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La música tradicional y la participación activa del pueblo

1. Planteamiento del problema

En el presente ensayo vamos a abordar brevemente la problemática que ha surgido en la


época post conciliar acerca de la música en la celebración eucarística. ¿Qué se cantaba
antes del concilio?, ¿qué se canta hoy? Las respuestas a estas preguntas son
diametralmente opuestas. Intentaremos inicialmente dar algunos alcances para resolver
esta cuestión desde el magisterio y la teología 1 y concluiremos con soluciones prácticas
a este problema pastoral.

2. Desarrollo

 El post concilio y la música

El Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosantum Concilium empieza ha hablar


de la música con las siguientes palabras:

“La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor


inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente
porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o
integral de la Liturgia solemne.”2

El concilio concede a la música un lugar importante dentro de la tradición y es


calificado además de tesoro de valor inestimable. Es la música tradicional de occidente
a la que el concilio no ha escatimado alabar, exhortando no solo a salvarla sino ha
incrementar con máxima diligencia lo que ha llamado tesoro de la Iglesia, tesoro que
pertenece a la humanidad entera.

Sin embargo, este hermoso programa que el concilio había trazado para la música
sagrada no ha sido seguido ni de lejos por la praxis en nuestras comunidades. Luego del
concilio qué se ha hecho en realidad. El cardenal Ratzinger responde a esta pregunta
diciendo:

“Lo que en realidad han hecho muchos liturgistas es dejar a un lado este tesoro,
declarándolo accesible a pocos y abandonándolo en nombre de la
comprensibilidad para todos y en todo momento de la liturgia posconciliar.
Consecuencia: no más música sacra…sino cancioncillas, melodías fáciles, cosas
corrientes”3

El abandono de la tradicional música de occidente por melodías corrientes trajo consigo


otra consecuencia: la introducción en la liturgia de melodías profanas adaptadas para la
celebración litúrgica. El criterio que prevalecía no era otro que escoger una melodía
pegadiza y rítmica. “Se imponía muchas veces el criterio de «me gusta», y la canción
«gustaba» cuanto más se pareciese a los ritmos y melodías que escuchábamos
continuamente en la radio, televisión o la discoteca” 4. Hay muchísimos ejemplos: el
1
La respuesta no se pude dar en el ámbito sencillamente pragmático. La praxis musical de la Iglesia se ha
fundamentado en último término en una determinada comprensión teológica.
2
CONCILIO B¡VATICANO II, «Constitución Sacrosantum Concilium», nº 112. En adelante SC.
3
RATZINGER – MESSORI, «Informe sobre la fe». Pág. 140.
4
A. ALCALDE, «Canto y música litúrgica». .Pág 43.
Padrenuestro con melodía de Los sonidos del silencio de Simon y Garfunkel o el Santo
con melodía de Paul Mc Cartney, de los Beatles.

El origen de estos desajustes en materia música estriba en una mala interpretación del
concilio. Algunos teólogos han señalado la irreconciliabilidad de la música sacra con la
naturaleza de la liturgia5. La música tradicional de occidente ciertamente – dicen estos
teólogos – debe ser conservada con esmero, pero esto no tiene por que realizarse en la
liturgia misma. A los más puede ser cantada en las catedrales, siempre y cuando no
obstaculice la participación activa del pueblo. Lo que la liturgia exige por su naturaleza
participativa no es la música sacra sino la música de uso6.

El fondo de estas malas interpretaciones está en el interés por promover la actuosa


participatio de los fieles en la celebración de los misterios de la fe. Ciertamente el
interés es legítimo. Sin embargo, no se puede – pues no es la intención del concilio –
promover la actuosa participatio a costa del tesoro musical de occidente. La pérdida de
este valor sería el precio para obtener la tan mentada comprensión y activa
participación.

En definitiva, toda esta discusión se puede resumir en breves preguntas muy prácticas:
¿Es aún vigente la música tradicional de occidente? ¿El pueblo debe o no debe cantar?
¿Cuál es el sentido correcto de la participación activa de los fieles en el canto?

 Vigencia de la música sacra

La música tradicional de occidente ha de conservarse con esmero – ha proclamado el


concilio – y esta conservación ha de realizarse en la liturgia misma puesto que la música
es “parte integral de la liturgia” 7. Si la Iglesia sólo se dedicará a fabricar e interpretar
música de uso “cae en la inutilidad y se vuelve ella misma inútil”. A la Iglesia se le ha
encomendado algo muy elevado: ella debe ser el lugar de la gloria. Lo utilitario y usual
no responde a esta vocación. La Iglesia no puede renunciar a la belleza si quiere
transformar el mundo. Al abandonar la belleza se ha perdido el sentido de la
trascendencia: la liturgia (y sobre todo la celebración de la misa) se ha podido convertir
en algo que ya no nos llama la atención, que no nos trasporta a una dimensión diferente,
se convierte en algo cotidiano y usual. Y “en la medida en que se borra de las
conciencias el sentido de la trascendencia divina, el cristianismo se envilece. Y en la
misma medida pierde su influencia transformante”8. De ahí que la Iglesia tiene que
seguir siendo exigente: lo más apropiado para la liturgia es siempre lo más digno. El
reto será, por tanto, conseguir eso que es digno. Decía don Prospero Gueranger que las
melodías ramplonas que proscribieron a las gregorianas entraban en “repugnante
contraste con la santidad, la majestad de las palabras, la religión de los misterios” 9. A mi
parecer, la tradicional música de occidente es una pauta segura para no caer en la
mediocridad ni en la vileza.

 La actuosa participatio

5
Cfr. J. RATZINGER, «La fiesta de la fe». Pág 131.
6
Ibíd. pág. 132.
7
SC 112.
8
LECLERCQ, «Dialogo del hombre y Dios» Pág. 40.
9
P. GUERANGER « Instituciones litúrgicas». Pág. 14.
Digamos que la pieza de toque del problema es ¿Cómo entender eso de la actuosa
participatio? ¿De qué habla el concilio cuando dice que los fieles deben participar
plena, activa y consiente en la liturgia?

Hemos de decir que la participación activa no se simplifica a una actividad externa


constatable: no solo es el cantar, hablar o predicar en la liturgia. Participación activa es
también percibir con el espíritu, con los sentidos. Hay participación cuando
escuchamos, cuando intuimos, cuando nos conmovemos. San Agustín manifiesta esta
dimensión de la participación en el libro de sus Confesiones:

“¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las
voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en
mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el
afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas.”10

Reducir al hombre a la expresión oral supone empequeñecerlo. Es hombre es mucho


más de lo que puede cantar. Aquellos cantos de la tradición musical cristiana, si bien
muchas veces no eran interpretados por el pueblo, trascendían los sentidos de los fieles
para mover hondamente su alma. Esa música no buscaba emociones ni impresiones sino
abrir el alma de par en para dejar al fiel compenetrarse dulcemente por esas melodías
inspiradas por el Espíritu Santo. Muchas de las melodías nuevas de música religiosa,
con que el pueblo canta en muchos casos más que a la oración y la contemplación
mueven a la danza.

Sin embargo, estas afirmaciones no significan oposición al esfuerzo de que el pueblo


cante, significa oponerse al abandono de la música de la tradición eclesiástica por la
música de uso. Este abandono no encuentra justificación alguna ni en el concilio ni en
las llamadas exigencias pastorales.

Esta recomendación tiene su eco actual en las palabras del Papa Benedicto XVI quien
en la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis no ofrece las siguientes palabras:

“La Iglesia, en su bimilenaria historia, ha compuesto y sigue componiendo


música y cantos que son un patrimonio de fe y de amor que no se ha de perder.
Ciertamente, no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este
respecto, se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros
musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico, el
canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración. Por
consiguiente, todo —el texto, la melodía, la ejecución— ha de corresponder al
sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos.
Finalmente, si bien se han de tener en cuenta las diversas tendencias y
tradiciones tan loables, deseo, como han pedido los Padres sinodales, que se
valore adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia
romana.”11

Así se hace necesario una adecuada formación musical. Mas, para entender por qué dice
esto el Santo Padre y por qué es en este tema tan insistente el magisterio de la Iglesia
10
S. AGUSTIÍN, «Confesiones», IX, 6,14.
11
BENEDICTO XVI, «Exhortación apostólica post sinodal Sacramentum Caritatis», nº 42. En adelante
Sac Car.
recogemos las palabras del Papa Benedicto XVI cuando era aún Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la fe:

“Un teólogo que no ama el arte, la poesía, la música, la naturaleza, puede ser
peligroso. Esta ceguera y sordera para lo bello no es cosa secundaria; se refleja
necesariamente también en su teología.”

Las siguientes palabras de san Gregorio Magno, a mi parecer, señalan el sentido


espiritual de la música litúrgica: “Si el canto de la salmodia sale de la intimidad del
corazón, a través de él el Señor todopoderoso encuentra acceso al corazón, para
derramar en los sentidos atentos los misterios de la sabiduría o la gracia de la
contrición.”12 El cardenal Ratzinger, al comentar este pasaje dice: “Este es el servicio
supremo de la música, que no pierde por eso su grandeza artística sino que la colma: la
música despeja el obstruido camino del corazón, del centro de nuestro ser, donde nos
encontramos con el ser del Creador y Redentor. Cuando esto se logra, la música es la
vía que conduce a Jesús, el camino donde Dios muestra su salvación.”13

 Algunas cuestiones prácticas

Si bien se ha intentado explicar por qué no es posible abandonar las melodías


tradicionales fundamentando nuestra posición desde el magisterio y la teología aún no
hemos dado soluciones prácticas al problema. Las respuestas que a continuación
ofrecemos son ciertamente prudenciales y sujetas a crítica:

Primero habría que negar la aparente oposición entre música tradicional antigua y
participación de la asamblea. Por ejemplo, la polifonía enriquece el canto del pueblo
cuando este canta al unísono. Ciertamente la asamblea debe tomar parte en toda la misa,
desde el canto de entrada hasta la bendición final. Ahora bien, su participación no es
siempre de la misma manera: en unos casos participa cantando, otras escuchando y
haciendo suyo el canto que interpreta el coro. Hay una participación exterior y otra
interior que no es menos importante.

Otra oposición que se ha afirmado categóricamente es la siguiente: Coro versus


asamblea. Habría que decir que el coro también forma parte de la asamblea. Cuando el
coro interpreta una pieza musical, el pueblo ha de hacer suya esa alabanza meditando
las palabras e interiorizando sus melodías puesto que en ese momento el coro canta en
su nombre. De ahí que si esta relación es bien entendida no exista ninguna oposición ni
tensión.

Como en todo hay que evitar los extremos. Ni el coro ni la asamblea puede cantarlo
todo. A la asamblea le corresponde sobre todo las aclamaciones, salmos y el santo. Para
estos cantos no es aconsejable que el coro sustituya a la asamblea pues la unidad de sus
voces manifiesta la comunión eclesial. El coro, por ejemplo, puede interpretar el canto
de la presentación de las ofrendas mientras los fieles en silencio presentan ellos mismos
sus sacrificios a Dios. Puede interpretar un himno de acción de gracias después de la
comunión ayudando así a los fieles a vivir con mayor intensidad ese momento.

12
J. RATZINGER, «Un canto nuevo para el Señor». Pág. 130.
13
Ibíd.
Acerca de los cantos populares en lengua vernácula hay que decir una palabra. Debemos
afirmar que existen cantos populares hermosos desde el punto de vista musical,
religioso y literario. También estos han sido un auxiliar de la trasmisión de la fe y por
tanto forman parte del tesoro musical de la Iglesia y no deben ser desechados sino
fomentados.

En cuanto a los cantos modernos, estos deben ser también admitidos pues reflejan la
sensibilidad humana propia de cada época. Benedicto VI ha señalado la importancia de
que las nuevas generaciones inserten sus sabios desarrollos al culto divino 14.
“Ciertamente, no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto”15. Se
conservará pues el canto gregoriano como modelo de los demás tipos de canto en la
liturgia16

Corresponde a los pastores discernir la idoneidad de ciertos géneros musicales para la


celebración litúrgica. Como dice Pablo VI: “Serán ellos los que tendrán el deber de
discernir las oportunas adaptaciones y promover debidamente nuevas creaciones” 17.
Esta misión sólo es posible con una diligente y esmerada preparación musical en los
seminarios.

 A modo de conclusión

Tanto interés por la música no es gratuito ni exagerado. La música tiene una misión de
primer nivel a la hora de relacionarnos con el Totalmente Otro. “Los cristianos, que han
intentado siempre representar de manera tangible la verdad que profesan y la bondad de
las cosas que viven, hicieron música desde sus orígenes” 18. Por ella llegamos a percibir
la presencia de la liturgia celestial, la música nos hace partícipes de un poco de la
belleza Dios que nos la comunica a través de su alegría 19. “Una música de alto nivel nos
purifica y eleva y, en última instancia, nos hace sentir la grandeza y la belleza de
Dios”20.

14
BENEDICTO XVI, «Discurso del Papa durante la visita al Instituto Pontificio de Música Sacra» (13-X-
07).
15
Sac Car 42
16
Ibíd.
17
CONGREGACIÓN DE RITOS, «Instrucción Musicam sacram», nº
18
F. AROCENA, «La celebración de la palabra. teología y pastoral». Pág. 138.
19
BENEDICTO XVI, Discurso del Santo Padre a la Capilla Musical Pontificia "Sixtina", al final del
concierto ofrecido al Papa» (20-XII-05).
20
IBID, «Palabras del Papa al final del concierto de la Orquesta Filarmónica de Mûnich» (20-X-05).

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