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Este capítulo sexto de la exhortación apostólica “La alegría del amor”, nos
ayudará a adentrarnos en el análisis de los aspectos más relevantes de la
pastoral familiar.
Planteamientos:
Por la gracia del sacramento nupcial, las familias cristianas son los principales
sujetos de la pastoral familiar y los cónyuges deben aportar su testimonio
gozoso, hacer experimentar que el Evangelio es alegría, que llena el corazón y
la vida entera.
Y para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la pastoral
familiar, se requiere un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la
familia y por eso se exige una conversión misionera.
Ante esto, se plantea una formación adecuada a todos los agentes activos
(movimientos, sacerdotes, consagrados, laicos, incluso seminaristas).
Que contenga elementos necesarios para poder recibirlo con las mejores
disposiciones y comenzar con cierta solidez la vida familiar.
Que les haga ver incluso, las incompatibilidades, riesgos o puntos débiles de
su relación, para no exponerse a un fracaso prematuro que tendría
consecuencias dolorosas.
Que entiendan que el casamiento no es el final del camino, sino que asuman el
matrimonio como un a vocación que los lanza hacia adelante con la firme y
realista decisión de atravesar juntos todas las pruebas y momentos difíciles.
También indicarles lugares y personas, consultorías o familias disponibles
donde puedan acudir cuando surjan dificultades.
Preparación de la celebración
No hay que llegar al casamiento sin haber orado juntos, el uno por el otro,
pidiendo ayuda a Dios para ser fieles y generosos, incluso consagrando su
amor a la Virgen.
El matrimonio es una cuestión de amor, sólo pueden casarse los que se eligen
libremente y se aman.
Hacer entender a los novios que el matrimonio no puede entenderse como algo
acabado, sino en proceso, llamado a crecer.
Porque cuando la mirada hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso
indica que el matrimonio no se ha asumido como un proyecto de construir
juntos con paciencia, comprensión, tolerancia y generosidad.
Por eso hay que mostrarles a los nuevos matrimonios que esto es solo el
inicio, que tomen conciencia de que están comenzando y que el sí que se
dieron es el inicio de un itinerario, por eso la bendición recibida es una gracia
y un impulso para ese camino siempre abierto.
Algunos recursos
La historia de una familia está surcada por crisis de todo tipo. Hay que ayudar
a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor
intensidad, sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión.
No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices
de un modo nuevo, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa.
Cuando el matrimonio se asume como una tarea, que implica también superar
obstáculos, cada crisis se percibe como la ocasión para llegar a beber juntos el
mejor vino.
Que las crisis no asusten a los matrimonios, ni los lleven a tomar decisiones
apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber
escuchar, afinando el oído del corazón.
Cuando las crisis alteran la vida familiar, estas exigen un camino de perdón y
reconciliación. Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia
fundamental en la vida familiar.
Las crisis deben ser como “un nuevo sí” que haga posible que el amor renazca
fortalecido, transfigurado, madurado, iluminado.
Viejas heridas
Hay muchas más crisis en una familia cuando alguno de sus miembros no ha
madurado su manera de relacionarse. Si todos fueran personas que han
madurado normalmente, las crisis serían menos frecuentes o menos dolorosas.
Cada uno tiene que ser sincero consigo mismo para reconocer que su modo de
vivir el amor tiene estas inmadureces. Por más que parezca evidente que toda
la culpa es del otro, nunca es posible superar una crisis esperando que solo
cambie el otro. También hay que preguntarse por las cosas que uno mismo
podría madurar o sanar para favorecer la superación del conflicto.
Acompañar después de rupturas y divorcios
Hay que acoger y valorar el dolor de quienes se han visto obligados a romper
la convivencia por los maltratos del cónyuge. El perdón por la injusticia
sufrida no es fácil, pero es un camino de que la gracia hace posible y ante esto
es necesaria una pastoral de la reconciliación y de la mediación a través de
centros de escucha especializados que habría que establecer en la diócesis.
Alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar y que son
testigos de la fidelidad matrimonial, a encontrar en la Eucaristía el alimento
que sostenga su estado.
El duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo, pero en algún
momento hay que ayudar a descubrir al doliente que aún tenemos una misión
que cumplir y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, ya que el
sufrimiento nunca será un homenaje.
Porque la persona amada no necesita nuestro sufrimiento, ni le resulta
halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión de
amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un
pasado que ya no existe.
La esperanza cristiana nos asegura que ellos están en las manos buenas y
fuertes de Dios.
Una manera de comunicarnos con los seres queridos que murieron es orar por
ellos.