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Para Sarmiento las discordias de la época eran una lucha dramática entre dos tendencias
históricas. Se trataba de la “civilización” tratando de abrirse camino en un terreno todavía
dominado por la barbarie. La civilización venia de la mano de las clases letradas de las ciudades,
especialmente las de Buenos Aires, que representaban una avanzada de la cultura y de las
costumbres europeas, portadoras del progreso.
La “barbarie” se hacía fuerte en el espacio rural, especialmente en el interior del país, y entre los
pobladores criollos mestizados de clase baja, que eran los que engrosaban las montoneras. El
progreso requería que las fuerzas de la “barbarie” fuesen erradicadas de raíz, un modo de
concebir las tareas de la hora que, naturalmente, invitaba a la intolerancia hacia los adversarios
políticos y hacia las clases bajas, al menos tal como se presentaban en ese momento.
Fragmento 2 (Sarmiento)
“Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña
no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar. Incapaces de progreso. Su
exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar
al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” D.F. Sarmiento
Para los jóvenes de la generación del 37 el modelo de país a construir estaba en Europa (o en la
llamada civilización occidental, ya que Sarmiento, después de sus viajes, observando la crisis en la
que se debatían los europeos debido a las revoluciones liberales y la búsqueda de un cambio, optó
por elegir como modelo a Estados Unidos). Europa encarnaba la civilización, el progreso, lo
imitable. Nosotros teníamos el pesado lastre de la época colonial, que nos sumergía en la barbarie,
en lo primitivo, en lo que nos ataba al pasado y nos impedía avanzar hacia un futuro.