Está en la página 1de 17
Roberto R. Aramayo Kant Entre la moral y la politica Alianza editorial Elio de bolsilo an otra rorya obs -qusa una gran admiracién, mien trae quel segundo le infunde respeto: Todo el esfuerzo de Kant se cifrard en conseguir para la ética un estatuto ™. En cambio, para el precepto ético sélo contaria por el contrario la intencién y no los logros aleanzados. Al en- tender de Kant: La buena voluntad noes tal porlo que produzc 0 lgre, Porsuidoncidad para conseguir un fin propucst, sendo st ‘eret lo ince que la hace buena de suyo J. Aun cuando ‘etced aun destino paricularmente advers, oa caust del 33 ae ‘nt Esra nly pica mezquino ajuar con que la hays dotado na naturaleza ma rasta, dicha voluntad adoleciera por completo dela capa cidad para llevar a cabo su propssito y dejase de cumplir en abseluto con dl (no porque se hays limitado a desea, sing ‘ese al gran empeto por hacer acopio de todos los recursos aque se hallena su aleanced, semejante voluntad brillaria pese «todo por si misma cual una joys, como algo que posee su pleno valor en si mismo, A ese valor nada puede afadis ni smermat la utilidad ol fracaso®. Los mandatos morales no ponen sus miras en el éxito, como sihacen la reglas de la destreza, sino tan sélo en indole de las intenciones. Por eso estos preceptos no son hipotéticos al no estar pendientes de las consecuencias, sino absolutamente apodicticos e incondicionados. Aho- ra bien, Kant no se conformé con diferenciar al impera tivo categsrico de las reglas procedimentales que precisa toda habilidad artistiea 0 técnico-cientifica. Entre los mandatos morales y las reglas dictadas por la destreza tiene cabida otro tipo de normas précticas: los consejos dela pradencia. Este ambito intermedio es el de lo prag- itico, es decir, el de aquelas pautas que atafien al bien- ‘estar y que son administradas por la sagacidad, Nos en- contramos pues en el terreno dela felicidad. A diferencia de los abjetivos perseguidos por la destreza la felicidad constituye un propésito universal que eabe presupon: todo el mundo. El problema es que, pese a compari: Jo todos en cuanto anhelo, nadie sabe muy bien cémo especificar esa meta. «Por despraca, la nocién de fli dad es un concepto tan impreciso que, aun cuando cal hombre desea conseguir la felicidad, pese « ello nunct “4 2. nbc de wept mode decir con precisién y de acuerdo consigo mismo fo que verdaderamente 6 deseen, La felicidad puede ser definida,y aslo hace Kant, como la plena sx filaecién de todas nuestras necesidades e inclinacio- tes, Uno ser tanto mas feliz cantas mis inclinaciones logre stisfacer, procurando ademis colmarlas en lo que sta al grado de su intensidad y ala persstencia de su doracin Al igual que Kant, solemos entender por fel cidad el que todo nos vaya, dentro del conjunto de nucs- traexistencia con arreglo a nuestro deseo y voluntal Seguramente, cualquiera de nosotros podria suse sin grandes reparos estas definiciones kantianas rela ala felicidad, en donde se la entiende como una cabal sa tisfaceién de nuestras necesidades e inclinaciones o el «que todo marche conforme a nuestros descos y voicio- nes, Pero en cuanto descendamos al plano de lo conere- to, este acuerdo se desvaneceri como por ensalmo ¥ no se dara ni siquiera con uno mismo, dado que no slo queremos cosas bien distintas a cada momento, sino que ‘muy a menudo nuestros antojos también suelen mostrarse contradictorios entre sy resulta sumamente complejo tentar compatibilizaros o limitarse a priorizarles. Nunca sabemos muy bien lo que realmente queremes, tanto an- tescomo despuds de conseguit suisfacer nucstres descos, bir Tan pronto como ci en una determinada meta, solemas tender fj el rum: bo dle nuestros anhelos en una direceisn totalmente ‘ptesta, Nos gustaria ser felices, mas ns falta suber eno Ucgara seo, porque no resulta nad seneillo averigue ent 0 puede consistir exactamente neste felicia y arbi re ant Entree orl ys pla trar un criterio fiable para lograrla es poco menos ue im. posible, al ser un veleidoso juego de la imaginacién, tal ‘como sefiala en su tercera Critica”: El concepto de felicidad noes un concepto que el ser huma- no abstaige de sus instintos y extraiga de su propia animal- dad, sino que es una mera idee de un estado (... El mismo bosqueja esa idea de modo tan vatiopinto merced a su en. tendimiento, enmaraiado con l razén y los sentidos, modi ficéndola con tanta frecuencia que, aun cuando también la naturaleza estuviese sometida por entero a su arbitro, pese allo no pode asumir en absoluto ninguna ley precis, uni- versal yestable que coincidiera con ese oscilante concepto y, asi, conel fin que cada cual e propone de modo arbitratio” 3. La emancipacién del azar merced al estar contento consigo mismo Al tratarse de un concepto tan voluble, no cabe fijar un ctiterio cierto ¢ infalible que nos encamine hacia la fei cidad. Nadie tiene una capacidad suficiente «de precisar on plena certeza lo que le hard realmente feliz, porque para ello requeriria omnisciencia»™, En efecto, para de- terminar previamente con toda exactitud aquello que Pudiera hacernos felices, habria que tener en cuenta to- das y cada una de las variables en juego, como si estuvié- amos frente a un inmenso e inabareable tablero de aje- rez. Sin embargo, nuestra raz6n «no tiene luz suficiente ara poder abarcar con un solo vistazo toda la serie de causas antecedentes y determinantes, To que permitira 36 2 Embusea dl seigo perdido predecir con total seguridad el éxito favorable oadverso con que se ven rematadas las acciones u omisiones de los hombres conforme al mecanismo de la naturalezay, Enausencia de semejante capacidad analitica, el leu. lo probabilistico de la prudencia s6lo puede proporcio. ramos recetas tales como la dieta o el ahorzo, sto ce formulas que han solido funcionar bastante bien en si. tuaciones parecidas. Pero estos consejos aportades por Ja experiencia tinicamente indican lo que con antetiori- dad ha fomentado por término medio el bienestar y son absolutamente incapaces de proporcionar un principio certero para obtener la felicidad. La senda que condu- ce esa meta supone un auténtico laberinto en donde abundan continuamente las encrucijadas y s6lo es una cucstién de suerte que acertemos a escoger la ruta més idénea para legar hasta ella, gracias a esa brijula tan Poco exacta que nos proporcionan los consejos musita- dos por la prudencia, la cual ha de orientar nuestra nave- sgacién hasta ese puerto sin que nos hagan zozobrar los imprevisibles vaivenes del azat. Para ser feliz no bastan 4os consejos aportados por la prudencia y hay que verse favorecido asimismo por la suerte. Con lo cual, a juicio licidad carece de valor propio alguno, en {tanto que representa un don de la naturaleza 0 dela for tuna”, Ese camaleénico ¢ inestable ideal de nuestra imagina- cin al que llamamos «felicidad» supone ante todo un simple obsequio del azar. En opinién de Kant, la felici- dad abarca todo, y también tnicamente, cuanto la na- ‘uraleza puede procurarnos, mientras que la vitud, en ‘cambio, contiene aquello que sélo el hombre puede dar- 3 remem ae | Kan Entela erly politica seo quitarsea si mismo», Ademés de no saber determi. nar con exactitud aquello en que ciframos nuestra felic- dad, resulta que tampaco podemos llegar a conquistarla mediante nuestras propias fuerza, ya que dicha empresa requicre aliarse con el apadrinamiento del azar. La felici- ddd es, en una buena medida, un regalo dela suerte, un ddon concedido caprichosamente por a fortuna y no algo {que dependa enteramente de nosotros mismos. Por con- tra, el principal objetivo dela ética kantiana es procurar tuna férmula que justamente nos petmita emanciparnos del contingente azar. El principio de la felicidad ade. pende sobremanera del azar», pero el de la moralidad «siempre se halla bajo nuestro poder; la puesta en pric tica del primero requiere mucha experiencia y sagacidad, mientras quela del segundo no precisa sino universalizar uso de la voluntad, velando porque ésta concuerde consigo misma», Esto no significa, como pudiera creerse, que Kant pto- ponga con su ética «renunciar a las demandas de felici- dad, sino sélo que no se les presteatencién al tratarse del deber»™. Es més, a tales demandas les concede un cutio- so estatuto, dado que serdn consideradas como un debet inditecto, En cierto modo, argumenta Kant, «asegurar su propia felicidad es un deber (cuando menos indirec- to), pues el descontento con su propio estado, al verse tuno apremiado por méltiples preocupaciones en medio de necesidades insatisfechas, se convierte con facilidad en una gran fentacién para transeredir los deberes»', Se tratatia, eso sf, de un deber mediato cuya misién consis- tirfa en desbrozar el camino para cumplir con los autén- ticos deberes morales, 38 ee re 2, Enbusea dl sosigo perdido Las adversidades,el dolor y la pobreza representan grandes tentaciones pata transgredir el propio deber, por lo cual el bienestat, el vigor, la salud y la prosperidad én general pue den ser considerados como fines que son a la ver deberes. Pero ental caso el objetivo noes la felicidad propia sino que Joes la moralidad misma del sujet, y apartar os obsticulos hacia tal fin constituye tan sélo el medio permitido, pues na- dig tiene derecho a exigitme sacrificar aquellos de mis fines {que no son inmorales", ‘Asi pues, aquella felicidad que consistia en la satisfac- cién de necesidades ¢ inclinaciones es proclamada un medio licito para cumplir con aquellos otros fines quest exan deberes, como era el caso de la perfeccin propia y lafelicidad ajena. Y por otra parte tampoco parece tenet sentido el sactificio de aquellas aspiraciones a la felici- dad queno sean inmorales. El agente moral kantiano tie- ne que atarse al mastil del debes, para no arrojrse por la borda e ir en pos de las sirenas, pero no por ello deja de cir sus melodiosos cfnticos, tal como hiciera el propio Ulises. Cabe atender alas demandas de a felicidad, siem- pre que nos quedemos dentro de la nave y ello nos permi- ta salvar ala tripulaci6n, esto es, nos facilite ls cosas para promover la felicidad ajena. Cosa que haremos ex- rinando si nuestras méximas no se autodestruyen al uni- versalizarse, y no utilizando a los demas, ni tampoco a nosotros mismos, como meras cosas o medios instru- mentales, obviando asf su dignidad como personas o fines ‘en s{ mismos, pues ambos procedimientos constituyen, Segin ya sabemos, las ataduras que nos ligan al mastil de a moralidad. 9 ————— Kant: Enea monly pica Como vemos, la felicidad no es desterrada sin mis del planteamiento ético de Kant, ya que por un lado estipula tl deber de fomentar la felicidad ajena y por otro consi- deta como un deber indirecto el sostén de la felicidad propia. Sin embargo, tampoco son éstas las inicas intro. mnisiones que Kant concede a nuestra sirena en el templo del deber. Todavia restan otras mucho més importantes. Estoy pensando en dos nociones kantianas tan consus- tanciales a su ética como son el concepto de autosatisfac- cién o contento consigo mismo y la teorfa del sumo bien, Eshora de analizar el primero. La satisfaccién de necesi- dadese inclinaciones, 0 el que todo nos vaya conforme a nuestros deseos, noes la tnica clase de felicidad posible. Hy otra que si dependeria por entero de nosotros mis- mos y esté emancipada del azar. Hacia el final de la Crt tiea de la raxén prdctica Kant escribe lo siguiente: ®. Au- tocstima y sosiego quedan emparejados desde un co- mienzo, si bien Kant ya quiere dejar muy claro que 20 ‘abe confundit a este apaciguamiento del énimo con un ‘mévil inmoral encubierto. Luego veremos con cwinto ‘mpefio insistira en este punto, Esta tranquilidad es emi- entemente negativa, porque surge justamente al desem- barazarnos del desasosiego: abandonar ln reghs de un ‘sentimiento universal en aras del miximo provecho 6 ant Entre moray politica provoca un gran desasosiego en el énimo. Aquel asenti- iiento proyecta reglas universales conforme a las cuales ‘organizar nuestros afanes de felicidad armonizéndolos entre si, afin de que nuestros ciegos impulsos no nos tengan de aqu{ para al en pos de una presunta dicha Consciente del poderoso atractivo que la felicidad ejerce ‘con sus cantos de sirena, Kant busca un contrapeso que pueda nivelar la balanza hacia el platilo de principio mo- ral, escribiendo esto para s{ mismo: Silas buenas acciones no reportaran jamés ninguna ventaja la felicidad fuera sinicamtente wn previo a la astucia 0 una ‘especie de ltera en la ruleta del azar, cualquier hombre sen- sato seguiia la regla moral basindose ental sentimiento, i pudiera obtenerse de modo inmediato la felicidad por este medio, la belleza moral quedaria enteramente devorada por dl egofsmo y nunca podria obtenerse la estima del mérito. Con todo, la virtud no conlleva un provecho seguro y sus ‘motivaciones han de asociarse con el beneficio que log. Tras realizar este diagnéstico de la situaciéa, el con- cepto kantiano de eutoestima recibe la misma misién que Orfeo encomendé a sulira, cuya melodia logré que los ar ‘gonautas escaparan al hechizo provocado por las ninfas marinas con sus hermosas voces. Para contrarrestar los ccantos de sirena entonados por la felicidad, Kant quiere hacer ofc a voz del sosiego que produce hallarse satsfe- cho consigo mismo, Esta felicidad negativan granjeada por la propia estima presentaria una indudable ventaja sobre su seductora rival, al no encontrarse bajo los vaive- nes de Ja ruleta del azar. o ee 2, Bnbusca del esp peda Estas reflexiones kantianas nos colocan ante una es- pecie de duelo protagonizado por el contento con ung mismo y la felicidad entendida como satisfaccién de las necesidades. Pero se trata de una lid muy pecultar, cuyo resultado es muy diverso en funcién de quign ses el vencedor. En caso de ganar la felicidad, su oponente ‘queda fuera de combate y no puede volver a intervenir. En cambio, si tan singular lance se inclina del otro lado, el desenlace resulta ser bien distinto, porque con ello quedamos habilitados para cortejar ala perdedora, en tanto que segin Kant nos hasfamos «dignos de set felices». Ademas de una ganancia segura como es a del sosiego que ahuyenta los remordimientos, el cual ade- més no precisa de aliarse con la fortuna para compare- cer y siempre se halla bajo nuestro poder, el contento consigo mismo cuenta con otto atractivo, al hacernos acreedores de la felicidad. Y todo ello le inviste, a los ojos de Kant, de un poderoso mévil moral El concepto demoralidad descansa en la dignidad de ser feliz. Ales tar satisfechos con nosotros mismos, podemos ser dicho- sos sin contar con muchos placeres de los sentidos © con el apaciguamiento de sus exigencias. El senticse sa- tisfecho consigo mismo yergue el énimo y consttuye no s6lo un gran mévil de la razén, sino el mayor". Aho- a bien, esta especie de «recompensa» o «silario de la virtud», como Kant mismo da en Iamar a esta felici- dad negativa que conlleva el hallarse satisfecho cons mismo, no puede ser tenido en cuenta cuando nos dis- Ponemos a obrar moralmente, pues con ello incuriria ‘mos en lo que denomina ef efrulo vicioso del eudemo- nismo, 6 Kant ate anor pltce E] eudemonisa, aquel que todo lo cifra en la felicidad, identifi ese gozo con el méuil que le hace obrar virtuosa mente, determinindose a cumplir con su deber gracias « esa perspectiva de felicidad. Sin embargo, es claro que, ‘como sélo puede esperar recibir esta recompensa de la vie tud mediante la conciencia del deber cumplido,ésta debe ir por delante, es dect, ue ha de verse obligado a cumplit ‘con su deber antes de pensar, ¢ incluso sin pensar, en que dicha flicided ser la recompensa de la observancia del deber Estas precsiones vertidas en La metafisca de las cox tumbresvienen a corroborat lo apuntado por una de sus reflexione tres décadas ants, habida cuenta de que, como velamos anteriotmente, el sosiego que reporta estat con- tento con uno mismo al poder profesaros autoestima ro se persigue de un modo consciente por parte del agente moral. Se trataria de un producto colateral 0

También podría gustarte