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Villafañe
Las inculturas
En la dinámica de la sociedad argentina se dan tres inculturas que operan en ella de una
manera involucionante y disvaliosa.
Ellas le dan un tinte local a nuestro comportamiento que es visto negativamente por otros
pueblos y por ende no nos ayudan en la integración positiva al mundo.
• El aspecto negativo de la llamada "viveza criolla": También llamada la del vivo, piola,
versero, acomodado, chanta, etc. Representan las conductas que se basa en encontrar la
forma de burlar la buena fe del sistema, no se buscan los logros desde el esfuerzo o el
respeto a las pautas previstas legalmente en equidad. La sociedad ve con simpatía el
comportamiento del "avivado" convirtiéndolo en paradigma de vida, se lo ve triunfador. Es el
vivo, el que obtiene los premios sin meritos propios sin la excelencia personal y espiritual que
potencia legítimamente lo que se logra. Se le festeja lo mismo el trieunfo. Es también llamado
piola, el que se las sabe todas, pero todas las que permiten evitar trabajar, estudiar o pagar.
Es el vividor y el colado que ingresa indebidamente en la vida con la mentira adornada con
simpatía.
• Desactiva las brújulas éticas: "El que no roba es un gil", da lo mismo trabajar que estar
fuera de la ley. Al perderse la brújula moral, se enferma la persona y la sociedad. En base a
esta mentalidad se pretende hacer creer que para mantener esta democracia, debemos
aceptar una dosis de corrupción. Todavía resuenan esas opiniones electorales que
pregonaban que no era necesario prioridad la lucha contra la corrupción, si ello podía afectar
medidas económicas adoptadas.
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• El acomodo: En esta incultura está a su vez, la raíz del "acomodo". Se trata de tener una
colección de contactos que puedan ayudar al tiempo de necesitarlos. El acomodo y su
dinámica penetran al punto tal que, en Argentina, la búsqueda de trabajo, sea en la actividad
pública o privada, dependía y depende de la posibilidad de acceder por recomendaciones.
Esta incultura es tan profunda y común que opera y se puede vivenciar en todos los estratos
sociales.
• La ley como mito: Se basa en la postura de entender que la raíz de los problemas que
aparecen en la sociedad tiene siempre un origen en fallas de la norma, y en consecuencia, la
solución eficaz se encuentra en el cambio de la ley. Se reacciona y actúa ante los
inconvenientes o conflictos como, si modificando la ley se cambiara mágicamente la realidad.
El "reformismo constitucional" asume los caracteres de una verdadera epidemia. Los
gobernantes suelen achatar los inconvenientes que resultan generalmente del incumplimiento
de la Constitución a defectos e imperfecciones de ésta, de donde resultan frecuentes
enmiendas constitucionales que conspiran contra la estabilidad del régimen político.
• Accionar imprevisible del Estado ante la ley: Es nuestro Estado el que nunca se sitió, ni
se siente obligado a respetar las normas por él mismo creadas, si las mismas afectan los
intereses de los gobiernos de turno. Falta reiterada de cumplimiento de lo que manda la ley
por parte del Estado, en detrimento de los legítimos derechos de la clase pasiva. se ha
desvalorizado la función del Poder Legislativo y del Poder Judicial. La gran distancia que
existe entre el sistema institucional querido y la realidad vivida hace experimentar a la
sociedad una sensación de desilusión e inseguridad jurídica.
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• La aplicación del derecho, no como la regla del accionar debido, sino como una
medida de fuerza: La parte procesal del Poder Judicial se maneja sin respetar la norma.
4. Disfunciones anímico-institucionales
• Los humores sociales: En la sociedad argentina actual existe una profunda y desagradable
sensación de desamparo. Impotencia y temor. Desamparo, por un Estado que se lo quiere
reformado y eficaz, pero no retraído, ausente e insensible ante los requerimientos esenciales
de su pueblo. Impotencia ante los problemas que la desbordan (desempleo, pobreza,
recesión, ancianidad y niñez desatendidas). Temor ante un futuro que no se puede vislumbrar.
En este momento se presentan tres situaciones anormales en la dinámica del sistema, estas
son el producto de la crisis del llamado Estado benefactor, por las inculturas referidas y por
una política que absolutizó un modelo económico sin haberlo compensado o adecuado con
una estrategia integral de desarrollo humano. Hoy se evidencian tres grupos:
• Los privilegiados: tienen poder económico y decisorio, se dan el lujo de tomar del sistema
lo que les conviene y no respetar lo que no les resulta útil. Operan en red, manejan servicios
esenciales, especialmente después de los procesos de privatización de las empresas
estatales y de los servicios públicos.
• Los excluidos: son los pobres de la nueva realidad. Es el sector que pasó de ser los
marginados del sistema para ser los excluidos. En su marginalidad al menos se les daba
trabajo como "changas", asistencia primaria de salud, ayuda social y educación pública
gratuita. Hoy no tienen posibilidad de conseguir ningún trabajo, la salud primaria les está
vedada, por la precariedad económica de la política pública en la materia. Además se tratan a
los pobres como sinónimos de delincuentes.
• Los rehenes: terminan siendo la otra fuerte y mayoritaria clase media argentina. Es ella la
que sufre la ruptura de las lógicas del sistema. Es el sector de la mediana y pequeña
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empresa, de los profesionales, docentes, empleados públicos, del comerciante minorista, del
productor rural, etc. amenazados por el desempleo.
Vivimos en una crisis que hay que afrontarla, como una comunidad sabiendo que somos parte
de la solución. Como antídoto necesario a desarrollar hay que potenciar las culturas que
rompan la trilogía triangulante de las inculturas descriptas. Hay que trabajar para generar las
culturas de los valores democráticos sobre la base de una recta concepción de persona
humana. No se puede volver relativos o perecederos conceptos fundamentales como el
respeto a la vida, a la libertad, la dignidad de la persona, igualdad, a la no discriminación, a la
justicia social, a la plena vigencia de los derechos humanos, etc. La corrupción social empieza
por relativizarlos, para luego anularlos con indiferencia. Así la comunidad ignora sus esencias,
da la espalda a los más débiles, privilegia lo técnico sobre lo humano, se fracciona, etc. Se
debe buscar incentivar la participación desde una profunda asunción de los derechos y los
deberes, ejercidos en solidaridad.
Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los demás, por la
seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática.
1. La “civilización solidaria”: se debe recrear, desde los valores democráticos y los deberes
y derechos asumidos integralmente, una verdadera “civilización solidaria”. Así se preserva al
individuo de la contaminación del hedonismo y del pánico que trae el “sálvese quien pueda”,
propio de la tercera incultura. También la sociedad y el Estado deben disciplinarse en el hábito
del respeto a la ley, cumpliendo y haciendo cumplir las normas que son las que regulan el
accionar de un Estado de Derecho.