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l nuevo mundo
Casi 2.400 años después de su muerte, Alejandro Magno continúa siendo un
héroe incluso en los lugares que él mismo conquistó y sometió.
Redacción
31 de octubre de 2013 · 05:00 Actualizado a 11 de octubre de 2020 · 13:04
Lectura: 25 min
Grecia Antigua Alejandro Magno Imperio Persa
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la batalla del Gránico está en su momento más crítico. Frente a la
caballería persa se alza el bosque de lanzas de las tropas macedonias.
El viejo Parmenión, un general experimentado, ha aconsejado a
Alejandro no precipitarse en la ofensiva contra las huestes enemigas.
Aun así, el soberano arremete con temeridad contra los persas a lomos
de su caballo. Es un joven rebosante de vigor que no conoce el
miedo. Sus enemigos lo reconocen con facilidad por las dos largas
plumas blancas que adornan su casco. Lucha sin pensar en sí mismo,
con pasión y precisión asesina.
De pronto, en una junta de la coraza de Alejandro se aloja un dardo. No
sufre herida alguna, solo se queda desconcertado un instante, pero basta
para que dos jinetes persas se abalancen sobre él. Esquiva al primero; el
segundo acerca el caballo hasta él por el flanco y blande su hacha sobre
la cabeza del enemigo.
«Le rompió el penacho y la pluma de ambos lados, y aunque el casco
aguantó bien y austeramente el golpe, el filo del alfanje tocó los primeros
cabellos.» Con estas palabras describe el historiador griego Plutarco en
su biografía de Alejandro Magno el dramatismo de este episodio crucial
del año 334 a.C. El jinete persa se dispone a asestar el segundo golpe,
pero un oficial macedonio llamado Clito el Negro se le adelanta y lo
traspasa con la lanza. Con este gesto, Clito no solo salva la vida del
joven rey macedonio, sino también su proyecto vital: la conquista y el
sometimiento de Asia.
"La batalla del Gránico". Cuadro pintado por Charles le Brun en 1665 y que se encuentra
expuesto en el Museo de Louvre, en París.
El triunfo en el río Gránico, en la actual Turquía, marcó el inicio de
una campaña militar formidable que durante once años enfrentaría a
los griegos contra los persas. Alejandro la llevó desde Grecia, la cuna
de Europa, hasta el río Indo. A su término, sus guerreros habían
recorrido más de 25.000 kilómetros y perdido un total de 750.000
hombres. Alejandro ordenaría quemar ciudades, saquear aldeas,
crucificar hombres y violar mujeres, pero movido por su ambición
de poder y una curiosidad insaciable también allanaría el camino al
comercio con Oriente, difundiría la cultura griega y llevaría la
civilización europea a tierras lejanas, fundando más de 70
ciudades. La Alejandría egipcia todavía hoy lleva su nombre; la
Iskenderun turca y la Herat afgana siguen siendo en la actualidad
importantes centros urbanos.
¿Qué debía de pasar por la cabeza del rey de los macedonios para que
en 336 a.C. fraguara el proyecto de atacar precisamente Persia, el
imperio más extenso y poderoso de la Antigüedad, cuyo territorio
abarcaba desde el valle del Nilo hasta el Hindu Kush y cuyo tamaño
centuplicaba el de su propio reino? La idea era un legado de su padre,
Filipo II, quien en el siglo IV a.C. había convertido la dinastía real
macedonia en la fuerza militar más poderosa de Grecia y había
logrado dominar las ciudades-estado griegas de Atenas, Corinto y
Tebas gracias a la Liga de Corinto. Con la adhesión de todos los
griegos a un objetivo común, propuso una campaña de venganza contra
los persas. Siglo y medio antes, en las guerras médicas, los «bárbaros»
(denominación bajo la cual englobaban los helenos a quienes no
hablaban griego) habían sometido las ciudades costeras griegas de Asia
Menor y destruido la Acrópolis ateniense.
Pero Filipo fue víctima de una conjura y murió asesinado. Su hijo, con
apenas 20 años, se convirtió en rey y jefe de la Liga de Corinto, y tomó el
relevo del plan con entusiasmo.
Filipo II había convertido en el siglo IV a.C a la dinastía
real macedonia en la fuerza militar más poderosa de
Grecia. Por espacio de tres años el joven Alejandro se
forma en retórica, geometría, literatura y geografía con el
filósofo Aristóteles, quien lo instruye en el conocimiento
de la epopeya homérica de la Ilíada.
Alejandro III nace en julio o en agosto del año 356 a.C. en la capital
macedonia, Pella, en el norte de Grecia. Su madre, Olimpia, una
princesa del reino de Molosia que afirma descender del héroe mitológico
Aquiles, adora a su hijo. Su padre, que cuenta entre sus antepasados al
legendario semidiós Heracles, procura al inteligente príncipe la educación
más exquisita.
Por espacio de tres años el joven Alejandro se forma en retórica,
geometría, literatura y geografía con el filósofo Aristóteles, quien lo
instruye en el conocimiento de la epopeya homérica de la Ilíada. Ávido de
saber, Alejandro estudia con empeño las hazañas de sus héroes Aquiles
y Heracles y descubre a Océano, el río que en el mito homérico circunda
el mundo y es origen de los dioses. Desde el Hindu Kush, le
dice Aristóteles, podría contemplar el confín del mundo.
El rey es más bien bajo de estatura, pero atlético. Su cabello es
ondulado, de color castaño con mechones rubios. Tiene el rostro lampiño
y rubicundo, y posee un carisma arrollador. Ha heredado el carácter
expeditivo y áspero de su padre, pero también su habilidad
diplomática. De su lado oscuro, que se irá manifestando con creciente
evidencia en desconfianzas y estallidos de ira –y al final en homicidios y
asesinatos–, se dice que es legado materno.
Buscando por todos los medios una confrontación directa con el «rey de
reyes» persa, Alejandro marcha desde el sur para internarse en Anatolia.
Su general Parmenión conduce otra columna desde el oeste hasta
Gordio, a unos 80 kilómetros de la actual Ankara, escenario de la famosa
leyenda del nudo gordiano.
En la ciudadela de Gordio se guardaba el carro que el rey
frigio Gordias ofreció a Zeus en señal de agradecimiento por haber sido
elegido fundador de la ciudad. Gordias había atado al carro la lanza y el
yugo con un nudo inextricable. Según la profecía, quien lograse desatarlo
reinaría sobre Asia entera. Lo que otros habían intentado en balde lo
consiguió Alejandro con un solo gesto, cortando el nudo con la espada.
Otra versión de la historia dice que Alejandro descubrió que para desatar
el nudo bastaba con tirar del perno existente entre la lanza y el yugo. «No
es más que una invención para dar color a la historia –afirma Gehrke–,
pero la leyenda del nudo gordiano muestra qué imagen de Alejandro
imperaba.»
Los macedonios hacen un prolongado alto antes de reponer provisiones
y llegar hasta Tarso, a orillas del Mediterráneo, salvando las Puertas de
Cilicia. Hace ya tiempo que Darío ha comprendido el peligro que
representa el joven comandante. Reúne un poderosísimo ejército de
100.000 hombres y se enfrenta a Alejandro en la antigua ciudad costera
de Issos.