Es lamentable que el presidente de un país opine que el desarrollo se puede
lograr sin necesidad de pasar primero por el crecimiento. Aunque es verdad que la sociedad mexicana cada vez deja más atrás los efectos de la pandemia, y las personas hayan recuperado los empleos perdidos, la cantidad de reincorporación al mundo laboral, la calidad de los trabajos y los salarios pagados siguen sin ser suficientes para satisfacer las necesidades elementales. Es decir, como los trabajadores y las empresas han tratado de retomar su producción, la riqueza generada nuevamente se está levantando. Sin embargo, al ritmo que lleva, tardará algunos (varios) años más en 1) recuperar el nivel prepandemia, y 2) superar dicho nivel de producción. Mientras tanto, la población sigue aumentando, y la cantidad de alimentos, ropa, vivienda, servicios, etc., no abastecerá a las familias. Entonces ¿se debe seguir el curso actual, dejando que la economía fluya? Como dice el artículo, no. El autor sugiere una política fiscal anticíclica, que en el contexto actual se entiende como una expansiva: menor tasa impositiva y aumento en el gasto público. Aunque en tiempo recientes, el Banco de México ha aumentado las tasas de interés con la finalidad de disminuir el gasto en inversión y frenar la inflación, ello disminuye la producción. En ese caso, aunque más complicado, resulta mejor aplicar políticas de oferta, que permitan controlar la inflación, asimismo aumentando la producción. La gente se puede preocupar por lo que se propone para el crecimiento económico, puesto que al final, la producción se puede levantar, pero ellos no verán su calidad de vida mejorada: con jornadas largas y mal pagadas, viviendas pequeñas, contaminación, inseguridad, servicios públicos deficientes, etc. Aunque es un proceso doloroso para muchas familias mexicanas (la gran mayoría, diría yo), es necesario para alcanzar el desarrollo y por tanto el bienestar de los mexicanos.