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CRÍTICA

DE 'MOTOMAMI'
CRÍTICA
i
Rosalía abofetea los prejuicios en un
‘Motomami’ tan caótico como excitante
La cantante, en un acto de libertad artística sin red,
derriba las fronteras entre géneros en su nuevo disco,
que se publica este viernes. Y atiza a sus detractores: “Y
aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada
puñalaíta saco mi rabia

CARLOS MARCOS
18 MAR 2022-04:30ACTUALIZADO: 18 MAR 2022

Hay una canción en Motomami donde Rosalía resume el mundo


Rosalía, ese del que se alimentan las barricadas en las que se
han convertido muchas de las conversaciones sobre la artista
barcelonesa. Los que se posicionan en contra resultan los más
estruendosos. A esos va dedicada esta letra. “Soy igual de
cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora.
/ Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas, de cada puñalaíta
saco mi rabia… Yo soy muy mía. / Que Dios bendiga a Pastori y
Mercé, a la Lil’ Kim, a Tego y a M.I.A., a mi familia y a la
libertad”. Ahí muestra los puntos fuertes de su discurso. Su
falta de prejuicios musicales ante todo: el flamenquito de Niña
Pastori, el rap empoderado de Lil’ Kim, la experimentación de
M.I.A. o el reguetón de Tego Calderón. No es casualidad que
sea la canción más flamenca del nuevo disco, el género con el
que se dio a conocer en 2017 con su álbum de debut, Los
Ángeles. Tampoco resulta azaroso que justo cuando canta “yo
soy muy mía” accione el autotune, para ofrecer argumentos a
los que no toleran su apuesta por la bastardía cultural.
Respeto a la tradición, admiración por lo popular y
consecuente con su tiempo (recordemos: tiene 29 años).
Mundos opuestos y confusos colapsando. Toda una
declaración de intenciones. Una lástima que la canción se
llame Bulerías, arrebatándole identidad a uno de los
momentos cumbre del disco.

Rosalía en 2022, en una imagen de promoción.

En la fiesta de su tercer trabajo Rosalía no repara en gastos.


En Motomami, una canción de un minuto que parece grabada
por el sobrino del ingeniero de sonido en un descanso de la
producción, participan hasta 14 personas y está registrada en
tres estudios. Todo el disco disfruta de este gran poder de
convocatoria (Pharrell Williams, James Blake o The Weeknd se
asoman ocasionalmente), lo que ayuda a que ruede
deslavazado, sin la fortaleza unificadora de (otra vez) El mal
querer. No parece necesaria tanta gente para
armar Motomami, pero la dimensión de la artista lo precisa.
Cosas de este negocio. Resultan 16 canciones (42 minutos) con
solo dos que pasan de los cuatro minutos. La mayoría se
mueven entre los 2,30 y 3 minutos, el tiempo estimado por los
gurús del nuevo pop para que el público no abandone. Muchas
de ellas, por supuesto, estarán acompañadas por su
correspondiente desarrollo visual. Sobran temas
como Motomami Alphabet, donde Rosalía va leyendo (sin
música) palabras a continuación de las letras del alfabeto, de la
A (“de alfa, altura, alien”) a la Z (“de zarzamora o de zapateao o
de zorra también”). También se podría haber
ahorrado Bizcochito, carne de TikTok por su vulgaridad
musical y su esquizofrénico ritmo.

Y, a pesar de todo, resulta un disco solvente y excitante,


porque asume riesgos, reformula estilos y acierta en el
resultado. A Rosalía le interesa más destrozar las fronteras
que simplemente cruzarlas. Una buena noticia para los que lo
intentan, pero no pueden con el reguetón: Rosalía estruja el
género, le añade hondura flamenca, lo moderniza con
electrónica saturada y lo convierte en algo distinto. Si aún así
no pueden con él, quizá deban dar la batalla por
perdida. Candy parece construida en un club de Londres con
un DJ puertorriqueño. En La combi Versace reinventa el
reguetón añadiéndole palmas flamencas y un obsesivo sonido
tenebroso. Es un canto a la amistad femenina y al desfase que
comparte Rosalía junto a la dominicana Tokischa: “Juntas por
la noche. / Puestas pal’ derroche. / Tu pelo azabache, la combi
Versace”. Su inmersión americana empapa las letras, con
palabras en inglés y jerga de colegueo. No pasa nada, incluso
enriquece el discurso. Hay humor y hedonismo en el disco,
porque Rosalía parece la única persona en este mundo que
después de una fiesta se levanta sin resaca y siempre disfruta
de un desayuno romántico. Así están las cosas en su vida.

En Saoko, estrenada semanas antes, retuerce los ritmos latinos


y los conduce a la electrónica dura. En Delirios de
grandeza (versión popularizada por el salsero cubano Justo
Betancourt) afronta el bolero y le queda de perlas al darle una
pátina años 2000 con un extracto (debidamente acreditado)
de la canción Delirious, del dúo de Atlanta Vistoso Bosses junto
a Soulja Boy. Cuuuuuuuuuute (así, con diez u) es un delirio
electrónico, oscuro e intrigante, que se para de repente para
dejar sola a la voz de Rosalía y luego continuar con las bases
saturadas. Es un álbum que se puede picotear, porque al
menos contiene diez canciones soberbias. Mención especial
para los temas relajados. G3 N15 es hermosa, casi un canto
góspel; en Hentai coloca al sexo por encima del amor
(”Enamorada de tu pistola, roja amapola. / Crash, esa ola casi
me controla”); Como una G acongoja, autotune incluido. Como
verán, los títulos de las canciones no son muy inspiradores.

A pesar del caos generalizado, todo lo unifica el soniquete


vocal de Rosalía, que no se pierde ni cuando canta como si
estuviese aspirando helio. A veces suena el pellizco flamenco,
otras se torna dramática, muchas descarada… Pero siempre
desprende un arte que ni se aprende ni se compra y que la
artista lleva inoculado desde que empezó a dedicarse a esto.

La sensación después de escuchar Motomami es que con esta


artista cualquier cosa es posible, que lo próximo será igual de
estimulante y que volverá a grabar algo tan soberbio como El
mal querer en cualquier momento. Si la esencia de la música es
la libertad, ninguna estrella global es tan creativamente libre
como ella. Es una suerte que sea española…

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