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El goce femenino no es el superyoico.

Luis Darío Salamone


1- El goce propiamente femenino.

Me interesaría debatir a partir de algo que dijo Lacan en el seminario Aún concerniente al
goce femenino y que nos permite diferenciarlo del superyó femenino.
Si bien se ha establecido cierto vínculo entre el goce femenino y el superyó, a partir del
sin límites que caracteriza a ambos, esto no implicaría, a mi juicio, una equivalencia. Se
trata de diferentes formas de satisfacción.
En el seminario 20, “Aun”, Lacan1 sitúa cómo una mujer puede articularse al falo 2 o a un
más allá del mismo, este sería el goce propiamente femenino, apareciendo como
ilimitado, sin una medida fálica. Lacan no articula en el seminario en ningún momento el
goce propio de la mujer con la cuestión superyoica.

2- La génesis del superyó femenino.

La cuestión de la génesis del superyó femenino nos permitirá esclarecer lo que lo


diferencia del goce femenino.
En principio la cuestión del superyó femenino encuentra su raíz fundamentalmente en el
periodo preedípico, en una relación con la madre que podría tornarse en estragante y que
será la matriz de relaciones posteriores en algunas mujeres. Por eso Freud llega a
postular, en más de una oportunidad, que segundos matrimonios podrían ser mejores
para ellas, ya que en los primeros se tendería a repetir esa relación con la madre. Llama
la atención el optimismo freudiano ya que la repetición, por supuesto, amenazará también
a desplegarse en los segundos matrimonios y ulteriores relaciones. Para que una mujer
logre cambiar esta situación tendría que modificar la relación con lo superyoico; algo que
puede realizarse en un psicoanálisis.
El superyó freudiano es un concepto muy particular, proclamando imperativos insensatos,
paradójicos. Manteniendo una afinidad con el ello. Su origen se da en el interior del yo,
cuando una parte del mismo se vuelve contra sí mismo, volcando contra si una
agresividad que estaba destinada a un otro. Freud mismo lo articula fuertemente a la
pulsión de muerte, nos dice que es "el cultivo puro de la pulsión de muerte". 3

1 Lacan, Jacques. El Seminario 20, Aun, Paidós, Barcelona, 1985, Pág. 101.
2 Ídem. Nota anterior. Pág. 90.
3 Freud, Sigmund, El yo y el Ello. Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986. Pág. 54.
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Sentimiento de culpa, reacción terapéutica negativa, masoquismo, necesidad de castigo,
delitos, melancolía, suicidios, son consecuencias directa de su accionar que puede
resultar devastador. En este sentido la lectura que Lacan realiza del superyó es una de
las tantas rectificaciones que debe realizar a los desvíos promovidos por los analistas
postfreudianos. Como lo señala Jacques-Alain Miller la psicología del yo llevó a cierto
vaciamiento de las funciones del superyó, transfiriendo al yo sus funciones. 4
Freud caracteriza de manera contundente al yo "como una pobre cosa" sometida a las
servidumbres del mundo exterior, del ello y de la severidad del superyó. 5 El yo, verdadero
almácigo de angustia, oculta tras su angustia ante el superyó la angustia de castración.
Lacan es categórico en su concepción del superyó, como para no dejar ningún lugar a
duda. El superyó es una figura obscena y feroz, se trata de un imperativo que lejos de
regular al sujeto, le ordena gozar. Por otra parte se encuentra relacionado a una renuncia
de goce. Una renuncia pulsional a la que se lo somete al sujeto primariamente, para que
entre en la civilización.
Si el sujeto está dispuesto a renunciar es para no perder el amor del Otro. Esto no es sin
consecuencias, los rebrotes de una agresividad hacia otro se encuentran agazapados,
agresividad que también se encuentra disponible para volverse sobre sí mismo en todo
momento.
Recordemos que el equivalente a la amenaza de castración del falo que cae sobre los
hombres, es precisamente la pérdida del amor en una mujer. Esto hace que algunas
mujeres muchas veces sean capaces de realizar cualquier sacrificio para no perder el
amor del otro, quedando sumida en una relación estragante, donde podemos leer los
efectos de una particular relación superyoica, donde el partenaire hace las veces de
superyó.
Ya lo había dicho Freud: el superyó femenino nunca resulta tan impersonal, tan
distanciado del otro en el cual vuelca su afecto, como en el caso del hombre. 6 El planteo
freudiano de que el superyó femenino no sea tan implacable como el de los hombres
merece una discusión aparte.
El superyó está en el origen de una renuncia que exige más renuncias. No podemos
pensar que renunciar a un goce pulsional, y que esto entré en cadena con un sin fin de
renuncias, abra el camino al goce femenino. Por el contrario. El goce superyoico se trata
de un goce claramente vinculado a la pulsión de muerte. El femenino es otra cosa, y

4 Miller, Jacques-Alain. “Clínica del superyó”. En Conferencias Porteñas 1, Paidós, Buenos Aires, 2009, pág. 128.
5 Freud, Sigmund, El yo y el Ello. Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986. Pág. 56.
6 Freud, Sigmund. "Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómica entre los sexos", Obras Completas,
Tomo XIX, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, pág. 276.
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resulta difícil pensarlo en el marco de esa serie de consecuencias que pueden resultar tan
catastróficas para un sujeto.

3- La histeria como rechazo del goce femenino.

La relación que establece una mujer con su hija, si es estragante, lo es a partir de una
insatisfacción que instala una demanda que se torna insoportable y que prefigura el
accionar superyoico. Es precisamente a partir de esa demanda imposible de satisfacer
que suele ponerse en juego su accionar.
Esto distancia la cuestión del goce femenino, que precisamente no pasa por la dialéctica
fálica. En el momento en que una mujer arriba al goce femenino no está en una posición
de demandar nada, simplemente goza.
Por eso considero que el goce femenino de una mujer tampoco resulta estragante para un
hijo, como en algunas oportunidades se sostiene, en ese momento en que una mujer se
encuentra sumida en la soledad de su goce, la mujer no demanda, y si lo hiciera, entraría
nuevamente en esa relación al falo que la sacaría de ese goce femenino. Es decir que lo
que puede resultar complicado es más bien el rechazo de lo propiamente femenino.
El goce femenino no es algo que se da de forma permanente y estable, son momentos
puntuales en los que el sujeto, siguiendo la expresión de San Juan de la Cruz "logra
desasirse de toda cosa criada" 7, en otros términos logra liberarse del anclaje fálico. Pero
en esos momentos puntuales y evanescentes no juega nada del orden de la demanda, ya
que la misma, insistimos porque es algo que pareciera dejarse de lado, remite al falo. Si
aparece algo así es para salirse de esa situación de goce que puede resultar extraña.
Resulta llamativo como Santa Teresa pasa en cuestión de minutos de una demanda hacia
Dios acuciante, a otro momento donde claramente de lo que se trata es de un goce
femenino que resulta inefable ya que es ajeno al significante. Entonces ya no se queja de
que Dios no le da, sino que goza.8
Por supuesto a veces esto le resulta imposible y el anclaje fálico le impide el acceso a un
goce que, por el contrario, ella puede llegar a rechazar, por resultarle tan extraño, tan
desconcertante y peligroso como le puede llegar a resultar a un hombre.
Quizás la histeria pueda pensarse precisamente como un rechazo da ese goce ilimitado, y
un refugio en una posición ligada a lo fálico, es decir a lo masculino.

7 San Juan de la Cruz, poesías completas y otras páginas, Ebro, 1981. Pág.16.
8 Gorostiza, Leonardo. “Un tantito de más gozar”. Malentendido número 6, Buenos Aires, Mayo de 1990.
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En definitiva, cualquier goce, ya sea superyoico o femenino, puede resultar inefable, ya
que escapan al significante y por lo tanto a la dialéctica fálica, en otros términos se trata
de experiencias que no pueden ponerse en palabras. Sin embargo no se pone en juego
la misma forma de satisfacción. Uno, el superyoico, es solidario de la pulsión de muerte,
es frecuentemente masoquista, puede llevar al estrago; el otro, el femenino, en cambio,
es un goce vivificante, siempre y cuando logre ser soportado. Y las lecturas catastróficas
que pueden llegar a hacerse del mismo dependen más bien de una fantasmática
neurótica, del temor que despierta.

(Trabajo presentado en El Simposio de Miami, "Lo que Lacan sabía de las mujeres". Estados Unidos, Junio
de 2013).

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