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Sin palabra, no hay convivencia, solo fuerza bruta

Hay una degradación de la moral y la ética en nuestro comportamiento como sociedad boliviana. Se
ha perdido el valor de la palabra, como principio fundamental para la convivencia y el progreso
como sociedad. Ya no se respetan compromisos. Plazos. Normas. El abuso y el matonaje, amparado
por una ilegalidad trepidante, ha sumido a los valores a niveles, francamente, miserables.

La ética es aquel conjunto de normas sin la cual el relacionamiento social es imposible. Y lo es


porque la confianza sustenta su vigencia en el supuesto que en el futuro habrá un buen
comportamiento del otro que, obviamente, justifica la inversión, el ahorro, el esfuerzo, el mérito, el
progreso. Sin palabra no hay legitimidad, solo fuerza bruta.

Detrás de la debilidad de la palabra se presenta el detenimiento. La parálisis y, por supuesto, el mal


engendro que habita en aquella amenaza, es la pérdida del valor de la palabra.

Cómo se degrada la palabra en nuestros días. La primera es cuando de manera decidida se ampara o
estimula el incumplimiento de los contratos, a sabiendas que se le provocará un daño al otro de
manera deliberada; la segunda, es la amañada tergiversación del discurso para manipular, amparado
en posiciones de poder e influencia y que consiste en la verborrea de cierta gente que dice una y
otra vez lo mismo, sin importar cuántas evidencias se acumulen de que esa postura es
completamente falsa y errónea. Favoreciendo, obviamente, la discordia, muy usada por el
populismo.

La tercera, es el constante cambio del sistema normativo que provocan distorsiones en la relación
legal y jurídica por dictados cambiantes y caprichosos que dinamitan el marco legal de referencia y,
por último, es la relativización de los términos incluidos en el correcto funcionamiento de las propias
institucionales que al vulnerar de manera sistemática las reglas de juego, se ingresan en anomías o
ausencias de poder que dejan al ciudadano a una suerte de indefensión absoluta.

Las sociedades más precarias -como la boliviana por la ausencia de justicia imparcial y oportuna y
por contar con un sistema judicial corrompido y con fuerzas policiales abusivas- se organizan sobre la
base del imperio de la fuerza, pura y dura.

Hoy en el país, los políticos piden con frecuencia que se rompan contratos, en lugar de solicitar que
se respeten los acuerdos. Se vocifera la vulneración de los derechos de la contraparte sin ningún
rubor o sentido común de respeto a la palabra empeñada. Lo correcto es desconocer en lugar de
reconocer la valía de un acuerdo.

Hemos herido de muerte a la palabra. La hemos cercenado y su cabeza pende de una pica en la plaza
pública para que todos, a su paso, recuerden que vivimos en la barbarie del más fuerte y vil que
mejor tuerce el valor de la mentira a su favor y reclama que el debilitamiento de las instituciones es
su fortaleza. No existe mejor prueba del progreso de una civilización que la cooperación, pero sin el
valor de la palabra, ya nada importa.

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