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Estas transformaciones jurídicas fueron generando cambios importantes que se plasmaron en el rol social de la
mujer y en su desarrollo personal, profesional y emocional y en particular el acceso a la educación, su ingreso
masivo al mercado laboral y su participación en escenarios de decisión y poder. A pesar de estos avances, la
realidad ha permitido comprobar que no siempre los cambios normativos han implicado la desaparición de las
discriminaciones y practicas sexistas hacia las mujeres, como lo muestra Soto Romero “En algunas experiencias
comparadas, bajo la aparente igualdad se ocultan situaciones en las cuales se sigue manteniendo la
segregación laboral, evidenciada en bajos salarios, mayores tasas de desempleo para este género, peores
formas de contratación, desprotección social o la simple ubicación en categorías bajas de puestos de trabajo
respecto a la mano de obra masculina. De forma más concreta, algunas diferencias entre mujeres y hombres
en el acceso al mercado de trabajo, se evidencia en su empleabilidad en puestos directivos o que involucran
toma de decisiones; siendo excepcional la presencia de mujeres en los mismos” (Soto Romero, 2013, pág. 7).
Por tanto, la presencia de inequidad se expresa con mayor fuerza en la sistematicidad de las violencias físicas,
sexuales, psicológicas y económicas que viven las mujeres en el espacio privado y público “cuando se piensa en
la violencia contra la mujer, en la mayoría de los casos, vienen a la memoria la multitud de víctimas que han
sido agredidas en el contexto de la violencia intrafamiliar, las relaciones de pareja o en las que media un
vínculo erótico afectivo o las resultantes de los asaltos o agresiones sexuales. No obstante, se reconoce que
existen diversas formas o tipos de violencia contra la mujer, unas más visibles que otras, unas que producen
secuelas más devastadoras que otras y unas más prevenibles que otras” (Consejería Presidencial para la
equidad de la Mujer, 2009, pág. 16).
Estos mecanismos de sometimiento de las mujeres, las imposibilitan de gozar de los derechos obtenidos y de
las propias oportunidades de desarrollo social, político, económico y cultural que se han venido ganando con
estas transformaciones jurídicas. Es así, que este tipo de violencias no son ajenas a nuestra realidad siendo sus
principales manifestaciones “las lesiones personales, el homicidio, la violación, el abuso y acoso sexual, la trata
de personas, la prostitución forzada, el secuestro, la tortura y las diversas formas de discriminación. En efecto,
esta problemática constituye un atentado al derecho a la igualdad que existe entre hombres y mujeres y un
desconocimiento de la equiparación de derechos políticos, civiles, económicos, culturales y jurídicos que
existen entre ambos. Estos hechos se ven reflejados en cifras de violencia que afectan directamente a las
mujeres por su condición de género como la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, los homicidios.