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Cierta vez, Sac Muyal robó a una muchacha y desapareció con ella. Para rescatarla, el
amante recorrió día y noche montes y caminos. De pronto le salió al paso una serpiente
y le dijo:
—Sé lo que buscas y quiero ayudarte. Sácame un poco de sangre, bébela y entonces
seré tu guía.
Lo hizo así y echó a andar detrás de la serpiente; pero como esta era perezosa,
después de un rato se quedó dormida. Entonces el hombre la azotó con un bejuco y sólo
de ese modo reanudó su camino. A poco llegó a un monte tan tupido que le fue
imposible avanzar más. Ya se volvía desconsolado cuando una vieja se le acercó y le
dijo:
En cuanto tiró la hebra se abrió una vereda y sin dificultad caminó hasta alcalzar la
orilla de un lago. Entonces ahí un venado le dijo:
El hombre tiró la piedra y como en sueños fue llevado a la otra orilla. Aquí se le
apareció un águila y le dijo:
—Toma esta uña de mis garras; te será útil. Ahora sigue tu camino.
Avanzó y al pasar bajo una anona le cayó en los ojos una gotita de savia y quedó
ciego. Entonces un escarabajo le dijo:
—Pásate esta bolita de tierra por los ojos y volverás a ver.
Se la pasó dos veces y recobró la vista. Siguió avanzando y se detuvo junto a una
cueva donde estaban la vieja, el venado, el águila y el escarabajo. La vieja le habló así:
El hombre cumplió con lo que le dijeron, pero en eso se le nubló la razón y ya no
supo más de sí. Cuando despertó, tenía en sus brazos a la muchacha que le robó Sac
Muyal.