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Repertorio de Menudencias de Verónica Albarrán
Repertorio de Menudencias de Verónica Albarrán
El caso es que -al cuerpo- le van creciendo todas las suprimidas excrecencias del deseo
tras el aislamiento extendido, tirante, nervioso, inquieto. Todo siempre a flor de piel.
Espinazo: Una hilera de caracoles encadena la columna dorsal de los días acuartelados.
Deja su señal de malta sobre la tierra, como salivilla de estrellas y susurro a la distancia:
rastro a ciegas de la memoria viva. A oscuras, entonces, la oruga de las vértebras teje el
soledad tan sola de los plásticos desinfectados, los hospitales fríos y el insólito trance de la
desaparición en el óbito sin cuerpo. Delirio capitalista que acorrala entre los muros o
alternativa, desde la confesión íntima -aparentemente inaudita- con que la herida infecta
logre sanar. Digo que, en esto mismo se halla el augurio de la próxima salida, cuando
reconocemos la complicidad del sufrimiento en tanto línea de fuga para una misma condena
direcciones. Lo digo yo, que soy el espinazo: Metrópolis. Terreno de los afectos, las
que la emergencia de la muerte precisa una anagnórisis a la cordura del tiempo liberado, y
para realizar todo salto cuántico preciso. Ciclamen: Arrebato que nos libere el cuerpo
para el placer del mundo: Una enredadera de ortigas trepa los escalones de mis vértebras.
Los tallos mecen la ondulación de la cintura, mientras sus hojas crujen una serie de
promesas que se abren más allá de la muerte. Si se alcanza lo más alto, del otro lado, hay un
amor.
Globos oculares: Por lo demás, somos caricatura del brillo en las pantallas con sus apenas
y flacas apariencias. Reflejo insípido donde no puedo mirarte como cuando estás conmigo
Detrás del nasobuco sabes bien que te sonrío y te beso y te ensalivo. Hemos creado un
tiempo intermedio para la voluptuosa querencia telepática. Sino: ¿Cómo es que siento,
Ombligo: Centro esférico preciso y redondo. Génesis del círculo umbilical que luego se
desplaza como carterista del hurto. Así, rapidez en el salto de la araña es roce del viento
que acelera para la sorpresa del contacto inesperado. En síntesis: típico escalofrío del
tiempo con su lectura silabeante de caricia diligente y oficiosa. De otro modo: Gráfica de la
epidermis o ejercicio veloz de taquimecanografía experimentada, que nos escoce las ganas
hasta el suero de la sangre. Aun así, vamos dispuestos a la batalla: Falanges sobre el teclado
y el pulso de la savia emprende su vaivén en artilugio de marionetista. Estando así, primero
tan quietos, los cables orquestan el esqueleto del tacto igual que títeres de hilo. Entonces,
las antenas se alistan y vamos a tientas como insectos tartamudos sobre un camino arenoso.
lejanía que se entumece. Nos hemos quedado ciegos sin los ojos que miran desde las
manos. Por eso, recordamos con nostalgia y desde el laberinto abigarrado en las huellas
dactilares. Todavía… ¿ayer? estabas aquí en el vértigo de las uñas. Era posible evocarte con
la retentiva de estas pinzas largas: Porciones distales, puntas extremosas. Pulgar, índice,
corazón, anular, ínfimo meñique: todos prestos. Sin embargo, a la lejanía… ¿Qué será de
nuestro mundo ahora? ¡Nos volveremos locos! ¡Se nos quebrarán las uñas frágiles como
papel volante! Claro que, ante la esquina de la coyuntura, sabemos -sin presentismos- que
las musicalidades del capital construyen rutas excesivas y, al mismo tiempo, de algún
preferimos pensar que el umbral de la crisis se halla abierto, de modo que -quizá- el curso
repiquete del telégrafo futurista tampoco nos impresiona con su amenaza de tiempo
apocalíptico.
sobre el agua resuena percusiones sonrojadas y tibias de piel despierta. A veces lanza
Dientes: Ferocidades que resisten. También son fuerza radical de una ternura vulnerable y
hiere las relaciones sociales y, por tanto, entendemos la terquedad punzante -hasta las
posible reconocer el juego de la sombra en el futuro; y, eso es, el disfrute de los placeres
todos, profundamente arraigados en el presente vivo y sensible de las encías. De este modo,
el filo de la estructura aguda y suave acariciará -alguna vez- la piel del futuro, hasta erizar
toda célula sensible; con lo que -en su resolución conjunta de cosquilla-, se concedan
La vulva: Aroma de flor nocturna para el sueño largo y húmedo posee una simetría
interno de tépalos que revienta brotes inesperados como pulso desenfrenado de río que se
desborda. Se sabe que la complejidad de sus placeres suele despertar variaciones infinitas
de brebajes aromáticos y otras delicias nutritivas, según la contingencia del encuentro y por
caricias. Por eso, presentan reservorios de aguas medicinales que al ingerirse provocan -a
quien se atreve con dulzura- una embriaguez de sueños muy recomendable para combatir el
desde el hueco en el estómago: La mentira huele a perfume de flores frescas y el odio suele
ser un estallido de pólvora invisible sobre el aire. De cualquier modo, ante la asfixia,
aquella ventisca inesperada del deseo resucita imágenes -lejanísimas- como repertorio de
La voz: Espesura donde se habilita la creación del espacio. Espectro del cuerpo que
construye un lugar. Las tesituras son diversas y los matices múltiples. Síntoma de los
certera sobre el límite preciso, o cavidad en el hueco para la resonancia de memorias y otras
ondulaciones ancestrales. Nos heredamos una voz y luego -si conseguimos ser felices-
logramos destemplarnos hasta encontrar el apoyo con que vibra la columna de aire en tanto
negativo del cuerpo. Soplo del universo interno que se empuja desde adentro para gritar el
patriarcado productor de mercancías no es bien visto que las mujeres tengan una voz -
digamos- grave, amplia o profunda. Así, quienes llevan la enajenación capitalista incrustada
hasta la médula, suelen considerar amenazante aquel registro mujeril desde cuya libertad
afrodisiaca, resuena el piso maternal del cuerpo pélvico y -peor aún- si el eco se enraíza
como árbol perenne hacia el centro de la tierra. En este sentido, la posibilidad de la voz
aguda, tipluda, ligerísima y casi inexistente (malamente risible para el caso de los hombres)
suele alimentarse de una respiración superficial que, entre cortada, obsequia la ofrenda
sumisa de su vulnerabilidad frágil. ¡Tanto peor cuando -se sabe de cierto- que la voz nos
construye el instrumento! Por lo que, si harto los pulmones hasta dilatar las piernas es para
una voz enriquecida -de hombre, mujer, niño o quimera- puede trocar cualquier atmósfera
insípida en amorosos vaivenes de coloraturas suaves o robustas, con que los ribetes del
no me reconozco. Esa cáscara de la que fui se halla mirándome desde el angular último del
cuarto: Abro la puerta del armario y me ajusto -en un solo gesto- todo aquel tejido sobre