificio, Lorenzo le dice que adónde va sin su diácono, que cómo iba
a ofrecer este sacrificio de sí mismo sin que su diácono estuviera a su lado, como siempre que oficiaba la
liturgia. Pero el papa le señala que debe quedar al cuidado de la Iglesia hasta que Dios lo llame. Y lo invita a
distribuir a los pobres los tesoros que habían sido puestos a su cuidado.
Los soldados que conducían a Sixto oyen hablar al papa de tesoros de la Iglesia y dan cuenta de ello a su
superioridad. Entonces el prefecto Cornelio Secular manda que sea detenido Lorenzo y llevado a su
presencia y le intima a entregarle todos los tesoros de la Iglesia. Lorenzo mansamente le responde que así lo
hará y que le mostrará esos tesoros. Se le dan tres días para hacerlo.
Aquella noche el santo Lorenzo, siguiendo las instrucciones del papa, había distribuido entre los pobres
todos los fondos que conservaba como administrador económico de la comunidad cristiana de Roma. Es
sabido que por entonces la Iglesia de Roma mantenía mil quinientos pobres y viudas necesitadas.
Llegado el momento, Lorenzo mostró al prefecto todos los pobres mantenidos por la Iglesia a los que había
hecho juntar en un sitio. Ellos eran el tesoro de la Iglesia. El prefecto monta en cólera y decide que el
diácono pague con la muerte la que entendía burla.
Pidamos que como San Lorenzo podamos custodiar el tesoro de la Iglesia, y que nuestra semilla se
multiplique en frutos de justica. Amén.

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