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Cuentos de hadas: Una clase con hada…

Hubo una vez un hada que nació bajo la apariencia de una dulce niña.
Sus papás la llamaron Sara, y… era mágica muy… pero que muy mágica.
Todo lo que veían sus ojos era especial, o lo que tocaban sus manitas.
Era capaz de hacer castillos de princesas con un poquito de arena. O de
fabricar mundos especiales con los lapiceros de colores.
El caso es… que Sara un día fue al cole, fue allí para ver cómo eran los
niños, y vio que todos eran muy parecidos a ella.

Así que se quedó con ellos por un tiempito, a todos regalaba su sonrisa
y su presencia. ¡Qué suerte tenían aquellos niños! ya que no todos
hemos compartido nuestras clases de cole con un hada.

En la clase había una seño que estaba encantadísima con Sara. No era
para menos, creo que por ser un poco más grande que los demás niños,
había descubierto que bajo su apariencia de niña pequeña se encontraba
toda la magia de los sueños y los deseos.

Un buen día justo antes de que Sara se marchase a su mundo mágico,


su profe quiso saber si realmente era mágica y se acercó para
averiguarlo.

Sara estaba en el patio jugando como juegan todos los niños, aunque a
este hada una de las cosas que más le gustaba era… la que antes ya os
he contado ¡hacer castillos con el cubo y la pala!

Así que se sentó a su lado, y sucedió algo asombroso, de repente… Sara


habló. ¡Vaya diréis todos!, pues… ¡sí! Esto de que Sara hablase era
muy… pero que muy especial, ya que las hadas no hablan mucho, a las
hadas les gusta más volar; y sí es de flor en flor pues… ¡mejor!

-¡Hola!- dijo Sara

-¡Hola! Me enseñas… ¿qué haces?- le dijo su profesora

-Estoy construyendo un castillo para la princesa de las margaritas, no


hace mucho que un trol horrible pasó por su mundo y en uno de sus
descuidos lo destrozó.
-¡A ha! ¿Te puedo ayudar?

-¿Te gustaría?

-¡Mucho!

– ¡Vale…! Te dejaré ayudarme, necesito que me traigas algunas hojas


secas de los árboles, con ellas fabricaré el suelo, también algunas hojas
verdes, con ellas fabricaré los árboles y los jardines, algunas flores y
piedrecitas, ¿podrás hacerlo?

A su seño le pareció raro que con aquellas cosas Sara pudiera fabricar
un castillo… ¡la verdad!, pero no dudo nada de nada y fue a buscar todo
aquello que le había pedido, incluso trajo algunas cosas de su cosecha
personal. Una caracolillo de mar, unas conchas, unas moras y unas
fresas, unos botones, algunas canicas que también tenía en el
cajón. En ese cajón que tienen todas las profesoras y profesores
llenos… de secretos.

Se acercó y fue sacando cada una de las cosas que había recogido para
fabricar el castillo. Sara fue poniéndolas donde debían de estar,
mientras su profesora observaba, y ella le devolvía la mirada con sus
ojos profundos como una noche estrellada, o como un mar de verano
en playa, con esa mirada que solo las hadas mágicas pueden tener.

Y… cuando menos se lo esperaba, aquella profesora percibió un olor a


chuches o quizás fuese a frutas, o fue a pastales, no sé muy bien a que
olía concretamente, pero que aquel olor era envolvente y muy… muy
dulce, eso… ¡sí lo sé!

Lo sé porque es una característica que tienen todas las hadas, y no solo


las de azúcar, es muy de hada hacer magia con olor.

Y con… aquel olor el castillo fue tomando forma, se fueron formando las
almenas, los jardines, todas y cada una de las cosas que había traído se
convirtieron en algo especial y maravilloso.

Sara reía y reía viendo como su seño se asombraba de su magia, era un


hada niña y jugando y jugando iba aprendiendo a ser aún más mágica y
más hada si es que se podía serlo… ¡más!
Sara incluso dejo que se quedase para la entrega de aquel castillo. ¡Claro
que como esto se hizo tan de tan en secreto! Solo cuando Sara quiera
que lo sepamos lo contará.

¡Qué suerte tenía aquella profesora y sus compañeros de clase! Teniendo


un hada como Sara a su lado

FIN

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