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Educación para Padres Con Hijos de 13 A 15 Años
Educación para Padres Con Hijos de 13 A 15 Años
3) es la etapa del crecimiento del sentimiento de autonomía, con todos los fenómenos, a
veces contradictorios que lo acompañan; debe estar orientada al don no sólo en la futura
relación amorosa, sino en todas las dimensiones de la vida: la propia familia, los amigos y
compañeros, la formación intelectual y del carácter, las responsabilidades en la vida social;
Durante este período son muy importantes las amistades. Según las condiciones y los
usos sociales del lugar en que se vive, la adolescencia es una época en que los jóvenes gozan
de más autonomía en las relaciones con los otros y en los horarios de la vida de familia. Sin
privarles de la justa autonomía, los padres han de saber decir que no a los hijos cuando sea
necesario y al mismo tiempo, cultivar el gusto de sus hijos por todo lo que es bello, noble y
verdadero. Deben ser también sensibles a la autoestima del adolescente, que puede
atravesar una fase de confusión y de menor claridad sobre el sentido de la dignidad
personal y sus exigencias.
Hay que ayudarles a ser pacientes en el proceso de su propio crecimiento sin quemar
etapas (infantiles “noviazgos” prematuros) y en el ejercicio responsable de su progresiva
autonomía: horarios propios de su edad –poniéndose de acuerdo con los padres de los
amigos-, planes y lugares de descanso y encuentro verdaderamente adecuados; en este
campo, además de la fortaleza para prohibir frecuentar discotecas (vid. anexo), hace falta
ayudarles a ser creativos en la búsqueda de modos de diversión y de relación progresiva
con otras personas, incluidas las amigas.
Al responder a las preguntas de sus hijos, los padres darán argumentos bien
pensados sobre el gran valor de la castidad, y mostrar la debilidad intelectual y humana de
las teorías que sostienen conductas permisivas y hedonistas; responderán con claridad, sin
dar excesiva importancia a las problemáticas sexuales patológicas ni producir la falsa
impresión de que la sexualidad es una realidad vergonzosa o sucia, dado que es un gran
don de Dios, que ha puesto en el cuerpo humano la capacidad de engendrar, haciéndonos
partícipes de su poder creador.
Los padres deben prepararse para dar, con la propia vida, el ejemplo y el testimonio de
la fidelidad a Dios y de la fidelidad de uno al otro en la alianza conyugal. Su ejemplo es
particularmente decisivo en la adolescencia, período en el cual los jóvenes buscan modelos
de conducta reales y atrayentes. Como en este tiempo los problemas sexuales se tornan con
frecuencia más evidentes, los padres han de ayudarles a amar la belleza y la fuerza de la
castidad con consejos prudentes, poniendo en evidencia el valor inestimable que, para vivir
esta virtud, poseen la oración y la recepción fructuosa de los sacramentos, especialmente la
confesión personal. Deben, además, ser capaces de dar a los hijos, según las necesidades,
una explicación positiva y serena de los puntos esenciales de la moral cristiana como, por
ejemplo,
Hay que enseñar a la vez los medios que conducen, con paciencia y confianza en la
gracia de Dios, a la integración de sus tendencias en su libertad:
- desarrollar el ser ya persona amorosa: cultivar todo lo que les ayuda a salir de sí
mismos y darse, en la vida de familia, en el sentido de servicio que dan a su estudio, en la
amistad y el compañerismo, en la entrega a personas necesitadas ya ahora de la ayuda de
su tiempo y de su compañía, etc.
- ser firmes en no dejarse manipular por modelos neurotizados de pornografía, que les
llegan por medio de la televisión, páginas de internet, el contenido de canciones, etc.;
tienen que desarrollar un sano complejo de superioridad frente a formas tan pobres y
frustrantes del deseo de amar y ser amado, pero también una extrema firmeza para no ser
ingenuos y evitar las luchas innecesarias (localización adecuada en el hogar de esos
aparatos, filtro en internet, compañía y horarios en el uso de la TV).
Hay que evitar que el modo de vivir cristiano se presente simplemente como una
reacción al modo de vivir mundano. El cristianismo no es –ni siquiera en segundo o tercer
término- un sistema de valores de eficacia probada. Es, ante todo, una revelación. Y más
concretamente una revelación personal (“No, no será una fórmula la que nos salve. Pero sí
una Persona” Novo Millennio Inneunte, III, 29). La conciencia del significado positivo de
la sexualidad, en orden a la armonía y al desarrollo de la persona, como también en
relación con la vocación de la persona en la familia, en la sociedad y en la Iglesia,
representa siempre el horizonte educativo. No se debe olvidar que el desorden en el uso del
sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la persona, haciendo del
placer —en vez del don sincero de sí— el fin de la sexualidad, y reduciendo a las otras
personas a objetos para la propia satisfacción.
Una vez que el hombre comprende su propio ser por la revelación divina, está en
condiciones de seguir –camino moral- el ejemplo que se le ofrece: Jesucristo-Hombre. Este
camino es, en realidad, simultáneo. Fruto de la fe, de la caridad y de la esperanza. Sólo a
partir de la Encarnación del Verbo se entiende del todo la esencia de la unión sexual como
donación (Cf. Mt 19, 6). Por esa misma naturaleza recién revelada del amor, aparece en el
mundo un nuevo don, más sublime incluso, que es el de la virginidad. Este es el motivo por
el cual, desde el punto de vista ascético y moral, San Josemaría afirma que la santa pureza
es un don, un regalo de Dios: “la da Dios cuando se pide con humildad” (Camino, 118).
La hermosura y la “sacralidad” del cuerpo humano han dado lugar a maravillosas obras
de arte. Pero cuando desaparece la persona, y con ella la donación recíproca, se da paso a
la pornografía y la obscenidad. Es decir, el amor sin sujetos sino con objetos. O sea, la
caída de la persona a la categoría de cosa (pasa de ser alguien a ser algo).
De ahí la importancia de que los cristianos sepamos ilusionarnos e ilusionar a otros con
nuestro hallazgo: el tesoro escondido, la perla, etc. El amor –también en su faceta
corporal- es un don. Todo lo que frena y contraría este “hallazgo” rompe el plan divino y da
paso al pecado entendido como desorden, como rebeldía y, en el fondo, como frustración.
No en vano enseña Juan Pablo II que el que peca ofende a Dios en la medida que también
se ofende a sí mismo. El Santo Padre pide que la familia y la vida sean puestos “en el centro
de la nueva evangelización”, de manera que seamos más exigentes a la hora de anunciar la
novedad y la belleza de la «verdad divina sobre la familia»
El camino del cristiano es un camino de amor. A los adolescentes hay que ayudarles a
que entiendan en qué consiste la “civilización del amor” de la que habla el Papa y se
comprometan en su realización. Aprender a querer a Cristo es, para el cristiano, el camino
para aprender a querer sin más.