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¡Qué bueno volver a escribirle una carta, mi apreciado Director y, en este caso, nada menos que para
abordar un tema tan importante!
Por otra parte tampoco es un “descubrimiento”, en el sentido de que en realidad es el Espíritu Santo el
que da los diferentes énfasis en los vaivenes espirituales de la iglesia. En ese sentido no se trata tanto
de “descubrir” sino de consentir con lo que Dios nos quiere regalar en su bondadoso kairós.
La alabanza y adoración, querido director, nos permite echar raíces profundas en nuestra fe, y por el
mejor camino: el de la gratitud, la alegría de vivir y el reconocimiento de la condición de Dios y, en
consecuencia, el de la nuestra.
Por eso le quiero recomendar, mi nunca bien ponderado Director, que no deje de alabar y adorar en
cuanta oportunidad tenga. A veces con alegría compartida disfrutando de las bondades de Dios, a
veces en profundo silencio para reconocer Su soberanía y majestuosidad, dejando que Él le hable, y
poder escucharle decir que Él lo ama.
Y ya termino, no sin antes recomendarle que también sea agradecido a la vida. Usted por ejemplo
puede sentir gratitud por las cartas que fielmente le envío para cada edición de su original revista.
Su gratificado amigo,
Desiderio