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REPERTORIO DE MENUDENCIAS

El caso es que -al cuerpo- le van creciendo todas las suprimidas excrecencias del deseo
tras el aislamiento extendido, tirante, nervioso, inquieto. Todo siempre a flor de piel.

Espinazo: Una hilera de caracoles encadena la columna dorsal de los días acuartelados.

Deja su señal de malta sobre la tierra, como salivilla de estrellas y susurro a la distancia:

rastro a ciegas de la memoria viva. A oscuras, entonces, la oruga de las vértebras teje el

nido de la memoria, cuando se resiste a la muerte fulminante de la asfixia en aquella

soledad tan sola de los plásticos desinfectados, los hospitales fríos y el insólito trance de la

desaparición en el óbito sin cuerpo. Delirio capitalista que acorrala entre los muros o

sacrifica a la intemperie. Espina envenenada en la enramada de los nervios tendrá su única

alternativa, desde la confesión íntima -aparentemente inaudita- con que la herida infecta

logre sanar. Digo que, en esto mismo se halla el augurio de la próxima salida, cuando

reconocemos la complicidad del sufrimiento en tanto línea de fuga para una misma condena

aborrecible. Espasmo entumecido. Luego, detonación, estruendo. Reventar rumbo a todas

direcciones. Lo digo yo, que soy el espinazo: Metrópolis. Terreno de los afectos, las

relaciones sociales, los deseos y demás circuitos eléctrico-neuronales. Resulta, entonces

que la emergencia de la muerte precisa una anagnórisis a la cordura del tiempo liberado, y

para realizar todo salto cuántico preciso. Ciclamen: Arrebato que nos libere el cuerpo

atomizado en la animadversión, y ya que compartimos connivencias nutritivas y fértiles

para el placer del mundo: Una enredadera de ortigas trepa los escalones de mis vértebras.

Los tallos mecen la ondulación de la cintura, mientras sus hojas crujen una serie de

promesas que se abren más allá de la muerte. Si se alcanza lo más alto, del otro lado, hay un

amor.
Globos oculares: Por lo demás, somos caricatura del brillo en las pantallas con sus apenas

y flacas apariencias. Reflejo insípido donde no puedo mirarte como cuando estás conmigo

y, sin embargo, -aún en la distancia- de súbito, te siento. Y te siento más, porque la

sensación en la ventana cuelga los ojos desde la nube sobreexpuesta en la incertidumbre de

su blanco reventado. Espejo de digresiones extraordinarias o, cuando menos, curiosas…

Detrás del nasobuco sabes bien que te sonrío y te beso y te ensalivo. Hemos creado un

tiempo intermedio para la voluptuosa querencia telepática. Sino: ¿Cómo es que siento,

templado, el aliento de tus ansias y crecido el antojo de tus ojos?

Ombligo: Centro esférico preciso y redondo. Génesis del círculo umbilical que luego se

prefigura como navecita de curvatura inesperada, donde se acumulan distracciones de nube

y otros resplandores de nimbo. O, si mejor se lo prefiere, oquedad insurgente para revolcar

la vida en su espiral de caracola y hasta reventar el arco agudo de la espalda indómita en

contienda. Como efecto de lo anterior, se escuchará brotar aquella carcajada encendida y

espasmódica propia de unos cariños, más bien, luciferinos.

Los dedos: Articulamos agilidad de prestidigitador para la exploración de una memoria

estenográfica. Que se entienda: Notas di-gi-ta-les. El contacto de piano enamorado se

desplaza como carterista del hurto. Así, rapidez en el salto de la araña es roce del viento

que acelera para la sorpresa del contacto inesperado. En síntesis: típico escalofrío del

tiempo con su lectura silabeante de caricia diligente y oficiosa. De otro modo: Gráfica de la

epidermis o ejercicio veloz de taquimecanografía experimentada, que nos escoce las ganas

hasta el suero de la sangre. Aun así, vamos dispuestos a la batalla: Falanges sobre el teclado
y el pulso de la savia emprende su vaivén en artilugio de marionetista. Estando así, primero

tan quietos, los cables orquestan el esqueleto del tacto igual que títeres de hilo. Entonces,

las antenas se alistan y vamos a tientas como insectos tartamudos sobre un camino arenoso.

Pero, el tamborileo impreciso en el exilio tropieza con la acumulación sórdida de esta

lejanía que se entumece. Nos hemos quedado ciegos sin los ojos que miran desde las

manos. Por eso, recordamos con nostalgia y desde el laberinto abigarrado en las huellas

dactilares. Todavía… ¿ayer? estabas aquí en el vértigo de las uñas. Era posible evocarte con

la retentiva de estas pinzas largas: Porciones distales, puntas extremosas. Pulgar, índice,

corazón, anular, ínfimo meñique: todos prestos. Sin embargo, a la lejanía… ¿Qué será de

nuestro mundo ahora? ¡Nos volveremos locos! ¡Se nos quebrarán las uñas frágiles como

papel volante! Claro que, ante la esquina de la coyuntura, sabemos -sin presentismos- que

las musicalidades del capital construyen rutas excesivas y, al mismo tiempo, de algún

modo, rítmicas, en la gráfica de su coreografía exacerbada y predecible. Por ello,

preferimos pensar que el umbral de la crisis se halla abierto, de modo que -quizá- el curso

de la lucha histórica pueda anunciar -por fin- la llegada de lo imposible. Aclaración: El

repiquete del telégrafo futurista tampoco nos impresiona con su amenaza de tiempo

apocalíptico.

El culo: Redondez de maravilla para las irreverencias voluptuosas. El juego de su golpe

sobre el agua resuena percusiones sonrojadas y tibias de piel despierta. A veces lanza

trompetillas irreverentes que repercuten -con sorna- en la burla de su comentario al margen.

Dientes: Ferocidades que resisten. También son fuerza radical de una ternura vulnerable y

transparente en la sonrisa. Empuñamos el arma de la complicidad que convoca a la


felicidad acuciosa e insumisa. Sin embargo, sabemos -también- de la mordida furiosa que

hiere las relaciones sociales y, por tanto, entendemos la terquedad punzante -hasta las

muelas- de los poderes dominantes y su dinámica mercantil; pero, reímos, porque

defendemos nuestro derecho a la alegría, cuando -desde el nudo apretado de la crisis- es

posible reconocer el juego de la sombra en el futuro; y, eso es, el disfrute de los placeres

todos, profundamente arraigados en el presente vivo y sensible de las encías. De este modo,

el filo de la estructura aguda y suave acariciará -alguna vez- la piel del futuro, hasta erizar

toda célula sensible; con lo que -en su resolución conjunta de cosquilla-, se concedan

temblores carnales, desbocados y, finalmente, aquel golpe de cuartos de caballo precipite -

por fin- su galope irresistible.

La vulva: Aroma de flor nocturna para el sueño largo y húmedo posee una simetría

fuertemente bilateral que se distingue, sin embargo, por la multiplicidad de su morfología

extremadamente diversa. En la pieza media de su disposición, se encuentra un verticilo

interno de tépalos que revienta brotes inesperados como pulso desenfrenado de río que se

desborda. Se sabe que la complejidad de sus placeres suele despertar variaciones infinitas

de brebajes aromáticos y otras delicias nutritivas, según la contingencia del encuentro y por

sus diversas interacciones con agentes polinizadores y otros huéspedes amables. La

supervivencia de la humanidad entera germina en la tierra fértil tras el umbral de sus

caricias. Por eso, presentan reservorios de aguas medicinales que al ingerirse provocan -a

quien se atreve con dulzura- una embriaguez de sueños muy recomendable para combatir el

insoportable vértigo del aniquilamiento.


Olfato: Antes que yo misma lo sepa, el humor de las intenciones corrosivas se presiente

desde el hueco en el estómago: La mentira huele a perfume de flores frescas y el odio suele

ser un estallido de pólvora invisible sobre el aire. De cualquier modo, ante la asfixia,

aquella ventisca inesperada del deseo resucita imágenes -lejanísimas- como repertorio de

aromas que hacen suspirar a veces.

La voz: Espesura donde se habilita la creación del espacio. Espectro del cuerpo que

construye un lugar. Las tesituras son diversas y los matices múltiples. Síntoma de los

avatares del cuerpo: expresa el ritmo de la respiración en su cadencia musical. Color de la

singularidad indefinible. También es caricia con que te alcanzo a la distancia, o lanza

certera sobre el límite preciso, o cavidad en el hueco para la resonancia de memorias y otras

ondulaciones ancestrales. Nos heredamos una voz y luego -si conseguimos ser felices-

logramos destemplarnos hasta encontrar el apoyo con que vibra la columna de aire en tanto

negativo del cuerpo. Soplo del universo interno que se empuja desde adentro para gritar el

alarido de la aurora. Se anida -como paisaje- en la cadera abierta de la revuelta inevitable y,

por eso, es ejercicio amatorio de armónicos paradisiacos. Nota para la contradicción: En el

patriarcado productor de mercancías no es bien visto que las mujeres tengan una voz -

digamos- grave, amplia o profunda. Así, quienes llevan la enajenación capitalista incrustada

hasta la médula, suelen considerar amenazante aquel registro mujeril desde cuya libertad

afrodisiaca, resuena el piso maternal del cuerpo pélvico y -peor aún- si el eco se enraíza

como árbol perenne hacia el centro de la tierra. En este sentido, la posibilidad de la voz

aguda, tipluda, ligerísima y casi inexistente (malamente risible para el caso de los hombres)

suele alimentarse de una respiración superficial que, entre cortada, obsequia la ofrenda

sumisa de su vulnerabilidad frágil. ¡Tanto peor cuando -se sabe de cierto- que la voz nos
construye el instrumento! Por lo que, si harto los pulmones hasta dilatar las piernas es para

abrazar el espacio de amarte sin fingimientos de debilidad o inconsistencia. En todo caso,

una voz enriquecida -de hombre, mujer, niño o quimera- puede trocar cualquier atmósfera

insípida en amorosos vaivenes de coloraturas suaves o robustas, con que los ribetes del

amor encienden su dramaturgia de sirenas.

La sombra: Me persigue, irremediablemente, la embustera locura del hábito en el que ya

no me reconozco. Esa cáscara de la que fui se halla mirándome desde el angular último del

cuarto: Abro la puerta del armario y me ajusto -en un solo gesto- todo aquel tejido sobre

este cuerpo de ahora. Notable: El futuro es un eclipse.

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