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Castillo nos pone en perspectiva un escenario de transformación en cuanto a la idea del Estado
unitario se refiere, aquel proyecto ordenador cuyas unidades administrativas apuntan a una sola
configuración identitaria que advierte la llegada de discursos de multiplicidad y pluralidad étnica
ante prácticas cuyas dinámicas han sido sinónimo de invisibilización, subordinación y exclusión 3
que históricamente han afectado a las minorías étnicas: indígenas y comunidades afro. Sectores
de la población que buscan ejercer participación política motivados por la crítica al Estado y su
legitimidad, al neoliberalismo y sus violencias estructurales, que encuentran como contraparte,
consignas de reivindicación étnica, así como escenarios de actuación y representatividad. Los
escenarios en cuestión comienzan a desarrollarse en Colombia a partir de la Constitución de
1991 en la que, en garantía del Estado social de derecho se reconoce como pluriétnico y
multicultural no solo protegiendo el patrimonio inmaterial, concediendo autodeterminación
tradicional de gobernanza, sino también modificando el territorio. El autor se propone indagar a
partir de estas rupturas, la reimaginación de la identidad étnica en Colombia de cara a los
desafíos de un “sistema de representación que los consideró como seres inferiores, primitivos y
“material” no apto para la construcción de la Nación”4 y cómo se articulan los cambios que
alteran la convención de Estado-nación, la incorporación de elementos que podrían considerarse
contra-hegemónicos desde el foco de los discursos civilizatorios, occidentales y evangelizadores.
El logro de una coetaneidad, antes negada a expensas de los procesos sociales concebidos en la
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colonialidad y la modernidad, y el cambio de paradigma social homogéneo a heterogéneo que
cuestionan la otrora nación mestiza.
Es preciso decir que, esta lectura alrededor de los fenómenos identitarios, son señalados por
Castillo bajo la idea de las nuevas etnicidades, que enmarca en el contexto de la emergencia de
los etnonacionalismos, en los que se aboga por soberanías nacionales y territoriales que,
simultáneamente provocan rivalidades étnicas, que se presentan instrumentalizadas para la
“conquista de derechos sociales y culturales”5 con trasfondos históricos que usualmente se
remiten a pugnas o confrontaciones en contra de distintas conformaciones de Estado, tanto
coloniales como republicanas. Así suscribe su obra bajo tres ejes de análisis fundamentales de las
identidades políticas, “la Nación, la etnicidad y la identidad territorial o identificación con el
lugar” en el que insiste mencionar su enfoque constructivista como el principal asidero teórico de
su trabajo, toda vez que, define a la construcción de la identidad (en sus múltiples
manifestaciones) como una invención, sin escatimar en equipararlo como la idea de lo ilusorio,
en cambio, situándola en el terreno de las construcciones sociales cuyos alcances son tangibles y
al mismo tiempo, generadas bajo estructuras de poder.
Una vez construidas dichas identidades racializadas e identificadas fenotípicamente, se abren los
procesos de la caracterización de esta otredad leídas desde un encuentro de los valores
cristianizadores y civilizatorios que observan con desdén el “Nuevo Mundo” y advierten en él
monstruosidad, horrores y criaturas inimaginables16. En Europa, Hegel y De Pauw describen a
América como naturaleza desprovista de espíritu, mientras en América, Juan Rodríguez Freylen
en 1636 describe a los pueblos indígenas en la actual Colombia como “bárbaros sin ley ni
conocimiento de Dios”17. Estas marcas de identidad aseguraron y estructuraron las bases del
poder a partir de la mezcla racial, que perpetuaron lo que el autor denomina las identidades de la
colonialidad18 para construir lo inferior e institucionalizar la segregación, prolongándose hasta
entrado el siglo XIX y XX en las que se menciona una distancia de las poblaciones negras e
indígenas respecto a los blancos y mestizos, pues los primeros eran considerados como
entorpecedores para el ideal de nación19, a medida que se erigían los cimientos de los
sentimientos nacionales se perseguía el blanqueamiento de la nación mestiza.
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El segundo capítulo, La reinvención de la etnicidad indígena: de la lucha por la tierra y el
territorio al desafío de la nación mestiza20 estudia la conformación de los movimientos
indígenas modernos en el territorio colombiano, a la par de otros países en Latinoamérica en la
década de 1970. Considera en él antecedentes importantes como la subsistencia de los pueblos
indígenas gracias al resguardo, que aún concedida la propiedad colectiva de la tierra seguían
siendo sometidos a vejaciones y violencias estructurales. Los indígenas del Cauca mantendrían
relaciones similares respecto a la tenencia del territorio impuesto por las élites blancas como el
terraje “que consiste en un tributo en trabajo o en especie que paga el indígena al señor de la
hacienda por labrar un pedazo de tierra que llaman encierro” 21 y cuya práctica se extendió de
forma ilícita hasta entrada la década de 1960. Este tipo de producción al ser visto por las
comunidades como una forma de legitimar el despojo de tierras y la sobreexplotación se hicieron
en consigna y bandera fundamental del histórico movimiento liderado por Quintín Lame para
abogar por su supresión las siete primeras décadas del siglo XX 22, confrontando directamente a
los latifundistas blancos que acapararon grandes extensiones de tierras que buscaban el control
sobre los resguardos y buscando asegurar un principio de territorialidad que, inexorablemente
condujo a un desbalance de poderes entre blancos e indígenas, lo que, en palabras de Castillo,
resultaría siendo el “germen del moderno movimiento indígena colombiano que politiza la
diferencia”23 que articularía más tarde al CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca) y la
ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos) 24 que con sus unidades de participación
política como el cabildo, las manifestaciones de voces disidentes en la insurgencia con el MAQL
(Movimiento Armado Quintín Lame) y el movimiento de Autoridades (AICO) extendieron
frentes distintos de acción hasta la concertación e inserción en el Estado en el marco de la ANC.
Castillo continúa esta vez estudiando el proceso que se extiende de manera análoga con las
negritudes en su tercer capítulo El moderno movimiento de comunidades negras: la
reinvención de la comunidad negra25, de igual modo que en el capítulo anterior tomando como
referencia los aspectos históricos como la trata, el cimarronaje 26y los negros libertos que
ineludiblemente determinan una profunda significación alrededor del territorio: “Con las
anteriores reglas, el negro del Pacífico colombiano se ha apropiado del espacio, ha construido su
territorio, ha desarrollado un sentido del lugar, es decir, una profunda identificación emocional y
una relación íntima con el río, y ha resuelto sus conflictos internos relacionados con el acceso,
control y explotación de la tierra”27. Esta relación tampoco es excluyente como consideración en
el surgimiento de los movimientos negros, pues, menciona el autor dentro de los cuatro
ingredientes que dieron como resultado una movilización de las comunidades negras traducidas
en el PCN (Proceso de Comunidades Negras), la conciencia del territorio ancestralmente
habitado ante la arbitrariedad de los macroproyectos a manos de la empresa privada y el Estado
que amenazaban con su extinción, hecho que es tomado en cuenta conjuntamente con la
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conciencia de la evidente situación de ostracismo y marginalidad, la presencia una agenda
reivindicativa de lo negro como identidad y por último, la adhesión a la ANC que traza un rumbo
de participación política, algunos previamente acogidos bajo “el seno de la izquierda marxista” 28,
partícipes de organizaciones eclesiales de base como la Pastoral Social y de núcleos
comunitarios.
Por último, Indígenas y negros bajo el modelo de nación diversa 31 siendo el quinto y último
capítulo del libro de Castillo, nos habla de modo concluyente sobre los alcances históricos y sin
precedentes que significa un proyecto de estado pluriétnico y multicultural. Sin embargo, aún
después de estas conquistas, el escenario posterior a la Asamblea Nacional Constituyente trajo
consigo retos concernientes al ejercicio de los derechos étnicos con la reglamentación del
Artículo transitorio 55 en manos de la COT (Comisión de Ordenamiento Territorial) y CECN
(Comisión Especial para Comunidades Negras)32 para definir las nuevas “cartografías” y
comprensiones del territorio en diálogo con el Gobierno Nacional teniendo en cuenta factores
como la organización, goce de recursos naturales, autonomía y justicia territorial. No obstante,
una preocupación mayor que afecta la vinculación de las nuevas etnicidades con el territorio se
encuentra en el conflicto armado, con sus diversos actores (guerrillas, paramilitares y fuerzas del
Estado) dejando a la mayoría de la población civil “afectada en términos de desplazamiento y
muerte y el uso del negocio de los narcóticos para financiar el conflicto, la ha convertido en el
principal obstáculo para que negros e indios disfruten de los recientes derechos que han
conquistado gracias a los fuertes movimientos que han politizado la diferencia”33.
34 Sally Palomino. Desplazamientos masivos, masacres y homicidios: los números rojos de la violencia en
Colombia. El País. 29 de diciembre de 2021. https://elpais.com/internacional/2021-12-29/desplazamientos-masivos-
masacres-y-homicidios-los-numeros-rojos-de-la-violencia-en-colombia.html
35 Karen McVeigh. More rights defenders murdered in 2021, with 138 activists killed just in Colombia. The
Guardian. 02 de marzo de 2022. https://www.theguardian.com/global-development/2022/mar/02/more-human-
rights-defenders-murdered-2021-environmental-indigenous-rights-activists