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7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

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7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

Ambientada en las ruinas de Londres durant

as estaciones difíciles de primavera y veran


de 1945, esta historia satírica es considerad
una de las mejores novelas de Muriel Spark
Este cuento seductor ahonda en el mund
deliciosamente despreocupado de un grupo d
chicas que viven en un club residencial par
olteras y ofrece un panorama histórico de u
ustero Londres que se levanta de las cenizas
Una novela hilarante de las costumbres y u
nálisis despiadado de afectos y lealtades, est
ibro pertenece a la gran tradición de la novel
nglesa de la posguerra.

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Capítulo 1

Hace tiempo, en 1945, toda l


buena gente era pobre, salvo contada
excepciones. Las calles de las ciudade
eran una sucesión de edificios en ma
estado o sin arreglo posible, zona
bombardeadas llenas de escombros
casas como enormes dientes con la
caries agujereadas por el torno de u
dentista que hubiera dejado la cavida
abierta. Varios de los edificio
reventados por las bombas parecía
castillos en ruinas hasta que, vistos d
cerca, resultaban tener habitacione
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normales, unas encima de las otras, co
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as paredes empapeladas, expuesta


como en un escenario de teatro, con un
pared suprimida; en algunos casos un
cadena de retrete colgaba perdida en e
aire desde el techo de un cuarto o quint
piso; casi todas las escaleras había
sobrevivido, como objetos de una nuev
forma de arte, subiendo hacia un destin
mpreciso que obligaba a forzar l
maginación. Toda la buena gente er
pobre; o, en todo caso, eso parecía, pue

os mejores de
pobres de espíritu.entre los ricos era
 No tenía absolutamente ningú
sentido deprimirse por la situación, y
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que habría sido como deprimirse por l
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existencia del Gran Cañón del Colorad


o de algún otro fenómeno natural al qu
fuera imposible acceder. La gente seguí
haciendo comentarios sobre lo much
que le deprimían el mal tiempo y la
noticias, o la curiosidad de que e
Albert Memorial se hubiera mantenido
desde el primer momento, incólume
as bombas.
El club May of Teck estaba
ransversalmente, justo delante de

Memorial, en una fila de casas qu


apenas se mantenían en pie; en las calle
  los jardines del barrio habían caíd
varias bombas, dejando los edificio
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resquebrajados por fuera y endebles po
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dentro, pero temporalmente habitables


En las ventanas reventadas había
puesto unos vidrios que traqueteaban a
abrirlas o cerrarlas. A las ventanas de
vestíbulo y el cuarto de baño le
acababan de quitar la pintura bituminos
que se usaba para camuflarlas. La
ventanas tenían su importancia durant
ese último año de decisiones cruciales
por ellas se sabía al instante si una cas
estaba ocupada o no; y en los último

iempos habían adquirido un


predicamento, pues constituían l gra
peligrosa frontera entre la vid
doméstica y la guerra que afectaba a la
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calles de la ciudad. Al sonar las sirenas
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odos decían: «Cuidado con la


ventanas. No os acerquéis. Lo
fragmentos de cristal son peligrosos».
Las ventanas del club May of Tec
se habían roto tres veces desde 1940
aunque el edificio se había librado d
as bombas. Las habitaciones de arrib
daban a las onduladas copas de lo
árboles de los jardines de Kensington,
para ver el Albert Memorial bastaba co
estirar el cuello y girar la cabez

igeramente. Desde los dormitorio


superiores se veía a la gente que pasab
por la acera frente al parque, persona
diminutas, en pulcras parejas o po
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separado, con carritos minúsculos en lo
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que asomaba la cabeza de alfiler de u


niño rodeado de provisiones, con bolsa
de la compra del tamaño de un punto
Todos salían de casa con una bolsa, po
si tenían la suerte de pasar por un
ienda que acabara de recibir algo qu
no fueran los escasos víveres de
racionamiento.
Desde los dormitorios de abajo l
gente que pasaba por la calle parecí
ener un tamaño casi normal, y lo

senderos del parque se distinguían


Toda la buena gente era pobre, perobien
había pocas personas tan decentes, e
cuanto a decencia propiamente dicha
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como las chicas de Kensington que po
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a mañana se asomaban a la ventan


para ver qué tiempo hacía o qu
atisbaban por la tarde el verdor de
parque como pensando en los mese
venideros, en el amor y sus vericuetos
Sus ojos brillaban con un entusiasm
que, pareciendo rozar la genialidad, er
simple juventud. La primera norma de
estatuto, redactado hacía tiempo y con l
ngenuidad característica de la époc
eduardiana, aún se les podía aplicar

as chicas de
cambio alguno: Kensington sin apena

 El club May of Teck existe


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 para proporcionar seguridad 


económica y amparo social a
las señoritas de escasos medios,
con una edad inferior a los
treinta años, que se vean
obligadas a residir lejos de sus
 familias por tener que
desempeñar un trabajo en
 Londres.

Como ellas mismas sabían en mayo


o menor grado, por aquel entonces habí
pocas personas más encantadoras
ngeniosas, conmovedoramente bellas y
en ciertos casos, salvajes, que la

señoritas de escasos medios.


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 —Tengo que contarte una cosa —


dijo Jane Wright, la mujer columnista.
Por el auricular del teléfono le lleg
a voz de Dorothy Markham, dueña de l

célebre
nombre. agencia de modelos del mism
 —Querida, ¿dónde te habías metido
—le preguntó con el entusiasm
superlativo que tenía ya desde su
iempos de debutante.
 —Tengo que contarte una cosa. ¿T
acuerdas de Nicholas Farringdon? E
chico aquel que se dejaba caer por e
May of Teck justo después de la guerra
que era anarquista y una especie d
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poeta. Ese tan alto que…
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 —¿El que pasó la noche en la azote


con Selina?
 —Sí, Nicholas Farringdon.
 —Ah, algo me acuerdo. ¿Ha vuelto
aparecer?
 —No, le acaban de martirizar.
 —¿Le acaban de qué?
 —Martirizar. En Haití. Le ha
asesinado. ¿Te acuerdas de que se hizo
Hermano de…?
 —Pero si precisamente vengo d

Tahití. Es un sitio maravilloso dond


odo el mundo es maravilloso. ¿Y tú
cómo te has enterado?
 —La noticia viene de Haití, no d
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Tahití. Acaba de llegar un boletín de
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Reuters. Estoy segura de que es e


mismo Nicholas Farringdon porqu
dicen que era un misionero que antes fu
poeta. Casi me da algo. Le traté mucho
¿sabes?, en los viejos tiempos. Supong
que procurarán que no se sepa, lo de lo
viejos tiempos, si quieren convertirlo e
a historia de un mártir.
 —¿Cómo murió? ¿Es todo mu
ruculento?
 —Uy, yo qué sé. Solo viene u

párrafo.
 —Tendrás que usar tus contacto
para sacarles más datos. Yo estoy hecha
polvo. Tengo un montón de cosas qu
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contarte.
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 El Consejo de Dirección


quiere expresar su sorpresa
ante la queja de las socias en
cuanto al papel pintado elegido
 para el salón. El Comité desea
 señalar que la cuota de las
 socias cubre el hospedaje, pero
no incluye los gastos de
mantenimiento. El Comité
lamenta que el espíritu de las

 fundadoras del May of Teck se


haya deteriorado tanto como
 para que se produzca semejante

 protesta. El Comité ruega a las


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 socias que se remitan a los


términos en que se fundó el 
club.

Joanna Childe era hija de un párroc


rural. Tenía una inteligenci
considerable y sentimientos ta
profundos como sombríos. Mientras s
preparaba para ser maestra de elocució
asistía a clases de teatro y tenía inclus
alumnas propias. Como ventaja en s
profesión contaba con su buena voz
con un amor por la poesía comparable a
amor de un gato por los pájaros; l
poesía declamatoria, en concreto, l

provocaba un apasionado entusiasmo; s


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anzaba sobre el material, recreándos
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en él con su mente febril, y, una ve


aprendido de memoria, lo recitaba co
un deleite voraz. Solía dar rienda suelt
a su pasión al dar sus clases d
elocución en el club, donde se la tení
en alta estima por ello. Cuando llamaba
os novios de las socias, la vibrante vo
de Joanna declamando en su habitació
o en la sala de juegos donde le gustab
ensayar, en opinión de todas, aportab
cierta elegancia y personalidad a

centro. Sus gustos en poesía se acabaro


mponiendo en el club. Le gustaba
especialmente ciertos pasajes de l
Biblia del Rey Jacobo, además de
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Libro de Oraciones, Shakespeare
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Gerard Manley Hopkins, y acababa d


descubrir a Dylan Thomas. La poesía d
Eliot y Auden no le impresionaba, salvo
este verso del segundo:

 Posa tu cabeza soñolienta, m


amor,
indulgente, en mi brazo infiel.

Joanna Childe era grandona, con u


pelo claro y brillante, los ojos azules
as mejillas sonrosadas. Estaba co
varias socias más del club cuando ley
a notificación firmada por lady Juli
Markham, presidenta
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del comité
17/403
colgado en el tablón de anuncios d
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fieltro verde, y no pudo por menos d


murmurar:
 —Arrogante es el necio, una y otr
vez, pues sabe que su tiempo escasea.
Pocas de las presentes sabían que e
verso alude al diablo, de modo que le
hizo reír. No era, sin embargo, l
ntención de Joanna, que casi nunc
citaba nada por su pertinencia ni co
ntención conversacional.
Joanna, que ya era mayor de edad

votaría a partir de entonces por l


opción conservadora en las elecciones
cosa que en el club May of Teck s
asociaba en aquellos tiempos con u
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estilo de vida apetecible, algo qu
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ninguna de las socias podía recordar po


experiencia propia, dada su corta edad
En principio todas daban su visto buen
al contenido del comunicado del comité
Por eso a Joanna le asustó la divertid
reacción ante su cita, la cordia
carcajada con que aceptaron qu
aquellos tiempos se habían acabado, s
as socias de turno no podían alzar l
voz contra el papel de la pared de
salón. Principios aparte, era obvio qu

el puñetero comunicado tenía gracia


Lady Julia debía de estar bastant
desesperada.
«Arrogante es el necio, una y otr
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vez, pues sabe que su tiempo escasea»
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La pequeña Judy Redwood, una jove


morena que trabajaba de mecanógrafa e
el Ministerio de Trabajo, dijo:
 —Me parece a mí que, como socias
podemos opinar sobre las cuestione
administrativas. Tengo qu
preguntárselo a Geoffrey.
Era el hombre con quien Judy estab
prometida. Ahora se encontraba en e
ejército, pero había terminado Derech
antes de alistarse. La hermana de este

Anne Baberton, que estaba delante de


cartel junto con el resto de las socias
dijo:
 —Geoffrey es la última persona
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quien yo pediría consejo.
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Al decir eso, Anne Baberton querí


dejar claro que ella conocía a Geoffre
mejor que Judy; lo dijo con voz d
cariñoso desdén; lo dijo porque era e
ípico comentario propio de un
hermana bien educada, pues de hech
estaba orgullosa de él; y junto a tod
ello había un matiz de irritación en su
palabras —«Geoffrey es la últim
persona a quien yo pediría consejo»—
pues sabía que la intervención de la

socias en el asunto del


enía ningún sentido. papel pintado n
Anne tiró una colilla sobre la
baldosas rosas y grises del enorm
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vestíbulo Victoriano y la pisó
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desdeñosamente. Su gesto fue detectad


por una mujer delgada de mediana edad
una de las pocas socias mayores qu
quedaban, si bien no era de las má
antiguas.
 —No está permitido apagar colilla
en el suelo —dijo.
Sus palabras no hicieron mella e
as mujeres del grupo, que las oyero
como oían el reloj de pared que había
sus espaldas. Pero Anne preguntó:

 —¿Ni
el suelo? siquiera se permite escupir e
 —Por supuesto que no —dijo l
solterona.
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 —Ah, pues yo pensaba que sí s
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podía —dijo Anne.


El club lo abrió la reina María ante
de casarse con el rey Jorge V, cuando
aún era la princesa May of Teck. Un
arde, entre el compromiso y la boda
consiguieron que la princesa fuese
Londres a inaugurar oficialmente el clu
May of Teck, sufragado por varia
fuentes de noble procedencia.
 Ninguna de las señoras originale
permanecía ya en el club. Pero a tres d
as socias que entraron después
había permitido quedarse pasado e se le
ímite estipulado de treinta años, y ahor
estaban en la cincuentena, habiend
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vivido en el club May of Teck desd
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antes de la Primera Guerra Mundia


cuando, según contaban, había qu
ponerse de tiros largos para bajar
cenar.
 Nadie sabía por qué a estas tre
mujeres no les habían rogado que s
marcharan al cumplir los treinta. Y ni e
director ni los miembros del comit
sabían por qué se habían quedado
Ahora ya era tarde para echarlas s
querían seguir manteniendo las formas

ncluso era tarde para sacarles


de su prolongada estancia. Lo el tem
sucesivos comités anteriores a 193
decidieron que las socias mayore
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ejercerían, con toda probabilidad, un
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buena influencia sobre las jóvenes.


Durante la guerra el asunto qued
olvidado, ya que el club estaba medi
vacío; en cualquier caso, las cuotas d
as socias eran necesarias, pues lo
bombardeos estaban haciendo tanto
estragos y llevándose por delante tanta
vidas que era razonable preguntarse s
anto las tres solteronas como el propi
club lograrían mantenerse en pie. E
1945 ya habían visto llegar y marchars

aa muchas chicas, aunque solían caer bie


las llegadas en la última tanda, que la
obsequiaban con insultos si s
entrometían y con confesiones íntimas s
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optaban por mantener las distancias. La
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confidencias casi nunca eran del tod


ciertas, especialmente si venían de la
óvenes que ocupaban el piso superior
A las tres solteronas llevaban año
lamándolas por los motes de Collie (l
señorita Coleman), Greggie (la señorit
MacGregor) y Jarvie (la señorit
Jarman). Fue Greggie quien, estand
ante el tablón de anuncios, le dijo
Anne:
 —No está permitido apagar colilla

en el suelo.
 —¿Ni siquiera se permite escupir e
el suelo?
 —Por supuesto que no.
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 —Ah, pues yo pensaba que sí s
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podía.
Con un suspiro indulgente, Greggi
se abrió paso entre las socias má
óvenes. Salió al enorme porche y s
quedó ante la puerta abierta, mirando e
anochecer como una tendera en esper
de clientela. Greggie siempre se portab
como si el club fuese suyo.
El gong estaba a punto de sonar
Anne dio un puntapié a su colilla
enviándola hacia una esquina oscura.
 —Anne, ahí viene tu novio
avisó Greggie, volviendo la cabez —l
desde el porche.
 —Puntual, por una vez en la vida —
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dijo Anne, con el mismo aire desdeñoso
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que había usado al referirse a s


hermano Geoffrey: «Es la últim
persona a quien yo pediría consejo»
Con su desenfadado bamboleo d
caderas, avanzó hacia la puerta.
Un hombretón de piel sonrosad
entró sonriente, vestido de uniform
nglés. Anne le miró como si fuese l
última persona del mundo a quie
pediría consejo.
 —Buenas noches —le dijo el recié

legado a Greggie, como cualquie


hombre educado saludaría a una señor
de su edad.
Al ver a Anne hizo un vago sonido
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nasal que, adecuadamente articulado
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bien podría haber sido un hola. E


cuanto a ella, no profirió el menor gest
de reconocimiento. Sin embargo
estaban a punto de comprometerse e
matrimonio.
 —¿Quieres entrar a ver el pape
pintado del salón? —le dijo Ann
entonces.
 —No, vámonos pitando.
Anne fue a recoger su abrigo de l
barandilla donde lo había dejado tirado

 —Adiós, Greggie —dijo.


 —Buenas noches —dijo el soldad
mientras Anne le tomaba del brazo.
 —Que os divirtáis —dijo Greggie.
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Sonó el gong de la cena y
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continuación se oyó un barullo de pie


apartándose del tablón de anuncios
correteando por los pisos de arriba.

Una noche de verano de la seman


anterior, el club entero, las cuarenta
pico socias, acompañadas del joven d
urno caído por allí, salieron com
veloces aves migratorias al oscur
frescor del parque, y atravesaron su

praderas como cuervos volando hacia


palacio de Buckingham, para expresa e
con el resto de los londinenses s
alegría por la victoria en la guerr
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contra Alemania. De dos en dos y d
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res en tres, se abrazaban unas a otra


emerosas de que las pisotearan. A
separarse se agarraban o bien s
dejaban agarrar por la persona má
cercana. Unidas a la gran oleada
surcaron la hierba y cantaron hasta que
con intervalos de media hora, una lu
nundaba el diminuto balcón del lejan
palacio sobre el que aparecían cuatr
pequeños dígitos lineales: el rey, l
reina y las dos princesas. Los miembro

de la familia real alzaban


derecho, y agitaban la mano comel braz
levados por una suave brisa; eran tre
velas encendidas vestidas de uniforme
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otra vela engalanada con las pieles de l
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reina, que iba de civil en tiempos d


guerra. El gigantesco murmullo orgánic
de la multitud, en nada semejante a l
voz de un ser animado, sino más bie
como una catarata o una alteració
geológica, se propagaba por los parque
  el Malí. Solo los hombres de la
ambulancias Saint John, firmes ante su
camiones, conservaban su identidad. Lo
miembros de la familia real alzaron e
brazo una vez más, hicieron un amago d

marcharse,
saludar, remolonearon y volvieron
desapareciendo
definitivamente. Brazos desconocido
rodeaban cuerpos desconocidos
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Muchos amoríos, algunos duraderos
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surgieron esa noche; y numerosos bebé


de la variedad experimental, delicioso
en su tono de piel y estructura racia
vinieron al mundo al cumplirse s
correspondiente ciclo de nueve meses
Las campanas repicaban. Greggi
comentó que aquello era u
acontecimiento a medio camino entr
una boda y un funeral, pero a escal
mundial.
Al día siguiente todos empezaron

plantearse el lugar que ocuparían


partir de entonces en el nuevo orden de
mundo.
A muchos les entraban ganas,
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algunos incluso cedían al impulso, d
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nsultar a los demás para demostrar alg


o bien para ponerse a prueba.
El Gobierno tuvo que recordarles
as gentes que seguían en guerra
Oficialmente era algo innegable, pero
salvo para quienes tenían parientes e
as cárceles de Extremo Oriente, o par
os que se habían quedad
nmovilizados en Birmania, la guerr
empezaba a considerarse un asunt
ejano.

Varias tipógrafas del club May


Teck procuraron buscarse empleos má o
seguros, es decir, en empresas privada
que no estuvieran relacionadas con l
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guerra, como los ministerios temporale
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donde muchas de ellas habían trabajado


Sus hermanos y amigos soldados
que aún tardarían en licenciarse, y
hablaban de proyectos interesantes par
cuando llegase la paz, tales com
comprar un camión y montar un
empresa de transportes.

 —Tengo que contarte una cosa —


dijo Jane.

 —Espera
cerrar un segundo,
la puerta. que voy
Los niños está
haciendo mucho ruido —dijo Anne, que
en cuanto volvió al teléfono, dijo—: Ya
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estoy, cuéntame.
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 —¿Te acuerdas de Nichola


Farringdon?
 —El nombre me suena de algo.
 —Acuérdate, uno al que traje yo a
May of Teck en 1945, que venía mucho
a cenar. Ese que acabó liado con Selina
 —Ah, Nicholas. ¿El que se subió a
ejado? Anda que no ha pasado tiempo
ni nada. ¿Le has visto?
 —Lo que he visto es un boletín qu
acaba de mandar Reuters. Le ha

asesinado en una revuelta en Haití.


 —¿En serio? ¡Qué espanto! ¿Y qu
hacía allí?
 —Pues se había metido a misioner
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o algo así.
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 —¡No me digas!
 —Sí. Una tragedia tremenda. Yo le
conocía mucho.
 —Horroroso. Menudos recuerdos t
raerá. ¿Se lo has contado a Selina?
 —La verdad es que aún no h
ogrado dar con ella.
Ya sabes cómo está últimamente. No
se pone al teléfono y hay que pasar po
miles de secretarias, o lo que sean, si
que sirva de nada.

 —De esto puedes sacar una buen


historia para el periódico, Jane —dij
Anne.
 —Ya lo sé. Estoy pendiente de
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conseguir más datos. Es evidente que h
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pasado mucho tiempo desde que l


conocí, pero sería una histori
nteresante.

Dos hombres —poetas en virtud d


que escribir poesía era lo únic
consistente que habían hecho en su vid
—, adorados por dos de las chicas de
May of Teck, y de momento por nadi
más, estaban sentados con su

pantalones
Bayswater, deen pana en un de
compañía café sud
admiradoras y oyentes, hablando de
futuro que les esperaba, mientra
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hojeaban las galeradas de la novela d
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un amigo. Sobre la mesa, entre ambos


había un ejemplar de Peace News.
 —¿Qué será de nosotros ahora, si
os bárbaros? —dijo uno de los hombre
al otro—. Esa gente era una especie d
solución para todo.
Y el otro sonrió, medio aburrido
pero consciente de que en la gra
metrópolis y sus provincias adjunta
eran muy pocos los que conocían l
procedencia de esas líneas. El otr

hombre que sonreía era Nichola


Farringdon, no conocido todavía, ni co
probabilidad alguna de serlo.
 —¿Quién ha escrito eso? —dij
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Jane Wright, una chica gorda qu
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

rabajaba en una editorial, considerad


ista en el May of Teck, pero sin
satisfacer del todo los requisito
sociales del club.
 Ninguno de los dos hombres l
respondió.
 —¿Quién ha escrito eso? —dij
Jane otra vez.
El poeta más cercano a ella la mir
a través de los gruesos cristales de su
gafas, y le dijo:

 —Un poeta
 —¿Es nuevo? alejandrino.
 —No, pero en este país sí qu
resulta bastante nuevo.
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 —¿Cómo se llama?
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

El hombre no contestó. Los do


habían vuelto a su charla. El tema era e
declive y caída del movimient
anarquista en su isla natal, centrándos
concretamente en los personaje
afectados. Esa noche ya estaban harto
de educar a las chicas.

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Capítulo 2

Joanna Childe estaba en la sala d


uegos, dando una clase de elocución
a señorita Harper, la cocinera. Cuando
no daba clases, la señorita Childe solí
dedicarse a preparar el siguient
examen. Era frecuente que los ecos de s
retórica resonaran por toda la casa. Co
cada alumna ganaba seis chelines l
hora, cinco si era una socia del May o
Teck. Nadie estaba al tanto del acuerdo
económico que tenía con la señorit
Harper, pues en aquellos tiempos la
encargadas de la despensa solían hace
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rueques que resultaran conveniente
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para ambas partes. En cuanto a la clas


en sí, el método de Joanna consistía e
eer cada estrofa ella antes y hacer qu
su discípula la repitiera.
Todos los que estaban en la sala d
uegos oían los sonoros énfasis de
«Naufragio del Deutschland .»
El ceño de su rostro ante mí, e
fragor del infierno detrás, ¿dónde habí
un… dónde había un lugar?
El club estaba orgulloso de Joann

Childe, no solo porque recitaba


con la barbilla en alto, sino por lpoesí
constitución tan sólida que tenía, por s
aspecto tan robusto y sano. Era l
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encarnación poética de esas hijas d
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párroco robustas y sanas que no usaba


ni pizca de maquillaje, que apena
salían del colegio se metían de lleno e
as organizaciones benéficas que llevab
a Iglesia desde el comienzo de l
guerra, que antes de eso habían sid
monitoras de su clase y a las que nadi
había visto derramar una sola lágrima n
maginaba verlas llorando jamás, porqu
eran estoicas por naturaleza.
Lo que le pasó a Joanna fue que nad

más acabar el colegio se enamoró de u


sacristán. La historia no salió bien. Per
Joanna decidió que ese sería el amor d
su vida.
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… No es amor el amor 
que se muda al hallar mudanza
o flaquea con la lejanía par
alejarse.

Todas sus nociones del honor y e


amor procedían de la poesía. Estab
vagamente familiarizada con la
categorías y subcategorías del amor
anto del humano como del divino, y co
sus diversos atributos, pero es
conocimiento provenía más bien de la
conversaciones escuchadas en l
rectoría cuando recibían allí la visita d
algún clérigo con mentalidad de teólogo

era un aprendizaje de rango distinto a


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de las creencias populares del tipo «L
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

gente que vive en el campo es má


virtuosa», y ajeno al principio de qu
una buena chica solo debe enamorars
una vez en la vida.
Joanna pensaba que su afecto por e
sacristán no merecería el apelativo d
amor, si es que llegaba a buen término e
afecto similar que empezó a sentir po
otro sacristán, más adecuado y aún má
guapo. Si admites que puedes cambiar e
objeto de un sentimiento poderoso

socavas toda la estructura del amor y de


matrimonio, y con ella toda la filosofí
del soneto de Shakespeare; esta era l
opinión aceptada, aunque tácita, de l
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rectoría y de sus elevadas estancias
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

cargadas de fervor religioso. Joann


refrenó sus sentimientos hacia e
segundo sacristán, rebajándolos gracia
al tenis y al esfuerzo bélico. No habí
dado la menor esperanza al segund
sacristán, pero lo añoró en silenci
hasta un domingo en que le vio de pi
ante el púlpito, anunciando su sermó
sobre el evangelio:
 Por tanto, si tu ojo derecho

te hace pecar, sácatelo y tíralo.


 Más te vale perder una sola
 parte del cuerpo y no que todo

él vaya al infierno.
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Y si tu mano derecha te hace


 pecar, córtatela y arrójala. Más
te vale perder una sola parte
del cuerpo y no que todo él vaya
al infierno.

Era la misa de tarde. En la iglesi


había muchas chicas del barrio, alguna
con el uniforme del Servicio Nava
Femenino. Una en concreto tenía lo
ojos vueltos hacia el sacristán, con su
rosadas mejillas realzadas por la luz de
atardecer que entraba por las vidrieras
 el pelo suavemente ondulado sobre e
gorro del ejército. A Joanna le costaba

maginar que existiera un hombre má


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guapo que este segundo sacristán
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Acababa de tomar los hábitos y estaba


punto de alistarse en el ejército. Era un
primavera llena de preparativos
enigmas, pues se iba a abrir un segund
frente contra el enemigo, en África de
orte según unos, en los Paíse
órdicos, el Báltico y Francia segú
otros. Entretanto, Joanna escuchab
atentamente al joven del pulpito, l
escuchaba de modo obsesivo. Er
moreno y alto, con un rostro cincelad

de mirada profunda bajo unas ceja


oscuras y bien perfiladas. En su anch
boca, Joanna veía un rasgo d
generosidad y humor, la clase d
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generosidad y de humor propios de
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obispo que llevaba dentro. Era mu


atlético. Este sacristán, al contrario qu
el anterior, pronto manifestó bien a la
claras sus sentimientos por Joanna
Como primogénita del párroco que era
Joanna escuchaba a aquel hombr
atractivo sin cambiar de postura n
manifestar el menor interés por él. N
volvía el rostro para mirarle como hací
a bonita mujer del uniforme. El oj
derecho y la mano derecha, decía él, so

recursos especialmente preciados


nosotros. Lo que dice la Biblia par
explicaba, es que si algo especialment
valioso para nosotros se vuelv
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dañino… Como sabéis, la palabr
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griega que aparece es, emplead


frecuentemente en las Sagrada
Escrituras con la connotación d
escándalo, ofensa o tropiezo, com
cuando san Pablo dijo… Lo
campesinos, que eran mayoría en l
congregación, le miraban con su
grandes ojos impávidos. En ese instant
Joanna decidió arrancarse el oj
derecho, cortarse la mano derecha, pue
era claramente dañino para su prime

amor el tropiezo que representaba


adorable hombre del púlpito. aque
«Más te vale perder una sola part
del cuerpo y no que todo él vaya a
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nfierno», tronaba la voz del cura. «E
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nfierno, por supuesto, es un concept


negativo. Pongámoslo en positivo
Dándole un matiz positivo, el text
diría: “Más te vale entrar tuerto en e
Reino de los Cielos que no entrar”»
Todo ello esperaba llegar a publicarlo
en un volumen de sermones escogidos
pues aún era inexperto en mucho
sentidos, aunque luego se curtiría e
cierto modo como capellán del ejército.
Joanna, por tanto, había decidid

entrar tuerta en el Reino de los


Aunque lo cierto es que no parecí Cielos
uerta, ni mucho menos. Consiguió u
empleo en Londres y se instaló en e
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club May of Teck. En su tiempo libre s
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dedicaba a la elocución. Al final de l


guerra comenzó a estudiar y se entregó
ello por completo. El mundo de l
poesía sustituyó al mundo del sacristán
 para sacarse el diploma empezó a da
clases a seis chelines la hora.

 Los crueles soldados de l


caballería
han matado a mi fauno, que pronto
morirá.

 Nadie en el club May of Tec


conocía del todo bien la historia d
Joanna, pero se daba por hecho qu
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enía una trascendencia heroica. Se l
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comparaba con Ingrid Bergman, y era d


as pocas que no intervenían en la
discusiones entre las socias y empleada
sobre asuntos como si la comid
engordaba mucho o poco, inclus
estando como estaba racionada por l
guerra.

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Capítulo 3

En todas las habitaciones


dormitorios los dos temas preferido
eran el amor y el dinero. En primer luga
ba el amor, mientras que el dinero s
consideraba algo subsidiario
mprescindible para cuidar el aspect
físico y para hacerse con los vales d
ropa en el mercado negro a su preci
oficial, que era de ocho cupones por un
ibra.
El club estaba en una amplia cas
victoriana cuyo interior había sufrid
muy pocos cambios desde los tiempo
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en que era un domicilio privado. En s
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distribución se parecía a la mayoría d


as residencias femeninas, que ofrecía
un ambiente respetable por un preci
sensato, y que abundaban desde que l
emancipación femenina empezara
forzar su aparición. Ninguna de la
nquilinas del club May of Teck lo
consideraba una residencia, salvo e
momentos de desánimo tales como lo
experimentados por las socias jóvenes
cosa que solo les sucedía cuando u

novio las abandonaba.


El sótano de la casa estaba ocupad
por las cocinas, la lavandería, el horno
os depósitos de combustible.
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En la planta baja estaban lo
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despachos del personal, el comedor, l


sala de juegos y el salón, recié
empapelado en un color marró
parecido al barro. Por desgracia, e
molesto papel había aparecido e
grandes cantidades al fondo de u
armario. De lo contrario, las parede
podían haber seguido siendo igual d
grises y cochambrosas que antes, com
as paredes del mundo entero.
Los novios de las socias podía
cenar como invitados por un módic
precio de dos libras y seis peniques
También estaba permitido recibir a la
visitas en la sala de juegos, la terraz
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que comunicaba con ella y el salón
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cuyas paredes de color barro resultaba


an tristonas en aquellos tiempos (pue
as socias no sabían que, años después
muchas de ellas forrarían las paredes d
sus propias casas con un papel de ton
similar, que para entonces se habrí
convertido en un signo de elegancia).
Sobre esta zona, en el primer piso
donde en épocas previas de privado
esplendores hubo un gran salón de baile
ahora había un gran dormitorio. L

estancia estaba dividida en numeroso


cubículos separados con cortinas. All
vivían las socias más jóvenes, chica
entre los dieciocho y los veinte años
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procedentes a su vez de los cubículos d
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os internados que salpicaban l


campiña inglesa, chicas que sabían d
sobra lo que era vivir en un dormitori
como aquel. Las inquilinas de est
planta aún no sabían hablar de hombres
Todo giraba en torno a si el hombre e
cuestión bailaba bien y tenía sentido de
humor. Como las Fuerzas Aéreas tenían
mucho predicamento, la Cruz de Vuelo
Distinguido daba una clara ventaja. E
1945 tener un historial en la batalla d

nglaterra, a ojos de las inquilinas


dormitorio del primer piso, equivalía de
echarse años encima. Lo de Dunkerqu
era otras de esas cosas raras que hacía
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sus padres. Los que triunfaban de verda
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con ellas eran los heroicos pilotos de l


batalla de Normandía, dados
repantigarse en los cojines del salón de
club. Con ellos el entretenimiento estab
asegurado:
 —¿Os sabéis la historia de los do
gatos que se fueron a Wimbledon
Resulta que uno de los gatos convence a
otro de ir a Wimbledon a ver el tenis. A
cabo de dos sets un gato le dice al otro
«La puñetera verdad es que me aburro

o consigo entender por qué te interes


anto el deporte del tenis». Y el otro
gato le contesta: «¡Pues porque mi padr
e da cuerda al negocio!».
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 —¡Ay! —gritaban las chicas
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ronchadas de risa ante la absurd


creencia de que las cuerdas de raquet
se hacían con tripas de gato.
 —Pero la historia no se acaba ahí
Detrás de los dos gatos se había sentad
un coronel. Estaba viendo el teni
porque, en plena contienda bélica, n
enía nada que hacer. El caso es que e
coronel en cuestión iba con su perro
Así que cuando los gatos se pusieron
hablar, el perro se volvió hacia e
coronel y le dijo: «¿Has oído a
gatos que tenemos delante?». «No esos do
cállate», dijo el coronel. «Estoy viend
el partido». «Vale», dijo el perro, que
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era un animal muy alegre. «Pensaba qu
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e podían sorprender dos gatos qu


hablan». —Hay que ver —dijo es
noche una voz en el dormitorio—. ¡Qu
sentido del humor tan fenomenal! —
añadió con una risita alborozada.
En vez de unas chicas a punto d
dormirse parecían unos pajarillos qu
acabaran de despertarse, porque «¡Qu
sentido del humor tan fenomenal!
podría ser perfectamente la eufoní
coral de las aves del parque cinco hora

más tarde,
escucharla. si alguien se parase
Encima del dormitorio estaba el pis
donde dormían las empleadas y la
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socias que podían permitirse un cuart
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compartido en lugar de un simpl


cubículo. Estas mujeres, que dormían e
habitaciones de cuatro camas, o inclus
de dos, solían ser jóvenes de paso,
bien socias temporales que estaba
buscando un piso o un apartament
ndividual. En la segunda planta vivía
dos de las solteronas mayores, Collie
Jarvie, que llevaban ocho año
compartiendo habitación, porqu
estaban ahorrando con vistas a la vejez.

Pero en el piso superior parecía


haberse reunido, por una especie d
acuerdo instintivo, la mayoría de la
célibes; solteronas de carácter estable
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edades variadas que habían optado po
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una vida no matrimonial, junto a varia


más que estaban abocadas a acabar d
gual modo, pero sin ser aún consciente
de ello.
Esta tercera planta contenía cinc
dormitorios grandes, ahora convertido
mediante tabiques en diez pequeños. Su
nquilinas iban desde las jóvene
vírgenes monas y remilgadas, en quiene
nunca se revelaría la mujer que llevaba
dentro, hasta las marimandonas d

veintitantos años, que eran demasiad


hembras para rendirse jamás a u
hombre. Greggie, la tercera de la
solteronas mayores, tenía su habitació
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en este piso. Era la menos mona, pero l
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más simpática de todas.


En este rellano también tenía s
habitación Pauline Fox, una jove
chiflada que tenía la costumbre d
arreglarse mucho algunas noches
poniéndose esos trajes largos qu
estuvieron de moda en los año
nmediatamente posteriores a la guerra
También usaba esos largos guante
blancos que se llevaban entonces y s
dejaba el pelo suelto, que le caía e

bucles sobre los hombros. Estas noche


solía decir que se iba a cenar con e
famoso actor Jack Buchanan. Com
nadie lo puso en duda abiertamente, s
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ocura pasó inadvertida.
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Allí estaba también la habitación d


Joanna Childe, a quien se oía ensayar s
elocución cuando la sala de juego
estaba ocupada:

 En primavera las flores


nos perfuman los dolores.

En la parte superior de la casa, en e


cuarto piso, era donde tenían su
habitaciones las chicas más atractivas
elegantes y divertidas. Todas tenía
anhelos sociales variados y cada ve
más intensos, conforme la paz ib
entrando sigilosamente en sus vidas. Lo
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cinco dormitorios superiores lo
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ocupaban solamente cinco chicas. Tre


de ellas tenían amantes, además d
amigos a los que trataban con vistas a
matrimonio, pero sin casarse con ellos
De las dos restantes, una estaba a punt
de comprometerse y la otra era Jan
Wright, una chica gorda pero con e
atractivo intelectual que le daba e
hecho de trabajar en una editoria
Mientras buscaba marido se entretení
con una serie de intelectuales jóvenes.

Encima de esta planta no había nad


más que el tejado, antes accesible por e
ventanuco que había en el techo de
cuarto de baño, ahora un cuadrado d
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madera inútil desde que lo clausurara
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ras la guerra, cuando entró por ahí u


adrón o bien un amante que atacó a un
socia (aunque tal vez solo discutiera co
ella, o, como mantenían algunas, se lo
encontraran a los dos metidos en l
cama); sea como fuere, el incidente dej
ras de sí una leyenda poblada de grito
en la noche, y desde entonces l
claraboya estaba cerrada a cal y canto
Los obreros que iban de vez en cuando
hacer alguna reparación en el tejado n

enían más remedio que subir por e


desván del hotel contiguo. Greggie decí
que se sabía la historia entera, porqu
del club lo sabía absolutamente todo. E
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más, fue ella quien, inspirada por u
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súbito recuerdo, guio a la director


hacia el armario donde estaba aque
arsenal de papel color barro que ahor
profanaba las paredes del salón, com
desafiándolas a todas a plena luz de
día. Las chicas del último piso s
planteaban a menudo la posibilidad d
salir a tomar el sol en la azotea
subiéndose a una silla para ver si de es
modo lograban abrir la trampilla. Per
a portezuela no se movía ni u

centímetro, y de nuevo fue Greggie


es explicó por qué. Cada vez que le quie
contaba la historia, se las arreglaba par
mejorarla.
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 —Si hubiera un incendio n
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podríamos salir —dijo Selin


Redwood, que era extremadament
guapa.
 —Es evidente que no sabes lo qu
dice el manual de emergencias —dij
Greggie.
Eso era cierto. Selina casi nunc
cenaba en el club, de modo que jamá
había oído las normas. El manual lo leí
a directora cuatro veces al año despué
de cenar, y esas noches no estab
permitido traer invitados. Al fondo
planta superior había una escalera dde l
ncendios con dos rellanos, que daba
una salida de emergencia en perfect
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estado, y el edificio entero estab
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dotado de cajas con los utensilio


precisos para estos casos. En las noche
sin invitados también se recordaba a la
socias que no debían tirar cosas grande
al retrete, por los problemas que daba
as cañerías antiguas y lo difícil que er
conseguir un buen fontanero en lo
últimos tiempos. También se le
recordaba que cuando daban un baile e
el club tenían que dejarlo todo en s
sitio. El hecho de que algunas socias s

marcharan a la discoteca con su novio


pensando que ya recogería alguien tod
o que ellas habían desordenado, er
algo que la directora, según decía, er
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ncapaz de entender.
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Selina, que nunca había asistido


ninguna de estas cenas con la directora
se había perdido todo aquello. Por s
ventana se veía, a la misma altura que e
último piso del club y tras los cañone
de las chimeneas, la azotea compartid
con el hotel contiguo, que habría sid
deal para tomar el sol. Ninguna de la
ventanas de su cuarto daba al tejado
pero un día cayó en la cuenta de que s
se podía acceder a él por el ventanuc

del cuarto de baño, una estrech


abertura que se había visto reducida aú
más cuando, en algún momento de l
historia del edificio, el muro dond
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estaba se subdividió para construir lo
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aseos. Para ver el tejado había qu


subirse al retrete. Selina midió e
ventanuco. Era un rectángulo d
dieciocho centímetros de ancho po
reinta y cinco de largo. Con un clásic
modelo de bisagra.
 —Estoy segura de que pued
colarme por la ventana del baño —l
dijo a Anne Baberton, que ocupaba l
habitación de enfrente.
 —¿Por qué quieres colarte por l

ventana del baño? —dijo Anne.


 —Porque da al tejado. Es un saltit
de nada.
Selina estaba delgadísima. En l
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planta de arriba el asunto del peso y la
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medidas tenía una enorme importancia


La capacidad o incapacidad de colars
por la ventana del baño sería una d
esas pruebas usadas para demostrar qu
a política alimenticia del club hací
engordar a sus socias innecesariamente.
 —Una decisión suicida —dijo Jan
Wright.
Acomplejada por su gordura, Jan
vivía siempre entre ansiosa y temeros
de la siguiente comida, decidiendo l

que podía comer y lo que debía dejars


en el plato, y tomando contramedida
por el hecho de que su trabajo en l
editorial era básicamente intelectual, l
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que significaba que su cerebro precisab
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una alimentación más consistente que l


del resto de la gente.
De las cinco socias de la plant
superior, las únicas capaces de colars
por la ventana del baño eran Selin
Redwood y Anne Baberton, y Anne solo
o conseguía desnuda y con el cuerp
embadurnado en margarina. Tras u
primer intento en que se torció el tobill
al saltar y se hizo un rasguño a
encaramarse para volver a entrar, Anne

decidió que a partir de entonces usarí


su ración de jabón para suavizarle l
salida. El jabón lo tenían igual d
racionado que la margarina, pero era u
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bien más preciado porque, al fin y a
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cabo, no engordaba. En cuanto a l


crema hidratante, era demasiado car
para desperdiciarla en la aventura de l
ventana.
Jane Wright no lograba entender po
qué a Anne le preocupaba tanto sacarl
res centímetros y medio de cadera
Selina, si en cualquier caso estab
delgada y ya se había prometido e
matrimonio. De pie sobre la tapa de
retrete, le tiró a Anne su gastada bat

verde para que se cubriera con ella


cuerpo enjabonado, y le preguntó qué ta e
se estaba en el tejado. Las otras do
chicas de esa planta iban a pasar todo e
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fin de semana fuera.
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Anne y Selina estaban asomadas


una parte de la azotea que Jane n
ograba ver. Al regresar le informaron
de que desde allí se veía el jardín d
atrás, donde Greggie estab
ofreciéndoles una visita guiada a dos d
as nuevas socias. Les estaba enseñand
el sitio donde cayó la bomba que n
estalló y que tuvo que ser retirada por u
equipo especial de la policía, operació
durante la cual todas las socias s

vieron obligadas a abandonar e


edificio. Greggie también les enseñó e
sitio donde, en su opinión, aún quedab
otra bomba que no había estallad
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odavía.
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Las chicas volvieron a entrar en l


casa.
 —Greggie y sus intuiciones —dij
Jane, tan harta del asunto que le daba
ganas de ponerse a gritar—. Esta noch
hay tarta de queso —añadió—. ¿Cuánta
calorías tendrá?
La respuesta, cuando lo miraron e
el gráfico, era de aproximadament
rescientas cincuenta calorías.
 —Luego hay compota de cerezas —

dijo Jane—. Una ración normal so


noventa y cuatro calorías, a no ser que l
pongas sacarina, en cuyo caso so
sesenta y cuatro calorías. Hoy y
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levamos más de mil calorías. Lo
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domingos siempre pasa lo mismo. Sol


el budín de pan con mantequilla y
iene…
 —Yo ni lo he probado —dijo Anne
—. El budín de pan con mantequilla e
puro suicidio.
 —Lo que hago yo es comer u
poquito de todo —dijo Selina—
Aunque me paso el día muerta d
hambre, la verdad.
 —Ya, pero es que yo hago una labo

ntelectual —dijo Jane.


Anne estaba paseando por el rellano
quitándose la margarina con un
esponja.
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 —Además de la margarina, en est
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me he gastado todo el jabón —dijo.


 —Pues yo no te puedo prestar nad
de jabón este mes —dijo Selina.
Selina tenía asegurado un lote d
abón todos los meses, gracias a u
soldado americano que lo sacaba de u
sitio llamado el Economato, donde habí
muchísimas cosas apetecibles. Per
Selina estaba haciendo acopio y por es
no le prestaba a nadie.
 —Me trae sin cuidado tu puñeter
abón —dijo Anne—. Pero
vuelvas a pedirme el tafetán. tú tampoco
Se refería al traje de noche d
afetán, un Schiaparelli que le habí
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regalado una tía suya fabulosament
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rica, después de ponérselo una sola vez


El maravilloso vestido, que siempr
ograba crear un cierto revuelo, l
usaban todas las inquilinas del pis
superior en ocasiones especiales, meno
Jane, porque le quedaba pequeño. A
cambio del préstamo, Anne conseguí
una serie de cosas gratis, como vale
para ropa o trozos de jabón a medi
usar.
Jane regresó a su labor intelectua

cerrando la puerta con un rotundo clic


En esta cuestión era algo tiránica, y s
pasaba el día quejándose del ruido d
as radios en el rellano y de lo tonta
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que eran las discusiones con Ann
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cuando alguna de las chicas le pedía e


vestido, dado que cada vez estaban má
de moda las noches de largo.
 —Para ir al Milroy no te lo puede
poner. En el Milroy ya lo han visto do
veces… Y en Quaglinos también lo
ienen visto. Selina se lo puso una noch
para ir al Quag’s. La verdad es que ya l
conocen en todo Londres.
 —Pero si me lo pongo yo parecer
otro vestido distinto, Anne. Y te daría

una hoja
caramelos… entera de vales par
 —No me interesan tus maldito
vales para caramelos. Si yo los míos s
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os doy todos a mi abuela…
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Entonces Jane asomaba la cabez


por la puerta.
 —Dejad de decir simplezas y n
gritéis tanto —decía—. Así no hay quie
piense.
Jane tenía un solo tesoro en s
armario, una falda negra y una chaquet
a juego, sacados de un traje de noche d
su padre. Después de la guerra, e
nglaterra quedaban pocos trajes d
vestir que no hubieran sido sometidos

algún arreglo. Pero la valiosa


Jane era demasiado grandona par prenda d
prestársela a nadie; alguna ventaj
endría estar tan gorda. La naturalez
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exacta de su labor intelectual era u
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misterio para las socias del club, porqu


al preguntarle sobre el asunto le
recitaba de carrerilla una lista d
prolijos detalles sobre costes
mprentas, listas, manuscritos, galerada
 contratos.
 —Oye, Jane, deberías cobrarles l
cantidad de tiempo libre que le dedica
a ese trabajo.
 —El mundo de los libros es ant
odo altruista —decía Jane.

Siempre se refería al negocio de


edición como «el mundo de los libros»l
Solía andar mal de dinero, así qu
probablemente tendría un sueldo escaso
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Precisamente por querer ahorrar uno
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

chelines para el contador de gas de l


calefacción, no podía, según ella
ponerse a dieta en invierno, justo cuand
había que mantener la habitació
caliente además de alimentar el cerebro
El club otorgaba a Jane, gracias a s
abor intelectual y a su empleo en un
editorial, un respeto considerable que s
neutralizaba desde el punto de vist
social cuando entraba en el vestíbulo
odas las semanas más o menos, u

extranjero pálido y delgado, qu


claramente rebasada los treinta, vestid
con un abrigo oscuro manchado d
caspa, y que preguntaba en la entrad
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por la señorita Jane Wright, añadiendo
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siempre la frase: «Deseo verla e


privado, por favor». Las secretaria
corrieron la voz de que muchas de la
lamadas de teléfono que recibía Jan
eran de aquel hombre.
 —¿Es el club May of Teck?
 —Sí.
 —¿Puedo hablar con la señorit
Jane Wright, por favor? En privado.
En una de las ocasiones la secretari
que le atendió le dijo:

 —Todas las llamadas que


as socias son privadas. No norecibe
dedicamos a escuchar.
 —Bien. De no ser así lo sabría
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porque espero a oír el clic antes d
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empezar a hablar. Le ruego que lo teng


en cuenta.
A raíz de este incidente, Jane tuvo
que pedir disculpas a las secretarias.
 —Es extranjero —dijo—. Tiene qu
ver con el mundo de los libros. No e
culpa mía.
Pero otro hombre distinto, y má
presentable, también del mundo de lo
ibros, había ido a ver a Jan
recientemente. Tras hacerle pasar a

salón, se lo presentó a Selina, a Anne


a la chalada de Pauline Fox, la que s y
vestía de tiros largos para ver a Jac
Buchanan en sus noches lunáticas.
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El hombre en cuestión, Nichola
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Farringdon, era bastante simpático


aunque tímido.
 —Es reservado —dijo Jane—. No
parece listo, pero en el mundo de lo
ibros es un recién llegado.
 —¿Trabaja en una editorial?
 —Todavía no. Es un recién llegado
Está escribiendo algo.
La labor intelectual de Jane era d
res tipos. En primer lugar, y en secreto
escribía una poesía de orde
estrictamente no racional, compuesta —
en proporción similar a la de las cereza
de una tarta— de palabras que ell
describía como «de una naturalez
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ardiente», tales como «entrañas
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desvelos», «la raíz», «la rosa», «e


sargazo» y «la mortaja». En segund
ugar, y también en secreto, escribí
cartas en tono amistoso, pero con clar
ntención comercial, bajo los auspicio
del pálido extranjero. En tercer lugar,
más abiertamente, a veces trabajaba u
poco en su habitación, labor que s
solapaba con sus responsabilidade
diarias en la pequeña editorial.
En Huy Throvis-Mew Ltd. la únic

oficinista era ella. Huy Throvis-Mew


era el dueño de la empresa, y la señor
de Huy Throvis-Mew aparecía com
directora en el membrete de las cartas
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El nombre secreto de Huy Throvis-Mew
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era George Johnson, o al menos lo habí


sido durante varios años, aunqu
algunos de sus buenos amigos l
lamaban Con y los más antiguos l
lamaban Arthur o Jimmie. Sea como
fuere, en la época de Jane se le conocí
por el nombre de George, y ella er
capaz de darlo todo por George, su jef
el de la barba blanca. Jane envolvía lo
ibros, los llevaba a la oficina d
correos o los repartía ella misma

contestaba el teléfono, preparaba el té


cuidaba al niño cuando Tilly, la esposa
de George, se marchaba a ponerse en l
cola de la pescadería, anotaba lo
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ngresos en el libro de cuentas, mantení
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dos versiones paralelas de los gasto


generales y del resto de la contabilida
empresarial, y en última instancia er
ella quien llevaba el pequeño negoci
editorial. Al cabo de un año George l
permitió hacer de detective con alguno
de los autores nuevos, labor qu
consideraba esencial para la buen
marcha del negocio editorial, y l
encargó investigar su situació
económica y carencias psicológicas

para así
beneficio. poder sacarles el máxim
Al igual que su costumbre d
cambiarse el nombre cada cierto tiempo
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cosa que hacía con la sola esperanza d
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mejorar su suerte, esta práctica d


George era bastante inocente, pue
nunca lograba descubrir toda la verda
sobre ningún autor, como tampoco l
sirvieron nunca de nada su
nvestigaciones. Sin embargo, aquel er
el sistema que seguía, y su
maquinaciones daban una cierta emoció
al trabajo de cada día. En otra époc
esas pesquisas básicas las había hech
él mismo, pero en los últimos tiempo

había decidido que tal vez tuviera


suerte si le encomendaba a Jane seguimá
al autor más reciente. Un envío de libro
destinados a George le había sid
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confiscado en el puerto de Harwich,
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

os magistrados locales tenían orden d


quemarlos por su obscenidad, lo qu
hacía que George se sintiera poc
afortunado en aquel preciso momento.
Por otra parte, gracias a Jane s
ahorraba los gastos y el agotamient
nervioso que implicaban los cordiale
almuerzos con escritores imprevisibles
durante los que se lograba determina
quién sufría un caso de paranoia grave
Entre unas cosas y otras, resultaba má

conveniente dejar que hablaran con Jan


en una cafetería, o en la cama, o dond
fuera que a ella se le antojara llevarlos
Bastante angustioso le resultaba ya
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George tener que esperar a recibir su
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nformes. Estaba convencido de qu


Jane le había librado en numerosa
ocasiones de pagar más de lo necesari
por un libro, como cuando le informab
de que algún escritor tenía un
necesidad urgente de dinero en metálico
o cuando le decía exactamente qué part
del manuscrito era la que fallaba —
generalmente la que le proporcionaba u
mayor orgullo al autor—, para propicia
una menor resistencia, por no hablar de

derrumbe total, del autor en cuestión.


George había obtenido tres esposa
óvenes en rápida sucesión gracias a s
enaz elocuencia sobre el mundo de lo
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ibros, que ellas consideraban un tem
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elevado —fue él quien abandonó a la


dos anteriores, no ellas a él—, y jamá
se había arruinado, a pesar de que a l
argo de los años había emprendid
varias modalidades confusas d
reconstrucción empresaria
circunstancia que a sus acreedores debí
de suponerles una excesiva inquietu
egal, puesto que ninguno lo habí
levado aún los tribunales.
En estos momentos le interesab

mucho la experiencia de Jane en e


manejo de un autor literario en concreto
En contraste con la verborrea qu
desplegaba con su esposa Tilly junto
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a chimenea, a Jane le daba en l
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editorial unos consejos muy cautelosos


pues en lo crepuscular de su mente tení
a vaga noción de que los autores era
an astutos como para hacerse invisibles
  podían llegar incluso a remansars
bajo las sillas de las editoriales.
 —Verás, Jane —decía George—
Estas tácticas mías constituyen una part
esencial de la profesión. Todos lo
editores las usan. Y las grandes firma
ambién lo hacen, casi de form

automática. Los peces gordos se


permitir el lujo de hacerlo así puede
automáticamente, sin trabajárselo
conciencia como hago yo, porque tiene
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demasiado que perder. A mí me ha
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ocado discurrir cada paso sin ayuda d


nadie, pero teniendo muy claro todo l
referente a los autores. En edición un
se enfrenta a una materia prima cargad
de temperamento.
Acercándose a un rincón de
despacho, apartó la cortina que ocultab
el perchero, lo atisbo durante uno
segundos y volvió a cubrirlo, diciendo:
 —Si piensas seguir trabajando en e
mundo de los libros, Jane, siempr

debes considerar
materia prima. a los autores como t
Ella, por su parte, estaba convencid
de ese particular. Ahora le habían
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encargado inspeccionar a Nichola
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Farringdon. Según George, apostar po


él suponía un tremendo riesgo. Jan
calculaba que debía de tener poco má
de treinta años. De momento er
considerado un poeta de talento escaso
  un anarquista de dudosa lealtad a l
causa; pero al principio Jane ni siquier
estaba al tanto de esos pequeño
detalles. Había traído a George un faj
mustio de páginas mecanografiadas
sueltas en una carpeta marrón. El títul

de aquello era  Los cuadernos sabáticos


En ciertos aspectos cruciales
icholas Farringdon era distinto de lo
otros escritores a los que habí
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conocido. Destacaba, sin evidenciarl
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de momento, en que se sabí


nvestigado. Jane también observaba e
él una mayor arrogancia e impacienci
que la de otros autores de tip
ntelectual. Por eso le parecía má
atractivo.
De momento, nuestra chica se habí
apuntado un tanto con el intelectualísim
autor de El simbolismo de Louisa May
lcott , que George estaba vendiend
muy bien y muy rápido, en determinado

ámbitos, gracias a su
componente lésbico. También habí notori
enido un cierto éxito con Rudi Bittesch
el rumano que solía ir a verla al club.
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Pero Nicholas había lograd
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desconcertar más de lo normal


George, que se mostraba incapaz d
decidir entre su admiración por un libr
que no lograba entender y su miedo
que resultara un fracaso. En cuanto
icholas, tras habérselo encomendado
Jane para que lo pusiera en tratamiento
George pudo al fin pasar las noche
quejándose a Tilly por estar en mano
de un escritor vago, irresponsable
nsufrible y astuto.
En un momento de inspiración,
e había preguntado una vez a u Jan
escritor:
 —¿Cuál es tu raison d’étre?
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Aquella estrategia le funcion
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maravillosamente. Por eso decidi


ensayarla con Nicholas Farringdo
cuando se dejó caer por la editorial par
preguntar por su manuscrito, un día e
que George estaba «reunido», es decir
bien escondido en la habitación de
fondo.
 —¿Cuál es su razón de ser, seño
Farringdon?
La respuesta de él fue una muec
algo abstracta, como si Jane fuese u
altavoz averiado.
En otro de sus momentos d
nspiración Jane le invitó a cenar en e
club May of Teck, cosa que aceptó co
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una humildad considerable, obviament
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debida al interés por su libro. Ya se lo


habían rechazado diez editoriales, com
ocurría, por lo demás, con la mayoría d
os libros que caían en manos d
George.
Gracias a su visita, Jane gan
erreno en el club. No se le había pasad
por la cabeza que su invitado pudier
reaccionar con tanto entusiasmo
Mientras Nicholas se tomaba un Nescaf
sin leche en el salón, en compañía d

Jane, Selina, la pequeña y morena Jud


Redwood y Anne, el escritor miró a s
alrededor y esbozó una sonris
complacida. Jane había elegido a su
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acompañantes de esa noche con e
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nstinto de una alcahueta experimenta


Al caer en la cuenta del alcance de s
éxito se arrepintió y alegró a parte
guales, pues, por lo que había oído, n
estaba claro si Nicholas era de esos
os que les gustaban los hombres,
ahora al menos sabía que le iban los do
sexos. Las largas e insuperables pierna
de Selina se organizaron en diagona
desde las profundidades de la butaca e
que estaba apoltronada con aire de se

a única mujer presente que podí


permitirse el lujo de apoltronarse. En e
apoltronamiento de Selina había alg
que recordaba a la grandeza de un
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reina. Mientras escudriñaba a Nichola
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con aire regio, él se dedicaba a pasea


a mirada por la habitación, observand
a los grupos de chicas que charlaba
aquí y allá. Por las puertas abiertas de l
erraza entraba el frescor de la noche
momento en que les llegó de la sala d
uegos la voz de Joanna, que estab
dando una de sus clases de elocución:

 Recordé a Chatterton, el prodigio


aquel 

cuyo recio espíritu murió por su


altivez,
embozado en la gloria y el placer,

tras su yugo no pensó jamás volver


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 Divinos nos hacía el valer 


a los poetas nacidos con ventura,
llevados al hastío y la locura.

 —Ojalá vuelva al «Naufragio de


eutschland » —dijo Judy Redwood—
A Hopkins lo borda.
 —Recuerda que el énfasis va e
Chatterton, seguido de una breve paus
—se oyó decir a Joanna. Y la alumna de
Joanna recitó:
 —Recordé a Chatterton, el prodigi
aquel.

El nerviosismo en torno al ventanuc


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duró lo que quedaba de tarde. La labo
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ntelectual de Jane continuaba con e


rasfondo de las voces procedentes de l
gran habitación donde estaban los aseos
Ya habían vuelto las otras dos inquilina
del piso superior, tras pasar el fin d
semana con la familia en el campo. Un
era Dorothy Markham, la sobrina pobr
de lady Julia Markham, presidenta de
comité del club, y la otra Nancy Riddle
una de las numerosas hijas de cura qu
habían pasado por la institución. Com

ancy quería quitarse el acento de


zona de las Midlands, daba clases d l
elocución con Joanna.
Jane, concentrada en su labo
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ntelectual, supo por las voces qu
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legaban del cuarto de baño que Doroth


Markham había conseguido escabullirs
por la ventana. Dorothy tenía noventa
res centímetros de cadera y solo setent
  nueve de pecho, cosa que no l
desanimaba, pues pensaba casarse co
uno de los tres hombres de su séquito
quienes les gustaban las mujeres d
cuerpo aniñado y, sin saber tanto de
asunto como su tía, Dorothy er
consciente de que su cuerpo sin cadera

ni pecho siempre gustaría a ese


hombre que se sentía más cómodo co tipo d
una mujer escurrida. Dorothy era capa
de emitir, a cualquier hora de la noche o
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el día, una cháchara de colegiala qu
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animaba a deducir que cuando no estab


hablando, comiendo o durmiendo
sencillamente no pensaba en nada, salv
en sus típicos latiguillos: «Una comid
bestial». «Qué boda tan fenomenal»
«Parece ser que él la violó y ella s
quedó pasmada». «Una película atroz»
«Estoy asquerosamente bien, gracias. ¿Y
ú?». Su voz, que venía del cuarto d
baño, distrajo a Jane.
 —Maldita sea. Me he manchado d

hollín. Estoy hecha una asquerosidad.


Abriendo la puerta de Jane si
lamar, asomó la cabeza y dijo:
 —¿Tienes un poquillo d
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aboncillo?
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Varios meses después volvió a


aparecer en la puerta de Jane y anunció:
 —Qué espanto. Estoy embarazosa
Vente a la boda.
Cuando le pidió que le prestara s
abón, Jane dijo:
 —¿Me dejas quince chelines si t
os devuelvo el viernes?
Era su recurso de emergencia par
ibrarse de alguien cuando estaba e
plena labor intelectual.

A juzgar por el ruido, era


que Nancy Riddle se había quedadevident
atascada en la ventana y se estab
poniendo histérica. Pero al fin lograro
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sacarla y tranquilizarla, com
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atestiguaba la gradual sustitución de la


vocales de las Midlands por las vocale
nglesas en las voces procedentes de
cuarto de baño.
Jane siguió con su trabajo
diciéndose que debía seguir en la lucha
El club entero usaba la misma expresió
a todas horas, procedente de las chica
vírgenes de los internados, que la había
aprendido a su vez de los soldados.
De momento, Jane había dejado d

eer el manuscrito, que tenía


ntríngulis. De hecho aún no habí s
captado el tema del libro, cos
necesaria para elegir el fragment
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concreto que se iba a poner en tela d
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uicio, aunque ya se le había ocurrido e


comentario que pensaba sugerirle
George para que se lo dijera al autor
«¿No te parece que esta parte result
algo derivativa?». La idea era fruto d
un momento de inspiración.
Pero ahora tenía el libro relegado
En ese momento estaba dedicada a u
serio trabajo adicional, por el qu
además le pagaban. El asunto tenía qu
ver con Rudi Bittesch, a quien odiaba e

aquella etapa concreta de su vida, por


aspecto poco atractivo. Aparte de todo s
o demás, era demasiado mayor par
ella. Cuando se deprimía procurab
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recordar que solo tenía veintidós años
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porque la idea siempre conseguí


animarla. Ojeó la lista de autore
famosos que le había dado Rudi, con la
direcciones correspondientes, para ve
quién le faltaba. Sacó una cuartilla
escribió la dirección de la casa d
campo de su tía abuela, seguida de l
fecha. A continuación puso:

Querido señor Hemingway:


 Le envío esta carta a su editoria

con la convicción de que se la hará


legar.

Aquel era
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un preámbul
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aconsejable, según Rudi, porque a vece
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os editores recibían instrucciones d


abrir las cartas de los autores y tirarla
a la basura si el contenido no parecí
ener ningún interés comercial, pero est
comienzo, leído por un editor, tal ve
ograra «llegarle al corazón». En cuant
al resto de la carta, lo podía escribi
ella a su completo antojo. Tras espera
unos instantes a que le llegara l
nspiración, Jane escribió:

 Estoy segura de que recibirá


muchas cartas entusiastas y por ello h
dudado antes de añadir una más a s

buzón. Pero desde que salí de la cárcel


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7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

donde he pasado los últimos dos años y


cuatro meses de mi vida, cada vez m
arece más importante que sepa lo
mucho que han significado sus novela
ara mí durante todo ese tiempo. E
risión recibía pocas visitas. La
escasas horas de ocio que tenía cad
semana las pasaba en la biblioteca
or desgracia, en la sala no habí
calefacción, pero la lectura m
ayudaba a entrar en calor. Ningún
ibro me dio tanto ánimo para afronta

el futuro y forjarme una nueva vida a


salir como Por quién doblan la
campanas. Su novela me devolvió la
anas de vivir.
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Solo quería hacérselo saber y darl


as gracias.
Sinceramente, (Señorita)
 J. Wrigh
 P.D.: Esta carta no es para pedirle
nada. Le aseguro que si optara po
enviarme dinero, no dudaría en
devolvérselo.

En caso de que la carta le llegara


era posible que Hemingway l
respondiera de su propia mano. Era má
fácil obtener contestación con un
misiva enviada desde la cárcel o e
manicomio que con un texto más clásico

pero además había que saber elegir u


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escritor «con corazón», como decí
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Rudi. Los escritores sin corazón n


solían responder, y si lo hacían
escribían a máquina. Por una cart
escrita a máquina y firmada, Rud
pagaba dos chelines si el autógrafo e
cuestión escaseaba, pero si la firma de
autor era fácil de conseguir y la carta s
imitaba a una simple respuesta forma
no pagaba nada. En el caso de una cart
manuscrita daba cinco chelines por l
primera página y un chelín por cada un

de las siguientes. Jane debía agudizar


ngenio, por tanto, para dar con el tipe
de carta que llevara al destinatario
responder con un texto totalment
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hológrafo.
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Lo que sí pagaba Rudi era el pape


de escribir y los sellos. Decía que la
cartas le interesaban «por motivo
sentimentales, para tenerlas en m
colección». Era cierto, porque Jan
había visto la colección con sus propio
ojos. Pero sospechaba que la
conservaba pensando que su valo
aumentaría año tras año.
 —Si las escribo yo, me salen meno
auténticas y no consigo ningun

respuesta interesante. Además, el inglé


que hablo yo no es el mismo que el d
una joven inglesa como tú.
Jane también hubiera querido tene
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su propia colección, pero como le hací
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

falta el dinero que se ganaba con la


cartas, no podía permitirse el lujo d
guardarlas con vistas al futuro.
 —Jamás pidas dinero en tus carta
—le advirtió Rudi—. No saques el tem
del dinero. Podrían acusarte de comete
un delito de estafa.
Pero en uno de sus momentos d
nspiración, a Jane se le ocurrió lo d
añadir la posdata, por si acaso.
Al principio le preocupaba qu

alguien descubriera su treta y acabar


metiéndose en un lío. En cuanto a eso
Rudi la tranquilizó.
 —Tú dices que es una pequeñ
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broma. No es un delito. Además, ¿quié
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

se va a poner a hacer comprobaciones


¿Crees que Bernard Shaw se va
dedicar a hacerle preguntas sobre ti a t
anciana tía? Bernard Shaw es un hombr
célebre.
Bernard Shaw, de hecho, habí
resultado decepcionante. Respondió a l
carta de Jane con una postal escrita
máquina:
Gracias por su carta alabando mi

escritos. Ya que dice que la han


consolado de sus desgracias, n
abundaré en mis comentario

ersonales. Y puesto que dice no quere


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dinero, no le enviaré mi firma


hológrafa, que tiene un cierto valor. G
. S.

Las iniciales también estaban


máquina. Con el tiempo, Jane había id
ganando experiencia en el asunto. Co
su carta sobre un hijo ilegítim
consiguió una amable respuesta d
Daphne du Maurier, por la que Rud
pagó el precio estipulado. Con alguno
autores lo que funcionaba era un
pregunta sobre algún asunto académic
como la intención subyacente. Un día, e
un momento de inspiración, Jan

escribió una carta a Henry James y se l


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mandó al Ateneo.
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 —Eso que hiciste fue una bobada, l


verdad, porque James está muerto —
dijo Rudi.
 —¿Te interesa una carta de u
escritor llamado Nicholas Farringdon
—le preguntó ella.
 —No —dijo él—. A Nichola
Farringdon le conozco. No vale nada. L
más probable es que jamás llegue a se
un escritor célebre. ¿Qué ha escrito?
 —Un libro llamado Los cuaderno
sabáticos.
 —¿Es de tema religioso?
 —Bueno, él dice que es sobr
filosofía política. Consiste en una seri
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de notas y pensamientos.
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 —El título tiene un cierto tufillo


religión. Ese hombre acabará convertid
en un catolicón devoto del Papa. Ya lo
predije yo antes de la guerra, por cierto
 —Pues es un hombre con muy buen
pinta.
Jane odiaba a Rudi, que no era nad
atractivo. Tras poner la dirección y e
sello a la carta de Ernest Hemingway, lo
marcó en la lista como «Hecho», y anot
a fecha junto al nombre. Ya no se oían

as voces de las chicas en el cuarto


baño. La radio de Anne cantaba: d

 En el Ritz cenaban los ángeles


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 y en Berkeley Square cantaba un


ruiseñor.

Eran las seis y veinte. Tenía tiempo


para escribir otra carta antes de cenar
Jane repasó la lista.

Querido señor Maugham,


 Le envío esta carta a su club con l
convicción…

Tras pararse a pensar, Jane se comió


una onza de chocolate para mantene
activo el cerebro durante el tiempo qu
e quedaba antes de la cena. Podía se
que a Maugham no le gustaran las carta
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carcelarias. Rudi le había contado qu
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enía una opinión muy cínica de l


humanidad. En un momento d
nspiración recordó que Maugham habí
sido médico. Quizá fuera buena ide
escribirle desde un sanatorio. En est
caso podía llevar dos años y cuatr
meses enferma de tuberculosis. Al fin
al cabo, era una dolencia imposible d
atribuir al género humano y, por tanto
ncapaz de inspirarle ningún cinismo
Mientras lo meditaba le empezaron

entrar remordimientos por


comido el chocolate y dejó lo quhabers
quedaba al fondo de un estante de
armario, como quitándoselo de la vista
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un niño pequeño. La voz de Selina desd
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el cuarto de Anne pareció confirmar e


acierto de esconder el chocolate as
como la equivocación de habers
comido un trozo. Entre tanto, Anne habí
apagado la radio y se oía a las do
chicas hablando. Selina estaría echad
en la cama de Anne con su languidez d
siempre, lo que se confirmó cuand
Selina empezó a repetir, con lentitud
solemnidad, las Dos Frases.
Las Dos Frases eran un sencill

ejercicio nocturno prescrito


nstructora Jefe del Cursillo dpor l
Compostura que había estado estudiand
Selina en los últimos tiempos, po
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correspondencia, en doce lecciones,
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que le había costado cinco guineas. E


cursillo recomendaba firmemente l
autosugestión y aconsejaba a la muje
rabajadora que quisiera mantener l
compostura repetir dos veces al día la
dos siguientes frases:
La compostura es el equilibri
perfecto, una ecuanimidad del cuerpo
a mente, una serenidad perfecta e
cualquier entorno social.
Vestimenta elegante, limpieza

nmaculada y modales perfecto


contribuyen a lograr la seguridad en un
misma.
Hasta Dorothy Markham interrumpí
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su cháchara durante unos segundos, a la
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ocho y media de la mañana y a las seis


media de la tarde, por respeto a Selina
Todo el piso de arriba le guardab
respeto. Al fin y al cabo, el asunto l
había costado cinco guineas. Los do
pisos inferiores se mostraba
ndiferentes. Pero las chicas salían d
os dormitorios al rellano a escuchar
atónitas, aquella palabrería que s
aprendían con alegre ferocidad, par
hacer reír a sus novios los soldado

como descosidos, pues esa era l


expresión que usaban en sus círculos
Por otra parte, las chicas de lo
dormitorios tenían envidia de Selina
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porque sabían que jamás alcanzarían s
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categoría en cuanto a la aparienci


física.
Ya hacía un buen rato que las Frase
habían dejado de oírse cuando Jane pus
fuera de su vista y de su alcance lo qu
e quedaba de chocolate. Entonce
siguió escribiendo la carta. Jane llevab
a bastante tiempo con tuberculosis
Soltando una tosecilla, paseó la mirad
por la habitación: un lavabo, una cama
una cómoda, un armario, una mesa co

una lámpara, una silla de mimbre,


silla de madera, una estantería, unun
estufa de gas y un contador para medi
su consumo, chelín a chelín. Por u
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nstante, a Jane le dio la impresión d
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estar realmente en la habitación de u


sanatorio.
 —La última vez —dijo la voz d
Joanna desde el piso de abajo.
Estaba dando clase a Nancy Riddle
que en ese preciso momento parecí
estar empezando a dominar las vocale
nglesas básicas.
 —Y una vez más —dijo Joanna—
Tenemos el tiempo justo antes de cenar
La primera estrofa la leo yo y tú m

sigues.
 Hileras de manzanas en el desván

 y la luz que una claraboya dej


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entrar.
 Manzanas de color aguamar 
 y una nube sobre la luna otoñal.

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Capítulo 4

Estábamos en julio de 1945, tre


meses antes de las elecciones generales

 Bajo las sombrías vigas, hileras d


manzanas
que sobre el corvo suelo atraen la
una temprana.
Cada manzana luce cual luna vana
Y bajo la escalera, ay, no suena
nada.

 —Ojalá vuelva al «Naufragio d


eutschland » —insistió Judy.
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 —¿Tú crees? A mí me gust
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«Manzanas a la luz de la luna» —


respondió alguien.

En este momento Nichola


Farringdon se hallaba en su trigésim
ercer año de vida. Tenía fama d
anarquista, pero en el club May of Teck
nadie se lo acababa de creer, dado lo
corriente de su aspecto. Es decir, tení
a apariencia algo disipada del bal

perdida
nglesa, procedente
cosa que de
era,unapor
buena familiA
cierto.
mediados de la década de 193
abandonó Cambridge. Sus hermanos —
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dos contables y un dentista— l
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describían como «un poco desastre, l


verdad», algo que no sorprendía a nadie
Para saber más de él, Jane Wrigh
acudió a Rudi Bittesch, que le habí
frecuentado durante toda la década d
1930.
 —No pierdas el tiempo con él —l
dijo Rudi—. Es una calamidad. L
conozco bien. Es muy amigo mío.
Parecía ser que, antes de la guerra
icholas se debatió entre vivir e

nglaterra o en Francia, pero fue


de decidirse, cosa que le sucedí incapa
ambién con las mujeres y los hombres
pues había vivido apasionado
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ntervalos amatorios con miembros d
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ambos sexos. De igual modo, le costab


escoger entre suicidarse o acometer u
plan igualmente drástico, en el que tení
que ver un tal padre D’Arcy. Según l
explicó Rudi, el susodicho era u
filósofo jesuita especialista en tratar d
convertir a los intelectuales británicos
con exclusividad absoluta. Nichola
había sido pacifista hasta que estalló l
guerra, y entonces se alistó en e
ejército.

 —Le vi un día en Picadilly,


de uniforme —dijo Rudi—. Y va y mevestido
cuenta la historia de que la guerra le h
raído la paz. Entonces deja el ejército
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después de pasar por el psicoanálisis
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una patraña, y se mete en el servicio d


nteligencia. Los anarquistas le dan po
perdido, aunque él se consider
anarquista, por cierto.
En vez de predisponer a Jane contr
icholas Farringdon, los retazo
biográficos aportados por Rudi l
dotaban de una aureola heroica que Jan
encontraba irresistible, cosa que logr
contagiar a las chicas del piso superior.
 —Tiene pinta de genio —decí

ancy Riddle.
 Nicholas tenía la costumbre d
decir: «Cuando sea famoso…» al habla
de su futuro lejano, con la misma alegr
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ronía que el conductor de autobús de l
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ínea 73 iniciaba sus peroratas sobre l


Ley del Suelo: «Cuando llegue a
poder…».
Jane enseñó a Rudi el manuscrito d
os cuadernos sabáticos, títul
nspirado en el pasaje bíblico que decía
«El sábado se hizo para el hombre, no e
hombre para el sábado».
 —Si George piensa publicar alg
así, es que se ha vuelto loco —dijo Rud
cuando le devolvió el manuscrito.

Estaban los dos sentados en


de juegos del club donde, esquinad la sal
unto a los ventanales abiertos al jardín
una joven tocaba escalas al piano co
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odo el estilo que era capaz d
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aportarles. El lejano tintineo recordab


a una caja de música y se entremezclab
con los demás sonidos dominicales l
bastante como para no importunar
Rudi mientras leía en voz alta, con s
nglés extranjero, fragmentos del libr
de Nicholas, con la clara intención d
demostrarle algo a Jane. Lo hacía com
ese comerciante de paños que vende s
mejor género sacando unos retales d
calidad inferior, animando al cliente

ocarlos y pronunciarse sobre el


mientras él se encoge de hombros asunto
aparta las telas con un gesto d
desprecio. Jane, convencida de que Rud
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enía algo de razón al criticar lo que ib
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eyendo, estaba de hecho fascinada po


a personalidad de Farringdon, que Rud
e iba esbozando con sus disperso
comentarios. Nicholas era el únic
ntelectual pasable que había conocid
en su vida.
 —No es ni bueno ni malo —dij
Rudi, inclinando la cabeza a izquierda
derecha al hablar—. Es pur
mediocridad. Recuerdo que esto l
escribió en 1938, en una época en que s

acompañante de turno era de


femenino. Una mujer pecosa, anarquistsex
  pacifista. Por cierto, escucha esto —
añadió, volviendo a leer en voz alta:
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 X está escribiendo una historia de


anarquismo. El anarquismo
ropiamente dicho no tiene una
historia como la que X pretend
desarrollar, es decir, dotada de una
continuidad y un sentido. Se trata de u
movimiento popular espontáneo
asociado a una época y una
circunstancias concretas. Una historia
del anarquismo no sería análoga a una
historia política, pues se parece má
bien al latido de un corazón. Puede

hacerse descubrimientos sobre e


asunto, pueden variar las condiciones y
as reacciones subsiguientes, pero no
hay nada nuevo en sí.
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Jane estaba pensando en la novi
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pecosa con la que Nicholas se acostab


en aquel entonces, y por unos instante
os imaginó metiéndose en la cama co
os cuadernos sabáticos.
 —¿Qué fue de su novia? —dij
Jane.
 —No es que esto sea malo —dij
Rudi—. Pero no es una verdad ta
grandiosa como para plantarla ta
grandiosamente sobre el papel, y en u
solo párrafo, por cierto. Fabric
epigramas como si le diera perez
escribir el ensayo correspondiente
Escucha esto…
 —¿Qué fue de esa chica? —dij
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Jane.
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 —La metieron en la cárcel po


pacifista, creo, no lo sé —dijo él—. S
o fuera George, no tocaría ese libro n
de lejos. Escucha esto…

Todo comunista tiene un rictus


ascista;
todo fascista tiene una sonris
comunista.

 —¡Ja! —dijo Rudi.


 —Pues a mí me parece una idea mu
profunda —dijo Jane, puesto que era l
única frase que le sonaba.
 —Por eso la ha metido. Sabiend
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que el maldito libro tiene que logra
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hacerse con un público, el muy listo l


mete unos cuantos aforismos, de eso
que os gusta oír a las chicas como tú
por cierto. Esto no signific
absolutamente nada. ¿Qué sentido tiene?
A Rudi se le oía más de lo qu
hubiera querido, dado que la chica de
piano se estaba tomando un descanso.
 —No nos pongamos nerviosos —
dijo Jane, alzando la voz.
La pianista empezó con otra serie d

intineos fragmentados.
 —Mudémonos al salón —dijo Rudi
 —No, que esta mañana está lleno d
gente —dijo ella——. En el salón n
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hay un solo rincón tranquilo.
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A Jane no le apetecía demasiado


exponer a Rudi ante las socias del club.
Las escalas de piano subían
bajaban interminablemente. De l
ventana de arriba salía la voz de Joann
dando una clase de elocución a l
señorita Harper, la cocinera, que tení
un rato libre antes de ponerse a hacer l
carne asada del almuerzo del domingo.
 —Escucha esto —decía Joanna.

¡Ah, hastiado girasol 


que cuentas los pasos del sol,
en pos del gualdo calor dulzón

donde el viajero al fin arribó!


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 —Ahora te toca a ti —decía Joann
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—. La tercera línea es muy lenta. Piens


en el gualdo calor dulzón al recitarla.

¡Ah, hastiado girasol…

Las locuaces chicas de lo


dormitorios salían del salón y se iba
desparramando por la terraza, y a
hablar parecían recitar el parlamento d
as aves de Chaucer. Las diminutas nota
de las escalas sonaban una tras otra
obedientemente.
 —Escucha esto —dijo Rudi:

Convendría recordar a la
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 gente hasta qué punto ha caído


el mundo en desgracia y cuan
 patético ha sido el batacazo.
Tanto, que hoy está regido por 
 políticos, pese a que el 
 sentimiento de las gentes, tanto
 si es de consuelo matutino como
de temor vespertino…

 —¿Has visto lo que dice, eso de qu


el mundo ha caído en desgracia? Ah
está la explicación de que el tipo no se
anarquista, por cierto. Lo echaro
cuando empezó a hablar como si fuer
un hijo del Papa. Este hombre es un pur

caos que dice ser anarquista. Pero lo


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anarquistas no se dedican a hablar sobr
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el pecado original y demás. Solo le


están permitidas las tendencia
antisociales, la conducta amoral
demás. Nick Farringdon es u
diversionista, por cierto.
 —Una vez más —se oyó decir
Joanna.

 Ah, hastiado girasol…

 —Escucha esto —dijo Rudi:

 No obstante, aprovechemos


nuestro momento, nuestra
oportunidad. No necesitamos un
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Gobierno. No necesitamos una


Cámara de los Comunes. El 
 Parlamento habría que
disolverlo de una vez por todas.
 Nuestro movimiento se podría
organizar empleando la
monarquía como ejemplo de la
dignidad inherente al libre
intercambio de prioridades y
 favores cuando no existe el 
 poder; las iglesias deberían
estar consagradas a las

necesidades espirituales del 


 pueblo; la Cámara de los Lores
usada para debates y consejos;
 y las universidades dedicadas a
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 solucionar consultas. No
necesitamos instituciones
 superiores. Los asuntos sociales
corrientes se podrían
encomendar a los consejos
locales de cada ciudad, pueblo
o municipio. Los asuntos
internacionales podrían
encomendarse a un grupo de
representantes diversos, sin una
capacitación profesional. No
necesitamos políticos

 profesionales interesados
únicamente en el poder. El 
tendero, el médico, el cocinero
 y todo el resto de la gente
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 podrían trabajar por su país


igual que lo hacen los miembros
de un jurado. Podríamos estar 
 gobernados solamente por la
voluntad corporativa del alma
humana. Lo que está caduco es
el Poder, no las instituciones
 por su incompetencia, como nos
hacen creer.

 —Te hago una pregunta —dijo Rud


—. Es una pregunta sencilla. El hombr
este defiende la monarquía, per
ambién la anarquía. ¿Qué es lo qu
quiere, en realidad? Estamos ante lo

dos grandes enemigos de la histori


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mundial. La respuesta es sencilla: est
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hombre es un caos.
 —¿Qué edad tenía ese niño de l
carretilla que sale en el libro? —dij
Jane.
 —Y una vez más —se oyó la voz d
Joanna en la ventana de arriba.
Dorothy Markham había salido a l
soleada terraza a hablar con las chicas
Les estaba contando una histori
apasionante.
 —… la única vez que un hombre m

dio un empellón
Menudo bestia! me quedé espantada
 —¿Dónde te diste al caer al suelo?
 —¿Tu dónde crees?
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La chica del piano dejó de tocar
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dobló la partitura con la seriedad qu


correspondía a la ocasión.
 —Me marcho —dijo Rudi, mirand
el reloj—. Voy a tomar una copa con
uno de mis contactos.
Poniéndose en pie, volvió a hojea
por última vez las páginas escritas
máquina, y luego le dio el manuscrito
Jane, mientras decía con vo
apesadumbrada:
 —Nicholas es amigo mío, per
siento decirte que es un pensador que
aporta nada, la verdad. Mira, escuch n
esto:

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 Hay algo de cierto en la


noción popular de que el 
anarquista es ese hombre
asilvestrado que lleva una
bomba casera en el bolsillo.
 Hoy en día esa bomba,
 fabricada en el cuarto trasero
de la imaginación, se puede
describir con una sola palabra:
ridiculez.

 —«Se puede describir» está ma


dicho —dijo Jane—. Es «pued
describirse», con el verbo en form
pronominal. Tendré que cambiarlo

Rudi.
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7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

Ahí se quedó el retrato del márti


adolescente que le sugirieron hacer
Jane un domingo por la mañana, entr
armisticio y armisticio, cuando toda l
buena gente era pobre, en 1945. Jane
que con los años daría al asunto tod
una variedad de sesgos, en aque
entonces solo creía haber entrado e
contacto con un ser temerario
ntelectual y bohemio, encarnado e
icholas. En su opinión, la actitu
desdeñosa de Rudi le hacía perde
puntos. Conociéndole lo suficiente com
para no tenerle el menor respeto, s
quedó atónita al saber que, en efecto
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icholas y él habían tenido alg
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semejante a una amistad, que aú


conservaban.
Entretanto, Nicholas logr
mpresionar vagamente a las señorita
de escasos medios del club, y viceversa
Aún no había pasado ninguna tórrid
noche veraniega con Selina en la azotea
a la que él salía por el desván del hote
contiguo, requisado por los americanos
  ella por el ventanuco del club;
icholas aún no había presenciad
aquella tragedia tan impresionante
e obligaría a hacer un gesto ta qu
desacostumbrado como santiguarse. Po
aquel entonces, Nicholas aún trabajab
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en una de esas secciones que e
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Ministerio de Exteriores llevaba con un


mano izquierda totalmente desconocid
por la mano derecha. La secció
formaba parte de la llamad
«Inteligencia», y tras el desembarco d
ormandía, a Nicholas se le asignaro
varias misiones en Francia. Si
embargo, una vez acabada la guerra, e
su sección quedaba ya poco pendiente
salvo desaparecer. Pero desmontar u
Departamento era una labor ardua qu

conllevaba acarrear papeles


gentes de un despacho a otro y traslada
concretamente, implicaba un ajetre
considerable entre los departamentos d
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nteligencia británicos y estadounidense
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en Londres. Nicholas, que vivía en u


úgubre cuarto amueblado en Fulham, s
aburría mortalmente.

 —Tengo que contarte una cosa, Rud


—dijo Jane.
 —Espera un momento, por favor —
dijo él—. Estoy con un cliente.
 —Luego te llamo, entonces. Ahor
engo prisa. Solo quería decirte qu

icholas deFarringdon
Acuérdate ha quemuerto
ese libro suyo nunc
se llegó a publicar. Fue él quien te dio
su manuscrito. En fin, puede que ahor
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enga un valor. Y había pensado…
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 —¿Que Nick ha muerto? U


momento, por favor, Jane. Esto
haciendo esperar a un cliente que quier
comprar un libro. Un momento.
 —Luego te llamo.

Esa noche, Nicholas fue a cenar a


club.
 Recordé a Chatterton, el prodigio

aquel 
cuyo recio espíritu murió por su
altivez…

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 —¿Quién es esa a la que se oy
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recitar? —le preguntó a Jane.


 —Es Joanna Childe, que da clase
de elocución —dijo ella.
En el salón se percibía una activida
variopinta —la voz singular de Joanna
el encanto de aquellas muchachas d
escasos medios en la sala empapelad
de marrón, y Selina desmadejada en s
silla, como un pañuelo sedoso— qu
icholas apreciaba en toda su generos
profusión. Tras tantos meses de tedio
aquella experiencia, que en
iempos le podía haber aburrido, lotro
embriagaba de entusiasmo.
Varios días después llevó a Jane a
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una fiesta para que conociera a esa gent
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

oven que tanto le gustaba: hombre


poetas con pantalones de pana y mujere
poetas con el pelo por la cintura, aunqu
ellas lo que hacían realmente era pasa
a poesía a máquina y acostarse con lo
poetastros, lo que venía a ser lo mismo
Primero la llevó a cenar a Bertorelli’s
uego la llevó a una lectura de poesía e
un local alquilado en Fulham Road
uego la llevó a una fiesta con alguno
de los que se había encontrado en l

ectura. Uno de los poetas de mayo


renombre se había procurado un trabaj
en la agencia Associated News de Flee
Street, en honor a lo cual se habí
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comprado unos elegantones guantes d
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piel que lucía muy satisfecho. En est


encuentro poético se respiraba un
cierta rebeldía ante el mundo. Lo
poetas parecían entenderse los unos
os otros gracias a un instinto oculto,
una especie de acuerdo tácito, y er
evidente que la franqueza con que e
poeta enguantado exhibía sus poético
guantes solo podía darse allí, pues e
ningún otro lugar entenderían s
complicada relación con aquella prenda

ni enAlgunos
Fleet Street ni en ningún otro
de los presentes era sitio.
hombres desmovilizados que había
quedado en la reserva. Otros tenía
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alguna evidente particularidad que le
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mpedía ingresar en el ejército: u


espasmo facial involuntario, mala vist
o cojera. Otros seguían llevando e
uniforme. A Nicholas le dieron de baja
al mes siguiente de lo de Dunkerque, d
donde logró escapar solamente con un
herida en el pulgar; su cese lo motiv
una leve alteración nerviosa al me
siguiente de la batalla.
En el encuentro poético, Nichola
adoptó una actitud claramente distante

pero, aunque saludaba a sus amigos co


una manifiesta frialdad, tenía la clar
ntención de que Jane disfrutara a
máximo de la ocasión. De hecho, querí
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que le volviera a invitar al club May o
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Teck, cosa que ella descubrió conform


fue avanzando la tarde.
Los poetas leyeron sus poemas, do
por persona, y recibieron lo
consiguientes aplausos. Varios de ello
fracasarían con el tiempo, perdiéndos
al cabo de unos años entre las brumas d
os bares del Soho, convertidos en lo
ípicos juguetes rotos del mund
iterario. Algunos de ellos, pese a su
muchos talentos, se acabaría

malogrando por pura flojedad


claudicarían, metiéndose a trabajar e
publicidad o en alguna editorial desde l
que se dedicarían a detestar a lo
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iteratos más que a ninguna otra cosa e
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el mundo. Otros tendrían éxito, per


convertidos en paradojas andantes
ncapaces de escribir poesía de maner
continua ni exclusiva.
Uno de estos jóvenes poetas, Ernes
Claymore, llegaría a ser uno de eso
místicos agentes de bolsa de la décad
de 1960, viviendo apresuradamente e
a City entre semana y pasando tres fine
de semana al mes en su casa de camp
—un inmueble de catorce habitacione

donde le resultaba fácil ignorar a s


esposa y, encerrado en su despacho, s
dedicaba a escribir ensayos— y el fi
de semana restante retirado en u
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monasterio. En aquellos tiempos, Ernes
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Claymore leía un libro a la semana, e


a cama, antes de dormirse, y e
ocasiones escribía a algún periódic
comentando la crítica literaria de turno
«Muy señor mío, tal vez sea algo cort
de luces. He leído su reseña de…». E
propio Claymore tenía pensado publica
res breves textos de filosofía que podí
haber entendido cualquiera. Pero, en e
momento que nos concierne, el veran
de 1945, era un joven poeta de ojo

oscuros que había acudido al recital


que acababa de leer, con ronca frescura
su segunda aportación:

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Yo, en la turbulenta noche de la


órtola hendí fúlgida la senda mía
incesante desde la tumba del amo
ara reparar la matriz mía
viviente, esa nueva y necesaria ros
mía, pubescente…

Ernest pertenecía a la escuela d


poetas cósmicos. Tras decidir que er
ortodoxo en sus preferencias sexuales
merced a su conducta y aspecto, Jan
dudó entre cultivar su amistad con vista
al futuro o bien conformarse co
icholas. Al final consiguió hacer la
dos cosas a la vez, puesto que Nichola

se llevó consigo al poeta moreno de l


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voz ronca, al agente de bolsa en ciernes
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a la subsiguiente fiesta, donde Jan


ogró hacerle un encargo antes de qu
icholas la abordara en un aparte par
seguir indagando sobre los misterios de
club May of Teck.
 —Es una residencia de chicas —
dijo—. Y no hay mucho más que decir.
La cerveza se la dieron en tarros d
mermelada, una impostur
verdaderamente extraordinaria, ya qu
en aquel momento los tarros d

mermelada escaseaban más que


vasos y las jarras. La fiesta era e lo
Hampstead, en una casa donde había un
cantidad agobiante de gente. Lo
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anfitriones, según Nicholas, eran uno
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ntelectuales comunistas. Al poco d


legar la hizo subir a la planta de arrib
  se metieron los dos en un dormitori
donde se sentaron en el borde de un
cama deshecha y se quedaron mirand
—él con el hastío de un filósofo, ell
con el entusiasmo de una bohemi
neòfita— los maderos desnudos de
suelo. Los dueños de la casa, segú
icholas, tenían que ser a la fuerza uno
ntelectuales comunistas, a juzgar por l

cantidad de medicamentos para


dispepsia que había en el armario de l
cuarto de baño. Ya se los señalaría de
ejos, le dijo al bajar las escaleras d
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vuelta a la fiesta. Los anfitriones de l
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velada, según parecía, no tenían l


menor intención de conocer a su
nvitados.
 —Cuéntame cosas de Selina —dij
icholas.
Jane llevaba el pelo oscuro recogid
sobre la coronilla. Tenía una cara má
bien ancha. Su gran baza era la juventud
  tal vez esa bisoñez intelectual de l
que no era ni remotamente consciente
Habiendo olvidado de momento que s

abor era reducir al mínimo la


expectativas literarias de Nicholas, Jan
fingió con toda su perfidia que e
escritor era el genio que decía ser, cos
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que ella misma se encargaría de rubrica
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a los pocos días en una carta qu


falsificó en nombre de Charles Morgan
En cuanto al propio Nicholas, habí
decidido ser decente con Jane y hace
cualquier cosa para complacerla salv
acostarse con ella, con vistas a sus do
proyectos pendientes: la publicación de
ibro y la infiltración en el club May o
Teck en general para llegar hasta Selin
en particular.
 —Cuéntame cosas de Selina —

repitió Nicholas por enésima vez.


Lo que Jane no había sabido ver, n
entonces ni en ningún moment
posterior, fue que Nicholas se habí
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forjado una imagen poética del club Ma
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of Teck desde el primer momento en qu


o vio, imagen que le atormentaría
partir de entonces, tanto como él l
atormentaba a ella pidiéndol
nformación sobre sus inquilinas. Jan
no sospechaba en absoluto lo mucho qu
se aburría Nicholas, ni sabía de s
nsatisfacción social.
Tampoco veía el club May of Teck
como un microcosmos representativo d
una sociedad ideal, ni mucho menos. L

hermosa serenidad de una heroic


pobreza era una noción que no se l
pasaba por la imaginación a una chic
sana cuya vida en un cuarto co
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calefacción por horas era tan solo u
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arreglo provisional a la espera de qu


surgieran mejores oportunidades.

 La dama del dulcémele.


Supe que era ella,
la abisinia doncella

La voz entraba en el salón merced


a brisa de la noche. Al oírla, Nichola
dijo:
 —Cuéntame cosas de la profesor
de elocución.
 —Ah, Joanna —dijo ella—. Te l
engo que presentar.
 —Cuéntame lo de que os prestáis l
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ropa unas a otras.
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Ante la insistencia de Nicholas, Jan


caviló sobre lo que podía pedir
cambio de esa información que tant
parecía interesarle. En el piso de abajo
a fiesta continuaba sin ellos. Ni el tosc
suelo de madera ni las paredes cubierta
de lamparones mejorarían con la luz d
a mañana, pensó Jane.
 —Tendríamos que hablar de tu libro
en algún momento —le dijo—. George
o queríamos plantearte una serie d

dudas.
Dejándose caer sobre la cam
deshecha, Nicholas cayó en la cuenta d
que le convenía pergeñar una estrategi
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defensiva frente a George. Al fin y a
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cabo, tenía vacío el tarro de l


mermelada.
 —Cuéntame cosas de Selina —dij
—. Además de ser la secretaria de u
sarasa, ¿qué hace?
Lo que Jane quería era saber cóm
estaba de borracha, pero no se atrevía
ponerse de pie, que era la prueb
nfalible.
 —Vente a comer el domingo —le
dijo a Nicholas.

Llevar a un invitado a comer al


el domingo suponía un desembolso d club
dos chelines y seis peniques. Er
posible que Nicholas la llevara a má
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fiestas como aquella, con el círcul
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ntimo de los poetas, aunque lo má


seguro era que quisiera salir con Selina
  probablemente se querría acostar co
ella, pero como Selina ya se habí
acostado con dos hombres, Jane no veí
mpedimentos a que hubiera un tercero
Le daba pena pensar, pues lo pensaba
que el verdadero interés de Nichola
por el club May of Teck, y el motivo d
que estuvieran los dos sentados en es
úgubre habitación, era que él quisier

acostarse con Selina.


 —¿Qué partes dirías tú que son la
más importantes? —le preguntó.
 —¿Qué partes de qué?
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 —De tu libro —dijo ella—. De Lo
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cuadernos sabáticos. George and


buscando un genio. Me temo que tendrá
que ser tú…
 —Es importante todo, el libro enter
—dijo Nicho— las.
Inmediatamente se le ocurrió la ide
de falsificar una carta firmada por algú
personaje medio famoso, diciendo qu
su libro parecía la obra de un genio. D
ningún modo lo pensaba, ni much
menos, porque Nicholas no perdería e
iempo pensando en un atributo tan poc
concreto como el de la genialidad. Si
embargo, sabía reconocer una palabr
útil cuando la tenía delante y al oír l
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que insinuaba Jane con su pregunta
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razó rápidamente un plan.


 —Cuéntame eso tan delicioso qu
recita Selina sobre la compostura —l
dijo.
 —La compostura es el equilibri
perfecto, una ecuanimidad del cuerpo
a mente, una serenidad perfecta e
cualquier entorno social. Vestimenta
elegante, limpieza inmaculada… Ay, po
Dios —dijo—. Estoy harta de intenta
sacar las migajas de carne del paste

usando el tenedor para separarlas


rozos de patata. No sabes lo que ede lo
ntentar comer bien teniendo que evita
siempre las grasas y los hidratos d
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carbono.
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 Nicholas le dio un beso cariñoso. E


ese momento le pareció vislumbrar l
ernura que había en Jane, pues no ha
nada tan revelador como un estallido d
miseria acumulada por parte de un
criatura de naturaleza flemática.
 —Y todo para alimentarme e
cerebro —dijo Jane.
Para consolarla, Nicholas le dij
que intentaría conseguirle un par d
medias de nailon, sacándoselas a

americano con el que trabajaba. Le mir


as piernas, desnudas y cubiertas de pel
oscuro. Sin dudarlo, arrancó de s
cartilla seis vales para ropa y se los di
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a Jane. También se ofreció a darle e
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huevo de la semana siguiente.


 —El huevo te hará falta para e
cerebro —le dijo ella.
 —Siempre desayuno en la cantin
americana —dijo él—. Allí nos da
huevos y zumo de naranja.
Ella le dijo que aceptaba s
ofrecimiento. En aquellos momentos, a
nicio de la etapa más dura de
racionamiento, el cupo era de un huev
semanal pues también había qu

aprovisionar a los países liberados.


enía un hornillo en su habitació É
alquilada, donde se preparaba algo d
cenar cuando estaba en casa y s
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acordaba de que tenía que comer.
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 —Te doy todo mi té —dijo él—. Yo


solo tomo café y lo consigo por lo
americanos.
Ella le dijo que le vendría bien el té
El cupo era de sesenta gramos un
semana y noventa gramos la seman
siguiente, alternativamente. Pero el t
era valioso para intercambiarlo po
otras cosas. Jane pensó que en est
ocasión no iba a tener más remedio qu
ponerse de parte del autor y procura

engatusar a George. Nicholas


artista verdadero, dotado de un era u
sensibilidad tremenda. George, e
cambio, era un simple editor. Iba a tene
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que poner al día a Nicholas en cuanto
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as técnicas empresariales de George


que consistían sobre todo en descubri
as flaquezas de los autores.
 —Vamos abajo —dijo Nicholas.
Entonces se abrió la puerta
apareció Rudi Bittesch, que se les qued
mirando durante unos instantes. Rud
amás estaba borracho.
 —¡Rudi! —dijo Jane con inusitad
entusiasmo.
Estaba encantada de conocer

alguien que no le hubiera presentad


icholas. Así demostraba que ell
ambién pertenecía a ese entorno.
 —Vaya, vaya —dijo Rudi—. ¿Qu
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al te va últimamente, Nick, por cierto?
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 Nicholas contestó que vivía d


prestar sus servicios a los americanos.
Rudi soltó una carcajada hueca
como si fuera el tío cínico de la familia
  dijo que él también podía habe
rabajado para los americanos si hubier
querido venderse.
 —¿Venderte? —dijo Nicholas.
 —Vender mi integridad par
rabajar solamente por la paz —dij
Rudi—. Por cierto, bajaos conmigo a l

fiesta y dejemos el asunto.


Cuando bajaban por la escalera l
dijo a Nicholas:
 —Así que te van a publicar e
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Throvis-Mew. Me he enterado por Jane
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 —Es un libro medio anarquista —


dijo ella rápidamente, por si Rud
admitía haberlo leído.
 —Por cierto, ¿sigues creyendo e
eso de la anarquía? —le dijo Rudi
icholas.
 —En lo que no sigo creyendo es e
os anarquistas —dijo Nicholas—. A
menos no en todos, por cierto.

dijo —¿Cómo
Rudi. ha muerto, por cierto? —
 —Un asesinato político, segú
parece —dijo Jane.
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 —¿En Haití? ¿Cómo ha sido?
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 —Solo sé lo que han dado en la


noticias. Según Reuters ha sido un
revuelta popular. Associated News tiene
nformación más reciente… Pero estab
acordándome del manuscrito ese, Lo
cuadernos sabáticos.
 —Aún lo tengo. Si se hace famos
por haber muerto, lo busco. ¿Cómo h
muerto…?
 —No te oigo. Hay interferencias. T
digo que no te oigo, Rudi…
 —Te pregunto
¿De qué manera? que cómo ha muerto
 —El libro va a valer mucho ahora
Rudi.
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 —Lo buscaré. Hay interferencias
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por cierto. ¿Me oyes? ¿Cómo h


muerto…?
 —… una cabaña…
 —No te oigo…
 —… en un valle…
 —Habla más alto.
 —… en un palmeral… el desierto…
ese día había mercado y habían salid
odos menos él…
 —Lo buscaré. Puede que Lo
cuadernos sabáticos  sí que tenga s

público. ¿No le habrán sometido a


de esos martirios rituales, por cierto?un
 —Se estaba entrometiendo en la
supersticiones locales, según parece —
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dijo Jane—. En Haití se están cargand
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a muchos curas católicos.


 —No oigo nada. Esta noche t
lamo, Jane. Luego nos vemos.

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Capítulo 5

Selina entró en el salón con u


sombrero azul de ala ancha y uno
zapatos de tacón con cuña, esa mod
francesa que, según se decía, s
consideraba un símbolo de l
Resistencia. Era un domingo a últim
hora de la mañana. Selina venía d
darse un elegante paseo por los sendero
de los jardines de Kensington, e
compañía de Greggie.
Se quitó el sombrero y lo dejó en e
sofá, a su lado.
 —He invitado a una persona
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comer —dijo—. A Felix.
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Felix era el coronel G. Felix Dobel


director de una sección del servicio d
nteligencia americano instalada en l
planta superior del hotel contiguo a
club. Estaba entre el grupo de hombre
que había acudido a uno de los baile
del club, ocasión en que decidió qu
Selina era para él.
 —Pues yo he invitado a comer
icholas Farringdon —dijo Jane.
 —Pero si ya ha venido otro día est

misma semana —dijo alguien.


 —Ya, pero vuelve hoy. Estuve en
una fiesta con él.
 —Me alegro —dijo Selina—. M
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cae bien.
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 —Nicholas trabaja en el servicio d


nteligencia americano —dijo Jane—
Seguro que conoce a ese coronel tuyo.
Al final resultó que los dos hombre
no se conocían. Compartieron una mes
de cuatro con las dos chicas, que s
encargaron de atenderles, yendo
buscar la comida al montacargas. E
almuerzo del domingo era el mejor d
oda la semana. Cada vez que una de la
chicas se levantaba a llevar o traer algo

Felix Dobell hacía un amago


evantarse y se volvía a sentar, como d
gesto de cortesía. Nicholas, en cambio
seguía arrellanado en su silla, dejándos
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atender por las chicas como u
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caballero inglés orgulloso de su


derechos señoriales.
La directora, una mujer alta de pie
grisácea que insistía en vestir de gris
es anunció escuetamente que el marte
vendría «un diputado conservador
darles una charla preelectoral».
La sonrisa de Nicholas fue ta
espontánea que su rostro alargado s
hizo aún más atractivo. Le habí
encantado eso de la «charla», y así se l

comentó al amable coronel, que


estar de acuerdo. El coronel parecídij
estar enamorado de todas las chicas de
club, aunque, por pura comodidad, hací
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que fuera Selina el centro de todas su
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

atenciones. El club May of Teck solí


producir ese efecto sobre sus invitado
masculinos, y solamente Nicholas s
había enamorado de la entidad de u
modo excepcional, pues le espoleaba l
sensibilidad poética hasta l
exasperación, mientras aplicaba s
habitual ironía al proceso mental co
que imponía a aquella sociedad un
magen completamente ajena a l
realidad.

En la mesa de al lado se oía


amigable de la grisácea director la vo
hablando con una Greggie de pelo igua
de gris:
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 —Mira, Greggie, es imposible esta
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en todas las habitaciones del club a l


vez.
 —Gracias a eso podemos llevar un
vida medianamente razonable —dij
Jane a sus compañeros de mesa.
 —Qué idea tan original —dijo e
coronel americano.
Aunque se refería a algo que habí
dicho Nicholas antes de que hablar
Jane, cuando estaban discutiendo sobr
a postura política del club May of Teck
 —Habría que decirles que n
votaran, es decir, convencerlas de qu
no votaran a nadie —sugirió Nichola
—. Podríamos arreglárnoslas sin u
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Gobierno. Ya tenemos bastante con la
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monarquía, con la Cámara de los Lores


con la…
Jane hizo un gesto de aburrimiento
Esa parte del manuscrito la había leíd
varias veces y le divertía más hablar d
personajes, cosa que siempre l
proporcionaba un placer más tangibl
que cualquier conversación impersona
por amena y maravillosa que pudier
ser, aunque su bisoño cerebro aún no
fuera capaz de admitirlo. Sería al llega

aperiodista,
la cumbre de su carrera com
mientras hacía entrevista
para la revista femenina de mayo
irada, cuando hallara al fin el papel qu
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e correspondía en la vida. Entretanto
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seguiría convencida de ser no sol


capaz de razonar, sino de esta
especialmente dotada para ello. Pero e
aquel momento se limitaba a comparti
mesa y mantel con Nicholas, deseand
que dejara de hablar de una vez con e
coronel sobre las magnífica
oportunidades que ofrecían las charla
políticas del club May of Teck, y sobr
as distintas formas en que se podí
corromper a sus socias. A Jane le

aburría la conversación, pero se sentí


culpable por ello. Selina, en cambio, ri
con perfecta compostura cuand
icholas dijo lo siguiente:
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 —Podríamos arreglárnoslas d
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sobra sin un gobierno central. Si a lo


ciudadanos nos da disgustos, a lo
políticos más todavía…
Parecía estar hablando en serio
pero su mente autocrítica era capaz d
ronizar sobre cualquier cosa, algo qu
el coronel parecía intuir, pue
sorprendió a Nicholas cuando declaró:
 —Mi esposa Gareth también e
socia del gremio local de Guardianes d
a Ética. Se lo toma muy en serio.
Teniendo bien presente
compostura requería un perfect que l
equilibrio, Nicholas dio la respuesta de
coronel por buena.
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 —¿Y qué hacen esos Guardianes d
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a Ética? —le preguntó.


 —Defienden la pureza de los ideale
domésticos. Mantienen la guardia alt
respecto al material de lectura. E
muchos hogares de nuestra ciudad n
entra ningún libro que no llev
estampado el escudo de armas de lo
Guardianes.
 Nicholas comprendió entonces qu
el coronel le atribuía una serie d
principios, y que relacionaba esto
supuestos principios con los de s
esposa Gareth, por ser los primeros qu
se le habían venido a la cabeza. Era l
única explicación posible. Pero Jan
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quería dejar las cosas bien claras.
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 —Nicholas es anarquista —dijo.


 —Anda ya, Jane —dijo el corone
—. No seas tan cruel con tu amigo e
escritor.
Selina, por su parte, había empezad
a sospechar que Nicholas tenía un
filosofía de la vida bastante poc
ortodoxa, que algunas de las personas d
su entorno probablemente calificarían d
descabellada. Esa rareza de Nicholas l
percibía como un signo de debilidad

cosa que le resultaba deseable en


hombre tan atractivo. Conocía a otro u
dos hombres con esa mism
vulnerabilidad, pero la debilidad no l
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atraía por motivos perversos, pues n
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enía intención alguna de hacerles sufrir


Y en caso de hacerlo, sería de modo
nconsciente. Lo que le gustaba de eso
hombres era que ninguno de ellos querí
poseerla del todo. Gracias a eso podí
acostarse con ellos serenamente. Otra d
sus amistades masculinas era u
empresario de treinta y cinco años qu
seguía en el ejército, muy adinerado y e
absoluto débil. Un hombr
verdaderamente posesivo con quie

Selina tal vez acabara casándose


Entretanto, se dedicaba a observar
icholas mientras intercambiab
disparates con el coronel. De pronto s
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e ocurrió una manera de sacarle partid
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a la situación.
Después de comer se fueron lo
cuatro al salón a organizar la tarde, co
a perspectiva de salir a dar una vuelt
en el coche del coronel, que a esa
alturas insistía en que todos le llamara
Felix.
Tendría unos treinta y dos años. Er
uno de esos hombres que Selin
consideraba débiles. Pero tras s
debilidad había en realidad un mied

colosal a su esposa, que le llevaba


adoptar todas las medidas posibles par
no dejarse sorprender en la cama co
Selina durante uno de sus fines d
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semana campestres, aunque su señor
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viviera tranquilamente en California. A


cerrar la puerta de la habitación, Feli
siempre decía con voz preocupada: «N
quiero hacer sufrir a Gareth», o algun
frase por el estilo. La primera vez que l
oyó decirlo, Selina —alta, hermosa, co
esos enormes ojos azules— se asomó
a puerta del cuarto de baño para ve
qué le pasaba. El transcurso del tiemp
no había conseguido que se le pasara e
nerviosismo, y en cada ocasión seguí

asegurándose de que la puerta estuvier


bien cerrada. Los domingos en que s
pasaban la mañana entera en la cama
ncómodos porque tenían las sábana
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lenas de migas del desayuno, a veces s
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quedaba tan ensimismado que parecí


completamente ausente.
 —Espero que no haya manera de qu
Gareth descubra nuestro escondite —
decía.
En todo caso, era uno de los que n
querían poseer a Selina por completo, y
dado que su belleza tendía a produci
sentimientos posesivos, ella lo preferí
así, siempre que el hombre en cuestió
e gustase solo para acostarse con él

para salir por ahí, además de qu


supiese bailar, por supuesto. Felix er
rubio, con un aire de nobleza contenid
que parecía una virtud heredada. Cas
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nunca decía nada gracioso, pero estab
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dispuesto a mostrarse alegre. Aque


domingo por la tarde les propuso ir e
coche desde el club hasta Richmond, un
buena tirada desde Knightsbridge, sobr
odo en aquellos tiempos en que l
gasolina escaseaba tanto que nadi
conducía por placer, a no ser que e
dueño del vehículo fuer
estadounidense, debido a la confusa ide
de que se usaba combustibl
«americano», es decir, no sujeto a l

austera conciencia británica ni a lo


posibles reproches sobre la pertinenci
del viaje, tema que surgía en todas
cada una de las vías de transport
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público.
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Al observar la mirada de perfect


equilibro y proporción que Selina l
estaba dedicando a Nicholas, Jane sup
nmediatamente que le iba a tocar i
delante con Felix, mientras que Selin
arquearía los pies con compostura y s
sentaría junto a Nicholas en la parte d
atrás; y también sabía Jane que todo ell
se aceptaría con la máxima elegancia. A
Felix no le veía grandes defectos, per
no abrigaba la menor esperanza d

seducirle, pues no tenía nada que


a un hombre como él. En cambio, ofrece
icholas sí que tenía algo que ofrecerle
por pequeño que fuera, pues Selin
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carecía de su vertiente literaria
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ntelectual. Aquí demostraba no conoce


a Nicholas —a quien consideraba un
especie de versión atractiva de Rud
Bittesch—, creyendo que le gustaría y l
daría más seguridad una chica culta qu
una chica sin más. Era la parte femenin
de Jane lo que le llevó a besarla en l
fiesta y tal vez habría llegado más lejo
con él sin hacer hincapié en s
propensión a la literatura. Era un erro
que seguía cometiendo en sus relacione

con los hombres: deducir que, como ell


prefería a los hombres cultos y leídos,
ellos les sucedería lo mismo co
respecto a las mujeres. Y nunca se le
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ocurrió que los hombres de letras
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suponiendo que les gustasen las mujeres


no preferían necesariamente a la
mujeres cultas, sino a las chicas e
general.
Pero Jane comprobó que sí habí
acertado en su predicción sobre el mod
de sentarse en el coche; y lo certero d
sus predicciones intuitivas en asunto
como aquel fue lo que le dio segurida
en sí misma al convertirse con el tiemp
en una profética columnista de sociedad

Mientras tanto, la sala empapelad


en marrón había empezado a cobrar vid
con las voces de las chicas que volvía
del salón trayendo bandejas cargadas d
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azas de café. A los invitados les fueron
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presentadas las tres solteronas, Greggie


Collie y Jarvie, como exigía l
costumbre. Las señoronas, con l
espalda recta apenas pegada al respald
de la silla, se encargaron de servir e
café a los jóvenes. Todas sabían qu
Collie y Jarvie llevaban días enzarzada
en una discusión religiosa, pero en est
ocasión hicieron un esfuerzo por oculta
sus desavenencias. A Jarvie, no
obstante, le daba rabia que Collie l

hubiera dado una taza de café demasiad


lena. Tras dejar la taza, con el plato
nundado de café, en la mesa que tenía
sus espaldas, dedicó a Collie un gest
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displicente. Iba vestida de calle, co
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guantes, bolso y sombrero. Lo


domingos por la tarde daba catequesis
un grupo de niños. Poniéndose lo
guantes sobre las rodillas, Jarvi
acarició la tersa gamuza de colo
verdoso. Al desdoblar el envés de
borde se vio la marca de fábrica, esa
dos medias lunas paralelas qu
ndicaban que se trataba de una prend
de precio controlado. En los vestidos l
marca iba estampada sobre una cint

cosida al dorso, y todas las mujeres


cortaban. Inclinando ligeramente l l
cabeza, Jarvie se quedó mirando l
ndeleble marca de fábrica de su
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guantes, como si al verla se le hubier
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ocurrido algo. Luego volvió a estirar lo


guantes, y se colocó las gafas sobre l
nariz con un brusco ademán. Al verla,
Jane le entraron las prisas por casarse
icholas, en cuanto supo que Jarvie ib
camino de la catequesis, le hizo un
pregunta solícita sobre el asunto.
 —Más nos vale no tocar el tema d
a religión —dijo Jarvie, com
poniendo fin a una larga discusión.
 —Ese tema está más que olvidad

—dijo Collie—. ¡Qué


para irse a Richmond! día tan bonit
Arrellanada elegantemente en s
silla, Selina ni se planteaba l
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posibilidad de acabar siendo un
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solterona, y menos una solterona triste


Jane recordó cómo había empezado l
discusión religiosa, cuyos ecos había
recorrido todas las plantas del edificio
al haber tenido lugar en el enorme ase
del segundo piso. Fue Collie la qu
empezó acusando a Jarvie de no limpia
a pila tras lavar los platos que usaba
escondidas cuando se calentaba algo d
comer en el hornillo, donde en principi
solo se permitía hervir el agua para e

é. Luego, avergonzada de su berrinche


Collie acusó a Jarvie, a voz en cuello
de estar entrometiéndose en s
evolución espiritual, «justo cuand
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sabes que estoy prácticamente en estad
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de gracia». Jarvie le dio una respuest


desdeñosa sobre la animadversión d
os baptistas por el verdadero espírit
de los Evangelios. Llevaban ya do
semanas con su trifulca religiosa, qu
requería una constante argumentación
aunque en público las dos mujere
hacían un verdadero esfuerzo para qu
no se les notara.
 —¿Piensas desperdiciar tanto café
con leche y todo? —le dijo Collie

Jarvie.
Era un reproche moral, porque l
eche estaba incluida en la ració
correspondiente. Volviéndose hacia
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ella, Jarvie dobló, alisó, acarició
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estiró sus guantes, mientras suspirab


ruidosamente. A Jane le entraron gana
de desnudarse y salir a la calle dand
gritos. Collie, por su parte, le miró la
rodillas gordezuelas con gesto d
desaprobación.
Greggie, que tenía muy poc
paciencia con las otras dos viejales de
club, llevaba un buen rato de charla co
Felix. Acababa de preguntarle a qué s
dedicaban «los de ahí arriba»

refiriéndose al último piso del


contiguo, donde estaba instalado ehote
servicio de inteligencia americano que
curiosamente, había olvidado requisa
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ambién las plantas inferiores
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fantasmagóricamente vacías.
 —Ah, le sorprendería saberlo
señora —dijo Felix.
Greggie dijo que tenía que enseñar
os invitados el jardín, antes de qu
salieran hacia Richmond. Como era ell
a que se encargaba de cuidar la
plantas, casi sin ayuda de nadie, la
demás socias no podían disfrutar de
entretenimiento que suponía esa labor. Y
solo las más jóvenes y felice

disfrutaban al salir a sentarse fuera,


el verdor del jardín se le adjudicab pue
plenamente a Greggie. Solo las má
óvenes y felices disfrutaban al salir
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pasear por la hierba, pues apenas tenía
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escrúpulos ni tampoco consideració


alguna hacia nadie, dada la pureza de s
ierno espíritu.
 Nicholas se fijó en una chic
especialmente guapa, de mejilla
encendidas y pelo rubio, que estaba d
pie y que se estaba tomando el café co
prisas. Al acabar salió de la habitació
a buen paso, andando con gracia.
 —Esa es Joanna Childe —dijo Jan
—. La que se dedica a la elocución.

Al rato, cuando Greggie les estab


enseñando el jardín, oyeron la voz d
Joanna. Greggie estaba mostrando a lo
demás su colección de rarezas, planta
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singulares nacidas de esquejes robados
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o único que la anciana soda era capa


de robar. Cual avezada jardinera
alardeaba de sus hurtos y de los método
empleados para dar tijeretazos a lo
preciados tallos ajenos. De la habitació
de Joanna salía la voz de su alumna d
aquella tarde.
 —Ahora la voz sale de arriba —dij
icholas—. La última vez venía de l
planta baja.
 —Los fines de semana da las clase

en su habitación, porque en la sala


uegos hay mucha gente —dijo Jane— d
En el club estamos todas muy orgullosa
de ella.
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En ese momento se oyó la voz d
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Joanna, tras la de su discípula.


 —Este hoyo no debería estar aquí —
dijo Greggie—. Es donde cayó l
bomba. No le dio a la casa de milagro.
 —¿Estaba usted dentro cuand
cayó? —dijo Felix.
 —Sí —dijo Greggie—. Estab
durmiendo. El impacto me tiró al suelo
Se rompieron todos los cristales de la
ventanas. Y tengo la sospecha de que
hubo una segunda bomba que no estalló
Estoy casi segura de haberla visto
mientras me levantaba. Pero el equip cae
que vino a retirarla solo encontró una,
fue esa la que se llevaron. Pero en cas
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de haber otra, ya habrá muerto de muert
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natural. Estamos hablando del añ


1942…
 —Mi esposa, Gareth, se est
planteando venir a Inglaterra con lo
grupos de ayuda de la ONU —dijo Feli
con su peculiar inconsistencia—. ¿Cre
usted que podría quedarse en su club
durante una semana o dos? Como y
engo que estar yendo y viniendo, m
emo que se iba a sentir un poco sola e
Londres.

 —Si resulta que tengo razón,


bomba estaría justo debajo de la l
hortensias —dijo Greggie.

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Colmada de fe la mar 
ciñó el corvo litoral 
cual prenda circular.
 Mas solo oímos ya
un arduo bramar 
en la jadeante oscuridad,
los lóbregos confines
 y nudas tejas del mundanal.

 —Más nos vale salir ya haci


Richmond… —dijo Felix.
 —Estamos todas muy orgullosas d
Joanna —dijo Greggie.
 —Es una lectora estupenda —dij
alguien.

 —No —le corrigió otra persona—


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Recita de memoria. Pero sus alumnas s
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que leen, por supuesto. En eso consist


a elocución.
Con un gracioso ademán, Selina s
impió en un escalón del porche el barr
que se le había quedado en el tacón. A
continuación, el grupo entró en la casa.
Mientras las chicas subían
arreglarse, los hombres fueron a recoge
sus abrigos al guardarropa, un sombrí
cuartito de la planta baja.
 —Ese poema es magnífico —dij

Felix, pues las voces de Joanna se


ambién allí. Ahora la lección habíoía
pasado al «Kublai Kan».
 Nicholas estuvo a punto de decir
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«Aborda la poesía con una emoció
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orgiástica que se le nota en la voz», per


se contuvo por si al coronel se l
ocurría contestar: «¿Tú crees?»
diciendo a continuación: «Esa jove
sustituye el sexo por poesía, me parece
mí».
 —Ah, ¿sí? —le preguntaría é
entonces—. A mí me ha parecido que
estaba bastante bien, desde el punto d
vista sexual…
Pero dicha conversación no tuv

ugar, así que Nicholas la guardó


vistas a usarla en su siguiente libro. co
Mientras esperaban a que las do
chicas bajaran, Nicholas se entretuv
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ojeando el tablón de anuncios de
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vestíbulo, lleno de ofertas de ropa d


segunda mano y de vales de ropa. Feli
prefirió quedarse a cierta distancia
dejando claro que le daba apur
nmiscuirse en los asuntos privados d
as mujeres, pese a ser tolerante con l
curiosidad masculina ajena.
 —Ahí vienen —dijo al cabo de u
rato.
El ruido de fondo era nutrido
variado. Tras las puertas del dormitorio

del primer piso sonaban


ahogadas. También se oía a alguie risita
lenando de carbón el depósito de
sótano, y los rasponazos metálicos de l
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pala llegaban hasta la planta baja porqu
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quien fuera se había dejado abierta l


puerta forrada de fieltro verde. A lo
ejos sonaba el agudo campanilleo de
eléfono de la centralita, y tras cad
lamada de un novio venía el timbraz
de la planta correspondiente. Com
habían vaticinado los meteorólogos, po
a tarde salió el sol.

Cruces hiciste a su alrededor,


cerrando los ojos con santo pavor 

 pues él era pura ambrosía


 y dulce néctar bebía.

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Capítulo 6

Q
« uerido Dylan Thomas»
escribió Jane. En el piso inferior Nanc
Riddle, que había acabado su hora d
elocución, intentaba iniciar una charl
con Joanna Childe sobre la vida que le
ocaba aguantar a las dos por el hech
de ser hijas de cura.
 —Mi padre siempre está de ma
humor los domingos. ¿Y el tuyo?
 —El mío no. Los domingos tien
mucho que hacer.
 —Mi padre se queja mucho de
misal. La verdad es que en eso estoy d
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acuerdo con él. Se ha quedad
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anticuado.
 —Ah, pues a mí el misal me parec
maravilloso —dijo Joanna.
Aunque la iglesia estuviera medi
vacía, su padre recitaba el misal
diario en los maitines y las vísperas
ncluidos los salmos —sobre todo lo
salmos, mejor dicho—, así que Joann
se lo sabía de memoria. Cuando vivía e
a rectoría, Joanna iba a misa todos lo
días, y se sabía todas las respuestas, d

modo que el decimotercer día,


ejemplo, su señor padre se alzaba antpo
ella con toda su altiva humildad
ataviado de blanco sobre negro, y leía:
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 Levántese Dios, sean


esparcidos sus enemigos

a lo cual Joanna respondía sin deja


un segundo de pausa:

huyan de su presencia los


que le aborrecen.

Su padre decía a continuación:

Como se disipa el humo, así 


los disiparás.

Joanna respondía sin dilación:


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habitación, Joanna puso agua a hervir
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e dijo a Nancy Riddle:


 —El misal es una maravilla. Iban
sacar una versión nueva en 1928, pero e
Parlamento la prohibió. Casi mejor, l
verdad.
 —¿Qué tiene que ver el Parlament
con el misal?
 —Entra dentro de su jurisdicción
por raro que parezca.
 —Pues yo estoy a favor del divorci
—dijo Nancy.

 —¿Qué
misal? tiene que ver eso con e
 —Bueno, está todo relacionado co
a Iglesia anglicana y con los líos qu
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montan siempre.
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Procurando no tirar nada, Joann


echó leche en polvo en un vaso y l
añadió agua del grifo, vertiéndolo en lo
dos tazones de té. Le dio uno de ellos
ancy y le ofreció la sacarina que tení
en una cajita de hojalata. Su alumna dej
caer una tableta en el té, que removi
con una cuchara. Estaba liada, segú
decía, con un hombre casado qu
aseguraba que iba a abandonar a s
esposa.

 —Mi padre ha tenido que comprars


una casulla nueva —dijo Joanna—. E
para ponerse encima de la sotana
porque en los entierros siempre s
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acatarra. Vamos, que me temo que este
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año me quedo sin vales de ropa.


 —¿Lleva casulla? —dijo Nancy—
Pues debe de ser un anglicano de la Alt
glesia. El mío lleva un sobretodo
Porque es un evangelista de la Baj
glesia, claro está. Y encima de la zona
de las Midlands…

 Nicholas se había pasado las tre


primeras semanas de julio coqueteand

con
Jane Selina, perosocias
y con otras también se veía
del May co
of Teck
Las escenas y sonidos del vestíbulo
que se le quedaban grabados siempr
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que iba al club, se le avivaban con cad
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

visita, de manera que se le fue formand


una impresión que parecía dotada d
voluntad propia. Al pensarlo recordó
estos versos:

untemos nuestras fuerzas todas en una


haciendo un ovillo con nuestra dulzura

«Cuánto me gustaría», pensó


«enseñarle ese poema a Joanna o, mejo
d i c h o , demostrárselo»; y tomab
espasmódicas notas de todo ello
dorso del manuscrito de Los cuadernoa
sabáticos.
Jane le tenía al día de todo cuant
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sucedía en el club.
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 —Cuéntame cosas del club —decí


él.
Y ella le contaba cosas, con es
astuta intuición suya, que también l
encajaban con su visión idílica de
ugar. De hecho, no era una noción ta
njusta, que el club fuera una miniatur
de una sociedad libre, una comunida
unida por los hermosos atributos de un
pobreza común. A juzgar por lo qu
veía, esa pobreza no restaba energía

sus socias, sino que más bien l


onificaba. La pobreza es muy distinta d
a necesidad, pensaba Nicholas.

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 —Hola. ¿Eres Pauline?


 —Sí…
 —Soy
 —¿Sí? Jane.
 —Tengo que contarte una cosa. ¿Qu
e pasa?
 —Estaba echada.
 —¿Durmiendo?
 —No, descansando. Acabo d
volver del psiquiatra, que me hac
descansar después de cada sesión
Tengo que tumbarme y todo.
 —Pensaba que ya habías dejado d
r al psiquiatra. ¿No te encuentras bien
qué?
 —Es que este es nuevo. Lo h
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descubierto mamá. Es maravilloso.
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 —Bueno, es que quiero contarte un


cosa. ¿Tienes un segundo? ¿Te acuerda
de Nicholas Farringdon?
 —No, creo que no. ¿Quién es?
 —Nicholas… Acuérdate de l
última noche en la azotea del May o
Teck… En Haití, en una cabaña… en u
palmeral… Ese día había mercado
habían salido todos menos él… ¿M
oyes?

Estamos en el verano de 1945


icholas no solo está enamorado de s
concepto ético y estético del May o
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Teck, cuya imagen tiene congelada en l
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memoria, sino que acabaría pasando l


noche en la azotea con Selina.

Sobre Maratón se alza la


cordillera,
 pero Maratón solo mira al mar.
Una hora pasé en aquella tierra,
 soñando con Grecia y la libertad.

 En la tumba del Persa estaba


mi esclavitud no imaginaba.

Joanna tiene poco mundo, pens


icholas una tarde mientras vagueaba e
el vestíbulo del club; pero si tuviera má
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mundo no proclamaría esas palabras e
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un tono tan sexual, tan matriarcal, com


si estuviera amamantando extáticament
a una criatura divina.

 Hileras de manzanas en el 


desván.

Mientras él vagueaba en e
vestíbulo, ella seguía recitando. N
había nadie más por allí. Las chica
estarían en otras partes del club, en e
salón o en sus habitaciones, sentada
unto a la radio, atentas a alguna de su
emisoras preferidas. De los pisos d
arriba llegó entonces el rugido de u
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ransistor, y luego de otro, con e
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volumen desmesuradamente alto;


varios más se unieron al coro, como s
a voz de Winston Churchill bastara par
ustificar el estruendo. Joanna se detuvo
Todas las radios soltaron su
predicciones bíblicas sobre el destin
que aguardaba a los electores libres s
es diera por votar a los laboristas e
as siguientes elecciones. De pronto lo
ransistores empezaron a razona
humildemente:

Tendremos un
 funcionariado…

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Aquí los aparatos cambiaron de ton
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 bramaron:

… cuyos miembros ya no
 serán civiles…

Y añadieron con parsimonia


risteza:

… ni leales.

 Nicholas imaginó a Joanna en pi


unto a su cama, momentáneament
desempleada, por así decirlo, per
atenta al discurso, embebiéndose d
palabras. Como si estuviera viviend
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significado, aunque la chica en sí n
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uviera ningún propósito digno d


mención.
Era Pauline Fox, que volvía de da
un paseo en taxi por el que le había
cobrado ocho chelines. Le había dich
al taxista que la llevara donde quisiera
a cualquier sitio, por las buenas. En esa
ocasiones el taxista de turno daba po
hecho que la chica andaba buscando u
hombre, pero al adentrarse en el parqu
  ver que el taxímetro ya marcaba tre

peniques, como sucedió en esta


el hombre empezó a sospechar quocasión
aquella dienta estaba loca o, incluso
que sería una de esas aristócrata
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extranjeras exiliadas en Londres; y si l
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mandaba luego al taxista que regresar


al mismo portal en que la habí
recogido, tras haberle llamado po
eléfono y haberle dado todo tipo d
meticulosas instrucciones, como era e
caso, al final decidía que si no era ciert
su primera sospecha, lo sería l
segunda. Lo de ir a cenar con Jac
Buchanan era una idea fija que Paulin
quería imponer en el club May of Tec
como fuera, como algo genuino. De día

Pauline trabajaba en una oficina y er


una persona normal. Pero esas citas co
Jack Buchanan le impedían cenar co
otros hombres, la obligaban a pasars
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media hora esperando en el vestíbul
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mientras las demás socias cenaban en e


comedor, y la hacían volve
sigilosamente media hora después
cuando ya no había nadie, o casi nadie
en la planta de abajo.
A veces, si una de las socias se dab
cuenta de lo poco que había tardado e
volver, Pauline reaccionaba de un
manera muy convincente.
 —¡Vaya por Dios, has vuelto ya
Pauline! Creía que estabas cenand

con…
 —¡Uf! No me lo recuerdes… No
hemos peleado —decía ella.
Entonces, llevándose un pañuelo
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os llorosos ojos, se levantaba e
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

vestido con la mano que le quedab


ibre y echaba a correr hacia s
habitación.
 —Parece ser que se ha peleado co
Jack Buchanan otra vez. Es curioso qu
nunca lo traiga aquí.
 —¿Tú te lo crees?
 —¿El qué?
 —Que sale con Jack Buchanan.
 —Bueno, no lo sé muy bien.
Pauline seguía con su actitu

sigilosa cuando
alegremente: Nicholas le pregunt
 —¿Y tú de dónde sales?
Acercándose a él, Pauline le miró d
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frente y dijo:
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 —De cenar con Jack Buchanan.


 —Te has perdido el discurso d
Churchill.
 —Ya lo sé.
 —¿Y Jack Buchanan te ha mandado
a casa nada más acabar la cena?
 —Pues sí. Es que nos hemo
peleado.
Echando la cabeza atrás, se sacudi
a melena reluciente. Esta noche habí
conseguido que le prestaran e

Schiaparelli. Era de tafetán,


armazones pequeños a los ladoscon uno
hábilmente cosidos sobre una
almohadillas curvas que se adaptaban
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as caderas. Era azul oscuro, verde
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naranja y blanco, con un dibujo flora


ípico de las islas de Oceanía.
 —Creo que no había visto u
vestido tan bonito en mi vida —dijo él.
 —Schiaparelli —dijo ella.
 —¿Es el que os ponéis todas po
urnos?
 —¿Eso quién te lo ha contado?
 —Estás guapísima —dijo él.
Levantándose la tersa falda, Paulin
se deslizó hacia la escalera.

¡Ay, cómo
escasos medios! son las señoritas de
Finalizado el discurso electora
odas las radios quedaron en silencio
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como en un acto de respeto hacia la
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palabras recién transmitidas.


Acercándose a la puerta de l
recepción, que se habían dejado abierta
icholas vio que la habitación estab
vacía. En ese momento apareció l
directora, que durante el discurso habí
abandonado sus obligaciones.
 —Sigo esperando a la señorit
Redwood —dijo él.
 —La vuelvo a avisar. Es evident
que se habrá quedado escuchando e

discurso.
Al poco apareció Selina por la
escaleras. La compostura es e
equilibrio perfecto, una ecuanimidad de
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cuerpo y la mente, pensó él al verla. L
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oven descendía ingrávida, pero s


deslizaba sobre los escalones con má
realismo que la triste plebeya imbuid
del espíritu de Jack Buchanan que habí
ascendido minutos antes por la mism
escalera. Podía haber sido la mism
chica, que hubiera subido primer
envuelta en la tersa seda de
Schiaparelli y luciendo una relucient
capucha de pelo, para bajar lueg
enfundada en una ceñida falda y un

blusa blanca de lunares, con


recogido en un moño alto. En es el pel
momento volvieron a sonar los ruido
habituales del edificio.
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 —Buenas tardes —dijo Nicholas.
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 Apurados son mis días


 y mis noches sueños son,
bajo tu mirada sombría,
al paso de tu fulgor.
¡Qué danzas etéreas,
 junto a las aguas eternas!

 —Ahora repítelo tú —dijo la voz d


Joanna.
 —Vamos —dijo Selina.
Precediéndole, salió por la puert
del club y se adentró en la penumbr
como un caballo de carreras desbocad
 ajeno a los ruidos de su alrededor.
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Capítulo 7

 —¿Tienes un chelín para e


contador de la calefacción? —dijo Jane
La compostura es el equilibri
perfecto, una ecuanimidad del cuerpo
a mente, una serenidad perfecta e
cualquier entorno social. Vestimenta
elegante, limpieza inmaculada y modale
perfectos contribuyen a lograr l
seguridad en una misma.
 —¿Me cambias un chelín por do
monedas de seis peniques?
 —No tengo nada suelto. Pero Ann
iene una llave que sirve para abrir lo
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contadores.
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 —Anne, ¿estás en tu cuarto? ¿Qué ta


si me dejas esa llave?
 —Si todas empezamos a usarla, no
van a pescar.
 —Solo esta vez. Es para mis labore
ntelectuales.

Ora duerme el pétalo


carmesí, ora el blanco.

Selina estaba sentada, aú


desvestida, al borde de la cama d
icholas. Le estaba mirando de reoj
con las pestañas entornadas, su modo d
dominar una situación que la podrí
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haber puesto en una posición d
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nferioridad.
 —¿Cómo soportas vivir en est
sitio? —le dijo.
 —Es solo hasta que encuentre u
piso —contestó él.
 Nicholas, a decir verdad, estab
bastante contento en su habitación d
alquiler. Con la temeraria ambición d
un visionario, había transformado s
pasión por Selina en un deseo de qu
ella también reconociera y aprovechar

os fundamentos de la pobreza
propia vida. La amaba tanto comen s
amaba su país natal. Hubiera querid
ransformar a Selina en una socieda
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deal personificada en su osamenta,
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que sus bellos huesos obedecieran a s


cabeza y su mente como hombres
mujeres inteligentes, dotados del mism
encanto y belleza que el resto de s
cuerpo. Las ambiciones de Selina era
relativamente modestas, pero en es
momento solo ambicionaba un paquet
de horquillas que desde hacía semana
eran imposibles de conseguir en la
mercerías.
 No era el primer caso de un hombr

que
a se llevaba a
intención una chica
de a la cama co
convertirl
espiritualmente, pero él, con toda s
desesperación, creía estar viviendo alg
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excepcional y, sobre todo en la cama, s
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afanaba por avivar la conciencia socia


de Selina. Al terminar se dejaba cae
sobre la almohada con un lánguid
suspiro, exhausto aunque imbuido de u
cierto orgullo, pero al levantars
descubría con redoblada exasperació
que la chica permanecía impermeable
su concepto de la perfección. En cuant
a Selina, seguía sentada sobre la cama
anzándole miradas con los párpado
entornados. No era la primera vez qu

una mujer se sentaba desnuda en la cam


de Nicholas, pero la novedad estaba e
el desapego con que Selina mostraba s
mpresionante belleza. Le resultab
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nconcebible que ella no quisier
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compartir con él su noción de lo


hermosos atributos de la renuncia y l
pobreza, con un cuerpo como el suyo
amueblado de un modo tan austero
económico.
 —No sé cómo soportas vivir en est
sitio —dijo ella—. Es como una celda
¿Cocinas en ese chisme? —le preguntó
señalando al hornillo de gas.
 —Sí, claro —dijo él, cayend
repentinamente en la cuenta de que en s

historia con Selina solo había amor


su parte—. ¿Quieres unos huevos co po
beicon?
 —Sí —dijo ella, empezando
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vestirse.
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Con renovadas esperanzas, Nichola


sacó sus raciones de comida. Per
Selina estaba acostumbrada a tratar co
hombres que compraban cosas d
estraperlo.
 —A partir del 22 de este mes no
van a dar setenta y cinco gramos de té
sesenta gramos una semana y noventa l
siguiente —dijo Nicholas.
 —¿Cuánto nos dan ahora?
 —Sesenta gramos por semana —

dijo él—. Mantequilla,


margarina, ciento veinte. sesenta
A Selina todo eso le hacía gracia
Soltó una larga carcajada.
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 —Qué cosas tan graciosas m
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cuentas —le dijo.


 —¡Vaya por Dios! —dijo él.
 —¿Te has gastado ya todos tus vale
de ropa?
 —No, me quedan treinta y cuatro —
dijo, dando la vuelta al beicon en l
sartén—. ¿Quieres que te dé alguno? —
dijo en un momento de inspiración.
 —Ay, sí, por favor.
Después de regalarle veinte de su
vales, desayunó algo de beicon con ell
 la —Ya
acompañó a casa en un taxi.
he arreglado el asunto de l
azotea —le dijo camino del club.
 —Pues ahora a ver si arreglas e
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iempo —contestó ella.
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 —Si llueve, siempre podemos ir a


cine.

Gracias a los arreglos de Nicholas


ahora iba a poder salir a la azotea por e
último piso del hotel contiguo al club
donde estaba instalado el servicio d
nteligencia estadounidense en el qu
icholas había trabajado durante l
guerra, aunque en otra oficina de l

ciudad.
antes seEl coronel
habría Dobell,
opuesto que diezahor
al asunto, día
o apoyaba resueltamente. Como Gareth
su esposa, se iba a reunir con él e
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Londres, estaba deseando poner a Selin
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en otro contexto, como él decía.


Al norte de California había un larg
sendero que acababa en una casa dond
no solo vivía la señora de G. Feli
Dobell, sino que era el lugar dond
celebraban sus reuniones los Guardiane
de la Ética. Ahora la señora Dobell s
ba a trasladar a Londres, pues decí
que su sexto sentido le indicaba qu
Felix la necesitaba a su lado.

Ora duerme el pétalo


carmesí, ora el blanco.

 Nicholas tenía unos enormes deseo


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de hacer el amor con Selina en el tejado
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precisamente en el tejado. Con ese fin l


organizó todo a la perfección, como u
veterano incendiario.
La azotea del club, accesible sol
por el ventanuco del último piso, estab
unida a la azotea del hotel contigu
mediante una pequeña tubería d
desagüe. El hotel estaba requisado po
el servicio de inteligenci
estadounidense, que había convertid
sus habitaciones en despachos. Com

antos otros edificios requisados


Londres, el lugar estuvo abarrotado d e
gente mientras duró la guerra en Europa
pero ahora se había quedad
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prácticamente vacío. Solo se usaba e
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piso superior, donde unos misterioso


hombres uniformados trabajaban noche
día, protegidos noche y día por do
soldados americanos, y atendidos noch
  día por unos porteros encargados d
manejar el ascensor. Sin el pas
correspondiente no se podía entrar en e
edificio. Pero Nicholas obtuvo e
susodicho pase con la mayor facilidad
de igual modo que le bastaron una
palabras y una mirada para obtener e

permiso ambivalente del


Dobell, cuya esposa ya estaba ecorone
camino, logrando así acceder a un gra
despacho abuhardillado usado com
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sala de mecanografía. Le asignaron un
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mesa en esa habitación, que era justo l


que tenía una trampilla que comunicab
con el tejado.

Las semanas iban pasando, y com


el club May of Teck simbolizaba l
uventud entreverada en el universo d
a guerra, allí las semanas lograba
armonizar los veloces acontecimientos
as contrariedades, las vertiginosa

formaciones de deamistades
oda una serie íntimas,
amores perdidos
descubiertos, que en los venidero
iempos de paz tardarían años e
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ocurrir, evolucionar y apagarse. La
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chicas del May of Teck sabían, ant


odo, cómo aprovechar el tiempo. A
icholas, que ya no era ningú
ovencito, le impresionaba
sobremanera los vaivenes sentimentale
que se vivían allí, semana tras semana.
 —Me había parecido entender qu
ella estaba enamorada de él —decía
atónito.
 —Es que lo estaba.
 —Pero ¿no es el chico ese qu

acaba de morir hace una semana?


dijiste que murió de disentería e M
Birmania.
 —Sí, ya. Pero el lunes conoció a u
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ipo de la Marina y ahora está locament
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enamorada de él.
 —Es imposible que se hay
enamorado —decía Ni— cholas.
 —Bueno, según ella tienen mucho e
común.
 —¿Mucho en común? Si estamos
miércoles.

Cual quien solo va


 y aprisa ha de andar.
 Pues ya se volvió

en una ocasión.
Viendo la bestia atroz 
que sabe le va en pos.

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 —Qué maravilla, me encanta cóm
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recita Joanna esa poesía.


 —Pobre Joanna…
 —¿Por qué dices pobre Joanna?
 —Bueno, porque nunca sale por ahí
ni queda con ningún hombre.
 —Es tremendamente atractiva.
 —Muchísimo. ¿Por qué no tom
alguien cartas en el asunto de Joanna?

 —Mira, Nicholas —dijo Jane—

Hay algo que deberías saber sobre Hu


Trovis-Mew como editorial, y sobre e
propio George como editor.
Estaban sentados en la oficina d
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Throvis-Mew, en lo alto de la Red Lio
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Square. George había salido a la calle.


 —Es un ladrón —dijo Nicholas.
 —Bueno, eso es exagerar un poc
—dijo ella.
 —Es un ladrón con sus sutilezas.
 —Pero tampoco es eso exactamente
Lo de George es algo más psicológico
Considera que tiene que estar po
encima del autor.
 —Ya lo sé —dijo Nicholas.
 —Quiere bajarte la moral

¿entiendes? Y luego te ofrece


contrato asqueroso para que lo firmesun
Lo que hace es buscar el punto débil de
autor. Siempre critica precisamente l
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parte que más le gusta al autor. Le…
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

 —Eso ya lo sé —dijo Nicholas.


 —Si te lo cuento es porque me cae
bien —dijo Jane—. La verdad es qu
soy yo la encargada de buscar el punt
flaco de cada autor y contárselo
George. Pero me caes bien y todo esto t
o cuento porque…
 —Gracias a George y a ti estoy u
paso más cerca de descifrar l
enigmática sonrisa de la esfinge. Y te
diré una cosa más.

Tras los mugrientos cristales de


ventana se veía el cielo oscurecid l
descargando lluvia sobre e
bombardeado pavimento de Red Lio
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Square. Jane había mirado la plaza co
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

una pose afectada antes de hacer s


revelación a Nicholas. Ahora, al fijars
en la dimensión del destrozo casi l
dolían los ojos, y de pronto le pareci
que su vida entera estaba sumida en l
misma miseria que estaba contemplando
Una vez más, la vida la desilusionaba.
 —Ya que estamos, yo también soy
un ladrón —dijo Nicholas—. ¿Se pued
saber por qué lloras?
 —Lloro por la pena que me doy —

dijo Jane—.
rabajo. Me voy a buscar otr
 —¿Antes me puedes escribir un
carta?
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 —¿Qué tipo de carta?
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

 —Una falsificada. Dirigida a mí d


parte de Charles Morgan. Querido seño
Farringdon, cuando recibí su manuscrit
estuve a punto de dárselo a mi secretari
para que se lo devolviera con un
cordial disculpa. Por suerte, antes d
descartarlo, me puse a hojearl
precisamente por la parte…
 —¿Qué parte? —dijo Jane.
 —Eso te lo dejo a ti. Antes d
escribir la carta lo que tienes que hace
es elegir un trozo conciso y admirable
Será difícil, lo admito, ya que todos so
gual de admirables. Pero elige el qu
más te guste. Charles Morgan dirá en l
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carta que leyó ese trozo y luego el libr
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entero, ávidamente, de principio a fin


Tiene que decir que es la obra de un
genio. Me manda la carta par
felicitarme por ser un genio
¿comprendes? Entonces yo le enseño l
carta a George.
De pronto la vida de Jan
reverdeció. Recordó que solo tení
veintitrés años y sonrió.
 —Entonces yo le enseño la carta
George —dijo Nicholas—. Y le cuento

que se
quepa… meta el contrato por donde l
En ese instante apareció George. Le
miró a los dos con gesto de estar mu
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ocupado. Simultáneamente se quitó e
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

sombrero, miró el reloj y le dijo a Jane:


 —¿Qué hay de nuevo?
 —Han detenido a Ribbentrop.
George suspiró.
 —Nada nuevo —dijo Jane—
inguna llamada hoy. No hay correo, no
ha venido nadie, ni ha llamado nadie
Pero no te preocupes.
George entró en su despacho y sali
casi inmediatamente.
 —¿Has recibido mi carta? —le dij

a Nicholas.
 —No —dijo Nicholas—. ¿Qu
carta?
 —Te la mandé, veamos, antes d
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ayer, me parece. Te decía que…
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 —Ah, esa carta —dijo Nicholas—


Sí, creo que la recibí.
George desapareció en su despacho
 Nicholas le dijo a Jane, en u
vozarrón bien audible, que ahora qu
había parado la lluvia se iba a dar un
vuelta por el parque y que er
maravilloso poder pasarse el dí
maginando cosas maravillosas.
«Le saluda atentamente, s
admirador, Charles Morgan», escribió

Jane. Luego abrió


habitación y gritó: la puerta de s
 —Bajad un poco la radio. Tengo qu
acabar esta labor intelectual antes d
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cenar.
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En el club, en general, todas estaba


muy orgullosas del trabajo de Jane y de
contacto tan estrecho que tenía con e
mundo de los libros. Todas las radios d
a planta bajaron el volumen.
Leyó el primer borrador y s
dispuso a repetirlo cuidadosamente
escribiendo una carta de aspect
auténtico con una letra pequeña per
madura, como la que podría usar e
propio Charles Morgan. No tenía ni ide

de cómo era la letra de Charles Morgan


pero tampoco tenía por qué averiguarlo
dado que George tampoco lo sabía y n
se le iba a permitir conservar e
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documento. Lo que sí tenía era un
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dirección en Holland Park, que Nichola


e había proporcionado. La copió en l
parte superior de la hoja, esperando qu
resultara verosímil, y se animó al pensa
que no levantaría sospechas ya que e
iempos de guerra había mucha gent
decente que no encargaba qu
mprimieran el membrete en su papel d
cartas, por ser un bien superfluo dada l
situación nacional.
Cuando sonó la campana de la cen

a había acabado la carta. Dobló la hoj


con meticulosa pulcritud, imaginándos
un retrato a carboncillo del rostro d
Charles Morgan. Según sus cálculos
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podía pedirle a Nicholas al meno
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

cincuenta libras por la carta autógraf


que acababa de escribir. George s
quedaría tremendamente desconcertad
al leerla. La pobre Tilly, la esposa de
George, le había contado a Jane qu
cuando George se sentía acosado por u
autor, hablaba del tema a todas horas.
Después de cenar, Nicholas s
pasaría por el club, ya que habí
convencido a Joanna de dar, como algo
especial, un recital del «Naufragio de
eutschland .» Nicholas lo iba
nmortalizar con una grabadora que l
habían prestado en la sala de prensa d
una oficina gubernamental.
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Jane se unió al gentío que bajaba
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cenar. La única rezagada de su plant


era Selina, que estaba acabando d
recitar las frases de esa noche:

Vestimenta elegante,
limpieza inmaculada y modales
 perfectos contribuyen a lograr 
la seguridad en una misma.

El coche de la directora se detuv


ante el club justo cuando las chica
legaban al piso de abajo. La director
conducía su coche como habrí
conducido a un marido en caso d
haberlo tenido. Entró, gris, en s
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despacho, y poco después se les unió e
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el comedor dando golpes con el tenedo


en la jarra de agua para pedir silencio
como hacía siempre que quería deci
algo. Les anunció que una invitad
estadounidense, la señora de G. Feli
Dobell, impartiría una charla en el club
el viernes por la tarde sobre el tema d
«La misión de la mujer occidental». L
señora Dobell era una socia destacad
del gremio de los Guardianes de l
Ética, y acababa de llegar al país par

reunirse con su marido, que trabajaba


el servicio de inteligencia de Estado e
Unidos en Londres.
Al acabar de cenar, a Jane le entró
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a vaga impresión de haber traicionado
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a editorial Throvis-Mew y al propi


George, que era, al fin y al cabo, quie
e pagaba el sueldo por su conspiració
empresarial conjunta. Le tenía cariño a
viejo George, a cuyas amable
cualidades dedicó unos minutos d
reflexión. Sin la menor intención d
abandonar su conspiración, esta vez co
icholas, miró la carta que había escrit
  se planteó sus posibilidades. Decidi
lamar a Tilly, la esposa de George, y

mantener con ella una inocua charla.


Al oírla, Tilly se quedó encantada
Era una pelirroja diminuta d
nteligencia despierta y escas
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formación a quien su marido
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experimentado en el manejo de su
esposas, mantenía totalmente apartad
del mundo de los libros. A Tilly
consciente del triste aislamiento a que l
sometía su marido, le encantab
mantenerse en contacto, a través de Jane
con el negocio de la edición. L
entusiasmaba, por ejemplo, que Jane l
dijera: «En fin, Tilly, para un auto
escribir es su raison d’être .» Georg
oleraba esta amistad para afianzar s

relación laboral con Jane. Se fiab


mucho de Jane, que le entendía com
nadie lo había hecho antes.
Jane se solía aburrir con Tilly
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quien, sin haber sido lo que se dice un
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cabaretera, siempre aprovechaba l


oportunidad para aportar al mundo d
os libros su espíritu de bailarina d
cancán, cosa que ponía nerviosa a Jane
recién enterada de la trascendencia de l
iteratura en general. En su opinión
Tilly no solo se tomaba con demasiad
frivolidad todo lo relativo a la edición
a escritura, sino que encima no er
consciente de ello. Pero su traicioner
corazón estaba súbitamente embargad

de afecto por Tilly, a quien llamó para


nvitarla a cenar el viernes siguiente
Jane ya tenía pensado que, si aquell
acababa resultando un aburrimient
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absoluto, siempre podrían aprovechar e
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iempo para ir a la charla de la señor


de G. Felix Dobell. El club tení
bastante interés en ver a la señor
Dobell, por lo mucho que habían visto
su marido en compañía de Selina, s
amante, al parecer.
 —El viernes tenemos una charla d
una señora estadounidense de la Liga d
as Mujeres Occidentales, pero n
vamos a ir porque será un rollo —dij
Jane, contradiciendo su resolución en s

efusiva pretensión de sacrificarse


contentar a la esposa de George, puepar
odo era poco después de la traición
sabiendo que estaba a punto de mentir a
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propio George.
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 —Me encanta el May of Teck —dijo


Tilly—. Es como volver al colegio.
Siempre decía eso, y er
desquiciante.

 Nicholas llegó temprano con s


grabadora, y se metió con Joanna en l
sala de juegos hasta que las chica
acabaron de cenar. Mirándola, l
pareció una espléndida mujer nórdica, l

última descendiente
 —¿Llevas muchodeviviendo
una largaaquí?
saga.—
dijo Nicholas con voz soñolienta
admirando en silencio sus grande
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huesos.
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El sueño se debía a que habí


pasado casi toda la noche con Selina e
a azotea.
 —Como un año —dijo ella—
Supongo que me moriré aquí —añadi
con el típico desdén de las socias por e
club.
 —Te acabarás casando —dijo él.
 —No, no… —protestó ella en ton
suave, como si estuviera regañando a u
niño empeñado en echar mermelada e

un estofado.
Una aguda carcajada colectiva lleg
del piso de arriba. Mirando al techo s
dieron cuenta de que las chicas de
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dormitorio estaban intercambiando su
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ípicas anécdotas sobre novios pilotos


que precisaban un público desternillad
de pura ebriedad, o simplemente por s
extrema juventud.
En ese instante apareció Greggie
que se acercó a ellos con los ojo
alzados hacia las risotadas del techo.
 —Cuanto antes se casen las de es
dormitorio y se vayan del club, mejor —
es dijo—. En todos los años que llev
aquí no había visto un grupo tan dado a

barullo. No daría ni un penique


nteligencia de esas chicas. por l
Entró Collie, que se sentó junto
icholas.
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 —Decía que ojalá las chicas esa
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del dormitorio se casen pronto y s


arguen —le contó Greggie para ponerl
al tanto.
Collie, a decir verdad, pensaba l
mismo, aunque siempre procurab
levarle la contraria a Greggie, po
principio, y más aún si había gent
delante, porque la contradicció
animaba la conversación.
 —¿Y para qué van a casarse? Qu
disfruten de la juventud mientras puedan
 —Tienen que casarse para
como es debido —dijo Nicholas disfruta
añadiendo—: Por motivos sexuales…
Joanna se puso roja, pero Nichola
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siguió hablando como si nada:
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 —Sexo a raudales. El primer me


odas las noches, el mes siguiente un dí
sí y uno no, luego tres días por seman
hasta acabar el año. A partir de
entonces, un día a la semana.
Al principio nadie le respondió, d
modo que Nicholas siguió preparando l
grabadora y toqueteando los botones.
 —Si pretendes escandalizarnos
ovencito, has de saber que somo
nmunes al escándalo —dijo Greggie.

La anciana remachó sus palabras


una mirada entusiasta a las cuatr co
paredes de la sala de juegos, que, com
ugar público que era, tenía poc
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experiencia en ese tipo d
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conversaciones.
 —Pues yo no soy inmune —dij
Joanna, mirando a Nicholas con gest
compungido.
En cuanto a Collie, no parecía sabe
qué actitud adoptar. Abrió el gancho
metálico de su bolso y lo volvió
cerrar, tamborileando con los dedos e
os abultados laterales de cuer
descolorido.
 —No quiere escandalizarnos —dij

finalmente—. Se trata de una


muy realista. Cuando una personopinió
avanza espiritualmente, cuando está y
casi en estado de gracia, es capaz d
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entenderlo todo, desde el realismo hast
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el sexo, o lo que sea.


En respuesta, Nicholas le dedicó un
mirada cariñosa.
Animada por el éxito que le habí
reportado su franqueza, Collie soltó alg
a medio camino entre una tosecilla y un
risita. Imbuida de su nueva modernidad
añadió emocionada:
 —Si no lo has tenido, no lo podrá
echar de menos, por supuesto.
Greggie esbozó una mueca d

perplejidad, como si no entendiera


que Collie acababa de decir. Tra l
reinta años de hostil amistad con ella
sabía perfectamente que Collie tenía po
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costumbre saltarse etapas en l
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secuencia de su lógica, lo que la llevab


a decir cosas aparentemente inconexas
sobre todo si hablaba de un tem
desconocido o si tenía un hombr
delante.
 —Pero ¿qué dices? —exclam
Greggie—. ¿Qué es lo que no podrá
echar de menos si no lo has tenido?
 —El sexo, obviamente… —dij
Collie, alzando la voz más de lo norma
por el esfuerzo que estaba haciendo—

Estamos hablando de sexo y matrimonio


Yo opino que sobre el matrimonio s
pueden decir muchas cosas, po
supuesto, pero si no lo has tenido, no l
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podrás echar de menos.
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Joanna miraba a las dos exaltada


mujeres con un apacible gesto d
compasión. A Nicholas es
mansedumbre le pareció un indicio d
fortaleza ante la falta de restricción qu
suscitaba la rivalidad en las dos damas.
 —¿Y eso qué quiere decir, Collie
—preguntó Greggie—. No tiene
ninguna razón. Sí que se echa de meno
el sexo. El cuerpo tiene vida propia. T
 yo sí que echamos de menos lo que n

hemos tenido. Es una cuestión purament


biológica. Pregúntaselo a Sigmun
Freud. Está todo en nuestros sueños. E
roce de una piel cálida por la noche, l
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ausencia de…
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 —Un minuto —dijo Nicholas


alzando la mano para pedir silencio co
a excusa de que estaba ajustando s
grabadora vacía.
Era evidente que las dos señoras, s
se disparaban, eran capaces d
cualquier cosa.
 —Abran la puerta, por favor.
La voz de la directora se oyó desd
el pasillo, acompañada del tintineo de l
bandeja del café. Nicholas se levantó d

un salto, dispuesto a ayudarla, pero ell


se le adelantó y entró en la habitació
haciendo equilibrios, pero con el aire d
una eficaz doncella.
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 —A mí esa visión beatífica tuya no
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me parece una compensación suficient


para lo que nos estamos perdiendo —
dijo Greggie a modo de conclusión
aprovechando para lanzar una andanad
a la religiosidad de Collie.
Mientras servían el café, con la
demás chicas entró Jane, que venía d
hablar con Tilly por teléfono y que
aliviada en parte de su culpa, le entreg
a Nicholas la falsa carta de Charle
Morgan. Mientras él la leía, alguien l
dio una taza de café
derramó sobre la carta. y, sin querer, la
 —¡Ay, ya la has destrozado! —dijo
Jane—. Ahora la voy a tener que repetir
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 —Así parece mucho más auténtic
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—dijo Nicholas—. Es evidente que s


Charles Morgan me manda una cart
diciéndome que soy un genio, m
dedicaré a leerla una y otra vez, lo má
probable es que acabe un poco sucia
Dime, ¿estás segura de que George se v
a quedar impresionado al ver el nombr
de Morgan?
 —Mucho —contestó Jane.
 —¿Me estás diciendo que estás mu
segura, o que a George le va
mpresionar mucho?
 —Las dos cosas.
 —Pues si yo fuera George, m
pasaría lo contrario.
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Iba a comenzar el recital de
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«Naufragio del Deutschland ». Joanna y


estaba en pie con el libro en la mano.
 —No quiero oír ni un suspiro —dij
a directora—. Parece ser que el aparat
este del señor Farringdon es capaz d
detectar hasta la caída de un alfiler.
Una de las chicas del dormitorio
que se estaba cosiendo una media, hiz
como que se le caía la aguja al suelo
se agachó a recogerla. Otra chica de
dormitorio, que lo había visto todo
resopló al contenerse la risa. Por l
demás, la sala estaba en silencio, salv
el zumbido casi imperceptible de l
grabadora, que aguardaba las palabra
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de Joanna.
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¡Oh, maestro mío!


 Dios que me da el aliento y el pan
vereda del mundo, vaivén del mar.
Señor de la vida y la muerte,
huesos y venas me das, con piel m
arropas,
 para casi abatirme al final…

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Capítulo 8

Precisamente cuando Jane entrab


por la puerta, un grito de pánico lleg
del piso superior y pareció atravesa
odas las paredes del club. Era la tard
del viernes 27 de julio. Jane habí
salido pronto de la oficina para pode
recibir a Tilly en el club. Al oír el grito
no le dio demasiada importancia
Cuando subía el último tramo de la
escaleras escuchó otro grito aún má
agudo, seguido de un coro de voces
Pero en el club un grito de pánico podí
ener que ver perfectamente con un
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media rota o incluso con un chiste má
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gracioso de lo habitual.
Ya en el último rellano, Jane vio que
el barullo venía del cuarto de baño
Anne y Selina, acompañadas de do
chicas del dormitorio, se afanaban e
bajar del ventanuco a otra chica qu
evidentemente tenía intención de salir
se había quedado atascada. Alentada po
as instrucciones que le daban las otra
dos, la chica se retorcía y pataleaba si
éxito. Contraviniendo las cabale

advertencias recibidas, de cuando e


cuando la cautiva soltaba un grito. Par
levar a cabo su intentona se habí
desnudado y embadurnado el cuerpo d
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una sustancia grasienta; al verla, Jan
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pensó que ojalá el potingue no hubier


salido del tarro de crema hidratante qu
ella tenía encima de su tocador.
 —¿Quién es? —dijo Jane.
 —Es Tilly, por desgracia.
 —¡Tilly!
 —Te estaba esperando abajo y no
a hemos subido para tenerl
entretenida. Como dice que el club l
recuerda a su colegio, Selina le h
enseñado el ventanuco. Lo malo es qu

e sobran un par de centímetros.


si le dices que se esté calladita? ¿Qué ta
Acercándose, Jane habló con Till
en voz baja.
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 —Cada vez que gritas lo único qu
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consigues es hincharte más —le dijo—


Tranquilízate, que intentaremos sacart
con jabón.
Tilly dejó de gritar y pasaron die
minutos mientras le untaban el cuerpo d
abón, pero aún seguía encajada por l
cadera. Se la oía llorar.
 —Avisad a George —dijo al fin—
Llamadle por teléfono.
 Ninguna de ellas se atrevía a avisa
a George. Tendría que subir al último
piso del club, y los únicos hombres
usaban esas escaleras eran los médicosqu
siempre acompañados por alguien de l
plantilla.
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 —Bueno, pues ya veré a quié
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consigo traer —dijo Jane.


Se le había ocurrido decírselo
icholas, que tenía acceso al tejad
desde la oficina del Departamento d
nteligencia. Un buen empujón desde l
azotea tal vez lograse desalojar a Till
de su prisión. En cualquier caso
icholas tenía pensado ir al clu
después de cenar, para oír la charla y
para ver de cerca, en una curiosa mezcl
de celos y curiosidad, a la esposa de
anterior amante de Selina. El propi
Felix, por su parte, también estarí
presente.
Jane decidió llamar por teléfono
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icholas para rogarle que acudier
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cuanto antes a ayudarla a sacar a Tilly


Además, luego podía quedarse a cena
en el club, aunque recordó de pronto qu
sería la segunda vez esa semana. Er
posible que Nicholas ya hubiera llegad
a su casa, porque salía de trabajar sobr
as seis.
 —¿Qué hora es? —dijo Jane.
Aún se oía llorar a Tilly, cuyo
gimoteos amenazaban con convertirse e
gritos.

 —Las seis menos algo —dijo Anne.


Mirando su reloj para comprobar s
era cierto, Selina se encaminó hacia s
habitación.
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 —No la dejéis sola —dijo Jane—
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Voy a llamar a alguien.


Pese a la advertencia, Selina s
marchó a su cuarto, así que fue Ann
quien se quedó con Tilly, a quien tení
sujeta por los tobillos. Cuando Jane y
estaba en el siguiente rellano, oyó la vo
de Selina.

 La compostura es el 


equilibrio perfecto, una
ecuanimidad…

Jane soltó una risita nerviosa


siguió escaleras abajo, llegando a la
cabinas telefónicas justo cuando el relo
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del vestíbulo daba las seis.
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Eran las seis en punto de la tarde d


aquel 27 de julio. Nicholas acababa d
legar a su habitación. Cuando supo de
aprieto en que estaba Tilly, juró por lo
más sagrado que saldría de inmediat
hacia la oficina del servicio d
nteligencia para intentar alcanzar l
azotea desde allí.
 —Esto no es ninguna broma —l

dijo —Nadie
Jane. ha dicho que sea un
broma.
 —Pues te lo estás tomando co
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mucha alegría. Date prisa. Tilly est
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lorando como una magdalena.


 —Hace bien, porque han ganado lo
aboristas.
 —Venga, date prisa. Nos la vamos
cargar todas como no consigas…
Pero Nicholas había colgado ya.
Fue a esa hora precisamente cuand
Greggie regresó del jardín. Se qued
remoloneando por el vestíbulo, atenta
a llegada de la señora Dobell, la muje
que iba a darles la charla después d

cenar. Greggie pensaba llevársela


salita de la directora, donde haríaa l
iempo tomando jerez hasta que sonar
a campana para anunciar la cena
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Greggie también esperaba conseguir qu
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a señora Dobell se dejara enseñar e


ardín antes de cenar.
Un grito lejano y angustiado reson
por el hueco de la escalera.
 —¡Qué barbaridad! —dijo Greggi
a Jane, que salía de la cabina telefónic
en ese instante—. Este club se est
echando a perder. ¿Qué va a pensar l
gente? ¿Quién está dando esos gritos e
el último piso? Parece como si en est
casa todavía viviera una familia. La

chicas del club os portáis exactament


gual que las criadas de antes cuando e
señor y la señora de la casa s
marchaban de viaje. Dando botes todo e
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día y gritando a voz en cuello.
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Tu lira sea cual selva umbría


 y, si caen mis hojas cual las suyas,
 su poderosa y mágica armonía…

 —George, quiero que venga Georg


—gimoteaba Tilly desde las alturas co
su vocecilla angustiada.
Entonces alguien del piso de arrib
uvo la ocurrencia de amortiguar lo
gritos poniendo la radio a todo volumen

 En el Ritz cenaban los ángeles


 y en Berkeley Square cantaba un
ruiseñor.
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Y por un instante dejaron de oír
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Tilly. Greggie se asomó a la puerta de


delante, que estaba abierta, y un segund
después volvió a entrar, mirando e
reloj.
 —Las seis y cuarto —dijo—. Tení
que llegar a las seis y cuarto. Diles a la
de arriba que bajen la radio. Produc
una impresión tan vulgar, tan chusca…
 —Al menos es una impresión vulga
 chusca que solo se oye, pero no se v
—dijo Jane.
Atenta a la puerta de la
esperaba ver aparecer en cualquie calle
momento el taxi que traería a Nichola
al hotel contiguo, y que tan convenient
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es iba a resultar en aquella ocasión.
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

 —Una vez más —dijo Joanna con s


voz nítida, hablando con su alumna d
urno en su habitación del tercer piso—
Repite las tres últimas estrofas, po
favor.

 Lleve, pues, mis pensamientos a


Universo
 y fecunde también las marchita
hojas,
 por la magia de este verso.

Y de pronto a Jane le entró un


enorme envidia de Joanna, cuyo orige
era incapaz de hallar en los entresijos d
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su juventud. El sentimiento guardab
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

relación con la profunda admiración qu


e producía su desapego, esa capacida
suya, ese don, para abstraerse de s
misma y de sus circunstancias. Jane s
sintió repentinamente embargada por e
desconsuelo, como si la hubiera
expulsado del Edén sin llegar a dars
cuenta de que estaba en él. Procur
animarse recordando dos datos qu
había logrado sacar de los típico
comentarios que hacía Nicholas: que e

entusiasmo poético de Joanna


simplón, y que siempre sería un era alg
persona aquejada de cierta melancolí
religiosa. Por desgracia, estas ideas n
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e ofrecieron consuelo alguno.
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Por fin apareció el taxi de Nicholas


que entró apresuradamente por la puert
del hotel. Jane echó a correr escalera
arriba justo cuando llegaba otro taxi.
 —Ahí tenemos a la señora Dobel
—dijo Greggie—. Son las seis
veintidós, nada menos.
En su ascenso, Jane se iba dand
empellones con las chicas que bajaba
de los dormitorios en nutridos grupos
Avanzando a trompicones, Jane se abrió

paso entre ellas. Estaba deseand


decirle a Tilly que ya venían
socorrerla.
 —¡Jane! —exclamó una chica
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alargando la vocal de su nombre—
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Vigila esos malditos modales, que cas


me matas tirándome por la barandilla.
Pero Jane subía implacable, escaló
a escalón.
Ora duerme el pétalo carmesí, ora e
blanco.
Al llegar arriba se encontró co
Anne y Selina, que ahora estaba
empeñadas en cubrir la parte inferio
del cuerpo de Tilly para darle u
aspecto decente. Todavía iban por la

medias. Anne le sujetaba una piern


mientras Selina usaba sus largos dedo
para irle subiendo la media poco
poco.
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 —Ya ha venido Nicholas —dijo
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Jane—. ¿Sabéis si ha salido al tejad


a?
 —Ay, que me muero —aulló Tilly
—. No puedo más. Llamad a George
Quiero que venga George.
 —Por ahí sale Nicholas —dij
Selina.
Gracias a su altura pudo verle sali
por la trampilla del ático del hotel
como había hecho últimamente, durant
as serenas noches veraniegas. Nichola
ropezó con una alfombra enrollada qu
había junto a la portezuela, precisament
una de las alfombras que ellos había
sacado para poder tumbarse. Una ve
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recuperado el equilibrio, Nicholas s
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encaminó velozmente hacia el ventanuc


de las chicas, pero entonces cayó d
bruces al suelo, justo cuando un relo
daba las campanadas.
 —Las seis y media —se oyó deci
Jane en voz muy alta.
De pronto Tilly apareció a su lado
sentada en el suelo del cuarto de baño
Anne también estaba en el suelo hech
un ovillo, tapándose los ojos como s
quisiera esconderse de algo. Apoyad

en la puerta, Selina parecía


Abrió la boca para gritar anonadada
probablemente lo hizo, pero fu
entonces cuando empezó a ascender un
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vibración que se fue imponiendo desd
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el jardín, convirtiéndose enseguida en u


estallido colosal. La casa volvió
emblar y las chicas, que había
ntentado sentarse, acabaron tiradas e
el suelo. Todo estaba cubierto d
cristales y Jane sangraba por algun
parte. Transcurrió un rato de silencio
que se hizo eterno. El rumor de la
voces lejanas, de los gritos, de los paso
en las escaleras y los techo
desmoronados hizo reaccionar al fin

as chicas. Jane vio, desenfocada,


cara gigante de Nicholas atisbando po l
el ventanuco desde fuera. Les estab
pidiendo que se levantara
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nmediatamente.
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 —Ha explotado algo en el jardín —


dijo.
 —Es la bomba de Greggie —dij
Jane, intentando sonreírle a Tilly—
Resulta que Greggie tenía razón —
añadió.
Aquello era tronchante, pero Till
no se rio, sino que cerró los ojos
apoyó la cabeza en la pared. Com
estaba medio desnuda, tenía un aspect
verdaderamente cómico. Jane soltó un

sonora carcajada y miró a Nicholas


pero él tampoco parecía tener ni un
pizca de sentido del humor.

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En la calle, a las puertas del club, s


veía una pequeña congregación formad
por casi todas las socias
momento de la explosión estabaque en e
reunidas en las salas de la planta baja
en los dormitorios, donde la explosió
se escuchó perfectamente, pero si
producir apenas daños. Por ahora y
habían acudido dos ambulancias y un
ercera estaba en camino. En e
vestíbulo del hotel los equipos d
socorro trabajaban para reanimar
varias de las personas afectadas.
Entretanto, Greggie había decidid
convencer a la señora de Felix Dobel
de que era ella quien había avisado a la
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socias del club de que se preparara
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

para un desastre inminente. La señor


Dobell, una señorona guapa d
considerable altura, estaba en pie a
borde de la acera, atenta a lo ocurrido
pero sin hacer demasiado caso
Greggie. Mientras oteaba el edificio co
a sabia mirada de una topógrafa
mostraba una insólita serenidad, pese
estar algo aturdida por la explosión
Tras su aplomo había un malentendido
sin embargo, pues daba por hecho qu

en Inglaterra estallaban bomba


olvidadas todos los días y, aparte de l
alegría que le daba haber sobrevivido
un incidente bélico, ahora tenía una gra
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curiosidad en cuanto a las medidas qu
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se iban a adoptar en un caso semejante.


 —¿Cuándo calculáis que se disipar
a nube de polvo? —preguntó.
 —Ya sabía yo que había una bomba
enterrada en el jardín —dijo Greggi
una vez más—. Lo sabía. He dicho mi
veces que había una bomba. Lo
expertos no la vieron. No la vieron.
Las mujeres que miraban al edifici
vieron unas cabezas en uno de lo
dormitorios de arriba. De pronto l

ventana se abrió. Una chica se puso


dar gritos, pero tuvo que apartars
porque se atragantaba con la dens
polvareda que rodeaba la casa.
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Cuando empezó a salir humo
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costaba distinguirlo de la nube de polv


resultante de la explosión. Una tuberí
de gas reventada provocó un incendio e
as calderas que se fue extendiend
sigilosamente por el sótano. Las tímida
lamas pronto fueron feroces llamaradas
La planta de abajo se convirtió en u
crepitante infierno de fuego que lamí
os grandes cristales de las ventana
buscando la madera de los entrepaños
mientras Greggie insistía en convencer
a señora Dobell. El runrún
vocecilla se entremezclaba con lo de s
gritos desesperados de las chicas y de l
gente de la calle, con las estridente
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sirenas de las ambulancias y de lo
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coches de bomberos.
 —Teníamos un noventa por ciento
de posibilidades de estar en el jardín a
explotar la bomba —decía Greggie—
Y pensar que íbamos a salir al jardín
antes de cenar! Ahora estaríamos las do
muertas, asesinadas, enterradas. U
noventa por ciento de posibilidades
señora Dobell.
 —Es algo espantoso —dijo l
aludida con la mirada vidriosa de un

luminada, añadiendo con vo


entrecortada—: En momentos como est
se impone la discreción, que es un
prerrogativa de la mujer.
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Sus sentidas palabras formaba
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parte de la charla que pensaba da


después de cenar. Entre frase y frase, l
señora Dobell escudriñaba los rostro
del gentío que la rodeaba, buscando e
de su marido. La aguerrida dam
ardaría una semana en acusar lo
efectos de la explosión, cosa en la qu
se le había adelantado la directora de
club, a quien dos bomberos se llevaba
en una camilla.
 —¡Felix! —gritó la señora Dobell.
Su marido salía en ese precis
momento del hotel contiguo al club, co
el uniforme color caqui verdos
cubierto de hollín y oscuros brochazo
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de grasa. Tras reunirse con su esposa l
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explicó que venía de investigar la part


rasera del club.
 —Los ladrillos de los muro
parecen poco firmes —dijo—. La mita
superior de la escalera de incendios s
ha desmoronado. Unas pobres chicas s
han quedado atrapadas dentro de
edificio. Los bomberos les está
diciendo que suban al último piso. La
van a tener que sacar por una claraboy
que da a la azotea.

 —¿Quién dices que eres? —


preguntó lady Julia.
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 —Soy Jane Wright. Llamé la seman
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pasada para ver si podía usted averigua


algo más sobre…
 —Ah, ya. Pues me temo que e
Ministerio de Exteriores nos ha dad
muy poca información. Como ya sabrás
amás emiten comunicados oficiales. Po
o que he podido colegir, el hombre est
se había convertido en un auténtic
ncordio, porque estaba empeñado e
predicar contra las supersticione
ocales. Le habían dicho que se la estab
ugando y al final le han dado
merecido. ¿Y tú de qué le conocías? s
 —Se trababa con varias de la
chicas del May of Teck en sus tiempo
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de civil, quiero decir, antes de meters
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en la Orden esa. Estaba en el club l


noche de la tragedia, incluso, y po
eso…
 —Pues entonces le debió de afecta
el cerebro. Algo le pasó, eso seguro
porque se rumoreaba que estab
completamente ido, aunque nadie l
dijera claramente…

La claraboya, clausurada desd

hacía
que seaños
puso por ordencuando
histérica de unaundirector
hombr
se coló en el club para visitar a un
chica, se acabaría abriendo tarde
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emprano. Bastaba con que alguie
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decidiera llamar a los bomberos. Er


cuestión de tiempo.
Pero ese día concreto el tiempo n
era un factor a tener en cuenta. Desd
uego no lo era para las chicas del Ma
of Teck, trece nada menos, que s
quedaron atrapadas con Tilly Throvis
Mew en las plantas superiores de l
residencia cuando, tras la explosión de
ardín, el fuego empezó a extenderse po
el edificio. Una parte enorme de l

escalera de incendios —esa escaler


perfectamente segura que salía en e
manual de emergencias leído en voz alt
a las socias durante la cena— era ya un
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gigantesca chatarra con forma de zigza
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  estaba tirada en mitad del jardín


rodeada de tierra removida en la que s
veían las raíces de las plantas.
El tiempo, temido por las mujere
que esperaban en la calle y por lo
bomberos que trabajaban en la azotea
era solo un remoto recuerdo para la
chicas del último piso, que no sol
seguían aturdidas por el efecto de l
explosión, sino que, al reaccionar u
poco y mirar a su alrededor, s

quedaron atónitas ante la


dislocación de todo su entorn repentin
cotidiano. En la pared del fondo habí
un hueco por el que se veía el cielo
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Para esas chicas de la Inglaterra d
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1945, que estaban viviendo su propi


ragedia, el tiempo era algo ta
nsignificante y remoto como lo habrí
sido si todas ellas fueran las ingrávida
astronautas de un cohete espacial. Po
eso sucedían cosas tan extrañas com
que Jane se levantara de pronto y echar
a correr hacia su habitación donde
levada por su instinto animal, agarró
engulló entero el gran pedazo d
chocolate que seguía intacto sobre s

mesa. La sustancia dulzona le di


fuerzas al instante. Cuando regresó a
cuarto de baño vio que Tilly, Anne y
Selina se estaban poniendo en pi
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entamente, y oyó unos gritos qu
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parecían venir del tejado. Una car


desconocida apareció por el ventanuc
al que una mano enorme le arrancó d
cuajo el marco de madera.
Pero el fuego ya subía por l
escalera principal, precedido de uno
heráldicos tirabuzones de humo y una
lamas que se deslizaban sigilosament
por las barandillas.
Las chicas que estaban en su
habitaciones del segundo y tercer pis

en el momento de la explosió
resultaron menos afectadas que las de l
parte superior del edificio, seriament
dañada en un bombardeo al inicio de l
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guerra. Las chicas del segundo y terce
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piso tenían heridas y moratones, per


estaban más impresionadas por e
estruendo que gravemente afectadas po
a explosión.
Varias de las chicas del dormitorio
del segundo piso tuvieron los suficiente
reflejos como para lanzarse escalera
abajo, y así lograron salir a la calle e
el lapso entre el estallido de la bomba
el comienzo del fuego. Las diez restante
hicieron varias intentonas de huir por l

misma vía, pero se toparon


lamas y tuvieron que retroceder.con la
Joanna y Nancy Riddle, qu
acababan de terminar la clase d
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elocución, estaban en la puerta de l
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habitación de Joanna cuando estalló l


bomba y gracias a ello se libraron de la
esquirlas de cristal de la ventana. Per
Joanna se cortó la mano con el cristal d
un diminuto reloj de viaje al que estab
dando cuerda en ese instante. Por eso s
enteró de la gravedad del suceso cuand
as chicas de su planta se pusieron
chillar al ver ascender el fuego por l
escalera y fue ella quien exclamó:
 —¡La escalera de incendios!

Pauline Fox echó a correr tras ella


odas las siguieron por los pasillos de l
segunda planta y escaleras arriba haci
el pasadizo del tercer piso, dond
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siempre estuvo la salida de emergencia
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Pero al llegar vieron que el fondo de l


ercera planta parecía una especie d
rampolín sobre el cielo de la noche
pues el muro se había desmoronad
levándose por delante la escalera d
ncendios. Las diez mujeres, apiñada
ante el enorme agujero, oyeron caer lo
fragmentos de escayola que rellenab
as grietas entre los ladrillos. Com
ninguna de ellas acababa de creérselo
buscaron con la mirada la escalera d

ncendios. Del jardín les llegaban lo


gritos de los bomberos. Y de la azotea
es llegaban voces, hasta que e
vozarrón de un bombero les dij
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claramente que se echaran atrás, n
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fuera a ser que el suelo donde estaban s


viniera abajo.
 —Avancen hacia el piso superior —
es ordenó la voz.
 —Jack se preguntará qué me h
pasado —dijo Pau— line Fox.
Ella fue la primera en subir por la
escaleras de atrás y llegar a los aseo
donde Anne, Selina, Jane y Tilly habían
ogrado ponerse en pie, ya algo má
ranquilas, pues al menos sabían qu

aquello era un incendio. Selina se estab


quitando la falda. Sobre sus cabezas, e
mitad del techo abuhardillado, se veía e
enorme contorno de la vieja claraboy
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clausurada. Tras ese gran cuadrado
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sonaba el estruendo de las voces de lo


bomberos, del roce de las escaleras d
mano que arrastraban por la azotea y d
os golpetazos que daban a los ladrillos
Querían hallar el modo de atravesar l
claraboya para rescatar a las chicas, qu
alzaban su mirada esperanzada hacia e
cuadrado del techo.
 —¿Es que no se puede abrir? —dij
Tilly.
 Nadie le contestó, porque las chica

del club tenían la respuesta clarísima


Todas se sabían de memoria la heroic
eyenda del hombre que entró por l
claraboya y, según decían, acabó en l
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cama de una chica, donde le
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descubrieron a los dos.


Selina se había subido a la tapa de
retrete, desde donde saltó hacia e
ventanuco con un ágil movimiento e
diagonal, y salió a la azotea. En es
momento había trece mujeres en e
cuarto de baño, todas con la tens
actitud del animal ante el peligro
atentas a las siguientes instrucciones de
megáfono del tejado.
Anne Baberton siguió a Selina por e

ventanuco, no sin cierta dificultad


porque estaba nerviosa. Pero por e
hueco aparecieron dos mano
masculinas dispuestas a ayudarla. Till
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Throvis-Mew se echó a llorar. Paulin
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Fox se quitó precipitadamente el vestid


  la ropa interior, hasta queda
completamente desnuda. Tenía u
cuerpo raquítico. Podría haber pasad
por el ventanuco completamente vestida
pero salió desnuda como un pez.
La única que lloraba desconsolad
era Tilly, aunque todas las demá
estaban temblando. Tras la part
nclinada del techo dejaron de oírs
voces, porque los bomberos había

dejado de investigar la claraboya


ejado abuhardillado y estaban otra de
ve
en la parte plana. Del otro lado de
ventanuco llegaba el ruido de lo
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hombres andando y moviéndose por l
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azotea donde Selina había pasado e


verano con Nicholas, envueltos en la
alfombras y mirando la constelación de
Carro, la única vista del centro d
Londres que todavía conservaba s
estado original.
Las once mujeres que seguían en e
cuarto de baño oyeron por el ventanuc
a voz de un bombero mezclada con la
nstrucciones simultáneas que daba e
efe a sus hombres por el megáfono.

 —Quedaos donde estáis —dijo


hombre de la ventana—. No tengái e
miedo. Nos van a traer una
herramientas para romper los ladrillo
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de la claraboya. No tardaremos mucho
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Es cuestión de tiempo. Estamo


haciendo todo lo posible para sacaros
Seguid donde estáis. No tengáis mied
—repitió—. Es cuestión de tiempo.
La cuestión del tiempo alcanzab
por fin su merecida relevancia en l
vida de las once mujeres atrapadas.

Habían pasado veintiocho minuto


desde que estalló la bomba en el jardín

ada más
Dobell comenzar
se unió el incendio,
a Nicholas Felie
Farringdon
a azotea. Entre los dos ayudaron a la
res chicas delgadas a salir por e
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ventanuco. Después envolvieron a Ann
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  a la desnuda Pauline Fox en las do


alfombras de uso variable y las metiero
por la trampilla del tejado del hote
contiguo, cuyas ventanas traseras s
habían roto por el efecto de la bomba
En medio del caos que se habí
desatado, a Nicholas le impresionó po
unos segundos el hecho de que Selin
permitiera a las otras chicas usar su
alfombras. Entretanto, ella estaba de pi
en la azotea, temblando como un corz

herido, pero con su encanto habitua


ntacto, pese a que solo llevaba un
combinación blanca y estaba descalza
icholas pensó que si Selina se habí
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quedado arriba, tenía que ser por é
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puesto que Felix había bajado con la


otras dos chicas para acompañarlas
as ambulancias donde les iban
administrar los primeros auxilios. Pes
a todo, dejó a Selina sola en la azote
del hotel, perdida en sus pensamientos,
regresó al ventanuco del club para ve
por sí mismo si alguna de las chicas qu
quedaban dentro era lo bastante delgad
para salir por el estrecho hueco. Segú
os bomberos, el edificio podía venirs

abajo durante
minutos. los siguientes veint
Mientras Nicholas se encaminab
hacia el ventanuco, Selina pas
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silenciosamente a su lado y volvió
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subirse al tejado del club, poniendo la


dos manos sobre el marco de la ventana
 —¿Qué haces? —dijo Nicholas—
Bájate de ahí.
Intentó agarrarla de los tobillos
pero ella se le adelantó y, tras quedars
agazapada durante unos instantes sobr
el marco del ventanuco, metió la cabez
por la abertura y entró de un salto en e
cuarto de baño.
Al verla Nicholas pensó que debí

de pretender rescatar a alguna de la


chicas o ayudarlas a todas a salir po
ese lugar.
 —Ven aquí, Selina —gritó
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subiéndose al tejado inclinado par
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asomar la cabeza hacia el interior—. E


peligroso. Tú no puedes hacer nada par
ayudarlas.
Por lo que estaba viendo, Selina s
había limitado a abrirse paso entre la
chicas que quedaban abajo, que s
apartaron sin oponer la meno
resistencia. Estaban todas muy calladas
menos Tilly, que ahora sollozaba dando
respingos, pero sin lágrimas en los ojos
En cuanto al resto de las chicas, tenía

aicholas,
cabeza mirándole
vuelta hacia el rostro
con esa intens d
expresión que produce el pánico.
 —Ya vienen los hombres a abrir l
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claraboya —les dijo él—. Llegará
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enseguida. ¿Creéis que alguna d


vosotras podría salir por la ventan
esta? Yo os puedo echar una mano…
Pero daos prisa. Cuanto antes, mejor.
Joanna tenía en la mano una cinta d
medir. En algún momento entre e
descubrimiento de que la claraboy
estaba clausurada y el inicio del rescate
Joanna se había puesto a registrar uno d
os dormitorios de arriba, hasta dar co
un metro para medir las caderas a la

diez chicas que se habían quedad


atrapadas con ella, incluidos los caso
perdidos, para ver qué posibilidade
enían de poder salir por el ventanuco d
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dieciocho centímetros de anchura. E
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club entero sabía que 92,4 era l


máxima medida de caderas que cabí
por el ventanuco, pero como había qu
salir de lado y contoneando lo
hombros, el asunto dependía tanto de
amaño de los huesos de cada una com
de las distintas texturas de la piel y l
mayor o menor flexibilidad de lo
músculos, pues si unos cuerpos s
amoldaban fácilmente, otros era
demasiado rígidos. A Tilly le sucedía

precisamente esto último. Pero ningun


de las mujeres que quedaban en el pis
de arriba, salvo ella, tenía una delgade
ni remotamente parecida a la de Selina
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Anne y Pauline Fox. Algunas de ella
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estaban simplemente rechonchas. Jan


estaba gorda. Dorothy Markham, que e
otros tiempos salía y entraba ágilment
por el ventanuco para tomar el sol en l
azotea, estaba ahora embarazada de do
meses, cosa que había añadido casi tre
centímetros a su tersa tripa. El empeñ
de Joanna de medirlas a todas habí
sido como uno de esos procedimiento
científicos que se aplican en un cas
perdido, pero al menos les proporcion

un entretenimiento
os nervios a todas. que les calmó alg
 —No tardarán mucho —les dij
icholas—. Ya vienen.
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El escritor aún seguía asomado a
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

ventanuco, con las manos agarradas a


marco y las puntas de los pies clavada
en los ladrillos del muro. Al oír un ruid
volvió la cabeza hacia el extremo de l
azotea donde los hombres tenían puesta
as escaleras del coche de bomberos. E
ese momento, subían por ellas vario
bomberos armados de picos, mientra
otros cargaban con unas enorme
aladradoras.
Una vez más, Nicholas se asomó a
nterior del aseo.
 —Ahí están —les informó—
¿Dónde se ha metido Selina? —
preguntó.
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A eso no le respondió nadie.
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

 —Esa chica de ahí —dijo


señalando con un gesto de cabeza—
¿No podría intentar salir por la ventana?
Se refería a Tilly.
 —Ya lo ha intentado —dijo Jane—
Y se quedó atascada. Desde aquí se oy
perfectamente el ruido del fuego al i
subiendo. La casa se va a caer de u
momento a otro.
En ese preciso instante se empezó
oír el estrépito de los picos al aporrea
el techo abuhardillado, pero no con e
ritmo regular de las obras, sino con l
desesperada prisa que les marcaba e
nminente peligro. Era cuestión d
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iempo que sonaran los silbatos y la vo
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del megáfono ordenara a los hombre


abandonar el edificio antes de que s
viniera abajo.
Apartándose de la ventana, Nichola
observó la situación desde fuera. En es
momento por el hueco apareció l
cabeza de Tilly, que parecía dispuesta a
hacer un segundo intento. Al verle l
cara se dio cuenta de que era la chic
que se había quedado atascada just
antes de la explosión, cuando le hiciero

venir precisamente para sacarla a ella


icholas le dijo a gritos que se quitar
de allí, no fuera a ser que volviera
quedarse atrapada otra vez, haciend
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peligrar su más que probable rescate po
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a claraboya. Pero ella, envalentonad


por lo angustioso de la situación, le dij
con voz chillona que estab
desesperada, como si quisiera escucha
su propia voz para darse ánimos. E
caso es que al final triunfó en s
empeño. Nicholas consiguió sacarla
rompiéndole uno de los huesos de l
cadera durante la hazaña. Cuando, un
vez fuera, la dejó tumbada en el suelo d
a azotea, Tilly se desmayó.

 Nicholas volvió a asomarse a


ventanuco y vio que las chicas estaba
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odas calladas y temblorosas
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

apretujándose en torno a Joanna con lo


ojos alzados hacia la claraboya. Tra
oírse un formidable crujido en la plant
baja, la parte superior del aseo empez
a llenarse de humo. Por la puerta qu
daba al pasillo, Nicholas vio a Selin
envuelta en una densa bruma. En lo
brazos llevaba algo alargado y lacio qu
abrazaba con mimo, aunqu
evidentemente pesaba poco. Por u
momento, a Nicholas le pareció u

cuerpo humano. Tras anunciarse con


osecilla producida por el humo de un
pasillo, Selina se abrió paso entre la
chicas. Todas ellas se quedaro
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mirándola, temblando por la prolongad
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ensión, pero sin la menor curiosida


hacia lo que había ido a buscar ni lo qu
levaba en las manos. Por enésima ve
Selina se subió al retrete y sali
ágilmente por el hueco de la ventana
sacando después el misterioso objet
con un movimiento ligero y veloz
Ofreciéndole la mano, Nicholas l
ayudó a bajar de un salto al suelo de l
azotea. Una vez a salvo, Selina dijo:
 —¿Estamos seguros aquí?

Pero no parecía demasiad


preocupada, porque estaba escudriñand
atentamente lo que había sacado de
club, para ver en qué condicione
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estaba. De nuevo, la compostura habí
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

resultado ser el equilibrio perfecto. E


objeto misterioso era el traje d
Schiaparelli, con la percha colgand
como unos hombros con el cuell
descabezado.
 —¿Estamos seguros aquí? —repiti
Selina.
 —Ya no queda ningún sitio seguro
—le dijo Nicholas.
Después, al reflexionar sobre est
fugaz escena, no lograría recordar si s

había santiguado involuntariamente


Pero Felix Dobell, que habí o no
reaparecido en el tejado, se qued
mirándole asombrado y después contarí
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a quien quisiera oírle que Nicholas s
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había persignado porque era un hombr


supersticioso y aquel era su modo d
agradecer que Selina estuviera a salvo.
En cuanto a la pragmática Selina, y
corría veloz hacia la trampilla del hote
Entretanto, Felix Dobell había tomado
Tilly en sus brazos, pues, aunque est
había recuperado el sentido, sus herida
e impedían andar. Caminando con paso
ento hacia la trampilla del hotel, Feli
Dobell veía avanzar a Selina con e

vestido entre las manos,


para conservarlo bien. vuelto del revé
Por el ventanuco salía ahora u
sonido distinto, apenas audible debid
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al continuo chorreo del agua de l
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manguera, a los chasquidos de las viga


ardiendo en la parte inferior del edifici
, en la parte superior, al estruendo de
os hombres que partían ladrillos co
os picos. El sonido nuevo era u
zumbido con altibajos, pero que s
mantenía firme entre las desesperada
oses de las chicas medio ahogadas. Er
Joanna recitando de memoria el misal d
vísperas del día vigésimo séptimo, co
os correspondientes responsos.

 —Dígales a las de dentro que s


aparten de la claraboya —ordenó la vo
del megáfono—. Esto lo vamos a abri
de un momento a otro. Puede que lo
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adrillos que quedan caigan haci
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dentro. Así que dígales a las chicas qu


se aparten de la claraboya.
 Nicholas se volvió a encaramar a
ejado. Pero las chicas de dentro, que y
habían oído las instrucciones, se estaba
metiendo en el aseo más cercano a
ventanuco, ignorando el rostro de
hombre que aparecía en é
continuamente. Como si Joanna la
hubiera hipnotizado, se arremolinaba
odas en torno a ella, que a su ve

ambién
extrañas parecía hipnotizada por
oraciones del día vigésimla
séptimo del libro anglicano de lo
salmos, aplicables a prácticament
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odos los tipos y condiciones de la vid
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humana en ese preciso momento de


mundanal devenir, cuando lo
rabajadores londinenses volvían a cas
arrastrando los pies por los senderos de
parque, observando con curiosidad lo
coches de bomberos a lo lejos; cuand
Rudi Bittesch estaba sentado en su pis
de Saint John’s Wood intentando, sin
éxito, llamar a Jane al club para habla
con ella en privado; y cuando el partid
aborista acababa de llegar al pode

mientras en otras partes del mundo


gente durmiendo, haciendo cola par habí
conseguir los víveres de su cartilla d
racionamiento, tocando el tantán
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protegiéndose de un bombardeo en u
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

refugio, o montando en los coches d


choque de una feria.
 ——Apartaos de la claraboya tod
o que podáis —gritó Nicholas—
Poneos aquí, debajo de la ventan
pequeña.
Las chicas se acurrucaron en la part
correspondiente del aseo. Jane y Joanna
que eran las más grandes, se pusieron d
pie sobre la tapa del retrete para hace
sitio a las demás. Desde su puesto

icholas vio que todas tenían la car


perlada de sudor. Al fijarse en Joanna,
quien tenía ahora muy cerca, se di
cuenta de que parecía tener la pie
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cubierta de unas enormes pecas, como s
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el miedo le hubiera producido un efect


parecido al del sol. Lo cierto era que la
pálidas pecas de su rostro, normalment
nvisibles, se habían convertido en una
brillantes manchas doradas qu
contrastaban con su piel blanca, ahor
ívida debido al miedo. De sus labio
macilentos fluían sin cesar lo
versículos y responsos, pese a
estruendo de la demolición.

Grandes cosas ha hecho el Seño


con nosotros; estaremos alegres.
 Acaba con nuestra cautividad

Señor; como los arroyos en el austro.


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Quienes siembran con lágrimas


con júbilo segarán.

¿Por qué motivo y con qué intenció


estaba Joanna haciendo aquello
Conocía bien los textos y aprendió
recitar siendo muy pequeña. Lo curios
era haber decidido hacerlo en aquella
circunstancias y en actitud de hallars
ante un público. Llevaba un sencill
ersey de lana verde oscuro y una fald
gris. Las otras chicas oían su voz d
manera automática, como hacía
siempre, lo que tal vez les calmara alg
os nervios y el temblor, pero parecía

escuchar con mayor respeto y atenció


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os sonidos procedentes de la claraboya
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más atentas a su significado que al d


as palabras del salmo del vigésim
séptimo día.

Si el Señor no construye la casa, e


vano trabajan quienes la construyen.
Si el Señor no guarda la ciudad, en
vano trabaja la guardia.
 En vano es que os levantéis d
madrugada y vayáis tarde a descansa
 os desviváis por ganaros el pan.

 Pues Dios concede el reposo a su


ieles.
 He aquí…

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Es probable que la liturgia d
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cualquier otro día tuviera el mism


efecto hipnótico. Pero Joanna tenía l
costumbre de buscar siempre la
palabras más adecuadas para cada día
Sin previo aviso, la claraboya se abri
con un chorro de escayola pulverizada
adrillos rotos. Aún caía polvo blanco
cuando por el hueco apareció l
escalera de los bomberos. La primera e
subir fue Dorothy Markham, l
parlanchina debutante cuyos último
cuarenta y tres minutos de vida la tenía
sumida en una desconcertante oscuridad
como una farola de un pueblo de ma
que se hubiera quedado repentinament
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sin luz. Las ojeras, acentuadas por l
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ensión, le daban un aspect


curiosamente parecido al de su tía, lad
Julia, la presidenta del comité del club
May of Teck, que en ese momento estab
en Bath haciendo paquetes de ayud
para los refugiados y completament
ajena a lo sucedido. Lady Julia tenía e
pelo tan blanco como su sobrin
Dorothy en aquel momento, cuand
ascendía por la escalera con la cabez
cubierta de polvo de escayola para sali

por el techo abuhardillado hacia l


seguridad de la azotea. Pisándole lo
alones iba Nancy Riddle, la hija de
cura de la Baja Iglesia cuyo acent
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ípico de la Inglaterra central había id
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mejorando gracias a las clases que l


daba Joanna. Pero sus días de elocució
a eran historia y el deje de la
Midlands la acompañaría de por vida
En aquellos instantes sus cadera
parecían peligrosamente anchas, má
que nunca, mientras subía tras Doroth
por la escalera. Tres de las chicas qu
quedaban intentaron seguirla todas a l
vez, las tres procedentes de u
dormitorio para cuatro de la tercer

planta y recién dadas de alta en


ejército; las tres con ese aspecto fornide
  musculoso que adquieren las mujere
militares al cabo de cinco años d
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alistamiento. Mientras el terceto s
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organizaba, Jane subió reciamente por l


escalera y desapareció. Entonces la
res aguerridas jóvenes la siguieron.
En cuanto a Joanna, se había bajad
de la tapa del retrete y estaba dand
vueltas en círculo, medi
ambaleándose, como una peonza
punto de dejar de girar. Con una extrañ
expresión, había dejado de mirar haci
a claraboya y tenía los ojos puestos e
a ventana. De sus labios salía aún l

erca letanía del salmo, pero al tener


voz debilitada tuvo que pararse a toserl
En la habitación seguía habiendo un
densa humareda mezclada con polvo d
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escayola. Aparte de ella, todaví
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quedaban otras tres chicas. Joann


alargó un brazo hacia la escalera, qu
por algún motivo no logró agarrar
Entonces se agachó a recoger la cint
métrica. Manoteando el suelo como s
estuviera medio ciega, seguí
canturreando:

Y no hayan de decir quienes pasan:


la bendición del Señor sea sobr
vosotros,

os bendecimos en nombre de
Señor.
 Desde las profundidades clamo…

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Las otras tres se apoderaron de l
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escalera y una de ellas, una chic


sorprendentemente esbelta cuyo
disimulados huesos eran obviament
demasiado grandes para haberl
permitido salir por el ventanuco, l
gritó:
 —Date prisa, Joanna.
Entre tanto, Nicholas bramaba desd
arriba:
 —Joanna, sube por la escalera
Como si hubiera vuelto repentinament
en sí, Joanna comenzó a ascender
as dos últimas chicas, una fornidtra
nadadora de piel morena y un
voluptuosa exiliada griega de nobl
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cuna, ambas llorando de alivio. Joann
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ocupó su lugar tras ellas, poniendo un


mano sobre el travesaño de dond
acababa de levantar el pie la chica qu
ba delante. En ese momento tembl
odo: la casa, la escalera y el cuarto d
baño. El incendio estaba apagado, per
el edificio sin cimientos cedía al fi
bajo la presión de la violenta labo
acometida por los bomberos en l
claraboya. Cuando Joanna estaba en l
mitad de su ascenso sonó un silbato. L

voz del megáfono ordenaba a todos lo


hombres que se marcharan de inmediato
Mientras el último bombero esperaba
que Joanna saliera por la claraboya, e
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edificio se venía abajo. En el moment
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en que el tejado abuhardillad


comenzaba a derrumbarse, el hombr
saltó a la azotea contigua, dañándose a
caer en una mala postura. El edificio
hecho pedazos, se colapso hacia dentr
 se llevó a Joanna consigo.

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Capítulo 9

La grabación la habían borrad


entera, por una cuestión de ahorro, par
poder reutilizar la cinta. Así eran la
cosas en 1945. Pero a Nicholas aque
asunto le indignó profundamente
Hubiera querido ponerle la voz grabad
de Joanna al padre de la chica, qu
había acudido a Londres tras el entierro
para rellenar los impreso
correspondientes al registro de lo
fallecidos durante la guerra. Nicholas l
había escrito una carta para contarl
cómo fueron los últimos momentos de s
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hija, en parte por curiosidad, per
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ambién porque quería organizar un act


algo melodramático basado en la cint
de Joanna recitando el «Naufragio de
eutschland ». En su carta ya le habí
hablado al padre de Joanna de l
grabación.
Pero la atesorada voz habí
desaparecido. Alguien de su oficina l
debía de haber borrado.
Tú me uniste los huesos y venas, m

diste la piel.
 Mas todo, con espanto, tornaste
deshacer.

 Entonces, ¿cómo ahora me toca


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otra vez?

 —Es indignante —le dijo Nichola


al párroco—. El «Naufragio de
eutschland » lo recitaba de maravilla
o sabe usted cuánto lo siento.
Estaba sentado con el padre d
Joanna, un anciano de mejilla
sonrosadas y pelo blanco que l
escuchaba atentamente.
 —No te preocupes, te lo ruego —
dijo.
 —Me da pena que no lo haya podid
oír.
Como para consolar a Nicholas de

disgusto, el párroco murmuró con un


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sonrisa nostálgica:
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 Era el velero Hesperus


 surcando el proceloso mar…

 —No, no —dijo Nicholas—. E


eutschland , era el «Naufragio de
eutschland .»
 —Ah, el Deutschland   —dijo e
párroco.
Con un gesto característico de s
nariz aguileña, tan británica, el ancian
pareció olisquear el aire en pos de l
respuesta.
Esto indujo a Nicholas a hacer u
último intento de recuperar la grabación
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Era domingo, pero logró que uno de su
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compañeros de trabajo se pusiera a


eléfono.
 —Tú no sabrás, por casualidad, s
alguien se llevó una cinta de la caja es
que pedí prestada en la oficina
¿verdad? Cometí la estupidez d
dejármela en mi despacho. Y alguien me
ha quitado una cinta importante. U
asunto privado.
 —No, no creo que… Un momento…
Sí, pues es cierto que lo han borrado

Era poesía. Lo siento, pero ya


hay que cumplir las normas par sabes qu
ahorrar… ¿Qué te parecen las última
noticias? Son impresionantes, ¿no?
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 —Pues sí, es verdad que lo ha
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borrado —le dijo Nicholas al padre d


Joanna.
 —No te preocupes —dijo el párroc
—. Siempre me quedará el recuerdo d
Joanna en la rectoría. Pobrecilla
venirse a Londres fue un error.
Poniéndole más whisky en el vaso
icholas empezó a añadirle agua. Co
un gesto irritado, el clérigo le indicó co
a mano el momento en que la bebida y
estaba a su gusto. Tenía las manía
propias de un viudo que llevara
viviendo solo, o de una persona pocaño
acostumbrada a los reproches que suele
escuchar quienes viven entre mujere
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dotadas de sentido crítico. De pront
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icholas se dio cuenta de que el párroc


no tenía la menor idea de cómo habí
sido la vida de su hija. Eso le consol
del fracaso de su recital, pues er
posible el anciano ni siquiera hubier
reconocido a la Joanna de
eutschland .

 La mueca de su faz, un abism


nfernal.
¿Dónde… dónde… dónde había all

un lugar?

 —Me desagrada Londres —dijo e


clérigo—. Solo vengo si no me qued
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más remedio, cuando tengo un sínodo
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algo así. Ojalá Joanna hubiera podid


encontrar una ocupación en la rectoría
Era una chica inquieta, pobrecilla —
añadió, tomándose el whisky como s
hiciera gárgaras, echando la cabez
hacia atrás.
 —Joanna estaba recitando algo de
misal justo antes de venirse abajo e
edificio —dijo Nicholas—. Las otra
chicas estaban con ella, escuchándola
en cierto modo. Eran unos salmos.

 —¿En serio? Nadie me habí


contado nada —dijo el anciano, con u
gesto abochornado.
El párroco agitó su bebida y se l
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erminó de un trago, como si Nichola
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estuviera a punto de contarle que su hij


había muerto de un modo vergonzante,
que se había ido de peregrina a Roma.
 —Joanna tenía un gran ímpet
religioso —le dijo Nicholas co
vehemencia.
 —Eso ya lo sé, hijo mío —
respondió el cura, para su gran asombro
 —Tenía muy presente la idea de
nfierno. A una amiga suya le contó e
miedo que le daba.

 —¿En serio? No lo sabía. Jamás


oí hablar de sus temores. Eso sería po l
a influencia de Londres. Por lo que a m
se refiere, solo vengo si no me qued
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más remedio. En mis tiempos mozos m
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dieron la parroquia de Balham. Per


desde entonces siempre me ha tocado e
el campo. A decir verdad, prefiero la
parroquias rurales. Es donde uno s
encuentra con las almas más devotas
hasta con alguna que otra alma santa.
 Nicholas se acordó de un amig
suyo, un psicoanalista que le habí
escrito una carta sobre su intención d
ejercer en Inglaterra al terminar l
guerra, «para alejarme de este ambient

cargado de
neuróticos». ansiedad y lleno d
 —Hoy en día el cristianismo está e
as parroquias rurales —le dijo est
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buen pastor experto en la mejor carne d
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cordero.
Para rubricar su opinión sobre e
asunto, el cura dejó el vaso de whisk
encima de la mesa, mientras su tristez
por la pérdida de Joanna la achacaba
una y otra vez, a la decisión de su hij
de marcharse de la rectoría.
 —Tengo que ir a ver el lugar dond
murió —dijo a modo de colofón.
 Nicholas se había comprometido
levarle al edificio destruido d

Kensington Road, pero el párroco se


recordaba cada poco, como si temier l
marcharse de Londres sin habe
cumplido con su deber.
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 —Se puede ir andando, así que l
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acompaño —le dijo Nicholas.


 —Bueno, no querría desviarte de t
camino, pero te estaré muy agradecid
—dijo el cura—. ¿Qué te parece est
última bomba? ¿Tú crees que será un
operación de propaganda?
 —No lo sé, señor —dijo Nicholas.
 —Estas cosas le dejan a un
espantado. Si es cierto, tendrán qu
pactar un armisticio —dijo el anciano
mirando a su alrededor mientra
caminaban hacia Kensington—. Esta
zonas bombardeadas son una verdader
ragedia. Yo solo vengo a Londres si no
me queda más remedio, ¿sabes?
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Al cabo de unos instantes, Nichola
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e preguntó:
 —¿Ha visto usted a alguna de la
chicas que se quedaron encerradas en l
casa con Joanna, o a alguna de las otra
socias?
 —Sí, he visto a bastantes de ellas
Lady Julia tuvo la amabilidad de invita
a varias de ellas a tomar el té en su cas
ayer, para que me conocieran. Desd
uego, esas chicas han pasado por un
experiencia tremenda, incluso las que n
se vieron directamente implicadas.
eso lady Julia me sugirió que n Po
habláramos abiertamente del asunto. T
diré que me pareció una sugerenci
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oportuna por su parte.
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

 —Lo es —dijo Nicholas—. ¿Y


recuerda usted el nombre de alguna d
as chicas?
 —Estaba la sobrina de lady Julia
Dorothy, y una señorita Baberton qu
ogró escapar por una ventana, creo
Pero había varias más.
 —¿Había una señorita Redwood
¿Selina Redwood?
 —Pues te diré que se me da
bastante mal los nombres.

 —Una chica muy alta y delgada,


guapa —dijo Nicholas—. Me gustarí mu
dar con ella. Tiene el pelo oscuro.
 —Eran todas muy atractivas, hij
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mío. La gente joven siempre result
7/24/2019 Las Senoritas de Escasos Medios - Muriel Spark

encantadora. A mí Joanna me parecía la


mejor de todas, pero en eso no pued
ser imparcial.
 —Era una chica encantadora —dij
icholas en son de paz.
Pero el anciano había intuido s
nterés con la pericia del párroco ant
un terreno bien trillado, por lo que l
preguntó con voz solícita:
 —Esa joven de la que me hablas
¿acaso ha desaparecido?

 —No consigo dar con ella —dij


icholas—. Llevo nueve días dedicad
al asunto.
 —Qué raro. ¿Y si resulta ser un caso
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de amnesia…? Tal vez ande extraviad
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por las calles…


 —En ese caso, ya habrían lograd
dar con ella. Es una chica mu
lamativa.
 —¿Y qué dice su familia?
 —Su familia está en Canadá.
 —Quizá se haya ido para intenta
olvidarlo todo. Sería comprensible
¿Era una de las chicas que se quedaro
atrapadas?
 —Sí —dijo Nicholas—. Consigui

salir —Por
por una ventana.
tu descripción, no creo yo qu
estuviera en casa de lady Julia. Quizá
podrías llamarla y preguntárselo.
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 —Ya la he llamado, a decir verdad
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Parece no saber nada de Selina, y la


demás chicas tampoco. Pero yo tenía l
esperanza de que pudieran habers
equivocado. Ya sabe usted cómo son
estas cosas.
 —Selina… —dijo el párroco.
 —Sí, ese es su nombre.
 —Un momento. Ahora que m
acuerdo, sí que se habló de una ta
Selina. Una de las chicas, una jovencit
de buen aspecto, se quejó de que Selin
se había llevado
¿Puede ser esa? su único traje de noche
 —Esa es.
 —No es muy amable de su parte es
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de birlarle el vestido a otra chica, sobr
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odo cuando todas habían perdido l


ropa en el incendio.
 —Era un vestido de Schiaparelli.
El párroco prefirió no intervenir má
en el enigma aquel. Al poco llegaro
donde estuvo el club May of Teck
Ahora parecía uno de los mucho
ugares asolados que había en es
barrio, como si le hubiera caído un
bomba hacía ya años, o un misi
eledirigido acabara de destruirlo hací

apenas
sendero unos meses.
del Las
porchebaldosas de
estaba
desperdigadas por el suelo, sin llevar
ninguna parte. Las columnas tumbada
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por doquier daban al lugar un aspecto d
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ruina romana. En la parte trasera habí


un muro medio derruido que parecí
perdido en mitad de la nada. El jardí
de Greggie era un montón de escombro
donde habían brotado unas extraña
plantas con alguna florecilla. La
baldosas rosas y blancas del vestíbul
mostraban estados variados d
abandono, mientras en la parte inferio
del maltrecho muro ondeaba un pedaz
del célebre papel marrón con el qu

estaban
del club. forradas las paredes del saló
Quitándose el sombrero negro de al
ancha, el padre de Joanna contempló l
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escena.
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 Hileras de manzanas en el 


desván…

Al cabo de unos instantes el párroc


murmuró:
 —La verdad es que no hay nada qu
ver.
 —Es un caso parecido al de m
grabación —dijo Nicholas.
 —Sí —respondió el anciano—. N
queda nada.
Todo eso ha dejado de existir.

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Rudi Bittesch se acercó a una pila d


cuadernos que había sobre la mesa d
icholas, hojeando las páginas d
alguno de ellos.
 —Por cierto, ¿esto es tu manuscrito
—le preguntó.
 Normalmente Rudi no se habrí
omado la libertad de fisgar entre lo
papeles de Nicholas, pero en es
momento su amigo estaba en deuda co

él, porque Rudi había


paradero de Selina. descubierto e
 —Quédatelo —le dijo Nicholas, e
referencia al manuscrito—. Quédatelo
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Puede que un día valga algo cuando y
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sea famoso —añadió sin imaginar n


remotamente la extraña muerte que l
habría de deparar el destino.
Rudi sonrió al oírle, pero se meti
os cuadernos bajo el brazo.
 —¿Te vienes? —le preguntó
icholas.
Cuando ya iban de camino con l
dea de recoger a Jane para acudir todo
untos a la celebración del palacio d
Buckingham, Nicholas dijo:

 —En cualquier caso, no vo


publicar el libro. He destruido el text
mecanografiado.
 —Maldita sea, tengo que acarrea
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os cuadernos estos y ahora me das es
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notición. ¿De qué me van a valer si n


publicas nada?
 —Quédatelos. Nunca se sabe.
Rudi era un hombre cauto. Por es
se quedó con Los cuadernos sabáticos
a los que acabaría sacando provecho.
 —¿Te interesaría también una cart
de Charles Morgan diciendo que soy u
genio? —le preguntó Nicholas.
 —Veo que estás contento, aunque no
engas ni un puñetero motivo par

estarlo.
 —Pues sí —dijo Nicholas—
Entonces, ¿te quieres quedar la cart
esa?
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 —¿Qué carta?
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 —Aquí la tienes —dijo Nicholas.


Del bolsillo interior de la chaquet
se sacó la carta de Jane, arrugada com
una vieja fotografía conservada por s
valor histórico.
Rudi le echó un vistazo.
 —Eso te lo ha hecho Jane —dijo
devolviéndoselo—. ¿Por qué estás ta
contento? ¿Has visto a Selina? —Sí.
 —¿Y qué te ha dicho?
 —Me ha dado muchos gritos. N
podía parar
nerviosa. de gritar. Era una reacció
 —Al verte se habrá acordado d
odo el asunto. Ya te dije que no la
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persiguieras.
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 —La pobre no podía parar de gritar


 —La habrás asustado. —Sí.
 ——Te lo dije. No parece que l
vaya muy bien, por cierto, con es
cantante de Clarges Street. ¿Le ha
visto?
 —Sí, es un chico de lo más amable
Están casados.
 —Eso dicen ellos. Pero a ti t
conviene una chica con más carácter
Olvídate de ella.

 —Ya. El caso es que él me pidió


disculpas por los gritos de ella y yo l
pedí disculpas a él, por supuesto. Per
solo conseguimos hacerla gritar más
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Creo que casi habría preferido que no
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peleáramos.
 —No la quieres lo bastante com
para pelearte con un cantante cualquiera
 —Es un cantante bastante bueno.
 —¿Le has oído cantar?
 —Pues no, la verdad. En eso tiene
razón.
En cuanto a Jane, había recuperad
su estado habitual de optimism
melancólico, y vivía en una habitació
amueblada en Kensington Church Stree

Ya  —¿Tú
estaba lista para irse con ellos.
no gritas cuando ves
icholas? —le dijo Rudi.
 —No —respondió Jane—. Pero s
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se sigue negando a que George l
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publique el libro, sí que gritaré


Además, George me echa toda la culpa
mí. Le he contado lo de la carta d
Charles Morgan.
 —Pues Nicholas tendría que dart
más miedo. Consigue hacer gritar a la
mujeres, por cierto. A Selina le ha dado
un buen susto hoy.
 —La verdad es que ha sido ella l
que me ha asustado a mí —dij
icholas.

 —¿Por fin has logrado


entonces? —dijo Jane. dar con ella
 —Sí, pero está en estado de shock
Creo que he debido de hacerle recorda
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as escenas de la tragedia.
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 —Aquello fue un infierno —dij


Jane.
 —Ya lo sé.
 —¿Por qué se habrá enamorado est
hombre de Selina, por cierto? —dij
Rudi—. ¿Por qué no se buscará un
mujer con más carácter o una chic
francesa?

 —Esta es una llamada de larg

distancia
 —Ya —dijo
lo sé.Jane precipitadamente.
¿Quién eres? —dijo
ancy, la hija del cura de las Midland
que a su vez se había casado con otr
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cura de las Midlands.
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 —Soy Jane. Escucha, tengo qu


hacerte una pregunta, muy rápida, sobr
icholas Farringdon. ¿Tú crees que e
ncendio le influyó en su conversión a l
Orden aquella? Estoy escribiendo u
artículo largo sobre él.
 —Bueno, a mí me gustaría pensa
que fue por influencia de Joanna. Ya
sabes que era muy devota de la Alt
glesia.
 —Ya, pero él no estaba enamorado

de Joanna, sino de Selina. Después


ncendio la buscó por todas partes. de
 —Ya, pero Selina jamás le podí
haber convertido a nada. No llegaba
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anto.
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 —En su manuscrito Nicholas decí


que el mal puede desencadenar un
conversión tanto como el bien.
 —Yo es que nunca he entendido
os fanáticos estos. El problema es ese
Jane. Creo que Nicholas estaba un poc
enamorado de todas nosotras, e
pobrecillo.

Aquella noche de agosto, la gente s

anzó
en a la calle
la noche de con el mismo
mayo, cuandoímpetu qu
se celebr
a victoria. Las diminutas siluetas salía
puntualmente al balcón cada media hora
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saludaban con el brazo y lueg
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desaparecían.
De pronto Jane, Nicholas y Rudi s
vieron aprisionados en medio de un
multitud que les rodeaba por los cuatr
costados.
 —A codazo limpio —se dijeron
Jane y Nicholas uno al otro, casi a l
vez, aunque fuera un consej
completamente inútil.
Un marinero que estaba pegado
Jane le dio un apasionado beso en l

boca, cosa que resultó imposible d


evitar. Jane quedó a merced de aquell
boca con sabor a cerveza hasta que l
multitud se disgregó y los tres amigo
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pudieron tomar un sendero que lo
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levara a un lugar algo más despejado


con acceso al parque.
Fue allí donde otro marinero, al qu
en esta ocasión solo vio Nicholas, l
clavó una sigilosa navaja entre la
costillas a la mujer que estaba con él. E
ese instante se encendieron las luces de
balcón y el gentío guardó al fin silencio
esperando ver aparecer a la familia real
Sin un solo quejido, la muje
acuchillada inclinó suavemente l

cabeza. A muchos metros de distancia


otro grito quebraba el silencio, tal ve
otra mujer asesinada. O quizá un
persona a quien solo le hubieran pisad
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os dedos de un pie. Entre la multitud s
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alzó un rugido de voces. Todos los ojo


estaban alzados hacia el balcón de
palacio, donde los miembros de l
familia real habían aparecido en e
correspondiente orden, según l
mportancia de cada uno. Imbuidos de
fervor, Rudi y Jane se pusieron
vitorearles.
En cuanto a Nicholas, que seguí
embutido entre la gente, intentab
nfructuosamente levantar un brazo par

lamar la atención hacia la mujer


Al mismo tiempo, decía a gritos quherida
acababan de apuñalar a una mujer. Entr
anto, el marinero del cuchillo soltab
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mproperios contra la mujer desmayad
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a su lado, que se mantenía en pie por e


simple hecho de estar rodeada de un
compacta multitud. Estos suceso
privados quedaban perdidos en medi
del pandemonio generalizado. D
pronto, Nicholas se vio arrastrado po
un gentío recién llegado del Mal
Cuando el balcón volvió a quedar
oscuras, Nicholas logró hacerse u
pequeño hueco entre la muchedumbre
se encaminó hacia el parque seguido d

Jane y Rudi. Al abrirse paso, Nichola


uvo que pararse precisamente al lad
del marinero de la navaja. De la muje
herida ya no había ni rastro. Mientra
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esperaba a que le dejaran avanzar
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icholas se sacó del bolsillo la carta d


Charles Morgan y se la metió en l
camisa al marinero antes de segui
adelante. No le movía ningún motiv
concreto ni esperaba sacar nada de ello
pero era un gesto simbólico que en es
momento le pareció importante. Así era
as cosas en aquel entonces.
Los tres amigos emprendieron s
regreso por el parque sumido en e
frescor de la noche, procurando no pisa

aPor
lastodas
parejas abrazadas sobre la hierba
partes se oían voces cantando
icholas y sus acompañantes se uniero
a los cantos de la multitud. Por e
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camino se toparon con una pelea entr
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un grupo de soldados británicos y otr


de soldados americanos. A un lado de
sendero había dos hombre
nconscientes a quienes sus amigo
ntentaban reanimar. Tras ello
resonaban los vítores de la multitud. E
ese momento, una formación de avione
del ejército pasó tronando por el ciel
anochecido. Era la celebración de un
gloriosa victoria.
 —No hubiera querido perdérmelo

a verdad —dijo Jane, que se


parado a arreglarse el pelo y estabhabí
hablando con una horquilla en la boca.
Maravillado ante su energía
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icholas memorizó esa imagen de Jan
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  muchos años después, en el remot


país donde halló la muerte, la recordarí
así, precisamente como estaba es
noche, de pie en la hierba del parque
robusta y con las piernas al aire, com
una encarnación del club May of Teck
con aquella aceptación tan sensata
espontánea de la pobreza que había e
aquellos tiempos, en 1945.

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MURIEL SPARK (Edimburgo, 1918


La Toscana, 2006). Muriel Sara
Camberg, quien sería conocida en e
mundo literario como Muriel Spark, s
apellido de casada, nació en Edimburg
en 1918. Su padre era judío y su madr
presbiteriana.
A los diecinueve años contrajo
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matrimonio con S. O. Spark y pronto s
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mudaron a Rodesia, la actual Zimbabue


En 1938 tuvieron un hijo, pero poc
después la relación se rompió y en 194
Muriel Spark se trasladó a Inglaterra
donde desempeñó labores d
contraespionaje en el departamento d
propaganda antinazi del Ministerio d
Asuntos Exteriores. Allí entablaría un
amistad que duraría toda la vida con e
ambién escritor Graham Greene. Autor
de una obra tremendamente influyente

marcada por la brevedad y la ironía,


Spark se deben novelas como Mement
ori   (1959), La balada de Peckham
 ye (1960) y La puerta de Mandelbaum
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1965). Su primera novela, Los qu
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consuelan, fue publicada en 1957, y e


ella aparecen ya diversas referencias
su conversión al catolicismo, hech
definitivo en la vida y la obra de l
autora. No obstante, su primer éxito l
legaría en 1961 con la publicación d
a plenitud de la señorita Brodie , l
historia de una excéntrica maestra d
Edimburgo a través de los ojos de un
alumna que la admira para despué
quedar desencantada. Su fama s

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