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Resumen Capítulos 3 y 4

En este tercer capítulo, el Papa afirma que: “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se
desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a
reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros”. Ese es el secreto de la verdadera
existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión y fraternidad.

Pensar y gustar un mundo abierto Cap. 3

Más allá: El hombre tiene que llevar a cabo la empresa de: “salir de sí mismo” pues no puede reducir su vida a la
relación con un pequeño grupo, ni siquiera a su propia familia, porque es imposible entenderse a sí mismo, sin un
tejido más amplio de relaciones.

El valor único del amor: La grandeza de la vida humana está marcada por el amor. Es lo primero, lo que nunca debe
estar en riesgo. Un amor que va más allá de las acciones benéficas, y que acoge al otro por ser quien es, buscando
para él lo mejor para su vida.

La creciente apertura del amor: El amor, nos pone además en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni
alcanza su plenitud aislándose. El amor no es geográfico, sino existencial. El amor que se extiende más allá de las
fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad social” que, cuando es genuina, es una condición de posibilidad
de una verdadera apertura universal, en el respeto y la promoción de la riqueza y la particularidad de cada persona y
de cada pueblo.

Trascender un mundo de socios No es posible ser prójimo sólo de quienes permitan asegurarnos beneficios
personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”. Los que
únicamente son capaces de ser socios, crean mundos cerrados. La mera suma de los intereses individuales no es
capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad.

Amor universal que promueve a las personas Nosotros hablamos de amistad social y de fraternidad universal:
percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. Este es un
principio elemental de la vida social. Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse
integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por nadie.

Promover el bien moral: La promoción del bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, nos hace caminar
hacia un crecimiento genuino e integral, sin él se difunden el egoísmo, la violencia, la corrupción, la indiferencia y, en
definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales. Conviene destacar el valor
de la solidaridad que, como virtud moral y actitud social, exige el compromiso de todos. La solidaridad se expresa
concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás.

Reproponer la función social de la propiedad: Finalmente, es necesario garantizar que cada persona viva con
dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral. El principio del uso común de los bienes creados
para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario.
Nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen
porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Podemos concluir diciendo que se trata de entrar en otra
lógica que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Porque la paz real y duradera sólo es posible desde una ética
global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la
corresponsabilidad entre toda la familia humana.

Un corazón abierto al mundo entero. Cap. 4


El cuarto capítulo de la carta encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, lleva por título “Un corazón abierto al
mundo” y aborda el fenómeno migratorio, haciendo un llamado a tomar conciencia sobre la dramática situación de
los migrantes en diversas latitudes de nuestra casa común. En este capítulo el Papa indica la necesidad de fortalecer,
como individuos y como pueblos, la conciencia de ser miembros de una misma familia humana, de ensanchar los
horizontes más allá de las realidades y círculos humanos a los cuales pertenecemos y de ser capaces de
preocuparnos y ocuparnos con responsabilidad, generosidad, solidaridad y creatividad por todo ser humano, no
únicamente por aquellos que son inmediatamente cercanos a nosotros por los vínculos familiares, afectivos,
sociales, laborales, locales o nacionales.
Más específicamente, el capítulo señala la imperiosa necesidad de que ninguna nación o pueblo permanezcan
cerrados en sí mismos, mirando únicamente por sus intereses y rechazando a otros pueblos y culturas, sobre todo a
los migrantes: “La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo
como país, sino también como familia humana” (Fratelli tutti, núm. 141).

El sufrimiento atroz que viven millones de migrantes en diversos puntos de la tierra es un grito que se eleva al cielo y
que la inmensa mayoría de veces es acallado o ignorado en la tierra. Más aún, a ese grito, en algunos países,
incluyendo el nuestro, muchas veces se responde, en el “mejor de los casos” con la indiferencia, pero normalmente
con el rechazo, la violencia, la discriminación, el abuso y el atropello de los derechos fundamentales de las personas,
llegando, lamentable y vergonzosamente, a la privación de la vida con una frialdad descarnada, escandalosamente
inhumana y monstruosa.

El Papa recuerda que lo mejor sería que ninguna persona tuviera que salir de su lugar de origen en búsqueda de una
vida mejor, sino que cada lugar brindase oportunidades de desarrollo y vida digna a todos sus habitantes. No
obstante, mientras esto no suceda, han de tutelarse sin cortapisas los derechos fundamentales de todo migrante y
brindarles la posibilidad de una vida digna.

Cuatro actitudes por las personas migrantes

En este sentido, el Santo Padre sugiere cuatro actitudes y acciones en favor de nuestros hermanos migrantes: “[…]
acoger, proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia
social sino de recorrer juntos un camino a través de estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al
tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan
cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana»” (Fratelli tutti, núm. 129).

Ciertamente la migración es una realidad extremadamente compleja cuya atención requiere de un profundo cambio
de mentalidad y de estructuras, de una auténtica “conversión social y política”, de la superación de “localismos” y
“nacionalismos” exacerbados. Este cambio de mentalidad o conversión social, tendría que dar lugar, según el Sumo
Pontífice, a una serie de acciones muy concretas como las siguientes:

[…] incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir
corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso,
garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el
derecho a tener siempre consigo los documentos personales de identidad, y un acceso equitativo a la justicia […]
(Fratelli tutti, núm. 130).

Por otra parte, la crisis sanitaria generada a causa de la SARS-Cov-2 ha problematizado aún más la ya de por sí
penosa situación de quienes migran en búsqueda de una mejor situación para ellos y sus familias.

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