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Eliot T. S. - La Tierra Baldia
Eliot T. S. - La Tierra Baldia
por T. S. Eliot
-Versión Completa-
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¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen
en estos escombros pétreos? Hijo del hombre,
tú no puedes decirlo, ni adivinarlo, pues tú tan sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate.
El árbol muerto no cobija, el grillo no consuela,
y la reseca piedra no mana agua. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja.
(Ven bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo diferente
de tu sombra que te sigue a zancadas por la mañana
o de tu sombra que al atardecer se levanta para encontrarte;
te mostraré lo que es el miedo en un puñado de polvo.
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la dama de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí está el comerciante tuerto, y esta carta en blanco
es algo que lleva sobre la espalda,
que no puedo ver. No encuentro al Ahorcado. Tema la muerte por agua.
Veo un tropel de gente, rondando en círculo.
Gracias. Si ve usted a la estimadísima señora Equitone,
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
¡una tiene que ser tan precavida en estos días!
Ciudad Irreal,
bajo la parda niebla de un amanecer de invierno,
tal multitud fluía sobre el Puente de Londres,
que nunca hubiera yo creído ser tantos los que la muerte arrebatara.
Llevaban todos los ojos clavados
delante de sus pies y exhalaban suspiros...
Cuesta arriba y luego calle King William abajo
hacia donde Santa María Woolnoth guarda las horas
con un sonido grave al final de la novena campanada.
Allí vi a un conocido, y le detuve, llamándole: <¡Stetson!
¡Tú, que estabas conmigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
ha comenzado a germinar? ¿Florecerá este año?
¿O la repentina escarcha perturba tu lecho?
Oh, aleja de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
que si no, ¡lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
¡Tú, hypocrite lecteur! mon semblable, -mon frère! >
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II. Una partida de ajedrez
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Se oyó un taconeo en la escalera.
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Dense prisa por favor que ya es hora.
Pues bien, aquel domingo Alberta estaba en casa, tenían jamón curado,
y me invitaron a cenar, para saborear aquel jamoncito caliente.
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Dense prisa por favor que ya es hora.
Se ha roto la tienda de campaña del río: los últimos dedos de las hojas
se agarran y se hunden en la barranca húmeda. El viento
cruza la parda llanura, silenciosamente. Las ninfas se han marchado.
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que termine mi cantar.
El río no arrastra botellas vacías, papeles de sandwiches,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas de cigarros
u otros testimonios de noches estivales. Las ninfas se han marchado.
Y sus amigos, los perezosos herederos de empleados municipales;
se fueron, no han dejado sus nuevas direcciones.
A orillas del Leman me senté y lloré...
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que termine mi cantar,
dulce Támesis, fluye suavemente, pues no hablaré recia ni luengamente
pero a mi espalda en el viento frío oigo
acudimientos de huesos y risas ahogadas.
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En una noche de invierno detrás de la fábrica de gas,
meditando sobre el naufragio de mi hermano rey
y sobre la muerte anterior de mi padre rey.
Blancos cuerpos desnudos sobre la baja tierra húmeda
y huesos abandonados en una fría guardilla de techo bajo,
sacudidos sólo por la pata del ratón, año tras año.
Pero a mi espalda de vez en cuando oigo
bocinas y autos, que llevarán a Sweeney.
En la primavera adonde la señora Porter.
Oh, la luna fulguraba radiantemente sobre la señora Porter
y sobre su hija.
Ellas se lavan los pies con agua gaseosa
Et O ces voix denfants, chantant dans la coupole!
ciudad Irreal,
bajo la parda niebla de un mediodía invernal.
El señor Eugenides, comerciante de Esmirna,
sin afeitar con un bolsillo lleno de pasas
T. a. g. Londres: documentos a la vista,
me invitó en francés demótico,
a almorzar en el Hotel Cannon Street
y a pasarme el fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando alzamos del escritorio los ojos y las espaldas,
cuando la máquina humana aguarda
como un taxímetro que espera vibrando,
yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
viejo con arrugadas tetas de mujer, puedo ver
a la hora violeta, a esa hora de la tarde que nos empuja
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hacia el hogar y el mar envía al marinero a su casa,
y la mecanógrafa, para tomar el té de la tarde, levanta la mesa del desayuno,
enciende
su estufa, y saca alimentos en conserva.
Fuera de su ventana peligrosamente puestas a secar están
sus combinaciones, tocadas por los postreros rayos del sol.
Sobre el diván (que por la noche le sirve de cama) están amontonadas
medias, chinelas, enaguas y sostenes.
Yo, Tiresias, viejo de ubres arrugadas
vi la escena, y predije el resto-
Yo también aguardaba la esperada visita.
El, joven carbunculoso, llega
secretario de un agente de una pequeña casa mercantil, de mirada altanera,
uno de esos bribones sobre quien el descaro se asienta
como una chistera sobre un millonario de Bradford.
La hora es propicia, y tal como él imaginó,
la cena ha concluido, ella está aburrida y cansada,
él trata de excitarla con caricias
que aunque irreprochables no son deseadas.
Congestionado y decidido, él la asalta en seguida;
sus manos exploradoras no encuentran resistencia;
su vanidad no necesita respuesta,
y hasta se alegra de su indiferencia.
(Y yo, Tiresias, he tolerado todo
lo ocurrido en este mismo diván o lecho;
o, que estuve sentado bajo los muros de Tebas
y anduve entre lo más bajo de los muertos).
Le otorga un beso patronizante y final,
y baja a tientas por la escalera obscura...
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Cuando una mujer hermosa comete tales locuras y
vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
se alisa los cabellos con mano automática
y pone un disco en el gramófono.
<>,
y a lo largo del Strand, calle Reina Victoria arriba.
Oh, ciudad, ciudad, a veces puedo escuchar
cerca de un bar de la Lower Thames Street,
el agradable lamento de una mandolina
y el murmullo y la charla que sale del interior
donde los vendedores de pescado descansan al mediodía; donde los muros
de Magnus Mártir guardan
inexplicable esplendor de Iónica blancura y oro.
El río suda
aceite y brea.
Los lanchones se van
con la cambiante marea.
Velas rojas
anchas,
a sotavento, se mecen sobre los mástiles.
Los lanchones
sumergen maderos a la deriva.
Navegando hacia Greenwich,
más allá de Isle of Dogs.
Weialala leia
Wallala leialala
Elizabeth y Leicester
remando.
La popa era
dorado casco
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rojo y oro.
La estela juguetona
inundó de ondas las orillas
el viento del sudoeste
cargó agua abajo
las campanadas
de las torres blancas.
Weialala leia
Wallala leialala
la la
abrasando.
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IV. Muerte por agua
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Si hubiese agua nos detendríamos a beber.
Entre las rocas no puede uno ni pararse ni pensar.
El sudor es seco y los pies sobre la arena
si sólo hubiera agua entre las rocas
muerta montaña, boca de cariosos dientes que no puede escupir.
Aquí no puede uno ni pararse, ni acostarse, ni sentarse.
No hay ni silencio siquiera en las montañas
sino el seco estéril trueno sin lluvia.
No hay soledad siquiera en las montañas,
sino ceñudos rostros rojos que gruñen entre dientes
desde los umbrales de casas de tierra apisonada.
Si hubiese agua,
y no roca,
si hubiese roca
y también agua,
y agua,
un manantial,
un pozo entre las rocas,
si sólo se oyera rumor de agua
no la cigarra
ni la hierba seca cantando
sino rumor de agua sobre roca
allí donde canta el zorzal entre los pinos
drip drop drip drop drop drop drop,
pero no hay agua.
¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado?
Cuento: sólo somos dos, tú y yo, juntos.
Pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino
siempre hay otra persona que camina a tu lado
deslizándose en su capa parda, con caperuza,
no sé si es hombre o mujer.
- ¿Pero quién es ese que va a tu lado?
¿Qué ruido es ese que vibra alto en el aire,
susurro de maternal lamentación?
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¿Qué hordas encapuchadas son esas que hormiguean
por llanuras sin fin, tropezando en tierra resquebrajada,
sólo anilladas por el raso horizonte?
¿Qué ciudad es esa sobre las montañas,
chasquidos y reformas y explosiones en el aire violeta,
torres que se derrumban?
¿Jerusalén, Atenas, Alejandría,
Viena, Londres?
Irreal
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da
da
Da
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Poi sascose nel foco che gli afina
quando fiam ceu chelidonOh, golondrina, golondrina.
Le Prince dAquitaine a la tour abolie.
Estos fragmentos he amontonado sobre mi tumba
Why then Ile fit you. Hieronymos mad againe.
Datta. Dayadhvam. Damyata.
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